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Capítulo 5

De la montaña a las aldeas modelo

“La patrulla es muy necesaria, pero es desperdicio de mucho tiempo.” —Concejal de Nebaj, 1989

El norte del departamento del Quiché es uno de los pocos lugares en los que la guerrilla siguió activa tras su derrota en 1982. Allí, el Ejército Guerrillero de los Pobres se reestructuró al tiempo que se retiraba de otras zonas donde su organización se había ya desintegrado. Exceptuando algunos reductos de Verapaz y el Petén, sólo quedaron poblaciones desplazadas fuera del control gubernamental en la región ixil y en el Ixcán hacia el norte. Una de las causas es geográfica. A diferencia del departamento de Huehuetenango donde decenas de miles de refugiados tenían la oportunidad de huir a México, la selva, el fango y los ríos al norte de la región ixil hicieron que el camino hacia la frontera fuera muy difícil para las familias que huían.{1} Por otro lado, una población atrapada podía proveer de maíz al EGP y proporcionarle jóvenes para que se convirtieran en combatientes.

El inusual nivel de resistencia en la región ixil condujo a un inusual nivel de militarización. La destrucción del patrón de asentamiento rural fue mucho más completa que en los municipios vecinos, donde el ejército dejó algunas aldeas en pie, al tiempo que quemaba otros acusados de subversión. Para el movimiento revolucionario, los aldeanos desplazados se convirtieron, junto con una población similar en el Ixcán, en “comunidades de población en resistencia” (CPRs). Sin embargo, en Nebaj, la mayoría de los refugiados retornados asegura que estaban simplemente en la “montaña”, es decir, en las zonas más boscosas de las elevaciones circundantes. A pesar de la connotación que implica llevar una vida de nómadas lejos del hogar, para la mayoría de los Ixiles la vida en la montaña significaba permanecer cerca de sus milpas. De los restos de sus casas quemadas construían ranchos, se las arreglaban sin mercancías, y cooperaban, en mayor o menor grado, con las autoridades del EGP. [170] Más que un refugio o un lugar aislado, la montaña era un estado de existencia sin la comodidad de la casa de adobe y teja, objeto de persecución por parte del ejército y separada del pueblo y del resto del mundo.

Dado que parte de la población seguía apoyando al EGP, el ejército guatemalteco estableció un sistema especial para controlar el área. Mientras que las patrullas civiles estaban organizadas por todo el altiplano, sólo en pocas zonas –y en ninguna tan intensivamente como en la región ixil y el Ixcán– el ejército reformó el patrón de asentamiento. De ahí el controvertido término de “aldeas modelo”, descrito por el ejército como un audaz y nuevo modelo de desarrollo, y denunciados por la oposición como campos de concentración. Concebidos bajo el mandato de Ríos Montt, esos patrones de reasentamiento fueron construidos bajo la dirección del Ministro de Defensa que derrocó a Ríos Montt, el General Oscar Mejía Víctores (1983-85). Con la intención de que el programa fuera del agrado de los donantes extranjeros, el ejército ideó otro eufemismo para las aldeas modelo, más adelante convertido en otro término con muy mala prensa: “polos de desarrollo”.{2}

En 1990, como parte del proceso de paz centroamericano, la Iglesia Católica y el Movimiento de derechos humanos decidieron hacerse cargo del problema de aquellos que aún permanecían en la montaña. Los representantes de las comunidades de población en resistencia denunciaron los bombardeos del ejército, negaron su pertenencia al Frente Ho Chi Minh del EGP, y solicitaron el derecho a regresar a sus casas sin tener que unirse a las patrullas civiles del ejército. Mis informaciones procedían de una fuente distinta: de los refugiados que habían sido agarrados por el ejército o que se habían entregado a éste, y estaban viviendo bajo su control. Ellos confirmaron la existencia de bombardeos pero sus relatos eran también de desilusión con el movimiento revolucionario y de adaptación al control del ejército. En este capítulo veremos qué opinaban los nebajeños hacia finales de los ochenta y principios de los noventa de ambas facciones y cuál era su actitud respecto a ellas. Se verá también cómo convirtieron uno de los principales instrumentos del ejército, las patrullas civiles, en un medio para protegerse a sí mismos, tanto de los soldados como de los guerrilleros. La manera en que hablan acerca de su experiencia de la montaña a las aldeas modelo sugiere que no son revolucionarios reprimidos (aunque hayan estado reprimidos) o colaboradores voluntarios del [171] ejército (aunque sean colaboradores). Por el contrario, los Ixiles en su mayoría son más bien considerados como neutralistas convencidos.

La búsqueda del neutralismo

“Patrullero civil: ¿Cuánto tiempo estás perdiendo, patrullando y poniendo en peligro tu vida, en lugar de trabajar y luchar para que tu familia no se muera de hambre? El ejército te amenaza y te obliga porque no quiere hacer su trabajo sucio al servicio de los ricos. No cumplas con lo que te ordene. Busca la manera de engañarlos. Nadie puede parar la lucha del pueblo.” —Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (panfleto distribuido en Nebaj en 1988-89)

Cuando estallaron los primeros disparos en las afueras de Nebaj, se podía oír el pop-pop-pop de los viejos fusiles de las patrullas civiles, intercalados con ráfagas de las armas automáticas de los guerrilleros. La mayoría de las veces los disparos provenían de Xevitz, un nuevo asentamiento ubicado en la carretera que sale de Nebaj hacia la cabecera departamental. A menudo, los guerrilleros detenían allí el tráfico, y a veces surgían tiroteos, cuando pasaban por el lugar patrulleros civiles. No obstante, la guerrilla mostró un especial interés en la provocación de alborotos en Xevitz, quizás porque se trataba de un sitio seguro y adecuado para mofarse del ejército y recordar así a los nebajeños que los soldados tenían miedo de enfrentarse con ellos.

Lo que hizo el ejército fue enviar allí a la patrulla civil, aunque en los distintos enfrentamientos nunca hubo ningún herido. Tras numerosos fuegos cruzados, aún no se había destruido el cristal de la nueva escuela. ¿Disparaban todos al aire? No es cierto, insistía un patrullero: es posible que los guerrilleros dispararan al aire, sin embargo los patrulleros intentaban apuntar lo mejor que podían “pero sin resultado, por falta de curso”. Otra cosa curiosa era que la guerrilla no se acercó jamás al vecino campo de refugiados de Xemamatze, y eso que estaba repleto de personas recién traídas de las montañas, que apenas estaban custodiadas. Habría sido fácil para una unidad del EGP rescatar a los refugiados capturados, pero nada de eso ocurrió. No estaban retenidos allí por la fuerza bruta. [172]

La “situación” en Nebaj a finales de los ochenta era bastante diferente a la escena de cadáveres esparcidos por los arrabales, típica de los primeros años de la década. Ahora se trataba más bien de una guerra casi ritual. En los alrededores de los tres pueblos Ixiles, los muertos eran relativamente pocos y los que morían eran, principalmente, combatientes. A diferencia de 1982, la guerrilla evitaba disparar a los patrulleros civiles: se dijo que el EGP había recibido órdenes de no hacerlo, teniendo en cuenta que los patrulleros eran sólo personas pobres que fueron obligadas a cargar con armas para el ejército. Generalmente los patrulleros expresaban tener más miedo al ejército que a los supuestos adversarios; de ahí su comportamiento poco militar de deambular por el campo. Y es más, incluso un líder patrullero nebajeño, al que la guerrilla fácilmente podría haber culpado de haber dado muerte a algunos compañeros, circulaba por el sitio sin ninguna protección y sin miedo aparente: “Dicen a la gente que trabajen, que su pleito sólo es con el ejército, entonces no hay problema”, me aseguró suavemente. “Ellos no tienen nada en contra de mí. ¿Por qué voy a preocuparme?

Esa era una guerra en la que ambas facciones raramente se desafiaban en serio; se conformaban con justificar su presencia a través de ocasionales enfrentamientos casi simbólicos. Tanto el ejército como el EGP estaban jugando a un juego de espera en el que las patrullas civiles representaban un papel –por cierto, muy poco entusiasta– de suplentes. Cuando la guerrillera emprendía una acción, el ejército acostumbraba enviar una columna de patrulleros civiles a la que la guerrillera no solía enfrentarse a menos que la atraparan. A pesar de que el ejército tenía un perfil militar poco impresionante, estaba claro que eran ellos los que sostenían la sartén por el mango. No hay más que fijarse en la ocupación de Xix, una aldea chajuleña de lengua K’iche’, por parte del EGP en 1985 (o 1986), tal y como fue narrado por un comerciante de allí.

“[La guerrilla] nos tomó por sorpresa a las cinco de la mañana y empezaron a gritar que la patrulla no salga corriendo y entregue sus armas. Los que teníamos fusiles huimos, con los fusiles, porque de otro modo la guerrilla nos los habría quitado. Y el ejército pregunta por qué [los perdimos], si ni siquiera un muerto hubo… [La guerrillera] convocó un mitin [en español], para preguntarnos por qué habíamos vuelto al pueblo para vivir en galeras si el gobierno no había cumplido su promesa de reconstruir nuestras casas… [173]

“Luego, una de las mujeres preguntó: ‘¿Por qué vienen a engañarnos otra vez? Hemos visto lo que hacen. Es a causa de ustedes que no tenemos casa, de que ellos [el ejército] las quemaran todas… ¿Por qué vienen a molestarnos?, ¿para que luego el ejército venga a hacernos daño? Es por culpa de ustedes que ellos hacen lo que hacen. Por favor, márchense de aquí porque los soldados ya están en camino.’ Los guerrilleros preguntaron por las armas de los patrulleros, que las entregaran, pero nadie habló.”

Finalmente, los patrulleros que habían huido se encontraron unos a otros en las orillas del asentamiento y empezaron a disparar sus armas, incitando a la guerrilla a que se fuera. Nadie fue herido, ni tampoco había muerto ningún patrullero de Xix algunos años después, prueba de la paciencia de la guerrilla. Tales episodios pueden parecerse a una comedia, pero en realidad asustaban a los campesinos porque podrían perturbar su delicada relación con el ejército.

En 1989, la guerrilla tomó por sorpresa a los habitantes de Parramos Chiquito, gritando “¡esta aldea ya está tomada!” y “¡no se asusten!” Mientras algunos guerrilleros se reunieron con la gente, otros entraron en las casas para quitarles alimentos y apoderarse del botiquín de la comunidad. Por lo general, el EGP paga por lo que se lleva, pero en aquella ocasión los guerrilleros estaban enojados porque los patrulleros habían logrado esconder ocho de sus fusiles. El que se negaran a dárselos fue la causa de que la guerrilla tomara como rehenes a cinco personas, amenazara con matarlas, y de que sólo las liberara después de golpearlas. Lo peor para Parramos Chiquito fue que la guerrilla logró hacerse con los otros dos fusiles de la aldea.

Cuando los patrulleros se lo comunicaron al ejército, la respuesta fue: “¿Qué pasó, muchachos? ¡Hay que ser listos, ustedes estaban durmiendo! ¡Nosotros no entregamos los fusiles a ustedes para que ustedes se los entreguen a la guerrilla!” “Siempre se enojan”, apuntaba un lugareño a propósito de sus experiencias con el ejército. “Pero ¿qué podemos hacer con diez fusiles si hay tantos [guerrilleros]?” Más tarde, ya borrachos en la cabecera municipal, varios patrulleros se lamentaban de que habían perdido dos M-1s, como si no pudieran creerse que hubieran cometido semejante ofensa.

