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El Catoblepas, número 111, mayo 2011
  El Catoblepasnúmero 111 • mayo 2011 • página 1
Artículos

Operación «Gerónimo»

Miguel Ángel Navarro Crego

De cómo realidad y ficción, política imperial y mitología, se funden en la Nematología que preside los Estados Unidos de Norteamérica

Gerónimo (1823-1909)Bin Laden (1957-2011)

Ante la muerte de Bin Laden por parte del imperio estadounidense, capitaneado por Barack Obama, presentamos dos artículos que reflexionan sobre la idea de «Frontera» y la operación que puso fin a la vida del que fuera líder de Al Qaeda. Nuestro primer escrito creemos que ha resultado profético y el segundo indica que la mitología del Far-West sigue presente en la planificación militar y mediática (ideológica y mitológica), que ha acabado con Bin Laden como persona y personaje. El nombre del caudillo apache (Gerónimo) es un símbolo mítico y la organización de la incursión bélica en Pakistán bien podría leerse en clave cinematográfica –pero construida como televisión formal–, y como parte del guión de Río Grande (1950), el famoso western que cierra la trilogía de la Caballería y que John Ford rodara bajo una óptica anticomunista durante la Guerra Fría. Véase el debate sobre «El final de Bin Laden» en Teatro Crítico (11 de mayo de 2011):

Obama o el «Capitán Bufalo»

La reciente llegada de Barack Obama a la presidencia de los EE. UU. ha abierto una ola de expectativas, fácilmente constatable en el ruido periodístico de todo lo mediático. En estos momentos de crisis financiera y bursátil, es decir de un capitalismo de tiburones de lo especulativo (acordémonos de Wall Street de Oliver Stone), se hace necesario, como catarsis autoexculpatoria, abrir una ventana de esperanza. ¡Que corra el aire! Pero más allá de las buenas intenciones sabiamente dosificadas por los poderes fácticos, con sus domesticados negros del teclado, la cámara o el micrófono, es decir con su gran microfísica del Poder, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿Cuál es la tradición en la que se incardina lo que Obama es o puede realmente ser?

Esta pregunta por el «es», por el «ser» de este nuevo mandatario, nada tiene de vaporosa especulación extemporánea. Se trata pues de reflexionar sobre el peso de la Historia, esa sabia impúdica, como cauce determinativo de todo lo existente en el Hombre. Historia y Tradición están entremezcladas de forma tan íntima, en el transcurrir de imperios y naciones, que se hace difícil discernir con la herramienta filosófica.

Las corrientes morales y políticas más individualistas confiarán, al modo luterano, en la radical capacidad de transformación que supone la llegada al máximo poder del primer afroamericano. El individuo hace la Historia. Frente a esto, los más organicistas y tectónicos (hegelianamente maquiavélicos o bien de la mano de Spengler y tras el fantasma de Nietzsche), no lo verán tan claro. Y es que pesimismo y determinismo historicista forman un cóctel peligrosamente explosivo como nos enseñó Popper. Acordémonos de Auschwitz y el Gulag.

Sin embargo, Obama y su trasfondo social e históricamente constituido no brotan de la nada. No hay bucólicos sueños o champiñones creados en un día de lluvia. Porque lo cierto es que la historia de los Estados Unidos, desde la independencia como colonias del imperio británico, es una historia escrita con sangre y glorificada con mitos. Si esto no lo sabe Obama peor para él y peor, a la larga, para nosotros, porque alguien habrá de recordárselo. Esos hombrecillos vestidos de negro que en las películas de intriga política son los malos de turno y que tienen el cínico rostro de piedra de un Gene Hackman o de un Donald Shuterland. Y de paso le recordarán también lo que les sucede a los presidentes que quieren volar sobre la historia con ingenuidad infantil (¿Kennedy?).

La Historia no es inocente. Es, como nos recordó Ortega, desalmada como el Espíritu Objetivo.

Por ejemplo, solucionar lo de Irak, con las más mínimas pérdidas en los intereses económico-energéticos de Occidente a varios lustros vista, no parece tarea fácil. Pero en cambio, el potencial para conmover y movilizar el alma pasional que Obama pueda poseer, se asienta en una compleja tradición que le antecede y le desborda. La amnesia es el peligro de los pueblos. La historia presupone la memoria aunque la memoria no sea ciencia histórica, porque en estas lides es casi siempre poesía, mitología e ideología.

