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El Catoblepas, número 121, marzo 2012
  El Catoblepasnúmero 121 • marzo 2012 • página 3
Artículos

Lamarck en El Origen de las Especies

Pedro Insua Rodríguez

No creemos que se pueda hablar del lamarckismo de Darwin

No creemos que se pueda hablar del lamarckismo de Darwin

«Dadas las costumbres estrictamente subterráneas del tucutuco, la ceguera, aún siendo tan común, no puede ser para él una grave desventaja; sin embargo, parece extraño que un animal, sea cual fuera, tenga un órgano sujeto a dañarse con tanta frecuencia. Lamarck hubiera sacado mucho partido de este hecho, si lo hubiera conocido cuando discutía (probablemente con más verdad de la que por lo común se encuentra en él) la ceguera adquirida gradualmente por el Aspalax, un roedor que vive debajo de la tierra, y por el Proteus, un reptil que vive en oscuras cavernas llenas de agua; en estos dos últimos animales, el ojo está casi en estado rudimentario y cubierto por una membrana aponeurótica y por piel [...]; sin duda ninguna, Lamarck hubiera sostenido que el tucutuco está pasando hoy al estado del aspalax y del proteo» (Darwin, Viaje en el Beagle, p. 66. )

El lamarckismo antidarwinista

Una de las cuestiones abiertas y más controvertidas del evolucionismo es la que tiene que ver con la confluencia entre darwinismo (selección natural) y bioquímica, confluencia que se produce a través del concepto de herencia. El «potente principio de la herencia», del que hablaba Darwin en El Origen de las especies, era contemplado como el mecanismo decisivo causal, tanto para la conservación de formas orgánicas como para su transformación, si bien, es verdad, Darwin fue incapaz de formular los principios que la rigen{1}. La herencia actúa así, en el contexto del «largo argumento» darwinista, como lo que los tecnólogos llaman una «caja negra»: se desconoce lo que allí ocurre bioquímicamente hablando, pero, sea lo que fuera (Darwin especulará más tarde con la doctrina de la pangenesia), ello está determinado por la selección natural que, además, como principio generador de las nuevas formas orgánicas, es el resultado de la lucha de cada organismo (adaptación) por la supervivencia (la selección, pues, está dada a escala individual organísmica). El darwinismo del Origen, así, postula la subordinación de la bioquímica (herencia) a la ecología (adaptación), en cuanto que la selección natural como dator formarum es un concepto ecológico (no bioquímico){2}, de tal modo que, por más que en Darwin exista tal laguna, este postulado se conserva en su teoría teniendo en cuenta que solo existe descendencia (y por tanto herencia) en aquellas formas que han resultado ser adaptativas («favorecidas por la selección»).

Ahora bien, la cuestión es que esta «laguna», interpretada como laguna bioquímica{3}, ha invitado, y sigue haciéndolo, a especular acerca del proceso de transmisión hereditaria y los principios que lo rigen, siendo motivo de controversia constante, en el análisis causal del proceso evolutivo, determinar aquello que se conserva y aquello que se transforma (o es susceptible de transformación) en la descendencia. Por más que, con el mendelismo, se hayan revelado los principios (estadísticos) de la herencia y se haya probado el carácter en efecto particulado (y no mezclado) de la misma; por más que, con la cristalización de la Genética, se haya profundizado en su análisis bioquímico (aminoácidos, cromosomas,...), el problema de la herencia subsiste entre los biólogos.

En este sentido, la admisión de «efectos lamarckistas» (herencia de los caracteres adquiridos a lo largo de la vida individual) en la transmisión hereditaria (y, por consiguiente, en el proceso de transformación evolutiva) no ha dejado de mantenerse desde la publicación de El Origen, siendo así que, aún incluso tras la formación de la llamada «barrera de Weismann» (la idea de un «plasma germinal» encapsulado e inmune a los cambios producidos en el «plasma somático»), la opinión lamarckista todavía continúa persistiendo con fuerza entre los biólogos.

Hoy, cuando se acaban de conmemorar los 200 años del nacimiento de Darwin y 150 de la publicación del Origen de las especies, el lamarckismo cobra nuevos bríos a la luz de algunos desarrollos de la genética (genes Hox, retrovirus...), suponiendo, así lo hacen muchos, que el dique weismanniano está haciendo aguas por todas partes, no existiendo ya justificación alguna para seguir manteniendo el «dogma» principal de lo que, desde Romanes, se conoce como neodarwinismo.

En este contexto, en el de un supuesto rearme actual del lamarckismo frente a Weismann (y por tanto frente a la Teoría sintética), no ha pasado desde luego desapercibida la coincidencia entre el año de la publicación de la Filosofía zoológica de Lamarck y el del nacimiento de Darwin, 1809, lo que ha servido a muchos para encarecer la obra del francés{4} llegando incluso a anunciar con entusiasmo, tras esta supuesta voladura bioquímica de la «barrera» de Weismann, un «nuevo paradigma» inspirado en ella que acabaría con el período de «ciencia normal», de hegemonía darwinista{5}.