Tanto en nombre de la revolución como de la nación, ambas facciones ejercían presión sobre los civiles. Pero ése sólo fue el lado más tranquilo y menos costoso de la guerra. Un poco más lejos había [174] otro, que sólo vislumbramos cuando un avión de ataque A37 sobrevoló Nebaj, o cuando vimos una fila de refugiados que deambulaban por la plaza escoltados por soldados. El avión de guerra se dirigía, bombardeando, al norte, a un lugar llamado Amajachel, de donde eran los refugiados. Ese era el otro lado de la estrategia contrainsurgente del ejército. Al tiempo que permitía a los Ixiles que estaban bajo su control que regresaran a sus tierras, perseguía sistemáticamente a aquellos que estaban fuera de su control cortándoles las vías de comercio, quemando sus casas, arrasando sus cultivos y, cuando era posible, llevándolos a un campo de refugiados.

El Ejército de los Pobres

“Acciones de la URNG desde enero al 20 de julio de 1989:
975 operaciones político-militares en 11 departamentos, incluida la ciudad capital.
1.392 bajas en el ejército, 12 oficiales entre ellas.
60 destacamentos atacados
74 armas recuperadas
1 avión PC-7 Pilatus derribado
1 avión A37-B estrellado y otro averiado
1 helicóptero derribado
27 helicópteros averiados
6 camiones comando destruidos
26 vehículos averiados seriamente
6 nidos de ametralladoras destruidas
1 lancha militar hundida y 2 averiadas
¡La URNG avanza!”
—Panfletos dejados por la guerrilla tras quemar un camión del gobierno, 1 de setiembre de 1989

Poco a poco nos enteramos de que en Nebaj vivían ex-guerrilleros que habían aceptado la amnistía militar. Dada la mala reputación que tenía el ejército guatemalteco, en realidad me sorprendía que aún siguieran vivos. Pero la amnistía sirvió a los intereses del ejército porque era una manera de mostrar a otros veteranos del EGP que podían entregarse. Todos los amnistiados se habían entregado o bien habían sido capturados tras su período activo, [175] no mientras estaban de alta, y no daban la impresión de estar vencidos. Por el contrario, aparentaban tener más confianza en sí mismos que la mayoría de la población. “¿Quién es el mejor soldado?”, pregunté a uno. “Ah, el combatiente guerrillero”, me contestó, “porque mientras los combatientes mueren por uno o dos, los soldados mueren por diez o quince. Los soldados sólo andan por el día, los combatientes no, ya están preparados (con emboscadas) cuando llegan los soldados. Sólo pocos guerrilleros mueren.”

Sin embargo, las historias de los ex-combatientes se ajustaban a las narraciones de desilusión expresada por otros refugiados bajo el control militar. Una ex-combatiente estaba embarazada de un comandante guerrillero cuando se entregó. Durante tres años –nos explicaba mientras daba de mamar a su bebé– su trabajo consistía en tender emboscadas al ejército. Ana (que no es su nombre verdadero) pertenecía a la generación de guerrilleros surgida de las represalias militares a inicios de los ochenta. Para evitar que la mataran por envidia –denuncia hecha por un enemigo personal al ejército– se refugió, junto con su familia, con el Ejército de los Pobres.

Como de costumbre en esa época, la muerte no dejó de visitar a la familia de Ana. En Nebaj, el ejército se llevó a un tío suyo; tres meses más tarde su cuerpo fue arrojado a la calle. Un hermano que se había unido al EGP cayó mientras luchaba contra el ejército. Otro hermano, harto ya de la guerrilla, murió misteriosamente mientras abandonaba la montaña y se dirigía a Nebaj. Su padre, un comprador de maíz para el EGP, murió cuando unos niños descargaron accidentalmente un arma perteneciente a un guerrillero. En cuanto a sus propios hijos, los dos primeros murieron durante la infancia, consecuencia, según ella, de la negligencia de su padre, oficial del EGP. En octubre de 1987, durante una ofensiva del ejército, Ana y su madre se reunieron con una centena de refugiados que escapó de la zona de Sumal controlada por el EGP. Cuando el ejército descubrió que era ex-combatiente, la vistieron con un uniforme militar y la fotografiaron para exhibirla en un póster de propaganda. Cuando yo la encontré, un año y medio más tarde, ya la habían dejado en paz.

El EGP era por aquel entonces una de las cuatro organizaciones de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), dejando ese nombre en los panfletos que tiraba en los caminos. Sin embargo, las unidades locales pertenecían aún al Frente Ho Chi Minh, [176] uno de los dos frentes que todavía sobrevivían de los siete que había creado el EGP en su época más fuerte. El otro frente se llamaba Ernesto “Che” Guevara: operaba en las tierras calientes del Ixcán, al norte de la región ixil. Ambas formaciones estaban divididas a su vez en dos columnas o compañías. La más activa alrededor de Nebaj era la 19 de Julio, bautizada así en honor al aniversario de la Revolución Sandinista en Nicaragua. La otra compañía del Frente Ho Chi Minh llevaba el nombre de Fernando Hoyos Rodríguez, un sacerdote ex-jesuita que murió luchando para el EGP en 1982. Se extendía hacia el oriente, en los alrededores de San Juan Cotzal y la Finca San Francisco.

Supuestamente, cada compañía tenía cien combatientes, pero al parecer su número de efectivos era inferior en 1988-89. Había también pequeñas formaciones que operaban aparte, por ejemplo, los pelotones, de los cuales se suponía que el Frente Ho Chi Minh tenía seis, de veinte personas cada uno. Cubrían menos distancias que las compañías y su especialidad era hostigar los destacamentos del ejército. Las “fuerzas irregulares locales” (FIL) pertenecían a la estructura cívico-política (que se describirá más adelante); incluían de quince a treinta reservistas en cada comunidad que vivían con sus familias, transportaban bultos para la guerrilla y hacían otras tareas como cavar hoyos, aunque por lo general no llevaban armas de fuego.

La mayor parte de las personas que llevaban armas era ixil, siendo el resto, principalmente, K’iche’ y Kaqchikel, los dos grupos de habla maya más grandes del país. Según los ex-combatientes el mando estaba en poder de comités multiétnicos incluyendo, por ejemplo, un ixil, un Kaqchikel, un K’iche’ y un ladino. Los jefes eran exclusivamente guatemaltecos, a excepción de dos cubanos que, a mediados de los ochenta, realizaron una importante función como “secretarios”. Los comandantes ejercían su autoridad al nivel de “dirección de frente”, mientras que los “mandos de columna” (en ocasiones denominados tenientes) dirigían las compañías. Los “mandos” (grado similar al de sargento) y los “jefes de escuadra” (cabos) dirigían pequeñas unidades cuyos miembros eran llamados “combatientes”.

No se pagaba a nadie, afirmaban los ex-combatientes, y sólo se les daba las botas y un uniforme. La mayoría de los reclutados procedía de la población ixil de la montaña, incluyendo muchos que habían perdido familiares en las masacres y secuestros llevados a cabo por las fuerzas de seguridad. Ninguno se quejó de haber sido agarrado por la fuerza. [177] Dos de ellos, que se incorporaron siendo muy jóvenes, dijeron que habían sido engañados con falsas promesas. Sólo contados combatientes habían cargado armas a lo largo del conflicto; la mayoría sólo servía durante dos o tres años. Se les permitía volver con sus familias tras presentar una solicitud, si bien dos ex-combatientes abrigaron temores de que los comandantes pudieran, en consecuencia, ordenar su silenciosa eliminación. Al parecer, las mujeres combatientes formaban parte de cada acción del EGP, hasta el punto de que dos ex-combatientes varones me dijeron que la mitad o más de sus unidades estaba integrada por mujeres, siendo una de las razones que ellas aguantaban las duras condiciones de la montaña con mayor facilidad. Asimismo, no era nada raro que los combatientes tuvieran quince años o incluso menos, algo típico también en las filas del ejército, y seguramente en las demás fuerzas armadas de Centroamérica.

La concepción que tenían los nebajeños del Ejército de los Pobres era algo complicada. El pueblo estaba invadido por los fantasmas de las personas que habían desaparecido, aunque no necesariamente muertas, personas que podían estar muy cerca pero a las que nos se les pudo hablar, ver o tocar durante la mayor parte de la década. El próximo cadáver que el ejército arrastrara al parque podía ser el de una de ellas. Un mote divertido y respetuoso que se les puso a los guerrilleros fue el de boxnay, una palabra ixil para denominar una raíz que se come en épocas de hambre y que tiene la connotación de algo escondido. Otro término era el de canche (rubio), generalmente referido a los gringos y a los guatemaltecos pelirrubios, y que finalmente se convirtió en una irónica referencia de los Ixiles a las declaraciones del ejército de que la guerrilla estaba dirigida por extranjeros. Conscientes de que la mayoría de los combatientes era ixil, los nebajeños rara vez manifestaron tener miedo de la guerrilla, por lo menos éste era bastante inferior al temor que tenían al ejército. Pero también hubo momentos de cólera en contra de la guerrilla, sobre todo por una guerra que mostraba indicios de no terminar nunca. “Este pueblo era más bonito antes”, me dijo un anciano ixil. “Pero la guerrilla vino a fregarnos. Antes hubo aldeas. Ahora hay refugiados. Ahora tenemos que patrullar sin pago, sin abastecimiento, sin nada.” [178]

El ejército guatemalteco

“Combatiente: La organización te ha ofrecido el triunfo donde lo que en realidad te ha dado son heridos, hambre, frío, miedo, te ha alejado de tu familia, ven con nosotros y acompáñanos en nuestras fiestas.” —Tus hermanos (escrito en el camino a Acul, junio de 1989)

Si la actitud de los Ixiles hacia el ejército guatemalteco pudiera resumirse en pocas palabras, éstas serían las de “mantengan calmada a la bestia”. Cuando los mayas aprendieron a imitar los discursos del ejército a principios de los ochenta, muchos observadores supusieron que les habían lavado el cerebro. Las iglesias evangélicas eran particularmente sospechosas en este sentido, como si tuvieran la habilidad de anular el sentimiento de opresión. Pero cuando se hurga en el fondo, tales interpretaciones son insostenibles. Los ixiles habían aprendido cómo usar el lenguaje de la contrainsurgencia, pero no fue difícil obtener relatos francos de cómo se impuso el ejército a inicios de los ochenta, y a muy pocos, o incluso a nadie, se les pudo decir que compartieran el punto de vista del ejército. Es más, ex-sargentos, líderes de patrullas civiles y comisionados militares relataron sus experiencias desde el punto de vista de estar entre fuegos cruzados.

Los discursos del ejército provocaban un cierto impacto, pero sólo cuando lograban apelar de manera convincente a las experiencias ixiles. Una interpretación compartida entre ejército y civiles era la de que la guerrilla había “engañado” a los Ixiles al prometerles un nuevo orden social inminente. El “error” de haber creído en la guerrilla explica el consecuente “castigo” otorgado por el ejército. Otro contacto entre la propaganda del ejército y la experiencia ixil era el contraste entre ejército “viejo” y “nuevo”. No hace falta decir que ambos estaban dirigidos por los mismos oficiales. Sin embargo, el ejército nuevo era más perspicaz en el empleo de la fuerza. Para los Ixiles de los alrededores de los tres pueblos, eso suponía una crucial diferencia porque eso significaba que podían colaborar con el ejército con “más confianza”.

