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El Catoblepas, número 109, marzo 2011
  El Catoblepasnúmero 109 • marzo 2011 • página 9
Artículos

Dionisio Ridruejo, político y poeta

José María García de Tuñón Aza

Dionisio Ridruejo Jiménez (1912-1975)

Dionisio Ridruejo

Es difícil distinguir en Ridruejo si se sintió más político que poeta, o al revés; aunque hay quien dice que «la fe de poeta fue más duradera en Ridruejo que la fe de falangista, y también el poeta había nacido antes que el político vocacional»{1}. Salvador de Madariaga en el prólogo a las memorias de Ridruejo, dice al respecto: «Poeta más que otra cosa fue en el fondo Ridruejo. Y Primo de Rivera, prototipo y modelo de lo que iba a ser Dionisio»{2}. Sin embargo, para acercarse a lo que muy posiblemente haya sido más cierto, nada mejor que las propias palabras de Dionisio que iremos viendo en las que parece aclararnos algo, aunque no demasiado, porque hay momentos en su vida que es imposible separar ambas cosas, si bien para él la política nunca fue una «vocación sino de deber», solía precisar.

Cuenta en sus memorias que fue en La Granja, en casa del matrimonio Tomás Chávarri y Marichu de la Mora, donde conoció a José Antonio. Vivían los Chávarri en una casa alquilada del siglo XIX y a su llegada ya se encontraba en ella la poetisa Ernestina de Champourcín, que más tarde se casaría con Juan José Domenchina, conocido poeta y secretario particular de Manuel Azaña. «Poco después –escribe– llegaban de Madrid José Antonio Primo de Rivera y Agustín de Foxá. El primero era, de dos años atrás, mi jefe político, pero sólo lo había visto en algunos actos públicos» (pág. 53). Dionisio Ridruejo reconoce que no había ido a manifestarse sino, principalmente, a escuchar. Le pareció que José Antonio hablaba en buena prosa y lo sabía y cuidaba. La velada en aquella casa fue aquel día más literaria que política de la que se habló muy poco. El poeta leyó algunos poemas mientras el fundador de Falange escuchaba muy atento y declaraba su gusto por la poesía francesa, algo que sorprendió al autor de Sonetos a la piedra a quien le habían dicho que el célebre poema If de Kipling era una devoción muy especial de aquél.

Dionisio Ridruejo nació en la villa soriana de Burgo de Osma el 12 de octubre de 1912. Su padre, que también se llamaba Dionisio, se casó a la avanzada edad de sesenta años con su sobrina Segunda Jiménez Ridruejo que era mucho más joven que él. Tuvo el matrimonio seis hijos y en la práctica Dionisio fue el único hijo varón de la familia ya que sus otros dos hermanos, Felipe y Matías, morirían muy pronto y su padre falleció cuando Ridruejo contaba solamente tres años de edad. Una vez, siendo muy niño, abandonó por primera vez su provincia de Soria para acompañar a su madre a hacer un periplo que los llevó a Madrid, Segovia y Valladolid. Otro día viajó a lo que él llamó «los orígenes» que no eran otros que los pueblecitos sitos en la Sierra de Oncala de donde venía toda su familia. A su temprana edad no tenía una idea clara de nada de lo que significaba todo esto, pero en casa había oído hablar siempre de ovejas merinas, de nieves invernales, de lobos temibles y de las marchas trashumantes del invierno hacia Sierra Morena. Su primer contacto con la escuela tuvo lugar en el pueblo de su madre, San Andrés de San Pedro Manrique, donde pasaba el verano con toda su familia. Él recuerda haber ido algunos días a la escuela pública en compañía de sus primos.

