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El Catoblepas, número 98, abril 2010
  El Catoblepasnúmero 98 • abril 2010 • página 11
Artículos

El capitalismo internacional tras la Segunda Guerra Mundial desde la dialéctica de Estados

Lino Camprubí Bueno

Comunicación defendida ante los
XV Encuentros de filosofía, Oviedo 26-27 de marzo de 2010

Lino Camprubí Bueno en los XV Encuentros de filosofía, Oviedo 26-27 de marzo de 2010

«Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, por orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVI se resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como ocurre en el sistema colonial, en las más avasalladoras de las fuerzas. Pero todos ellos se valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y organizadora de la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación del régimen feudal de producción en el régimen capitalista y acortar los intervalos. La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por sí misma, una potencia económica.» (Marx, El Capital, FCE, México 1996, I, 638-639.)

0. Introducción

Hay muchas teorías acerca de la actual crisis económica y sus conatos de resolución. En esta comunicación{1}, aunque no se trata de dar una respuesta a la pregunta por el origen de la crisis, se quiere destacar que sólo aquellas perspectivas que tengan en cuenta el papel de los Estados en eso que se llama «capitalismo internacional» serán capaces de «progresar» hacia los fenómenos y engranar con ellos.

Para argumentar esta tesis, recorreremos varias de las vías disponibles para explicar la crisis y las iremos clasificando según su nivel de definición con respecto al Estado. Dado que la intención de esta comunicación es meramente deíctica, en el sentido de señalar la importancia de los Estados en la actual «crisis global», no espere el lector encontrar un repaso, siquiera somero, a las escuelas de economía política más importantes actualmente y sus respectivas posiciones ante la crisis. Sólo se tratará de algunas, y en la medida en que sirvan a los propósitos de la discusión del papel de los Estados en el capitalismo internacional.

A muchos parecerá tan obvia la pretensión de este trabajo que lo considerarán superfluo. Sin embargo, lo cierto es que el Estado está ausente de muchas de las discusiones sobre el capitalismo internacional y sus crisis, no sólo en análisis de políticos, periodistas o ideólogos, sino en gran parte de los análisis universitarios. Además, tener en cuenta al Estado a la hora de analizar la economía producirá resultados muy distintos según qué se entienda por Estado y por economía, de modo que la discusión que sigue puede ser útil para empezar a definir algunos conceptos de cara a los debates que en el marco de este congreso puedan tener lugar. Hay que empezar por aclarar, para evitar cualquier mal entendido con la audiencia, que por Estado no se entiende aquí simplemente a los políticos de turno en el poder, sino a la organización de las diferentes sociedades políticas en las que se organizan los grupos humanos y que configuran las unidades estatales o nacionales presentes hoy día en la ONU. Así entendido, no hay por qué asumir que el «Estado» sea un bloque monolítico opuesto, por ejemplo, a la «sociedad civil», sino que incluye a grupos con diferentes intereses y diferentes tipos de poder unos sobre otros; grupos (elites, empresas, clases, familias, cultos, &c.) que están a menudo dispuestos a unirse entre sí frente a otras sociedades políticas, frente a otros Estados. Por eso mismo, no se trata de sostener que el Estado esté, o deba estar, implicado en cada decisión económica, sino que la configuración del capitalismo internacional, incluyendo sus auges y sus crisis, depende de las relaciones interestatales (que remiten a la idea filosófico-política del Imperio).

1. Fundamentalismo de mercado

Empecemos por la teoría económica que niega la mayor (es decir, que el Estado tenga, o deba tener, que ver con la economía): la escuela austriaca. Según autores como Jesús Huerta de Soto, la actual crisis económica se debe a una irresponsable expansión crediticia ocurrida a lo largo de la última década. Dado que ha sido la explosión de las burbujas financiera e inmobiliaria (y otras) la que ha provocado el frenazo de las principales economías, habrá que responsabilizar a quienes hicieron posible la formación de las burbujas y sus peligrosos cantos de sirena, incluidos especialmente los bancos nacionales, que respaldaron a entidades financieras para que pudieran prestar dinero aún a sabiendas de las dificultades que iba a haber para cobrarlo. El crédito, base de la inversión capitalista, se vuelve contra el intercambio capitalista cuando es artificial, es decir, cuando no puede realizarse su liquidación.{2} Esta tesis, de gran predicamento entre círculos más o menos anarco-liberales en España, funciona muy bien a su escala, al nivel fenoménico e inmediato que señala, con dedo acusador, hacia la burbuja crediticia. Según esta tesis, la «intervención» de los Estados en la marcha de la economía introduce variables ajenas que pervierten, o corrompen, la buena marcha de los mercados.

Sin embargo, en el terreno de la filosofía de la economía política, la postura anarco-liberal pide el principio: si no fuera por las injerencias políticas, el Mercado se autorregularía. Ahora bien, este mundo ideal postulado no está por ninguna parte. Los más extremistas alegan que la misma función estatal de imprimir papel-moneda debería ser suprimida. Sin entrar en sus razones, baste aquí con señalar lo que esta postura tiene de formalismo: una vez que ha «regresado» desde los fenómenos a su teoría económico-política, es incapaz de «progresar» de nuevo hacia ellos y explicarlos, de engarzar con su materia, hasta el punto que se ve abocado a negarla y predicar una ordenación utópica y metafísica del mundo de los fenómenos: si los hechos no se ajustan a la teoría, peor para los hechos; fiat economia et pereat mundus.{3}

Joseph E. Stiglitz ha diagnosticado estas posturas como «fundamentalismo de mercado, » achacándoselo a los llamados «neo-liberales», y a la economía clásica en general. La perspectiva de Stiglitz comulga, paradójicamente, con los propios argumentos neo-liberales al asumir que la llamada Globalización, que aquí tratamos como capitalismo internacional, es antes efecto del Mercado que de los Estados. Pero la ideología neo-liberal, que combaten los llamados grupos anti-globalización, es una nematología antes que una tecnología, es decir, recubre el funcionamiento real del capitalismo internacional, que está comandado de hecho por los Estados (aunque el propio mito confusionario pueda guiar ciertas políticas en el plano tecnológico, que sin embargo tenderán a subordinarse a los intereses de unos pocos Estados relevantes).{4} Es decir, que la llamada escuela austriaca tiene razón en una cosa frente a los grupos anti-globalización y los analistas liberales neoclásicos, y es en la constatación (que ellos convierten en denuncia) de que los Estados han tenido y tienen un enorme peso en el desarrollo del capitalismo internacional.

