El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 22
Artículos

Coronavirus y globalismo

Daniel López

Crónica de una muerte anunciada: el coronavirus remata al globalismo

triada

I. El fin del globalismo

El coronavirus más que «el tema de nuestro tiempo» es el problema del presente en marcha. Y todavía será más problemática la crisis económica que deje a su paso. Y ni que decir tiene que más catastrófica será ésta mientras más dure la pandemia. Luego ganar tiempo es puro oro, perderlo pura miseria. El coronavirus ha puesto en suspensión (dado el Estado de Alarma, y veremos a ver si de Excepción) dos derechos fundamentales: el de libre circulación y el de reunión. Todo por temor a un virus que si bien no es letal (salvo con personas mayores o con enfermedades graves) sí es excesivamente contagioso; un contagio que puede producirse y reproducirse no sólo paratéticamente sino también apotéticamente (incluso a dos metros de distancia). Somáticamente juntos no superaremos la pandemia, y sin embargo políticamente España como nación debe estar más unida que nunca si queremos salir al menos tocados de la crisis, de lo contrario saldremos hundidos.

El globalismo sin fronteras ha quedado en manifiesto ridículo ante tan dantescos e inesperados acontecimientos. Las fronteras sí sirven para algo y ahí está el Estado-nación. A la pandemia, pese a la expresión, no se le está haciendo frente desde una escala global sino nacional y limitadamente internacional, es decir, con tímidas y escasas colaboraciones entre países (no precisamente vecinos o del mismo continente). ¿Cabe mayor prueba de que la globalización aureolar es sólo un mito oscuro y confuso? Y nos estamos refiriendo a un mito apotropaico; esto es, un mito pensado contra el anarquismo en el sentido más amplio del término, lo que significa estar frente al individualismo y el pluralismo radical, es decir, procurar un «Nuevo Orden Mundial» frente a un caos mundial. No existe la globalización tal y como es planteada por los globalistas (presos de una filosofía política monista y de una filosofía de la historia progresista). La Realpolik es la dialéctica de Estados y la dialéctica de Imperios dura y cruda, lo demás son ilusiones trascendentales e ingenuidades de aquellos que quieren finiquitar la historia con el triunfo apoteósico pero pacífico del fundamentalismo democrático.

La Globalización oficial es sólo un fenómeno o una apariencia falaz producto de la globalización positiva, esa misma que ha hecho posible la propagación planetaria del virus, esto es, la pandemia a gran velocidad. La globalización positiva será la tumba del globalismo. El coronavirus será el sepulturero del globalismo y del progresismo, esto es, de la creencia del progreso global indefinido muy propio de la socialdemocracia y de las izquierdas indefinidas; grupos y partidos en su mayor parte controlados por las instituciones globalistas que dirigen ciertas élites súper adineradas; sujetos que deben padecer durante estos días una especie de terror apotropaico (o tal vez al orden que implante el eje China-Rusia, si es que salen reforzadas de la crisis, lo que aún está por ver).

El coronavirus, que no entiende de fronteras, ha hecho que los políticos, sobre todo los de los países que conforman la decadente Unión Europea, empiecen a entender de fronteras. Es más, Alemania, Francia y la República Checa han bloqueado la importación de máscaras faciales que se necesitan urgentemente en España e Italia. No obstante, el Banco Central Europeo ha propuesto un programa de emergencia de 750.000 millones de euros. Habrá que ver cómo se lleva eso a cabo.

A escala biológica y zoológica, la humanidad es una totalidad atributiva, lo que es consecuencia de la globalización positiva; y esto es lo que permite que el virus se propague con facilidad de un país a otro, de manera recurrente dando la vuelta al globo. A escala política, o geopolítica, la humanidad, en todo caso, es una totalidad distributiva escindida polémicamente en diferentes Estados e Imperios. Y esto lo ha puesto en evidencia la pandemia del coronavirus y la reacción ante la misma al desinfectarse cada país como buenamente pueda (sin perjuicio de algunas ayudas, como la que está aportando China, y también Rusia). Estados Unidos, de momento, no ha anunciado ninguna medida de ayuda a los países europeos. Tampoco están muy sobrados, siendo un país que carece de un sistema de sanidad universal. Sin embargo, Washington ha ofrecido su ayuda a Irán, pero el ayatolá Alí Jameneí la ha rechazado calificándola de «promesas falsas».

El cosmopolitismo, una vez más, ha naufragado ante la imponente realidad de la dialéctica de Estados e Imperios. Y el progresismo ha vuelto a mostrar su bancarrota ante acontecimientos imprevistos, porque la historia no es un itinerario apacible que va desde el génesis hacia el paradisíaco punto Omega. La caída de la Unión Soviética no supuso ni mucho menos «el fin de la historia», tampoco lo será la llegada del coronavirus, que sí va a cambiar, y parece que bastante, el mapamundi geopolítico.

