Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 4 • junio 2002 • página 18
Respuesta a Martín López Corredoira
Viajé a Suiza hace unos años, donde conocí a un renombrado filósofo neoplatónico de origen belga contratado por la Universidad de la pequeña ciudad de Friburgo, y en cuya grande y acogedora mansión en las afueras viví durante mi estancia. Allí, recibidos con generosidad por la singular pareja que formaba con su simpática esposa, mi compañera y yo fuimos atendidos con la más exquisita amabilidad. Tras la cena, y en la amplia terraza de la sala que permitía contemplar un espléndido anochecer campestre, JJ y yo departimos de filosofía, de Platón y por supuesto, y también, por qué no decirlo, del «movimiento» filosófico que en Oviedo había, y a donde el se dirigía al día siguiente. Recuerdo su biblioteca con unos 10000 volúmenes, «suizos» me aclaró con humor, pues guardaba otros tantos en Bruselas. La puso a mi disposición, así como su ordenador y despacho sin ninguna prevención ni cortapisa. Antes de irse, me instó a que nos viéramos al año siguiente en Bélgica, su lugar de origen y donde permanecía su familia, no sin desearme que el «sol de la filosofía» me iluminará durante mi estancia en Suiza. Viajamos a Bruselas al año siguiente y no coincidimos. Como tampoco cuando pasé por allí para ir a Holanda; y donde, por cierto, me fue imposible visitar la casa museo de Espinosa en La Haya. Cosa, ya que en esto estamos, aunque respecto a Descartes, que tampoco conseguí en la «ruta Descartes» que el año pasado recorrí en una nueva cita de amor con Francia. Tras mi estancia en Suiza, le dejé a mi nuevo amigo neoplatónico una edición de bolsillo del Teatro del Mundo de Calderón, que pensaba leer allí y él me regaló, tras su vuelta de Alejandría, adonde tenía intención de ir tras permanecer en Asturias, la cual acaso eligió para concentrarse en el trabajo previo a su importante participación en el congreso alejandrino que lo esperaba tras la visita a nuestra región, un ensayo sobre Kant en el cual tenía arte y parte. También recuerdo de mi estancia suiza mis paseos por Berna, donde compré, en una edición antigua de segunda mano, Materia y memoria de Bergson...
Y ya que le cuento mis viajes, especialmente a Suiza donde usted se encuentra y desde donde ha contestado a mi crítica a su artículo sobre el libre albedrío (el cual dicho sea de paseo, especificando usted que lo envía desde Basilea y no desde Tenerife que era su residencia anterior, y no especificando para nada que estaba escrito hace cuatro años, así como los avatares que ahora sí nos cuenta al respecto según su interpretación), recuerdo también el viajé que realicé, unos tres años antes de éste, a Tenerife. Son estos hechos «en el espacio», Tenerife-Basilea, sin olvidarme de Oviedo, destacados en sus escritos, y en sus alusiones pedagógicas y subjetivas en respuesta a mí artículo, lo que ha motivado inicie mi réplica en este sentido y con este modo epistolar. Y ello no sólo porque usted eligió esta forma «literaria» para responderme, sino porque mediante ella, como no podía ser de otro modo, rehuye según me parece todo planteamiento argumental. De hecho, y aunque existen ejemplos notorios de argumentación mediante el recurso a géneros diversos, incluido el epistolar, no es el caso, puesto que usted no se refiere ni una sola vez a mi discurso ni a sus planteamientos «ontológicos», ni a los problemas «epistemológicos» suscitados justamente por ese «dualismo» al que usted hace mención en su artículo ni al monismo en el cual situaba yo, entre otras cosas, el problema del racionalismo fisicalista, &c. Naturalmente, mi réplica puede no merecer siquiera que se consideren sus argumentos o que se consideren inmaduros, precarios en su exposición, lo que usted quiera, pero a diferencia de lo que me pareciera su artículo, que sí suscitó «un enfrentamiento» crítico, lo cual es de agradecer y resalta el aspecto positivo y dinámico del mismo, pues sin esto no se ve cómo habría conocimiento, científico, filosófico o de lo más vulgar, su respuesta en cambio no merece ni deja de merecer contrarréplica de ningún tipo, pues usted no desciende al terreno de los contenidos, de los suyos propios, ni qué decir de los míos y su urdimbre metodológicamente trenzada. Y esta cuestión sistemática, la que conviene al método, es la sola e importante aquí, pues yo pretendía ejercer –a su costa, lo confieso– mi aprendizaje constructivo, dialéctico, enfrentándome a un discurso racionalista, propio de un científico interesado además como el mismo confiesa, y como su texto revela, por las mismas cuestiones filosóficas que a mí también me preocupan, por ejemplo «el libre albedrío» que, como la vida y su origen... por azar y necesidad según la mirada filosófica que no científica en el libro que usted me recomienda de Monod, y escrito, convendrá conmigo, no como ensayo sobre Biología, sino como ensayo acerca del «origen» posible de la vida y otros aspectos que obsesionaban al hombre Monod.
