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El Catoblepas, número 94, diciembre 2009
  El Catoblepasnúmero 94 • diciembre 2009 • página 6
Desde mi atalaya

Nacimiento y niñez.
Vivencias de la guerra civil

José María Laso Prieto

José María Laso falleció en Oviedo el lunes 21 de diciembre de 2009. Reproducimos en su homenaje los dos primeros capítulos de sus memorias: De Bilbao a Oviedo pasando por el penal de Burgos (Pentalfa, 2002, págs. 21-37)
 

José María Laso Prieto (1926-2009) in memoriam (55m)
Teatro crítico nº 6, Oviedo, 23 de diciembre de 2009

Nacimiento y niñez

Nací en Bilbao, el 8 de diciembre de 1926, en la calle Mena, del proletario barrio de San Francisco. En esa calle estaban situadas muchas viviendas de ferroviarios, quizás por la proximidad a la Estación del Norte la única con vía ancha de Bilbao. Mi abuelo materno era ferroviario y a ello se debió mi nacimiento en tan significativo lugar. Significativo por el importante papel que desempeñó en la gran huelga ferroviaria de 1917. Entonces tuvieron –según me contaron después– que colocar colchones en las ventanas de la vivienda de mi futura madre, debido a que los soldados del Regimiento de León disparaban contra las viviendas de los ferroviarios huelguistas. Terminada la huelga, y los disparos, aparecieron varias balas en el interior de los colchones y en el suelo. Por otra parte, a mi futuro padre le tuvieron, como a otras personas, varias horas con los brazos en alto los soldados represores. Entonces cortejaba a mi madre y por ello se encontraba en la proximidad de las viviendas ferroviarias. Más tarde, al reflexionar sobre azar y necesidad, más de una vez he pensado que pude no haber nacido, ya que de haber sido con distinta composición genética no sería yo mismo.

Ahora bien, sería excesivo, en función de lo narrado, deducir que nací en el seno de una familia muy politizada. En todo caso, no más que la mayoría de las familias españolas de la época. Por vía materna, desciendo de alaveses –el abuelo de Laguardia y la abuela de Vitoria– que se consideraban carlistas y que, incluso, estaban emparentados con algún cuadro militar relevante de los que luchaban a las órdenes del Pretendiente don Carlos. Por la vía paterna, el color político era distinto. Mis abuelos procedían de Aranda de Duero y emigraron a Bilbao para mejorar su medio de vida. No obstante debían de contar con buenas relaciones, ya que mi abuela paterna fue la niña que entregó un ramo de flores al rey Amadeo de Saboya cuando este visitó Bilbao. Por su parte, mi abuelo paterno mantuvo también cierta actividad política en el campo republicano. Todo ello hasta que dispararon contra él, mientras se desplazaba a caballo, sin que resultase herido. Después de ello se replegó a sus actividades comerciales donde gozó de un merecido prestigio. Mi padre heredó del suyo su actividad en el campo de las representaciones comerciales. Sin embargo, su verdadera vocación era la deportiva. Participó intensamente en las actividades de diversos clubes futbolísticos y en las del Club Deportivo de Bilbao. En el ámbito de la actividad política, fue más bien un observador hasta que fue gradualmente politizándose, en vísperas de la guerra civil, llegando a integrarse en el campo nacionalista.

Mi primera impresión de un acontecimiento político, se remonta a la proclamación de la IIª República Española. Vivíamos en la calle Hurtado de Amézaga, que era entonces una de las más amplias de Bilbao. Aquel histórico 14 de abril de 1931 desfiló por ella una manifestación republicana. Como la vivienda disponía de un balcón, desde donde contemplar el desfile, a él acudimos y pudimos ver a numerosas personas que cantaban una versión españolizada de «La Marsellesa».

Todo ello lo recuerdo nítidamente, aunque todavía no había cumplido los cinco años. Los años 1932 y 1933 fueron los primeros de que tuve conciencia del tiempo, a través de los correspondientes calendarios. Por entonces fuimos a vivir al popular barrio de Basurto que disponía de una gran campa próxima que podíamos utilizar para nuestros juegos infantiles. La conocíamos como «La Petrolífera» ya que en sus proximidades estaban instalados depósitos de petróleo y otras instalaciones de la CAMPSA. Por lo accidentado del terreno, que se prolongaba hasta la vía del ferrocarril de La Robla, se había formado incluso un mini lago, en el que realizábamos rudimentarias prácticas de navegación. Próximo a Basurto se encontraba otro barrio popular, el de Recalde. Precisamente, en este barrio debía darse el mayor porcentaje de militancia comunista de Bilbao y, por ello, era conocido como la «Pequeña Rusia»: Estos datos de sociología política los conocería varios años después. De entonces recuerdo, sobre todo, los denominados «pedradeos». Se trataba de verdaderas batallas, con piedras como arma arrojadiza, en las que nos enfrentábamos los chicos de Recalde y Basurto. Generalmente, las contiendas se desarrollaban en la zona de «La Petrolífera» más o menos equidistante de ambos barrios populares. A veces, reforzábamos las piedras, del tamaño de un huevo de gallina, con la utilización de tiragomas e, incluso, con una especie de bomba que preparamos con el carburo contenido en un bote vacío de tomate. También se utilizaban otras armas, ya que un chaval de Recalde me dio con una barra de hierro en la cabeza durante uno de los «pedradeos». Me tuvieron que dar siete puntos de sutura en el Hospital de Basurto y mi primera inyección antitetánica. Luego me dieron otra por haberme caído en el ferial de ganado, también situado en Basurto, y dos más en otros incidentes de mi vida.

A esta época se remontan mis primeras lecturas literarias. Comenzaron en la Escuela Municipal de Indauchu donde asistía a clase. Una tarde, a la semana, la dedicaba el maestro a leernos narraciones y cuentos. De una vez, si eran cortos, o, en varias lecturas sucesivas, si eran largos. Aquellas sesiones me fascinaron y creo que en ellas se inició la extraordinaria vocación por la lectura que he mantenido a todo lo largo de mi vida. Recuerdo que entonces me impactaron mucho Alicia en el país de las maravillas y algunos cuentos de Jack London. Siempre agradeceré a aquel maestro el extraordinario placer que me proporcionó con sus lecturas colectivas. Recuerdo también que la primera novela que leí fue La Barraca, de Vicente Blasco Ibáñez. Tendría entonces unos ocho o nueve años y topé con ella por azar, ya que mi padre la había sacado de la Biblioteca de la SVRNE (Sociedad de Viajantes y Representantes del Norte de España) para leerla durante uno de sus viajes comerciales. Creo que el argumento de La Barraca lo comprendí perfectamente, a pesar de mi corta edad. Esa Biblioteca de la SVRNE estaba destinada a desempeñar un papel muy importante en mi formación cultural. Después de nuestro regreso del exilio, en Cataluña y Francia, tuve la gran suerte de topar con ella. Posiblemente fuese la única Biblioteca pública no depurada por los franquistas. Seguro que nunca pensaron que se habían dejado ese hueco en su labor inquisitorial.

En la Biblioteca de la SVRNE había libros totalmente imposibles de conseguir en aquel tiempo y lugar. Entre otros muchos que podría citar, bastará con mencionar El jardín de los frailes, de Manuel Azaña, Historia de Revolución Rusa de León Trotsky, El Catecismo de la Ciencia, del maestro libertario Francisco Ferrer Guardia, La conquista del pan, de Kropotkin, La busca de Pío Baroja, y todas las obras de Vicente Blasco Ibáñez. También había obras de Voltaire y de Rousseau. Fue una verdadera suerte poder disponer de tal biblioteca, que contaba con varios centenares de volúmenes, y que debí leer prácticamente en su totalidad. Los libros solicitados eran formalmente para mi padre, pero era yo el que los leía ya que él se inclinaba más por la prensa deportiva. Era un extraordinario lector del diario El Excelsior. Por ello, se limitaba a firmar la solicitud de libros –se podían obtener dos a la semana– y yo los recogía y leía. Todo ello sucedió cuando contaba con trece y catorce años. Otro hito importante en mi formación literaria se produjo la primera vez que leí El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Después, a lo largo de mi vida, he vuelto a leer varias veces la inmortal obra de Cervantes. Su lectura la viví muy intensamente soltando con frecuencia la carcajada, no sólo por el tronco fundamental de su argumento sino también por las ramas que constituían sus diversos relatos independientes. Como la lectura la tenía que realizar en la cocina, para no gastar más electricidad que la estrictamente necesaria, mis carcajadas eran oídas por todos mis familiares. Más de uno pensó que debía de padecer algún trastorno mental. Mi excepcional vocación por los libros, me llevó a constituir una pequeña biblioteca circulante que prestaba a mis hermanos y amigos. Todo ello antes de la guerra civil, pues sólo fue posterior a ésta la utilización sistemática de la Biblioteca de la SVRNE para mi formación. Mi biblioteca la fui adquiriendo poco a poco. El dinero que obtenía, de pagas y donativos familiares, lo destinaba a ese fin. Cuando había ahorrado suficiente para adquirir libros, mi madre me acompañaba a la librería. Los primeros libros los compré en la librería «Cámara» de la bilbaína calle de la Ribera. Eran una biografía de Cristóbal Colón y una Historia de España totalmente ilustrada.

Recuerdo que en la Historia de España figuraba una gran fotografía del rey Alfonso XIII y que el librero se ofreció a arrancarla pero mi que mi madre lo rehusó.