Acabada la infancia, llegó la hora de plantearse los estudios de bachillerato. Fue Segovia la ciudad elegida para estudiar en régimen de internado en el colegio de los Maristas donde solamente estuvo un año. En esta capital conoció a Antonio Machado, profesor de francés en el Instituto y encargado de curso de gramática española, asignatura que se estudiaba en el primer curso sin que en los cinco años restantes volviesen a tener noticia de la ciencia del lenguaje ni de cualquier ejercicio sobre él. «¡Así nos costó luego tanto tiempo empezar a aprender a escribir!», dice Ridruejo. En el examen de esta asignatura (los alumnos de los colegios privados tenían que examinarse en el Instituto), Machado le preguntó: El plural de los nombres compuestos. «Contesté bien y con seguridad. Y allí acabó todo –dice Ridruejo–. Yo no quería terminar de irme, pero don Antonio sonriente, hizo con la mano el oportuno gesto. “No hace falta más”. Y me firmó un sobresaliente dejándome en una especie de sentimiento desairado»{3}. Al año siguiente trasladó la matrícula al colegio de San José de Valladolid, regido por los jesuitas, del que no conservó muy buen recuerdo, aunque también finalizó el bachillerato en otro colegio de los jesuitas, el situado en Chamartín de la Rosa.

Su primer encuentro con la vida literaria tendría lugar en San Lorenzo del Escorial, en el Real Colegio de Estudios Superiores de María Cristina. Allí había llegado de la mano de su madre en enero de 1928 cuando aún no había cumplido los 16 años. El Monasterio, del que luego se iría enamorando, le pareció en un principio un desierto en pie. «Volvía al internado tras un fugaz y desarreglado trimestre de libertad madrileña. Cursaba estudios de ingeniería, pero en el Escorial me encontré con las letras, no ya como una diversión marginal sino como un horizonte posible» (Casi…, pág. 24). Efectivamente, dejó los estudios de ingeniería por el de Derecho y en este periodo habría que incluir también el curso de periodismo que siguió en la Escuela de El Debate, de Madrid. Poco tiempo después dio su primera conferencia y publicó versos en las dos revistas que se disputaban la atención de los alumnos de Derecho. Una era la oficial que en otro tiempo se llamó Nueva Etapa y luego Ensayos, de la que llegó a ser director; la otra se titulaba La Oca que dominaba el tono satírico. En este tiempo, Ridruejo leía a Homero, a Milton, a Shakespeare, a Garcilaso, a Cervantes, y también a Unamuno porque cuenta que estando un día paseando por donde el claustro de la catedral de Burgo de Osma leyendo La vida de D. Quijote y Sancho, apareció de repente el mismo don Miguel con el «chaleco cerrado hasta el cuello de la camisa y la cabeza de búho erizado, con sus tremendos ojos intensificados por las gafas» (Sombras…, pág. 22), acompañado de un canónigo. Se acercó a ambos y demandó al ilustre vasco la dedicatoria del libro, algo que éste hizo con gusto. Después, como perrillo faldero, siguió tras ellos: «Al llegar al sepulcro de San Pedro de Osma (la joya románica del templo) el canónigo quiso explicar cada uno de los milagros allí representados en relieve con muchos restos de policromía. Don Miguel le atajó contando un chiste del obispo que rechazaba los milagros “en mi diócesis y sin mi permiso”. Luego se habló del venerable Palafox y Unamuno elogió su estilo seco, duro para arremeter contra la literatura almibarada de la devoción moderna. Nunca volví a verlo salvo de lejos como a don Antonio» (págs. 22-23).

En El Escorial el Derecho le interesaba poco, pero la literatura se convirtió para él en oficio. Descubrió la vanguardia literaria leyendo el libro Espadas como labios, de Vicente Aleixandre, que le había prestado el profesor de Literatura. Lee a Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Valle-Inclán, García Lorca, Alberti. Había leído hasta entonces a muchos autores clásicos: Zorrilla, Espronceda y Bécquer. En este último «encontré, si no me engaño, la primera intuición del misterio poético; la del sobreentendimiento que remonta el sentido vulgar de la palabra»{4}. Fruto de todo ello, Ridruejo publica a los 16 años en el semanario diocesano de Burgo de Osma, Hogar y Pueblo, sus primeros poemas que tituló Al Castillo de Osma y Canto a Castilla que andando el tiempo le parecerían «deleznables». Su primer libro de versos no se publicó hasta 1935 bajo el título: Plural, editado en Segovia. Le seguiría en 1939, Primer libro de amor, editado en Barcelona:

Vengo a mirarte, campo doloroso,
cuando son triste leña de encinas
cuando en rigores de tu polvo inclinas
sus mutilados miembros al reposo
y en las huellas del ciervo sin camino
se alberga el yerto ruiseñor piadoso
segado, en pluma tierna, de su trino.