Esta crisis ha mostrado que el Estado-nación está bien vivo, cosa que muchas lumbreras «Illuminati» globalistas daban por finiquitada, tratándolo como algo arcaico condenado a la extinción en pos de un gobierno mundial para toda la humanidad: con un solo ejército, una única moneda y una religión universal que no sería precisamente la católica, pese a los continuos guiños del Papa Francisco a los globalistas.

Juan Luis Cebrián –un hombre del Establishment, del Imperio del Monopolio y del Club Bilderberg, aunque recientemente defenestrado– se lamentaba en El País de que la Unión Europea (esa institución que Javier solana denomino hace diez años como «una especie de laboratorio de gobierno mundial») no haya «adoptado medidas homogéneas para el conjunto de sus miembros». Y este fracaso institucional –añade Cebrián– «si no despierta a tiempo de la parálisis, amenaza con ser definitivo». También se lamentaba Cebrián de que no se hayan reunido ni el G20 ni el G7, «los supuestos amos del mundo».

Los filósofos globalistas están confundidos y son tan oscurantistas que pocos días antes de que la Ciudad Eterna y capital de Italia se cerrase, debido a la pandemia, un profesor de filosofía del derecho llamado Luigi Ferrojali –citado por Cebrián en su artículo– hacia una llamada para que se levantase ni más ni menos que un «constitucionalismo planetario», que define como «una conciencia general de nuestro común destino que, por ello mismo, requiere también de un sistema común de garantías de nuestros derechos y de nuestra pacífica y solidaria coexistencia». ¿Está hablando de un gobierno mundial? Cebrián es partidario. Pero esto supera en estulticia al «patriotismo constitucional» del dialogante y socialdemocratizante Jürgen Habermas. Los problemas del globalismo se solucionan con más globalismo.

Para nuestra desgracia España es uno de los países más infectados por el coronavirus y a su vez de la ideología del globalismo: el globavirus que infecta con cosas como el cambio climático, la ideología de género y demás exquisiteces propias de la locura objetiva más recalcitrante. Esta ideología absurda y geopolíticamente impotente ha hecho que se haya estado perdiendo el tiempo de cara a enfrentarse a esta pandemia, a pesar de que las autoridades tenían las referencias de China, Irán e Italia. Según se le escapó al ministro-astronauta Pedro Duque, el Gobierno estaba al tanto del peligro de lo que podía suponer lo que estaba pasando en China desde enero. Y pese a que el 24 de febrero la Organización Mundial de la Salud la declaró como pandemia, la ideología que impulsaba el 8M impedía que se tomasen medidas, y se decía con mucha alegría y excesivo cretinismo que «el machismo mata más que el coronavirus» (en rigor, la estupidez mata más que el coronavirus).

El momento nematológico puso obstáculos para lo que se podría haber hecho en el momento tecnológico y con suma imprudencia el gobierno sociata-podemita impulsó las manifestaciones, y por eso no podía prohibir las otras aglomeraciones: como eventos deportivos y culturales; así como no se llevó a cabo el cierre de restaurantes, bares, pub y discotecas (incluyendo el mitin de Vox, donde la formación verde metió la pata hasta el corvejón).

Si en vez de un gobierno sociata-podemita y una «mani» femiprogre hubiésemos tenido un gobierno del PP o del «trifachito» con una manifestación por la unidad de España ese gobierno no hubiese llegado ni al Telediario del día siguiente.

II. La dialéctica China-Estados Unidos

Lejos de cooperar frente al virus, Estados Unidos y China están confrontándose más que nunca con esta crisis. Estamos desde hace años en una nueva guerra fría, y la pandemia está haciendo que suba la temperatura. La crisis conoronavírica parece que está sintetizando todos los encontronazos corticales entre ambos Imperios: en el poder federativo la carrera tecnológica por el 5G y la guerra comercial por los aranceles; en el poder diplomático los choques relacionados con Rusia, Cuba y Venezuela, y en el poder militar está por ver si la resolución de la crisis no se soluciona recurriendo al mismo, y hay munición nuclear como para devastar al menos la superficie del planeta.

Estados Unidos y China se han acusado mutuamente de provocar el virus a conciencia. Sin embargo Donald Trump hizo la siguiente declaración: «China ha dicho que ese virus ha venido de los soldados estadounidenses y eso no puede ser». Hay que señalar que la acusación al ejército estadounidense de introducir el virus en Wuhan mientras participaban en los Juegos Militares de octubre en la ciudad del epicentro de la infección no salió de un foro conspiranoico de internet sino de Lijian Zhao, portavoz del Ministerio de Exteriores chino, el cual escribía en su cuenta de Twitter el 12 de marzo: «¿Cuándo surgió el paciente cero en EEUU? ¿Cuánta gente está infectada? ¿Cuáles son los nombres de los hospitales? Pudo ser el ejército de EEUU quien trajo la epidemia a Wuhan. ¡Sed transparentes!».

No se trata de una excentricidad de Zhao, pues su mensaje sería retuiteado por la mayoría de embajadores chinos en África. También hay que advertir que tal acusación la hizo China tras aplanarse la curva de contagios, pasando de la actitud defensiva a la ofensiva en el poder diplomático.

