David Stoll, ¿América Latina se vuelve protestante? Las políticas del crecimiento evangélico
←  nódulo 2002 • capítulo 6 • páginas 213-217  →

Reforma en la reforma

Los líderes conservadores a quienes Stam y Escobar criticaban eran, en su mayoría, producto de un entrenamiento misionero estrechamente supervisado, de la variedad del instituto bíblico. Sus sentimientos hacia los teólogos eran recíprocos. Los profesores de seminario no producían nuevos creyentes, mascullaban, sino únicamente discursos y formulaciones intelectuales complicadas. Los conservadores se quejaban de que, cuando la Fraternidad Teológica Latinoamericana realizó su conferencia CLADE II en 1979, se interesó más en la teología y en la responsabilidad social que en las últimas técnicas evangelísticas.{109} Para la mayor parte de los dispensacionalistas y pentecostales, el entrenamiento bíblico sano consistía en adoctrinar la verdad, no en la hermenéutica o en aquellas palabras indescifrables que se esparcían. De acuerdo a los fundamentalistas, la teología obstaculizaba a la fe en la Palabra del Señor.

Esta clase de tensión entre los teólogos y los líderes conservadores era un signo de que, socialmente, el movimiento evangélico estaba moviéndose más allá de la etapa de una simple aglomeración de sectas. En otro tiempo los evangélicos latinoamericanos tenían poco que ver con sus compañeros protestantes de fuera de sus propias y pequeñas denominaciones. Cada confesión estaba emparedada en su propio mundo sectario, pero ahora aquello estaba cambiando. Impulsados por las agencias norteamericanas, como la Misión Latinoamericana y los Ministerios O.C., las campañas y organizaciones pandenominacionales estaban aglutinando a las iglesias entre sí. De estos intercambios estaba surgiendo un protestantismo evangélico menos sectario. Se identificaba como un bloque; aspiraba a tomar posiciones coherentes frente a los grandes temas de la actualidad; estaba desarrollando su propio sector paraeclesial de escuelas bíblicas, estaciones de radio y demás, subsidiado por las agencias norteamericanas y con personal compuesto por profesionales de clase media. [214]

Junto con estas nuevas posibilidades para la reflexión y el debate, se encontraban crecientes diferencias de clase dentro del evangelicalismo. En los primeros años, los pastores difícilmente vivían y comían mejor que sus rebaños. Pero ahora habían surgido iglesias inmensas, dirigidas por prósperos hombres de Dios, quienes recolectaban los diezmos de miles de seguidores. Otros líderes evangélicos obtenían dinero para sus proyectos en los Estados Unidos, o tomaban empleos bien remunerados en los ministerios norteamericanos, ampliando las diferencias de ingreso con los pastores que no gozaban de tan buena fortuna. A medida que los pastores se convertían en profesionales y burócratas, la movilidad ascendente trabajaba tanto contra los evangélicos progresistas como contra los conservadores. Los llamados para un cambio radical perdían credibilidad cuando el profeta vivía mucho mejor que sus hermanos.

Sin embargo, los conservadores reaccionaban frente a la innovación teológica como si ésta fuera una seria amenaza para su posición. El desafío llegaba en formas que fácilmente podían ser pasadas por alto por un extraño, como el movimiento de entrenamiento pastoral conocido como Educación Teológica por Extensión. Como se mencionó en el capítulo anterior, TEE se originó como un intento por responder a la creciente demanda de ministros entrenados, produciéndolos en cantidad. También intentaba impedir que el entrenamiento en seminarios profesionales desorientase a los pastores frente a las necesidades de las congregaciones pobres. La idea era la de desprofesionalizar a la educación teológica. Para los líderes establecidos, sin embargo, la TEE podía tener consecuencias alarmantes. Podía popularizar a la teología, al alejarse de algunas de las concepciones importadas por los misioneros norteamericanos, y alterar el equilibro de poder en las denominaciones, al producir tantos nuevos pastores de base que sobrepasaban a los líderes establecidos.{110}

A pesar de que el protestantismo evangélico representaba la «libre empresa religiosa» en sociedades dominadas por una religión establecida, también había desarrollado tendencias autoritarias, en imitación de figuras como el misionero extranjero, el sacerdote católico, el terrateniente y el jefe político. Los líderes nacionales podían ser más autoritarios que los misioneros a quienes reemplazaban. [215] «Las iglesias en América Latina... están dominadas por el clero, por las estructuras eclesiásticas que colocan al poder, al privilegio y a la iniciativa en manos de unos pocos, y por modelos importados de... ministerio que sofoca al liderazgo indígena y popular», escribió F. Ross Kinsler, fundador de TEE. En lugar de servir a los intereses eclesiásticos, sugería Kinsler, la TEE debía subvertir esos intereses. Esperaba que éste «ayudaría a las iglesias a liberarse de la esclavitud de un clero profesional, la ideología de las clases medias, los legalismos del pasado y las formas culturales de una iglesia extranjera y de una sociedad alienada».{111}

En la década de 1970 esta clase de pensamiento se unió al esfuerzo para ir más allá de la Evangelización a Fondo. Como señaló Orlando Costas, de la Misión Latinoamericana, la evangelización a fondo implicaba una ruptura entre la acostumbrada relación pastor-seguidor, al entrenar a los miembros de las congregaciones para que se conviertan en activistas que individualmente llevarán a cabo el evangelismo. Toda la iniciativa ya no residiría en un solo pastor. Pero estos cambios eran difíciles de realizar: después de terminada la campaña, los pastores y laicos generalmente regresaban a su antigua relación activo/pasiva.