Cuando vivíamos en el popular barrio de Basurto –habitado por obreros y capas bajas de la pequeña burguesía– comencé a ser consciente de lo que se denominaba la «cuestión social». Por entonces, la gran crisis económica capitalista, iniciada en 1929 en los EEUU, repercutía fuertemente en España. Además de los parados totales, había muchos obreros que sólo podían trabajar dos o tres días a la semana. Muchos de mis amigos eran hijos de obreros y en sus casas podía observar los síntomas de la precariedad económica que sufrían. También tuve directo conocimiento de algunos de los choques sociales que se producían. Así un guardia de asalto mató, en una manifestación obrera, al tío de un amigo mío. Como es lógico, ello radicalizó mucho a su familia.

En el plano institucional, las cosas parecían ir mejor, a pesar del aldabonazo que había constituido la «sanjurjada». En general, oía hablar bastante bien de Manuel Azaña, y pronto comencé a leer fragmentos de sus famosos discursos, por haber ya iniciado la lectura diaria de la prensa. Aquellos años de 1932 y 1933, asistí a algunos desfiles militares conmemorativos de la proclamación de la IIª República Española. Me llamaron la atención los gritos de «¡Viva la República!» que pronunciaban los oficiales al pasar ante la tribuna presidencial. Quizás debido a que no fuesen muy sinceros. Dos años después nos fueron llegando informaciones sobre dos conflictos bélicos que pronto adquirieron también una gran importancia política. Se trataba de la invasión italiana de Abisinia y de la nipona de China. En la Escuela los niños tomábamos partido por uno u otro bando. La mayoría lo hicimos a favor de abisinios y chinos ya que su escasa dotación de armamentos hacía su actuación más heroica. Lo mismo sucedió respecto a las guerras púnicas. Muchos nos sentimos identificados con los cartagineses, ya que habían sido vencidos por los prepotentes romanos, y éramos mucho más admiradores de Aníbal que de Escipión el Africano.

Los niños asimismo percibíamos la creciente tensión política y social que suscitaba el intento de la derecha de vaciar a la República de su contenido democrático. Tal tensión no sólo se reflejaba en la prensa y en la radio sino que se mascaba también en la calle. Por ello no nos sorprendieron mucho los acontecimientos de octubre de 1934. Los adultos hablaban ya claramente de que debía impedirse el intento de que se implantase el fascismo por la vía legal, al igual que había sucedido en Alemania y Austria. En Vizcaya, salvo en Portugalete, no hubo insurrección armada contra la entrada de la CEDA en el Gobierno.

No obstante la huelga general fue total y duró varios días. Recuerdo nítidamente las enormes colas que se formaron ante las fábricas de pan. Algunas de ellas de varios kilómetros de largo.

El pan lo elaboraban los soldados, ya que todos los panaderos estaban en huelga. De vez en cuando se oían algunos tiros. Al parecer provenían de francotiradores situados en los tejados (conocidos por «pacos» por el sonido que producían sus disparos) que tiroteaban a la fuerza pública. Otro recuerdo que he mantenido, de octubre de 1934, es el del acuartelamiento del Ejército. Como el Cuartel del Regimiento de Garellano –único existente en Bilbao– estaba ubicado en el barrio de Basurto, nos quedaba muy cerca. Por ello muchos niños fuimos a contemplar el espectáculo del acuartelamiento. Los niños podíamos acercarnos bastante, lo que no estaba permitido a los adultos. En el recuerdo, la imagen que más nítida me ha quedado es la de la bella capa de los oficiales situados a la puerta del cuartel. Era una capa azul por fuera y roja por dentro.

A lo largo de 1935, y en el primer trimestre de 1936, la palabra que más se oía, o escribía, era Amnistía. Se trataba, por parte de las fuerzas de izquierdas, de obtener la amnistía de los 30.000 presos recluidos por la insurrección de Asturias. La amnistía debía asimismo incluir a los represaliados por la huelga general del resto de España. La campaña pro-amnistía no sólo se desarrollaba en los medios de comunicación –prensa y radio– sino también mediante carteles y pasquines colocados en las paredes de los edificios urbanos. Incluso se utilizaron igualmente las manifestaciones. Una de ellas la recuerdo muy bien, ya que me integré en ella como asimismo lo hicieron otros niños. Desde entonces quedó en mi memoria parte de la canción que los manifestantes entonaban. Decía así:

Si algún día vas a Asturias,
descúbrete compañero,
por la suerte que han corrido
esos valientes mineros.
Esos valientes mineros,
de la provincia de Oviedo,
que han demostrado al mundo
que no han conocido el miedo.
Ay, ay, ayai, cuantos obreros murieron
bajo las balas traidoras
de esos canallas del Tercio.

Entre los carteles y pasquines pegados a las paredes de los edificios urbanos, durante los años 1935 y 1936, suscitaron especialmente mi atención –por su colorido y tipografía– los dedicados a una campaña que el Partido Comunista de España lanzó contra la guerra y el fascismo. Aparecían pegados en innumerables fachadas. Entonces, para mí, el fascismo aparecía como algo exótico pero sin tener una idea concreta de su contenido. No tardaría en conocerlo por su actuación en España. Mientras tanto se produjo la campaña electoral que culminaría con los comicios del 16 de febrero de 1936. Asimismo se pegaron en las calles innumerables carteles y pasquines. Recuerdo que yo acostumbraba a leerlos cuando volvía de la Escuela. Seguía matriculado en la Escuela de Indauchu pero ya no vivíamos en el barrio de Basurto sino en la calle Fernández del Campo. Por lo tanto, la distancia de la Escuela a casa era bastante larga y así podía leer muchos carteles electorales. Especialmente recuerdo uno del Partido Radical, de Alejandro Lerroux, ilustrado por una baraja de cartas. La respuesta de los propagandistas del Frente Popular fue colocar otro cartel, debajo del lerrouxista, donde se decía «¡Dejaos de barajas y acordaos del estraperlo!». Con el término «estraperlo» se designaba una ruleta trucada con la que se estafó a los jugadores de los casinos españoles. El beneficiario fue –además del inventor del juego trucado– un sobrino de Lerroux. Como éste presidía entonces el Gobierno español, la estafa tuvo fuertes repercusiones políticas.

Nadie sabía entonces que con el término estraperlo se iba a designar al mercado negro en la posguerra española. Fue un caso único en Europa de utilización de tal neologismo.

La campaña electoral de 1936 también hizo que los niños tomásemos partido por una u otra coalición electoral. Generalmente, lo hacíamos según el posicionamiento de nuestros padres pero discutíamos de ello en la Escuela, los juegos callejeros, etcétera. La politización de la población era prácticamente total y había que optar por uno de los dos bandos contendientes: derecha o izquierda. Pocos meses más tarde hubo que hacerlo mucho más violentamente. Pero, ya por entonces, se daba mucha violencia en las calles. Habitualmente se trataba de tiroteos a pistola, entre los militantes armados de los diversos partidos políticos. Cuando se iniciaba uno de esos tiroteos, los transeúntes se refugiaban en los portales y escaleras de los edificios más próximos. Recuerdo con precisión uno de esos incidentes. Me encontraba con mi madre, y algún hermano, en la bilbaína plaza de La Casilla. Era un domingo por la tarde y había mucha gente. Entre otras causas, debido a que en dicha plaza se desarrollaba un baile popular. De repente se oyeron varios disparos y la plaza quedó desierta. Todos nos metimos en los portales e, incluso, como fue nuestro caso, dentro de un piso. Los dueños del mismo trataron así de tranquilizarnos. En el piso llegamos a reunirnos más de una treintena de personas. Nadie había visto a los que disparaban ni se sabía a qué partido político pertenecían. Sin embargo, el comentario general era «¡Estamos en vísperas de una guerra civil!». Pero esa frase se decía mucho aunque con poca convicción. La población civil seguía convencida de que, a pesar de todo, no habría guerra. Cuando ya se vio como inminente el riesgo de guerra fue desde mediados de julio de 1936. Es decir, después de los asesinatos del Teniente republicano Castillo y de Calvo Sotelo.

Recuerdo que al día siguiente fuimos a pasar la tarde en un merendero situado en las proximidades del barrio de Irala-barri donde vivía una hermana de mi madre. Esta nos acompañó en la merienda y toda la conversación entre las hermanas se centró en la inminencia de una guerra civil. Mi tía estaba casada con un socialista destacado y, lógicamente, daba la versión de su partido. Aquella fue la última conversación política que escuché antes de que estallase la guerra civil.

Vivencias de la guerra civil

La primera noticia que tuve de la rebelión militar contra la República fue a través de mi padre. Disponía entonces de un coche Morris que, para dedicarlo a sus actividades comerciales, había adquirido el año anterior. Con él se desplazó a trabajar a Ondarroa y allí, un cliente, le informó de la sublevación del Ejército de Marruecos. Supo captar la gravedad de la situación e inmediatamente regresó a casa aconsejando a mi madre que adquiriese provisiones alimenticias ya que podía producirse una escasez. En ello acertó, pues dos días más tarde se produjeron colas larguísimas, ante las tiendas de ultramarinos, que agotaron todas las reservas alimenticias. Así pronto se hizo necesario el racionamiento de tales productos. Durante la comida del día que conocimos el alzamiento contra el Gobierno legalmente constituido, mi padre nos informó de la versión que tenía de la rebelión en Marruecos. Como yo era el hijo mayor, hasta cierto punto constituía un interlocutor de los adultos. Por ello, quise situar en un mapa la ubicación geográfica de Marruecos. Como no tenía ningún mapa a mano, utilicé el que figuraba en la portada de la lista telefónica. Comprendía la península Ibérica y la zona del protectorado español en Marruecos. Recuerdo que dije: «Es difícil que llegue la guerra hasta aquí, pues Marruecos está demasiado lejos.» Lamentablemente no acerté, ya que al día siguiente se produjo el alzamiento de varias guarniciones militares de la península. La víspera de tales sublevaciones ya se notaba en la calle un ambiente anormal. Se veían muchas patrullas de guardias de asalto y guardias de seguridad que se desplazaban a caballo.

