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El Catoblepas, número 110, abril 2011
  El Catoblepasnúmero 110 • abril 2011 • página 14
Libros

En torno a la figura del primer Calvo Serer

Pedro Carlos González Cuevas

Sobre el libro de Onésimo Díaz Hernández, Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor, PUV, Valencia 2008

Rafael Calvo Serer Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Navarra, Onésimo Díaz Hernández es autor de numerosas monografías de historia contemporánea de España, entre las que destaca Los Marqueses de Urquijo. Su última obra, que ahora comentamos, es un estudio sobre la figura y la obra de Rafael Calvo Serer y su influencia en la revista Arbor como aglutinante de un sector de la intelectualidad española cuyas señas de identidad eran el catolicismo y la defensa de la alternativa monárquica como remate a la institucionalización política del régimen nacido de la guerra civil.

Hijo de un sindicalista católico, la trayectoria vital de Calvo Serer viene marcada por la impronta del tradicionalismo en general y por Menéndez Pelayo en particular en la configuración de un pensamiento político. Becario del Colegio Mayor del Beato Juan de Ribera en Burjasot, Calvo Serer fue vicepresidente de la Juventud de Acción Católica de Valencia y presidente regional de la Confederación de Estudiantes Católicos. Durante el período de la II República se relaciona con miembros de Acción Española e ingresa en el Opus Dei. Al estallar la guerra civil, fue movilizado por el Ejército republicano, tras permanecer tres meses escondido. Enfermo durante la contienda, fue declarado inútil. Finalizada la guerra, fue nombrado profesor auxiliar de Historia de España en la Facultad de Filosofía y Letras de Valencia. Bajo la dirección de Santiago Montero Díaz, elaboró su tesis doctoral sobre Menéndez Pelayo y el problema de la decadencia española. En Madrid, conoce a Eugenio Vegas Latapié, quien le introduce en los círculos monárquicos de la capital.

En mayo de 1942, consigue la cátedra de Historia Moderna y Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia. Colabora en la revista Escorial. Viaja a Suiza, donde conoce a Juan de Borbón y frecuenta su casa en Lausana, comprometiéndose a hacer todo lo posible para la restauración de la Monarquía tradicional. Junto a otros intelectuales, contribuye a la fundación de la revista Arbor, órgano del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cuyo primer número sale a la luz en febrero de 1944. Fracasa en su primer intento de conseguir la cátedra de Historia General de la Cultura en la Facultad de Filosofía y letras de Madrid, que obtiene Manuel Ferrandis Torres. Sirve de mediador entre Juan de Borbón y Francos, a través de Luis Carrero Blanco, tras la publicación del polémico manifiesto de Lausana. Entre los círculos juanistas, se sospechaba que el profesor valenciano era un agente de Franco. Colabora en Arbor y se relaciona con filósofos alemanes como Dempf y Von Rintelen.

En junio de 1946, consigue finalmente la cátedra de Historia de la Filosofía Española y Filosofía de la Historia de la Universidad Central. En aquellos momentos, su proyecto político apostaba por la primacía del factor cultural y por la creación de nuevas plataformas culturales «en aras de hacer a España católica y monárquica, mediante la difusión de ideas que consideraba perennes» y reconstituir «una determinada tradición cultural que había sido marginada por las corrientes de pensamiento herederas de la Reforma y de la Revolución Francesa». En ese sentido, Díaz Hernández estima que Calvo Serer no era un político en sentido estricto. Sus proyectos buscaban «la renovación total de la cultura y de la sociedad». Su enemigo ha batir era principalmente José Ortega y Gasset, que, por aquella fechas, había regresado a España tras diez años de exilio. Otros enemigos eran Ramón Menéndez Pidal y Pedro Laín Entralgo. Para combatirlos empleará las plataformas de Arbor y de la Biblioteca del Pensamiento Actual, editada por Rialp. Este proyecto, que cuenta con el apoyo económico de miembros de la aristocracia financiera y de intelectuales como Federico Suárez, Florentino Pérez Embid, Angel López Amo, Raimundo Paniker, Hans Juretscke, José Luis Pinillos, Vicente Palacio Atard, José María Jover y Gonzalo Fernández de la Mora, chocó con las pretensiones de José María Albareda, que era partidario de dar al CSIC y a su revista un contenido más aséptico, más científico y menos cultural y político. Y es que, según el autor, Albareda era «un franquista monolítico, sin preocupaciones políticas y con ocupaciones centradas en fomentar y dirigir la ciencia aséptica sin tintes políticos al servicio del Estado».