No obstante lo anterior, el rótulo «fundamentalismo de mercado» tiene la virtud de ponernos sobre aviso acerca del modo de proceder de quienes postulan un capitalismo prístino mancillado por los Estados y sus políticos. Esto lo podemos hacer estableciendo analogías con otro fundamentalismo que ha sido recientemente analizado desde la perspectiva del materialismo filosófico: el fundamentalismo democrático. La democracia, como todo régimen político, está sujeta a transformaciones que pueden llegar a su destrucción; sin embargo, el fundamentalismo democrático da por supuesto que cualquier corrupción de la democracia es externa a ella (y logra esto, las más de las veces, reduciendo la corrupción de la sociedad política, concepto de larga tradición en la historia de la filosofía política, a los casos recogidos en el código penal de malversaciones o desfalcos económicos individuales, para así limitar la cuestión a la psicología de algún individuo descarriado y preservar incorrupto el buen nombre de la democracia). De igual manera, el fundamentalismo de mercado da por supuesto que el capitalismo, por sí mismo, es incorruptible y tiende a «preservar en el ser», a mantener la recurrencia entre sus partes indefinidamente. Serán factores externos, en este caso de origen político (dirán los fundamentalistas de mercado), los que lo corrompan y lo hagan tambalearse y hasta entrar en crisis, como un enfermo entra en crisis para ponerse en la vía de la recuperación.

Esta estrategia, en el campo económico, fue clave ya a finales del siglo XVIII para el cierre categorial de la economía política clásica que suele situarse en Adam Smith, cifrado en la recurrencia del intercambio de bienes entre módulos productores y consumidores a través del dinero en el marco de un Estado.{5} Es decir, la funcionalidad nuclear del fundamentalismo económico será la de ofrecer el primer intento de cierre de la economía política segregando factores «externos» al intercambio; en su momento contextual, este fundamentalismo operará como un «imperialismo» hacia otras categorías (algunas versiones de la doctrina del liberalismo) o hacia otras economías políticas, como cuando en el siglo XIX muchos Estados ampliaron sus mercados mediante el colonialismo o quisieron recorrer la senda del «laissez-faire» en el ámbito de los mercados internacionales.{6} Pero este cierre positivo es formalista, puesto que debe partir de los individuos como sí fueran átomos aislados que intercambian y puesto que pone en el mismo plano al trabajo, a la producción, que al resto de las mercancías.{7} Los límites de este formalismo los impuso, como fin de la época del «laissez-faire» y resolución de sus contradicciones, la Primera Guerra Mundial.{8}

Conviene llamar la atención sobre cómo el keynesianismo puede verse como una enmienda «ocasionalista» a esta perspectiva general.{9} El capitalismo puede a veces perder fuelle (a causa de factores, de nuevo externos, como la psicología irracional de los empresarios y sus «espíritus animales»), y entonces el Estado debe intervenir, por el lado de la demanda, para que el capitalismo recupere su ritmo normal.

Sin embargo, una postura materialista sobre la economía política no puede dar por supuesta la buena salud del «capitalismo». Al igual que ocurre con el análisis de los regímenes políticos, lo sorprendente no es que el capitalismo internacional sufra corrupciones, crisis, sino que el sistema persevere a pesar de la preeminencia de la corrupción, de la degeneración, por todo el campo de la economía política.{10} La razón de esta revertida «sorpresa» contrafundamentalista yace en una perspectiva diferente sobre el capitalismo inter-nacional: una que se pregunta por él como una totalidad atributiva compuesta de partes co-determinadas entre sí y muchas veces en conflicto, pero mantenidas en el precario equilibrio de su unidad por la acción teleológica de una o varias de esas partes. Lo que tiene partes tiende a desunirse y, si no lo hace, habrá que explicar por qué no lo hace. Es decir, la «vuelta del revés» de la sorpresa exige intentar entender seriamente qué sea eso del capitalismo internacional. Para ello, el materialismo filosófico se adentra en el campo de la economía política dando otra vuelta del revés, esta vez a Marx: el capitalismo internacional se entiende sólo desde el punto de vista de las interacciones (históricas) entre sus partes, es decir, entre las economías políticas nacionales. Sólo se entiende, por tanto, introduciendo el punto de vista de la dialéctica de Estados.{11}

Pero esta misma perspectiva pide remontarse a buscar las causas de la crisis, por ejemplo de la burbuja crediticia denunciada por Huerta de Soto, en la historia de las relaciones entre Estados como base del capitalismo internacional. En la siguiente sección repasamos algunos autores que han tenido en cuenta la dialéctica de Estados a la hora de tratar de la evolución del capitalismo internacional desde la Segunda Guerra Mundial y de su actual crisis.

2. La vuelta del revés de Marx: capitalismo y dialéctica de Estados

Como se ve en la cita que abre esta comunicación, Marx tuvo en cuenta la violencia de los Estados como parte interna de la economía política, como «potencia económica». Y esto desde los orígenes mismos del capitalismo, la acumulación originaria. Muchos comentaristas de Marx han llevado esta tesis a sus últimas consecuencias y han reconocido que las relaciones socio-políticas tienen que darse previamente a las de explotación económica. Véanse, por ejemplo, las tesis de Carlos Moya:

«Sin el poder del Estado no hay acumulación originaria del capital ni originaria explotación de toda la masa del pueblo, transformando la masa del campesinado tradicional en la nueva clase obrera, que exige la producción capitalista. Esto último es algo que el propio Marx ha dejado bien claro. Aquí, con todo, se va más allá. Pues lo que aquí se pretende mostrar no es la ya canonizada evidencia política de que el Estado sea el instrumento que asegura la dominación de la clase dominante sobre la clase dominada. Lo que habrá que acabar de entender es algo bien distinto: en sus orígenes, el Estado no es el resultado supraestructural de una originaria lucha de clases, sino que propiamente no se producen históricamente las clases sociales mientras no aparece el Estado.»{12}

El materialismo filosófico reconoce esto pero, en virtud de su teoría política de las tres capas del Estado, va más allá. Es decir, en filosofía política, el materialismo no trata de regresar a una Idea hipostasiada, como pueda serlo la Libertad, o a un par de Ideas, como puedan serlo las de Estado o Clase, sino a un sistema de Ideas entretejidas entre sí; en este caso, este pluralismo le permite distinguir, de la mano también de una filosofía antropológica, las capas de la sociedad política que contienen a las relaciones socio-políticas (históricas) dentro de un Estado, las referidas a las relaciones entre Estados y las que contemplan a la sociedad política en relación a su territorio. En efecto, para que la propia sociedad política pueda formarse, y dentro de ella las relaciones desiguales de explotación y producción, ha de haber habido una «apropiación», ésta sí originaria, de un territorio (lo que nos puede llevar más atrás en el tiempo del «Estado moderno» al que se refiere Moya). Sin territorio apropiado y defendido, no hay sociedad política.{13}

