Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 3 • mayo 2002 • página 11
Se muestran los límites y las carencias conceptuales de los rótulos materialismo y libertad que utilizan David Pérez Chico y Martín López Corredoira en su artículo «Sobre el libre albedrío», publicado en el número 2 de El Catoblepas, y se esbozan las consecuencias de tales limitaciones teóricas
Las últimas páginas del trabajo firmado por David Pérez Chico y Martín López Corredoira, aparecido en El Catoblepas (nº 2, abril 2002) bajo el título: «Sobre el libre albedrío», presentan serias dificultades de clasificación. Y ello, a nuestro entender, por la variedad del recorrido y por su uniformidad conclusiva, además del método «plano» con el que, frente a los fenómenos, los autores hacen un recorrido mediante un compendio analítico apoyado en un elenco muy estimable, y que no parece permita concluir nada o casi, respecto a la «libertad» que el título anuncia se va a considerar.
Habría que comenzar este comentario por el final, por las conclusiones que, a modo de diálogo interpretan, suponemos, los firmantes y que nos recuerdan curiosamente al obispo Berkeley, aunque no es menos cierto que han existido muchos otros ejemplos similares y, entre ellos, el más pertinente para el caso quizá sea el de los paseos dialogados que recoge el citado libro de John Eccles y Karl Popper (El yo y su cerebro, ed. Labor Universitaria, 1993). Pero esta no sería sino la apreciación de un lector de ambos textos. Entonces constatemos, para intentar superar esa posición subjetiva, algo objetivo que, tanto el trabajo que nos ocupa como su elenco mencionado, muestran por omisión: la nula referencia al materialismo filosófico y a la obra de Gustavo Bueno. Y ello no porque esto no suela suceder, que sucede, y en autores reputados de «materialistas». Ni siquiera porque esto sucede notoriamente entre autores españoles que además conocen la obra de Bueno. Lo que nos llama la atención es que el autor principal haya estado entre nosotros, en Oviedo y en la Fundación Gustavo Bueno, impartiendo una conferencia similar al presente trabajo y que, tras este contacto personal, un año después publique en esta revista un artículo «materialista» donde ni se menciona una sola vez el materialismo digamos, cuando menos, peculiar y diferente con el que se encontró y del que supuestamente tenía referencias, las cuales precisamente parecen ser fueron la causa de que viniera a Oviedo. Así pues, y pese a nuestras enunciadas reservas, cabe preguntarse ¿a qué se debe este silencio, esta omisión? Ahora bien, las referencias nucleares al libro de Eccles-Popper, parecen enfocar el asunto hacia las posiciones de los autores, en tanto en cuanto se decantarían por la reducción de Eccles, o al menos por su prudencia, frente a un «desmadrado» Popper que no hace otra cosa, según nuestra lectura, que triturar a Eccles y sus conocimientos a través de las ruedas dentadas de sus tres reinos.
¿Acaso entonces a nuestro amigo Corredoira los tres géneros de materialidad del materialismo filosófico de Bueno le recuerdan demasiado a los tres reinos de Popper? Pero si es así, los recorridos por el dualismo y sus «soluciones» variopintas e históricas, respecto al problema planteado, no parecen poner a nuestros autores en «otro lugar» que en el que, inamovibles, ya estaban: el de los fenómenos y su reducción fisicalista, formal en última instancia. Pues, entre otras cosas, no vemos cómo se puede estipular la realidad del «cerebro cuántico», esa fantasía que ya en sus términos contradictorios deja ver hasta donde alcanzan algunas pretensiones (ver El cerebro íntimo, varios autores, en Ariel/Neurociencia, 1996, por ejemplo, donde se encuentran referencias y planteamientos que recorren todo el arco de la investigación al respecto); pero tampoco, sin triturar irreversiblemente, si se puede decir así, el fenómeno neurofisiológico implicado, ya que, en última instancia, son las misma células-neuronas las que desaparecen y, tras la destrucción de las mismas y de todo fenómeno biológico, nadie nos explica el paso desde regressus así alcanzado a la célula de nuevo. Es decir, nadie recorre y por tanto reconstruye el progressus necesario. Ni siquiera la genética aludida y «excluyente»: ni siquiera la genética especulativa que, como en el caso anterior, considerará formalmente sus términos y relaciones, pero olvidará la realidad (ontológico) material del organismo operatorio en donde, y por medio del cual, se llevan a cabo tales relaciones genéticas, proteicas, biológicas en fin... A este respecto, no se tiene en cuenta a un autor muy significativo y relativamente reciente que ofrece una visión mucho más ecléctica sin faltar al rigor ni eludir los planteamientos del problema mente-cerebro, nos referimos Jean-Pierre Changeux y su libro L'homme neuronal (Ed. Hachette, Librairie Arthème Fayard, 1983. La traducción castellana, editada por Espasa Calpe, está agotada).