En Bilbao fracasó la sublevación del Regimiento de Garellano, al ser neutralizados los que la intentaron por suboficiales y soldados leales a la República. Dirigían a los rebeldes el comandante Murga y los tenientes Ausín y del Oso. Recuerdo haber leído con atención la abundante información que la prensa facilitó sobre su juicio y ejecución posterior. Todo ello con el más escrupuloso respeto a la legalidad y facilitando a los conspiradores las más amplias facilidades para su defensa. Por el contrario, en la vecina San Sebastián sí llegó a sublevarse la guarnición militar. Inmediatamente se organizó en Bilbao una columna motorizada solidaria para ayudar a los demócratas donostiarras. Estaba mandada por un oficial republicano de la Guardia de Asalto, ya que la mayoría de la fuerza expedicionaria pertenecía a dicho Cuerpo. La columna estuvo unas horas aparcada en Basurto, mientras se completaba, y fuimos muchos los chavales que acudimos a contemplarla. Muchos de los coches y camiones que la integraban habían sido protegidos por planchas de hierro. Ello nos impresionó mucho hasta que nos enteramos de la ineficacia de tal blindaje.

Poco a poco se fue creando un clima de guerra en Bilbao. En las paredes aparecían constantemente numerosos bandos del gobernador civil dictando normas para asegurar el orden público frente a cualquier intento faccioso. Se llamaba José Echevarría Novoa y pertenecía a Izquierda Republicana. Continuó desempeñando sus funciones hasta que, en octubre de 1936, se constituyó el Gobierno de Euskadi presidido por José Antonio Aguirre y Lecube. El clima bélico se acentuó en las proximidades de mi casa al ser convertida en cuartel la Escuela Municipal de La Concha, situada en la esquina de dicha calle con la de Fernández del Campo. Pronto se concentraron en ella numerosos voluntarios que querían luchar contra el fascismo. Al principio se les llamaba milicianos y, después, combatientes republicanos o gudaris. En el patio de la Escuela hacían la instrucción, que era contemplada desde el exterior por un público solidario. Con frecuencia se oían los gritos de «¡Muera el fascismo!» y «¡Viva la República!». Había mucho entusiasmo y nadie dudaba del triunfo de los leales. En la terminología popular se hablaba de leales y facciosos o de republicanos y fascistas. Nadie esperaba que el alzamiento diese lugar a una guerra prolongada. A tal optimismo contribuía, en estos primeros días, el fracaso del alzamiento faccioso en Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga y otras capitales. Seguíamos las informaciones bélicas por radio y luego las comentábamos no sólo entre los niños sino también con los adultos.

El clima bélico se agudizó todavía más con la habilitación de refugios antiaéreos. Algunos dejaban bastante que desear respecto a seguridad, aunque quizás fuesen adecuados para la potencia de las bombas de la época. En el portal de nuestra vivienda se habilitó uno de esos refugios utilizando sacos terreros. El edificio había sido construido recientemente, era de hormigón y tenía siete pisos. Bastaba por ello con proteger la entrada del portal y una ventana que daba a un patio. Desconozco lo que habría sucedido de producirse un impacto directo, aunque en sus proximidades cayeron algunas bombas que no llegaron a estallar. En enero de 1937 sí se produjo un impacto directo sobre un refugio antiaéreo. El refugio estaba situado en los bajos de la fábrica de Cotorruelo, ubicada en el barrio de Santuchu. Se produjeron numerosos muertos y heridos que provocaron la ira popular. Como consecuencia, algunos de los buques-prisión surtos en la ría fueron asaltados por una violenta muchedumbre que asesinó a algunos de los presos. Fue el único desbordamiento de masas que se produjo en Vizcaya y no volvió a repetirse otra alteración grave del orden público. Como los aviones que bombardeaban Bilbao eran alemanes –integrantes de la Legión Condor– pronto se desencadenó el odio antigermánico. En consecuencia, no es sorprendente que al ser derribado un avión alemán, y lanzarse la tripulación en paracaídas sobre el monte Pagasarri, uno de sus pilotos fuese linchado por la indignada multitud. Al parecer, también se lincharon en Inglaterra algunos pilotos nazis en represalia de sus bombardeos terroristas. Ello dio lugar a un neologismo: el término «coventrizar» (de Coventry).

Los aviones alemanes que bombardeaban Bilbao eran fundamentalmente trimotores «Junker 52» y bimotores «Heinkel 111». Partían de las mismas bases alavesas que después utilizaron para los bombardeos de Durango y Guernica. Al comienzo de la contienda, Bilbao no sólo contaba con la defensa antiaérea, constituida por la DECA, sino también con algunas escuadrillas de caza. Por haber derribado a varios aviones enemigos, pronto se hizo popular el piloto republicano Felipe del Río. Lamentablemente, luego fue derribado también, pero no por el enemigo sino por los cañones antiaéreos del destructor republicano «José Luis Díez» surto en la ría de Bilbao. No llegó a esclarecerse si fue un acto de traición o de impericia.

Aunque las alarmas aéreas tenían el inconveniente de la presión que sobre el estómago creaba el sonido de la sirena de alarma, era todavía peor el efecto de los bombardeos que el crucero «Almirante Cervera» realizó con sus cañones navales contra la costa de Vizcaya. Algunos llegaron hasta Bilbao y así uno de ellos derribó una casa en la calle Iturrizar, próxima a Hurtado de Amézaga. Este obús estuvo próximo a terminar con mi vida. Con mi hermano Aurelio, y un amigo de mi edad, había rehusado ir al refugio de nuestro portal, no obstante haber sonado la alarma aérea. Cuando nos encontrábamos en la calle Iturrizar oímos un fuerte silbido y, rápidamente, un miliciano próximo nos tiró al suelo. Gracias a ello salvamos la vida, pues de haber permanecido de pie habríamos sido segados por la metralla. El inconveniente del bombardeo naval es que este se producía imprevistamente y sin ninguna advertencia de las sirenas de alarma. Cuando después llegamos al refugio del portal de nuestra vivienda, mi madre estaba muy alarmada. Alguien le había informado, antes de nuestra llegada, del riesgo que habíamos corrido. Nos evitamos una buena tunda gracias a que nuestra madre tuvo en cuenta el trauma psíquico que habíamos corrido.

Empero la guerra tiene para los niños no sólo sus aspectos de tragedia sino de juego. Recuerdo que jugábamos con balas, gorros de miliciano, correajes, &c. Incluso con vainas vacías de obuses de artillería ligera. También nos divertíamos yendo a ver los desfiles oficiales de las fuerzas leales. Recuerdo especialmente uno que fue importante, tanto por la unidad militar que lo protagonizó como por la autoridad que lo presidió. El desfile lo realizó la denominada «Columna Meabe» que por entonces se había hecho muy popular. El nombre se lo debía a Tomás Meabe, fundador de las Juventudes Socialistas Vascas, ya fallecido unos años antes. El desfile se realizó a lo largo de la ancha avenida que constituye la Gran Vía bilbaína. Al estar situado en tal calle el imponente edificio que constituía la Diputación de Vizcaya, su gran balcón-terraza, del primer piso, se utilizó como tribuna presidencial. Desde ella, el presidente del Gobierno de Euskadi, José Antonio Aguirre, presenciaba el paso de las tropas y saludaba a sus banderas. Numeroso público se alineaba a lo largo del recorrido y aplaudía con entusiasmo a los combatientes de la columna.

Como las actividades escolares habían cesado con el comienzo de la contienda, los niños teníamos mucho tiempo libre. Lo utilizábamos de la forma más diversa. Inspección ocular de algunas calles recientemente bombardeadas, visita a la entrada del Hotel Carlton –se había instalado allí el Gobierno de Euskadi– para leer los grandes letreros en euskera con que se había rotulado. También nos dedicábamos a leer los carteles y pasquines de la propaganda republicana. Algunos eran magníficos y más tarde me enteré que se debían al pincel del gran artista valenciano Josep Renau. Otras veces nos dedicábamos a leer periódicos de distintas fuerzas políticas de la República que se habían pegado a las paredes de los edificios. Recuerdo uno de ellos donde se proporcionaba amplia información sobre la entrada del teniente coronel Vicente Rojo –futuro jefe del Estado Mayor del Ejército Popular de la República– en el Alcázar de Toledo para conseguir la evacuación de las mujeres y niños que permanecían en la fortaleza. Desde entonces seguí la trayectoria militar de Rojo, sin duda, la mejor cabeza del Ejército español y hombre de una honestidad e integridad a toda prueba. Años después, una vez que había estudiado todas sus obras y campañas, publiqué en la revista El Basilisco el trabajo «Franco y Rojo: dos estrategias en la guerra de España» donde, sobre una base documenttal, demostraba la gran superioridad de la estrategia del general Rojo respecto a la de Franco. Era el homenaje que se podía rendir al artífice del éxito de la defensa de Madrid en noviembre de 1936 y de tantas operaciones militares posteriores.