Calvo Serer, cuando es nombrado subdirector del Instituto de España en Londres, se relaciona con intelectuales como Belloc, Dawson, Hollis, &c.; y luego contó para la revista con otros intelectuales extranjeros como Hayek, Schmitt, Eucken, &c. Intentó, además, establecer contactos permanentes con la intelectualidad catalana, a través sobre todo de su relación con el historiador Jaime Vicens Vives. Era partidario de una interpretación plural de la realidad española y de una crítica al centralismo liberal. La publicación de su libro España sin problema como respuesta a España como problema de Laín Entralgo, suscitó una larga polémica entre lo diversos sectores intelectuales del régimen. No obstante, el autor estima que Calvo Serer y Laín tenían una «mentalidad común» y «compartían no pocas ideas». Calvo Serer consiguió el Premio Nacional de Literatura Francisco Franco por su obra. Además, numerosos colaboradores de Arbor consiguieron en ese momento cátedras universitarias, como Rafael Gibert, Enrique Moreno Báez, Ismael Sánchez Bella, Mariano Baquero Goyanes, Antonio Fontán y José María Jover. Otros, como Vicente Palacio Atard, rompieron con Calvo Serer por motivos ideológicos. Pérez Embid y Calvo Serer contribuyeron a la «revitalización» del Ateneo de Madrid mediante una serie de ciclos de conferencias a los que fueron invitados figuras importantes de la intelectualidad conservadora europea y española como Alexander Parker, Carl Schmitt, Fernández de la Mora, Juan José López Ibor, Tynbee, Dawson, Torcuato Luca de Tena, Hjalmar Schacht, José María Jover, Ignacio Agustí, Fritz Valjavec, &c.

Al mismo tiempo, Calvo Serer, como catedrático, se opuso contundentemente a la admisión de la tesis del orteguiano Julián Marías –suspendida en 1942– por parte de la Facultad de Filosofía, porque sospechaba que éste quería ocupar la cátedra de su antiguo maestro; lo que abriría la Universidad a la influencia de los liberales. En junio de 1951, Calvo Serer accede a la dirección de Arbor, que aumenta su tirada en 3000 ejemplares. Otro de sus éxitos fue colocar a Pérez Embid como Director de Cultura Popular. Sin embargo, el nombramiento de Joaquín Ruíz Giménez, hombre del Instituto de Cultura Hispánica, como nuevo ministro de Educación Nacional fue un duro golpe para el grupo Arbor. El nuevo ministro pretendió reformar la enseñanza media; el rejuvenecimiento de los sectores dedicados a la investigación y a la docencia; y un mejor y más equitativo funcionamiento de los tribunales de oposición. El control de la investigación pasaba, además, por la intervención en el CSIC. Para colmo, Ruíz Giménez buscó apoyos entre los sectores intelectuales del falangismo, en particular en Laín Entralgo, Tovar y Ridruejo. Así pues, los proyectos de Ruíz Giménez rompían con los pactos y los equilibrios entre los distintos sectores del régimen acordados en los años cuarenta. De ahí que Calvo Serer y los suyos se sintieran amenazados. No obstante, se fundaron revistas afines como Ateneo y La Actualidad Española. La primera fue iniciativa de Pérez Embid y concebida como reflejo de las actividades del Ateneo de Madrid y de los ateneos provinciales. Se eligió como director a Santiago Galindo Herrero, aunque la dirección efectiva recayó en Gonzalo Fernández de la Mora, y que contó con el apoyo de Vicente Cacho Viu, Jesús de Polanco y Salvador Pons. Estas publicaciones polemizaron con órganos falangistas como Revista, Alcalá, Laye, Indice, &c., sobre el problema de España, la restauración de la Monarquía, la exclusión y la comprensión de los intelectuales disidentes, &c. Por su parte, Ruíz Giménez pretendía cambiar el régimen de gobierno del CSIC; lo que alarmó Calvo Serer y a José María Albareda, quien contrató a Laureano López Rodó, catedrático de Derecho Administrativo, para hacer frente a las iniciativas del ministro.

