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El Catoblepas, número 97, marzo 2010
  El Catoblepasnúmero 97 • marzo 2010 • página 4
Los días terrenales

Evocación de González Martínez,
por Salvador Azuela

Ismael Carvallo Robledo

Figuras y aspectos de la vida americana

Salvador AzuelaEnrique González Martínez

Se ofrecen en esta sección de Los días terrenales comentarios breves, al modo de viñetas, de momentos de la vida americana vistos o bien desde la óptica de algunos de sus múltiples aspectos, o bien desde los perfiles de muchas de sus más protagónicas figuras.

I

He tenido la suerte de encontrarme en una de las librerías de viejo de la calle de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, con la espléndida recopilación de ensayos de crítica histórico-literaria de Salvador Azuela (Lagos de Moreno, Jalisco, 1902 – Ciudad de México, 1983) que la Dirección del Patrimonio Cultural y Artístico del Gobierno del Estado de México tuvo a bien editar en su Serie Juana de Asbaje, Colección Letras, en 1978, bajo el título Gente de Letras.

Singularísima y –acaso para nuestros tiempos– rara edición a cargo de don Mario Colín, a la sazón director del Patrimonio Cultural y Artístico del Estado de México –el gobernador en esos años era Jorge Jiménez Cantú–, en la que se recogen algunos de los ensayos de crítica literaria con los que don Salvador Azuela colaboraba con regularidad en las páginas de los periódicos El Universal y –el hoy extinto– Novedades.

Con un comentario liminar del propio Mario Colín, Gente de Letras nos ofrece una muy acabada y sin duda deliciosa muestra de la capacidad sintética en cuyo ejercicio Salvador Azuela producía breves pero sustantivas piezas de equilibrado juicio crítico (nunca destemplado ni por simpatías ni por diferencias), proyectado desde un amplio y abarcador horizonte intelectual desde el que, con igual distancia para unos y otros por cuanto a la puesta en perspectiva, y con una notable belleza expresiva troquelada con la claridad y llaneza a la que el periodismo obliga, basculaba poética, estética y literariamente don Salvador a un vasto elenco de figuras decisivas de la vida intelectual nacional, destacando sus señalamientos para quienes vieron su vida consagrada a lo que en la España renacentista era designado como letras de humanidad, es decir, el conjunto de disciplinas que integraban los studia humanitatis: la gramática, la retórica, la poesía, la historia y la filosofía moral. La gente de letras, dicho brevemente.

Luis G. Inclán, Rosario de la Peña, José María Vigil, José Martí, el padre Agustín Rivera, Manuel Gutiérrez Nájera, Justo Sierra, Francisco A. de Icaza, Luis G. Urbina, Manuel José Othón, Amado Nervo, Francisco M. de Olaguíbel, Antonio Caso, Enrique González Martínez, Alfonso Reyes, Mariano Silva y Aceves, Genaro Fernández Mac Gregor, Rafael Heliodoro Valle, Nemesio García Naranjo, Jaime Torres Bodet, Antonieta Rivas Mercado, Julio Torri y Martín Luis Guzmán son algunas de las figuras que desfilaron ante la vista de Salvador Azuela para pasar luego a la consigna periodística con un estilo y maestría dialéctica –por cuanto a la brevedad sintética– que hacen de esta galería de gente de letras una verdadera joya para alguien que, como quien esto escribe, vive hastiado ante la vaciedad de referentes y apoyaturas intelectuales en la que ha desembocado la vida política nacional de la mano de ideólogos, políticos y científicos sociales ahistóricos que, complacidos, viven en el más penoso absurdo de un presente perpetuo desconectado de todo lo que tenga resonancias de tradición (qué tradición no importa, pues, nos dirán, lo que importa es la felicidad aquí y ahora, las políticas públicas de empoderamiento y, sobre todo, tener calidad de vida).

II

Hijo de quien es considerado padre de la novela de la Revolución mexicana –don Mariano Azuela–, Salvador Azuela tuvo él mismo una vida consagrada a las letras de humanidad, habiéndose destacado en los ámbitos de la jurisprudencia, la filosofía –fue director de la Faculta de Filosofía y Letras de la UNAM– y la academia en general –fue profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, y, en la UNAM, en las facultades de Jurisprudencia, Comercio y Administración, y, como hemos dicho, de Filosofía y Letras–.

Fue también Azuela director de uno de los más importantes proyectos intelectuales y editoriales de México, el Fondo de Cultura Económica, de 1966 a 1970, habiendo estado flanqueado, como su antecesor, por Arnaldo Orfila Reynal, y, como su sucesor, por Antonio Carrillo Flores.