La guerra civil española tuvo para mí otra consecuencia relevante. La de obligarme a seguir los acontecimientos por la prensa diaria. En los primeros días de la guerra, además de la lucha callejera en las principales ciudades, seguí con atención la ofensiva facciosa contra Irún, hasta el incendio final que semidestruyó la localidad fronteriza. Cuando, en noviembre de 1939, nos retuvieron dos días en Irún –en una especie de campo de concentración para repatriados que regresaban de Francia– todavía se notaban mucho en Irún los efectos de los combates. También suscitaron mi atención los combates que se libraban en Asturias en torno al cerco de Oviedo. La prensa vasca les otorgaba mucho espacio, seguramente por la participación en ellos de batallones vascos. Recuerdo especialmente la activa participación de tales batallones en la ofensiva republicana, lanzada en febrero de 1937, contra el pasillo que entonces unía a Oviedo con el resto de la zona facciosa. En estos combates, desarrollados en la zona de los montes del Escamplero, cayó mortalmente herido el comandante Saseta, que mandaba los batallones vascos que actuaban en Asturias. Se le hizo un gran entierro en Bilbao que constituyó una extraordinaria manifestación de duelo. El recuerdo es mayor debido a que participé en el entierro junto con otros chavales. Asimismo lo hice en otros entierros bélicos que no recuerdo con tanta precisión.

En Bilbao no sólo seguíamos los combates de frentes próximos sino también el de otros lejanos. Así recuerdo el amargo sabor que entre nosotros produjo la pérdida de Málaga y, por el contrario, el gran entusiasmo que suscitó la victoria republicana de Guadalajara. En torno a ella surgieron innumerables chistes y canciones en las que se ridiculizaba a los fascistas italianos. De una de las canciones, recuerdo la estrofa en la que se decía: «Guadalajara no es Abisinia, allí los milicianos tiran con bombas de piña».

Mientras tanto, la situación en Vizcaya se fue haciendo más difícil. Además de los grandes bombardeos de Bilbao, de 25 de septiembre de 1936 y 4 de enero de 1937, existía el problema del abastecimiento alimenticio. Gradualmente se iban agotando las reservas acumuladas por las autoridades y el racionamiento se hizo cada vez más insuficiente. Era una consecuencia del bloqueo de Bilbao decretado por los facciosos y que fue posibilitado por la retirada de la Flota republicana al Mediterráneo. La existencia de un bloqueo de Bilbao –se llegó a afirmar incluso que el puerto había sido minado­– constituyó un reto para marinos británicos de espíritu aventurero. Hubo varios que con su audacia lograron burlar el bloqueo, permitiendo así incrementar apreciablemente las reservas alimenticias de los defensores de Bilbao. El buque que fue recibido con mayor entusiasmo, por el pueblo vizcaíno, fue el «Seven Seas Spray», a causa de la simpatía de su capitán, W. H. Roberts, y de la presencia a bordo de su joven y bella hija. La prensa bilbaína les dedicó amplio espacio en forma de reportajes y entrevistas.

Por entonces comencé a asistir a las clases de la «Academia Maeztu» en sustitución de las suprimidas clases de las escuelas públicas. En tal academia se realizaban también actividades teatrales y tuve un pequeño papel en una de ellas.

Después del fracaso de las ofensivas facciosas contra Madrid, se hizo evidente que la próxima sería lanzada contra Vizcaya. El peligro fascista quedó todavía más claro por la octavilla que el general Mola lanzó masivamente sobre Vizcaya. En ella, quien iba a dirigir esa ofensiva, amenazaba con arrasar Vizcaya si esta provincia rebelde no se rendía. Este truco semántico de invertir la posición real de los contendientes, era muy frecuentemente utilizado por los facciosos. Así juzgaban como reos de rebelión militar a quienes de­fendían al Gobierno legalmente constituido. La ofensiva facciosa contra Vizcaya fue lanzada desde los límites de Guipúzcoa y Alava, que habían sido previamente ocupados por los rebeldes. Una consecuencia de tal ocupación, fue la llegada a Bilbao de muchos refu­giados guipuzcoanos. Entre ellos, la de algunos primos y tíos de Eibar que militaban en el PSOE. Como no teníamos en casa suficientes habitaciones, tuvieron que pernoctar varios meses tendidos con colchones en los pasillos del piso.

La ofensiva contra Vizcaya comenzó por la zona de los montes Intxortas, al este del pueblo de Elorrio, el 31 de marzo de 1937. A través de la prensa y de la radio seguimos con emoción la heroica defensa que de sus posiciones hicieron los gudaris del comandante Beldarraín. Su tenacidad en la defensa, y el contraataque, constituiría la pauta del rumbo que iban a seguir los combates. Los ataques facciosos se lanzaban siempre con una gran superioridad en artillería y aviación. Así conseguían, a pesar de la tenaz defensa de los gudaris, conquistar durante el día algunas posiciones. Sin embargo, en la noche, eran después reconquistadas a la bayoneta por los defensores. De esta forma, la cumbre del monte Peña Lemona cambió varias veces de mano. No obstante, gradualmente los facciosos seguían avanzando hasta aproximarse al célebre «Cinturón de Hierro». Este estaba constituido por una serie de fortificaciones que podrían resultar inexpugnables en la defensa de Bilbao. De hecho, el «Cinturón de Hierro» había sido muy mitificado, ya que tenía numerosos puntos débiles y estaba todavía sin terminar. Por otra parte, su constructor, el ingeniero Goicoechea, simpatizaba con los facciosos y trató, por todos los medios, de ayudarles. Incluso pasándose al enemigo, con los planos del «Cinturón», en vísperas de la ofensiva. Aún así los facciosos concentraron una gran masa de artillería y aviación para lograr romper el «Cinturón». Así lo consiguieron, a mediados de junio de 1937, en la zona del Monte Gastelumendi (Larrabezua). A pesar de ello, todavía el Monte Sollube cambió varias veces de mano y los fascistas italianos experimentaron un fuerte revés entre Bermeo y Mundaka, hasta el punto de que se habló de él como si se tratase de un «pequeño Guadalajara». De todos estos combates recibíamos amplia información no sólo en la prensa diaria –que todos los días aparecía con grandes titulares exaltando la defensa– sino también en una revista juvenil (en forma de tebeo) titulada El Pionero y que era uno de los órganos de las Juventudes Comunistas. Sin duda era la revista más adecuada para los adolescentes, ya que lograba combinar la forma de lo que ahora se denomina comic con una buena orientación política. En todas las publicaciones de Vizcaya, tuvieron gran eco los bombardeos de Durango y Guernica realizados por la Legión Condor, de la Alemania nazi, y, en menor escala por la aviación fascista italiana. Recuerdo nítidamente los grandes reportajes fotográficos que se publicaron en la
prensa y algunos testimonios de los testigos directos. Tales testimonios impresionaron mucho entonces debido a que era la primera vez que se producían bombardeos masivos de la población civil. Si el impacto del bombardeo de Guernica fue grande en Vizcaya no fue menor en el extranjero. Los grandes diarios le dedicaron amplio espacio en el que se incluían declaraciones de diversas personalidades que condenaban el bárbaro bombardeo. En otro plano, la prensa vasca ya por entonces valoraba la actuación militar de algunos dirigentes comunistas como Jesús Larrañaga, Cristobal Errándonea, que mandaba el batallón «Rosa Luxemburgo», Francisco Galán y otros, por su especial combatividad y contundencia, y la del teniente de Estado Mayor, Ciutat, por su visión estratégica. Ciutat fue jefe del Estado Mayor del Ejér­cito del Norte, tanto en la etapa de mando del general Llano de la Encomienda como en la del general Gamir de Ulíbarri.

Gradualmente, los combates se acercaron al propio Bilbao y, antes de que evacuásemos a Santander, los fascistas atacaron los montes Archanda y Santo Domingo que separan a Bilbao del valle de Asúa. Los combates fueron muy encarnizados, especialmente en torno al Casino de Archanda. Éste, después de haber sido conquistado por los facciosos, fue recuperado por un duro contraataque de los gudaris en el que se
distinguieron los batallones «Kirikiño», «Itxasalde» e «Itxakurdía». En consecuencia la ruina del Casino fue total, como lo comprobé personalmente en 1940. Cuando ya los fascistas dominaban los montes próximos a Bilbao, comenzaron a alcanzar sus balas de fusil algunas de las calles. Una de esas balas dio en una pared próxima a mi portal y, al rebotar, cayó muy cerca de mis piernas. Quizás fuese de un «paco», dada la distancia existente entre Archanda y la calle Fernández del Campo. Aquella misma noche nos sobresaltó el gran estruendo producido por la voladura simultánea de los puentes de la ría. Voladura que sirvió de poco ya que las fuerzas atacantes rebasaron la ría en la zona de la Peña. Es decir, donde la ría era mucho más estrecha.

Se veía inminente la caída de Bilbao y muchos civiles trataron de evacuarlo por tren o carretera. Entre los que utilizamos la carretera figuraba mi familia. Incluso disponíamos de coche propio ya que, a pesar de las requisas, mi padre conservaba el suyo por su condición de funcionario de Hacienda del Gobierno de Euskadi. Para preservarnos de los bombardeos, mi padre decidió evacuarnos al pueblo cántabro de La Penilla, donde estaba ubicada la fábrica de Nestlé. En el coche llevábamos diversos objetos domésticos y un gran colchón en el techo. Tuvimos que pasar un control militar junto al Hospital de Basurto. Recuerdo perfectamente el aspecto bélico que presentaban aquellos gudaris, con sus bombas de piña colgando de sus cinturones horizontales y en diagonal. Poco después enfilamos la carretera de Santander. Un tramo de la misma discurre paralelo a la vía del ferrocarril y por esa vía circulaba el que seguramente era el último tren con evacuados de Bilbao. Como los fascistas dominaban ya la orilla derecha de la ría, comenzaron a disparar contra el tren. Las balas pasaban por encima de nuestras cabezas, ya que la vía discurre por encima de la carretera. Algo más adelante, en las proximidades de Castro-Urdiales, corrimos el riesgo de ser ametrallados por aviones fascistas que nos sobrevolaron. Para evitarlo, escondimos el coche en un lugar apropiado próximo a la carretera. Aunque la Delegación de Hacienda del Gobierno Vasco ya se había trasladado a Santander, mi padre trató de regresar a Bilbao para recoger en el piso algunos utensilios domésticos, pero ya los gudaris no le dejaron pasar debido a que Bilbao había caído el día anterior.

