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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 13
Artículos

Gustavo Bueno: sembrando la «semilla inmortal»

Miguel Ángel Navarro Crego

Obituario de Gustavo Bueno

Miguel Ángel Navarro Crego, Gustavo Bueno, Juan Bautista Fuentes Ortega, [El autor, primero por la izquierda, con Gustavo Bueno y Juan Bautista Fuentes en las Primeras Jornadas de Psicología, dedicadas al Procesamiento de Información, y que fueron organizadas por los alumnos de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Oviedo a finales de marzo de 1984. Yo presenté a Bueno y mi compañero a Juan Bautista. Bueno disertó sobre «El estatuto gnoseológico de la Psicología Cognitiva». Estuvo excepcional y Juan Bautista muy brillante en su demoledora reexposición, desde la Teoría del Cierre Categorial, del Neoconductismo de Skinner.]

«Al deseo por el cual se siente obligado el hombre que vive según la guía de la razón a unirse por amistad a los demás, lo llamo honradez, y llamo honroso lo que alaban los hombres que viven según la guía de la razón, y deshonroso, por el contrario, a lo que se opone al establecimiento de la amistad»
(Baruch de Espinosa. Ética. Parte cuarta, proposición XXXVII, escolio I)

Se preguntaba Aristóteles en el Problemata XXX, 1, por qué todos los que han destacado en Filosofía y demás saberes son hombres de genio y melancolía. El estagirita, con arreglo al modelo de la medicina hipocrática, nos daba una respuesta y también un modo de comprender la regulación de dicho temperamento.

Hago este apunte para destacar, en la modesta contribución que yo querría redactar como obituario a la figura filosófica de Gustavo Bueno y subrayando mucho de lo ya publicado, que su biografía, ya cumplida, es un buen ejemplo de esa perspicaz observación aristotélica. Estamos pues ante una personalidad excepcional.

Gustavo Bueno individuo corpóreo ha muerto, Gustavo Bueno persona, no.

Y estos días, en los que yo estaba ausente de Asturias, desubicado, y en los que el fallecimiento de su esposa, Carmen, y el de él mismo me han cogido tan de sorpresa y como un trabucazo en la entraña del alma, el poder comprobar a través de las redes sociales el gran impacto mediático y por ende social que está provocando su defunción, tan filosófica, tan estoica ella misma, no han hecho más que aumentar en mí, por desgracia tan propenso a ella, una angustiada congoja. Así, que haciendo de tripas corazón no me queda más remedio que partir in medias res ¿Qué destacar que ya no esté dicho de tamaño genio y figura?, ¿qué reseñar sin reiterar reconocimientos ya explicitados por otros discípulos, colegas universitarios o amigos?

Afirma Gustavo Bueno en los Ensayos materialistas (1972) que las contradicciones se superan ejerciéndolas. Vayamos pues a la faena aunque el cuerpo nos pida un respetuoso silencio.

Cuando el que esto escribe echó los dientes como colaborador ocasional con el diario La Nueva España, en una sentida carta al director con motivo de la muerte trágica del periodista y crítico de arte Santiago Amón (1927-1988), fue la firme defensa que éste hizo de la ya en aquel entonces vigorosa (y por ende molesta para el poder político), figura de Gustavo Bueno, lo que motivó aquella mi misiva (Adiós al amigo Amón. LNE. 9-7-1988). Y ello a raíz del «affaire Symploke», o de cómo la peor herencia del franquismo sociológico, en el seno del Ministerio de Educación, pretendía prohibirle a Bueno que un libro suyo escrito en colaboración con Hidalgo e Iglesias (discípulos de la primera oleada del Materialismo Filosófico), se aprobase como manual de Filosofía de tercero de BUP. Todo el mundo sabe qué partido gobernaba España y quienes en aquellos tiempos eran los «rectores» de la charanga educativa. Han pasado justo veintiocho años y la hercúlea figura filosófica de Bueno no ha dejado de crecer en el solar hispano y de menguar la clase política a la que ahora llaman casta, y que ha intentado varias veces, y con diferentes partidos, eliminar la Filosofía de la Enseñanza Media en lo que va quedando de España, empeñados como están en su desguace.

Recuerdo que a tenor de tal circunstancia el profesor Santiago Escudero, con el que me unía una afectuosa amistad, me animó a que en la prensa divulgara (y aun asumiendo que todo traductor es traidor), la producción filosófica de lo que en aquellos momentos se denominaba la Escuela de Oviedo, y ello en debate abierto frente a la Posmodernidad y otras corrientes filosóficas y editoriales que iban llegando a nuestra nación.