Ahora bien, hay que decir, con todo, para refrenar tal entusiasmo actual, que el lamarckismo –en realidad lo que Packard llamó neolamarckismo–, es un «fantasma» que nunca ha dejado de recorrer la literatura biológica evolucionista, siendo admitido incluso por alguno de los más conspicuos representantes del darwinismo (así Haeckel, por ejemplo{6}, Plate, o el propio Johanssen) y, en este sentido, no existe algo así como un regreso o vuelta al lamarckismo porque este nunca desapareció completamente, ni mucho menos, del panorama evolucionista, ni siquiera (pensemos en Lysenko, pero también en Waddington, Piaget...), durante los buenos tiempos de la Teoría sintética y la llamada herencia «dura».

De esta manera, desde la interpretación khuniana del asunto, muy común en la bibliografía, expresado en esos términos pragmatistas tan característicos de Kuhn{7}, la oposición entre una «ciencia normal» darwinista y un inminente proceso de «revolución» lamarckista tendrá que ser –para la propia teoría de los paradigmas, insistimos– algo más aparente que real, si atendemos a esa persistencia de la opinión lamarckista entre los biólogos evolucionistas (y es que poca eficacia pragmática ha tenido el darwinismo, el neodarwinismo, en este sentido, al ser incapaz de desterrar la opinión lamarckista entre los biólogos).

Pero es que, además, una de las dificultades con las que se encuentra el weismannismo, frente a estos reflujos lamarckistas, es el hecho, al que se agarran constantemente sus detractores, de que el mismísimo Darwin admite la realidad de tales «efectos lamarckistas» en la transmisión hereditaria, no viendo, al parecer, el autor de El Origen, incompatibilidad entre tales efectos y la selección natural como principio causal de transformación evolutiva.

Ya en 1909, con motivo del primer centenario del nacimiento de Darwin (y cincuenta años tras la publicación de El Origen), V. L. Kellogg, en su Darwinism-to-Day señalaba lo que ya se ha convertido en un lugar común entre los defensores del lamarckismo, y es que Darwin, en efecto, recurre en numerosas ocasiones en El Origen a los «efectos lamarckistas» para explicar determinados fenómenos de cambios producidos en algunos organismos, cambios que terminan conservándose en la descendencia (el propio Lyell así lo observa, este compromiso de Darwin con Lamarck, y, más adelante también lo hará T.H. Morgan). Es más Darwin no hará otra cosa, en obras posteriores, tanto en el Origen del Hombre como, sobre todo, en La variación de los animales y las plantas bajo domesticación{8}, que reforzar e insistir en la causa lamarckista como explicación, frente a su propia teoría de la selección natural. Darwin, en definitiva, parecía estar cavando la propia tumba de la selección natural, en tanto que causa suficientemente explicativa (vera causa) de la transformación evolutiva, concediendo a otros mecanismos de transformación orgánica (lamarckismo, geoffroyismo) un influjo importante, incluso a veces predominante, en el origen de las nuevas formas orgánicas.

Es precisamente esa suficiencia de la selección natural, el denominado panseleccionismo, defendido plenamente por Wallace y, sobre todo por Weismann (refiriéndose este último a la selección natural como Allmacht –todopoderosa– en su polémica con Spencer{9}), lo que hoy, a 150 años de la publicación de El Origen, se discute nuevamente (recordemos que ya Theodor Eimer –el mismo que acuñó el término ortogénesis– hablaba frente a Weismann de la Ohnmacht, de la impotencia de la selección natural) y se discute favoreciendo al lamarckismo, pero también a otros mecanismos de cambio en las formas orgánicas (endosimbiosis de Margulis, &c.), lo que justifica para muchos el poder hablar de una «crisis latente» (Mauricio Abdalla{10}) del darwinismo.

Incluso el creacionismo, en su versión renovada del «diseño inteligente»{11}, se abre paso de nuevo entre los biólogos como una alternativa posible en este auténtico río revuelto que representa actualmente el evolucionismo.

Pues bien, aquí no vamos a entrar a discutir este asunto, el panseleccionismo frente a un uso restringido de la selección natural como causa de la transformación evolutiva{12}, sino que, a lo que nos vamos a ceñir es a analizar la presencia de Lamarck y el lamarckismo en el Origen de las Especies y la concepción en ella de esos «efectos lamarckistas».

El lamarckismo de Lamarck

Primero es importante aclarar que se viene sobre entendiendo por «lamarckismo» lo que, en realidad, es más bien «neolamarckismo», esto es, la tesis de la «herencia de los caracteres adquiridos» como factor evolutivo predominante. Y es que la doctrina que Lamarck expone stricto sensu en la Filosofía zoológica no se reduce, ni mucho menos, únicamente a tal supuesto. Es más, la tesis de la herencia de los caracteres adquiridos (adquiridos durante la vida de los organismos) es una «segunda ley» que, en la Filosofía zoológica, aparece subordinada a una «primera ley», una ley, digamos, «ortogenética», de complejidad progresiva que recorre la escala natural (desde seres «inferiores» hasta el hombre), y que determina, como corriente principal de la organización de la vida orgánica, la formación climacológica de los organismos en toda su extraordinaria variedad{13}. La segunda ley, la que afirma la herencia de los caracteres adquiridos con el uso y desuso de los órganos, es una ley subsidiaria de la primera, en cuanto que viene a ofrecer explicación causal de cómo, en el mismo rango de la escala (de igual complejidad), existen diferencias entre los organismos allí situados, a modo de desviaciones sobre el curso ortogenético principal, y que no se pueden explicar en virtud de la primera ley. Así, es la disparidad y variedad de medios a los que los organismos tienen que adaptarse aquello que explica la diversidad existente dentro del mismo rango de complejidad, toda vez que la variedad en la respuesta de esos organismos influye en su organización de modo diferencial, unas diferencias (caracteres adquiridos), en cualquier caso, que se conservan y propagan transgeneracionalmente a través de la herencia{14}.