Nuestra vida en La Penilla fue mucho más agitada que lo que había previsto mi padre. El mando de la aviación republicana decidió instalar allí uno de sus campos de aviones de caza. No se mantuvo en secreto ya que nos enteramos hasta los niños. Fuimos a ver el campo y recuerdo que los aviones estaban camuflados con ramas de arbustos. Al enterarse los facciosos, realizaron varios bombardeos en la zona pero no acertaron con el campo al que, quizás, no habían localizado con precisión. Además, en La Penilla mi hermano Aurelio se cayó a un canal de la fábrica Nestlé y tuve que contribuir a salvarle. Después sufrimos una fuerte inundación que nos obligó a abandonar, momentáneamente, la vivienda con el agua hasta la cintura. Todo ello contribuyó a que mi padre realizase gestiones para evacuar la familia a Francia. De la gestión de tales evacuaciones se había encargado el Gobierno de Euskadi, mediante acuerdos con los gobiernos francés, británico y belga. Las evacuaciones se limitaban a mujeres y niños y a todos se nos proporcionó una tarjeta de identificación redactada en castellano y euskera. De La Penilla a Santander el viaje transcurrió sin incidentes. En Santander nos enteramos de que haríamos la travesía a Francia en un buque británico. Yo me figuraba que el buque sería como los que había visto en el cine. Es decir, con cubiertas, puente de mando y los correspondientes camarotes. Así me produjo cierta ilusión romántica la posibilidad de viajar en barco a un país extranjero. Empero, al embarcar, pronto se disiparon tales ilusiones. Se trataba no de un buque de pasajeros sino de un barco carbonero. En consecuencia no tenía camarotes sino grandes bodegas todavía bastante manchadas de carbón. Para acceder a ellas habían instalado unas escaleras de madera tan inclinadas y estrechas que quien bajaba por ellas no tenía deseos de volverlas a utilizar durante el viaje. En mi caso, ya que quería contemplar el mar, dejé a la familia –mi madre y tres hermanos menores– en la bodega y subí a cubierta. Durante los tres días que duró el viaje, de Santander a La Pallice, no volví a descender a la bodega a pesar de que hubimos de afrontar un pequeño temporal y no por ello contraje el habitual mareo.

La tripulación del «Molton» era totalmente de color, salvo la oficialidad. A los pocos niños que permanecimos en cubierta nos trataron muy bien, ya que nos obsequiaron frecuentemente con pan, queso y chocolate. El episodio más importante de nuestra travesía se concentró en el intento de apresarnos por parte del crucero faccioso «Almirante Cervera» que llegó a acercarse mucho al «Molton». Sin embargo, no pudo consolidar su presa, debido a que inmediatamente el crucero acorazado «Hood» –considerado entonces como el más potente del mundo– le obligó a retirarse. El «Hood» formaba parte de una escuadra, constituida en su mayoría por destructores, que el Gobierno británico había destinado a la protección de las mujeres y niños vascos a los que se evacuaba a Francia... El «Hood» desempeñó una función relevante en la IIª Guerra Mundial. Al ser hundido por el acorazado alemán «Bismarck», la Marina Británica hizo una cuestión de prestigio el hundirlo a su vez. Así la caza del «Bismarck» revistió el carácter de un combate de dignidad entre ambas marinas contendientes. Finalmente, tras una encarnizada persecución por el grueso de la Flota británica, el «Bismarck» fue hundido en el Atlántico. Mejor suerte tuvo nuestro «Molton» ya que aunque lo apresaron los buques facciosos –a su regreso de La Pallice– tuvieron que liberarlo poco después a consecuencia de la presión del Gobierno británico.

A nuestra arribada a La Pallice, pudimos contemplar numerosos buques anclados en el puerto y en sus inmediaciones. Muy próximo a nosotros estaba anclado el buque español «La Habana». Al parecer, hacía escala en su ruta a Leningrado transportando a niños españoles evacuados a la URSS. Como consecuencia, se intercambiaron saludos entre ambos buques. En las instalaciones del puerto nos atendieron las autoridades sanitarias y, al igual que en el «Molton», nos obsequiararon con pan, queso y chocolate. En La Pallice sólo permanecimos unas horas ya que poco después de nuestra llegada fuimos embarcados en un tren que nos llevaría a Aviñón, capital del Departamento de Vaucluse. Es decir, que atravesamos casi toda Francia de oeste a este. En Aviñón fuimos instalados en un campo de acogida donde estaban otros muchos evacuados españoles. Allí conocí por primera vez a los «boy-scouts», con su uniforme peculiar, pues se interesaban por muestras vicisitudes. Tanto en el trayecto en tren, como en el campo de acogida, fuimos muy bien recibidos por los franceses. No se puede decir lo mismo del comportamiento del Gobierno francés cuando se produjo la evacuación de Cataluña. Empero, para ser justos, hay que distinguir entre el comportamiento de las autoridades y el del pueblo francés. Nosotros recibimos muchas pruebas emotivas de su solidaridad con el pueblo español.

De Aviñón fuimos trasladados a un pueblo llamado Jonquieres, situado también en el Departamento de Vaucluse. Jonquieres está situado entre dos pueblos franceses bastantes conocidos entonces: Orange y Carpentrás. Orange, por estar situado allí uno de los mejor conservados arcos de triunfo romanos y Carpentrás por ser el lugar de nacimiento del nefasto o francés Eduard Daladier. En Jonquieres permanecimos poco más que un trimestre en unas condiciones casi bucólicas. Formábamos un pequeño conjunto de refugiados, exclusivamente de Bilbao y San Sebastián, alojados en unas casas próximas. Las comidas las hacíamos en un edificio común y estaban muy bien de calidad. Con amigos franceses hacíamos muchas excursiones por los campos cercanos. En una ocasión llevaron a Orange y tuvimos oportunidad de contemplar a gusto el célebre arco triunfal. En Jonquieres tuve mi primer contacto con la enseñanza francesa. Durante un trimestre asistí a las clases de la Escuela de la localidad. El maestro era muy amable y por su mediación adquirí mis primeros conocimientos en francés. También allí aprendí a circular en bicicleta, ya que nos prestaban éstas nuestros amigos franceses. Entre adultos españoles de Jonquieres se comentó mucho la extraña amistad que parecía existir entre el párroco pueblo y el cartero, ya que este último era militante comunista. Con frecuencia se veía conversar a ambos vecinos. Los españoles de entonces, en función de la viceralidad que había introducido la guerra civil española, difícilmente admitían tal convivencia.

Mientras permanecíamos en Jonquieres llegó mi padre procedente de España. Había logrado embarcar en Santander, poco antes de su caída en manos de los italianos, en compañía de los demás miembros de la Delegación de Hacienda del Gobierno de Euskadi. Después de diversas vicisitudes, derivadas del acoso de la Flota facciosa, lograron desembarcar en el puerto francés de Saint Nazaire. Debiendo pasar a trabajar en la Delegación de Hacienda del Gobierno Vasco en Barcelona, mi padre permaneció poco tiempo entre nosotros ya que siguió viaje a la capital catalana.

Hacia el otoño de 1937 nosotros –mi madre y sus hijos– también nos dirigimos a la zona republicana de Cataluña. El viaje lo realizamos en trenes normales hasta la localidad fronteriza de Port-Bou. Al entrar en España nos trasladaron a vagones de ganado y en ellos realizamos el viaje hasta Gerona. De Gerona nos llevaron en autobuses hasta el pueblo de La Sellera de Ter. Se trataba de un pueblo situado en el ferrocarril Gerona-Olot muy cerca de la localidad industrial de Anglés. Fuimos alojados en un convento vacío y hacía de comedor una iglesia próxima. Todo hacía suponer que en la comarca la represión del clero había sido dura.

También se observaba una fuerte influencia liber­taria ya que todo el pueblo estaba plagado de grandes cartelones y murales con la típica imagen de Durruti en pasamontañas. La noche posterior a nuestra lle­gada, fuimos invitados, mi hermana Ángela y yo, a cenar en casa de unos vecinos dedicados a la agri­cultura. Fue una buena cena, para las circunstancias de entonces. Otros niños evacuados fueron invitados a casa de diversos vecinos. Debió tratarse de una medida de solidaridad adoptada por las autoridades republi­canas locales.

Tal solidaridad debe contextualizarse en la precaria situación alimenticia que se daba entonces, incluso en una comarca agrícola como era la cuenca del río Ter. En el comedor colectivo de la Iglesia sólo se nos suministraba a los evacuados lo que denominaban «farru». Es decir, harina de maíz con agua pero sin aceite. Y ello como comida y cena diarios. Es obvio que tal dieta, aunque reuniese un número suficiente de calorías, tenía carencias alimenticias importantes. Como la necesidad agudiza el ingenio, los chavales pronto adoptamos iniciativas para completar nuestra pobre alimentación. La primera de todas estaba encaminada a obtener fruta. Más allá de los muros de nuestro convento, existía un gran huerto dotado de muy diversos árboles frutales, algunos muy próximos al muro del convento. El método que utilizamos, para adquirir su fruta, era algo sofisticado. Consistía en una larga caña –de un diámetro parecido al de las escobas– en uno de cuyos extremos practicábamos una incisión que permanecía abierta por haber colocado entre ambos extremos de la misma una astilla de caña. De esa sección de la caña colgábamos un bote de tomate vacío. Provistos de tal artilugio, nos subíamos a un árbol del convento situado cerca del muro. Desde allí acercábamos la caña hasta las frutas de los árboles próximos. Con los adecuados movimientos, lográbamos sujetar una rama con fruta. Empujando un poco más saltaba la astilla y, generalmente, conseguíamos que la fruta cayese en el bote de tomate vacío. Bastaba luego con retirar la caña y ya teníamos la apetitosa fruta.