Vengo a mirarte, campo desolado,
y a pensar en tu abril como en mis horas,
a la anchísima luz de tus auroras,
a tu horizonte con dolor talado.
Vengo a elevar mis plantas en tu fuego,
con la promesa del amor logrado,
nueva mi voz y mi silencio ciego.{5}

Pero antes, en 1935, como decíamos al principio y fuera de los círculos falangistas, conoce a José Antonio Primo de Rivera, «un hombre –nos dice Ridruejo– sugestivo, inteligente, de gran elegancia dialéctica, gallardía y segura honradez personal, que a estas gracias añadía la de un punto de timidez delicada y diferente, enormemente atractiva. Me impresionó como no me ha impresionado ningún otro hombre y me pareció ver en él el modelo que el joven busca instintivamente para seguirle e imitarle: algo así como el amigo mayor que siempre orienta el despegue rebelde de los adolescentes cuando sienten la necesidad de romper con lo más inmediato e impuesto. Con esto, mi sistema de mitificaciones, quedó completo»{6}. Y así es, porque nunca dejó de sentir por su figura un gran respeto y vivo afecto que siempre le inspiró y al que un día dedicó siete sonetos –sus Obras completas sólo recogen tres– publicando, en 1939, uno en la Corona de sonetos en la que también participaron otros poetas: Gerardo Diego, Manuel Machado, Luís Rosales, José María Alfaro, Alvaro Cunqueiro, &c. Quizá uno de los menos conocido de los que escribió sea éste:

El corazón te busca en su alabanza
hecha de soledad y desconsuelo,
y halla tu gloria en el amado suelo
que rige con laureles tu esperanza.

Te reclama el amor y ya te alcanza
con fe nacida de tu voz y duelo,
y mientras dura irreparable el hielo
con más ardor te crea y afianza.

En torno de la muerte, quién dijera
cuánto tiene la voz de tu elegía
de canto por la vida verdadera.

Pues con el alma y sangre en agonía
aún las habita en ti la primavera
al alumbrarte cada nuevo día.{7}

A Ridruejo también se le deben para el himno falangista Cara el al sol, las estrofas: Volverán banderas victoriosas / al paso alegre de la paz.

En plena guerra hubo un personaje que llamó la atención de Dionisio Ridruejo. Fue el general Millán Astray del que recuerda su incidente con Miguel de Unamuno en Salamanca cuando la Fiesta de la Raza: 12 de octubre. Sobre este incidente Ridruejo escribe: «Millán aparece como el arquetipo del fanático de una pieza, que suma acción y creencia a quien el espectáculo de la inteligencia crítica pone fuera de sí. Me parece que los que interpretan de ese modo la escena se equivocan. Algo traté a Millán y no vi en él ni la sombra de la embriaguez de creencia que ese arquetipo supone. Como dije una vez de un escritor amigo, Millán no era una persona; era un manifiesto. Jamás he conocido una pasión de protagonismo, una avidez de representación tan acentuadas como la suya. En Salamanca, Unamuno transformó –con su fuerte carácter insumiso y su exigencia moral– un acto académico en una situación dramática de las que quedan. Y Millán, aprovechando la alusión polémica a su su d’anunziano y decadentista Viva la muerte (que otros muchos, como los falangistas, imbuidos por un idealismo vitalista contestábamos también entonces), creyó que aquél era el buen momento para alzarse con el acto, para antagonizarse con Unamuno arrebatándole la titularidad exclusiva de la representación» (Sombras…, pág. 110).