De este modo la primera ley ortogenética, de complejidad creciente y regularidad progresiva es interferida por esa otra segunda ley, que recoge el influjo que el medio (casi caótico en su variedad) produce sobre los organismos siendo así que es esta doble fuerza lo que produce el espacio «vectorial», por así decir, en el que se configuran, según Lamarck, las formas orgánicas en toda su variedad y complejidad. Así, dice Lamarck:

«Resultará, en efecto, evidente, que el estado en que vemos a todos los animales es por una parte el producto de la composición creciente de la organización que tiende a formar una gradación regular, y por otra parte, que es el de las influencias de una multitud de circunstancias muy diferentes que tienden continuamente a destruir la regularidad en la gradación de la composición creciente de la organización» (Filosofía zoológica, Cap. VII, p. 167, ed. Altafulla).

La herencia de los caracteres adquiridos por el uso (o desuso) de los órganos es pues, en definitiva, considerada, en la Filosofía zoológica, como un ruido o interferencia (desorden){15} que explica las divergencias entre organismos dentro del mismo rango de complejidad, y que compensa esa regularidad ortogenética ascendente a la que está expuesta la vida desde las primeras formas más simples (surgidas por «generación espontánea», tal como postula Lamarck{16}) hasta el hombre (la culminación más compleja de la scala natura).

El lamarckismo actual, sin embargo, ha convertido esa causa que en Lamarck era subsidiaria, en la corriente principal como causa de transformación orgánica, abandonando (en parte{17}) la ortogénesis lamarckista. Es decir, en los términos de Packard, el lamarckismo se ha convertido en neolamarckismo.

Del mismo modo, el darwinismo convertirá igualmente esa segunda fuerza (adaptación diferencial a la diversidad de medios) en la causa de la transformación de las formas orgánicas, pero asignándole un nuevo mecanismo de acción, la selección natural, que, por lo menos en su formulación panseleccionista es incompatible con los «atajos» del neolamarckismo.

En cualquier caso, la principal objeción que Darwin dirige a la obra de Lamarck tiene como blanco, precisamente, ese postulado ortogenético, que Darwin rechazará de plano por finalista. Aceptará, sin embargo, aun con reservas muy críticas, la herencia de los caracteres adquiridos como mecanismo de producción de nuevas formas orgánicas, pero lo hará, con todo, siempre como subordinado a la causa general de la selección natural. Veamos.

Lamarck en El Origen de las Especies

S. J. Gould, en la obra ya citada, después de hacer una exposición rigurosa del lamarckismo (lo que llama «teoría bifactorial de Lamarck», atendiendo a esas dos fuerzas), intercala una interesantísima digresión acerca de la opinión que a Darwin le merece Lamarck{18}. Pues bien, allí dice Gould: «La única referencia explícita a la teoría lamarckiana en el Origen es un cicatero elogio en el prefacio histórico añadido a las ediciones posteriores a la primera» (p. 221).

Atendiendo a esta referencia de Gould, el famosos Bosquejo histórico que precede al Origen{19}, veremos cómo, en efecto, Darwin va a reconocer de un modo comedidamente elogioso el precedente de Lamarck como transformista (lo hace también antes con Buffon{20}), reconociendo sus méritos al respecto y considerándolo, además (lo cual es muy discutible), como el primero que aborda los cambios producidos en la naturaleza como resultado de una ley natural, y no como resultado de un acto de creación milagrosa:

«El primer hombre cuyas conclusiones sobre este asunto [el de la transformación de las especies] despertaron mucho la atención fue Lamarck. Este naturalista, justamente celebrado, publicó primero sus opiniones en 1801, las amplió sobremanera en 1809, en su Philosophie Zoologique, y, subsiguientemente, en 1815, en la Introducción a su Hist. Nat. Des Animaux sans Vertébres. En estas obras sostuvo la doctrina de que todas las especies, incluso el hombre, han descendido de otras especies. Fue el primero que prestó el eminente servicio de llamar la atención acerca de que todos los cambios, tanto en el mundo orgánico como en el inorgánico, son el resultado de una ley y no de una interposición milagrosa».

A continuación menciona las pruebas que Lamarck ofrece como fundamento de tal opinión, la opinión de que las especies han descendido unas de otras, y que coincidirán (entre otras) con las que el propio Darwin sostendrá más adelante en favor de su propia teoría:

«Lamarck parece haber llegado principalmente a su conclusión sobre el cambio gradual de las especies por la dificultad de distinguir especies y variedades [nominalismo metodológico], por la gradación casi perfecta de ciertos grupos [gradualismo] y por la analogía con las producciones domésticas [producción de nuevas formas en estado doméstico]».

