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El Catoblepas, número 138, agosto 2013
  El Catoblepasnúmero 138 • agosto 2013 • página 4
Los días terrenales

El Tiempo de la Política

Ismael Carvallo Robledo

Sobre los apuntes de José Aricó en torno de Carl Schmitt

Carl SchmittJosé Aricó

Para Rafael Morales y Antonio Hernández

«Del mismo modo que, para Nietzsche, está irremisiblemente muerto el Dios que preside ociosamente el orden inmutable del mundo, para Schmitt el estado de derecho está muerto porque ha perdido el monopolio de lo político. Es en esta muerte y en esta pérdida donde se encuentra encerrada toda la peculiaridad que constituye también el drama entero de la época presente.» (Giacomo Marramao, Schmitt e il arcano del potere, citado por José Aricó en su Presentación a El concepto de lo “político”, de Carl Schmitt, Folios Ediciones, Buenos Aires 1984.)

«—¿Leíste ya La Dictadura de Schmitt?
—¡Si no me he recuperado!» (En una conversación con dos grandes amigos.)

El Tiempo de la Política es el elocuente título de la colección que para Folios Ediciones dirigió José Aricó (1931-1991) en el último tramo de su trayectoria, una vez de vuelta de la fundamental etapa del exilio mexicano (1976-1983). Folios Ediciones fue el proyecto editorial de la sucursal bonaerense de la librería originariamente mexicana Gandhi, y que aún existe al día de hoy tanto en México como, nos parece, en Argentina (nos referimos a la librería; desconocemos si el sello editorial existe todavía).

Aricó volvía –como decimos– de una etapa de repliegue mexicano en donde pudo consagrar sus empeños al desarrollo de importantes trabajos tanto de edición y traducción (Biblioteca de Pensamiento Socialista de Siglo XXI Editores; Cuadernos de Pasado y Presente, coeditados con Siglo XXI precisamente; revista Controversia como caja de resonancia de la discusión en el exilio de la izquierda marxista argentina y la izquierda peronista –Montoneros–; el Grupo de Discusión Socialista) como de investigación y docencia: Marx y América Latina, Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, el Seminario de Morelia, de 1980, sobre Hegemonía y alternativas políticas en América Latina, y el curso de El Colegio de México del 77: Nueve lecciones sobre economía y política en el marxismo.

Su trabajo se situaba en una curva de maduración tanto teórica como práctica, marcada fundamentalmente por la necesaria rectificación del esquema estratégico, desplazando la cuestión revolucionaria del centro de gravitación política para poner en su lugar a la cuestión democrática. Algo similar ocurriría con la izquierda comunista mexicana, con el eventual trasvase del Partido Comunista Mexicano a una nueva plataforma: el Partido Socialista Unificado de México, y con el correspondiente ajuste ideológico: se sustituye también el socialismo por la democracia, siendo así que, al poco tiempo, el partido político en donde habría de refundirse toda esa corriente de izquierda definida pasaría a privilegiar en su sistema ideológico y programático, más que a la revolución socialista, que en realidad desaparece por completo, a la revolución democrática. En cuestión de unos cuantos lustros, y en todas partes en el mundo occidental, quedaría todo anegado y reducido al solipsismo individualista espasmódico del fundamentalismo democrático, verdadero abismo conceptual, teórico y práctico en donde puede apreciarse la manera en que el estado, en tanto que figura central a partir de la cual procesar y operar el control y direccionamiento de la dialéctica de la historia, se desdibuja, perdiendo así, en efecto, el monopolio de lo político, y quedando así también imposibilitado de todo punto para poner freno al mecanismo de regresión e infantilización mercantil y de administración tecnificada de la estupidez –que está detrás del mito de la felicidad– mediante el que se pretende devolver a los ciudadanos históricos, sean alemanes, españoles, franceses o venezolanos o mexicanos, a su estado de buenos bebedores de cerveza en sus respectivas tabernas (alemanas, españolas, francesas, venezolanas o mexicanas), es decir, a su estado de consumidores satisfechos: ahistóricos, anacionales, apolíticos.