Las fuerzas de seguridad nunca fueron un monolito para los nebajeños, que aprendieron a interpretar cuándo podían acercarse para manifestarles alguna petición. Algunos oficiales son recordados como “muy humanos”, otros como “matones”, dependía de la experiencia que había tenido cada uno. [179] La reputación de los distintos oficiales y unidades reflejaba también la división del trabajo en las fuerzas de seguridad. El oficial S-5 o G-5 representa la conciencia social del ejército, la rama de la acción civil (o guerra psicológica). Esos eran oficiales con títulos universitarios, encargados de entablar amistad con los pueblos y de impresionar a los periodistas. Las tropas S-5 en Nebaj incluían siempre mujeres especializadas en tranquilizar a los refugiados recién llegados, destacando entre ellas una chajuleña que se encargaba de traducir las charlas políticas.

Otros oficiales se encargaban de las unidades dedicadas al secuestro, principalmente la sección de inteligencia (G-2 o S-2) que era temida y aborrecida en Nebaj aunque, durante mis visitas allí, no se le culpaba de haber cometido asesinatos específicos. El sistema G-2 depende del mando más alto y posee el poder de controlar a los oficiales superiores al estilo Gestapo. Sus verdugos tienen la fama de ser guerrilleros capturados que se han unido al G-2 para salvar sus vidas. Sin embargo, muchos de los “especialistas” del G-2 –empleados civiles contratados a sueldo– son probablemente ex-soldados con aptitudes especiales para el asesinato, siendo la situación todavía más confusa, debido a su disponibilidad para matar por encargo. En Nebaj, un ex-soldado vinculado al G-2 se ofreció para matar al enemigo personal de otro a cambio de cien dólares. Aunque tales individuos eran considerados invulnerables cara a los juzgados, la creencia popular era que nunca abandonarían el sistema con vida. Incluso si esto no era verdad, una razón para contratarlos era que resultaba más fácil eliminarlos en el caso de que fueran atrapados y mostraran indicios de informar a los superiores.

El batallón del ejército acuartelado en Nebaj fue bautizado con el nombre de Fuerza de Tarea Kaibil Balaam, en honor a un dios de la guerra maya. Se decía que el ejército guatemalteco era la fuerza contrainsurgente más efectiva en Centroamérica, sin embargo, hacia finales de los ochenta, en los alrededores de Nebaj, las tropas no hicieron más que permanecer en los destacamentos, generalmente en lo alto de una colina. Los oficiales exhortaban a las patrullas civiles para que mantuvieran la guardia y realizaran largas marchas infructuosas, pero ellos raramente enviaban a sus propios efectivos tras la última aparición de la guerrilla. Desde el punto de vista de reducir el derramamiento de sangre, era ciertamente una política recomendable. Cuando sus unidades salían a patrullar, era normalmente para ser relevados, [180] para regresar a la base principal, y era común enviar patrulleros civiles al frente como amortiguadores humanos. Muchas de las bajas del ejército se produjeron en las nuevas carreteras que habían sido construidas para controlar el área y que se habían convertido en los lugares preferidos de la guerrilla para tender sus emboscadas. El número de bajas del ejército fue inferior a las fantásticas cifras proclamadas por el EGP, pero superior a las muy ocasionales muertes comunicadas a la prensa guatemalteca. De octubre de 1988 a Setiembre de 1989, al menos siete soldados cayeron cerca de Nebaj y de Chajul sin que se informara de ello a la prensa.{3}

La sofisticada tecnología militar no era tan evidente. Las tropas solían llegar al campo en camiones, luego iban a pie, con unos pocos helicópteros Bell “Huey” que transportaban comandantes y provisiones, evacuaban muertos y, en ocasiones, disparaban con sus ametralladoras. Las armas principales eran los fusiles de asalto Galil israelíes, conocidos por su ráfaga mortal a corta distancia, pero que fallaban en exactitud y alcance; en 1989 fueron reemplazados por los M-16 estadounidenses. En ocasiones, el ejército descargaba sus obuses de 105 mm. en las montañas circundantes, o enviaba un avión de ataque A37, aunque tal despliegue era poco útil contra un adversario escondido.

El único blanco fácil de localizar eran los asentamientos de la montaña fuera del control del ejército y donde se suponía (a menudo acertadamente) que los civiles ayudaban a la guerrilla. En el mes de Diciembre de 1989, según la Iglesia Guatemalteca en el Exilio, el ejército lanzó 103 descargas de artillería y mortero en la zona de refugio de Xeputul, hiriendo a dos jóvenes y matando a una madre y a su hijo. En una ofensiva en Marzo de 1990, según supo la Iglesia en el Exilio de fuentes locales, una pequeña flota de helicópteros y aviones bombardeó y ametralló asentamientos civiles día tras día, obligando a miles de personas a huir a las montañas y barrancos.{4} Era evidente que el principal propósito del ejército era intimidar a los refugiados fuera de su control para que se entregaran.

Las patrullas civiles

“Patrullero civil: La constitución política de la república de Guatemala dice: Artículo 34, Derecho de Asociación “Se reconoce el derecho a la libre asociación. [181] Nadie está obligado a asociarse ni a formar parte de grupos de autodefensa o similares…” Según la ley, nadie está obligado a participar en las patrullas civiles. Pero el ejército no respeta éste y otros derechos del pueblo y todo el tiempo con amenazas y secuestros, obliga a estar en las patrullas civiles y cometer así muchas injusticias. Patrullero civil: ¡Lucha para que se respeten tus derechos! ¡Unete con tus vecinos y reclama tus derechos! Pueblo que organiza, pueblo que triunfa.” —Panfleto de la guerrilla, 1988

Informes de derechos humanos enteros han sido dedicados a las patrullas civiles.{5} En el sur del departamento del Quiché, estalló una gran revuelta en 1988, cuando miles de hombres se opusieron a seguir patrullando. Las columnas de la guerrilla casi habían desaparecido de esa zona y las tareas encomendadas a las patrullas eran especialmente onerosas para los muchos campesinos dedicados al comercio itinerante. Apoyado por los organismos internacionales de derechos humanos, el Consejo Étnico Runujel Junam (CERJ) se aferró a los principios de la constitución de 1985 que garantiza el derecho a no patrullar. Simultáneamente, una organización de viudas llamada CONAVIGUA (Coordinación Nacional de Viudas de Guatemala) comenzó a presionar para que se excavaran los cementerios clandestinos, y a protestar contra los abusos de los jefes de patrulla. La reacción del ejército fue la previsible: alentó a los patrulleros más leales a que amenazaran a los disidentes, y a veces, matarlos. De la misma manera que el ejército y la guerrilla habían enfrentado a los mayas entre sí años antes, la campaña para reforzar los derechos constitucionales y descubrir los crímenes pasados agudizó los conflictos entre aldeanos.

La situación en la región ixil era diferente. En 1988-89 no había ninguna organización visible de derechos humanos, ni una oposición abierta, ni mucha discusión pública acerca de la constitución. Casi todos estaban ofendidos por haber sido forzados a patrullar; algunos ixiles se estaban haciendo expertos en esquivar esa tarea, si bien algunos la describían como una desdichada necesidad. ¿Por qué? Porque cuatro columnas del Ejército de los Pobres continuaban operando en el norte del Quiché, a diferencia del sur donde ya no quedaba ninguna. Si dejaban de patrullar, explicaban los líderes de aldeas, la guerrilla tendría la oportunidad de comunicarse con la población otra vez y entonces el ejército regresaría para secuestrar a los sospechosos. [182] Por miedo, muchos ixiles apoyaban a las patrullas a regañadientes como una forma de protegerse de ambos lados, recibiendo a cambio una relativa seguridad, si bien bastante precaria. A pesar de la intensa actividad del EGP, no hubo asesinatos ni secuestros en ninguno de los tres pueblos Ixiles hasta diciembre de 1989. En esos días, quizás como reacción a la desintegración de la patrulla civil en la cabecera de Nebaj, unos hombres encapuchados y calzados con botas del ejército ejecutaron a un hombre que, se dijo, había estado hablando de sus derechos constitucionales. Dos meses más tarde, en febrero, un hombre y su hijo fueron sacados de su casa por la noche y asesinados por un grupo similar al anterior.

El temor que motivaba a las patrullas era más evidente en Cotzal, como si la “situación” no se hubiera relajado ni apenas cambiado desde 1982. Incluso en el pueblo, los hombres seguían construyendo un camino para el ejército sin ser pagados y necesitaban permiso para ir a la costa. Para evitar que los lugareños vendieran mercancías a la guerrilla, tenían que comprar una autorización de tres centavos a la patrulla para llevar sus compras del mercado a sus casas. El jefe de la patrulla civil en Cotzal era conocido como el “comandante”, un término reservado en Nebaj para los oficiales del ejército, y había numerosas quejas contra él y sus predecesores. Aquellos que no podían o no deseaban patrullar eran acusados de subversivos, se les enviaba al destacamento del ejército o al calabozo. “Puro Nicaragua” y “puro Cuba” fue el comentario de un hombre cuya familia había sido diezmada por el EGP, queriendo decir con ello que el régimen del ejército en Cotzal era equivalente al totalitarismo comunista.

Mis informantes echaban la culpa del excesivo rigor de la patrulla de Cotzal, no solamente al ejército, sino a las relaciones sociales entre los cotzaleños. “La patrulla es necesaria, claro”, decía un ex-jefe de patrulla, al tiempo que detallaba los abusos de otros hombres que habían desempeñado ese puesto.“De lo contrario, la guerrilla llega al pueblo y la gente empieza a hablar mal unos de otros. Hay mucha envidia aquí en Cotzal. Si uno tiene trabajo, los otros que no tienen trabajo lo envidian. Si uno es carnicero, si uno es comerciante, son muy envidiosos. Por eso, si llega la guerrilla, los envidiosos son capaces de decirles que éste, allá, es oreja del ejército o al ejército, que éste habló con un guerrillero. Sí, por eso murió tanta gente aquí.” “Hay envidia si no vamos a cumplir nuestro servicio”, añadió otro cotzaleño. “La gente dice… que él da comida a la guerrilla. [183] Si no lo vemos en la reunión, saber qué trabajo tiene, saber con quién habla, se queda allá como un bolo que queda en la calle que ninguno va a recoger. Si pasa algo, nadie lo ayuda. El que no hace su patrulla, ni la patrulla ni el ejército van a preocuparse por él, lo sacarán de su casa y nadie se va a preocupar de él.”

Una patrulla civil no deseada se había convertido, paradójicamente, en una institución de solidaridad.{6} Incluso en el pueblo de Nebaj, donde la patrulla se estaba desintegrando desde 1988-89, muchos hombres ixiles esperaban la colaboración de sus vecinos. “¡Tenemos problemas aquí!”, gritó un jefe de patrulla en medio de un enfrentamiento con un opositor (o un vago, dependiendo de su punto de vista). “Aquí no le pagan a nadie, a mí no me pagan, ¡tenemos que estar unidos! Él no quiere patrullar, sólo quiere tomar. Si no quiere colaborar, mejor que se vaya a otra parte.” Para el jefe de patrulla, la cuestión radicaba en ayudar a la comunidad a que sobreviviera a las confrontaciones entre los bandos, una función de amortiguadores, ilustrada a través de los ocasionales enfrentamientos entre patrulleros y soldados abusadores.{7}

A finales de los años ochenta, las patrullas seguían siendo obligatorias en todas las aldeas, al igual que en los pueblos de Cotzal y Chajul. Sólo en la cabecera municipal de Nebaj se estaban desintegrando. Los habitantes de los centros urbanos no tenían tanto miedo al contacto con la guerrilla como el que poseían los aldeanos. Estaban también envalentonados con el ejemplo de los numerosos ladinos de Nebaj, así como de los maestros y pastores evangélicos ixiles, que habían sacado ventaja de la nueva constitución del país de 1985 para dejar de patrullar. Aunque los nebajeños no osaban hablar de la constitución, empezaban a ser conscientes de las discrepancias respecto a las exigencias del ejército. “Si leemos la constitución, y decimos lo que dice, nos mata”, dijo un estudiante ixil dibujando una línea alrededor de su garganta.