Posiblemente lo que están buscando los propagandistas chinos con esta teoría no es esclarecer el origen del brote sino crear confusión, algo muy propio de las teorías conspiranoicas; pues lo que con éstas se pretende es que todo el mundo tenga una teoría pero que el embrollo sea tan tremendo que nadie sepa la verdad. Es decir, se trata de ahogar la verdad en un mar de opiniones y que montañas de desinformación entierren a la información. Que emerjan las apariencias falaces y que se sumerja la verdad.

También se ha dicho que el virus es un arma biológica que a los chinos se les fue de las manos, o que ha sido diseñado por un informático como Bill Gates (aunque sí es cierto que éste ya venía advirtiendo de los peligros que podría suponer una pandemia).

Frente a las teorías de la conspiración (o conspiranoicas) que circulan por la red y que predica el gobierno chino sobre si el virus ha sido fabricado en un laboratorio, cabe decir que las pandemias han sido constantes a lo largo de la historia, mucho antes de que existiesen laboratorios y de que se elaborasen las ciencias modernas.

La situación en estos momentos es que Estados Unidos está siendo incapaz de controlar la propagación del virus y el caos se está apoderando del país del dólar, la democracia y la libertad; como está pasando en Irán, Italia y España.

Se comenta que en Estados Unidos está aumentando la venta de armas porque muchos esperan que sobrevenga el caos y el crimen. De Atlanta a Los Ángeles se han visto colas rodeando los edificios donde las venden. A su vez, algunos analistas anuncian que el dólar seguirá siendo la divisa mundial, pero que irá perdiendo hegemonía paulatinamente.

En cambio, en China parece que tienen bien controlada la situación. Por eso hubiese sido una chapuza enorme por parte de la inteligencia estadounidense (la famosa CIA) haber llevado el virus a China y que a su vez ésta lo controlase y en Estados Unidos la situación se desbaratase. Con esto creo que suficiente para afirmar que la hipótesis del gobierno chino se viene abajo. Eso sí, hará las delicias de los profesionales y aficionados a las teorías conspiranoicas y generar confusión y oscuridad, que es de lo que se trata.

La cooperación de China con los países europeos se debe al vacío que está dejando Estados Unidos y a la voluntad del Imperio del Centro de ejercer como potencia hegemónica y protectora. China quiere ser vista como una potencia responsable. Incluso se está hablando de un Plan Marshall chino para después de la crisis sanitaria. ¿Estamos ante un ortograma de Imperio generador o depredador?

En Washington critican el envío de suministros médicos que han enviado los chinos a diversos países como una campaña de propaganda del Partido Comunista Chino para limpiar su reputación tras la nefasta gestión cuando se produjo el brote epidémico que ha terminado en pandemia perjudicando a todo el mundo. También le han reprochado que no permitiesen la entrada en Wuham de expertos estadounidenses para ayudar a contener el virus. La indignación de los funcionarios estadounidenses se incrementa por lo poco que está haciendo la autoridad china por reconocer el envío de 18 toneladas de suministros médicos de Estados Unidos a China en aviones chárter con el fin de evacuar a los estadounidenses que estaban en Wuhan.

III. Y después de la pandemia, ¿qué?

La gestión de China ante la crisis financiera del 2008 y la pandemia de 2020 ¿harán del Imperio del Centro el país que lidere el nuevo orden mundial? Es muy pronto para saberlo. Pero lo que sí parece seguro es que el inminente nuevo orden mundial no será el «Nuevo Orden Mundial»: el New Word Order de la City y Wall Street; un orden propio del monismo del orden incompatible con la pluralidad del mundo (Mi) y de la realidad en general (M). No cabe gobierno mundial porque el principio de symploké prohíbe que todo esté relacionado con todo.

Mientras China parece que se está recuperando y los países europeos y Estados Unidos están en medio de la tormenta, podría decirse que la potencia menos perjudicada por la pandemia está siendo Rusia. Este país ha mostrado mayor prudencia cerrando las fronteras inmediatamente. La crisis de la pandemia está siendo otra disputa geopolítica que va a ganar Vladimir Putin, engrandeciendo aún más, por si lo ya hecho en veinte años fuese poco, su brillante trayectoria como estadista del antaño país de los zares y de los soviets (por no hablar de la victoria de Rusia contra Arabia Saudita en la disputa de precios del petróleo, cosa que de paso perjudica a Estados Unidos).

Medios rusos como Sputniknews están publicando que los científicos rusos están desarrollando una vacuna contra el Covid-19. Y en los primeros pasos parece ser que con éxito. La directora de la Agencia Federal Médico Biológica de Rusia, Veronika Skvortsova, afirma que la vacuna podrá estar lista en 11 meses.

Y esa es otra disputa geopolítica: la competencia entre las potencias por haber quién saca primera la vacuna. Y en eso tampoco hay cooperación sino competencia, es decir, dialéctica de Estados y de Imperios, que es lo que continuará tras la crisis: y ya veremos con qué fuerza cada potencia. Bienvenidos al nuevo orden mundial.

Jueves, 26 de marzo de 2020

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