En este periodo, Ridruejo, que anteriormente apenas había tenido responsabilidades políticas, solamente la jefatura del sindicato universitario de Segovia, fue nombrado por Hedilla, jefe provincial de Falange en Valladolid teniendo después a Antonio Tovar como jefe de Prensa y Propaganda. Ambos decidieron un día difundir algunos discursos de José Antonio, pero uno de ellos, nos dice Ridruejo, «contenía ciertos ataques a la derecha y postulaba el desmontaje revolucionario de capitalismo. La Dirección de Prensa y Propaganda del Estado estaba a la sazón –si no me equivoco– en manos del profesor Gay, que había publicado en la anteguerra un estudio sobre el nacional-socialismo alemán. Colaboraban con él, como atestigua el marqués de Valdeiglesias, algunos monárquicos de Acción Española. No sé de quién partió la iniciativa, pero el discurso a que me refiero fue prohibido. Debía repartirse por las calles y leerse por la radio. La Junta de Salamanca nos confirmó la orden» (Casi…, pág. 87). Pero esta orden, según sigue contando Ridruejo, no fue acatada y todo el discurso fue leído por Tovar. A continuación hizo una escapada a Segovia por motivos familiares y a su vuelta, al día siguiente, encuentra con que habían sido detenidos Girón, Tovar, Narciso García y Bedoya. En vista de lo cual, «yo me constituí en prisión espontáneamente», dice Ridruejo (ibid.). Pero no sería ésta la única prohibición que tuvo que sufrir ya que a punto de ser tomada Cataluña, él y sus colaboradores elaboraron propaganda escrita en catalán con el objeto de ser distribuida en toda aquella región, y, en Barcelona principalmente, pero un alto grado militar, el general Álvarez Arenas, decidió que quedaba prohibida la utilización de esa lengua y el material secuestrado.

Durante la guerra no dejó de escribir poemas ya que gran parte de la obra Primer libro de amor y el grueso de los Sonetos a la piedra fueron escritos durante esta época. Colabora también en algunas publicaciones de signo falangista. Jerarquía, cuyo director era el sacerdote Fermín Yzurdiaga, era una de ellas. De esta revista solamente se publicaron cuatro números entre 1936 y 1938. En 1940, después de abandonar la Dirección de Propaganda, junto con Laín Entralgo, que sería el subdirector, Luís Rosales y Antonio Marichalar secretarios, y él director, funda la revista Escorial que «no es una revista de propaganda, sino una honrada y sinceramente una revista profesional de cultura y letras. No pensamos solicitar de nadie que venga a hacer aquí apologías líricas del régimen o justificaciones del mismo. El régimen bien justificado está por la sangre, y a las gentes de pensamiento y letras lo que les pedimos y exigimos es que vengan a llenarlo –es decir, a llenar la vida española– de su afán espiritual, de su trabajo y de su inteligencia»{8}. En el primer número aparecen, entre otras, las firmas de Eugenio Montes, Ramón Menéndez Pidal, Adriano del Valle, Luís Felipe Vivanco, Laín Entralgo, Luís Rosales y del propio Ridruejo que dedica un extenso artículo a Antonio Machado bajo el título, El poeta rescatado. En el mismo recuerda cómo conoció al poeta «de leer en sus versos el nombre de Soria –tierra de mi sangre– me había nacido una espontánea afición por él y un orgullo pueril, como de parentesco». Más adelante recuerda también el triste final de «D. Antonio en tierras de Francia. Quienes tanto ruido y alharaca armaron en defensa de la “cultura occidental democrática” contra España no supieron rodear la muerte de este hombre del consuelo y del honor que merecía. Murió allí ignorado, en soledad y desatendido –después de estar en un campo de concentración{9}– el único fragmento verdadero de “cultura universal” de que los enemigos habían dispuesto, el único que por los puertos pirenaicos recibió aquella Francia a quien Dios perdone, ya que los hombres le han dado su castigo»{10}. Antonio Machado ha sido para él como pensador y como poeta, o como poeta pensador, «uno de los grandes escritores que quedan para más tarde. Desde el principio se reconoció su talento, pero su influencia sólo debía imponerse de modo avasallador hacia los años próximos a su muerte y después de ella»{11}; a Machado dedicaría este soneto:

Subió tu voz, con gravedad hermosa,
desde el dorado fruto de Sevilla
al yermo planetario de Castilla
donde la tierra de tu amor reposa.