Otras formas de obtener complemento alimentario, era incursionar en las huertas de los payeses como depredadores. Nos hacíamos así con panochas de maíz, nabos y calabazas. El maíz normalmente lo tostábamos, mientras que los nabos y calabazas los comíamos crudos después de pelarlos con nuestras navajas respectivas. Todos los niños evacuados teníamos nuestra correspondiente navaja y muchas veces charlábamos colectivamente mientras pelábamos y comíamos nabos. Más tarde construimos una balsa de cañas –muy abundantes en la ribera del río Ter– que utilizábamos para efectuar desembarcos en las huertas próximas.

Ello determinó que los payeses reaccionasen disparando contra nuestros traseros con escopetas de sal. Incluso llegaron a detener a uno de los chavales mayores al que retuvieron 48 horas en el calabozo municipal. Recuerdo que los payeses nos gritaban «¡Lladres castellans!» (¡Ladrones castellanos!). Nosotros contestábamos que no éramos castellanos sino vascos, pero a los payeses no les interesaban tales precisiones. Para justificar nuestra actuación –como un caso de necesidad admisible judicialmente– hay que tener también en cuenta que durante todo ese tiempo carecíamos de pan. Al parecer, dada la escasez de cereales en la zona republicana, no se pudo asegurar su suministro mediante el correspondiente racionamiento. Tampoco era fácil obtener suministro de los payeses mediante el preceptivo pago monetario. Su frase más frecuente era: «si no porta cambi no nia res»; es decir «si no lleva algo que cambiar no hay nada». Seguramente no se fiaban del dinero republicano y optaban por el trueque directo.

El primer invierno de nuestra estancia en La Sellera fue extremadamente duro. La temperatura debió bajar hasta casi 20 grados Celsius bajo cero. Coincidió con la dura batalla de Teruel en la que muchos combatientes de ambos bandos sufrieron congelaciones de brazos y pies. Además, en La Sellera se vio –al igual que en el frente de Teruel– una aurora boreal sin precedentes conocidos en España. Otra prueba de las bajísimas temperaturas que tuvimos que soportar es que se heló completamente el río Ter. Desde un puente, cerca de Anglés, los chavales lanzábamos grandes rocas sobre el hielo del río sin conseguir horadarlo. También atravesábamos el río a pie por encima del hielo.

En Anglés las empresas textiles habituales habían sido transformadas en fábricas de municiones. Trabajaban en ellas mujeres, incluyendo las refugiadas adultas. Los niños íbamos los fines de semana a Anglés a ver las películas de los sábados y domingos que para los refugiados eran gratuitas. También era gratuito para nosotros el tren hasta La Sellera. Así pudimos ver no sólo las películas españolas del momento sino las procedentes de diversos países, incluyendo algunas de gran calidad. Durante el buen tiempo hacíamos largas excursiones por las riberas del Ter o nos bañábamos en el río. Otras veces teníamos que desplazarnos a los montes cercanos para adquirir leña. Después la transportábamos en haces situados a la espalda y que llegaban casi hasta el suelo. Este procedimiento lo aprendimos de los payeses.

Al cabo de un par de meses, fuimos trasladados a una masía situada en las afueras del pueblo. Fueron varias familias a las que sólo se concedió una habitación por unidad familiar. Cada una de ellas disponía de un pequeño hornillo eléctrico con el que cocinar. Así pudimos conseguir una mayor variedad alimenticia, aunque persistió la fuerte escasez. Mi padre venía los fines de semana desde Barcelona. Allí logró, a veces, hacerse con alguna mercancía útil. Por ejemplo, de un bote de leche condensada. En La Sellera consiguió un trueque útil para ambas partes. Un bote de leche condensada se lo cedió a un payés que tenía a su hijo en el frente del Ebro, a cambio de un litro diario de leche durante un mes. La leche condensada se pudo enviar al hijo del payés y la leche fresca fue para la alimentación de mi hermano Fernando.

Este había nacido el mismo día que inició el general Molan su ofensiva contra Vizcaya. Pronto se le produjo una hernia que no se pudo reducir, debido a que no había bragueros en la zona republicana. Tampoco había calzado y, por ello, utilizábamos zuecos para caminar. Más tarde, nuestras madres fabricaron una especie de alpargatas confeccionadas con tela blanca y que llevaba por suela goma sacada de cubiertas de automóviles y camiones. La escasez de comida nos llevó a la chavalería a comernos las algarrobas que contenía un gran arcón de madera situado en la masía donde vivíamos. Tal algarroba la utilizaba para alimentar a sus dos mulas un campesino afiliado a la CNT. (Después me enteré que había sido fusilado por los fascistas cuando entraron en La Sellera.) Cuando el mulero se enteró de quién le había robado las algarrobas, se desplazó al lavadero municipal donde mi madre estaba haciendo la colada. Rápidamente la increpó diciéndole: «la canalla de sus hijos me han robado la algarroba que tenía para alimentar al ganado». Mi madre se ofendió mucho de que se nos calificase de canallas por tal robo menor. El equívoco se disipó poco después cuando se enteró de que el término catalán «canalla» equivalia al de «chavalería» en castellano.

Una ventaja con la que contaba la masía, era la de disponer de un terreno para dedicarlo a huerta. Nos correspondía a cada familia una pequeña parcela. Yo no tenía ni idea del cultivo agrícola, pero pronto aprendí gracias al asesoramiento de un chaval de mi edad que había tenido una huerta en su Sestao natal. Poco a poco me fascinó el fenómeno de la germinación de las semillas sembradas y del crecimiento paulatino de las plantas. Así, durante poco más de un año, me dediqué a la agricultura, en pequeña escala, con las diversas operaciones que ésta conllevaba. Recuerdo haber recolectado lechugas, berzas, coliflores, pimientos y hasta tabaco. Este último era muy apreciado debido a que había desaparecido de los estancos. La mayoría de los fumadores fumaban espliego, hojas de patatas y otras sustancias extrañas. Los niños fumábamos también espliego con pipas que nos habíamos hecho con cañas de las riberas del río Ter. En la Sellera acrecenté mi formación –especialmente en matemáticas– con clases que a los niños evacuados nos daba un refugiado apellidado La Justicia. Tales conocimientos me fueron de mucha utilidad en Francia. También asistíamos a las clases de la escuela del pueblo. El maestro era comunista e iniciaba sus clases con el cántico colectivo de «La Internacional». Así, por primera vez en mi vida, entoné la versión comunista de la célebre canción proletaria. Hasta entonces sólo había conocido la versión socialista.

El maestro nos informaba diariamente de las novedades que se habían producido en los diversos frentes. Así los niños podíamos comentar con los adultos la marcha de la guerra y otros acontecimientos políticos. Todos éramos entusiastas partidarios de la causa de la República pero nos dividíamos en optimistas y pesimistas. Un acontecimiento que acrecentó mucho el optimismo de todos fue la ofensiva republicana en el frente del Ebro. Recuerdo claramente aquel 25 de julio de 1938. Antes de que se publicase la noticia en la prensa, nos llegaron oralmente las primeras informaciones. Después, en diarios y revistas, se publicaron amplios textos ilustrados con abundantes fotos. De esta forma pudimos seguir detalladamente la operación, tanto en su fase ofensiva como en la defensiva. Asimismo seguimos con interés el desarrollo de la Conferencia de Munich en la que Daladier y Chamberlain capitularon ante el fascismo internacional. A partir de ese momento el pesimismo se generalizó, aunque muchos confiábamos en que nuestra guerra enlazase con una guerra internacional que se consideraba inminente. Tal cambio en la coyuntura internacional podía suponer la salvación de la República Española, asfixiada por el acoso conjunto de la agresividad nazi­fascista y la pasividad de la «no intervención franco-británica».

En los últimos meses de nuestra estancia en La Sellera, mejoró bastante la alimentación de los niños evacuados. Fue gracias a la solidaridad de los cuáqueros. Los directivos de este colectivo religioso norteamericano concertaron un acuerdo con las autoridades republicanas para ayudar a los niños refugiados. En La Sellera montaron un comedor en el que nos daban de merendar a los niños vascos. La merienda consistía en sendos tazones de Maizena y en una galleta parecida a la de los barcos. Todo ello en abundancia y sin que se nos exigiese una contraprestación religiosa. Entre los niños catalanes produjo disgusto que a ellos no se les incluyese en tal solidaridad internacional. Nosotros también lo lamentamos pero no pudimos impedirlo.

Después de la batalla del Ebro, corrimos el riesgo de ser bombardeados. A pocos kilómetros de La Sellera habían construido una presa sobre el río Ter con su correspondiente central eléctrica, situada junto al pueblo de El Pastoral. Los aviones fascistas sobrevolaron La Sellera y dejaron caer sus bombas en El Pastoral sin acertar con la central. Trataban de privar a Cataluña de energía eléctrica, pues esta zona republicana ya había perdido la procedente del Noguera Pallaresa, a consecuencia del avance fascista por los valles pirenaicos. Como consecuencia de tal avance, quedó aislada la 43 División republicana que finalmente se retiró a Francia. Se comentó entonces mucho, en nuestro medio, que casi la totalidad de la unidad (más del 95%) prefiriese volver a la zona republicana no obstante el sacrificio que ello suponía. Las autoridades francesas les dieron a elegir entre las dos Españas enfrentadas.