Los primeros objetores de conciencia en Nebaj fueron los Testigos de Jehovah, un pequeño grupo organizado por dos mentores ladinos que llegaron allí hacia 1987. Los Testigos de Jehovah son conocidos en todo el mundo por negarse a someterse al servicio militar e incluso a saludar la bandera, con la convicción de que las ideologías nacionalistas violan el mandamiento en contra de adorar a falsos dioses. Un asombrado jefe de escuadra me contó cómo media docena de hombres de su cantón rehusaron patrullar “porque lo tienen prohibido en su libro”. Lleno de turbación los acompañó cuando esos hombres fueron [184] llamados al destacamento, donde el coronel los amenazó con meterlos en un helicóptero y arrojarlos en el Ixcán para que se unieran con sus amigos guerrilleros. “Muy bien”, dijo mi fuente, citando textualmente al portavoz de los Testigos de Jehovah, “si esto es la voluntad del Señor, yo estoy contento, yo estoy listo.”

La forma más típica de los nebajeños de abordar el problema aparece ilustrada en la organización de una delegación de la Cruz Roja, en la que se derramó una considerable energía cívica en 1988-89. Para los extranjeros a los que se le solicitaba contribuciones, la nueva organización parecía una duplicación innecesaria del servicio de rescate que ofrece el cuerpo de bomberos voluntarios. Fue sólo a partir de innumerables encuentros, ceremonias y otros acontecimientos para recaudar fondos, que los nuevos voluntarios de la Cruz Roja –principalmente jóvenes ixiles– se negaron a seguir patrullando. “No pueden tocar a la Cruz Roja porque es una organización internacional”, explicó uno de los organizadores ladinos.

Hasta 1987, la patrulla civil de Nebaj estaba organizada en “compañías”, que agrupaban a hombres de todo el pueblo. Aquel año vi a los soldados citar a todos los hombres en cada calle para reorganizar la patrulla a nivel cantonal. A partir de ese momento, los hombres de cada cantón deberían servir en su propia patrulla cantonal –trece en total– y elegir sus propios jefes, exceptuando los tres comandantes máximos que debían seguir siendo nombrados por el ejército. Lamentablemente para las fuerzas del orden, los líderes cantonales que supuestamente debían disciplinar a sus vecinos se convirtieron, por el contrario, en cómplices de éstos. “Hay veces que recibimos el fusil (del cuartel del ejército donde se entregan las armas)y sólo nos dormimos, nos vamos a dormir a nuestras casas”, me confió un jefe cantonal. “A las cinco de la mañana damos una vuelta tocando puerta a puerta, nos reunimos otra vez y entregamos el fusil. Cabal. Cuando era pelotón no se podía, porque los hombres llegaban de distintos cantones y unos para chismear. Pero entre el mismo cantón, no van a chismear, y si lo hacen, peor para ellos.”

Un amigo ixil, obligado a servir como jefe de escuadra porque sabía leer y escribir, tuvo poco éxito en persuadir a sus hombres de que asistieran a su patrulla quincenal. Si no era un pie lastimado, entonces era un viaje a Santa Cruz del Quiché, o un peregrinaje al Cristo de Chajul. “Algunos dicen que están operados, otros no se han levantado, otros tienen que asistir a un matrimonio, todos buscan la manera de escaparse”, informó el desafortunado Domingo tras otra fallida redada. [185] Incluso de servicio, era menos probable que los patrulleros cargaran fusiles que se tiraran por el zacate tejiendo morrales para los turistas. Nunca se cansaron de recalcar el contraste entre los soldados adolescentes muertos de aburrimiento en los destacamentos, mientras que los civiles de mayor edad y con familias a su cargo eran enviados lejos de sus casas y de sus trabajos, realizando marchas agotadoras por todo el interior, sin ser pagados y sin provisiones. No faltaron chistes irónicos de cómo le gustaba al ejército haraganear por el pueblo, protegido así por los propios habitantes.

Cuando dejé Nebaj en 1989, los jefes de patrulla cantonales no paraban de quejarse y cada vez con más fuerza. En vez de apelar a la constitución, se fijaban en las evidentes desigualdades en la lucha contra la subversión. ¿Por qué no patrullaban los ladinos? ¿O los maestros ixiles que recibían esos sueldos gubernamentales tan envidiables? Los oficiales del ejército respondían con sutiles amenazas de secuestros. “No vengan a nosotros si hombres desconocidos empiezan a llegar por las noches y les sacan de su casas”, les advertían. “Si algo pasa con mis soldados”, amenazaba un oficial a un jefe cantonal que le informaba que sus hombres ya no querían patrullar, “ustedes van a ser colgados”. Al año siguiente, algunos cantones dejaron de patrullar, de los otros sólo se pudieron reunir cinco o seis hombres, y el jefe de patrulla, que había servido desde el comienzo, presentó su dimisión.

La vida en las zonas de refugio

“Nuestra lucha es la de la resistencia contra la captura, la persecución, el bombardeo, el ametrallamiento y la imposición de la militarización del ejército. Resistimos aquí, creando una nueva forma de vivir en libertad e igualdad, hasta que en todas nuestras comunidades y en todo el país se construya la mera democracia que hoy no existe.” —Comisión de Coordinación, Comunidades de Población en Resistencia de la Sierra, 1991.

A dieciocho kilómetros al norte del pueblo de Nebaj, y a seis mil pies sobre los valles circundantes, se alzan los rocosos afloramientos de Cerro Sumal, un imponente macizo en cuyas laderas los viajeros [186] pueden pasar días subiendo y bajando penosamente barrancos de miles de pies de profundidad. Se trata del cerro que escaló Jackson Steward Lincoln en 1939, con la esperanza de descubrir una legendaria ciudad maya en las tierras bajas al norte, aunque lo que encontró fue la muerte por neumonía. En 1985 dos norteamericanos que intentaban llegar a esa zona controlada por el EGP fueron asesinados por patrulleros civiles de un municipio vecino. Para el Ejército Guerrillero de los Pobres, su zona de refugio en Sumal era conocida como “Namibia” o “Vietnam”. Antes de que la ofensiva del ejército terminara con el refugio, más de cinco mil personas vivían en las laderas escarpadas de Sumal, mirando el mundo desde arriba cada mañana y envueltos en nubes cada tarde. Incluso un paseo breve demuestra lo efectivo que era ese refugio, un lugar cuyos habitantes nunca pudieron ser agarrados hasta que decidieron entregarse ellos mismos.

Sumal era una de las tres zonas de refugio defendidas por el EGP a lo largo de la frontera norte de la región ixil. Otra era el misterioso Xeputul, localizado río abajo a partir de la Finca San Francisco y conocido como “Camagüey” o “Tanzania”. A Nebaj nunca llegaron refugiados de ese sitio, ni nadie me habló de ello, excepto un joven ex-combatiente que dijo que pocas personas vivían allí, una afirmación desmentida por la eficiencia con la que la guerrilla repelió las incursiones del ejército y de las patrullas civiles. La tercera zona de refugiados era Amajchel, al norte de Chajul, en las cálidas tierras bajas, denominada por la guerrilla “Saygon”.

A inicios de los ochenta, hasta cincuenta mil personas tuvieron que refugiarse en las montañas del Quiché del norte.{8} A juzgar por la información disponible, una década más tarde quedaba menos de la mitad. Sólo de Sumal y Amajchel, las ofensivas del ejército entre Octubre de 1987 y finales de 1989 agarraron al menos cinco mil personas.{9} A mediados de 1992, un representante de las comunidades de población en resistencia dijo que había cerca de diecisiete mil refugiados internos en las sierras ixiles, además de otros seis mil en las tierras bajas del Ixcán.

Las CPRs de la Sierra, en el límite noreste de la región ixil, incluían chajules, cotzaleños y K’iche’s, junto con algunos Q’eqchi’s, Q’anjob’als, Kaqchiqueles y ladinos. Sin embargo, según los refugiados que pasaban por las manos del ejército, la mayoría eran ixiles que hablaban el dialecto de Nebaj. De hecho, el 72 por ciento de los 766 refugiados registrados por el gobierno entre mayo y noviembre de 1988 era nebajeño.{10} [187] Según el representante de las CPRs más arriba citado, doce mil de las diecisite mil personas que permanecían en los asentamientos de la sierra eran ixiles. Éstos incluían aproximadamente dos mil familias nebajeñas, doscientas familias chajuleñas y sólo cincuenta familias de Cotzal, además de mil familias K’iche’s, trescientas ladinas y cien Kaqchiqueles.

¿A qué se debía tal preponderancia de nebajeños? Los cotzaleños habían sido los primeros en unirse a la guerrilla, me dijo un ex-director de distrito del EGP, pero fueron también de los primeros en abandonar la montaña. En cuanto a los chajules, los menos se habían unido a la guerrilla en primer lugar y la mayoría también había regresado a su hogar en un año o dos. De ahí que mayormente quedaran nebajeños. Algunos habían huido de la cabecera municipal, otros de cada rincón del municipio. No obstante, la mayoría parecía proceder de la población de Sumal y Amajachel de antes de la violencia. Cuando fueron atrapados por la contraofensiva de 1981-82,muchos de ellos permanecieron junto a la guerrilla por protección y continuaron cultivando sus tierras incluso tras la destrucción de sus casas por parte del ejército.

Es posible que Sumal y Amajachel hubieran sido organizadas más eficientemente por el EGP que el resto de la región ixil. Lo que sí es seguro es que al ejército le costó más llegar allí que a Salquil, donde la mayoría de su población se rindió en 1982-84. La geografía les proporcionó más tiempo para escapar de los rastreos del ejército, se lo puso más difícil a los disidentes que pretendían escapar, y ayudó a que a la guerrilla le fuera más fácil emboscar al ejército, de modo que ambas áreas fueron denominadas por el ejército una “zona roja”.

Las tres zonas de refugio en la región ixil, al igual que los combatientes del EGP, estaban administradas por el Frente Ho Chi Minh. Los ex-militantes describen la autoridad política civil del EGP en términos de comités multiétnicos los cuales, a nivel de frente, consistían en una unidad del tamaño de un pelotón con ocho directores y sus ayudantes. De ese nivel descendía una jerarquía de tres regiones (la misma que las tres zonas de refugio), distritos (cinco o seis por región) y localidades (tres o cuatro por distrito), cada una presidida por un comité cuyos tres o cuatro miembros supervisaban la educación y formación política, apoyados por la guerrilla y otros organismos de la comunidad. Los comités de más bajo nivel, a nivel de caseríos, eran originariamente conocidos como “comités clandestinos locales” (CCLs). [188] Las disputas eran competencia de los comités de área, cuya posición en la jerarquía no estaba muy clara, pero de ellos nos ocuparemos en el capítulo 9.