A tu paso, la España dolorosa
era, en campo lunar, tierna semilla,
pero al granar su fresca maravilla
tu verso ausente le negó su rosa.

Hoy, cerrado el rencor en la alegría,
al cumplir el volumen de su gloria,
con un ala de fiel melancolía,

trae España tu muerte hacia su Historia
y hace hierro de amor tu poesía,
vengando de ti mismo tu memoria.{12}

Por esta época aparece su libro Poesía en armas, que el poeta había escrito durante la guerra y que «con pocas excepciones, los poemas allí coleccionados me parecieron no sólo extraños a mi situación en la fecha que acabo de citar [1960] sino, más aún, a mi situación en el tiempo que se escribieron… Así lo creo aún. Pero, ¿por qué la guerra no afectó más seriamente mi discurso poético ni en la temática ni en la técnica? Nunca sabré explicarlo»{13}. Más tarde llegó otra guerra. La Alemania nazi había lanzado sus ejércitos contra Rusia y España dispuso enviar a aquel país lejano la llamada División Azul, compuesta sólo por voluntarios, y a la que nuestro poeta se alistó como soldado raso. «En rigor fui a Rusia –cuenta Ridruejo– a intervenir en la guerra, porque creía en aquella joven Europa heroica y popular de que estaban llenas las imaginaciones de ciertos fascistas ingenuos»{14}. A su regreso comenzaron las dudas contra las que luchó el tiempo que pudo, libre también de aquella situación de crisis y libre para disponer de sí mismo según su conciencia: «A mi regreso de Rusia –nos dice– hube de dedicar bastante tiempo a reparar mi salud, pero entre tanto fui cambiando impresiones con unos y con otros y haciéndome cargo de la situación. Salvo para mi halago personal, pues me veía lleno de atenciones y ofrecimientos, todo iba a peor. Las posiciones conservadoras se afirmaban en todas partes» (pág. 9). Todo iba en distinta dirección a la que él había soñando. Aunque era hombre serenamente religioso y liberalmente creyente, le molestaba el estilo de beatería dominante en la oposición derechista; pero le repugnaban también los alardes trivialmente blasfematorios que usaban los pocos hombres genuinos de izquierda; no estaba de acuerdo con que el ejército impusiera su poder ni que la iglesia tiranizase la política cultural con criterios calomardianos; pedía reformas sociales en todos los campos que no se barruntaban ni de lejos. Cansado de que no se cumplieran los postulados que él había aprendido de José Antonio, decide visitar al secretario general de Movimiento, José Luís de Arrese, y le dice que «si el Partido no estaba dispuesto a imponer, incluso mediante la rebeldía, las reformas que el país necesitaba» (pág. 30), estaba de más en el juego. Al no ser escuchado decide enviarle una carta al mismo Franco. Lo hace con fecha 7 de julio de 1942 y, entre otras cosas, escribe:

«Mi general: Si me atrevo a distraer la atención de V.E con esta carta es simplemente por una razón de conciencia… Seguir viviendo silencioso y conforme como un elemento, aunque insignificante, del Régimen me parece en el estado actual de cosas un acto de hipocresía… Durante mucho tiempo he pensado, junto con algunos servidores más inteligentes y leales –más exigentes y antipáticos quizá también– que ha tenido Vuecencia, que el Régimen que preside a través de todas sus vicisitudes unificadoras, terminaría por ser al fin el instrumento del pueblo español y de la realización histórica refundidora que nosotros habíamos pensado. No ha resultado así y se lleva camino de que no resulte ya nunca… Lo cierto es que los falangistas no se sienten dirigidos como tales, no ocupan los resortes vitales del mando, pero en cambio los ocupan en buena proporción sus enemigos manifiestos y otros disfrazados de amigos, amén de una buena cantidad de reaccionarios… La Falange gasta estérilmente su nombre y sus consignas una obra generalmente ajena y adversa perdiendo su eficacia, y la pugna hace que toda su obra aparezca llena de contradicciones y sea estéril» (Casi…, págs. 236-237).

