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El Catoblepas, número 136, junio 2013
  El Catoblepasnúmero 136 • junio 2013 • página 8
Artículos

Gerardo Diego, el poeta versatil

José María García de Tuñón Aza

Impulsor del grupo del 27

Gerardo Diego 1896-1987

Gerardo Diego es, para muchos, el gran impulsor de lo que se conoce como Generación del 27, un grupo en el que se inscriben figuras tan diferentes como Rafael Alberti, Federico García Lorca, Jorge Guillón, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, &c. De él dice Dámaso Alonso que era voz de una apasionada vibración central y única. Y José Camón Aznar escribió un día que no creía que hubiera en toda la literatura española ningún poeta con un sentido rítmico tan flexible como él.

Gerardo Diego nace en Santander el 3 de octubre de 1896 y estudia en el Instituto de esa capital, terminando el bachiller en 1912. A continuación comienza la carrera de Letras en Deusto pasando después a Salamanca y más tarde a Madrid donde termina en 1916 con sobresaliente que le otorga un tribunal formado por Ramón Menéndez Pidal, Manuel Gómez Moreno y Américo Castro. En 1920 consigue la cátedra de Lengua y Literatura españolas siendo su primer destino el Instituto de Soria: Quien os vio no os olvida / azules de Soria, azules… Vendrían más tarde los destinos de Gijón, Santander, y el Instituto Beatriz Galindo de Madrid, donde se jubilaría en 1966. En su lección de despedida el ilustre académico se declaró perteneciente al grupo del 27 al mismo tiempo que dedicaba un grato recuerdo al escritor santanderino Manuel Llano, fallecido en 1938 cuando contaba treinta y siete años, «muerto repentinamente del dolor de la guerra»{1}.

Pero antes de que le ocurrieran casi todas esas cosas, el poeta intenta escribir su primera poesía y lo haría en la clase de un profesor suyo llamado Narciso Alonso Cortés; el propio Gerardo Diego lo recuerda diciendo que fue «en la clase de don Narciso: un soneto a Don Quijote que abandoné con sentimiento de fracaso al atascarme en el séptimo verso. Empezaba de una forma que me pareció axiomática: Soy Don Quijote, el ingenioso hidalgo… Pero no hubo forma de acabarlo»{2}. En otro momento manifestó: «Yo empecé a escribir versos de modo sistemático en 1918. Exactamente en febrero de 1918»{3} y según parece es en este año cuando publica su primer trabajo que tituló La caja del abuelo que apareció el 6 de enero en el periódico El Diario Montañés. Aunque este rotativo sigue publicándose, en su archivo falta el tomo correspondiente a ese mes. Pero antes, desde 1915, hubo algunas intentonas, más para desahogar sentimientos amorosos que otra cosa. «O para probarme a mí mismo si la técnica de la estrofa estaba a mi alcance o me estaría siempre vedada. Pero en total fueron unas pocas golondrinas –y algunas fracasadas, incluidas– que no hicieron verano. Sólo a partir de la fecha indicada concebí la ilusión de expresarme como poeta»{4}. Pocos años después, acompañado del poeta León Felipe va a la imprenta donde a éste le publicaban sus libros. Era junio de 1920 y hacía menos de tres meses que había ganado la cátedra de Literatura por oposición. Ramón Gómez de la Serna le había dicho: «Ahora, a gastarse su primera paga en editar su primer libro»{5}. Y así fue. En 1922, aparece Imagen (poemas). El Sábado de Gloria firma varios ejemplares, entre ellos a Ramón Gómez de la Serna y a Ramón Valle-Inclán, «estupenda conjunción de Ramones». Al día siguiente recibe en su casa a Antonio Machado, que va a que le haga entrega de un ejemplar y a la vez disculparse por no haber podido asistir en el Ateneo a la conferencia de Gerardo Diego. Viene después Limbo que es como un apéndice de Imagen, dedicado a todos los ultraístas de la revista Grecia, y la dedicación de su libro no dejaba de significar veladamente un poco de guasa, reconoce el propio poeta. Esta tendencia vanguardista produjo reacciones muy encontradas entre sus lectores y crítica que se extrañan porque no comprenden una poesía tan avanzada o de vanguardia que andando el tiempo contrastará en la obra del poeta con poemas y libros como Alondra de verdad, más apegados a una poesía tradicional o clasicista.