Para la organización y defensa de este territorio apropiado se organiza la sociedad política, y en este proceso surge la economía política dada a escala estatal. Pero el intercambio con otras sociedades comienza a ser constante a partir de determinado nivel de desarrollo, lo que hace que el capitalismo internacional sea desde sus orígenes indisociable del crecimiento y consolidación de los Estados (entre cuyos hitos está la aparición de la moneda, que posibilita el intercambio a escala de las ciudades estado y a escala imperial). Esta es la situación cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, se configura el momento histórico en el cual estamos aún insertos y en el cual, a juicio de muchos analistas, hay que situar los orígenes de la actual crisis económica (esta fecha tiene mucho de corte arbitrario, aunque aquí se mencionaran algunos precedentes y se darán otros por supuestos; sin embargo, es obvio que el momento presente es directamente heredero de la configuración de la política internacional tras la Segunda Guerra Mundial, sin perjuicio de diferencias tan importantes como la caída de la Unión Soviética).

Sin necesidad de remontarse a los procesos de acumulación primitiva, diversos autores han estudiado el capitalismo internacional desde su configuración tras la Segunda Guerra Mundial hasta el momento presente. De nuevo, las perspectivas posibles son variadas. Aquí se señalarán algunas que, como se recomendaba más arriba, más que sorprenderse por las crisis económicas sucesivas se han sorprendido por la buena marcha del sistema capitalista en los años posteriores a la Segunda Guerra mundial. Y es que tal sistema está compuesto de partes (Estados, productores, consumidores, &c.) y estas partes pueden ser, en principio, arrítmicas entre sí, salvo que se postule una armonía preestablecida.

3. Capitalismo internacional: de la «edad de oro» a la crisis

En efecto, tras la Segunda Guerra Mundial se fraguó lo que se conoce como «edad de oro del capitalismo». En esta comunicación no entramos en la cuestión histórica y gnoseológica de cómo los mismos indicadores económicos están continuamente atravesados en su construcción por categorías políticas dibujadas a escala estatal.{14} Más bien, dando por supuestos esos indicadores y su significado, constatamos que desde finales de los años 1940 y hasta la década de 1960 incluida, el ritmo de crecimiento de las más grandes economías mundiales fue tremendamente acelerado: la productividad del trabajo aumentaba el doble de rápido que en períodos anteriores, la tasa de intercambio internacional creció ocho veces por encima de lo acostumbrado, el peso de las economías pasó a los sectores industriales y de servicios, no hubo grandes problemas de inflación (lo que estabilizó el ritmo de crecimiento), el desempleo se mantuvo bajo y la acumulación de capital creció a marchas forzadas. Además, nuevas potencias económicas se incorporaron en olas sucesivas a este crecimiento, y lo hicieron adoptando un ritmo aún mayor que el de las potencias ya establecidas. El Producto Interior Bruto de estos países periféricos creció mucho más rápido que el de los del «centro industrializado» lo había hecho desde 1820 (el caso de Japón fue espectacular, como lo sería más tarde el de China y, en otra escala, también lo fue el de España).

No es objetivo de esta comunicación, ni tarea asequible en modo alguno para su autor, la de explicar estos hechos y su escala internacional; más bien se discutirán algunas alternativas disponibles persiguiendo su diferente manera de tratar las relaciones entre los Estados implicados. Para ello, me atendré principalmente a tres tratamientos divergentes de las razones por las cuales se produjo un aumento continuado de los beneficios empresariales desde finales de los años 40 hasta los años 60 del pasado siglo. Al fin y al cabo, ellos son la razón de la acumulación de capital y de la recurrencia de las inversiones y, por tanto, de la recurrencia de la producción de bienes, todo lo cual conforma la racionalidad institucional de las empresas en el sistema capitalista.{15} Las tres explicaciones diferentes que aquí mencionaré sobre por qué se produjo este aumento tratan de explicar también cómo, desde el final de esta fase de expansión, marcado por la crisis del petróleo de 1973, el equilibrio del capitalismo inter-nacional ha sido menos próspero, hasta llegar a nuestros días. Por eso, la potencia de las diferentes perspectivas dependerá en gran parte de su capacidad para dar cuenta precisamente de por qué se produjo un frenazo al crecimiento y en qué circunstancias históricamente singulares.

Barry Eichengreen, profesor estadounidense que estuvo vinculado al Fondo Monetario Internacional y cuyas obras históricas son tenidas muy en cuenta por economistas de diversas escuelas ha intentado explicar el aumento de los beneficios de las empresas por una vía que llamaremos idealista, pues se basa en referirse a una suerte de consenso entre organismos varios, tanto a escala nacional como internacional, que habría permitido un crecimiento continuado mediante la recurrencia del ciclo inversiones-salarios-beneficios.{16}

En concreto, a nivel nacional, el capital y el trabajo de los países industrializados habrían acordado moderación mutua (en el reparto de beneficios unos y en el aumento salarial los otros) de modo que se garantizase la recurrencia de las inversiones. El análisis de Eichengreen parece olvidar que la verdadera causa de la moderación salarial estaba en la domesticación –a menudo violenta, como en Alemania o Japón, o por vía del cheque, como en el caso de Francia– de los sindicatos,{17} y no en los cálculos racionales del «trabajo» (hipostasiado como agente político, como si se tratase de la «clase universal»). Tampoco tiene en cuenta que, en una situación de competencia no planificada como la existente en las relaciones sociales de producción capitalistas, el capitalista tiene que invertir lo acumulado para lograr la ganancia mayor posible y poder seguir invirtiendo y compitiendo, es decir, para sobrevivir, independientemente de las garantías, como lo prueba el crecimiento continuado de la economía estadounidense en diversos períodos de su historia en los que había pocos «colchones organizacionales». Olvida también, por último, que hubo períodos de gran crecimiento con salarios absolutos y relativos altos, puesto que también influyen en la tasa de ganancia por capital invertido el crecimiento de la productividad y otros factores.{18} Y esto sólo, desde luego, si existe una demanda, un mercado donde se realice el valor económico (cosa que ocurre cuando lo producido entra en relación con otros bienes en el mercado).{19}

