Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas
  El Catoblepasnúmero 4 • junio 2002 • página 21
Artículos
Animalia

Biología:
¿«aquí hay un problema»?

Pedro Insua Rodríguez

Se propone la apertura, de derecho, de un nuevo apartado
en la revista El Catoblepas, que, de hecho, viene ya ejercitándose
sobre problemas en torno a la categoría biológica

1. Las reseñas de Íñigo Ongay («Darwinismos desde las antípodas», El Catoblepas, nº 1, y «La ética de los chimpancés», El Catoblepas, nº 2) y de José Manuel Rodríguez Pardo («El alma y los brutos en Gómez Pereira», El Catoblepas, nº 2), los artículos de Alfonso Tresguerres («De coaliciones, políticas y chimpancés», El Catoblepas, nº 1) y Eduardo García Morán («La evolución humana en cuatro cladogramas», El Catoblepas, nº 3) forman ya un cuerpo temático de cierta solidez en la revista de manera que, por la continuidad además con que se manifiestan las cuestiones biológicas y etológicas, merecería creemos darle el fiat de un apartado, aunque fuese por la vía de la generatio aequivoca o espontánea. Porque precisamente esto es lo que llama la atención: cómo, enseguida, aparecen estas cuestiones entreveradas, de manera más o menos clara y distinta o más o menos oscura y confusa, con las cuestiones políticas, éticas y morales. Pero lo que más llamaría la atención es que esto no fuese así, porque, al cabo, cuando hablamos de política hablamos de «animales que viven en ciudades», por decirlo con Aristóteles, por mucho que muchos de los resultados de la actividad de estos organismos (instituciones, magistraturas, la propia tectónica de la ciudad, &c...) no sean ni orgánicos ni organismos.

Stephen Jay Gould Por otra parte queremos hacer mención del reciente fallecimiento, el 20 de mayo pasado, del gran paleontólogo Stephen Jay Gould, cuya influencia en los países de habla española, gracias a las traducciones casi simultáneas llevadas a cabo sobre todo por Antonio Resines para la editorial Hermann Blume y últimamente por Joan Domenèc Ros para la editorial Crítica, hace que se hable aquí en España del Darwin de la Paleontología{1}. Pero lo más influyente de Gould, más que sus desarrollos en el campo paleontológico, son esas Reflexiones acerca de la Historia Natural reunidas en los diversos volúmenes (Desde Darwin, El pulgar del Panda, Dientes de gallina y dedos de caballo...) la mayoría de las cuales son resultado de sus contribuciones para la revista norteamericana Natural History Magazine y que son mucho más que obras de «divulgación», si es que este género significa algo. Porque, aparte de la prodigiosa erudición y de un estilo literario muy brillante, la competencia gnoseológica que demuestra en sus reflexiones es todo menos ingenua, como suele ser el caso de muchos científicos en cuanto salen de la inmanencia de su campo, y además puede ser envidiada por muchos que se dicen «filósofos». Una figura similar aquí en España está empezando a ser Juan Luis Arsuaga.

Son sus libros, pues, un terreno abonado para que El Catoblepas fije su mirada y se nutra con páginas dedicadas a la materia a la que Gould se dedicó desde su silla en Harvard, silla, por cierto, sobre la que literalmente también se sentó nada menos que Agassiz.

Y es que además Jay Gould ha sido una de los primeros autores que ha detectado ciertas «debilidades» en la Teoría sintética de la evolución, cuya supuesta crisis es precisamente lo que queremos aquí traer a colación.