Es decir, deshecho el «campo», el recurrir y el hablar de física cuántica supone un abuso y una ceguera, sobre todo cuando se equipara lo molecular, lo micro de la biología con lo micro, subatómico, de la física. En resumen: la biología molecular no se puede reducir a la microfísica del mundo cuántico, so pena de que desaparezcan, en ambos casos además, los fenómenos molares, así pues su escala y su media, pero también sus diferencias. De dónde que sigamos sin saber entonces cómo es posible «pasar» de la microfísica a la biología, y por qué estableceríamos diferencias netas entre ésta y aquella que sí pasan por la bioquímica, en tanto en cuanto es la «diferencia» misma la que permite establecer el campo de la bioquímica, en el cual unas partes fisicoquímicas y otras biológicas convergen pero tales que al hacerlo no son ya ni unas ni otras; lo cual no autoriza el reduccionismo analítico, sino que lo permite como primera operación del conocimiento, pero el cual queda en suspenso cuando, repitámoslo, alcanzado ese estadio subatómico intentemos volver... Sospechamos además que nuestros autores sospechan a su vez algo de esto, pues no hay una sola referencia a esa puerta falsa abierta en estos casos: la de la extensión diversa y su complejidad explicativa, puerta cuyo rótulo dice: n+1.
Dado que seguir por esta línea nos llevaría a un desarrollo completo de la urdimbre que el materialismo filosófico entreteje, y lo hace precisamente en función de los huecos, las disociaciones y la pluralidad de «hebras» que en la realidad, por así decir, se extienden, de donde la geometría inexcusable de su trenzado y, por tanto, la referencia y la medida, la escala pertinente, que nos devuelve a los tres géneros y que obliga, puesto que hablamos de conocimiento crítico y, además, supuestamente sustentado en la «naturaleza» y la(s) ciencia(s) que, sin embargo, comprobamos ambas son en todo el artículo de Corredoira sólo una: la Física como modelo. Lo que nos obliga, decíamos, a mantenernos ante un pluralismo fenoménico que ningún «río del Universo» por heracliteo que sea ordenaría sin las correspondientes construcciones geométricas aludidas. Las determinaciones. Las «diferencias», las «divergencias y oposiciones», las síntesis y transformaciones son aspectos de ese otro pluralismo, no fenoménico sino filosófico, científico. Y esta la cuestión: pues es desde las determinaciones «de la» Materia, de su diversidad y de sus relaciones logicomateriales, que podemos alcanzar su límite, la materia indeterminada (M), pero en tanto que tal límite, el cual además no se puede «igualar» al indeterminismo estadístico-formal de la mecánica cuántica. Y es formal precisamente por la indeterminación material que se alcanza y que sería en, todo caso, el límite de M1. En cualquier caso, si cabe hablar de «indeterminismo estadístico-cuántico» es porque se ha puesto entre paréntesis la materialidad M3, implicada en las relaciones de causalidad. Pero la causalidad no se define en el materialismo filosófico como una relación binaria. Y por ello, las referencias a Davidson y otros autores que vinculan la libertad con la causalidad, no podrá interpretarse como una aproximación al materialismo filosófico. Pero, claro está, las determinaciones son inexcusables, vale decir, determinantes... (En este sentido, como ejemplo de precisión y, sin compartir sus planteamientos neopositivistas, nos permitimos señalar la aparición en nuestras librerías del opúsculo de Moritz Schlick, Filosofía de la naturaleza, que traduce y presenta José Luis G. Recio para la Editorial Encuentros (opuscula philosophica 5) 2002. Es digno de mencionar el último capítulo, inconcluso por la muerte del autor, y donde a propósito del principio de incertidumbre, del probabilismo y otros conceptos desarrollados en este texto, bajo el título de «La causalidad en la nueva física», concluye el libro: «La ciencia, pues, no tiene carácter determinista.» Si las filiaciones y similitudes con nuestro artículo en cuestión son más que notorias, las diferencias se sitúan en los razonamientos mismos, en la finura y una cierta prudencia que recorre estas páginas mencionadas de Schlick, tan ilustrativas por demás.)