En la práctica, la resistencia a la autoridad del EGP creó una gama de distintos niveles de colaboración.{11} Un conflicto subyacente en el testimonio de los refugiados hacía referencia al tradicional patrón de autoridad, es decir, a la dominación de los jóvenes por los mayores, con el que el EGP se vio obligado a romper.{12} De ahí los frecuentes “ajusticiamientos” de los principales ixiles a principios de los ochenta, bajo la acusación de que estaban pasando información al ejército.{13} Pero el conflicto no sólo estaba limitado a los adinerados tradicionalistas como Sebastián Guzmán. “Algunos patojos de los vecinos tienen ideas que metieron en sus cabezas la guerrilla, que quería que trabajaran para la revolución”, aseguraba un principal convertido en catequista y que pasó varios años en la montaña después de que el ejército secuestrara a su hijo. “Yo previne al padre de un muchacho que había sido reclutado: ‘Ahora son los patojos que mandan’. Ahora piensan que son ellos los grandes, olvidando lo que han sufrido sus padres. Es cuestión de quién tiene derecho de mandar, padres o patojos. Nosotros siempre teníamos miedo que por un hijo o una hija muriéramos.”

Según los refugiados de Sumal que pasaron seis o siete años bajo la autoridad del EGP, su apoyo a la revolución se fue marchitando cuando las privaciones comenzaron a ser interminables. “Empezaron a anunciar que trabajemos juntos”, recuerda un hombre de Sumal Chiquito que se rindió junto con otras 65 personas en mayo de 1988. “‘Porque si ustedes nos ayudan, nosotros tenemos que ayudar a ustedes.’ Pasaron uno o dos años en los cuales la gente estaba de acuerdo. Pero después la gente empezó a negarse, porque ya no tenían su lima para hacer filo de azadón y machete y hacha. Es por eso que reclamaron. ¿Qué ganamos por colectivo porque ya no hay lima para hacer filo? Ya no había ropa, sombrero, calzado. Pero los subversivos aconsejaban que ‘no tengan pena, porque cada año hay avance, porque por grupo estamos baleando los soldados, y poco a poco se van a terminar estos soldados y llegaremos a triunfar en Guatemala’.”

La queja más generalizada contra la guerrilla era la ausencia de mercancías que la gente solía conseguir en el pueblo. “Al principio, la gente estaba contenta”, afirmaba otro hombre de Sumal Chiquito, “pero después se hicieron inconformes, por prometer lo que no cumplieron. [189] [La guerrilla] dijo que tenían ropas, pero no venían. Decían que llegaría sal que no llegó. Ellos tenían sal pero la población no… Entre la población civil ya no quisieron seguir luchando. Pero los combatientes sí.” “La población comenzó a hacer muchas manifestaciones [de inconformidad]”, decía un ex-director de distrito de Sumal. “Hay que enfrentarlo políticamente’”, dijeron sus superiores. “Pero la gente ya no está contenta con la política, ellos quieren ver la práctica”, me dijo el ex-director, que había renunciado a su puesto dos años antes de entregarse al ejército.

Hacia 1989,muchos de los refugiados recién conducidos a Nebaj eran de Amajachel. Sus cálidas y fértiles tierras abarcan los últimos escarpamientos antes de la bajada a Ixcán y, antes de la época de violencia, atraían a los colonos ixiles, particularmente a los evangélicos sin tierras.“Hemos estado trabajando tranquilos”, decía otro colono de antes de la guerra de Amajachel. “No supimos qué iba a pasar. Pero hubo unos organizadores que nos impuso la nueva ley. Fue en 1981 cuando principió la guerra. Llegaban ancianitos, mujeres, niños y viudas. Cuando llegaban los organizadores nos dijeron que iba a llegar gente y que les preparáramos comida. Y así lo hicimos. La primera vez, en 1981, llegaron unos cuatrocientos, de Xix y de Xolcuay. Después llegaron unos miles, de Sacsihuán, Ixtupil y Trapiches, en 1985”.

“Estábamos algo tristes porque no sabíamos esta nueva ley”, dijo otro colono de antes de la guerra de Amajchel. “Ya estaba cerrado el camino, ya no podíamos salir, porque aquí [Nebaj] venimos para [comprar] las cosas. Casi la mitad de la gente no estaba de acuerdo, la otra mitad sí. Los comités [del EGP] decían: ‘Hay que sembrar, hay que hacer un colectivo vamos a citar a la gente para mañana o pasado mañana…’ Pero no era trabajo como lo hacemos, como particulares, sino juntos, un trabajo común. Aunque uno no quería, tenía que hacerlo por obligación. Y si no, hubo sanción… El tipo de castigo era que amarraban a uno de noche, con un lazo. Allí está donde la gente tiene miedo y por eso cumplen con la orden que el CCL manda.”

La mayoría de los refugiados con los que conversé en Nebaj no describía esos trabajos para la guerrilla de forma tan negativa. No obstante, el sistema del EGP de trabajo comunal, así como el sistema de vigilancia obligatoria, enseña cómo ambas facciones, y no sólo el ejército, obligaban a los civiles a realizar servicios, tanto laborales como paramilitares. [190] Cierto es que había posibilidad para la negociación en los territorios del EGP: según otro refugiado de Amajchel, su grupo de quince personas terminó negándose a continuar el trabajo colectivo y la guerrilla accedió a comprar su comida, una práctica que parece haberse extendido paulatinamente al correr de los años. Otros refugiados también hablaban de presentar demandas colectivas a la guerrilla, incluyendo el permiso para entregarse al ejército.

Pero, en opinión de los refugiados de Nebaj, antes de que la guerrilla empezara a acceder a tales demandas, mataban a los Ixiles que conspiraban para entregarse. El apogeo de esos asesinatos fue precedido, aparentemente, por las entregas a la amnistía de Ríos Montt, y concluyeron después de que la impaciencia con la guerra se hiciera más o menos universal. De 1983 a 1985, en opinión de un líder cooperativista que pasó varios años en la montaña, la guerrilla y el ejército mataron civiles aproximadamente en la “misma proporción”. Todo aquel que se entregaba se convertiría, evidentemente, en una preciada fuente de información para los militares. Cuántos civiles fueron asesinados por el EGP es imposible de saber, pero la facilidad con la que los nebajeños recuerdan nombres y fechas sugiere que fueron cientos.{14}

La constante ofensiva contrainsurgente

“Patrullero civil:
No cortes la milpa
No persigas a tus familiares
Y no caerás en nuestras trampas.
¡No pongas tu vida en peligro!
Viva la URNG”
—(lee y pásalo a tus vecinos o amigos de confianza) Panfleto de la guerrilla, finales de 1988

Entre finales de 1987 y principios de 1988, el ejército arrasó los asentamientos de Sumal administrados por el EGP. Tras los bombardeos para asustar a la población, miles de soldados y patrulleros civiles subieron a incendiar los ranchos, a destruir las cosechas y a capturar a todo aquel que podían. La ofensiva fue el mayor éxito del ejército desde la organización de las patrullas civiles. Miles de campesinos fueron capturados, otros miles se rindieron. [191] Cuando llegamos mi familia y yo, a finales de 1988, Sumal ya no existía como zona de refugio. Trasladados a Nebaj, los refugiados capturados fueron organizados en patrullas civiles y –algunos sólo después de meses– enviados nuevamente a sus lugares, a fin de construir nuevos asentamientos controlados por el ejército. Mientras tanto, más o menos la mitad de la población de Sumal se retiró con los guerrilleros a Amajachel, uniéndose con los miles de refugiados que aún permanecían allí. El ejército no tardó en seguirlos y, hacia 1989, había un batallón introducido en varios fortines, en medio de la zona de refugio del EGP, reforzados periódicamente por patrulleros civiles enviados desde las cabeceras ixiles.

Cuando se les preguntaba su política sobre los refugiados, los oficiales del ejército pintaban un escenario benigno, de estar esperando a que los refugiados bajaran, por impulso propio, de los montes circundantes. Gracias a la Iglesia Guatemalteca en el Exilio, tenemos otra versión, surgida de los informes de las propias comunidades de la montaña. Las tropas aprovechan de la oscuridad o de las tormentas para acercarse sin ruido a los ranchos situados a pocos kilómetros, protegidas principalmente por barrancos y puestos de vigilancia. Cuando las tropas empiezan a disparar, la mayoría de la población huye, algunos son capturados, alguno que otro asesinado. Antes de marcharse, las tropas destruyen las chozas, otras pertenencias y las cosechas a su alcance.

Tales tácticas fueron corroboradas por las personas llevadas a Nebaj. “No hay nada porque los soldados y los patrulleros todo quemaron”, esa fue la descripción de un hombre que resumía la de tantos otros. “Como llegaban a cada poco los ejércitos y los patrulleros ya no nos dejaban cultivar la tierra. Llegaban bombas, incendiaban los bosques, destruyeron las malangas, los guineos, los huisquiles, las yucas, las cañas, las milpas, todo lo botaban con machetes.” Era familiar la combinación de fuerza y persuasión, con el ejército alternando sus tácticas de arrasarlo todo con ofrecimientos de amnistía hasta pequeños aviones, incluyendo mensajes de noticias tranquilizadoras de los parientes que ya habían sido capturados.{15}

En Nebaj, los refugiados explicaban la diferencia entre ser “agarrado” por el ejército o las patrullas civiles y “entregado”. En ocasiones, tales diferencias eran muy sutiles ya que el hecho de entregarse iba seguido de un proceso de desilusión subrayado por los proyectiles e incursiones de las fuerzas de seguridad. En las narraciones del ejército, [192] evidentemente, los refugiados “escapaban”, mientras que, según la versión de la URNG, ellos eran siempre “capturados”. Los que habían sido “agarrados” o capturados por la fuerza, según me contaron en Nebaj algunos meses después, a menudo reinterpretaban su experiencia en términos de “entrega” (por ejemplo: “estábamos pensando en entregarnos cuando nos agarraron”). Los que se entregaban en medio de un ataque podían ser alentados por los patrulleros, gritando amnistía en ixil. O, simplemente, los refugiados podían esperar hasta que llegaran patrulleros o soldados calmados y, finalmente, dejar de correr. “Si vienen los civiles, los patrulleros, no vamos a huir”, decidían algunos. Pero había siempre otros que optaban por escapar, adentrándose en las montañas.

Algunas de las familias que habían caído en poder del ejército permanecieron en Amajchel, en un nuevo reasentamiento ubicado a medio kilómetro del destacamento. El propósito era enseñar a las miles de personas de las montañas circundantes que el ejército no había matado a los recién capturados. Para demostrar todavía más las buenas intenciones del ejército, las familias recibieron comida, techo y herramientas traídas en helicópteros, incluyendo un Chinook o Blackhawk ocasional enviado por el Mando Sur estadounidense de Panamá. En consecuencia, los refugiados comían mejor que los soldados. El ejército guatemalteco es conocido por alimentar mal a sus tropas, especialmente en los puestos remotos donde las líneas de abastecimiento son escasas. “Mírenos y dígame quién cree usted que es el Ejército de los Pobres” dijo un mayor ojeroso a un visitante que había visto a un soldado vender sus calzoncillos a un refugiado a cambio de dos pedazos de pan.

La Comisión Especial de Ayuda a los Refugiados

“Ya no existe Nebaj, ya no existe la iglesia, la gente toda ha muerto o ido –esto es lo que los guerrilleros dicen a la gente en la montaña. Que si van a Nebaj, seguro que van a morir el próximo día.” —Refugiado retornado, 1989

La eficiencia de la ofensiva militar contra Sumal no estuvo acompañada de ningún preparativo para cuidar a los refugiados que ella misma creó. Durante los últimos meses de 1987 y los primeros de 1988, cientos de refugiados fueron encerrados en un recinto militar de Nebaj y en los edificios adyacentes, [193] estando muchos de ellos seriamente enfermos a causa de las malas condiciones sanitarias. Tal concentración de personas también provocó epidemias. Las instituciones civiles de apoyo estaban agobiadas.{16} Para acoger a otra clase de refugiados –los que venían de México y se dirigían principalmente a Huehuetenango y al Ixcán– el gobierno había creado la Comisión Especial de Ayuda a los Refugiados (CEAR). Los refugiados internos de la región ixil estaban en condiciones bastante peores que los procedentes de México. Pero el principal financiador de CEAR, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), se negó a entregar dinero para ellos. Según el reglamento, la misión de ACNUR debía restringirse a refugiados que habían cruzado una frontera internacional, a fin de evitar responsabilizarse de los millones de personas desplazadas en su propio país.