2. Desde la misma formulación de la teoría de la selección natural en El Origen de las Especies, si bien ofrece una «gramática», por utilizar la expresión de Dobzhansky, para las disciplinas biológicas, el desarrollo de esta teoría y su recurrencia (incorporando nuevos materiales propiciados por ella), lejos de ser resolutivo, ha estado marcado y sigue estándolo por situaciones problemáticas, no tanto contextuales a este desarrollo (que naturalmente existieron, y con una resonancia y escándalo en ámbitos no académicos que podríamos calificar de «sin precedentes») como internas, tanto metodológica como doctrinal o básicamente, es decir, situaciones problemáticas que comprometían la práctica totalidad de los conceptos determinantes del cuerpo doctrinal de la biología darwinista. Es lo que Bowler ha llamado «el eclipse del darwinismo» a través del cual existían desde finales del s. XIX, no ya solo alternativas evolucionistas al darwinismo, al margen de las no evolucionistas, sino incluso dentro del darwinismo, o reconociéndose como tales, existían posiciones contrapuestas a la teoría de la selección natural. Una criba y a la postre trituración de algunas de estas alternativas, las que se han dado en llamar a partir de Packard neo-lamarckistas{2}, tuvo lugar a partir de la obra de Waismann Teoría de la descendencia, al suponer una suerte de «solución de continuidad»{3} entre el plasma germinal (lo que Johannsen llamará genotipo) y el soma (lo que Johannsen llamará fenotipo) y que es el fundamento de la posterior confluencia entre la teoría de selección natural y la genética mendeliana{4}. Sin embargo, conviene recordar que la oposición por parte de muchos especialistas a lo que se llamó neodarwinismo (Waismann) fue acerada en torno a 1900, no solo por parte de neolamarckistas, sino por parte de mendelianos... Sólo a partir de los años 30 del siglo XX, con dicha confluencia, que forma la llamada Teoría sintética (o biológica o moderna) de la evolución (Dobzhansky, Mayr, Simpson), las alternativas evolucionistas al darwinismo, por lo menos en ámbitos académicos, se silencian –excluyendo excepciones más o menos extravagantes (Lysenko, Kammerer)–.

Con todo, sin embargo, a partir de los años 70 del siglo XX se empieza a hablar de «crisis» de la teoría sintética, y comienzan a abrirse paso alternativas (S. J. Gould, Eldredge) que más o menos vienen a caracterizar a la teoría sintética como dogmática en el sentido en que se sostienen tesis que tienen una justificación puramente gremialista o bien que se defienden posturas temáticas internas a la categoría biológica por motivos políticos o incluso teológicos, pero que carecen de fundamento semántico en muchos de sus tramos. En este sentido tuvieron cierta resonancia las polémicas de Gould y Lewontin al denunciar los reduccionismos en los que cae constantemente el entomólogo Wilson en el contexto de la Sociobiología.

Otras alternativas entienden que la teoría sintética supone una desviación de la alternativa verdadera sustentada por Baldwin, y que quedó eclipsada por el triunfo «sociológico» podríamos decir, de la teoría sintética, pero que la alternativa verdadera se mantuvo defendida (Waddington, con reservas; Piaget, más claramente) en ámbitos más o menos marginales a la biología «oficial»{5}. Por lo demás, y esto es lo más sorprendente, vuelven a mantenerse sin ningún rubor alternativas neolamarckistas (Ho y Saunders, M. Sandín en España{6}), autoconcibiéndose además en algunos casos como «nuevo paradigma» biológico. Podríamos, quizás, hablar de un nuevo «eclipse» del darwinismo –por lo menos del darwinismo que J. Huxley llamó «sintético»–.

Sin embargo la metáfora del eclipse implicaría, en la medida en que supone que el darwinismo sigue brillando, que la polémica entre estas alternativas es momentánea y aparente, puramente superestructural, podríamos decir. Por lo tanto el que entiende esta crisis o supuesta crisis como un eclipse está suponiendo ya que tales asuntos no afectan a la capa básica del cuerpo doctrinal de la biología, o por lo menos no le afecta en sus cimientos: sencillamente la teoría sintética sigue arrojando luz sobre el campo de la materia orgánica como el sol arroja luz sobre la superficie de la tierra, y es que las dificultades y los problemas para la teoría no tienen porqué suponer inconsistencia en la teoría, como las sombras producidas por un eclipse no implican la ausencia del sol. Para el que entiende esta supuesta crisis, pues, como un eclipse diría, al modo de Kant refiriéndose al «sistema del mundo» newtoniano y sus dificultades para explicar la «acción a distancia», que «las dificultades en el sistema no son dudas sobre el sistema».

