David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
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El eclipse del protestantismo liberal

Antes de ahondar en el protestantismo evangélico, debemos distinguirlo de las denominaciones «históricas» que, hasta hace poco, eran consideradas como el ala dominante del protestantismo norteamericano. La contienda entre las dos se fecha, generalmente, a principios del siglo veinte, cuando las tendencias liberalizadoras en las principales denominaciones provocaron una rebelión por parte de los conservadores. Estos últimos sintieron que las nuevas interpretaciones históricas de la Biblia estaban destruyendo la autoridad de ésta como la Palabra de Dios. Para restaurar su autoridad, insistían en que la Biblia era una guía infalible hacia la verdad, y se reafirmaban en lo que llamaban los fundamentos de la fe.

Las contiendas entre los fundamentalistas y sus adversarios, los llamados modernistas, expresaban desacuerdos más extensos, sobre cómo entender al mundo y cómo reaccionar al cambio. Mientras que los fundamentalistas insistían en que cualquiera podía llegar a la única interpretación correcta de la realidad (la suya propia), los modernistas aceptaban [62] la relatividad del conocimiento humano. Al suavizar su punto de vista sobre la verdad religiosa, estos últimos encontraban difícil creer, por ejemplo, que Dios envíe a los hindúes al infierno únicamente porque un misionero cristiano había fracasado en llegar a ellos. El consignar las almas al castigo eterno sobre esta base, parecía algo injusto y sádico. Insatisfechos con los resultados del trabajo misionero tradicional, y al perder el interés en continuar con éste, los modernistas llegaron a la conclusión de que únicamente el «evangelio social» –la educación y la reforma social– se dirigía a las necesidades humanas.

Para los fundamentalistas, esto significaba traicionar la esencia de la fe: la salvación personal. Recibieron el rechazo de los modernistas, quienes les consideraban reliquias de una era pasada, y no lograron recuperar a las denominaciones históricas. Mientras tanto, los modernistas se convertían en pilares del liberalismo norteamericano. A finales de la década de 1960, las denominaciones de liderazgo básicamente liberal del Concilio Nacional de Iglesias (NCC), eran iglesias seguras de sí mismas. Desde sus oficinas en Nueva York y Washington, D.C., el NCC realizaba campañas a favor de los derechos humanos, del control de las armas nucleares y de los movimientos revolucionarios. La misma luz iluminó al Concilio Mundial de Iglesias (WCC) en Ginebra, las Naciones Unidas del cristianismo ecuménico.

Sin embargo, los líderes de las principales denominaciones del NCC eran más liberales que sus miembros. Debido a que las campañas sociales alienaron a los miembros conservadores, los liberales eclesiales se encontraron en desventaja en la atmósfera tan nacionalista de la política norteamericana. De acuerdo a Joseph Hough, la razón era un cambio en la atracción subyacente del liberalismo y del fundamentalismo. Hasta la década de 1960, señaló Hough, los protestantes liberales habían procurado mantenerse optimistas sobre el futuro de los Estados Unidos. Mantenían la fe en que los norteamericanos podían construir un mundo mejor para ellos mismos y para todos los demás. Pero ahora, los liberales se volvían contra el expansionismo atolondrado de su sociedad, rechazando la proyección del poder americano alrededor del mundo y exigiendo penosas nuevas formas de equidad en el propio país.{4} Mientras tanto, las esperanzas que la clase media norteamericana deseaba ver reforzadas en la iglesia se encontraban ahora entre los fundamentalistas. [63]

En cuanto a la vida religiosa liberal, parecía que su vitalidad y su convicción se estaban agotando. De acuerdo a los criterios evangélicos, el clero del protestantismo liberal había reemplazado el estudio bíblico con la psicología popular, el evangelismo con los servicios sociales, la fe religiosa con las causas políticas, y a Dios con el hombre. En las palabras de William Willimon, la apertura indiscriminada hacia nuevas ideologías había traído consigo una crisis de identidad. Muchas iglesias históricas habían perdido el sentido de una comunidad definida, con una fe religiosa definida.{5}

No cabía duda de que gran parte, aunque no todo, del liderazgo de las denominaciones históricas había abandonado el evangelismo, recortando el flujo de neófitos. Los grupos también encontraron dificultades para mantener a su gente joven, ya sea porque los jóvenes ya no se interesaban en asistir a la iglesia, o porque estaban tan interesados que, en la búsqueda de una autoridad religiosa más fuerte, se unían a grupos evangélicos. Las congregaciones históricas envejecieron y disminuyeron en tamaño. Para 1990, se esperaba que la edad promedio de los bautistas americanos afiliados al NCC sea de sesenta.{6}{*}

Debido a la fuerza conservadora, aún dentro de las denominaciones de liderazgo liberal, los evangélicos se convirtieron en el nuevo centro de gravedad en el protestantismo norteamericano. Estos poblaron grandes extensiones de las clases bajas y medias, especialmente en las zonas de rápido crecimiento en el Sur y Oeste del país. No obstante, estaban lejos de ser una mayoría, pues representaban únicamente un 20% de la población estadounidense.{7} Estaban, también, lejos de ser uniformes. Para comprender las tensiones dentro del campo evangélico, debemos examinar cómo las distintas tendencias competían por el apoyo [64] entre los evangélicos y las formas contrastantes con las que simbolizaban sus tareas cristianas en la tierra.

Se necesitan distinguir varios niveles. El primero, de la organización, nos ayudará a tener un sentido del número sorprendente de iglesias y de agencias que han fundado los evangélicos. El segundo, el teológico, clarificará las diferencias entre los fundamentalistas, neo-evangélicos, y pentecostales. El tercero, el político, explica las posiciones contradictorias que los evangélicos han estado adoptando, desde apoyar a la carrera de armas nucleares hasta hacer manifestaciones en su contra.

Notas

{*} Las denominaciones NCC incluían únicamente a un 53% de los protestantes de los Estados Unidos en 1985, menos del 76% en 1920 y el 62% en 1960 (William Hutchinson, citado en Sacramento Bee, 20 de abril de 1985, p. B7, y Hutcheson 1981). Como grupo, la NCC perdió cerca de cinco millones de miembros desde mediados de la década de los sesenta hasta mediados de la década de los ochenta. Unicamente durante la década de los setenta, los Presbiterianos Unidos perdieron cerca de tres cuartos de millón, los Episcopales cerca de medio millón, y los Metodistas Unidos casi un millón (Fundamentalist Journal, noviembre 1985, p. 14). Los Bautistas del Sur, que no pertenecían al NCC, reemplazaron a los Metodistas Unidos como la denominación protestante más grande del país.

{4} Citado por John Dart, «Churches Try to Reverse Decline», Sacramento Bee, 20 de abril de 1985, p. B7.

{5} William Willimon, «A Crisis of Identity», Sojourners, mayo de 1986, pp. 24-28.

{6} Tom Sine, «Shifting Christian Mission into the Future Tense», Missiology, enero de 1987, p. 16.

{7} «The Christianity Today-Gallup Poll: An Overview», Christianity Today, 21 de diciembre de 1979, pp. 14-17. Para un análisis más detallado de las cifras, véase Hunter 1983.

 

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