Ello dejó al nuevo programa CEAR en Nebaj sólo con la ayuda de instituciones oficiales guatemaltecas. Durante sus primeros meses allí, murieron veintiséis niños que estaban a su cargo, la mayoría de neumonía. Cuando nosotros llegamos, en octubre de 1988, las epidemias ya estaban controladas y los refugiados habían sido trasladados a otro recinto a las afueras del pueblo. Durante el año siguiente Campo Xemamatze acogió una población fluctuante de cien a doscientos refugiados que habían sido llevados allí por el ejército y que debían ser liberados a los tres meses. No estaban muy vigilados. En ocasiones, algunos soldados deambulaban por allí. Otras veces, había sólo un patrullero civil desarmado –uno de los internos– sentado en el puesto de guardia y tejiendo morrales. Uno de esos patrulleros nos explicó las reglas de internamiento como: (1) solicitar permiso para salir y (2) no volver bolo. Hacia el final de sus tres meses, se les permitía trabajar afuera durante el día; yo mismo entrevisté al menos a siete en el pueblo durante el almuerzo.

Los “intérpretes” o “guías” ixiles que trabajaban para la acción cívica militar, rama guerra psicológica, se encargaban de vigilar a los refugiados de Xemamatze. Los cuatro que estaban en el campamento eran ex-guerrilleros disgustados con sus jefes por no haberles pagado sus miserables 90 quetzales del salario mensual. Estaban a punto de renunciar. Uno de ellos, que se quedó algunos meses más, tenía fama de ser un ex-teniente del EGP, y dejó el empleo del ejército después de decirles a los internos que podían irse al infierno a menos que se hiciesen evangélicos. [194] Según un trabajador de CEAR, que estaba enojado con los intérpretes por alentar a los internos a que exigieran la paga para mantener el campo, los intérpretes eran informadores y lavadores de cerebro. Lo que el ejército guatemalteco llamó “reeducación política” tenía un cierto tono orwelliano, pero en Xemamatze el proceso no parecía muy riguroso. Hubo más tiempo invertido en partidos de fútbol que en charlas políticas.

Ninguno de los internos de Xemamatze que tuve la ocasión de entrevistar –la mayoría en el pueblo– tenía serias quejas de cómo estaban siendo tratados.{17} Comparaban el campamento con los años que habían pasado en la montaña huyendo del ejército, con las advertencias del EGP de que la muerte y la destrucción esperaban a los cautivos en Nebaj, y con el susto de ser capturados. Un ejemplo de lo bien que el comprensivo régimen servía al ejército eran los internos que regresaban a Amajachel para convencer a sus parientes y vecinos de que se entregaran. A finales de 1988, se dijo que diez refugiados de CEAR estaban fuera en tales “comisiones”, que habían sido llevados en helicóptero, dejándolos solos para que probaran fortuna con la guerrilla. Uno de los hombres que entrevisté había sido capturado en febrero de 1989; cuando yo hablé con él, tres meses más tarde, había sido llevado a Amajachel por segunda vez, había sacado dos grupos de 109 personas en total, y estaba arreglando la entrega de un tercer grupo de 42 personas. Sesenta refugiados en total habían salido en esas misiones, según un trabajador de CEAR, y un 10 por ciento no había regresado, de los cuales se rumoreaba que varios habían sido asesinados por la guerrilla.

Los refugiados de Xemamatze estaban preocupados sobre todo por sus familiares que aún permanecían en la montaña, habiéndose separado muchos de ellos, de sus esposas, hijos o padres. También les preocupaba el futuro, cómo podrían organizar una nueva vida después de abandonar el campamento. Todas sus pertenencias se habían perdido durante las ofensivas del ejército. Mientras que las Naciones Unidas estaban concediendo ayuda a los refugiados procedentes de México, los internos apenas recibían algo. El destino más común tras dejar el campamento era la costa, con el fin de ganar dinero para comprar ropa y útiles de cocina antes de reunirse con el resto de la aldea y emprender el arduo regreso a su propio lugar. Tres meses relativamente fáciles en Xemamatze fueron un aliciente para retornar a la dura vida de campesinos, según los términos del ejército. [195]

Otra incógnita para los refugiados, especialmente para aquellos que habían luchado para el EGP, era si el ejército iba a seguir respetando sus vidas una vez que la amnistía dejara de servir a un propósito inmediato. Yo entrevisté a ocho ex-combatientes en 1989, pero la mayoría de ellos había regresado sólo en el último o penúltimo año. Al haber sido interrogados en el destacamento y fotografiados para los archivos del ejército, aquel que resultara sospechoso para el ejército podía ser agarrado en una fecha posterior. Los nebajeños todavía contaban la historia de un maestro llamado Miguel Brito que había trabajado para la guerrilla, había aceptado la amnistía y, había sido aconsejado por sus amigos de que iniciara una nueva vida en otro lugar. Justo antes de la Navidad de 1987, fue llamado al cuartel para recibir una donación de maíz. En vez de eso, lo que recibió fue la orden de servir como guía para un rastreo. La expedición cayó en una emboscada; un sargento y un teniente murieron y Miguel Brito nunca más regresó.

Ninguna autoridad civil en Guatemala, sobre todo el Comisionado Especial de Ayuda a los Refugiados, desafió al ejército. Las esperanzas de amnistía se recogían en un cuerpo oficial militar, algunos de cuyos elementos todavía contemplaba la realización de golpes de estado en la capital. Durante nuestra estancia en Nebaj, no salió a la luz ningún caso de desaparición de los refugiados internos de Xemamatze, aunque oí de un joven que había sido aporreado por no querer integrarse en la patrulla civil.

Al año siguiente, en septiembre de 1990, los oficiales del ejército se llevaron a una señora K’ich’e cuya familia se había opuesto a las patrullas civiles. Su pueblo, Parraxtut, cerca de Sacapulas, se hizo conocido por enfrentarse a una comisión gubernamental de derechos humanos. Las últimas palabras de María Tiu Tojín a sus compañeros en el camino al campamento CEAR de Xemamatze fueron “Creo que me van a matar”. Ella y su bebé no fueron vistos nunca más. Al poco tiempo, el director del campamento de CEAR, un ex-cadete del ejército que tenía buenas relaciones con muchos oficiales, buscaba asilo político en Canadá por haber divulgado el caso.{18} [196]

Las aldeas modelo

“Mientras que el Departamento de Estado los llama ‘centros de rehabilitación’ y ‘reasentamientos rurales’, han sido llamados ‘campos de concentración’ por todo el mundo, desde los religiosos, hasta el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel. Y son modelos de nada, salvo de confinamiento y miseria. Donde los alambres de púas y la presencia pública del ejército ya no son necesarios, el miedo y la desconfianza en el propio vecino generan suficiente control sobre los movimientos de los pobladores.” —Jean-Marie Simon, Guatemala: Eterna primavera, eterna tiranía, 1987

Las aldeas modelo de la región ixil no eran centros de detención y reeducación tal y como se afirmaba en algunos informes. Tampoco eran campos de concentración, al menos tal y como se entienden éstos a raíz de la Segunda Guerra Mundial.{19} Ni tampoco se trataba de mezclar refugiados con otros grupos de lengua diferente o de enviarlos a extraños y nuevos territorios. Técnicamente, su mejor descripción es la de reasentamientos nucleados destinados a llevar a los campesinos lo más cerca posible de sus tierras al tiempo que se mantenía a la guerrilla a distancia. La vida en ellos a menudo parecía triste, pero yo mismo me sorprendí de encontrar refugiados en el pueblo que pidieron al ejército que construyera otros nuevos.

Además de las doce aldeas modelo establecidas por el ejército hacia 1985,{20} durante los cinco años siguientes aparecieron otros sesenta reasentamientos, en cada caso después de que los refugiados habían solicitado permiso al ejército para regresar a sus tierras y aceptado organizar su propia patrulla civil. Muchas de esas personas habían estado con la guerrilla apenas unos meses antes, y alguno de los reasentamientos estaba tan bien organizado, que parecía que hubieran trasladado allí las lecciones recibidas en la montaña. En Amajchel, aldea controlada por el ejército, los antiguos habitantes de las montañas continuaban extrayendo caña de las plantaciones comunales de azúcar y trabajando en los campos asignados por el grupo, al igual que lo hacían bajo la administración del EGP.

Los asentamientos concentrados fueron un éxito para el ejército porque servían para satisfacer las necesidades de la población, y no sólo porque sirvieran para vigliarla. [197] Los grupos de derechos humanos enfocaban a la función represiva de los reasentamientos, de los que los habitantes, de hecho, se resentían. Pero la única razón para que los soldados hubieran destruido sus aldeas de antes era la de enfrentarse al EGP,{21} del que los Ixiles también estaban resentidos. Sólo la tensión de vivir “entre dos fuegos” puede explicar su deseo, incluso su afán, de vivir en los reasentamientos. Desde un punto de vista ecológico, ellos querían vivir lo más cerca posible de sus campos, a fin de minimizar las subidas cotidianas. Para cubrir su déficit de subsistencia, por otra parte, la mayoría de los Ixiles necesitaba aún ir cada año a las plantaciones, cosa que el ejército podía permitir pero no el EGP. Finalmente, estaba lo que el ejército había enseñado a los Ixiles que llamaran “el problema de seguridad”, el deseo de minimizar los futuros contactos con la guerrilla y las inevitables represalias.

Las originales aldeas modelo de 1983-85 eran, sobre el tablero, impresionantes trazados cuadrangulares de casas de tablas de madera, teóricamente servidas por una red eléctrica, grifos de agua potable, clínicas, mercados, e incluso subestaciones de policía y oficinas telegráficas. Juntos, iban a convertirse en “polos de desarrollo”, prósperos centros de producción y de comercio asistidos por organismos públicos y privados, que trabajan juntos bajo una creación burocrática llamada “La Coordinadora Interinstitucional”.{22} Para bien o para mal, la energía para construir las aldeas modelo –la mayor parte de ella proveniente de la patrulla civil de Nebaj, que fue obligada a hacer penosos recorridos día tras día, semana tras semana, para proporcionar mano de obra no remunerada– se agotó una vez que se construyeron los doce primeros. Mientras se logró imponer algo del trazado original, ningún asentamiento progresó mucho más allá de eso. En cuanto al verdadero apoyo al desarrollo –como por ejemplo, la concesión de pequeños préstamos para fomentar la producción– eran bien reducidos. Económicamente, las aldeas modelo estaban muertas, excepto que sus habitantes estaban logrando revivir las actividades agrícolas y artesanales de antes de la guerra.