Y es que, desde el inicio, el concepto «libertad» que enmarca y dirige el texto aludido carece de perfiles y definiciones. O de su enclasamiento pertinente, según nuestra opinión, que en ningún caso viene dado por las solas, e inexcusables sin duda, referencias filosóficas. Si no sitúo la «libertad» en su espacio, la libertad se esfuma y sus «determinaciones» no es que la nieguen, es que no permiten ni siquiera el asentamiento de su positividad. Pues ésta, en principio, vendría dada por las referencias histórico-lingüísticas, que recogen los contenidos de los conflictos morales y políticos, y los debates filosóficos que entraña el concepto, su praxis. No la afirmamos, pues, ni la negamos. Decimos que, a partir de las referencias, «el libre albedrío», pese a la cita de Morris, cae por su gravedad al suelo del eje radial. Ni tampoco podemos desarrollar la estructura de los tres ejes del espacio antropológico que sería lo pertinente, pues el texto aludido no lo permite ya que la ignora, borrado en realidad todo el fenómeno antropológico, pues en realidad los autores, pese al elenco citado –San Agustín, Espinosa, Hobbes, Kant..–, dan la espalda al espacio antropológico, a la historia, a la política... Aquí sólo encontramos una referencia a lingüística y a la psicología dubitante (dubitativa en los autores cuando menos, pues las únicas referencias contrapuestas son las de Watson-Skinner y «El Malestar de la cultura» de un Freud suponemos que biologicista). Y tanto que la conducta, las emociones, los conocimientos mismos no son sino «contenido de una conciencia psicológica observante», de un cerebro sensible, afectado por la naturaleza de la que forma parte. No lo dicen así, pues queda este mismo planteamiento triturado.
Hay, y es donde queremos llegar, una consecuencia curiosa al recorrer este texto que pretende ser crítico y triturador, materialista. Corredoira-Pérez Chico se refieren a ciertos estados psicológicos (deseos, impresión de «hacer lo que se quiera en cualquier momento», «realización de mi voluntad»...); pero es imprescindible someter al sujeto operatorio, dado siempre en una sociedad de sujetos operatorios, a un análisis Lógico-material. La definición de libertad que los autores toman como referencia es puramente psicológica y no tiene ningún respaldo teórico: Ni siquiera los escolásticos afirmaron que los actos de voluntad fueran siempre libres. La primera consecuencia, así pues, es la inexistencia de un análisis del sujeto, sea para afirmarlo sea para negarlo. Se habla de mente y se habla de cerebro, y de la naturaleza a la que se reduce todo. Y así, desde la posición exenta de Dios, se pretende definir, conocer, el objeto que la «física» modula, formaliza, explica. Eso sí, la psicología es sólo conductista y el cerebro es no sólo cuántico sino psicológico, algo así como la «inteligencia emocional». Y como los autores critican, por demás, el dualismo mente-cerebro, incluso de la mente insita en el cerebro, «que colapsa la función de onda de las componentes introductorias de indeterminismo en la sinapsis cada vez que se realiza una medida» (citado en página 18), la solución no puede ser sino otra, frente al dualismo interaccionista de Eccles-Popper, por ejemplo: el materialismo.