Uno de los que volvió a Cataluña era precisamente el marido de la vecina de la habitación más próxima. Pertenecía al arma de Carabineros que estaba siendo potenciada por las reformas que introdujo el presidente del Gobierno Republicano, Dr. Juan Negrín. Era interesante oír al carabinero, al que dieron unos días permiso, el relato de su odisea.

Mi padre tenía intención de llevarme a Barcelona para que conociese la gran ciudad catalana. Sin embargo, a causa de la intensificación que entonces experimentaron los bombardeos contra la población civil, mi madre no ­lo permitió. Tuve que contentarme con visitar la ciudad de Gerona. Aunque no fue una visita detallada, lo que vi me gustó mucho. Mientras recorríamos la ciudad, una escuadrilla de la aviación republicana la sobrevoló a baja altura. Recuerdo que mucha gente aplaudió a los pilotos que, en sus carlingas abiertas, saludaban con las manos.

Cuando mi padre llegaba a La Sellera me pedía que le leyese los diarios que traía de Barcelona. Lo hacía mientras que él realizaba tareas mecánicas o gimnasia. Le leía especialmente los partes de guerra republicanos. Así pudimos seguir detalladamente la defensa que en Viver frenó la ofensiva facciosa contra Valencia y toda la operación del doble cruce del Ebro. Igualmente­ interesaron mucho los acontecimientos de Checoslovaquia que culminaron con la capitulación de Munich ante la agresividad fascista. La creciente gravedad de la situación en Cataluña, y de la coyuntura ­nacional e internacional, llevó a mi padre a decidir que la familia se desplazase de nuevo a Francia mientras él permanecía en Barcelona. De nuevo era el Gobierno Euskadi el organizador de tales evacuaciones.

El viaje a Francia lo realizamos cómodamente por ferrocarril. Primero a Gerona y de esta ciudad a la localidad fronteriza de Port-Bou. En este pueblo ­pasamos los trámites aduaneros. Yo estaba un inquieto por si los carabineros descubrían que mi madre había cosido, dentro de los forros de las hombreras de mi abrigo, algunos billetes impresos durante la monarquía. No dieron con ellos pues el cacheo fue superficial. El resto del dinero español que llevábamos encima lo entregamos para el Socorro Rojo Internacional. Mientras permanecíamos en la Estación de Port Bou, entró, procedente de Francia, un tren de presos canjeados. Es decir, de republicanos que estando presos en la zona facciosa habían sido canjeados por fascistas que estaban prisioneros en la zona republicana. Los canjes los organizaba el Comité Internacional de la Cruz Roja. La escena fue muy emotiva por el ambiente que los expresos crearon con sus canciones y gritos republicanos. Poco les duraría tal euforia, pues ya quedaba poco tiempo para la caída de Cataluña en las garras del fascismo.


In memoriam José María Laso

La Nueva España, Oviedo, martes 22 de diciembre de 2009

Fallece el histórico militante y filósofo comunista
José María Laso Prieto

Nacido en Bilbao hace 83 años, murió a medianoche de ayer en Oviedo, ciudad de la que era hijo adoptivo. Afiliado al PCE en 1947, pasó ocho años en la cárcel y era experto en el pensamiento de Gramsci

José María Laso Prieto El filósofo y militante comunista José María Laso Prieto (Bilbao 1926) falleció ayer a los 83 años, minutos antes de la medianoche, en el Hospital Monte Naranco de Oviedo, la ciudad donde residía desde 1968 y de la que era hijo adoptivo. En los últimos meses, dado su delicado estado de salud, había ingresado frecuentemente en este centro sanitario por problemas respiratorios.

José María Laso Prieto, nacido en Bilbao el 8 de diciembre de 1926, se afilió al Partido Comunista en 1947 y militó en la clandestinidad. Estuvo encarcelado en tres ocasiones, llegando a sumar 8 años de cárcel, y contaba que en la tercera de esas detenciones fue torturado durante 22 días, «pero aguanté, no delaté a ningún compañero», relató a LA NUEVA ESPAÑA. Esa resistencia fue reconocida por el Partido Comunista, que lo nombró miembro del comité central en el VI Congreso del PCE, celebrado en Praga. Tras salir del penal de Burgos se desplazó a Oviedo, donde fijó su residencia en 1968. Licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo, Laso Prieto publicó numerosas obras y artículos y era especialista en el pensamiento del filósofo italiano Antonio Gramsci. Fue nombrado hijo adoptivo de Oviedo en 2004, en un acto en el que glosó su figura Santiago Carrillo. La Biblioteca Municipal de Ventanielles lleva su nombre. En octubre de 2007 fue borrado de las listas de militantes de IU junto al resto de los afiliados del sector crítico de Oviedo.

Encarcelado por sus actividades subversivas en el Partido Comunista, fue detenido tres veces y permaneció ocho años en prisión, tanto en Bilbao como en el Penal de Burgos. Una vez excarcelado y asentado en Asturias, además de proseguir sus actividades dentro del PCE, Laso Prieto realizó una intensa actividad como presidente de la Fundación Isidoro Acevedo, vinculada al Partido Comunista, y ejerció como vicepresidente de Tribuna Ciudadana en la capital asturiana. Como especialista en Gramsci y en la teoría del uso alternativo del Derecho, este histórico militante comunista impartió conferencias en muy diversas ciudades de España y del extranjero. También formaba parte de las juntas directivas de las asociaciones filosóficas Sociedad Asturiana de Filosofía y Nódulo Materialista.


Público, Madrid, miércoles 23 de diciembre de 2009

Fallece el histórico militante comunista José María Laso

Filósofo y militante del Partido Comunista de España desde 1947, falleció anoche en el Hospital Monte Naranco de Oviedo a los 83 años

José María Laso Prieto El filósofo José María Laso, militante del Partido Comunista de España desde 1947, falleció anoche en el Hospital Monte Naranco de Oviedo a los 83 años, según ha informado hoy la Asamblea de Ciudadanos por la Izquierda (ASCIZ).

Laso (Bilbao, 1926) fue encarcelado en tres ocasiones por la dictadura franquista y permaneció ocho años en prisión por su militancia en una formación clandestina que le eligió miembro de su comité central en su VI Congreso, celebrado en Praga en 1960.

Tras abandonar el penal de Burgos donde cumplía condena fijó su residencia en Oviedo en 1968, se licenció en Derecho, publicó numerosas obras y artículos y se convirtió en un especialista en las teorías del filósofo italiano Antonio Gramsci.

En la capital asturiana, de la que es hijo adoptivo desde 2004, ejerció una intensa actividad cultural al frente de la Fundación Isidoro Acevedo, vinculada al PCE, y desde su cargo como vicepresidente de Tribuna Ciudadana.

En la crisis abierta en el seno de IU en Asturias, Laso se alineó con el denominado sector crítico nucleado en torno a la dirección del Partido Comunista de Asturias y a la coalición en Oviedo, lo que le valió ser eliminado de la lista de militantes de esta formación.


20 minutos, Oviedo, miércoles 23 de diciembre de 2009

El PCA y Asciz organizan una Ceremonia Civil de despedida a José María Laso Prieto.

El Partido Comunista de Asturias y la Asamblea de Ciudadanos por la Izquierda celebrará mañana miércoles, a la una del mediodía, en el Salón de Recepciones del Ayuntamiento de Oviedo, una Ceremonia Civil de despedida al camarada José María Laso Prieto.

EUROPA PRESS. 22.12.2009. El Partido Comunista de Asturias y la Asamblea de Ciudadanos por la Izquierda, organizadoras de ésta Ceremonia Civil, invitan a todos los ciudadanos que así lo deseen, a participar en esta ceremonia de homenaje y despedida a Laso.

El histórico militante del Partido Comunista de España desde 1947 y filósofo, José María Laso, falleció anoche en el Hospital Monte Naranco de Oviedo a los 83 años.


El Comercio, Gijón, miércoles 23 de diciembre de 2009

Asturias despide a Laso,
el erudito que luchó por «la libertad del país»

La Sala de Recepciones del Ayuntamiento de Oviedo acoge hoy una ceremonia civil como último homenaje al filósofo comunista

José María Laso Prieto
Antonio Masip, Gabino de Lorenzo, Francisco de Asís, José Benito Argüelles
y Sánchez Ramos, entre las personas que acudieron ayer a la capilla ardiente

P. ALVEAR | OVIEDO. «Nunca he tenido sentimientos de venganza. En la comisaría de Bilbao me estuvieron torturando durante 22 días, pero no me vencieron». Estas palabras las pronunció José María Laso Prieto en una entrevista publicada en este diario recién cumplidos los 76 años. Dos años más tarde, en 2004, Santiago Carrillo le deseaba que pudiera «vivir muchos años en el ágora, diciendo tus verdades, publicando tu sabiduría y haciendo partícipe de ella a la mayor cantidad de gente posible». Fue el día que el Ayuntamiento de Oviedo, por unanimidad, concedió el título de hijo adoptivo al bilbaíno, que falleció en la madrugada del martes en el hospital Monte Naranco, a los 83 años. Desde 1968 vivía en la capital, en un piso de Ciudad Naranco donde guardaba más de 20.000 libros.

Erudito, luchador, con una gran fortaleza moral y hombre de cultura. Éste era José María Laso Prieto, histórico militante comunista (desde 1947) y filósofo experto en el pensamiento de Antonio Gramsci. La capilla ardiente se instaló ayer en el salón de recepciones del Consistorio ovetense, donde hoy, a las 13 horas, tendrá lugar una ceremonia civil, organizada por el Partido Comunista y ASCIZ.