Algunos organizadores concluyeron que la «movilización total» de la comunidad cristiana para la «evangelización total» no ocurriría sin una transformación permanente de las estructuras pastorales. Las células de oración en las que la Evangelización a Fondo organizó a los miembros de la iglesia empezaron a tomar ciertas de las atribuciones de las comunidades de base en la teología de la liberación. Del estudio de la Biblia surgiría una reforma que democratizaría a la iglesia.{112}

En Costa Rica, Orlando Costas y John Stam eran parte de una derivación de LAM llamada el Centro Evangélico Latinoamericano de Estudios Pastorales (CELEP) que seguía esta línea de pensamiento. Al igual que su colega Plutarco Bonilla, los dos renunciaron al Seminario Bíblico Latinoamericano como protesta en contra de algunos de los cambios que estaban ocurriendo allí.{113} Si los seminaristas que fumaban cigarrillos no tenían posibilidad de ser aceptados por las iglesias locales, ¿entonces para qué entrenarlos?{114} Con la esperanza de no ser asociada con tal comportamiento, CELEP trató de concentrarse en el trabajo pastoral con las bases. Pero todavía estaba localizada junto al seminario, [216] una advertencia constante del peligro de quemar el puente que les unía a los conservadores. En la parte de arriba se encontraba la sucursal local de la Cadena Cristiana de Difusión de Pat Robertson.

La TEE no siempre tuvo un impacto democratizador: un pastor con un sexto grado de educación podía encontrarse tan distante de su gente como un seminarista graduado, y ser aún más opresivo. La TEE también podía ser utilizada para extender el alcance de las jerarquías convencionales. Al combinarse con los esfuerzos por cambiar las relaciones pastorales, sin embargo, desafió la forma en que los pastores más antiguos habían sido entrenados para dirigir a sus iglesias. Por lo tanto, provocó una fuerte oposición.{*****} En un movimiento preocupado por extender su mensaje y establecer nuevas formas de autoridad espiritual, el estudio de cómo vender más efectivamente el evangelio había llevado al escrutinio de las relaciones pastorales. El intento por reformar estas relaciones estaba sirviendo como un paralelo evangélico con la teología de la liberación.

Los evangélicos ocupados en tales críticas eran solo una minoría. Congregados en seminarios y otras pequeñas burocracias religiosas, generalmente estaban sitiados por los conservadores. Pero los disidentes creían que su día llegaría, y los conservadores tenían razón para temerlos. El definir al evangelio en términos tanto de justicia social como de salvación personal tenía el potencial de atraer a los millones de evangélicos cuya posición económica se estaba deteriorando. Bajo diferentes condiciones, los nuevos líderes podrían reemplazar a los conservadores que habían surgido bajo los regímenes de derecha. [217]

Algo similar ocurrió en Argentina, en donde una sucesión de gobiernos militares culminó en el régimen de la Guerra Sucia. Mientras la dictadura secuestraba, torturaba y asesinaba a más de doce mil personas a finales de los años setenta, sus partidarios evangélicos permanecían firmes, al igual que una jerarquía católica reaccionaria. «Si algo les pasa [a las víctimas], algo deben haber hecho», argumentaban estos cristianos, o «hay que acordarse lo que hicieron las guerrillas», o «los militares nos han salvado del marxismo». Pero después de 1981, sin embargo, otro sector de las iglesias evangélicas desempeñó un papel importante en el movimiento argentino de los derechos humanos. Cuando el colapso económico y la Guerra de las Malvinas con Gran Bretaña derrocaron a la dictadura militar, sus defensores evangélicos fueron también desacreditados. El giro de los eventos cubrió de gloria a los activistas religiosos, dándoles una posición firme en las iglesias de clase media así como en el nuevo gobierno democrático de Raúl Alfonsín.

La victoria era frágil, advertía José Miguez Bonino, un teólogo protestante de la liberación, quien había visto muchos retrocesos para su causa. El nuevo liderazgo podría distanciarse demasiado de sus congregaciones y desacreditarse a sí mismo.{115} Mientras tanto, los pentecostales informaban que, bajo el nuevo régimen que fracasaba en contrarrestar la terrible crisis económica del país, sus iglesias estaban creciendo como nunca antes.

Notas

{*****} En Nicaragua, el entrenamiento pastoral era una de las cuestiones discutidas por el pro-sandinista Consejo Evangélico para la Ayuda al Desarrollo (CEPAD) y su vástago anti-sandinista, el Consejo Nacional de Pastores Evangélicos (CNPEN). Al ser una agencia de desarrollo y el más antiguo de los dos organismos, CEPAD inició un programa de entrenamiento pastoral con énfasis en el activismo y en el liderazgo laico. Cuando el nuevo consejo de pastores solicitó a CEPAD que cesara el programa para que éste pudiera organizar el suyo, la agencia se rehusó, basándose en que el organismo rival representaba a los pastores y no a las iglesias. Mientras que CEPAD era parte del movimiento para descentralizar la autoridad congregacional, CNPEN estaba operando con la premisa tradicional de que el pastor dirige la iglesia. En 1985, el presidente de CNPEN me dijo: «Somos los pastores, y son los pastores quienes representan las iglesias. Así es como nosotros vemos las cosas.»

{109} Harry Genet, «Latin Evangelicals Chart Their Own Course», Christianity Today, 7 de diciembre de 1979, pp. 44-46.

{110} David Scotchmer al autor, 30 de noviembre de 1986.

{111} Kinsler 1978: 183, 186-187.

{112} Costas 1984b.

{113} John Maust, «Seminary Crisis.»

{114} Entrevista del autor a John Stam.

{115} Miguez Bonino 1985. Para una denuncia de las sectas en Argentina, véase Silletta 1987.

 

←  David Stoll¿América Latina se vuelve protestante?  →

© 1990-2002 David Stoll • © 2002 nodulo.org