Obama, digámoslo ya, representa, y ahora más que nunca, la herencia de la vieja y mítica idea de «frontera». Aquí realidad intrahistórica y mito van de la mano, y en el siglo XX y aún hoy el cine ha sido su principal cauce. Costo sangre integrar a los irlandeses o italianos en esa melting pot norteamericana y no costó sangre «integrar» a los indios, porque aquí la sangre fue simplemente un rojo río de exterminio (¿De qué complejos en España por la Leyenda Negra?). Como intuyó Tocqueville y demostró F. Jackson Turner hace más de cien años, la idea de frontera es la palanca vertebradora de la expansión estadounidense. Esa frontera tuvo diferentes nombres: válvula de escape en el Oeste, bajo la Doctrina Monroe y el catecismo del Destino Manifiesto, frente al imperio británico, España, luego Méjico y las frustradas intentonas francesas; campañas de Cuba y Filipinas contra el moribundo imperio español, feliz intervención en las postrimerías de la Gran Guerra, liberación de Europa desde las playas de Normandía en la Segunda, conflictos de Corea y Vietnam, etc.

Y es que sin expansión no pueden existir los Estados Unidos. Es su sustancia.

Así pues desde que los Negros fueron emancipados por Lincoln siempre han vendido cara su libertad. También las sufragistas los apoyaron con piedad y resolución. La integración de las grandes minorías siempre ha supuesto un grave trastorno y una transformación de las capas sociales (basal, conjuntiva y cortical). Esto ya lo presentía Aristóteles y de ahí la grandeza de Alejandro. Aviso para navegantes: integrar no es un dejar hacer cual constante llegar de pateras al buen tuntún. En estos procesos el ejército, y más aún si hablamos de USA, ha sido consustancial. Desde que ciento ochenta mil negros lucharan al lado de la Unión en la Guerra Civil (1861-1865) su camino no ha sido de rosas (véase el filme Tiempos de gloria de Edward Zwick). Luego aquí tratamos de hechos de la historia y de las ideas que los configuran en el entendimiento colectivo, en las mentalidades. Acabamos de mencionar al estagirita, pero es que todo esto también lo analizan con lupa los cachorros de "halcones" que, con independencia ya del color de su piel y estudiando en las universidades de prestigio, se preparan para decidir y conducir los designios de su nación a través de gurús como Huntington (recientemente fallecido), o de falsarios como Fukuyama.

Y es que hay una belicosa tradición histórica, nada ficticia, que John Ford exploró en el cine y que nosotros hemos estudiado en nuestro trabajo doctoral. Ford la mitificó y la proyectó socialmente en los duros y sangrientos años de las luchas de los afroamericanos por sus derechos civiles y políticos. Nos referimos al estereotipo, frente a los anteriores que eran harto humillantes, del heroico soldado negro de Caballería. El inconfundible, portentoso y numinoso Sergeant Rutledge (en España conocido como El sargento negro). Y todo esto presentado años antes de que la Historia de oficio se ocupara de ellos en serio. En definitiva, un modelo a seguir que ha resultado ser más verdadero de lo que sus opositores políticos hubieran deseado. Así por ejemplo y referido a estos últimos, los activistas negros próximos al marxismo y a las luchas callejeras o los influidos por los vientos del Mayo del 68. Me refiero a la importante tradición de los 9º y 10º Regimientos Negros de Caballería (los míticamente conocidos como Buffalo Soldiers), que se formaron en 1866 y que construyeron su identidad luchando en el Oeste contra los indios (en los territorios de las dos Dakotas, Tejas, Nuevo Méjico, Arizona, etc.). Su real heroísmo en lo bélico se forjó en ese exterminio y reducción a reservas de los indígenas, que de forma tan mitificada y distorsionada ideológicamente se ha presentado en el western. Y es que como es sabido el western es la mitología de los EE. UU. y el cine su marco constructivo y su vehículo.

Pero en esto también los Negros fueron marginados del mundo de los sueños, de los mitos, hasta que Ford rodara hace cincuenta años la citada película. Desde la genial, aunque muy humillante para los afroamericanos, El nacimiento de una nación de Griffith (con su estereotipo del negro semianimal, brutal y peligrosamente lujurioso), o incluso desde El cantor de Jazz (con el judío Al Jolson pintado de negro –la vergonzante blackface fixation–), hasta El sargento negro, Matar a un ruiseñor (de Robert Mulligan) o la mencionada Tiempos de gloria, entre muchas otras, hay un camino plagado de lacerantes espinos para esta gran minoría de los Estados Unidos.