Tuvo la suerte –por aquello de que no siempre se tiene la suerte de combatir, según Malraux– de formar parte de la generación que fue arrastrada por José Vasconcelos cuando, en 1929, encaró al régimen de sonorenses desde cuyo poder encontraba la Revolución mexicana su momento de afianzamiento político. Dice Mario Colín en el Liminar de Gente de Letras:

En 1929, no concluidos todavía sus estudios de leyes, vuelve –Salvador Azuela– a la ciudad de México y se inscribe en la Facultad de Jurisprudencia para proseguir su carrera. Su llegada a la Capital coincide con la aventura política del maestro Vasconcelos, aspirante a la presidencia de la República, y participa en ella con el entusiasmo propio de su juventud y de sus ideales universitarios. Este mismo año forma parte activa del movimiento estudiantil que conquista la autonomía para la Universidad de México. (Gente de Letras, p. IX).

Tres años antes de su muerte, en 1980, don Salvador Azuela mismo daba a la estampa, para la casa editora Diana, de la Ciudad de México, su testimonio personal del drama que fue la época vasconcelista bajo el título La aventura vasconcelista –1929–. Sus palabras iniciales consignan lo siguiente:

«La mañana del 10 de junio de 1920 me asomé al Paraninfo de la Universidad. Era entonces alumno de los Cursos Libres Preparatorios, alojados en el edificio que ocupaban las oficinas de la Rectoría y la Escuela de Altos Estudios, después Facultad de Filosofía y Letras. Los cursos se fundaron al incorporarse la Escuela Nacional Preparatoria a la Dirección de Educación del Distrito Federal, porque la institución universitaria no quiso prescindir de la herencia de Gabino Barreda. El discípulo mexicano de Comte modernizó los estudios de bachillerato, al nivel del positivismo de su tiempo, y la reforma filosófica se planteó desde 1914, bajo la influencia de nuevas ideas, difundidas por el Ateneo de la Juventud.
Al fondo del Paraninfo, aquella mañana de junio, paseaba un hombre que dictaba a una secretaria. De baja estatura, ojillos vivaces, bigote ralo, barba sumida, grandes orejas y cráneo poderoso, era de complexión fuerte y vestía con cierto desaliño. Pronto supe que era José Vasconcelos.
Por la noche tomó posesión de la Rectoría, designado por el Presidente de la República, Adolfo de la Huerta. Tuve oportunidad de asistir a la sesión, con escaso auditorio estudiantil, que celebrara el Consejo Universitario, a este propósito. Con voz opaca, quebrada, sin matices, pero no sin cierta pasión singular, Vasconcelos leyó su discurso. Fue una requisitoria contra la cultura separada del pueblo y de la Revolución. Se presentó ante los consejeros sin más autoridad que la de un simple delegado de la lucha revolucionaria. No iba a encerrarse a limpiar las telarañas a las reliquias del pasado, vigilar la vida rutinaria de unos cuantos planteles educativos y firmar títulos y grados académicos. Llevaba la impresión de los niños hambrientos y abandonados en campos y ciudades e invocó a Dante y a Beethoven, para invitar a los universitarios a una alianza. Era inaplazable crear la Secretaría de Educación Pública y para tal meta Vasconcelos aceptó la Rectoría.» (Salvador Azuela, La aventura vasconcelista –1929–).

Salvador Azuela fue designado miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua el 24 de abril de 1964, en sustitución de Nemesio García Naranjo. Su discurso de recepción versó sobre la Naturaleza de la Elocuencia y Cuatro semblanzas de oradores mexicanos, y fue contestado por el también vasconcelista Mauricio Magdaleno.

De la bibliografía de Azuela destaca don Mario Colín El Estado Moderno y la Libertad (1936); Don Francisco Giner de los Ríos (1936); El Departamento de Acción Social de la Universidad (1936); Universidad y Humanismo (1937); Juárez, torre de energía de México (1953); La Idea Liberal de Mora, en colaboración con Mauricio Magdaleno (1963); Naturaleza de la Elocuencia y Cuatro Semblanzas de oradores mexicanos (1965); Meridiano de México, y, en efecto, La Aventura vasconcelista de 1929 (1980).

Su vida se extingue, con ochenta y un años, en la ciudad de México, corriendo el año de 1983.

III

Conocido es por todos que el de 1914 es el año del primer corte fundamental dentro de la dialéctica interna de la Revolución mexicana (triunfo del constitucionalismo carrancista y derrocamiento de Huerta, Convención de Aguascalientes, inicio de lucha de facciones), y Salvador Azuela, además de señalarlo en su ‘Evocación de González Martínez’ (páginas 107 a la 112) como el triunfo de la Revolución, lo consigna también añadiendo una matización apreciada desde un ángulo distinto al de la historia política, pues el del catorce fue también, nos dice, el año en que con el acontecimiento revolucionario termina de la misma manera el refinamiento afrancesado de las letras y las artes que, dentro de los marcos de un ambiente social de artificiosa elegancia, tan favorable había sido hasta entonces a las normas estéticas del modernismo.