Pero como no se trata de polemizar ni ejercer la enriquecedora crítica ni la esforzada dialéctica, ya ve que prefiero iniciar mi respuesta apelando a lugares comunes, a cuanto pueda unirnos como los viajes, o ese cosmopolitismo que parece sin embargo usted no percibió entre nosotros y que por supuesto no soy el único en ejercer. Pues el resto nos separa en tanto en cuanto usted mismo corta toda posibilidad dialéctica y sólo me dejo esta, la del diálogo un tanto ficticio, que es muy distinto aunque sea una de sus formas previas, amables, necesarias. Y es que usted dice que cada uno piensa como piensa, y se escuda en un solipsismo wittgensteniano para defender su mundo y su lenguaje, de donde no resulte extraño que considere el uso que hago de términos como «regressus/progressus» como arcaísmos y cosas de las que se puede prescindir, así como que el enunciado sintagmático «materialismo cuántico» no pasa de ser una filigrana, cuando acaso la «filigrana» no es tanto mía cuanto de quienes encuentran en estas nuevas «formas» del pensamiento científico salidas en falso ante los problemas de un mundo en conflicto permanente, por ejemplo el de las libertades y las desigualdades. Este sentido solipsista lo interpreto debido a las relaciones que mantiene usted con ciertos espacios aislados, como Canarias o Suiza, y que acaso produzcan efectos que yo no he podido experimentar por la brevedad de mis estancias, dicho esto con la dosis de humor necesaria a estas alturas.
Cuando envío estas líneas a El Catoblepas ultimo un nuevo viaje. Esta vez a Alemania donde espero visitar Tréveris, entre otros lugares, y recordar así a un materialista dialéctico inexcusable al que usted, como a Bueno, tampoco cita: Karl Marx. Quizá usted considere que tampoco este materialista debiera ser citado, pese a que la cuestión del libre albedrío tenga tanto que ver, creo yo, con el marxismo. Quizá usted siga pensando que la «base» de mi artículo era una cuestión de citas, de propaganda y escuelas.
Como quiera que usted parece moverse en esa atmósfera de nueva alianza, y puesto que asegura interesarse por la Filosofía, se dará cuenta que he dejado a un lado cuestiones digamos insidiosas. Dicho esto, no necesito esperar a que Bueno se muera ni creo que mi longevidad me permita vivir tanto como para que el refrendo de la Historia lo convierta en un clásico digno de mención. Yo lo leo en el presente, tengo la suerte de tratarlo y hablarle. Puedo incluso, como con mi amigo suizo, pasear, mirar las cosas de nuestro presente común y, cuando es necesario, recibir algún consejo o alguna «llamada al orden» tan pertinente al caso como esta: «¡Concéntrese! ¡No importa que uno sea materialista o idealista... lo que importa es tener ideas!» Lo recuerdo porque no se trataba de defender esta o aquella escuela frente a esta o la de más allá, sino de atender al movimiento mismo del pensar, a las ideas, a las cosas mismas. Como no se trataba ni se trata de una lucha por los nombres y las etiquetas, la cuestión planteada en el título de mi artículo, saber de qué materialismo hablamos, que entendemos por «materia» y otras consecuentes «ideas» la pregunta por «el materialismo filosófico» era y sigue siendo pertinentemente filosófica.
Acaso ahí, en Suiza, usted encuentre un momento de sosiego y claridad para recapitular y darse cuenta de que desde tales términos no cabe respuesta alguna. Y ya que hablamos de Filosofía, ¿ no estará de acuerdo conmigo al menos en esto: que la Filosofía es la que nos redime de lo que piensa cada uno y, sobre todo diría yo de lo que cada uno cree que piensa...? Así pues, remitiéndole a mi primer artículo en esta revista, sobre las polémicas en Filosofía y a otro materialista peculiar, Gilles Deleuze, dejo aquí esta epístola y también cualquier polémica posible entre ambos. Salud.
Oviedo (España), 20 de Mayo de 2002