Además de Folios, Aricó echaba a andar a su regreso el Club de Cultura Socialista. La apertura política en Argentina encabezada por Raúl Alfonsín, a quien de alguna manera se acercó el grupo de Pasado y Presente (más y sobre todo Juan Carlos Portantiero), demarcaba nuevos derroteros y ciertamente nuevas esperanzas que, sin embargo, estaban llamadas a ser efímeras, pues el regreso del nuevo peronismo de Carlos Saúl Menem pocos años después, a finales de los 80, se abría paso como el eslabón de continuidad de la estrategia permanente de propagación capitalista monopólica a escala internacional, que luego de aplastar a la contraofensiva comunista y socialista, se dispuso a desarticular, a golpe de transiciones democráticas creadoras, en efecto, de buenos bebedores de cerveza, el dique de contención nacionalista revolucionario (caso de México) o nacional-popular (caso del peronismo en Argentina).

Pero cuando muere Aricó esta desarticulación –de los estados nacionalistas hispanoamericanos– no estaba todavía a la vista, acaso solamente anunciado o prefigurado en el vacío que la democracia liberal trae consigo cuando se presenta como criterio privilegiado de la dialéctica política, cancelando así, a través del parlamentarismo liberal, la posibilidad de decidir políticamente y de actuar y pensar estatalmente, es decir, históricamente.

Y es precisamente la puesta en movimiento de la problemática del estatuto de la política y de lo político como espacio de configuración ontológica con legalidad propia y necesidades inmanentes, y no ya solamente como epifenómeno o segregación de una supuesta estructura económica que lo determina absolutamente todo y que, por tanto, lo reduce todo a su momento económico, lo que nos parece advertir no ya nada más como una de las fases, acaso tardía, del cuadro general de indagaciones teóricas de Aricó: es que estuvo en realidad siempre presente en toda su trayectoria, desde Gramsci y sus Notas sobre Maquiavelo hasta –ni más ni menos– que Carl Schmitt.

Y resulta que fue precisamente en esa colección de tan inequívoco nombre –El Tiempo de la Política– donde Aricó, marxista y socialista, y acaso, aunque ya tardíamente, estratégicamente demócrata, decidió editar, presentar y publicar un libro, El concepto de lo político, de autor tan polémico e inquietante por definitivamente gigantesco y potente, además de anti-demócrata, o más bien anti-liberal, como lo fue Schmitt.

Y su lectura fue de lucidez penetrante, atenazada y distribuida por ese pathos político que arrastra y configura a la voluntad humana tan característico de Gramsci (y la voluntad como categoría de la política fue definitiva y central en todo el corpus teórico gramsciano), que sabía que, además de la economía política en tanto que anatomía de la sociedad civil, se erigía el estado –lo stato– como sistema por excelencia de la tragedia de la historia, transformando a la política en apasionada batalla o guerra de partisanos.

Pero es que, como decimos, ya Aricó lo sabía desde sus arranques en Pasado y Presente. La acción política no es nada más el resultado determinado o “sobredeterminado” de la realidad económica. La acción política es también acción histórica (momento historiográfico, como él decía) y, por tanto, acción estratégica, incardinada en un sistema de cálculos políticos (de fuerzas) y de cruce de tendencias organizado en función de la necesidad de configurar un orden, y una forma, que duren. Dice por ejemplo, en su texto de presentación de Pasado y Presente, abril-junio de 1963, que

«Cuando los acontecimientos plantean a los hombres tareas de la magnitud de las actuales, cuando la praxis subvertidora aparece como un objetivo alcanzable, la reflexión sobre esa praxis deviene una necesidad perentoria, una tarea del momento. La filosofía, que en última instancia no es más que la toma de conciencia, la autorreflexión a la que se somete la misma praxis, se anuda aún más con la historia, la asienta sobre bases reales y científicas y de tal manera la prolonga, tornándola «presente». Pero la historia no es arbitrio. Es acción teleológica, el producto de hombres que persiguen fines o proyectos no emanados del azar sino condicionados por el conjunto de circunstancias que envuelven a los hombres y que son anteriores a él. Estas circunstancias tienen a su vez una historia, son cristalizaciones de un pasado humano que es preciso conocer para que la práctica social no sea gratuita y el condicionamiento al fin propuesto sea acertado. Para que el proyecto a realizar no sea una mera ilusión óptica, una simple utopía, sino un objetivo concreto y alcanzable. […]
Es imposible determinar de antemano lo que se conservará del pasado en el proceso dialéctico. Esto deriva del proceso mismo que en la historia real siempre se desmenuza en innumerables momentos parciales. La acción política deviene momento historiográfico cuando modifica el conjunto de relaciones en las que el hombre se integra. Cuando conociendo las posibilidades que ofrece la coyuntura histórica sabe organizar la voluntad de los hombres alrededor de la transformación del mundo. El político revolucionario es historiador en la medida en que obrando sobre el presente interpreta el pasado. En su acción práctica supera toda veleidad ideológica y acciona sobre el pasado «verdadero», sobre la historia real y efectiva cristalizada en una estructura, o lo que es lo mismo, en el conjunto de las condiciones materiales de una sociedad. «La estructura –dice Gramsci– es pasado real, precisamente porque es el testimonio, el «documento» incontrovertible de lo que se hizo y de lo que continúa subsistiendo como condición del presente y del porvenir.» Sin embargo, siempre existe la posibilidad del error: que se considere vital lo que no lo es, o que no se ubique con corrección un proceso de cambio que germina, y que de tal manera la acción política queda rezagada.» (El texto completo en el Proyecto Filosofía en español: filosofia.org/hem/dep/pyp/6301001.htm)