Este mismo año, invitado por el poeta chileno Vicente Huidobro –precursor de las últimas tendencias poéticas: dadaísmo, surrealismo, ultraísmo y creacionismo–, va a Francia donde después de entablar amistad con importantes creadores, comienza teóricamente su propia creación. En París vive muy cerca la pintura de vanguardia cuando conoce a Juan Gris, Fernad Léger y María Blanchard. Mantiene bien pronto contacto con otros pintores como es el caso del falangista Pancho Cossío a quien le dedicaría un extenso artículo a su muerte: «Me sobrepongo al dolor intentísimo que me causa la pérdida del amigo, del compañero de luchas e ilusiones de juventud, de trabajos y de afirmaciones de toda la vida, más de medio siglo juntos…»{6}. O los que conoce cuando se traslada a vivir a Gijón: Nicanor Piñole, Evaristo Valle y Paulino Vicente.

Gerardo Diego aunque no había escrito alguna poesía religiosa en serio y en serie como corresponde a un poeta católico, tuvo de pronto, en la primavera de 1924, la conciencia de que su deber era no sólo cantar, sino rezar en verso. Por eso su hija Elena declaraba, en cuanto a la poesía religiosa del poeta, que «hay referencias directas en algunos de sus libros, pero en realidad las vivencias como creyente impregnan toda la obra de mi padre»{7}. Y así escribió Viacrucis para el uso de cuantos devotos quisieran utilizarlo al recorrer las Estaciones. La presentación con que abre la serie de poemas es una oración a la Virgen Dolorosa. Los versos de la penúltima estación, Jesús bajado de la cruz en los brazos de su Madre, los ha recogido Luís María Anson en su Antología a las mejores poesías de Amor en lengua española. Lleva por título Dolorosa:

He aquí, helados cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
¡Qué soledad sin colores!
¡Oh Madre mía, no llores!
¡Cómo lloraba María!
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.{8}

En 1925 se le concede el Premio Nacional de Poesía por Versos humanos –«El laureado y bello libro de Gerardo Diego»{9}, donde incluye el poeta la más famosa de sus poesías, El Ciprés de Silos sobre el que se ha escrito una selectísima y abundante literatura–, que comparte con Rafael Alberti por Mar y tierra. Muchos años después, a la muerte de Gerardo Diego, Rafael Alberti recordaría al poeta cántabro con estas palabras: «Conocí a Gerardo Diego en 1925, cuando fui a cobrar el Premio Nacional de Poesía que me concedieron aquel año y él se encontraba en la ventanilla para cobrar otro. Me dijo: “Soy Gerardo Diego”. Yo lo conocía, pero sólo de nombre, a través de unas colaboraciones en la revista Ultra, muy de la vanguardia de entonces, y por haber leído un libro de versos muy bonito, El romancero de la novia. Charlamos y quedamos muy amigos»{10}.

De todos es conocida la afición que el poeta sentía por la fiesta de los toros. Esta inclinación sorprendió a más de uno porque era un hombre del norte y por esta razón no parecía encajar mucho a los ojos de Rafael Alberti, porque éste escribió: «…Lorca y yo fuimos poetas taurinos, cosa que no extraña a nadie, puesto que nacimos en el Sur, pero Gerardo que era del Norte también escribió cosas muy buenos sobre los toros. Tenía una gracia nórdica que se entendía con la nuestra»{11}. Fue en 1926 cuando escribe su primera poesía taurina: Torerillo en Triana / frente a Sevilla. / Cántale a la Sultana / tu seguidilla… En esa fecha, ni Lorca ni Alberti habían publicado poesía de toros.

En 1928 viaja a Argentina y Uruguay donde se presentó como embajador de la nueva generación intelectual española. Sería éste el primer viaje de otros muchos que realizaría a lo largo de su vida. En Buenos Aires «habló sobre La nueva arte poética española, y podemos conocer sus palabras porque las revistas Verbum y Síntesis, ambas bonaerenses, publicaron al año siguiente los textos. Además, ofreció sus conferencias-conciertos ayudándose del piano, que siempre han sido muy bien aceptadas por los oyentes»{12}.