Así, en efecto, Darwin ve en Lamarck un precedente suyo en cuanto que se enfrenta al fijismo con las mismas pruebas que lo hará él:

a) un nominalismo metodológico que convierte a las especies linneanas en arbitrarias («artificiales», dice Lamarck), y su fijación y estabilidad en una apariencia (resultado de la desaparición de los links intermedios). Es verdad, en todo caso, que mientras que en Darwin el nominalismo tiene un efecto dialéctico, disolvente del fijismo, siendo finalmente abandonado en favor del realismo (hablando Darwin de «verdaderas especies» determinadas a partir de la selección natural como criterio), en Lamarck el nominalismo permanecerá hasta el final.

b) un gradualismo que ataca la lógica creacionista (aislacionista) y saltacionista de los actos separados de creación.

c) la novedad de las producciones domésticas marcan una plasticidad en las formas (de nuevo frente al fijismo) que, si bien es verdad que Lamarck algo dice al respecto, no le saca el partido que, desde luego, le sacará Darwin (toda vez que es de ahí, de las producciones domésticas, de donde Darwin va a extraer la doctrina de la selección natural{21}).

Digamos que en tales puntos (los tres primeros capítulos de la Filosofía zoológica están dedicados, precisamente, a este asunto de reducir el fijismo y el creacionismo a mera apariencia), las coincidencias con Lamarck, según el propio Darwin, son indiscutibles.

Seguidamente refiere Darwin los mecanismos que Lamarck supuso como explicación de esa transformación evolutiva por él afirmada, mecanismos que para Darwin, en este caso, ya sí serán discutibles en tanto que agentes causales, tomando, ahora sí, distancias frente a Lamarck. Y es que, aún admitiendo la eficiencia de tales mecanismos como medios de conservación transgeneracional de cambios orgánicos, con todo, le parecerán insuficientes en tanto que mecanismos de transformación evolutiva. Así, afirma Darwin:

«Respecto a los medios de modificación, atribuyó algo a la acción directa de las condiciones físicas de vida [geoffroyismo], algo al cruzamiento de formas ya existentes [hibridismo], y mucho al uso y desuso, es decir, a los efectos del hábito [neolamarckismo]. A este último agente parece atribuir todas las hermosas adaptaciones de la naturaleza, tales como el cuello largo de la jirafa para ramonear las ramas de los árboles».

Respecto al geoffroyismo, el medio ambiente climático (u otras condiciones físicas) como causa del cambio, Darwin dirá, sin más, que Geoffroy, al que se refiere a continuación en el bosquejo, no se atrevió a afirmar que fuera causa actual de transformación. En todo caso Darwin lo considera insuficiente, decíamos, quedando recogido en el concepto darwinista de «lucha por la vida», al que queda el geoffroyismo subordinado como un componente más suyo.

En cuanto al hibridismo –al que Darwin, como es sabido, dedica el capítulo IX del Origen–, es una vía igualmente insuficiente por estanca, ya que, si bien las nuevas formas producidas por la composición reproductiva de especies distintas no forman un conjunto vacío, ni desde el punto de vista embrionario ni tampoco desde el ecológico (hibridismo pre y post-cigótico), es verdad que los híbridos están sometidos (en n generaciones) a la esterilidad, y por tanto, esta vía no puede prosperar como causa de transformación evolutiva{22}.

Finalmente, respecto a la herencia de los caracteres adquiridos, a través de los efectos que el hábito (uso y desuso) produce en los organismos, es decir, respecto al neolamarckismo en sentido estricto (o lamarckismo de la segunda ley), Darwin lo admite como recurso que explicaría algunos fenómenos de cambio pero, de nuevo, subordinado a la causa general que representa la selección natural. De darse tal posibilidad, la herencia de los caracteres adquiridos por efecto del hábito (sobre lo que Darwin según veremos sembrará serias dudas), esta se disolvería si no fuera respaldada por la selección natural como causa, ya que la trasmisión hereditaria de esos rasgos adquiridos no asegura, ni mucho menos, su prosperidad en la descendencia.

Ahora bien, en donde Darwin se va a distanciar totalmente de Lamarck es en la afirmación de esa fuerza ortogenética de complejidad progresiva y ascendente en tanto que mecanismo de formación orgánica, y a la que Darwin se referirá a continuación en el Bosquejo, siendo en este punto en donde, además, se va a mostrar más combativo, incluso agresivo, frente a Lamarck{23}. Aún así en el Bosquejo, el siempre comedido Darwin, va a introducir esa creencia lamarckista con una moderada adversativa, que indica su distanciamiento, pero sin ofrecer un juicio al respecto. Tan solo menciona, también como objeción, que la doctrina lamarckista requiere, en razón del mantenimiento de esa primera ley, la necesidad de mantener la generación espontánea como fuente de producción orgánica de formas sencillas («inferiores») que aún conviven con las más complejas. Así, dice Darwin:

«Pero Lamarck creyó igualmente en una ley de desarrollo progresivo; y como todas las formas vivientes tienden, por consiguiente a progresar, para explicar la existencia en nuestros días de seres sencillos, sostuvo que estas formas se engendran en la actualidad espontáneamente».

Con este moderado distanciamiento, insistimos, que contrasta con otras menciones en las que ofrece juicios mucho más duros (como veremos en seguida), concluye Darwin (en el Bosquejo histórico) su referencia sobre Lamarck. Tan solo en una nota al pie Darwin se refiere de nuevo al naturalista francés, hablando de la Zoonomía (1794) de su abuelo, Erasmus Darwin, en la que el nieto ve en la obra de su abuelo una anticipación de las «ideas y erróneos fundamentos de las opiniones de Lamarck», para, a continuación, mencionar a Goethe como partidario de ideas parecidas e igualmente erróneas.