¿Es pues esta supuesta crisis un eclipse o, más bien, es que no hay sol?, es decir, desde la panorámica que hemos expuesto, sociológica si se quiere y por lo demás incompleta y esquemática, aunque creemos que suficiente para mostrar «el estado de la cuestión», la cuestión está en considerar si la situación es suficientemente crítica como para hablar de una rectificación del darwinismo, o más bien si la situación, con independencia de las representaciones gnoseológicas o epistemológicas del asunto elaboradas por los propios biólogos involucrados, es parte formal del desarrollo interno que posibilita el propio darwinismo. Puede ser incluso que esta disyuntiva sea una apariencia, y que la situación no sea tan «dramática» para la categoría biológica como se pinta. Desde luego, si atendemos a situaciones gnoseológicas semejantes relativas a otras ciencias, que por la propia inconmensurabilidad entre ellas habría que tomar con mucha precaución («el hombre sensato debe, ante todo, estar siempre en guardia respecto de las semejanzas», que decía Platón), las «crisis de fundamentos» en las matemáticas o las «broncas» en la física en el primer cuarto del siglo veinte fueron más bien signos de un formidable despliegue doctrinal de estas disciplinas, una profundización del propio cierre categorial, y no un «cambio de paradigma». En cuanto a la «crisis de la psicología», según el título de Bühler, ya la cosa cambia en cuanto a la profundización categorial en esta disciplina{7}, además de que su vinculación con la Biología la sitúan en el mismo género de problemas que aquí queremos presentar.

En todo caso esta cuestión se dilucidaría en el análisis gnoseológico especial de la disciplina evolucionista atendiendo al proceso de conformación de la disciplina biológica desarrollado básicamente en El Origen de las Especies, con la formación de la teoría de la selección natural, y el subsiguiente desarrollo de la teoría sintética de la evolución, mediante la cual cristaliza el «revolución darwinista». En este sentido un análisis gnoseológico del darwinismo desde la perspectiva de la Teoría del Cierre Categorial (TCC) ha sido elaborado por David Alvargonzález, El darvinismo visto desde el materialismo filosófico{8}. Un análisis que si bien explota con todo rigor los conceptos de los que dispone la TCC, sin embargo no se hace cargo de este «estado crítico» en el que supuestamente se encuentra la biología evolucionista en la actualidad, o por lo menos no le da la importancia que para muchos biólogos y no biólogos merece.

Ahora bien, si la actual situación es la de, dicho con Eldredge, una «síntesis inacabada», ¿qué se quiere decir cuando se habla de evolución, de darwinismo, de biología, en fin?, y entonces ¿cuál es el alcance de la «revolución darwinista»?

3. Sin embargo, en realidad, cuando se habla de «crisis de la biología» parece que la situación no es tan «alarmante» porque en ella no se ven involucradas todas las subdisciplinas biológicas, sino que los problemas «críticos», que no «dificultades», por seguir con la expresión de Kant, suelen situarse en torno a las relaciones entre conducta y evolución. Y es que, en casi siglo y medio de desarrollo de las ciencias biológicas tras la «revolución darwinista», el engranaje entre ambos conceptos sigue efectivamente manteniendo la estructura de un problema. El llamado, por Piaget y otros, problema psicobiológico, no sólo continúa generando las mayores controversias en este campo categoríal –además de sus fuertes repercusiones en otras categorías, sobre todo las políticas–, sino que desde el siglo XIX prácticamente se mueve en los mismos términos –sin menoscabo de grandes desarrollos adyacentes a la problemática–, presentándose alternativas de solución que no suelen ser más, ni menos, que reflejos de alternativas ya dadas.

Ahora bien, hay que precisar, insistimos, que conducta y evolución son dos conceptos que no tienen el mismo rango, y por ello no todo el cuerpo categorial que forman las ciencias biológicas se ve involucrado en el problema, sino solo aquellas partes suyas que caen dentro del área de influencia del concepto de conducta, es decir, la problemática tiene lugar en aquellas disciplinas composibles con la Etología y/o Psicología animal. Precisamente el foco de estas dos subdisciplinas se concentra temáticamente en la conducta, de manera que el modo gnoseológico más efectivo, a nuestro juicio, de medir el área de influencia del problema es analizar las relaciones entre Etología (y Psicología animal) y el resto de subdisciplinas biológicas (Paleontología, Embriología, Citología, Sistemática, Botánica) así como técnicas o tecnologías a ellas ligadas (Zootecnia...): en donde converjan sus campos, ahí hay un problema, ahí aparece el problema.