Y efectivamente, tal es la aceptación de los oyentes que en 1929, por ejemplo, dio una conferencia musical en Oviedo donde estuvo acompañado de tres maestros que interpretaron obras de Strawinsky, Bartok, Bela y Falla. Al término de cada biografía, expuesta por Gerardo Diego, se podían escuchar obras de los autores acertadamente escogidas porque representaban fases evolutivas de su concepción musical. Así pues, la conferencia musical del poeta «fue una fiesta artística de alta categoría. Los aplausos cálidos que todos los participantes en el acto oyeron al final de sus actuaciones revelan la extraordinaria complacencia con que el auditorio acogió su labor»{13}.

En noviembre de 1934, Dámaso Alonso le propone realizar un viaje a Filipinas en misión cultural. Al parecer, el viaje estaba programado para que fuera el propio Dámaso, pero según él mismo manifiesta: «ciertas aprensioncillas me retuvieron… Fue Gerardo. Personalmente me he maldecido muchas veces; cara a la poesía, no puedo sino estar muy contento»{14}. En Manila, Diego ofrecería una visión de la literatura y la música de la vieja España, con múltiples recitales de su obra poética. La mayor parte de sus conferencias las pronuncia en la Universidad de Santo Tomás, dirigida casi siempre por religiosos dominicos españoles. Después de cerca de mes y medio de estancia en aquel país regresa a España, visitando durante la travesía, Singapur, Ceilán, El Cairo, etc. «Cuando el barco que lo conduce al viejo continente llega a Marsella, se encontraba en el muelle la mujer del poeta-embajador, que le espera en tierra, y Diego desde su domicilio en Toulouse, envía postales con saludos de agradecimiento a los nuevos amigos filipinos, entre otros, a los poetas Manuel Bernabé y a Claro María Recto, de Manila; a Flavio Zaragoza y a Jesús Balmori, de Iloilo»{15}.

A Gerardo Diego le coge la Guerra Civil española en la localidad francesa de Sentaraille, de donde era su mujer Germaine Main. Una vez que se libera Santander, a últimos de agosto de 1937, se reincorpora a su cátedra y dos años más tarde un nuevo traslado lo lleva a Madrid. En ese tiempo apenas escribe algunos artículos en el diario La Nueva España de Oviedo, periódico que pertenecía a FET y de las JONS. El primero de ellos aparece en este diario el 17 de abril de 1938 y se tituló Retaguardia, en honor de una reciente novela de la escritora Concha Espina que se enfrenta con el tema de lo que se pudiera llamar el reverso de la guerra: «Este revés –escribe Diego– es mucho más interesante novelísticamente entre los rojos que en la retaguardia nacional, que se acerca a la normalidad de una vida laboriosa y pacífica todo lo que las circunstancias militares permiten. Por el contrario, todos los que han vivido los trágico horrores de la revolución roja, sobre todo en los primeros meses, saben muy bien por dolorosa experiencia qué grado de intensidad alcanzan las pasiones humanas…»{16}. De 1938 es el poema Soy de Oviedo. Torre de la catedral, «mutilada torre catedralicia»{17}, herida y símbolo del dolor, que el poeta quiso dedicarle en recuerdo del cerco y asedio que aguantó la heroica ciudad durante la Guerra Civil, y del bombardeo que padeció su catedral como años antes, en la llamada Revolución de Asturias, había sufrido la voladura de su Cámara Santa. El poema, que difícilmente encontraremos en la mayoría de los libros dedicados al poeta ni tan siquiera en sus Obras Completas, dice así:

Nunca supe lo que es miedo.
Soy de Oviedo.
Aunque me veis sin diadema
y mútil mi flanco enhiesto,
no supe arrancarme el gesto
esa metralla blasfema.
Ya mi estatura es emblema.
No quiero morir, no puedo.
Soy de Oviedo.
Porque el general Aranda
me dijo: «quieto», aquí estoy,
que si me ordenara: «anda»,
le respondiera: «allá voy».
Y echará a andar por la banda
pasos de piedra y denuedo.
Soy de Oviedo.
¿Veis cómo trepa la hiedra,
una hiedra imaginaria,
por mi línea que fue piedra,
mi piedra que fue plegaria?
Cómo crece, cómo medra.
Qué dulce y divino enredo
Soy de Oviedo.
Contra el heroico Naranco
mi aguja en fe se dibuja,
y de nuevo al cielo puja
y en el cenit hace blanco.
Duélenme sienes y flanco,
pero en pie sigo y no cedo.
Soy de Oviedo.
Mi piedra sangra y no gime.
Torre soy y centinela.
Duerme, Oviedo, que te vela
madre de siglos sublime.
De tus hijos seré abuela.
Nunca supe lo que es miedo.
Soy de Oviedo.{18}

También de esta época es su colaboración en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, editada en 1939 por Ediciones Jerarquía. Gerardo Diego le dedica el poema que tituló Soneto a José Antonio. De esta misma época es su extensa poesía Elegía heroica del Alcázar, dedicado a celebrar la gesta del Alcázar de Toledo. Nos ha llamado la atención que en esta poesía no cite de manera clara al coronel Moscardó lo mismo que citó al general Aranda en la anterior:

Oh ruina del Alcázar de Toledo.
Yo cantarte no puedo,
convulsa flor, sin desnivel de rimas.
Vivero de esforzados capitanes.
Nido de gavilanes,
que ensayan vuelo hacia las altas cimas.
Ahí nacieron proféticos los sueños.
los sublimes empeños
de la firme y radiante adolescencia.
Y el Tajo que lo sabe, amansa el paso,
sonoro a Garcilaso
y el cielo otra vez cabe en su conciencia…{19}

Pocos días después de finalizar la guerra fallece el aviador militar Joaquín García Morato a quien Gerardo Diego le dedica este poema que tituló Hallazgo del Aire:

¿El aire? No. Aún no existe.
Nadie lo ha visto, nadie.
Trepan ramas de hojas
sedientas a buscarle.
Copas, cúpulas, torres,
agujas, flechas, ágiles
le sueñan. Le persiguen,
alpinistas acróbatas
sin identificarle.
Porque ese azul es cielo
y es azul. Y lo sabe.
Y el viento es sólo música
y la brisa mensaje...{20}

Por estas mismas fechas sale a luz un libro titulado Laureados, donde colaboran cerca de medio centenar de firmas: Manuel Machado, Camilo José Cela, Giménez Caballero, Víctor de la Serna, Cortés Cavanillas y el propio Gerardo Diego, son algunas de ellas. El libro descubre toda una antología de heroísmo. Quizá lo menos importantes de él sea la exaltación personal de cada héroe: es el relato simple de una anécdota que demuestra la calidad, el temple, el tono de una acción; es, en suma, la historia repetida en sucesos aislados, pero que, al verlos reunidos, constituyen un compendio de lo que pueden dar de sí las reservas de un pueblo.

Gerardo Diego dedica su extenso artículo a un guardia civil llamado César Casado Martín, un héroe del que muchos años después solamente nos queda el testimonio del poeta:: «Fue en aquellos días heroicos de comienzos de septiembre del 36. Acodada en la barrera de los Bajos Pirineos, Europa, frívola e incrédula, contemplaba, restregándose los ojos inverosímiles, la lucha española. El guardia civil César Casado Martín conquista al mando de dos escuadras las primeras casas del de Behovia. Cuando logra su objetivo sólo le quedan dos hombres y él mismo está herido. Durante cuatro interminables horas se mantiene solo y desangrándose, contra el fuego nutridísimo del enemigo, que no puede ni recuperar casas ni apoderarse de los blindados por él defendidos. ¿Será menester alardes de literatura para exaltar esta hazaña como se merece?…»{21}.