A las dimisiones estrictamente políticas, año 1942, y a su separación del Partido, añadió la renuncia al único empleo remunerado que tenía: la dirección de la revista Escorial. Pasó el resto del verano fuera de Madrid, con idas y venidas, y con el propósito de iniciar una vida profesional nueva, pero en el mes de octubre su asunto concluía con una orden gubernativa de residencia forzosa en la ciudad de Ronda, bajo vigilancia policial en donde escribió una serie de poesías que titularía Cancionero en Ronda, cuya publicación sería prohibida además de otros dos libros de poesía, lo mismo que también se prohibió al jurado concederle el Premio Nacional de Literatura, como así era su deseo. En 1943 obtuvo el traslado a Cataluña: primero a la localidad de Llavaneras y después a Arenys de Mar. A mediados de año fue levantado el veto de censura para sus libros y aparecen dos obras fundamentales en su bibliografía poética: Fábula de la doncella y el río y la citada anteriormente Sonetos a la piedra, dedicados casi todos a sus amigos: Agustín de Foxá, Luís Rosales, Leopoldo Panero, Torrente Ballester, Samuel Ros, Serrano Suñer, Laín Entralgo, Antonio Tovar, Eugenio Montes, Gerardo Diego, Luís Felipe Vivanco, Manuel Machado, &c. Uno de los pocos que no dedicó fue el titulado Primer soneto:

A ti, yunque del aire, pensativa
de las altas y puras soledades;
a ti, duro tambor de tempestades,
armadura de siglos: piedra altiva.

A ti, en líneas y números cautiva,
vertical ambición de eternidades;
a ti, rostro sin voz de las edades
desnudo de cinceles: piedra viva.

A ti, cuando tu parto de la aurora,
cuando a eternos laureles elevada,
cuando fría en la sombra del secreto.

cuando libre en la forma triunfadora,
que canten en tu carne reposada
los catorce martillos del soneto.{15}

El 26 de junio de 1944 se casa con Gloria de Ros Ribas con la que viaja a Palma de Mallorca y tiene una entrevista con Manuel Hedilla que se encontraba confinado en la isla. Esta reunión levantó bastante revuelo en círculos políticos de Madrid, lo que le trajo como consecuencia la orden de tener que abandonar Cataluña, dándole después a elegir una nueva residencia que bien podía ser Cádiz o Castellón. El matrimonio escogió esta última ciudad, pero no por mucho tiempo ya que las autoridades tuvieron conocimiento que nada había habido de particular en sus conversaciones con Hedilla, y le fue permitido de nuevo el regreso a Cataluña. En este tiempo recibe el encargo de la Editorial Montaner y Simón de dirigir la colección de poesía Ariel. Mientras tanto prepara su libro Elegías que ofrece un testimonio tan sincero como completo de aquella su vida. A su mujer Gloria le dedica Elegía íntima, cuyos primeros versos dicen:

Fue un día de febrero con sol. El mar callaba
y los montes dormían el aire transparente.
Era la estación breve, delicada y sin nombre
que llega como heraldo con flores atrevidas.
Juntos, enneñecidos en su gozo,
habíamos andado por el huerto y el bosque
desgajándoles ramos.
Mientras yo cosechaba
tú elevabas tus brazos al nivel de tu rostro
desamparando la figura llena,
grave y prometedora como la tierra misma.
Volvimos casi ocultos en nuestra hermosa carga,
entre brazadas de florido almendro
y racimos dorados de mimosa,
mirándonos, riendo.{16}