Hasta aquí, pues, el análisis de la única referencia que, según Gould, ofrece Darwin en El Origen sobre Lamarck.

* * *

Con todo, nosotros hemos encontrado alguna referencia más, nos ceñimos al Origen{24} (y nos llama la atención, por cierto, que para la gran erudición de Gould hayan pasado desapercibidas), en donde Darwin insiste en combatir esa perspectiva ortogenética de Lamarck, pero también, y esto es lo que más nos interesa subrayar, objeta al lamarckismo de la segunda ley (de la herencia de los caracteres adquiridos por el hábito). Veamos.

A) Volviendo al asunto de la ortogénesis lamarckista, en el capítulo IV, dedicado precisamente a la Selección Natural, matiza Darwin lo siguiente:

«Lamarck, que creía en una tendencia innata y inevitable hacia la perfección de todos los seres orgánicos, parece haberse dado cuenta tan vivamente de esta dificultad [la dificultad del hecho de que a pesar de esa tendencia sigan existiendo formas inferiores], que le llevó a pensar que continuamente se están produciendo, por generación espontánea, formas nuevas y sencillas. La ciencia no ha probado todavía la verdad de esa creencia, sea lo que fuere lo que el porvenir pueda revelarnos. Según nuestra teoría, la persistencia de organismos inferiores no ofrece dificultad alguna, pues la selección natural, o la supervivencia de los más aptos, no implica necesariamente desarrollo progresivo; solo saca provecho de las variaciones a medida que surgen y son beneficiosas para cada ser en sus complejas relaciones vitales.» (Darwin, El origen de las especies, p. 152).

Así, Darwin subraya la circunstancia, favorable a su teoría frente a la de Lamarck, de que mientras que para la teoría de la selección natural la generación espontánea es indiferente (la selección parte in medias res), para la doctrina lamarckista de la primera ley, sin embargo, es necesaria, incluso condición sine qua non, una prueba en favor de la verdad de generación espontánea. Y es que, advierte Darwin (lo subrayamos),«la ciencia no ha probado todavía la verdad de esa creencia, sea lo que fuere lo que el porvenir pueda revelarnos», de tal modo que una prueba en contra de la generación espontánea arruinaría, definitivamente, la tesis ortogenética lamarckista.

Pues bien, conviene indicar que ese porvenir duró tan solo dos años, tras la publicación de El Origen, porque será en 1861 cuando se pruebe por Pasteur, en efecto, la imposibilidad de la generación espontánea{25}, siendo así que la doctrina ortogenética de Lamarck se vendría de este modo, y así lo hará, completamente abajo{26}.

B) En la otra referencia en la que aparece Lamarck (y sobre la que la bibliografía suele guardar silencio) ataca Darwin, en este caso, la consistencia de la segunda ley, esto es, la herencia de los caracteres adquiridos por el uso y desuso de los órganos, rechazando la posibilidad de asumirlo como principio recursivo de transformación de las especies. Por más que la bibliografía sobre el asunto insiste en el lamarckismo de Darwin en este punto, no se suele tener en cuenta esta referencia, para nosotros, sin embargo, decisiva. Es en el capítulo VIII, dedicado al instinto, en donde Darwin afirma tajante, hablando de la producción de las hormigas hembras obreras:

«Me sorprende que nadie hasta ahora{27} haya presentado este caso demostrativo de los insectos neutros en contra de la famosa doctrina de las costumbres heredadas, según la propuso Lamarck» (Darwin, El origen de las especies, pp. 283-284).

Y es que, en efecto, el polimorfismo propio de algunas especies de hormigas, y de otros insectos sociales (como las abejas), no puede surgir por la herencia de los caracteres adquiridos por el influjo de los hábitos de las hembras fecundas (reinas), ya que tanto las hembras obreras estériles (en sus distintas formas) como los machos, tienen una estructura morfo-etológica completamente dispar con respecto a la hembra fecunda. Dicho de otro modo, dada la esterilidad de las hormigas hembras obreras y soldados, sus caracteres, por muy eficaces que resulten desde el punto de vista adaptativo, no pueden ser transmitidos a la descendencia hereditariamente y tampoco pudieron haber sido adquiridos por hábito en sus ancestros.

Darwin además destaca el hecho (gnoseológico) de que la discusión en este punto, relativo al origen de estas formas de organización, es fundamental para su teoría de la selección natural, porque, confiesa, salir airosa al respecto, siendo como es, dice, la dificultad especial más grave acometida por ella, es prueba definitiva de su eficacia, convirtiéndose así este fenómeno, por lo menos a los ojos de Darwin, en crucial con respecto al potencial explicativo de la selección natural frente a otras teorías:

«he de confesar que, con toda mi fe en la selección natural, nunca hubiera esperado que este principio hubiese sido tan sumamente eficaz, si el caso de estos insectos neutros no me hubiese llevado a esta conclusión. Por este motivo he discutido este caso, con alguna aunque totalmente insuficiente extensión, a fin de demostrar el poder de la selección natural, y también porque esta es, con mucho, la dificultad especial más grave que mi teoría ha acometido» (p. 283)

Una eficacia que contrasta enormemente además, enseguida indica Darwin, con la situación aporética que, sin embargo, representan estos fenómenos para la tesis lamarckista, desde la cual es imposible, dice, demostrar el origen de los insectos neutros, encallando total y decisivamente el lamarckismo también en este punto.