Sin embargo, Calvo Serer siguió cosechando éxitos, como su incorporación al Consejo Privado del Conde de Barcelona, los premios oficiales obtenidos por su obra Teoría de la Restauración y El poder político y la libertad, de Angel López Amo, libros que, además, suscitaron grandes controversias intelectuales y políticas. «La batalla de las ideas cobraba un vigor sin precedentes desde el final de la guerra civil», señala Díaz Hernández. Calvo Serer llegó a entrevistarse con Franco, exponiéndole un «análisis demoledor de la política cultural seguida por los ministros de educación y le propuso una tercera vía si recibía apoyo gubernamental». Posteriormente, habló con Juan de Borbón, «que escuchó complacido la estrategia de Calvo Serer para situar a sus hombres de confianza en puestos neurálgicos del gobierno en aras de la restauración monárquica». Frente a los homenajes a Ortega y Gasset, organizados por el Ministerio de Educación Nacional, Calvo Serer y sus seguidores homenajearon a Donoso Cortés y a García Morente. Los ataques de Vicente Marrero al filósofo madrileño provocaron las críticas de sus partidarios dentro del régimen. Pérez Embid y Calvo Serer buscaron el apoyo del episcopado con el objetivo de cuestionar la política cultural de Ruíz Giménez.

En la lucha cotidiana, llegó a plantearse la disolución del CSIC, con la consiguiente distribución de los institutos y las secciones en las universidades. Estas escaramuzas institucionales y culturales culminaron el artículo de Calvo Serer en la revista francesa Ecrits de París sobre la política interior en la España de Franco, donde se criticaba a falangistas y social-católicos, propugnando una «Tercera Fuerza». Para evitar malentendidos, Calvo Serer envió dos copias en versión castellana a Franco y Carrero Blanco. Pese a ello, a causa de su impacto en los diversos sectores del régimen, el contenido del artículo provocó su destitución de los cargos que ocupaba en el CSIC, aunque no como catedrático. Sin derecho a réplica, fue atacado por la prensa oficial. En el Congreso de FET de las JONS, el propio Franco y Raimundo Fernández Cuesta clamaron contra la «Tercera Fuerza»; y es que no les había gustado que se cuestionara la unidad política del régimen. Era el momento en que Franco había logrado el pacto con los Estados Unidos y el concordato con la Santa Sede. Ante aquella campaña, monseñor Escrivá de Balaguer intercedió ante el Jefe del Estado a favor del profesor valenciano; y la campaña cesó. Arbor pasó a ser dirigida por José María Otero Navascués. Un año después, Calvo Serer escribió una carta al general Franco, en la que intentó explicar las razones de sus críticas y reafirmar su fidelidad a su régimen. A finales de 1955, fue recibido por el propio Jefe del Estado.

* * *

La historia de la cultura a lo largo del régimen de Franco está todavía por elaborar de una manera global. La izquierda historiográfica ha intentado ofrecer su propia interpretación de la época, de una forma, a mi modo de ver, infructuosa. El estudio de Elías Díaz, todavía canónico en algunos medios, tiene como objetivo no una investigación global, sino la abierta apología de las corrientes disidentes, principalmente social-demócratas, y de sus maestros y autores favoritos, como Enrique Tierno Galván, José Luis López Aranguren y Joaquín Ruíz Giménez. A lo largo de varios años, la primera edición de la obra data de 1974, el profesor Díaz se ha mostrado incapaz o remiso a revisar y actualizar las líneas maestras de su narración y análisis histórico, lo mismo que sus conclusiones. De la obra del periodista Gregorio Morán, El maestro en el erial, sería mejor no hacer mención, si no fuese por el éxito que ha disfrutado en ciertos ambientes; el texto tan sólo demuestra el sectarismo, la ignorancia histórica y la petulancia de su autor. Tampoco valen demasiado, al menos en mi opinión, los estudios del historiador de la literatura Jordi Gracia, heredero en cierta manera de José Carlos Mainer; sus libros son el testimonio de una izquierda narcisista y autosatisfecha.

El grupo intelectual ligado a la revista Arbor fue protagonista de una de las empresas culturales más significativas e importantes de la era Franco. En general, la historiografía, salvo los lúcidos trabajos de Alvaro Ferrari y de Gonzalo Redondo, ha sido, sobre todo por parte de ese sector de la izquierda al que hemos hecho mención, injusta porque se muestra incapaz de valorar objetivamente su nivel intelectual, su rango literario o su carga política. Sin duda, una impetuosa y argumentada instancia para plantear estas cuestiones ante el tribunal de los tiempos en la obra de Onésimo Díaz Hernández. A la hora de hacer referencia a la revista y a la figura de Calvo Serer los historiadores han recurrido a la comparación con Laín Entralgo y la revista Escorial. Tanto es así que ha tendido a conceptualizarse al grupo Escorial como portaestandarte de un cierto «falangismo liberal». Autores como Juan Marichal, Walter L. Bernecker, Elías Díaz y José Luis Villacañas han insistido tópicamente en ese supuesto liberalismo. Otros como Juan Pablo Fusi llegaron a sostener que el franquismo estaba representado por Calvo Serer, mientras que Ruíz Giménez y Laín Entralgo eran los auténticos disidentes del régimen.