Aproximadamente veinte años después, tuvo entonces Aricó que explicar a sus lectores de Folios Ediciones las razones por las que, en una editorial “democrática”, se incluía a un “pensador nazi” como Schmitt –a la distancia no nos cuesta en realidad comprender por qué lo leyó con tanto detenimiento y por qué decidió editarlo: Schmitt, como Maquiavelo o Marx o Gramsci o Tocqeville o Molina Enríquez, por su potencia y su tensión constructiva, es sencillamente un clásico del pensamiento político y punto–, y entonces les aclara, tomando distancia previamente de las estrecheces maniqueas en ciertas perspectivas editoriales, que

«El lector deducirá por lo dicho que no compartimos esta concepción del trabajo editorial, el cual es, para nosotros, ante todo y por sobre todo empresa de cultura o, para decirlo con mayor precisión, de cultura “crítica”. El adjetivo enfatiza la necesidad que acucia al pensamiento transformador de instalarse siempre en el punto metódico de la “desconstrucción”, en ese contradictorio terreno donde el carácter destructivo de un pensamiento que no se cierra sobre sí mismo es capaz de transformarse en constructor de nuevas maneras de abordar realidades cargadas de tensiones y de provocar a la vez tensiones productivas de un sentido nuevo. Sólo una actividad semejante nos permite admitir la riqueza inaudita de lo real y medirnos con el espesor resistente de la experiencia, sin perder ese obstinado rigor con que pretendemos –o deberíamos pretender- construir sentidos en un mundo sin ilusiones. Sólo así la interpretación puede abrirse a la historia y configurarse como saber crítico, cultura de la crisis o, en fin, cultura “crítica”. (Página X, de la Presentación de Aricó a El concepto de lo “político”, Folios Ediciones, Buenos Aires, 1984.)

La provocadora tesis de Aricó, con la que invita a los lectores a adentrarse en la lectura de Schmitt (en la edición de Folios acompañan al texto central en cuestión la Teoría del partisano y las Notas complementarias al concepto de lo “político”, además de un breve pero condensado y lúcido trabajo explicativo de Aricó, dividido en un texto de Presentación y una Nota biográfica con el remate de la procedente, bien trabajada y exhaustiva Bibliografía), es que el trabajo de Carlos Marx de demoníaca crítica de la Economía Política como verdadera “ciencia del poder” de su época encuentra en Schmitt a uno de sus más portentosos “proseguidores”. Y esto es así porque lo que tanto Marx como Schmitt hicieron no fue otra cosa que hacer estallar la apariencia fenoménica y pretendidamente neutralizante de la Economía y del Derecho detrás de la cual está la Política y la decisión como verdadera trama de la historia y como núcleo de la sociedad política:

«Acaso resulte un tanto aventurado señalar a Carl Schmitt –ese nonagenario testarudo que aun hoy se sigue considerando el único y verdadero discípulo de Weber– como uno de los “proseguidores” de Marx. Admítasenos esta paradoja que se propone alcanzar algo más que un efecto provocativo. Como crítico “de derecha” de la sociedad burguesa Schmitt es un pensador reaccionario que considera a las conquistas iluministas como errores gravemente perniciosas para la humanidad. En tal sentido está en las antípodas de Marx. Pero aun con propósitos radicalmente opuestos a los suyos, Schmitt se sitúa en el pleno reconocimiento de lo que para nosotros caracteriza la contribución epocal que Marx produjo: la determinación esencialmente política de la economía. Ya se ha señalado con agudeza hasta qué punto la crítica inmanente de la “ciencia” económica efectuada por Marx desquicia ese ámbito central que caracterizó al siglo XIX. Al poner en evidencia el carácter antagónico de sus relaciones constitutivas, El capital mostró y puso en crisis la función “neutralizante” que desempeñaba la abstracción del cambio. En aquello que la Economía Política se empeñaba en presentar como “no político”, en la neutralidad del cambio entre capital y fuerza de trabajo, Marx descubría la emergencia de lo político: la antítesis de clase y su consiguiente lucha*. Nadie estaría hoy dispuesto a negar que esta crítica del dispositivo neutralizante de la economía clásica representa un punto sin regreso para el análisis social contemporáneo. Es más, resulta una verdad tan fuertemente adquirida que hasta se ha desdibujado su radicalidad de origen, un poco por eso de que en la sociedad moderna todos somos de un modo u otro “marxistas” sin saberlo o sin quererlo.» (Ibid., p. XII; el asterisco hace referencia a la cita que de Marramao hace Aricó en esta parte de su texto; y el trabajo en cuestión es precisamente, de Giacomo Marramao, Lo político y las transformaciones, Cuadernos de Pasado y Presente, número 95, México 1982, p. 25.)

Schmitt es dispuesto entonces por Aricó como variable que, en conjugación con la variable Marx, ofrecen como resultante una ecuación de crítica de la razón política del mundo moderno burgués liberal, que tritura en sus despliegues (o derivadas) de segundo o tercer grado las mistificaciones fenoménicas del Estado Liberal, cristalizadas o hipostasiadas, con pretensión de neutralidad, en la forma de Economía (en donde la libre competencia y la tecnocracia operan como dispositivos de neutralización político ideológica) y de Derecho (en donde la deliberación parlamentaria y el Estado de Derecho y sus exacerbaciones: la legislación y la judicialización, operan a su vez como dispositivos de neutralización).

La gran y más potente sistematización y síntesis de esa crítica está hecha por el profesor Gustavo Bueno, en su definitivo Primer ensayo sobre las categorías de las ‘ciencias políticas’ (Biblioteca Riojana, Logroño, España, 1991), escrito como ajuste de cuentas histórico filosófico, tras la caída de la Unión Soviética (es decir, a la altura de nuestro tiempo), con –precisamente– la Teoría del Estado del materialismo histórico.

Schmitt quiso situarse también a la altura de su época, nos dice Aricó, para terminar jugando el papel de Epimeteo cristiano, que, como el Epimeteo clásico, abrió la caja de Pandora liberando las sorpresas trágicas que trató de explicar buscando sus raíces en la crisis espiritual del siglo XVI (Aricó, Nota biográfica, p. XXIII):

«Es esta idea de una crisis de la “soberanía” del estado liberal, incapaz de hacer frente a los problemas internos y externos y a la irrupción de la guerra civil lo que lo lleva a teorizar las condiciones y la naturaleza de un poder de decisión a la altura de los tiempos… La acción política para Schmitt es sobre todo opción, riesgo, decisión: “producción de un mito” que no deja espacio libre y que compromete al sujeto imponiéndole la elección. Y porque tal producción sólo puede nacer de la guerra, está dotada de una cualidad existencial y no normativa. La guerra se convierte de tal modo en el momento y en el lugar de definición de la naturaleza “existencial” del comportamiento político en cuanto impone una elección irreversible que no permite circunloquios y mediaciones dialécticas y pone fin a la práctica discutidora de la eterna indecisión.» (Aricó, Presentación, pp. XIII y XIV.)