Los nacidos en el «baby boom» de los sesenta, hijos de una arriscada y austera clase obrera que por primera vez en la historia de España accedía masivamente a la Universidad y que a principios de los ochenta conocimos a Bueno y su obra no sólo por sus clases de Antropología, Lógica de las Ciencias Humanas y Filosofía de la religión, sino también a través de sus libros ya publicados y por sus artículos en El Basilisco y en otras revistas como Sistema o Los Cuadernos del Norte, intuíamos que estábamos ante un maestro, ante un arquitecto del pensamiento y no sólo ante un simple maestro de obras. Y esto nos lo corroboraban en aquel momento no sólo las obligadas lecturas de los clásicos (Platón y Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Marx, Husserl, etc.), sino las de otros espadas con los que Bueno se había medido y con los que estaba combatiendo: Bachelard, Althusser, Popper, Piaget, Bunge, Marvin Harris, etc.

No en vano los que colaboraron en el Diccionario de Filosofía Contemporánea, dirigido por Miguel Ángel Quintanilla (2ª ed. 1979), dan testimonio escrito de aquella efervescencia filosófica. Además Alberto Hidalgo tuvo la feliz idea de comparar a Bueno en nuestra abrupta Asturias con un aguerrido minero y Ortiz de Urbina afirmó que este hombre había encontrado un filón. Y ese filón, ese Sistema, es el Materialismo Filosófico, que lo primero que hace es reelaborar las limitaciones de la vieja idea de Materia, no sólo en el Diamat soviético sino en toda la tradición filosófica occidental y en la actualidad, tomando como suelo nutricio las técnicas, ciencias y tecnologías donde dicha idea se realiza y toma asiento a través de multitud de conceptos que es necesario reinterpretar, en ese constante tejer y destejer de ideas que es la Filosofía.

Quede lo dicho como apunte a vuelapluma de que el genio y la figura de Gustavo Bueno es tan singular como la propia Historia de España en la que transcurre su quehacer y su misión, así en su obra escrita (Filosofía académica) como en su obra oral (su rotunda dimensión de filósofo mundano con un socratismo más que vehemente). El haber transitado en su formación por las principales corrientes filosóficas de Occidente en el siglo XX, a partir de una solidísima formación escolástica (léase Fenomenología, Neopositivismo, Filosofía Analítica, Teoreticismo popperiano, Estructuralismo y Marxismo principalmente), le permitió desarrollar su Sistema en constante debate de igual a igual con los clásicos, haciendo que España, tan rica en epígonos de filosofías foráneas, no sea hoy el erial que algunos presumían en espera de un segundón de Krause, de los Neokantianos o de la Escuela de Frankfurt. Y esto, digámoslo claramente, es lo que algunos no le perdonan a Bueno.

Gustavo Bueno ha creado una «caja de herramientas» teórica (que es en esencia en lo que consiste un «Sistema Filosófico»), con la que pensar y por ello transformar la realidad española, tan preñada de oportunismo, picaresca vendida como inteligencia emocional y vocinglera estulticia. Una caja de herramientas escrita en español para refutar a los que creen que es necesario «homologarse» y pensar al modo francés, inglés o alemán. No hay nada de garrulo en ello y sí mucho de un patriotismo hispano que trasciende todo partidismo mostrenco. Por eso sus últimas obras son tan académicas y tan elaboradas como las primeras, auténticos tratados de Filosofía Política recortados a la escala de los problemas de España, en los que ésta se juega su supervivencia.

El Sistema, la «caja de herramientas», no es el quehacer filosófico en su dimensión práctica. La Filosofía, que nació preguntona y menesterosa de la mano de Sócrates-Platón, no es el Sistema, pero no se puede filosofar en serio, dada la alta complejidad de los conocimientos de nuestro presente infecto, sin un sólido Sistema Teórico. Por eso la obra de Bueno (la escrita y la inédita), está en lo teórico a la altura de las de Kant, Hegel y Marx, pero desbordándolas y superándolas, como acertadamente ha señalado Nicole Holzenthal. Y por eso también que un discípulo como Juan Bautista Fuentes haya reconocido sabiamente que no es nada fácil refutar de forma simplista (y menos marxista) las tesis de España frente a Europa, honra por igual a maestro y discípulo, con independencia de ulteriores evoluciones filosóficas personales muy respetables. Pues la grandeza de Bueno, como la de todo magno filósofo occidental es, como ya nos enseñó Platón en el Fedro, la de «sembrar la semilla inmortal» del pensamiento fértil, y ello incluso entre los que no comparten alguna de sus doctrinas. Y esto tampoco se lo perdona buena parte de la grey universitaria, que ladra con su silencio a quien así cabalga.

Finalizo recordando tres frases de la sabiduría clásica griega que muy bien puede aplicarse quien por primera vez se inicie en la lectura de las obras de Bueno, y que le pueden servir de faro, brújula y de paciente guía: «No entre aquí quien no sepa geometría», «Amigo de Platón pero más amigo de la verdad» y «No hay un Camino Real para aprender geometría».

En Sama de Langreo a 12 de Agosto de 2016.
Miguel Ángel Navarro Crego.

 

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