¿Pero cuál, qué materialismo es éste?
Intento no escribir con un discurso que corresponde más a los académicos y a quienes mucho mejor que yo dominan la dialéctica del materialismo filosófico, lo que me obliga a discurrir en medio de dos posiciones al menos. Pero conceptos como monismo, sustantificación e hipostásis, no se pueden dejar pasar. Y sobre todo, ese Sujeto epistémico que mira al mundo, a sus cuerpos, a sus elementos y lo reduce por entero a Objeto (interior se supone): el de su mirada, cuyo saber analítico, positivo, no contempla las dificultades ontológicas de ese Mundo y de Sí mismo, de donde que terminemos por oír cosas como «creación» o dudas entre la fe y el fatalismo como cierre imposible de un texto que ni una sola vez menciona la «Teoría del Cierre Categorial», ni considera las categorías como pertinentes de entrar a formar parte del análisis llevado a cabo (nada digamos, antes de concluir, de la Symploké inexistente o los problemas al respecto que últimamente Bueno viene introduciendo: la involucración, por ejemplo, tan pertinente creemos en este caso). El materialismo aludido que se representa, se mantiene en el plano analítico, siendo aquí la dialéctica inexistente; no se intenta ni una sola vez oponer unos fenómenos a otros, pues ni siquiera en realidad se intenta una clasificación «específica, genérica» de los mismos. No se ve que los autores se hayan puesto frente a las oposiciones que esos géneros, al menos como hipótesis, plantearían y ni muchos menos, insistimos, se plantean realmente el estatuto ontológico de sí mismos como sujetos cognoscentes. De donde que de la materia fisicocuántica, en su diversidad y complejidad, haya que deducir que ella misma es demiúrgica y pensante, una natura naturans que se toma literalmente como materialismo cuántico. Al pie de la letra: Deus sive Natura. No se cita, menos aún se inserta, ni se plantea... Se plantea un indeterminismo que todo lo determina, que es el límite impreciso de la cuántica estadística. Materia indeterminada a su vez, insistimos, pero como reino único donde el Ser pensante exuda desde su malla finísima, la realidad visible, tangible «para sí mismo», una suerte de metafísica idealista sin dialéctica... La cosa tiene su gracia; si ahí todo es indeterminismo, lo que hay (fenómenos, cerebros, pensamientos, técnicas y ciencias, instrumentos, actos y libertad...) depende de esa indeterminación. Nada se puede negar ni afirmar entonces. Ah, ¿y dónde ha ido a parar la materia y sus formas, sus relaciones, sus negaciones y diferenciaciones...? Se podría encontrar un principio de explicación, al menos un camino para ello, en el opúsculo de Bueno acerca de tan traído y llevado «término», y cuyo título Materia, invitaría a cualquier materialista, cuando menos, a su lectura atenta y contrastada.
Así pues, incitando a otros con más saber y «poderío», transcribamos la última línea del texto, y pensemos nosotros a partir de ella la idea de la Libertad:
«A: entre la fe o el fatalismo prefiero (sic) situarme en una posición intermedia que... &c. &c. &c.»
Nosotros no nos situamos entre la fe y el fatalismo, ni entre el materialismo y el materialismo cuántico. Nosotros, porque estamos situados en el espacio y sus dimensiones, actualmente elegimos el entretejimiento cuya red nos permite no caer en el indeterminismo o el caos azaroso. ¿Materialismo o materialismo? No, materialismo filosófico.