Pues bien, ello ocurre en las subdisciplinas zoológicas: en ellas aparece la conducta envolviendo a las morfologías orgánicas cuando estas están vivas, «libres y desembarazadas» que decía Pavlov –en el caso de las formas muertas también aparece pero por la vía de su reconstrucción por parte del biólogo–, es decir, algún tipo de movimiento, coordinado y orientado conforme al medio apotético envolvente, acompaña siempre a la morfología de los organismos zoológicos (descrito por los naturalistas como conducta, costumbre, modo de vida, instinto, inteligencia, industria...), siendo a través de esta actividad inteligente y motivada –tanto a través de las modificaciones individuales que afectan al propio organismo con su comportamiento, como a través de las propias transformaciones que con el comportamiento se introducen en el medio– como tiene lugar, o no, la adaptación del organismo al medio. Es decir, la eficacia adaptativa del organismo tiene lugar a través de la coordinación de su propia morfología individual regulada según su orientación en el medio apotético (dicho de otro modo, movimientos voluntarios regulados inteligentemente), y, sin embargo, la eficacia adaptativa, el ajuste efectivo del organismo al medio, depende de condiciones ambientales que están «por encima de la voluntad y de la inteligencia». En la medida en que el organismo zoológico, comportándose según determinados fines individuales (fines prolépticos), pone en funcionamiento determinados procesos objetivos que le permiten o no sobrevivir tiene eficacia o no, pero, sin embargo, dichos procesos siempre son opacos a la propia inteligencia del organismo. Es decir los ajustes entre organismo y medio físico se producen o no con independencia de las representaciones que se haga el propio organismo del medio apotético envolvente, y sin embargo, el propio ajuste al medio físico tiene lugar, o no, siempre a través del comportamiento desplegado en el medio apotético. Por decirlo de un modo rotundo y un tanto metafísicamente, la vida del organismo siempre depende de unas condiciones físicas (esenciales) que nunca puede conocer, de ahí la incertidumbre, el peligro, el riesgo y, si se quiere, la crueldad de la «naturaleza», porque, a lo sumo, y en algunos casos, los organismos solo se ven «compensados» conociendo determinados aspectos fenoménicos de estas condiciones esenciales.

El caso es que a este tipo de movimientos desenvueltos por el organismo en el medio es a lo que se refería Lamarck cuando hablaba, de un modo confusivo, de los «caracteres adquiridos» por el organismo con el «uso y desuso de los órganos» y su influencia en la evolución al ser transmitidos por vía hereditaria.

Y efectivamente es innegable la positividad de esta actividad coordinada inteligentemente, equivalente a la positividad de la propia morfología, pero la cuestión es que cuando se trata de tematizar, por parte de los biólogos, estos movimientos orientados apotéticamente, por lo borroso de su textura –son movimientos ligados a la morfología en cuanto que son movimientos de la propia morfología, pero no son la morfología misma–, se tiende a neutralizar la dificultad que esta temática introduce regresando a estructuras más firmes, pero siempre a costa de disolver el problema más que resolverlo, pues en el progreso explicativo acerca del significado evolutivo de la conducta, o bien esta aparece reducida a dichas estructuras, alineada con las morfologías (mecanicismo), o bien aparece hipostasiada metafísicamente (vitalismo).

En torno a este asunto gravitan un montón de conceptos que no terminan de cuajar semánticamente y, además, andan rondando, por decirlo de alguna manera, siempre el neolamarckismo (el instinto y toda su complejidad temática, los mecanismos desencadenantes innatos, la impronta...).

Desde un enfoque epistemológico de las ciencias, no gnoseológico, ha llegado a decir Piaget que «Por modesto que sea este problemita es el único en que tiene que ocuparse la epistemología de las ciencias, y en rigor del porvenir de la biología depende su solución»{9} y lo dice porque entiende las ciencias como «conocimientos científicos», y como tales conocimientos, las ciencias dirá Piaget son un mecanismo muy desarrollado de ajuste entre el organismo, antropológico en este caso, y el medio. Sin embargo, desde un enfoque gnoseológico de las ciencias el planteamiento es otro, dado que desde este enfoque las ciencias no son consideradas como «conocimientos científicos»{10} y, por tanto, mucho menos se podrán las ciencias incorporar al acervo genético antropológico, tal como quiere Piaget. De modo que el «problemita» no resulta de tanta gravedad como problema gnoseológico general como dice Piaget, pero sin embargo es verdad que desborda la inmanencia del campo zoológico, pues el «problemita» en cuestión obliga a regresar hacia ideas (Voluntad, Conocimiento, Mente, Fin...) dependiendo de cuya combinación se orienta progresivamente la solución en un sentido o en otros, dependiendo, insistimos, de la propia composición o symploké de ideas involucradas en el problemita.