La segunda generación de reasentamientos era menos cuadrangular, si bien continuaba satisfaciendo los criterios de seguridad del ejército. A excepción de algunas donaciones ocasionales, los retornados tuvieron que defenderse solos hasta 1988, cuando el partido Democracia Cristiana del presidente Vinicio Cerezo (1986-91) dio un nuevo empuje, apodado “La Multisectorial”, para coordinar los esfuerzos de docenas de organismos públicos y privados. [198] Mientras que La Multisectorial logró concentrar los recursos en ocho aldeas –una vez más, la malla de casas estandarizadas, escuelas, &c.– los demás se quedaron en la lista de espera incluso para la ayuda más básica, como por ejemplo el techo, hasta el punto en que muchas familias pasaron varias estaciones lluviosas bajo cubiertas de plástico en un clima propicio para la bronquitis. Al igual que el ejército, La Multisectorial exuberaba infraestructura física, especialmente los costosos edificios públicos solicitados por los contratistas y políticos para las lucrativas “comisiones” que daban. El apoyo para mejorar la producción y los ingresos eran todavía bastante reducidos. Mientras que varias instituciones públicas y privadas tenían proyectos para experimentar con nuevos cultivos, comprar telares y financiar nuevas cooperativas, por lo general ellos carecían de un presupuesto operacional para hacer algo de eso.

Los refugiados se enfrentaron a su período más vulnerable durante los meses en que regresaron para construir ranchos, antes de recoger la primera cosecha de maíz. En los mejores casos, las instituciones proveían material de construcción y ayuda técnica, al tiempo que los retornados ponían la mano de obra, idealmente compensada por el salario estándar local (aproximadamente US$1.15 por día) o por el equivalente en comida. En los peores casos regresaban a su pedazo de tierra arrasada con los bolsillos vacíos. Sólo tenían unos fusiles M-1 del ejército, amenazas resonando en sus oídos del teniente más próximo, y un poco de maíz y plástico del párroco. Entre las idas y venidas de las docenas de instituciones dedicadas a la reconstrucción de la región ixil, la fuente más consistente de ayuda de emergencia para los retornados provenía de la que tenía su base en Roma y que había estado allí durante cuatro centurias.

El esfuerzo físico que se requería para reconstruir era enorme. Teniendo en cuenta la reducida dieta de maíz en la que los Ixiles basaban su gasto energético –el otro alimento de la dieta tradicional mesoamericana, los frijoles, era demasiado costoso para muchos– sus esfuerzos parecían un milagro del metabolismo humano. Los senderos que conducían a las aldeas ubicadas lejos de la carretera estaban llenos de innumerables escupitajos de caña de azúcar. En el sendero a un desértico risco cubierto por las nubes, me encontré con un jovencito mal alimentado de diez años que estaba cargando dos vigas que pesaban lo mismo que él, hecho que verifiqué al levantar primero su carga y luego a él. [199]

Por muy pobres que hubieran sido esas personas antes de la guerra, siempre habían logrado regresar de las fincas costeñas a sus sólidas casas de adobe surtidas con ropa, mantas y herramientas, rodeadas de animales domésticos y próximas a sus milpas. Ahora lo habían perdido todo. En Sumal Grande, un lugar muy alto en medio de la niebla, y que un año y medio antes había sido un baluarte del EGP, encontré un nuevo asentamiento donde el techo era tan escaso que la gente sólo techaba la choza que servía de capilla católica cuando se esperaba la llegada del clero. Cuando las visitas se marchaban, quitaban la cubierta de paja para ponerla en sus casas.

Los lugareños tenían que reconstruir sus casas, y se enfrentaban a demandas contradictorias para su fuerza laboral, por la patrulla civil y los distintos proyectos de desarrollo, al mismo tiempo que tenían que sembrar e ir a las plantaciones para ganar dinero. Cada vez que pasaba un camión de contratistas, las aldeas podían perder aún más habitantes al marcharse éstos a la costa. A fin de evitar que todos los aldeanos se fueran a las fincas, el ejército ordenó a las patrullas civiles que mantuvieran un mínimo de efectivos, de modo que no pudieran irse más hombres hasta que no regresaran otros. Los proyectos de construcción se interrumpieron cuando el ejército ordenó a las patrullas civiles que salieran de rastreo.

Incluso después del duro trabajo de recoger la primera cosecha, los retornados podían no comer tan bien como lo hacían bajo el EGP: “Con la guerrilla siempre había para comer”, declaraba un representante de Sumal Grande. Aparentemente, esto se debía a que la población vivía algo más dispersa, con lo cual era posible cultivar un área más extensa. Vivir junto a las milpas había ayudado también a protegerlas de los “coche montes” (cerdos salvajes), algo imposible de hacer una vez que fueron concentrados en una sola localidad. No obstante, una vez en la cabecera municipal, los refugiados se negaban a decir que habían estado mejor en la montaña. Citaban, por ejemplo, la imposibilidad de ir a las fincas para ganar dinero, la ausencia de medicinas, ropa, sal y, por supuesto, las incursiones del ejército.

La condición para poder retornar era, según palabras de un teniente, “que no entren coyotes entre ustedes”. Es decir, los aldeanos debían mantener a un patrullero civil, vivir bastante cerca unos de otros y asegurarse de que los guerrilleros no persuadieran a ninguna familia de que colaborara con ellos. “Sabemos que algunos de ustedes tienen la idea de ayudar a la subversión”, [200] dijo un teniente a los patrulleros que se reasentaban en Trapiches en 1989. “Pero vamos a saberlo, porque no hay nada escondido, y vamos a tomar medidas drásticas”.

La gran tentación estaba en comerciar con la guerrilla, una proposición formulada por los guerrilleros cuando paraban a los Ixiles en los caminos: “Tráigame azúcar o un pantalón y le pago bien”, decían. Se escuchaban historias de cómo fulano de tal había hecho negocios con el EGP, hasta el punto de capitalizar un puesto permanente en el mercado. Tuve noticia de un furioso debate en una aldea acerca de qué era mejor, si ir por el dinero o si decírselo al ejército. Comerciar con el EGP era extremadamente peligroso: en 1988-89 hubo al menos dos encuentros nocturnos en los que los compradores guerrilleros y sus contrapartes de pueblo fueron atrapados con mortales consecuencias. En el caso de Chajul, uno de los comerciantes clandestinos capturado por el ejército era un ex-miembro del concejo municipal de la ciudad con fama de estar acomodado económicamente. Sus motivos para ayudar a la guerrilla no parecían ser ideológicos: un hijo suyo estaba en el ejército y él acababa de postularse otra vez para el consejo como candidato del derechista Movimiento de Liberación Nacional. Otros dos hombres muertos cerca de las cabeceras ixiles eran, aparentemente, padres venidos de la montaña que trataban de satisfacer las necesidades de sal y ropa de sus hijos.

En los campos que circundaban los reasentamientos, que aún conservaban las ruinas de adobe del anterior patrón de asentamiento, la actividad nocturna era considerada una evidencia de las actividades comerciales con el EGP. Otra zona de ambigüedad y peligro era el camino que iba de Chajul a la Finca La Perla, reabierto en 1987-88 pero aún objeto de invitaciones por parte de la guerrilla y de la paranoia del ejército.

“Si no deja la carga [con ellos], los guerrilleros le acusan de ser guía del ejército”, comentaba un mercader K’ich’e de Xix. “Si deja la carga, [el ejército] dice que uno da ayuda a la guerrilla. El ejército por el momento lo investiga. Pero entre los campesinos hay muchas envidias. Fácilmente, cuando uno cayera en las manos de los guerrilleros los que tienen una mala espina, lo puden acusar de que era guerrillero.”

El mismo tipo de dilema fue creado por los cuatreros. En un caso, un líder de la patrulla civil en Nebaj fue agarrado matando a una vaca robada, pero convencionalmente tales actos eran atribuidos a la guerrilla. [201] Lamentablemente, dado que por lo general la guerrilla pagaba por lo que exigía cualquier propietario al que le faltara una vaca podía ser sospechoso de haber inventado un robo para encubrir una venta.

La guerra popular prolongada

“Que les preguntaron cuál fue su plan cuando entregaron a los militares, si habían olvidado de nosotros. Siempre no deja olvidar a nosotros porque estamos luchando todavía. La guerra nunca va a tener fin porque nosotros hasta los aviones estamos bajando. No estamos haciendo guerra con las defensas civiles sino con los militares. Si se dan cuenta que pasamos alredeor del pueblo, no hacen tiroteo con nosotros. Aunque ustedes dan cuenta que estamos a orillas de la calle/camino, nosotros no queremos problemas con ustedes. Pasan de largo, no molestan a nosotros, porque si ustedes molestan a nosotros vamos a terminar con ustedes. Nosotros somos por miles, no estamos caminando por ciento o doscientos. No insultan ni maltratan a nosotros. No confién en los militares. Tenemos que terminar con los militares para terminar con la guerra.” —La guerrilla a unos viajeros ixiles, 1989

“Que por favor, deje paso a nosotros porque ustedes están quemando a nosotros, porque nosotros ya no tenemos comunicaciones con ustedes. Porque ya después el militar nos molesta mucho cuando salen noticias que ya encontramos con ustedes. Nosotros no estamos pensando por ustedes. Ustedes mismos están atacando a nosotros en el camino. Que por favor den paso a nosotros. Mejor cambia su camino porque ya no queremos encontrar con ustedes, porque no van a asustar a nosotros.” —Viajeros ixiles a la guerrilla, 1989

Hacia 1988-89, los nebajeños se encontraban a menudo con la guerrilla en los caminos, donde éstos detenían a los camiones para comprar comida, ropa y lonas. Las periódicas requisas reflejaban la erosión de la base agrícola del EGP, la gente de la montaña que le había suministrado siempre maíz. Yo nunca estaba en el lugar correcto en el momento oportuno, pero a la guerrilla usualmente se la describía como personas educadas y no violentas, insistiendo en lo que querían pero casi siempre pagando por ello, algunas veces de forma generosa. [202] De hecho, los fajos de billetes exhibidos en las requisas eran proverbiales, como si los guerrilleros quisieran publicar su poder de compra. Pero sólo la disciplina y el dinero en efectivo les protegían de un destino común para los rebeldes vencidos: convertirse en bandidos.

Vivir en Nebaj me llevó a elaborar una serie de conclusiones que hubiera preferido evitar. Una era que el ejército guatemalteco tenía una sorprendente habilidad para convertir a los sobrevivientes de sus masacres, incluso a los ex-partidarios de la guerrilla, en los principales pilares de sus operaciones de contrainsurgencia. Este hecho aparece ilustrado a finales de los ochenta cuando el ejército permitió a los habitantes de las primeras aldeas concentradas –enormes, aglomeraciones antiecológicas de hasta setecientas familias– dispersarse en el terreno, formando asentamientos mucho más pequeños de modo que los campesinos pudieran vivir junto a sus milpas. Obviamente, las aldeas de apenas veinticinco casas{23} nunca iban a poder tener suficientes patrulleros civiles como para defenderse de la guerrilla. Entonces, ¿por qué lo permitió el ejército?

Un oficial de acción cívica tenía una explicación para ello: según él, en un inicio el ejército tenía que concentrar las familias rurales porque, al estar tan dispersas, la guerrilla podía intimidar a sus ocupantes y hacerse con ellos de una vez. Ahora las aldeas pequeñas podían funcionar, decía el Capitán Gómez, porque la gente ya había aprendido el alto costo de la subversión. Con tal de que las familias estuvieran juntas, ellos estarían dispuestos a velar por la seguridad de los demás,{24} es decir, la guerrilla no iba a poder visitarlas sin ser detectada. Ahora el ejército contaba con el control social. Podía confiar en que los Ixiles informaran sobre cualquier vecino que estuviera poniendo en peligro la alianza con el ejército.