A nivel internacional, Eichengreen defiende que la clave estuvo en la posibilidad que tuvieron los países europeos de especializarse, lo que permitió un notable ascenso de la productividad agregada. Aquí llama la atención sobre cómo los procesos de «catching-up» –de recuperación de los países económicamente periféricos con respecto a los centrales– requieren una reorganización del mercado internacional, y esto, según él, habría ocurrido en la forma de la especialización por países en productos de manufactura.{20} Para que tal especialización fuera posible y no demasiado arriesgada, se debía garantizar la continuidad del mercado internacional, lo que habría venido dado por organismos como los acuerdos de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, estabilidad del cambio dólar-oro), OCDE, el GAAT, el Plan Marshall, &c. El análisis de Eichengreen de los diversos organismos internacionales peca, sin embargo, de un armonismo sorprendentemente ingenuo. Habla de pactos entre los Estados como si éstos se hicieran en la plaza pública con la vista puesta en un supuesto interés común. Brevemente, olvida que sin la hegemonía imperial de los Estados Unidos esos pactos no hubieran tenido lugar o lo hubieran hecho en sentidos diferentes (tal vez incluso soviéticos).{21}

Otros análisis introducen más factores que los organizacionales; en particular Andrew Glyn (profesor en el Reino Unido de raíces marxistas, fallecido en el 2007) y otros hablan de un «régimen económico» con cuatro factores principales{22}: la estructura macroeconómica (definida por el ciclo aumento de productividad-acumulación de capital inversiones-aumento de productividad), que crecía en paralelo a los salarios, lo cual habría asegurado la demanda (pero esta tesis choca con el caso japonés); el sistema productivo (que permitió un impresionante incremento de la productividad en la industria mediante la estandarización, economías de escala y estricta división del trabajo, sobre todo entre diseño y producción); las «reglas de coordinación» (parecidas a las de Eichengreen pero con vistas a mantener, a lo Keynes, la demanda activa, más que los beneficios a las inversiones); y el orden económico internacional impuesto por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial (los autores enfatizan, con Eichengreen, el papel de Europa como escenario doble de expansión del mercado capitalista y de contención del comunismo).

Esta perspectiva tiene la ventaja de dejar allanado el camino para la explicación del fin de la edad dorada del capitalismo: cualquier desequilibrio entre estos cuatro factores podía romper (corromper) la frágil estructura del capitalismo internacional. Sin embargo, Glyn renuncia explícitamente a dar prioridad causal a alguna de las supuestas partes de este «régimen económico», es decir, la teoría no puede dar cuenta de cuál de las partes del «capitalismo internacional» es la que lo convirtió en un sistema teleológico exitosamente orientado al crecimiento continuado y recurrente. En este sentido nos parece más potente la aproximación de Robert Brenner (otro profesor estadounidense, éste de raigambre marxista){23} que entiende que el capitalismo internacional no es sino la resultante de diversos capitalismos nacionales con ritmos de crecimiento desiguales{24}. Unos capitalismos crecieron más rápido que otros y en dependencia mutua, en un proceso para cuya configuración fue determinante el peso político y militar de cada uno de los Estados en liza tras la Segunda Guerra Mundial. En particular, se trata de entender la política económica e internacional del imperio realmente existente tras la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos (en lucha, por fría que fuese, con el Imperio soviético y, más tarde con el Imperio del centro, China).

En efecto, la Gran Depresión había depurado a muchas empresas improductivas en Estados Unidos, fortificando a las rentables, y creado masas de desempleados dispuestos a trabajar por salarios bajos. Esto, unido a la posición de ese país como exportador de armas a los contendientes, y a que la guerra no afectó a su tejido productivo, impulsó un crecimiento disparado de la economía estadounidense hasta bien entrados los años 40. Al final de la Segunda Guerra Mundial, surge como potencia emergente política y militarmente, y sus elites se plantean el dilema de si debían abandonar a Europa a su suerte y practicar el proteccionismo económico, o si, por el contrario, convenía más generar un mercado en Europa capaz, no sólo de contener al comunismo, sino de ampliar el radio de acción del imperio que se había consolidado tras la Guerra.

Ya durante la Guerra, con Roosevelt, coexistían dos posturas sobre cómo resolver un problema que se creía que se temía repitiese la situación de preguerra: falta de consumo en EEUU –con la consecuente caída de la tasa de ganancia, desempleo, deflación, &c. Las grandes empresas abogaban por la internacionalización de los mercados. Los keynesianos, con influencia en movimientos sindicales, pedían el pleno empleo en casa, lo que exigía medidas proteccionistas. Ambas posturas contaban con representantes en la propia Administración, en el Departamento de Estado y el del Tesoro, respectivamente. Pero los segundos terminaron sumándose involuntariamente a los primeros, dado que no querían repetir las irresponsabilidades internacionales de la primera posguerra y defendían una suerte de keynesianismo internacional, que al final serviría de ideología justificadora al FMI y otras instituciones, en realidad dirigidas a asegurar mercados exteriores{25}. Finalmente, ganó la primera opción, en virtud de la cual Estados Unidos cedería cierta ventaja económica a cambio de consolidar su hegemonía política y militar: se permitía al capital estadounidense fluir hacia Alemania y Japón y a la vez se toleraba cierto proteccionismo favorable a estas naciones{26}.

Esto, en principio, ponía en peligro a las empresas productoras de manufacturas en EEUU, pues los capitales se fugarían a otros países. Sin embargo, el rápido crecimiento económico de Estados Unidos estaba llegando a su fin a finales de los 40, debido tanto a la saturación de bienes de equipo en las fábricas como a la posición de fuerza de los sindicatos, que no cedían un ápice en los salarios. A su vez, tanto Alemania como Japón tenían un tejido productivo que había que renovar prácticamente desde cero y una mano de obra depauperada hasta la miseria pero tradicionalmente bien preparada. Estas condiciones aseguraban una gran productividad y, por tanto, y mientras se mantuviera el consumo, una gran rentabilidad a las inversiones. Por tanto, para las empresas estadounidenses era una buena ocasión para invertir fuera de su país, lo que, además, supondría una mayor circulación de dólares en el extranjero, es decir, la ampliación del círculo producción-consumo en un momento en que estaba claro que Estados Unidos no podría seguir manteniendo su nivel bélico de exportaciones.{27} El Plan Marshall se perfiló como la única manera de lograr esto, en una situación en que los países europeos tendían al nacionalismo económico y a establecer acuerdos bilaterales, a veces con la URSS; este último factor convenció al Congreso norteamericano de la necesidad de enviar las ayudas millonarias, además, dando la oportunidad a los países europeos de que las gestionaran ellos mismos y mediante condiciones, aseguró que estos países dirigirían sus políticas hacia el libre comercio: nada hay más dirigido que el libre comercio entre economías.

Pero, desde un primer momento, estas economías recibieron más capitales que bienes consumieron, y su sostenimiento dependía, más que del Plan Marshall, de la recurrencia del consumo estadounidense. La guerra de Corea (1950-1953) posibilitó precisamente eso, que se mantuviera la demanda estadounidense, el consumo, y que, por tanto, se cumpliera la promesa de alta rentabilidad para los capitales invertidos fuera de Estados Unidos. Las condiciones de la «edad de oro» del capitalismo estaban servidas. Pero también los límites de la misma.