Es así que, en definitiva, Darwin ofrece una prueba demostrativa en contra del lamarckismo, insistimos, en contra de la herencia de los caracteres adquiridos como principio de transformación evolutiva, al no poder el lamarckismo «salvar los fenómenos» que representan los insectos neutros. Fenómenos que, a su vez, sin embargo, sí son favorables a su teoría como prueba, y es que, hay que decir, tales formas de organización, en efecto, no son nada despreciables en el campo de los vivientes orgánicos, ni por su volumen biótico ni por su influencia ecológica{28}, no siendo de extrañar, por tanto, el que Darwin destaque su importancia.

C) La última referencia sobre Lamarck que hemos encontrado en el Origen, es la única elogiosa, reconociendo por lo menos en esto un mérito al francés, a saber, el de haber sido el pionero, nada menos, en distinguir con claridad entre homología y analogía, en relación a las semejanzas entre las partes de los organismos. La referencia se encuentra precisamente en el capítulo XIV, dedicado a la sistemática:

«Según los anteriores puntos de vista, podemos comprender la importantísima diferencia que existe entre las afinidades reales [homologías] y las semejanzas analógicas o de adaptación. Lamarck fue el primero que llamó la atención sobre este asunto, y ha sido inteligentemente seguido por Macleay y otros» (Darwin, El origen de las especies, p. 424).

***

Ninguna otra referencia más sobre Lamarck hemos encontrado en el Origen, lo que no deja de ser llamativo desde la consideración actual del lamarckismo como el único precedente claro anterior al evolucionismo de Darwin.

Un precedente, en todo caso, cuya obra, según hemos visto (ver nota 20), es considerada por Darwin (consideración que se hace, es verdad, en el ámbito más discreto de su correspondencia), como una «verdadera porquería», así en gros, y que contrasta, observa Darwin, con lo cualificado de las grandes obras que sostienen la tesis de la inmutabilidad de las especies:

«Con respecto a los libros que tratan este tema, no conozco ninguno que sea sistemático, excepto el de Lamarck, que es una verdadera porquería: pero hay muchos como el de Lyell, el de Pritchard, &c., sobre la opinión de la inmutabilidad».{29}

Tan solo se podría mencionar, acompañando a Lamarck como precedente, y así lo hará Darwin pero de nuevo en su correspondencia (no en el Origen), el libro Vestiges of Natural History of Creation, publicado anónimamente en 1844 (aunque después se supo que su autoría se debía al editor escocés, aficionado naturalista, Robert Chambers).

Pues bien, las consideraciones que hace Darwin, menos perifrásticas y más directas al tratarse de su correspondencia, insistimos, sobre la obra de ambos autores son semejantes (no haciéndole quizás justicia en esto a Lamarck), metiendo a ambos en el mismo saco en cuanto a lo desenfocado de su obra y lo perjudiciales que han resultado por ello para la causa del evolucionismo:

«Lamarck es la única excepción de alguien que haya escrito correctamente las especies al menos en el reino invertebrado, y que no crea en su inmutabilidad, pero ha perjudicado al tema con su absurdo aunque ingenioso trabajo ha hecho mal a la causa, como Mr Vestiges».{30}

Es importante subrayar, respecto a estas consideraciones de Darwin sobre Lamarck anotadas en su correspondencia, que están dispuestas, primero ante Hooker y después también ante Lyell (precisamente los dos insignes científicos, y amigos de Darwin, que le empujan a publicar, algo precipitadamente, el Origen), para justificar su distancia frente a las doctrinas evolucionistas precedentes y, por tanto, lo que Darwin busca con tales consideraciones es, en efecto, una justificación de la originalidad de su obra.

En este sentido será Lyell, en cuya obra magna, Principios de Geología, Darwin había tomado contacto con el lamarckismo por primera vez, el que más se empeñe en que Darwin reconozca el precedente lamarckista{31}, siendo la respuesta de Darwin en esto terminante: «no saqué ningún hecho ni idea de ella». Y más tarde, ante la insistencia de Lyell, vuelve Darwin inflexible a rebajar la influencia de la obra Lamarck: «después de dos lecturas meditadas y otra más de la cual (recuerdo bien mi sorpresa) no saqué nada»{32}.

***

En resolución, concluimos, Darwin es completamente refractario a reconocer la influencia del lamarckismo, en su teoría de la selección natural, porque niega la consistencia de ese mecanismo bifactorial, supuesto por Lamarck (ortogénesis y herencia de los caracteres adquiridos), en tanto que causa general de la mutabilidad de las especies.

No creemos, en definitiva, que se pueda hablar del lamarckismo de Darwin.

Notas

{1} «Las leyes que rigen la herencia son, en su mayor parte desconocidas. Nadie puede decir por qué la misma peculiaridad en individuos diferentes de la misma especie, o en especies diferentes, es unas veces heredada y otras no; por qué el niño, a menudo, en ciertos caracteres, vuelve a su abuelo o abuela, o a un antepasado más remoto; por qué muchas veces una particularidad es transmitida de un sexo a los dos sexos, o a un sexo sólo, más comúnmente, aunque no exclusivamente al sexo similar», &c... (Darwin, El Origen de las especies, p. 64, ed. Edaf). Se apunta aquí, a través de tales fenómenos, al carácter particulado de la herencia, aunque Darwin no seguirá finalmente esta pista en su doctrina de la pangenesia.