Este mismo año aparece la obra Poesía en armas, de igual título que otro volumen publicado anteriormente, pero este nuevo recogía todos los poemas escritos durante su permanencia en Rusia. Colabora en los periódicos barceloneses La Vanguardia y Solidaridad Nacional que dirigía el camisa vieja Luys Santa Marina. Tampoco le faltaron colaboraciones, de carácter crítico-literario, en el diario madrileño Arriba. Así estuvo durante estos años hasta que repentinamente, en 1948, le conceden la corresponsalía en Roma para la llamada Prensa del Movimiento, con la única condición de que estuvieran vigilados sus escritos y relaciones. En la ciudad Eterna, por orden del Ministerio de Asuntos Exteriores, quedó adscrito al Instituto Español de Lengua y Literatura, y, a partir de este momento, fueron frecuentes sus conferencias sobre literatura. En Roma también concluyó la revisión y ordenación de su poesía publicada entre 1935 y 1945, que entregaría a la Editora Nacional con el título de En once años, libro con el que ganaría en el año 1950 el Premio Nacional de Literatura. Al año siguiente regresa definitivamente a Madrid cancelando su compromiso de corresponsal en Roma. Una vez en España es nombrado miembro del Instituto de Estudios Políticos, vocal del Patronato del Museo Nacional de Arte Contemporáneo, miembro del Instituto de Cultura Hispánica, y comienza sus colaboraciones continuadas e importantes en el semanario barcelonés Revista. En 1954 el jurado del Premio «Mariano de Cavia» le otorga el citado premio 1953 por un artículo publicado este mismo año en el semanario Revista con el título En los setenta años de don José Ortega y Gasset.

Metido nuevamente de lleno en política, incluso habiendo presentado en diciembre de 1956 el programa de Acción Democrática, que incluso le cuesta ser encarcelado en Carabanchel, Ridruejo no por eso abandona su poesía, ni sus artículos y crónicas que publica, una selección de ellos, en el libro En algunas ocasiones, y más tarde en otro titulado Dentro del tiempo. En Buenos Aires aparecería en 1962 la primera edición de su libro Escrito en España, que fue saludado por la crítica extranjera con general aplauso. Salvador de Madariaga, por ejemplo, «publicó un artículo de elogios a la obra. Pero en España el libro pasó inadvertido por razón del cuidado con que fue perseguida su introducción en el país»{17}. Este mismo año se suspendió por Decreto el artículo 14 del Fuero de los españoles, referente a la libertad de Residencia. Ridruejo optó por el exilio en París al mismo tiempo que fue invitado por los Sindicatos americanos a participar en diversas conferencias. De la capital francesa regresó a España en abril de 1964 siendo detenido y trasladado otra vez a Caranbachel donde apenas estuvo quince días celebrándose posteriormente el juicio condenándolo el tribunal a pagar una multa más tres años de libertad condicional. Vuelve a Estados Unidos en el año 1967 como profesor invitado en la Universidad de Madison para la cátedra de literatura. Una vez cumplidas sus funciones docentes, que duraron un semestre, regresa de nuevo a Madrid y ya le diagnostican una dolencia cardiaca que recupera en un sanatorio alemán a lo largo de unas tres semanas. No sé, corazón, si muerto o vivo / te traerá la alegría de las aves / entre los juncos del amor cautivo, había escrito Ridruejo.

El poeta no abandona en ningún momento sus actividades políticas hasta que en septiembre de 1969 acepta una invitación para impartir un curso de historia de la literatura en la Universidad americana de Austin. Aquí permanece cuatro meses regresando a España donde vuelve a lo que en ese momento llenaba casi su vida y que no era otra cosa que la política. No olvida, sin embargo, la literatura ya que a últimos de 1971 concluyó la preparación de una nueva edición de su libro Dentro del tiempo, que ahora se publicaría bajo el título de Memorias de una tregua. Acabaría más tarde el primer volumen de la guía monumental de Castilla la vieja. De nuevo vuelve a América, pero en esta ocasión invitado a la ciudad de México para participar en el homenaje al poeta León Felipe. En 1973 publica Entre literatura y política, y en enero de 1975 aparece el segundo tomo de Castilla la vieja; probablemente fue la última obra que Ridruejo vio divulgada ya que fallecería el 29 de junio de ese año, víctima de su dolencia cardiaca. En ese mismo instante su corazón descubriría el secreto al que se había referido en uno de sus poemas:

¿Y tú, Dios de mis ojos,
Señor de mi desvelo?
Mi corazón de sangre
no tiene tu secreto.
Más allá -luz o sombra-,
Más allá de mi sueño,
Tú inmensa compañía,
su cerrado misterio.{18}

Al día siguiente tuvo lugar las honras fúnebres y sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena. Su amigo Luís Rosales leyó ante su tumba un poema que Ridruejo había escrito no hacía mucho:

Español apagado
ceniza de un fuego
¿dónde estás que te busco
y me busco y nos pierdo?{19}

Era el último adiós a un hombre inteligente, desaparecido después de caminar por Castilla, que cambió su ideario, –no su entusiasmo por José Antonio Primo de Rivera–, que renunció al éxito, que pasó desde la ventura a la cárcel y que para Camilo José Cela, de forma un tanto exagerada, fue un poeta «que se quedó tendido y muerto en una esquina del campo igual que un mozo paladín, no se salió jamás, ni en sus páginas ni en su conducta, del cervantino camino carretero, esa senda que algunos españoles se empecinan en desdibujar y sembrar de piedras tropezadoras e infieles»{20}. Sin embargo se cuenta, y se publica, que un día hablando Dionisio Ridruejo con Eugenio Montes esté, en un momento de la conversación, le suelta estas duras palabras: «Cuando como tú se ha llevado a centenares de compatriotas a la muerte, y, luego, se llega a la conclusión de que aquella lucha fue un error, no cabe dedicarse a fundar un partido político: si se es creyente hay que hacerse cartujo y si se es agnóstico hay que pegarse un tiro»{21}.

Notas

{1} Jordi Gracia, Dionisio Ridruejo. Materiales para una biografía. Fundación Santander Central Hispano, Madrid 2005, pág. 3

{2} Dionisio Ridruejo,Casi unas memorias. Editorial Planeta, Barcelona 1976, pág, 13

{3} Dionisio Ridruejo, Sombras y bultos. Ediciones Destino, Barcelona 1983, pág. 21.

{4} Dionisio Ridruejo, Primer libro de amor. Editorial Castalia, Madrid 1976, pág. 9.

{5} Ridruejo, Ibid., pág. 37.

{6} Dionisio Ridruejo, Escrito en España. G. del Toro Editor, Madrid 1976, págs. 19 y 20.

{7} Dionisio Ridruejo, Hasta la fecha (Poesías completas). Aguilar, Madrid 1961, pág. 151.

{8} Revista Escorial. Noviembre, 1940, pág. 9.

{9} Aquí se equivoca Dionisio Ridruejo porque Antonio Machado nunca estuvo en un campo de concentración.

{10} Revista Escorial. Noviembre, 1940, pág. 99.

{11} Dionisio Ridruejo, Entre literatura y política. Semanarios y Ediciones, Madrid 1973, pág. 85.

{12} Ridruejo, Primer libro, op. cit., págs. 167 y 168.

{13} Ridruejo, Ibid., págs, 15 y 16.

{14} Ridruejo, Escrito… op. cit., pág. 138.

{15} Ridruejo, Hasta… op. cit., pág. 209.

{16} Ridruejo, Hasta la… op. cit., pág. 441.

{17} VV.AA. : Dionisio Ridruejo, de la Falange a la oposición. Taurus Ediciones. Madrid, 1976, págs. 360 y 361.

{18} Ridruejo, Hasta la… op. cit., pág. 250.

{19} Ridruejo, En breve. Ediciones Litoral. Málaga, 1975, pág. 61

{20} VV.AA.: Dionisio…op. cit., pág. 240

{21} José María Martínez-Cachero, Una corte literaria singular. Revista Saber Leer, diciembre 2003, nº 170, pág. 7.

 

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