En este contexto, la intervención de cada Estado particular en sus respectivas economías políticas nacionales tampoco se puede desligar de la evolución en esta época del «capitalismo internacional», y puede considerarse interna al crecimiento económico.{28} Los gobiernos de Alemania y Japón impusieron medidas organizacionales dirigidas a aumentar la rentabilidad de las inversiones, llegándose en el caso de Japón a una economía fuertemente dirigida por el Estado, la banca y la patronal.{29} Las economías de Gran Bretaña y EEUU, hoy tenidas por muchos por modelos de no-intervención, no se entienden sin sus respectivas políticas estatales, por ejemplo las fortísimas inversiones militares que mantuvieron la demanda de ambos países estable.{30} Sin olvidar, por último, la implantación de garantías estatales en muchos países, la creación del llamado «Estado del Bienestar».{31}

Tanto Alemania como Japón fueron motores de un gran crecimiento regional a su alrededor.{32} Pero las dos economías habían crecido basadas en las exportaciones, con muy poca demanda interna. Por tanto, el consumidor principal seguía siendo Estados Unidos, aunque también había cedido sus mercados tradicionales a los nuevos productores. Cuando en Alemania y en Japón comenzaron a subir los salarios y el capital fijo obstaculizaba nuevas inversiones, ambos países se apoyaron en sus respectivas zonas de influencia.{33} Alemania se vio amenazada por la creciente productividad de otros países europeos, aunque la fuerza de sus empresas en determinadas líneas de producción le permitió mantener la hegemonía productiva. El capital japonés, por su parte, se comenzó a invertir en países del entorno, lo que explica el despertar de los dragones asiáticos, basado igualmente en la exportación: primero Corea y Taiwán a mediados de los 60 y, desde los 70, con el beneplácito del Banco Mundial de Robert McNamara, otros países de la zona.

En este juego de flujos de capital y producciones manufactureras el límite lo ponía el consumo; conforme las líneas de producción rentables iban perdiendo su posición de monopolio para dar paso a productores con mayores tasas de ganancia, se iban saturando y perdiendo interés para nuevos inversores. Además, los países consumidores no podían ceder todo el tejido productivo, pues sus ciudadanos perderían la capacidad de seguir consumiendo. A finales de los 60, la demanda no podía absorber el crecimiento acelerado de los países que se iban sumando a la producción, de modo que, a partir de 1970, la edad de oro llegó a su fin y comenzó una desaceleración generalizada. Estados Unidos, que había perdido productividad frente a los nuevos productores, no podía seguir sacrificándose por el mantenimiento del orden internacional y decidió en 1971 abandonar la convertibilidad con dólar-oro que se había establecido en Bretton Woods, sistema que se sustituyó por un sistema monetario que permitiera fluctuaciones, con vistas a establecer una suerte de sistema de turnos, según el cual, para convertirse en productor, un país debía devaluar su moneda para abaratar la exportación de manufacturas y, así, atraer inversiones.{34}

Este sistema se ha ido improvisando desde entonces con numerosas fluctuaciones monetarias. Sin ánimo de entrar en ellas, servirá de ejemplo la primera gran intervención en política monetaria tras el abandono de Bretton Woods. A mediados de los 80, Estados Unidos se enfrentaba a una recesión provocada, entre otras cosas, por la fortaleza del dólar frente al yen, que fomentaba las exportaciones niponas frente a las norteamericanas. El déficit comercial de EEUU lo convirtió en un país deudor. Por ello, Estados Unidos impulsó en 1985 los conocidos como acuerdos del Plaza, aprobados por ministros y gobernadores de bancos centrales de Francia, Reino Unido, Japón, Alemania (Federal) y Estados Unidos en el hotel Plaza de Nueva York y dirigidos a depreciar el dólar para devolverle competitividad frente al Yen. Japón no sólo tuvo que aceptar el acuerdo por imposición de los otros países, sino que no le convenía mantener la recesión en Estados Unidos, dado que el desplome de este mercado hubiera arrastrado a la propia economía nipona, basada en la exportación. Sin embargo, el proceso, aunque intencionalmente teleológico tal como fue dispuesto por el principal vencedor de la Segunda Guerra Mundial, distaba mucho de estar planificado en todos sus aspectos, en el sentido de la multiplicidad pluralista de líneas categoriales e históricas que escapaban a los demiurgos del orden imperial estadounidense. Por ello, como una consecuencia no prevista de estos acuerdos inter-nacionales, el capital japonés se vio obligado a marcharse a otros países con monedas menos fuertes y mano de obra más barata (15 mil millones de dólares en inversiones directas de Japón en Asia meridional), lo que se suele poner en el origen del despegue a finales de los 80 de economías como las de Indonesia, Malasia y Tailandia. Esto frustró el objetivo de los acuerdos Plaza de reducir el déficit comercial estadounidense.

A mediados de los 90 China se suma a este modelo, y sus bajos costes de producción provocan una entrada masiva de capital, de modo que en la primera década del siglo XXI muchas empresas productoras de todo el mundo tienen que irse a China para sobrevivir competitivamente en el mercado: el país recibió 50 mil millones de dólares de inversiones extranjeras en pocos años. Pero recordemos que el proceso había empezado por la intención estadounidense de frenar la competencia japonesa. Y, sin embargo, el resultado inesperado fue multiplicar el número de países en competencia por el mercado; EEUU seguía siendo el principal consumidor, motor de todas aquellas economías dirigidas a la exportación, y cada vez producía menos. Por ello, la impresionante consolidación de China como «fábrica del mundo» ha sido financiada por un consumo que apenas sí podían sostener los ciudadanos occidentales.