El libro que comentamos contribuye decisivamente a destruir semejante tópico. Todas estas opiniones se basan en profundas ignorancias históricas, sobre todo en lo que se refiere al fascismo como cultura y proyecto político. Y es que también en la Italia fascista se habló, y mucho, de «fascismo liberal». El filósofo oficial del régimen mussoliniano, Giovanni Gentile, tal y como recordó hace años Norberto Bobbio, llevó a cabo una política cultural de asunción e integración de los intelectuales disidentes; una estrategia que se plasmó sobre todo en la elaboración de la Enciclopedia Italiana, donde colaboraron pensadores antifascistas como Rodolfo Mondolfo, Federico Chabod, Giocle Solari, &c. Tal fue el ejemplo que siguieron, en la medida de sus posibilidades, Laín, Tovar y Ridruejo. En ese sentido, tan antiliberales eran estos falangistas como lo eran Calvo Serer y los suyos. La polémica entre los partidarios de la España como problema y los de la España sin problema tuvo lugar, como señala Onésimo Díaz, dentro de la ortodoxia del régimen de Franco. Aunque por el título de ambas obras y por los comentarios que suscitaron pudiera pensarse en dos tendencias antagónicas y divergentes, lo cierto es que el ámbito de coincidencia fue bastante amplio. De hecho, el valenciano y el aragonés estudiaron en el mismo colegio de Burjasot. Ambos compartían en puntos fundamentales y básicos; por ejemplo, en que España debía mantener fidelidad a su destino histórico de difundir el concepto católico de la vida frente al espiritualismo y al materialismo modernos; la Hispanidad tradicional como alternativa a la modernidad europea. Sin embargo, y ahí se encontraba la raíz de la polémica, Laín intentaba integrar el legado crítico de la generación del 98 y del orteguismo.

No hay duda del triunfo final del pensador aragonés en el ámbito cultural. La intransigencia intelectual propugnada por Calvo Serer hoy nos resulta completamente extraña y, tras el Concilio Vaticano II, indefendible desde el punto de vista católico. El propio Calvo Serer terminó abandonando sus posturas juveniles. Y las nuevas generaciones católicas, incluso las que habían colaborado en Arbor, olvidaron el proyecto de «cultura dirigida» inserto en España sin problema. Obras como Ortega y el 98, de Gonzalo Fernández de la Mora, La Institución Libre de Enseñanza, de Vicente Cacho Viu o Los reformadores de la España contemporánea, de María Dolores Gómez Molleda, se encuentran más cerca del proyecto integrador de Laín que de Calvo Serer. Hasta aquí llegan, a mi modo de ver, las virtualidades del grupo falangista y los defectos de Arbor. Y es que, en la obra de Laín Entralgo y sus acólitos, destaca, sobre todo, la ausencia prácticamente total de temas económicos y sociales. La revista Escorial, con todas sus virtudes de orden humanístico, careció, particularmente desde el final de la II Guerra Mundial, de proyecto social y económico. Ni Laín, ni Tovar, ni Ridruejo tuvieron nada que decir, en los años cuarenta y cincuenta, sobre los problemas suscitados por el modelo económico autárquico o sobre las nuevas formas de capitalismo. El proyecto lainiano careció, tras la derrota del fascismo, de horizonte político. Calvo Serer y los suyos fueron conscientes de esa problemática; de ahí la inserción en las páginas de Arbor de artículos de economistas como Hayek, Millet, Vito, Eucken, &c. A ese respecto las críticas de Calvo Serer, Fernández de la Mora y otros al modelo autárquico fueron muy significativas. Y es que apostaban lúcidamente por una modernización conservadora que aunara reformas económicas y tradición.