4. «Aquí hay un problema», que decía Tomás de Aquino cuando olfateaba una quaestio. Nosotros ni siquiera diremos tanto, sencillamente socráticamente proponemos a El Catoblepas si reconoce aquí un problema y merece la pena abordarlo en sus páginas abriendo una nueva sección: ¿hay aquí un problema?

Notas

{1} v. Felipe Cuna en el diario El Mundo (21 de Mayo de 2002), Obituario: El Darwin de la Paleontología: «Gould fue, quizás, el biólogo más influyente y mejor conocido desde Darwin», probablemente en referencia a España no le falte razón (v. en este sentido el Prólogo de Pere Alberch en S. J. Gould, La vida maravillosa, Edición del Círculo de Lectores, 1996).

{2} Lamarck, en su Filosofía zoológica (1809, nos remitimos a la estupenda edición en español de la editorial Alta Fulla), propone como primera ley de la transformación de las especies la ley de la complejidad progresiva como constitutiva de la naturaleza orgánica que supone la idea de Scala evolutiva y la posibilidad de generación espontánea actualista, a la que añade como segunda ley, y subordinada a la primera, la ley de los caracteres adquiridos por el uso y el desuso de los órganos en la adaptación. La inviabilidad de la primera ley va a ser establecida por la teoría de la selección natural mediante el concepto de variación al azar; Pasteur lleva a cabo la demostración de la imposibilidad de la generación espontánea, ya sea actualista o no, según los experimentos que da a conocer en las conferencias de 1861 y 1864 (Sobre los corpúsculos organizados que existen en la atmósfera y La generación espontánea, respectivamente). La segunda ley, sin embargo, no va a ser refutada por la teoría de la selección natural hasta la publicación de la Teoría de la descendencia de Waismann y, con todo, la postura neolamarckista, es decir, Lamarck sin la primera ley, va a tener sus seguidores entre los especialistas después de Waismann

{3} v. Gustavo Bueno, Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Naturae, Conferencia Internacional sobre Evolucionismo y Racionalismo, celebrada en Zaragoza del 8 a 10 de Septiembre de 1997.

{4} La teoría sintética de la evolución es hija del weismannismo, ha dicho Maynard-Smith.

{5} En este sentido están orientados los interesantes trabajos de T. R. Fernández, «Conducta y Evolución: Historia y marco de un problema», Anuario de Psicología, nº 39, 1988 (2) y T. R. Fernández y M. López Ramírez, «Adaptación, cognición y límites biológicos del aprendizaje».

{6} «La teoría de la evolución parece encontrarse en un callejón sin salida», dice Máximo Sandín en su libro Lamarck y los mensajeros (Ediciones Istmo, 1995) en un capítulo que lleva el siguiente significativo título: El ocaso de la Teoría sintética (págs. 39-53 del libro citado).

{7} En este sentido es central el trabajo de J. B. Fuentes Ortega que sirve de prólogo a la obra del discípulo de Bühler, E. Brunswik, El marco conceptual de la psicología (Ed. Debate, 1989). Allí Fuentes Ortega analiza los límites internos en la profundización categorial de la Psicología exponiendo un concepto de conducta, derivado del concepto de relación apotética que Gustavo Bueno ha propuesto para referirse a las relaciones entre organismo u medio percibido, que nosotros aquí asumiremos.

{8} El Basilisco, nº 20, 1996, págs. 3-46.

{9} Piaget, Epistemología de la Biología, pág. 119 en Piaget et al., Tratado de Lógica y conocimiento científico, Vol. V.

{10} v. Gustavo Bueno, Teoría del Cierre Categorial, Tomo 3, Parte II, Cap. 2.

 

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