China ha superado recientemente a Alemania como primera exportadora; y no por el crecimiento de ambas, sino porque la caída de las exportaciones alemanas ha sido mucho mayor y por tanto ha cedido a China el liderazgo en términos de porcentaje del comercio internacional total.{35} EEUU mantuvo un 18% del total del comercio internacional en los 50, Japón acaparó un 10% en 1986, antes de que los acuerdos del Plaza tuvieran efecto, los tigres asiáticos llegaron a la misma punta en los 90, y ahora China acaba de cruzar la barrera del 10% (y eso que por ahora predomina en sectores industriales con poco valor añadido, como acero, astilleros y maquinarias, pero ya está empezando a ocupar mercados relacionados con nuevas tecnologías).{36} Por supuesto, que esto ha sido posible a costa de que otros exporten menos, porque los principales consumidores siguen siendo los mismos (esto no supone ningún regreso a análisis de tipo «suma cero», sino la constatación de que hay techos a la colocación de bienes, es decir, de que la superproducción es una amenaza constante para la economía política). En esta situación, China comenzó a comprar deuda pública estadounidense y a prestar dinero a entidades financieras de aquel país, que a su vez prestarían dinero a los consumidores. Es decir, la propia China estaba financiando la continuidad, la recurrencia, del intercambio con su principal comprador. Durante años la acumulación de capital en EEUU fue mínima y el crédito mucho y barato, pero no por la ceguera de los Estados, la falta de regulación, o la avaricia de algunos, sino para mantener el intercambio internacional, aun a costa de producir situaciones peligrosas (siempre más para unos Estados que para otros).{37}

4. Conclusión

Desde el año 2000, por tanto, la «burbuja crediticia» ha sido motor de crecimiento del capitalismo internacional. El mismo papel ha correspondido a otras burbujas, como la tecnológica (la supuesta «nueva economía» relacionada con Internet) o la inmobiliaria. Y todas van pinchando porque no se basan en un ritmo de consumo de bienes efectivo; lo que no significa que el capitalismo esté abocado a caer, pues los Estados insertos en las plataformas imperiales relevantes no parecen contar con alternativas, y por tanto, no tienen más remedio que ir improvisando soluciones. Hay quien apunta a las energías verdes como un próximo candidato a mantener el crecimiento «artificial» de la economía, pero también el oro, los mercados asiáticos o incluso bonos del Estado (es decir, la deuda vendida por los gobiernos para financiar sus déficits económicos, importante impulso de la economía de crisis: de nuevo vemos cómo los mercados se ven en la contradicción de nutrirse a base de dinero que financian ellos mismos).{38}

Por supuesto, la anterior exposición no pretende haber ofrecido una causa de la crisis actual (para lo que habría que añadir factores, no ajenos a la dialéctica de Estados, como la Unión Soviética, la economía de países hispanoamericanos, la crisis del petróleo de 1973 o el papel actual de las eurodivisas). Más bien se trata de una presentación, muy esquemática, de cómo una aproximación atenta a la especificidad de la situación histórica de los Estados tras la Segunda Guerra mundial puede intentar explicar el sistema de producción y consumo internacional. El objetivo, como se anunció desde el principio, ha sido señalar cómo los Estados, en sus relaciones interestatales, han sido y son parte interna del capitalismo internacional. Para cumplirlo, se han apuntado razones y perspectivas a menudo ausentes de los debates tanto ideológicos como universitarios más comunes.

No se trata de abogar por «más o menos Estado», pues eso dependerá de la situación coyuntural de cada economía nacional, así como de los intereses de sus clases dirigentes.{39} Se trata de constatar que, sin Estados, no hay capitalismo internacional, algo que no por obvio es menos olvidado (excepto por quienes desde la Realpolitik toman decisiones económicas, políticas o militares, y a menudo por ellos también). Tan peligroso es hablar de capitalismo, como si de un sistema hipostasiado al margen de las economías políticas nacionales se tratase, como de capitalismos, como si de totalidades distributivas monádicas estuviéramos hablando. Los círculos de las economías nacionales luchan por recubrirse unos a otros, o al menos por sobrevivir en presencia del resto, y en eso consiste el capitalismo inter-nacional; por eso, la economía internacional es economía política y no se entiende sin ideas como las de Estado o la de Imperio.{40}

Notas

{1} Agradezco a Robert Brenner la lectura de un borrador previo de este trabajo y sus recomendaciones, aunque no pretendo atribuirle las tesis ni los errores aquí contenidos.

{2} En España, esta postura está representada por Jesús Huerta de Soto, Dinero, créditos bancarios y ciclos económicos, Unión editorial, Madrid 1998. Una aplicación reciente a la situación actual puede verse en Thomas Sowell, The Housing Boom and Bust, Basic Books 2009. Juan Ramón Rallo defendió las tesis austriacas con propiedad en los XV Encuentros de Filosofía.

{3} Para la distinción entre teorías formalistas y materialistas desde el punto de vista de la capacidad de engarzar con los fenómenos, véase, por ejemplo, Gustavo Bueno, Prólogo a Alfonso Fernández Treguerres, Los dioses olvidados: caza, toros y filosofía de la religión, Pentalfa, Oviedo 1993, 7-34. Iñigo Ongay, en su presentación en este congreso, ha detectado estrechas similitudes entre el liberalismo económico y el fundamentalismo democrático, y ha situado estas similitudes en el formalismo común a ambas.

{4} Sobre los puntos de partida compartidos por la ideología neo-liberal y los grupos anti-globalización respecto a la llamada globalización, Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna: Terrorismo, Guerra y Globalización, Ediciones B, Barcelona 2004, 161-262.

{5} Para la aplicación de la teoría del cierre categorial a la economía clásica y sus limitaciones, Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972; facsímil de 2007 en el PFE, 47 y ss. En estos XV Encuentros de Filosofía, Manuel Hernández aludió en su comunicación a las conexiones entre la economía política y sus interpretaciones académicas, pero sin ofrecer una teoría de la ciencia.

{6} Para estos los momentos nucleares y contextuales del fundamentalismo, Gustavo Bueno, «Fundamentalismo científico y Bioética», El Catoblepas, 97:2, marzo 2010. Esto nos pone ante la necesidad de intersectar otras tablas, otras economías nacionales, a la tabla contenida en el Ensayo sobre las categorías de la economía política. Tal fue la propuesta de Gustavo Bueno en su conferencia de clausura de estos XV Encuentros, disponible en la videoteca de la Fundación Gustavo Bueno. Ésta había sido adelantada por Javier Delgado Palomar en el interesante debate en torno al libro en el programa Teatro Crítico (debate nº 16, 30 de enero de 2008). Tanto en la conferencia como en el debate de Teatro Crítico se presenta la idea del diferente ritmo de corrupción de los bienes como origen de las crisis en tanto rompimiento del circuito de rotación del intercambio.

{7} Sobre el rompimiento de este cierre por la vía ontológica del socialismo (genérico), Gustavo Bueno, «Sobre el significado de los «Grundrisse» en la interpretación del marxismo», Sistema, 2:15-39, mayo 1973, en especial pag. 36. Ver también la secuela de este artículo en Gustavo Bueno, «Los «Grundrisse» de Marx y la «Filosofía del Espíritu objetivo» de Hegel», Sistema, 4:35-46, enero 1974.