Fue pues también y al tiempo, a juicio de Azuela, época de turbulencia política y de transformaciones estéticas, filosóficas y formales, habiendo sido el papel ejercido por don Antonio Caso y Enrique González Martínez de cardinal importancia en el acometido de mantener, dentro de la tempestad, los hilos de continuidad intelectual que a la postre habrían de ser aquellos con los que las estructuras e instituciones artísticas, culturales y filosóficas quedarían amarradas:

A su empeño generoso –nos dice don Salvador Azuela-, entregados a la custodia de los valores permanentes cuando los sacudimientos del naufragio no permitían todavía adentrarse en las perspectivas creadoras del futuro, esta pareja de hombre excepcionales asegura la continuidad de la cultura mexicana, en el período tempestuoso entre el antiguo régimen y la Revolución.

Y fue en el fuego cruzado mismo entre las facciones de la revolución –villistas, carrancistas, zapatistas y convencionistas– que don Antonio Caso hubo de ofrecer, en los altos del teatro Díaz de León de la Ciudad de México, sede de la Universidad Popular, en 1915, su serie de conferencias cristianas, base de lo que luego habría de ser su libro fundamental La Existencia como Economía, como Desinterés y como Caridad.

Eran años, los de 1915 y 1916, sigue evocando Azuela, en los que conversadores y las gentes de letras se reunían en la librería de los Porrúa, ‘foco estimulante de la vida literaria de México’ que, también, servía de refugio para que, entre algunos otros, Caso y González Martínez acudieran a dormir la siesta por las tardes después de comer.

Es en 1916 cuando le fue dado a don Salvador conocer a Enrique González Martínez (Guadalajara, 1871 – Ciudad de México, 1952):

Fue en la adolescencia, por 1916, recién establecida nuestra familia en México, cuando conocimos a González Martínez… Una vez vimos pasar al escritor de Jalisco, de complexión física robusta, pelo intensamente negro, ojos vivaces detrás de los lentes, risa franca, cordial ademán y aire acogedor y simpático. Cuando lo encontrábamos nos invadía el pecho un sentimiento de admiración, como al leer sus versos, sin alcanzar entonces a penetrar del todo en su mensaje.

Como el padre de Azuela, González Martínez provenía también de la Escuela de Medicina de Guadalajara, ciudad que, junto con otras de provincia, se irguen inusitadamente en las primeras décadas del siglo XX con resonancias nacionales como centros de fecunda producción literaria: Porfirio Barba Jacob desde Monterrey, Ramón López Velarde desde Aguascalientes, Luis Rosado Vega desde Mérida, Rafael Cabrera en Puebla, y el propio González Martínez, posteriormente, desde Mocorito Sinaloa, ciudad donde hubo de ejercer durante algún tiempo, y con buen éxito, la profesión de medicina.

Durante la lucha contra el carrancismo, González Martínez colabora como editorialista opositor en El Heraldo de México del general Salvador Alvarado, editoriales que hubieron de valerle la suspensión como catedrático de literatura tanto en la Escuela Nacional Preparatoria como en la Facultad de Filosofía y Letras. Su labor periodística no era nueva, pues había sido ya colaborador, en sus primeros tiempos en la capital de la República al lado del maderismo y junto con Luis G. Urbina, en la redacción de El Imparcial.

Al parecer, la evocación que de González Martínez nos ofrece don Salvador Azuela tiene como detonante el comentario que el hojeo de la revista Arte, de Mocorito Sinaloa, le suscita, deteniéndose así en el señalamiento y comentario de los numerosos trabajos en prosa y en verso con los que el poeta de Jalisco colaboró:

Escribía notas bibliográficas certeras, cuentos de sugestiva ejecución. Y en materia poética, frente a la superabundancia verbal que estaba de moda, se destaca por la hondura de los temas y el clásico dominio de la forma, sin exageraciones académicas.

No fue hasta la lectura de esta evocación de don Salvador Azuela que hemos tenido noticia de la revista Arte de Mocorito, faena estética y literaria que hubo de publicarse mensualmente de 1907 a 1909, desde Sinaloa, como fruto de los esfuerzos de Enrique González Martínez y sus amigos Sixto Osuna y José Sabás de la Mora.

Habrá que rastrear la pista de tan estimulante, encomiable y puntualísimo instante de la vida intelectual mexicana y, por tanto, americana.

 

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