Fueron muchas las personas que acudieron a decirle el último adiós, desde el delegado del Gobierno, Antonio Trevín, pasando por el alcalde Gabino de Lorenzo o el socialista Antonio Masip, hasta numerosos camaradas, incluso los que se posicionaron en 'la otra fila' durante la crisis abierta en IU en Asturias.

Desde la Junta General, el presidente Vicente Álvarez Areces elogió «la coherencia» y «honradez extrema» que mostró Laso a lo largo de su vida. Ambos se conocieron como militantes en el PC en 1972, donde tenían un objetivo común: «Conquistar la libertad para España», dijo.

Encarcelado en tres ocasiones por la dictadura franquista, llegó a estar ocho años en prisión, donde, como narraba, sufrió la tortura por parte de los carceleros. Pero nunca delató a nadie. «Su recuerdo permanecerá en varias generaciones, no sólo por los años de prisión y de trabajo clandestino, sino por el espíritu de apertura que demostró en su larga vida política y como animador principal de Las Cenas de El Fontán, el Club Cultural de la calle Palacio Valdés (...) desde Tribuna Ciudadana, en la Fundación Isidoro Acevedo y en la Fundación Horacio Fernández Inguanzo», recuerda Gaspar Llamazares en una carta enviada a sus familiares (tiene dos hermanos) desde el Congreso de los Diputados. Para la Juventud Comunista de Asturias, Laso será siempre «un eterno referente».

Capilla ardiente

Ayer, a las 14 horas, Francisco de Asís, secretario general de PCA, y Roberto Sánchez Ramos, portavoz de la Asamblea de Ciudadanos por la Izquierda (ASCIZ), fueron los primeros en despedir al filósofo. «Era el hombre amable, que te pedía que te instruyeses». Su memoria, prosiguió Rivi, permanecerá viva en la ciudad.

La consejera Noemí Martín, acompañada por el responsable de IU en Oviedo, destacó su genorosidad, porque «dejó parte de los mejores años de su vida en su lucha por la defensa de la democracia y los derechos de los trabajadores». Martín restó importancia a las diferencias habidas en la crisis de IU: «Los de izquierdas nos peleamos mucho porque defendemos con vehemencia lo que creemos». Laso siempre será «un camarada imprescindible», añadió.

En la capilla ardiente no faltaron tampoco Antonio Masip, quien conoció al filósofo en 1965 en Bilbao en una tertulia en la que también participaban el poeta Blas de Otero y el pintor Ibarrola. «Era un personaje extraordinario, un escritor admirable y un viajero infatigable», recordó Masip, quien gracias a Laso conoció a su esposa.

Por su parte, Juan Benito Argüelles, impulsor de Tribuna Ciudadana, lamentó la muerte del comunista. «Siempre estuvo en la izquierda, respetando todos los valores del humanismo», característica que también resaltó José Manuel Nebot. «Fue un hombre respetuoso con todos los que no pensaban como él, pero no hubo el mismo respeto por la otra parte», criticó.

Sin embargo, camaradas como Celasio Polo, que visitaba a Laso a diario, su secretario Víctor Berzovsky o su vecino Alfredo García no le fallaron en su último tributo.


La Nueva España, Oviedo, miércoles 23 de diciembre de 2009

José María Laso, un intelectual querido y admirado
El más rojo vendedor de Zahor

Amigos y políticos de todas las ideologías, sin excepción, acuden a la capilla ardiente de José María Laso, en el Ayuntamiento de Oviedo

José María Laso Prieto LUISMA MURIAS Oviedo, J. A. ARDURA. «No chocolate, agua». El ucraniano Víctor Berezovski fue el testigo de las últimas palabras de José María Laso Prieto, el veterano militante comunista e intelectual, que falleció en la medianoche del lunes en el Hospital Monte Naranco, a los 83 años. Atrás queda la vida intensa de un «niño de la guerra», nacido en Bilbao y exiliado en Francia, que regresó a España para convertirse en el activista más torturado del País Vasco por la Policía de Franco antes de recalar en Oviedo en 1968, donde trabajó para la clandestinidad y fijó su residencia porque tenía a sus amigos. La estrecha relación entre Laso y Oviedo quedó patente ayer en la capilla ardiente, instalada en el nuevo salón de recepciones del Consistorio, que le nombró hijo adoptivo en 2004, y por el que desfilaron amigos y políticos de todas las ideologías, sin excepción, para dar el pésame a su hermana, Mariví Laso.

Laso llevaba tres años de postergamiento, por motivos de salud, que le habían obligado a reducir su actividad pública. En este tiempo Víctor Berezovski ha sido uno de sus más fieles acompañantes, si no el que más, por mediación del PCE. «Era como un padre para mí», confiesa un Berezovski que a duras penas puede contener la emoción a escasos metros de su féretro, cubierto con una bandera de la República y con otra del PCE, y que le hizo también una de sus últimas fotografías, con un rostro sonriente pese a la enfermedad, una arteritis que, según su amigo José Manuel Nebot, le dejó de secuela un viaje a Irak. «Tenía una salud de roble, si no llega a ser por esa complicación hubiera llegado a los 100 años», comenta el fotógrafo ovetense, a lo que asiente Lola Lucio, compañera de Laso en la fundación de Tribuna Ciudadana junto a su marido, Juan Benito Argüelles.

Laso fue una de las referencias heroicas de Radio Pirenaica. Cuentan que este hombre menudo, falto de la más mínima pizca de sentido del humor y apasionado de la lectura, fue torturado tres semanas «por una brigada policial venida ex profeso de Madrid, pero no consiguieron arrancarle la más mínima delación, coinciden Nebot y Francisco de Asís Fernández-Junquera. Los libros del PC vasco atestiguan que fue el preso más torturado por la dictadura de Franco en aquellas tierras. Recluido en el penal de Burgos durante una década, aprovechó el tiempo para formarse. «Leyó todos los libros en la cárcel, fue un autodidacta y, sobre todo, un hombre bueno», afirmó el alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo.

En Bilbao trabó amistad con un Antonio Masip universitario, en 1965, en una tertulia de la cafetería La Concordia, en la que participaban Agustín Ibarrola, Blas de Otero y también Joaquín Leguina y Juan Arango. Pocos años después, en 1968, se traslada a Oviedo, donde trabajará como viajante de la marca de chocolates Zahor. Para entonces ya es un experto en el pensamiento del marxista italiano Antonio Gramsci. «Vázquez Montalbán, muy amigo suyo, me preguntó en una ocasión: ¿qué, Laso sigue casado con Gramsci?», recuerda Sánchez Ramos.

En la transición coincide con Vicente Álvarez Areces al frente del PC en Asturias y pasa a una segunda línea de la política para volcarse en la vida cultural de Oviedo y de Asturias, a través de Tribuna Ciudadana, de la que llega a ser vicepresidente, y de la Fundación Isidoro Acevedo. En sus últimos años vivió con amargura su expulsión de una IU que había fundado. Ayer la consejera Noemí Martín acudió a su capilla ardiente y Gaspar Llamazares transmitió el pésame a su familia.

Vicente Álvarez Areces, presidente del Principado: «Era un hombre coherente en su forma de actuar, de una honradez extrema y de una bonhomía extraordinaria».

Noemí Martín, consejera de Vivienda (IU): «Como muchos hombres y mujeres de este país, tiene una larga trayectoria en defensa de la libertad y de la democracia, que pagó incluso con la cárcel».

José Manuel Nebot, presidente de la asociación de autónomos: «Era una enciclopedia, el hombre más culto de Asturias. Tenía más de 60.000 libros, subrayados. Para mí era como un hermano».

Gabino de Lorenzo, alcalde de Oviedo (PP): «Se nos va una persona buena, que ha tenido una vida dura y que fue fiel a sus principios y a su ideología, que le costó incluso la cárcel».

Lola Lucio, fundadora de Tribuna Ciudadana: «Su aportación fue vital en los inicios de Tribuna Ciudadana y después. Con él nadie nos podía meter un gol».

Francisco de Asís Fernández-Junquera, secretario del PCE en Asturias: «Nunca abdicó de su ejemplar militancia. Tenía las ideas muy claras y defendía la democracia interna».

Se va un estoico

Gustavo Bueno

He mantenido el contacto con José María Laso Prieto desde el año 1970, cuando llegó a Asturias. Lo conocí precisamente en la presentación de un libro mío. Me sorprendió mucho que empezara a hacerme observaciones y matizaciones. Pensé que era un experto en filosofía. Aquel día nos hicimos amigos y hemos mantenido el contacto durante todos estos años. Laso era uno de los hombres más completos que he conocido, con una lealtad y firmeza asombrosas en cualquier circunstancia. Tenía un conocimiento enciclopédico de las cosas, siendo fundamentalmente como era un autodidacta. Recuerdo una vez, en un viaje en Cuba, que estábamos esperando una lancha y durante casi dos horas se puso a hablarme del escritor Jack London. Era un gran lector, y aprendió mucho discutiendo con la oposición; los conocimientos que acumulaba eran de un juicio extraordinario. Durante muchos años fue todos los lunes a la sesión que celebramos en la Fundación, hasta que su salud se hizo más delicada y dejó de caminar, hace unos dos años. Pero siempre hemos mantenido el contacto, fui a verlo varias veces durante sus ingresos, y me sorprendía que aun enfermo seguía hablando de todos los asuntos con sumo interés. Hemos perdido a un hombre que no ha sido reconocido en política como debiera, por su actitud crítica y distante, lejos de fanatismos y dogmatismos. Muchas veces le dije que era un estoico, y a él le gustaba la comparación. Ha sido un gran modelo de persona, muy tolerante, y su pérdida ha supuesto mucho para mí.

Una esquela de José María Laso Prieto
Una de las esquelas publicadas en La Nueva España


 

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