La versión militar de la violencia en la región ixil es, mayormente, poco creíble. Los testimonios locales suelen contradecir las afirmaciones del ejército de que los civiles muertos eran combatientes guerrilleros, que era el EGP el que quemaba tantas aldeas, que los habitantes pasaron siete años en la montaña porque habían sido secuestrados, y que las patrullas civiles eran totalmente voluntarias. No obstante, las afirmaciones del ejército coinciden con la experiencia popular en dos aspectos importantes. Primero, cuando los Ixiles repiten al igual que el ejército que la guerrilla los “engañó”, están también expresando su propia reacción ante esos años de privaciones que siguieron a las promesas del EGP. [203] Recordemos que el Ejército de los Pobres había ofrecido “una nueva ley” a los Ixiles, que habría de terminar con la discriminación y la explotación. La guerrilla también dijo que los aldeanos iban a poder defenderse del ejército y, organizados en el EGP, ganarían la guerra dentro de poco. Por el contrario, los castigos del ejército fueron cada vez más devastadores, hasta el punto de desacreditar la “nueva ley” y de obligar a los Ixiles a que volvieran a la “vieja ley”, que tenía una fuerza superior sobre ellos.

Esto nos lleva al segundo aspecto en el que las afirmaciones del ejército coinciden con la experiencia ixil. Una vez que el ejército empezó a imponerse, hizo coincidir su estrategia con las necesidades de los campesinos al reasentarlos junto a sus tierras y permitirles ir a las fincas costeñas para ganar dinero. El ejército se convirtió en garante de que la gente volviera a una existencia más o menos normal, al revés que la guerrilla, que estaba siendo ahora acusada de haber desbaratado los esfuerzos de los campesinos, siempre precarios, para ganarse la vida. Los ixiles alrededor de los tres pueblos todavía no han adoptado el punto de vista del ejército. Pero sí aceptan su definición de lo posible en estos dos aspectos básicos porque pueden corroborarse en su propia experiencia de la realidad del poder.

Notas

{1} Aunque la geografía no puede ser la única razón dado que los refugiados que se habían quedado con el EGP en el Ixcán estaban cerca de la frontera y podrían haberla cruzado.

{2} Ministerio de Defensa Nacional, 1985.

{3} El 30 de octubre de 1988, un vehículo que transportaba tres miembros de la sección G-2 del ejército se topó con un retén del EGP entre Río Azul y Pulay. Cuando un patrullero civil desarmado (y ebrio) trató de agarrar el arma de uno de los soldados caídos, a él también lo mataron. El 23 de enero de 1989 fueron muertos entre cuatro y doce soldados, consecuencia de una emboscada que tendió el EGP a un camión del ejército en la carretera entre Chajul y Juil.

{4} Iglesia Guatemalteca en el Exilio, 1990: 14-15. El mes fue diciembre de 1989.

{5} Americas Watch, 1984, 1986, 1989; Central America Report, 1990.

{6} Shelton Davis (1988:28) y John Watanabe (1992: 182) encontraron opiniones muy similares acerca de la patrulla civil en Huehuetenango.

{7} Un ex-guerrillero borracho se dirige a una fiesta en Nebaj para el Día del Patrullero, con un arma en su cinturón. Después de enfrentarse con los patrulleros, hiere a dos personas. Cuando el incidente es comunicado a los cuarteles del ejército, quien entra allí casi sin aliento es el agresor, que a su vez resulta pertenecer a la unidad local G-2 del ejército. "Porque soy cristiano", dice un capitán a los patrulleros, "no lo voy a hacer prisionero, únicamente separarlo del servicio", a pesar de lo cual se sigue viendo a al agresor alrededor del pueblo. El capitán paga 50 y 70 quetzales a los dos hombres que fueron heridos, el equivalente a US$18 y US$25, lo que no es muy justo, pero sí indica cómo la patrulla civil ha ayudado a los Ixiles a hacer frente a los abusos del ejército.

{8} La cifra fue proporcionada por un representante de las poblaciones en resistencia a quien entrevisté en la ciudad de Guatemala en julio de 1992.

{9} AVANCSO (1990: 48) reunió cifras más altas de movimientos de refugiados de fuentes del ejército y católicas:

19851.800
1986500-600
19873.000-5.000
19883.000-4.000
Total8.300-11.400

A principios de 1991, las CPR de la Sierra dijeron que ocho mil de los suyos habían sido capturados en esos últimos años (Siglo XXI, 4 de Marzo de 1991, pp. 24-25), mientras que un coronel dijo que en 1988-89 el ejército había traído aproximadamente nueve mil personas que estaban siendo atendidas por la Comisión Especial de Ayuda a los Refugiados (CEAR) (citado en Siglo XXI, aproximadamente el 7 de marzo de 1991, p. 7, reproducido en “Dossiere”, 1991). A pesar de la coincidencia entre ambas cifras, yo pienso que son demasiado altas. En 1988, Mac Chapin (1988: 12) estaba informado de que “como mínimo, de 2.000 a 3.000 personas fueron procesadas en Nebaj durante los primeros meses de la ofensiva”, junto con otros 558 refugiados que llegarían en marzo, abril y mayo de 1988. Cuando un año más tarde CEAR/Nebaj me enseñó sus informes, aparecían 2.386 nuevos llegados de enero a noviembre de 1988. Después de los primeros meses de 1989, el flujo de refugiados descendió notablemente, hasta el punto que CEAR pocas veces hospedó a más de cien al mismo tiempo, como era el caso cuando los visité en julio de 1991. De ahí que crea que el número de refugiados traídos a Nebaj, desde mediados de 1987 a mediados de 1991, es más bien de 5.000-6.000 y no de 8.000-11.000.

{10} Los informes de la Comisión Especial de Ayuda a los Refugiados (CEAR) en Nebaj enseñan que, de 766 refugiados liberados entre mayo y noviembre de 1988, 549 (72 por ciento) dijeron que iban a reasentarse en Nebaj o en sus aldeas; 119 (16 por ciento) en Chajul; 89 (12 por ciento) en Cotzal y 9 (1 por ciento) en otra parte. A juzgar por el último censo nacional más fiable en el área ixil (1964), los nebajeños eran menos de la mitad de la población ixil.

{11} La Iglesia Guatemalteca en el Exilio (1989a: 23) distingue entre “refugiados” organizados en zonas de refugio (administradas por el EGP) y “desplazados” que viven más allá de esas zonas y del control del ejército.

{12} “Persistimos en la errónea práctica de subordinar a la nueva organización a la autoridad de los antiguos líderes”, escribía Payeras (1983: 68) acerca de los primeros contactos con los indígenas del altiplano en 1974, “cuando el pensamiento de éstos ya constituía una traba para el desarrollo de la guerra. Pronto habríamos de entender… de que los más firmes y lúcidos de ellos eran quienes deben dirigir al resto.”

{13} He oído al menos otros cinco casos en Nebaj, además del de Sebastián Guzmán, que se referían a:

* Felipe Raimundo de la aldea Ixtupil, junto a sus dos hijos Miguel y Jacinto, hacia 1980;

* José Brito de Santa Marta, en 1980;

* Juan Sánchez y su hijo Andrés Sánchez, ambos principales de Sacsihuán y Santa Marta, en 1983, después de que las aldeas fueran destruidas y la gente viviera en las montañas;

* Francisco Cedillo, obligado a salir de su casa en Janlay, el 8 de mayo de 1981.

{14} Dado lo delicado de la pregunta, no siempre preguntaba a los refugiados si la guerrilla había matado a miembros de la población civil. Cuando les hacía la pregunta, unos contestaban que no sabían nada de ese tema, pero la mayoría respondía afirmativamente. De entrevistas hechas en Nebaj en enero de 1989:

* la mujer de un funcionario del EGP, que todavía estaba en las montañas, declara que los guerrilleros han matado siempre “orejas”;

* un líder evangélico y sobreviviente de la masacre de Chel describe cómo, en enero de 1983, los guerrilleros mataron a un pastor metodista llamado Jacinto López, tras acusarlo de planear una entrega masiva de refugiados –al igual que había hecho el pastor de la Iglesia de Dios en Salquil Grande unos meses antes–. “Han matado muchos, como cincuenta”, estima él, tanto por delincuencia común como por cuestiones de seguridad;

* un hombre de Sumal Chiquito, al que el ejército había matado a su padre y a su hermano, y que también perdió a su mujer e hijo a causa de enfermedades respiratorias adquiridas en la montaña, declara que los guerrilleros mataron a su hermana en 1984 porque estaba acusada de hablar demasiado con los soldados. “Cuando tenía delito, [los guerrilleros] siempre lo mataban. No hubo cárcel. Cuando [la gente] no quieren compartir las tareas, o cuando quieren entregar al ejército. Robos también, pero sólo grandes. Y sólo la segunda vez.”

{15} AVANCSO, 1990:53.

{16} Para una descripción gráfica de las condiciones de los refugiados en Nebaj durante esa época, véase Chapin 1988.

{17} Al año siguiente, otra epidemia en el campo de CEAR –esa vez, sarampión– acabó con la vida de más o menos quince adultos y niños.

{18} Entrevistas del autor entre diciembre de 1990 y julio de 1991. La desaparición de María Tiu Tojín se menciona en Washington Office on Latin America, 1991:5.

{19} Como señala Pierre van den Berghe (1990:284), las aldeas modelo del Triángulo ixil se acercan más a los primeros campos de concentración, los de la guerra anglo-boer de 1899-1902. Los ingleses acuñaron el término después de quemar las casas de los boer y de encerrar a los no combatientes para reforzar la contrainsurgencia contra los irregulares boer. “En lo que se refiere al eufemismo”, explica van den Berghe, “los nazis convirtieron el término en algo tan horrible durante los años cuarenta que los ingleses tuvieron que inventar el de ‘aldeas modelo’ en su guerra contra los Kikuyu de Kenia en los años cincuenta.”

{20} Las doce aldeas, más o menos “modelo”, incluían Acul, Tzalbal, Salquil Grande, La Pista, Río Azul, Pulay, Xolcua y, Juil, Ojo de Agua, San Felipe Chenlá, Bichibalá y Santa Avelina. Hacia 1985, otras cinco aldeas (Ilom, Chel, Juá, Xoncá y Xix) habían empezado a reconstruir según el modelo concentrado pero apenas recibieron asistencia, situación a la que también se tuvieron que enfrentar los campesinos concentrados alrededor de ciertas pequeñas fincas (Las Amelias, Nueva América, Santa Delfina) que nunca fueron destruidas. Por lo tanto, había cerca de veinte reasentamientos a finales de 1985; otros sesenta a finales de 1990 y otros diez o quince a mediados de 1992.

{21} En 1989 me hablaron de un hombre que había vivido en la zona de refugio de Sumal y que, supuestamente, iba y venía a la costa pero, en caso de ser cierto, este caso era raro. La política guerrillera de desalentar a los civiles bajo su control de que fueran a Nebaj interrumpió todo movimiento fuera del área.

{22} La Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID) negó estar financiando el programa de pacificación del ejército. Sin embargo, funcionarios guatemaltecos afirmaron que los subsidios de la USAID y de las Naciones Unidas eran cruciales. Éstos llegaban en forma de donaciones de comida para trabajo, material de construcción y otras formas de apoyo para organismos oficiales que trabajaban en el triángulo (Barry y Preusch 1984:1,4). Yo tuve la ocasión de conocer un ex voluntario del Cuerpo de Paz que dijo estar contratado por la USAID para observar cómo se empleaban sus donaciones.

{23} Censo de las aldeas de Nebaj de 1990, Comité para la Reconstrucción Nacional.

{24} Entrevista del autor en los cuarteles del ejército de Nebaj, 6 de febrero de 1989.

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