{2} Ver Pedro Insua, Biología e individuo corpóreo, El Catoblepas, 51:11 (http://nodulo.org/ec/2006/n051p11.htm).

{3} Como es sabido, M. J. Behe, en su libro precisamente titulado La caja negra de Darwin: el reto de la bioquímica a la evolución, fija en este punto la debilidad e inconsistencia del darwinismo al suponer que la complejidad de los componentes bioquímicos de la célula es irreductible a su formación por selección natural, postulando así un «diseño inteligente» para explicar la formación de muchos sistemas bioquímicos (pidiendo así el principio ad hoc de un «diseñador», un demiurgo exterior, como causa de transformación evolutiva).

{4} «Lamarck, su Filosofía zoológica (actualmente sería teoría zoológica) me parece el libro más importante de la biología que se haya escrito jamás. Lamarck fue el que aplicó el concepto de biología al estudio de los seres vivos dotándole de una base teórica para que tuviera consistencia», Máximo Sandín, La evolución a 150 años (luz) de Darwin, conferencia en la Universidad de Oviedo, 16/11/2009.

{5} Ver José Luis Pozo Fajarnés, Vacuidades en torno al darwinismo (2), El Catoblepas, 119:09 (http://nodulo.org/ec/2012/n119p09.htm).

{6} Ver el Prólogo de este a la Filosofía zoológica de Lamarck en donde dice Haeckel: «La herencia transmite robusteciéndolos tales hábitos a los descendientes; van perfeccionándose y acaban finalmente por resultar metamorfoseados. Por exacta que sea en general esta idea fundamental, sin embargo, Lamarck asigna al hábito una influencia demasiado excesiva; constituye indudablemente una de las principales causas de la modificación de las formas, pero no es la única» (p. viii).

{7} Ver Bueno, Teoría del cierre categorial, I, p. 108-110, ed. Pentalfa.

{8} Obra de la que ya existe, por cierto, edición en español a partir del año 2008, ed. Catarata.

{9} Herbert Spencer había llegado a afirmar, en su crítica al concepto de selección natural, que «o bien existe la transmisión de caracteres adquiridos, o bien no existe en absoluto la evolución» (The inadequacy of Natural Selektion, p. 446, apud. Bowler, El eclipse del darwinismo, p. 84).

{10} M. Abdalla, En defensa de «la crisis latente del darwinismo», El Catoblepas, 117:10 (http://nodulo.org/ec/2011/n117p10.htm).

{11} Ver Lino Camprubí, Diseño inteligente en un imperio movedizo, El Catoblepas, 43:01 (http://nodulo.org/ec/2005/n043p01.htm) y del mismo autor Diseño Inteligente y estudios anglosajones de la ciencia, El Catoblepas, 53:11 (http://nodulo.org/ec/2006/n053p11.htm).

{12} S. Jay Gould, en su monumental La estructura de la teoría de la evolución, p. 227 (ed. Tusquets, 2004) expresa la idea de que la «barrera de Weismann» no surge derivada de un experimento crucial, sino de la afirmación teórica de la continuidad transgeneracional del plasma germinal (su perpetuidad en la reproducción) en contraste con el plasma somático, que perece. Esta tesis viene a reafirmar, en efecto, la imposibilidad del lamarckismo y sus efectos en función de la inconmensurabilidad entre bioquímica y evolucionismo, sobre lo que nos ocuparemos en un próximo artículo dedicado a Weismann y al panseleccionismo (especial atención dedicaremos a los experimentos de Brown-Séquard sobre epilepsia, utilizados en su momento por muchos contra Weismann como prueba experimental favorable al lamarckismo).

{13} Ya Leibniz, pasando por Bonnet (al que menciona Lamarck), hasta Buffon mantienen esta idea de gradación (scala natura) que Lamarck, y también Chambers (en sus Vestiges), le darán este impulso evolucionista (ortogenético).

{14} Es de notar la inconsistencia lógica del lamarckismo en este punto, atendiendo a la lógica de los predicables propia de la clasificación climacológica sistemática: y es que habría que admitir el hecho de que, a lo largo de su vida individual, un organismo adquirirían características esenciales de especies diferentes que, además, a continuación, heredarían sus descendientes. Digamos que el carácter proteico de tales organismos, los que sirven, por así decir, de bisagra entre una especie F y otra F’ derivada de F, es imposible desde el punto de vista de la lógica de los predicables: y es que un organismo no puede pertenecer a dos especies diferentes a lo largo de su vida individual. El atajo lógico que toma aquí el lamarckismo es, en realidad, un error lógico solo sostenible en virtud del nominalismo defendido por Lamarck (ver Filosofía zoológica, p. 51 y ss).

{15} Esta idea de transformación por desorden o «degeneración» estaba presente en Buffon, De la dégéneration des animaux (1766), en donde el gran naturalista francés ya hablaba de las lentas alteraciones que la acción del clima, la alimentación y la domesticación produce en los organismos hasta producirse, a través de la herencia que conserva estas alteraciones, nuevas especies «degeneradas» (Ver Pedro Insua, Buffon en el darwinismo, El Catoblepas, 10:22 http://nodulo.org/ec/2002/n010p22.htm).