Así pues los mitos forman parte de la historia y ésta se construye y se reinterpreta a través de los mitos como proyecciones ideológicas. Cada ideología asume sus propios mitos, aunque no se reduzca a estos, y rechaza otros. Por todo lo hasta ahora expuesto Obama, que es aquí lo importante, no va a escapar a esta inercia, a éste su río de tradiciones morales. Y esto no lo digo por pesimismo, sino porque es la sangre de su sangre histórica. La sangre del imperio estadounidense. No soy pesimista, soy realista. En una democracia los mitos abren caminos y exploran nuevas fronteras, pero muchas veces acaban cantando la verdad que a los poderes fácticos les interesa. Lo sabía Platón, pues fue él quien instituyó este patrón de pensamiento. La peligrosa ecuación entre Verdad y Poder. Lo sabe el ejército y sus muchachos, las multinacionales, las petroleras, la CIA, el FBI, &c. Quien al parecer no lo quiso saber fue Kennedy y así le fue. Su "Nueva Frontera" quedo abortada.

¿Halcón o paloma? Es decir: más allá de toda promesa electoralista, ¿es Obama un buen chico?, ¿un heredero de lo presuntamente mejor del Sesentayocho?, ¿es entonces «Pensamiento Alicia»?, ¿vive en él la herencia del pacífico Luther King o la del díscolo Malcolm X? O frente a todo esto e incluso junto a ello: ¿Es Barack Obama, tras su inocente disfraz, un vástago del mítico Capitán Búfalo?, ¿esa aguerrida montaña humana de músculos que emerge en la noche como un semidiós y que tiene en el ejército imperial su hogar, su dignidad y su destino? Ésa será su encrucijada, ésa será también la nuestra.

(La Nueva España, Oviedo, 27 de marzo de 2009.)

Woody Strode en Sergeant Rutledge, El Sargento Negro, 1960, de John Ford

Obama sí es «El sargento negro»

Ante la muerte de Bin Laden
o de cómo Wyatt Earp cabalga de nuevo por las calles de Tombstone

Hace poco más de dos años y desde esta misma tribuna (LNE 27-3-2009), nos interrogábamos sobre la tradición ideológica y mitológica en la que habría que incardinar la política del presidente de los EE. UU. Barack Obama. La reciente operación bélica, que ha acabado con el «villano» Bin Laden, viene a darnos la razón en lo que nosotros presentábamos de forma programática y a modo de conjetura desde las coordenadas del Materialismo Filosófico. Y es que la herencia de la «frontera» cabalga de nuevo porque nunca ha estado ausente en la Nematología del imperio USA.

Ésta, la idea de frontera, vertebra una nebulosa ideológica no exenta de componentes teológicos, pues los pioneros que conquistaron el Oeste con el rifle en una mano y la Biblia en la otra, lo hicieron, por decirlo remedando a Marx, vestidos de profetas del Antiguo Testamento y bajo la Ley del Talión o el «principio de venganza». De ahí la importancia de la «operación Gerónimo», nombre en clave del operativo e incursión contra el líder de Al Qaeda. Y es que nada es circunstancial pues el orden de la Razón Universal no hace nunca nada en vano. La razón de la fuerza se impone en el mundo de los hechos políticos frente a la fuerza del la razón individual. Hegel gana y Kant pierde, y quiéranlo o no los progres bienpensantes de la corrección política española la filosofía de Gustavo Bueno es certera porque permite reconstruir y explicar todo esto.

Entienda el avisado lector que no estamos hablando de forma oscurantista, pues lo que queremos expresar es lo siguiente: Obama, cual «capitán búfalo» y como aquellos duros soldados negros del 9º y 10º regimientos de caballería que forjaron la mitología del Far West, se ha comportado como buena parte de la población de su nación esperaba. Y esto va mucho más allá de unos cálculos electoralistas para remontar las encuestas, dadas las nefastas consecuencias de la crisis económica mundial. Frente a la seca materialidad del determinismo economicista, que nos muestra el hecho incontestable de unas tasas de desempleo creciente en gran parte de Occidente, el espíritu de un pueblo llano que clamaba venganza tras el 11-M se ha visto saciado. Y esto es un atentado contra la ética, pero los atentados contra la racionalidad ética conforman muchas veces la dimensión política y mitológica de naciones e imperios. La contradicción en el seno de la Razón, al igual que la guerra, es el padre de todas las cosas, como sabía el viejo Heráclito y con él Platón y Hegel. Si hubiese sido Bin Laden el que hubiese liquidado al «villano» Obama tendríamos que razonar igual, lo cual no es ningún consuelo para un hombre piadoso que también confraterniza con Pascal, Kierkegaard o Unamuno.