{8} Esta situación es extensible a las teorías neo-clásicas que operan en la actualidad; en efecto, escribe Javier Delgado Palomar en «Gnoseología de un texto económico», El Catoblepas, 6:9, agosto 2002: «este formalismo, que se nos presenta, como hemos mencionado, solidario de la Idea de verdad como coherencia, está en el origen mismo de la economía actual. Una disciplina dominante (las matemáticas, la estadística) es aplicada a un campo (económico) que la desborda. Es decir, la economía actual es una disciplina científica constituida por segregación oblicua o aplicativa. Y es cuando se producen estos desbordamientos, es decir, en los momentos destructivos de la categoría económica, cuando observamos más claramente la desconexión entre las partes formales y partes materiales de la misma. Por ejemplo, en el momento en que un «factor externo», como una guerra, provoca cambios en los términos matemáticos, que ya no se pueden justificar por ellos mismos y por las relaciones entre ellos (formales).»

{9} La correspondencia entre la filosofía de Malebranche y la teoría económica de Keynes está ya apuntada en Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política: 158.

{10} Gustavo Bueno, El fundamentalismo democrático, Temas de Hoy, Madrid 2010, 108-109.

{11} Los parámetros de la vuelta del revés del materialismo filosófico a Marx se han expuesto en diferentes textos, por ejemplo, Gustavo Bueno, «La vuelta del revés de Marx», El Catoblepas, 76:2, junio 2008.

{12} Carlos Moya, Señas de Leviatán. Estado nacional y sociedad industrial: España 1936-1980, Alianza Editorial, Madrid 1984, 171. Antes (pág. 164) Moya escribe: «La formación histórica del sistema occidental de los estados nacionales es la propia formación del mercado nacional-internacional, que hace posible la progresiva acumulación del capital a nivel específicamente «nacional» y «mundial»».

{13} La teoría de las tres capas de las sociedades políticas puede encontrarse en Gustavo Bueno, «El tributo en la dialéctica sociedad política / sociedad civil», El Basilisco, 33:3-24, 2003.

{14} Para ello pueden verse, entre otros, los siguientes trabajos: Mary S. Morgan, «Economics» en Theodore M. Porter y Dorothy Ross, The Modern Social Sciences, The Cambridge History of Science, vol. 7, 275-305, Cambridge University Press, Cambridge 2003); Theodore M. Porter, «La estadística y el curso de la razón pública: compromiso e imparcialidad en un mundo cuantificado», Empiria, num. 18:19-35, julio-diciembre 2009; Donald Mackenzie, Material Markets: How Economic Agents are Constructed, Oxford University Press, Oxford 2009.

{15} Para la recurrencia entre los módulos de producción y consumo, Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política. Para la racionalidad institucional de la empresa, Íñigo Ongay, «Notas en torno al concepto de institución y a las instituciones empresariales», El Catoblepas, 79:10, septiembre de 2008.

{16} Barry Eichengreen, «Institutions and Economic Growth: Europe after World War II» en N. Crafts y G. Toniolo (eds.), Economic Growth in Europe since 1945, Cambridge University Press, Cambridge 1996.

{17} Estos procesos de domesticación de los trabajadores, por vía de la neutralización de los partidos comunistas correspondientes (neutralización en la que Stalin jugó un importante papel, como sabemos en España por los consejos que éste dio a Santiago Carrillo) y de la incorporación de sindicalistas liberados a las negociaciones (de lo que también sabemos bastante en España, mucho después del desmantelamiento del sindicato vertical) han sido analizados por Philip Armstrong, Andrew Glyn y John Harrison, Capitalism Since 1945, Basil Blackwell, Oxford 1991.

{18} Sobre algunos de estos factores, incluyendo el nivel de saturación de sectores productivos, Michael Heinrich, Crítica de la economía política. Una introducción a El Capital de Marx, Escolar y Mayo Editores, Madrid 2008, 147-154. El no tener esto en cuenta ha llevado a algún analista a querer defender, a menudo pese a los datos, que la causa real del descalabro de la «edad de oro del capitalismo» fue el estrangulamiento al capital por parte de los salarios; por ejemplo, James Crotty, «Review of Robert Brenner’s «Turbulence in the World Economy», Challenge, XLII, 3:108-119, mayo-junio 1999.

{19} Sobre esta concepción del valor, Gustavo Bueno, «Fundamentalismo científico y Bioética», El Catoblepas, 97:2, marzo 2010. Sobre el concepto marxiano, de raigambre aristótelica (potencia-acto, materia-forma), de la forma mercancía y de la realización del valor económico en el intercambio, Michael Heinrich, Crítica de la economía política. Una introducción a El Capital de Marx, Escolar y Mayo Editores, Madrid 2008, 69-72.

{20} El énfasis en la competencia internacional en los procesos de recuperación está las más de las veces ausente en los análisis más centrados en el cambio tecnológico, no así en el clásico de Moses Abramovitz, «Catching Up, Forging Ahead and Falling Behind», Journal of Economic History, XLVI:385-406, 1986.

{21} El propio Eichengreen ha incidido más en el papel jugado por EEUU en algún otro trabajo, como «Mainsprings of Economic Recovery in Post-War Europe» en Barry Eichengreen (ed.), Europe’s Postwar Recovery, Cambridge University Press, Cambridge 1995.

{22} Andrew Glyn, Alan Hughes, Alain Lipietz, «The Rise and Fall of the Golden Age», en Stephen A. Marglin y Juliet B. Schor, The Golden Age of Capitalism: Reinterpreting the Postwar Experience, Oxford University Press, Oxford 1991, 39-125.

{23} Más conocido por sus análisis sobre la transición del feudalismo al capitalismo que por su obra más reciente dedicada a la época contemporánea; T. H. Aston y C. H. E. Philpin (eds.), El debate Brenner: estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Europa preindustrial, Editorial Crítica, Barcelona 1988.

{24} Robert Brenner, The Economics of Global Turbulence: The Advanced Capitalists Economies from Long Boom to Downturn, Verso, Londres 2006.

{25} Desde los trabajos de Keynes, es común la afirmación de que la Primera Guerra Mundial enseñó a los diferentes países diversas lecciones relacionadas con los peligros del laissez faire. Esto ha guiado, por ejemplo, la exposición de la historia económica del siglo veinte de Ivan Berend, An Economic History of 20th Century Europe, Cambridge University Press, Cambridge 2008. De igual modo, la Segunda Guerra Mundial, habría enseñado a EEUU los peligros de desentenderse de asuntos de economía internacional, ver Richard N. Gardner, La diplomacia del dólar y la esterlina. Orígenes y futuro del sistema de Breton Woods-GATT, Círculo de Léctores, Barcelona 1994; original de 1956, en especial pág. 73.