{16} Es este un postulado necesario en el argumentario lamarckista, pues, si no se mantuviera abierta constantemente esa fuente de generación, la corriente de complejidad progresiva habría eliminado las formas más sencillas de existencia, pero, sin embargo, estas todavía existen; luego tiene que haber una fuente abierta de generación de vida simple («inferior»), y esta es la «generatio aequivoca» (el neolamarckismo actual, después de Pasteur, suele hacer mutis por el foro en relación a esta necesidad lamarckiana de la «generación espontánea»).

{17} Sandín, sin embargo, no lo hace, no abandona esta perspectiva reafirmando también la tesis ortogenética lamarckista: ver Lamarck y los mensajeros, p. 49, ed. Istmo, 1995.

{18} S. Jay Gould, La estructura de la teoría de la evolución, p. 227 y ss. (ed. Tusquets, 2004).

{19} Darwin, El Origen de las especies, p. 45 y ss., ed. Edaf.

{20} Ver de nuevo Pedro Insua, Buffon en el darwinismo, El Catoblepas, 10:22 (http://nodulo.org/ec/2002/n010p22.htm) acerca de las consideraciones tan sutiles que hace Darwin acerca de Buffon como precedente evolucionista.

{21} Ver Pedro Insua, Biología e individuo corpóreo, El Catoblepas, 51:11 http://nodulo.org/ec/2006/n051p11.htm

{22} Es verdad que Darwin reconoce que la esterilidad no es universal entre los híbridos, pero es lo más común (ver Pedro Insua, Biología e individuo corpóreo, El Catoblepas, 41:11, nota 35 http://nodulo.org/ec/2005/n041p11.htm).

{23} «El cielo me libre del disparate de Lamarck de una «tendencia al progreso», de las «adaptaciones a la paulatina inclinación de los animales», &c. [...]. Con respecto a los libros que tratan este tema, no conozco ninguno que sea sistemático, excepto el de Lamarck, que es una verdadera porquería: pero hay muchos como el de Lyell, el de Pritchard, &c., sobre la opinión de la inmutabilidad» (a Hooker, 11 de enero de 1844; v. Darwin, Autobiografía y cartas escogidas, ed. Alianza, p. 350)

{24} En la edición española de Edaf, que es la que seguimos, preparada por Faustino Cordón, es inútil buscar en el índice de nombres más referencias sobre Lamarck, porque allí solo se indica una única referencia, la única por cierto que es plenamente elogiosa (como a continuación veremos).

{25} La negación definitiva, dando pruebas en contra de la doctrina de la generación espontánea, la va a exponer Pasteur en la conferencia del 7 de abril de 1864 que lleva por título La generación espontánea (v. Antología, Ed. Círculo de Lectores).Es curioso, de todas formas, que Darwin no haya incorporado tal referencia en ediciones posteriores.

{26} Insistimos en que el neolamarckismo actual suele obviar este asunto. Así, por ejemplo, Sandín en su libro Lamarck y los mensajeros (v. p. 30 y p. 49, ed. Istmo), nada dice de este compromiso necesario con la generación espontánea, a propósito de la doctrina ortogenética lamarckista. Hay que decir, además, que, hoy día, tras el análisis de la fauna del yacimiento paleontológico de Burgess Shale (v. S. J. Gould, La vida maravillosa, ed. Crítica), y atendiendo al fenómeno de la esteriotipia, característico de la evolución de la vida orgánica desde la explosión cámbrica hasta la actualidad, la tesis ortogenética de Lamarck es insostenible por ambigua: puesto que la evolución se ha desarrollado disminuyendo el número de phylum y baüplane (menor disparidad), según iban aumentando los géneros en el interior de cada phylum o baüplane (mayor variedad), hablar de una «progresión en la complejidad» es, directamente, falso.

{27} Precisamente lo hará Weismann en 1893, en su Die Allmacht der Naturzüchtung: eine Erwiderung an Herbert Spencer, respondiendo a Spencer (como tendremos ocasión de ver en ese próximo artículo dedicado a Weismann y el panseleccionismo).

{28} Ver B. Hölldrober y E. O. Wilson, Viaje a las hormigas, ed. Grijalbo, p. 16 en donde se afirma que «en la pluviselva amazónica del Brasil, el peso seco de todas las hormigas es aproximadamente cuatro veces el de todos los vertebrados terrestres juntos (mamíferos, aves, reptiles y anfibios)», con la correspondiente gran influencia en la transformación del medio (llegan a decir en este sentido Hölldrober y Wilson, quizás ya exagerando, que las hormigas son las verdaderas dueñas del planeta).

{29} Carta a Hooker, 11 de enero de 1844; v. Darwin, Autobiografía y cartas escogidas, ed. Alianza, p. 351.

{30} v. Carta a Hooker, sin fecha, pero situada entre los años 1849-1850 (v. Darwin, Autobiografía y cartas escogidas, ed. Alianza, p. 356). Bien es verdad que modera algo tan severa opinión al decir que un naturalista futuro podría decir lo mismo de su obra.

{31} Carta de Lyell a Darwin, 3 de octubre de 1859, justo después de que Lyell leyera el Origen (v. Darwin, Autobiografía y cartas escogidas, ed. Alianza, p. 405-406).

{32} v. S. Jay Gould, La estructura de la teoría de la evolución, p. 221 y ss. (ed. Tusquets, 2004).

 

El Catoblepas
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