¿De haber ganado la batalla política Laín y los suyos hubiera tenido lugar el Plan de Estabilización de 1959?. No lo podemos saber; pero lo dudo mucho. Junto a ello, hay que destacar el papel de la Biblioteca de Pensamiento Actual, de editorial Rialp, a mi modo de ver la empresa intelectual más ambiciosa de la derecha española en el siglo XX. Junto a libros más bien mediocres, como Errores del anticomunismo, de Aurele Kolnai, la publicación de obras como Heidegger pensador de un tiempo indigente, de Karl Löwith, Interpretación europea de Donoso Cortés, de Carl Schmitt, Crítica y crisis del mundo burgués, de Reinhart Koselleck, La nueva ciencia de la política, de Eric Voegelin, o El crepúsculo de las ideologías, de Gonzalo Fernández de la Mora, demostraban que sus promotores estaban en la vanguardia del pensamiento conservador español y europeo. A ello hay que añadir la perspicacia de Calvo Serer y Pérez Embid a la hora de convocar a intelectuales conservadores españoles y europeos en los distintos cursos celebrados en el Ateneo de Madrid y en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. Lo cual demuestra, como ha señalado el historiador norteamericano Tom Buchanan, que la España de Franco no sólo no estaba tan aislada, sino que no era tan diferente del resto de Europa. La lista de intelectuales europeos que acudieron a tales convocatorias no deja de ser significativa: Carl Schmitt, Christopher Dawson, Arnold J. Toynbee, Werner Kaegi, Eugene Schueller, Hjalmar Schacht, Friedrich von Hayek, Alois Dempf, Sciacca, Michael Oakeshott, &c., &c. Según Díaz Hernández, estuvo a punto de acudir Joseph Schumpeter. Hablar de la España de Franco como un «páramo cultural» no deja de ser, en el mejor de los casos, un error; en el peor, una necedad. Quizás la vida cultural española esté hoy más cerca de la inanidad que la de los años cincuenta y sesenta. Sin duda, hoy existen más medios y más libertad, pero menos capacidad creativa y, sobre todo, menos inteligencia.

Así, pues, la interpretación de Díaz Hernández me parece exacta en la vertebral. Discrepo, en cambio, con su valoración de la figura de Calvo Serer como un intelectual para quien lo fundamental era la cultura. Por el contrario, a mi modo de ver, fue un pensador ante todo político. Su máxima fue la da Maurras: «politique d´abord». Y, por desgracia, más en un sentido conspirativo que gestor. No fue tampoco un pensador original o creador; sus obras son producto de unas circunstancias muy determinadas y no han superado el paso del tiempo, ni en su etapa tradicionalista, ni en la liberal. Calvo Serer fue ante todo un organizador y un animador. Las máximas figuras del grupo Arbor fueron, en mi opinión, Gonzalo Fernández de la Mora y Angel López Amo. Además, Calvo Serer careció de perspicacia a la hora de elaborar una estrategia realista de cara a la conquista del poder político en el contexto de un régimen autoritario. En la España de Franco todo pasaba por lograr «el acceso al poderoso». Las luchas intelectuales eran, sin duda, importantes, pero secundarias a la hora de lograr tal objetivo. Su significativo artículo en Ecrits de París resultó ser un desafío al poder de Franco, o, por lo menos, así lo vio el Jefe del Estado; sobre todo, porque significaba un desafío a su papel como mediador entre las distintas fuerzas políticas integradas en el sistema. Laureano López Rodó fue posteriormente muy consciente de esa realidad y aprendió la lección. No obstante, Díaz Hernández demuestra que el catedrático valenciano siguió siendo fiel, pese a su ostracismo, a Franco y al régimen nacido de la guerra civil. Su estridente antifranquismo fue muy posterior. La evolución política puede verse claramente en La fuerza creadora de la libertad, donde entabla un diálogo con el conservadurismo liberal anglosajón. Y es imparable en Las nuevas democracias, en cuyas páginas es ya plena la asunción del liberalismo.

Calvo Serer y el grupo Arbor es una obra eruditísima, montada sobre un impresionante acopio de fuentes, sobre todo de archivo. El análisis de los datos es minucioso; en ocasiones, casi reiterativo. No hay duda que se trata de un libro de referencia sobre la vida cultural en la era Franco. En no pocas ocasiones, nos descubre hechos interesantes, que contribuyen a esclarecer la trayectoria política de algunos intelectuales, a los que a menudo se ha intentado mitificar. Es el caso de José Luis López Aranguren, quien aparece consternado al no haber recibido el Premio Nacional de Literatura Francisco Franco por su obra Catolicismo y protestantismo como formas de existencia; lo que le hizo romper bruscamente su relación con Pérez Embid y con Arbor. El autor se esfuerza, además, por conseguir la objetividad; y creo que ha logrado una obra desapasionada. Esta monografía es, repito, una excelente contribución al esclarecimiento de la historia intelectual de la España de los años cuarenta y cincuenta. El asunto no es, por otra parte, puramente académico, porque las derechas españolas deberían no ya conocer su más inmediato pasado, sino aprender críticamente tanto de sus errores como de sus aciertos.

 

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