{26} Un magnífico análisis de cómo Estados Unidos pasó de una política económica de tintes autárquicos a defender e impulsar el crecimiento económico de Europa y Japón, y de cómo lo logró, puede encontrarse en Fred. L. Block, The Origins of the International Economic Dissorder: A Study of the United States International Monetary Policy from World War II to the Present, University of California Press, Berkeley 1990, 33-69. Allí (pág. 51) puede leerse la siguiente cita de Leon Fraser sobre los acuerdos de 1944 para la creación del Fondo Monetario Internacional, del First Nacional City Bank: «Se nos dice que 44 naciones acordaron esto. Creo que sería más exacto decir que 3 o 4 grupos de tipos muy expertos se juntaron y escribieron un plan, y luego lo miraron con otros 44 técnicos y les dijeron «esto es lo que Estados Unidos y Gran Bretaña están dispuestos a defender a vuestro lado». Por supuesto, dadas las condiciones del mundo en el tiempo de esas negociaciones, estos chicos dijeron «Si, claro, ¿por qué no?» No tenían absolutamente nada que perder. Nos tenían por sus salvadores tanto en lo militar como en lo económico, y cualquier propuesta que cayera dentro de los límites de la razón humana y que viniera avalada por representantes estadounidenses se veía como naturalmente aceptable.»

{27} A principios del 47 se reunieron los encargados de planificar las relaciones económicas internacionales de Estados Unidos y pronosticaron que «el mundo no podría ser capaz de seguir comprando exportaciones de EEUU al ritmo del años 1946-47 más allá de 12-18 meses». Citado en Block, op. cit., pág. 82.

{28} Una de las escuelas que quiere convertirse en «canon» para la economía política alternativo a la clásica, «the other canon», defiende el carácter interno del Estado en el crecimiento económico a partir de las relaciones entre economía y geografía, en tanto éste ha actuado históricamente como sancionador de propiedades y contratos mediante el derecho, promotor por la fuerza de nuevas «necesidades» demandadas, tales como la educación, director de mercados y de ventajas comparativas, impulsor de infraestructuras, de estándares o normas, consumidor –a menudo de la tecnología más puntera– y productor. Ahora bien, esta escuela carece de una teoría del Estado, al que equipara a una empresa de gran escala, y su antropología se basa en categorías explícitamente «idealistas», tales como la «mente del Hombre», que habría que reinterpretar desde el materialismo; p. ej, Erik S. Reiner, «The role of the state in economic growth» Journal of Economic Studies, 26 4-5:268-326, 1999.

{29} Sobre esto pueden verse varios capítulos de Miyohei Shinohara, Industrial Growth, Trade, and Dynamic Patterns in the Japanese Economy, University of Tokyo Press, Tokio 1982.

{30} Dos trabajos tratan este punto con especial atención a las modificaciones territoriales que esto supuso en ambos páises, es decir, desde una perspectiva propiamente basal de la economía política nacional; para el caso ingles, David Edgerton, Warfare State, Britain 1920-1970, Cambridge University Press, Cambridge 2006; para el estadounidense, Gerald D. Nash, The Federal Landscape: An Economic History of the Twentieth Century West, University of Arizona Press, Tucson 1999.

{31} Una interpretación de la implantación del estado del bienestar especialmente atenta a su función para el crecimiento económico se encuentra en Nicholas Barr, The Welfare State as a Piggy Bank: Information, Risk, Uncertainty and the Role of the State, Oxford University Press, Oxford 2001.

{32} Sobre el papel económico-político de Alemania en la zona euro, incluyendo la funcionalidad del euro para mantener su nivel de exportaciones frente a otros países de la zona, The Economist, «German’s Role as Europe’s Engine» y «Older and Wiser: A Special Report on Germany», The Economist (11 de marzo de 2010).

{33} También Inglaterra ha sido clave en movilizar las economías europeas. España no fue una excepción en este sentido y, como explica Fernando Guirao, tomó parte en la «edad dorada del capitalismo» en los 50 y 60 (Fernando Guirao, Spain and the Reconstruction of Western Europe, 1945-57: Challenge and Response, St. Martin's Press, Nueva York 1998). La entrada en la Unión Europea primero, y en el euro después, en la que muchos economistas vieron el despegue definitivo de nuestra economía, trajo fondos estructurales y otras ventajas inmediatas, pero a cambio de desmantelar el tejido productivo existente y bascular la economía hacia el turismo (es decir, de convertir a España no en fuente de acumulación de capital sino en territorio de circulación de capitales extranjeros), actividad muy dependiente de los ciclos internacionales, como ahora se está viendo. El euro, además, privó a España de la posibilidad de devaluar la moneda, operación que había sido clave en la resolución de otras crisis españolas tanto a finales de los 50 como en los 90. Por supuesto, en nuestro caso la situación se agrava con la descomposición de la capa basal española que opera el estado de las autonomías, que además supone un despilfarro de recursos que dispara el defícit público sin aumentar la productividad (véase al respecto el especial «Mercados» en El Mundo, 28 de marzo de 2010). Es muy representativa de la situación la «explicación gráfica de la crisis en España que ofrecía el Premio Nobel estadounidense Paul Krugman en The New York Times, 6 de febrero de 2010:

Paul Krugman, The New York Times, 6 de febrero de 2010

{34} Joaquín Arriola recordaba en estos XV Encuentros de Filosofía que Nixon anunció la salida de EEUU de los acuerdos de Bretton Woods avisando a otros países firmantes que consideraría una agresión cualquier intento de hacer cumplir a EEUU sus compromisos. Es decir, la guerra entre Estados está presente como telón de fondo en el tablero del mercado internacional.

{35} Ralph Atkins, «China to overtake Germany as world’s leading exporter», Financial Times, 9-10 de enero de 2010: 2.

{36} The Economist, «Fear of the Dragon: China’s export prospects», The Economist, 9 de enero de 2010: 65-67.

{37} Para esto puede verse, Walden Bello, «Asia: The Coming Fury,» Foreign Policy in Focus, 9 febrero de 2009.

{38} The Economist, «The danger of the bounce», The Economist, 9 de enero de 2010: 62-64.

{39} El desprecio a las circunstancias particulares es todavía muy notorio no sólo en debates mediáticos e ideológicos sobre, por ejemplo, como debiera España actuar para remontar su maltrecha economía en el año 2010, sino en estudios académicos de historia económica, como el reseñado en Lino Camprubí, «Review: Guillermo Guajardo Soto (ed.), Innovación y empresa: estudios históricos de México, España y América Latina (Solar Servicios Editoriales, México 2008)», Enterprise and Society (Advance Access, 18 marzo de 2010).

{40} La comunicación de Tomás García para este mismo congreso ensaya una reconstrucción de las relaciones de las crisis globales a lo largo de la historia con las decadencias de los imperios romano, español, británico y estadounidense.

 

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