Como si se tratase de un guión de Hollywood, Obama ha sacado la recortada y el «pacificador del 45» y se ha hecho el duro en el O. K. Corral que hoy es un mundo global y local ayuno de toda armonía. La nueva Tombstone: una globalización cada vez más sanguinaria y vengativa. Y todo esto por si alguien pensaba que era un blandengue y que como el que «remienda los zapatos de nuestra maltrecha España» estaba prisionero del Pensamiento Alicia y del síndrome de pacifismo fundamentalista. Los mitos que nutren las ideologías se alimentan con sangre desde mucho antes de que el sheriff Bush, cual vigilante Gran Hermano, colgara en la ciudad global el cartel de «Wanted» (Se busca).

Como cuestión curiosa, pero relevante desde la perspectiva de la mitología imperial, el que a la operación se la llamase «Gerónimo» obedece al hecho más que simbólico de que los Estados Unidos persiguieron al líder apache por tierras de Méjico sin pedir ningún permiso, pero con la connivencia política de los territorios del antiguo imperio español. Exactamente igual que ahora, cuando supuestamente se ha aparentado violar el espacio aéreo de Pakistán. Los norteamericanos reproducen la historia para perpetuar sus mitos y reproducen sus mitos para perpetuar su hegemonía militar mundial. Y esto a pesar de su endeudamiento con China, el nuevo imperio emergente, y precisamente por ello.

Este es el mundo real: la fusión entre mitos, historia e ideología formando un «ménage à trois» complejo, difícil y arriesgado. Podría ser un guión de una pésima película de Bruce Willis repartiendo mamporros o del también antihéroe Rambo que ya no siente las piernas. No es para tomárselo a broma, pues la trama de la operación llevada a cabo por el «capitán Obama» responde a pies juntillas al guión que John Ford pensara para Rio Grande (1950), cuando el teniente coronel Kirby York (encarnado por John Wayne), entra en Méjico con su tropa para acabar con los apaches. Ford pensó dicha película ya mítica en clave anticomunista y para congraciarse con el general McArthur, en los tiempos en los que el director e ideólogo cineasta colaboraba como propagandista en la lucha en Corea. Y así ahora Obama «ha vuelto», aunque los villanos del filme no son los indios indómitos ni la amenaza del comunismo internacional. Cuando cualquier ciudadano de los Estados Unidos llena el depósito de gasolina de su coche, supongamos que a un precio por litro tres veces más barato que en Europa, entiende todo esto por la vía de la representación emocional. Por esto, entre otros muchos factores, es necesario (en el sentido que Espinosa, Hegel y Marx dan a la idea de «Necesidad»), acabar con Al Qaeda y la desviada teología aristotélica del «Entendimiento Agente» que preside la Yihad. Y esto es lo que en España no pueden comprender Zapatero y sus acólitos, y de ahí la sustantificación de la falsa conciencia como forma de alienación y de política engañosa. Por desgracia no hay armonía entre Culturas cuando pensamos en el orden de la Economía y en la economía del Orden que sostiene en difícil equilibrio a imperios que a la vez generan y depredan.

Por eso hay que preguntarse, ¿qué político que no sea un necio, y que no reconozca las complejas contradicciones existentes entre Ética, Moral y Política, se atreverá a invocar a un Garzón celeste que encause a Obama por haber perpetrado tan sanguinaria venganza? Porque lo cierto a día de hoy es que la «capa cortical» estadounidense –Poder Ejecutivo, CIA, Pentágono, Ejércitos y cuerpos militares de élite, &c.– ha actuado como el citado guión de Hollywood. Ahora tienen que tratar de no convertir al personaje Bin Laden en una estrella del «Star System», es decir en un Numen de la poliédrica religión islámica, o lo que es lo mismo en otro Che Guevara o Barrabás (por no decir Jesucristo).

En todo caso encarecemos al lector interesado en aprehender todo esto por vía emotiva y racional, y más allá de mis frías explicaciones filosóficas, que vea «Río Grande» de Ford, escuche «La cabalgata de las valquirias» de Wagner según aparece en «Apocalypse Now» (1979), de Coppola, y lea con atención la obra de Bueno «La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización» (2004).

Las espadas están en alto, pero de momento Obama ha sacado pecho como el mítico sargento negro que interpretara en el celuloide Woody Strode en «Sergeant Rutledge» (1960). La película de Ford que construyó por primera vez hace cincuenta años un héroe afroamericano belicoso de proporciones portentosas. Nosotros lo hemos estudiado en nuestra Tesis, que en breve saldrá como libro titulado «Ford y el Sargento Negro como mito. (Tras las huellas de Obama)», y es que así se escribe la historia…así se escriben los mitos.

(La Nueva España, Oviedo, 5 de mayo de 2011.)

Río Grande, 1950, de John Ford

 

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