Este camino tomado a favor del bando nacional por parte de Gerardo Diego, provocó una reacción contraria en el poeta bilbaino Juan Larrea. La guerra civil enfrentaba a dos hombres, a dos poetas, que llevaban una larga amistad y que se vio interrumpida durante más de diez años. Larrea escribe una larga carta a Gerardo Diego donde le habla de Primo de Rivera y del fascismo, de la monarquía y de las derechas como los ángeles de la vieja España. Critica al Ejército, condena la actuación del Gobierno durante la revolución de Asturias, pero no condena la voladura de la Cámara Santa ni la quema de la Universidad ni el asesinato de religiosos, todo ello producido por los revolucionarios socialistas. Considera a Franco la bestia negra de la reacción y cree en la victoria del Frente Popular. Poco tiempo después «comoquiera que Gerardo Diego no se inclinara por la causa republicana, se produce irremediablemente la ruptura».{22}

Ya en la posguerra, Gerardo Diego publica Ángeles de Compostela; Alondra de verdad; La Sorpresa etc., hasta que en 1948 ingresa en la Real Academia de la Lengua. Su discurso de ingreso fue sobre Lope de Vega, queriendo demostrar así su filiación lopista y para que se dejara de insistir en el gongorismo que según algunos había traído muchos males entendidos. Le contestó su antiguo profesor Narciso Alonso Cortés: «Adviértase que aunque en lo general coincida Gerardo, como no podía ser menos, con otros poetas españoles y extranjeros de análogas tendencias, conserva siempre un tono individual y propio…».{23}

La entrada en la Real Academia es un estímulo para el poeta. En 1949 publica: Hasta siempre; La luna en el desierto, etc. A este mismo ritmo, Diego sigue aumentando su obra poética en años venideros. En 1952 recibe el premio Ciudad de Barcelona por su libro Amor Solo, un libro de amor ensoñado y espiritual: Sólo el Amor me guía. / Sólo el Amor y no ya la Esperanza. / Sólo el Amor y ni la Fe siquiera / El Amor solo… Gana también los Juegos Florales Iberoamericanos de La Coruña por su poema Ángel de rocío que dedica a Dionisio Gamallo Fierros: Toda la noche caminando. / Anduvo vacío y sin sangre / por los montes todos los rumbos, / todas las flores por los valles…

En su carrera poética, Gerardo Diego sigue cosechando grandes éxitos porque en 1955 recibe el premio Larragoiti por Amazona y un año más tarde le conceden el premio Nacional de Literatura por Paisajes con figuras, libro que se le ocurrió –dice el propio autor– «al solicitarme Camilo J. Cela un original de determinada extensión para inaugurar su colección Juan Ruiz».{24} Dos años más tarde viaja a México, donde da conferencias en el Palacio de Bellas Artes y en el Casino Español. De México vuela a Puerto Rico donde habla en las universidades de ese país. Apenas de regreso a España cuando es invitado al año siguiente a Argentina donde es el mantenedor en los Juegos Florales Hispano-Luso-Americanos de Buenos Aires. Este mismo año, 1959, con su libro El jándalo –cuyo título le costó bastante encontrar–, obtiene el premio Ciudad de Sevilla y en 1961 se le concede el premio de la Fundación March por su larga creación literaria. Un nuevo viaje le sale para visitar varios países hispanoamericanos: Argentina otra vez, Chile, Perú, Nicaragua, son algunos de ellos.

En 1966 le llega la edad de su jubilación como catedrático de Instituto. Este año publica dos libros: El Cordobés dilucidado y Vuelta del peregrino, que aparecieron en el mismo volumen, aunque nada tenían que ver el uno con el otro. El primero dedicado al torero que la primera vez que lo vio torear le pareció un diestro de muy acusada personalidad, aunque su concepto del toreo estuviese tan distante de lo que siempre mantuvo el poeta: “El Cordobés”/ –¿lo ves? / ¿no lo ves?– / no es lo que es, / es lo que no es… Publica también este año dos libros breves: Odas Morales y Variación. En 1970 es invitado en Marruecos donde pronuncia varias conferencias sobre poesía española y publica La fundación del querer, y la antología Versos escogidos, además de otros trabajos ese mismo año. En años posteriores publicaría Cementerio Civil; Versos divinos; Los árboles de Granada a Manuel de Falla, &c.