Amigo y enemigo, guerra civil, conflicto y dialéctica, combate y partisano, tragedia y severidad, son como bien se sabe categorías definitivamente constitutivas del ámbito de lo político tal y como fue entendido con desgarradora lucidez, y con la culpa implícita del Epimeteo cristiano que, según dijo de sí mismo, fue Schmitt. En este plano es donde se recorta la figura del combatiente, del soldado, del guerrillero –y el canon del partisano o guerrillero fue por cierto, para Schmitt, el guerrillero español en tiempos de la invasión napoleónica–, del gran político y del estadista. Si los conceptos de amigo y enemigo –nos dice Aricó– adquieren su significado pleno en el hecho de que se refieren de manera específica a la posibilidad real del aniquilamiento físico, para dejar de ser metafórica la contraposición sólo puede tornarse concreta allí donde la existencia se pone verdaderamente en juego, allí donde se vive o se muere: en la guerra (p. XIV). Pero, entonces, Lenin también debe estar también en el mismo plano, porque, continúa Aricó:

«Si recordamos, además, que según Schmitt las contraposiciones interestatales cedieron su lugar al predominio de la política interna, y por tanto son los agrupamientos de amigo y enemigo en el interior de un estado los que se transforman en decisivos para el enfrentamiento armado, la consecuencia lógica que de aquí deriva es que el lugar decisivo de producción del máximo grado de intensidad de la contraposición no puede ser otra que la de la guerra civil. De tal modo, Schmitt participa plenamente del diagnóstico de Lenin que afirmaba que con la finalización de la primera guerra mundial había concluido también de manera irreversible toda una época, y comenzaba una nueva cuyo signo distintivo era la guerra civil a escala mundial.» (pp. XIV y XV).

Lo hemos dicho ya: certera, sólida y poderosamente intuitiva fue la lectura que de Carl Schmitt hizo José Aricó, tal y como podemos observar en las formidables y soberanas notas introductorias (Presentación, Nota biográfica y Bibliografía) a la edición que bajo su cuidado realizó Folios Ediciones de Buenos Aires, en 1984, de El concepto de lo “político”. Y el interés y contundencia se incrementan al advertir, del mismo modo, que el tiempo de la política fue en realidad el centro de anudamiento de todo el itinerario vital, teórico y práctico de esta figura cardinal americana que jamás nunca obtuvo un título universitario, y que, en la más milimétrica fidelidad a Gramsci, a lo largo de su vida entera no fue otra cosa que un modesto y genuino autodidacta, que tradujo las Notas sobre Maquiavelo de Gramsci con papel, lápiz y una gramática italiana mientras hacía las guardias durante su servicio militar, y que como motor interno acaso no haya tenido otra cosa más que el atisbo pálido aunque suficiente de una certeza: aquélla que más o menos lo acercó a la evidencia de que, el trabajo que realizaba, estaba siendo un trabajo für ewig (para la eternidad).

Todo tiempo es siempre, podemos decir entonces con él, El tiempo de la Política: pasado y presente, la ciudad futura, controversia, historia y política, amigo y enemigo, tragedia, guerra civil y partisano, la crítica de la Economía Política y el Estado. La vida como militancia, en definitiva. Todo tiempo es siempre, en efecto, el tiempo de la política. La presentación a Schmitt termina así:

«Una crítica de la forma burguesa de lo político resultaría parcial, mutiladora, y finalmente estéril, si dejara de lado por prejuicios políticos o morales, que en el caso de ser válidos reclaman otras sedes y formas de debate, el análisis de una obra que, como la de Carl Schmitt, ha fijado una impronta insoslayable en la vida espiritual del siglo XX. Para que deje de ser patrimonio exclusivo de la derecha, o de la academia, para que entre en el debate de la izquierda de manera plena, y para que éste pueda medirse con los grandes enemigos de sus propuestas, y no con sus mediocres escribas, incluimos a Carl Schmitt en nuestra colección. ¡Ojalá sea leído con la comprensión y el espíritu crítico que el excepcional valor de su obra merece!»

La rúbrica está fechada en Buenos Aires, en septiembre de 1983.

Por nuestra parte, arrancamos el pasado lunes 26 de agosto de 2013, en el Seminario de Cultura Mexicana de la ciudad de México, las actividades de un seminario permanente sobre Problemas y aspectos del mundo contemporáneo. Y lo hicimos con una Mesa de Discusión en torno de José Aricó, conscientes de que el valor de su obra y de su legado, distribuido en cientos de estanterías de librerías de viejo, y en los anaqueles y catálogos de casas editoriales tan importantes como la Editorial Siglo XXI, Fondo de Cultura Económica o El Colegio de México, así lo merecía.

No siempre en la historia se perfila una nueva generación, escribió Aricó en 1963 con un ciertamente evidente sentido de urgencia histórica. Los pertenecientes a la suya desde hace algunos años han comenzado a desaparecer.

 

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