El Premio Miguel de Cervantes se crea en 1974 y que hoy está considerado como el Premio Nobel de las letras hispánicas. Sería la de 1979 cuando recae en Gerardo Diego compartido con el argentino Jorge Luis Borges. Este suceso, al parecer, le agradó al español porque en manifestaciones que hace pocos días después de que le fuera concedido, dijo: «…me ha gustado compartirlo con un hispanoamericano. A Borges ya le conocía. La primera vez que lo vi fue en el año 1920, en Madrid. Era la época en que estábamos desarrollando el “ultraísmo”. La verdad es que yo no lo sabía. Fui un precursor del ultraísmo sin enterarme».{25}

Los últimos años del poeta los pasa en su casa de Pozuelo de Alarcón. Prepara nuevas ediciones de sus obras y en 1985 aparece Cometa errante. Escribe artículos para distintas publicaciones y en 1986 se le concedió la medalla de oro al Mérito en el Trabajo. A partir de este momento apenas sale a la calle, incluso deja de frecuentar la tertulia literaria del Café Gijón. Su mujer declaraba a Lid: «Gerardo está enfermo. No tiene nada en concreto, sólo muchos años. No escribe ya y lee muy poco. Pasa el día callado, se aburre, está como ausente, aunque conserva la lucidez».{26} Esta representación destacada de la poesía española fallece el 8 de julio de 1987. Con su muerte desaparece una de las máximas figuras de la Generación del 27, aunque él prefería llamar «grupo».

Notas

{1} Diario ABC, Madrid, 2 de diciembre de 1966.

{2} Diario La Nueva España, Oviedo, 4 de febrero de 1973, pág. 35.

{3} Gerardo Diego, Versos Escogidos, Editorial Gredos, Madrid 1970, pág. 11.

{4} Ibid., pág. 11.

{5} Ibid., pág. 15.

{6} Diario ABC, Madrid, 23-I-1970.

{7} Diario La Nueva España, Oviedo, 3-VII-2003

{8} Luis María Snsón, Amor, Plaza & Janés Editores, Barcelona 2001, 6ª edición, pág. 423.

{9} Diario ABC, Madrid, 9-VI-1926

{10} Ibid., 10 de julio de 1987.

{11} Diario ABC, Madrid, 10-VII-1987, pág. 3.

{12} Arturo del Villar, Gerardo Diego, Ministerio de Cultura, Madrid 1981, pág. 38.

{13} Diario La Voz de Asturias, 8-XII-1929.

{14} Dámaso Alonso, Poetas españoles contemporáneos, Editorial Gredos, Madrid 1988, 3ª edición, pág. 245.

{15} Antonio Gallego Morell, Vida y poesía de Gerardo Diego, Editorial Aedos, Barcelona 1956, pág. 59.

{16} Diario La Nueva España, Oviedo, 17-IV-1938, pág. 3.

{17} José María Martínez-Cachero, Antes que el tiempo muera en nuestros brazos, Llibros del Pexe, Gijón 2002, pág. 59.

{18} Gran Enciclopedia Asturiana, Silverio Cañada, Gijón 1970, Tomo VI, pág. 25. En Antología de sus versos 1918-1983, editado por Espasa Calpe (colección Austral), Madrid 1996, también se publica en las págs. 192-193.

{19} Gerardo Diego, Nocturnos de Chopin, Editorial Bullón, Madrid 1963, 3ª edición, págs 241 y 242.

{20} Diario Región, Oviedo, 18-VII-1942.

{21} VV.AA., Laureados, Madrid 1939, pág. 177.

{22} Cristina Barchi, Epistolario inédito de Juan Larrea a Gerardo Diego, Diario Abc, Madrid, 28-VIII-1986, pág. 27

{23} Arturo del Villar, Op. cit., pág. 51

{24} Gerardo Diego, Versos…, Op. cit., pág. 195

{25} Diario La Nueva España, Oviedo, 2-III-1980, pág. 28.

{26} Citado en el diario La Nueva España, 10 de julio de 1987, pág. 22.

 

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