Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 9 • noviembre 2002 • página 14
Para conocer la «realidad» dependemos de las impresiones que nos transmiten los sentidos. Estas son organizadas por una red de estructuradores de carácter lingüístico, adecuada para un mundo estático o de cambios lentos. Cuando los cambios se aceleran, no basta con opciones alternativas dentro del correspondiente paradigma (integrante de la red): hay que cambiar de paradigma. Se dan ejemplos de la destrucción de la relación referencial cuando en lugar de cambiar de paradigma se degrada el lenguaje
«Las falsedades que creen los hombres son más significativas desde el punto de vista cultural que los hechos que desconoce. (...) Para él [Confucio] la lealtad era la virtud clave; lealtad a Dios, al Estado, a la propia familia y a los verdaderos significados de las palabras que uno utiliza.»
Felipe Fernández-Armesto, Civilizaciones (Taurus 2002)
Un día de verano de 1415, el emperador de la China, acompañado por numeroso séquito, salió a recibir a un extraordinario visitante: una jirafa traída de Somalía.{1} ¿Por qué tanto honor?
En China hay una leyenda acerca de la existencia de una especie de unicornio, al que llaman «k'i-lin». Cuando los marinos chinos conocieron en Somalía un animal tan extraño como la jirafa y comprobaron que los nativos la llamaban «girin» (que a ellos les sonaba como «k'i-lin») dieron por sentado que se trataba del famoso unicornio.{2}
El artista Shen Zou escribió al emperador: «Yo, vuestro servidor, he oído decir que cuando un sabio posee la virtud de la mayor benevolencia, ocurre que ilumina los lugares más oscuros, y entonces aparece un k'i-lin. Esto muestra que la virtud de Vuestra Majestad iguala la del cielo.»
Adulación aparte, se daba por cierto que:
1. El mito del unicornio correspondía a su existencia real.
2. Si algo real tenía el mismo nombre, se trataba del mismo objeto al que el mito se refería.
3. «Probada» así la realidad del mito, la aparición del unicornio «demostraba» a inmensa grandeza del emperador.
Tal vez estas ingenuas creencias nos inspiren alguna sonrisa. Pero el objeto de estas líneas es mostrar que, en mi opinión, también nuestra época está recorrida por manadas de galopantes unicornios.
Las palabras y sus significados
Gerald de Gales narró en 1184 una comida de los clérigos de la catedral, un día de ayuno. El plato principal era barnacla (un pato marino de Hibernia), pero se convencían a si mismos de que comían una especie de pescado{3}. Más adelante (pág. 296) el mismo autor dice que «Sobre una fachada repleta de armamentos renacentistas, conquistadores con casco y armadura dominan a los salvajes vencidos, y la inscripción, sin ironía consciente, proclama el poder conquistador del amor»:
Se podría pensar que hoy no somos tan ingenuos como los antiguos y exigimos correspondencia entre las palabras y sus referentes. El toreo es una antigua tradición española. Quienes ahora lo critican, consideran que es una terrible crueldad consistente en provocar a un animal pacífico, torturarlo lentamente, y finalmente matarlo. Pero los aficionados a las corridas y a las peñas taurinas, se proclaman «amigos» del toro. De la misma manera, un pedófilo es, literalmente, «amigo» del niño, aunque con tales amigos, más valdría a toros y niños tener sólo enemigos.
Freud dijo que las palabras formaron antiguamente parte de la magia, y que aún conservan parte de su antiguo poder. Algunos ejemplos le dan la razón: «Por disociación{4} la propaganda tiende a hacer una segmentación semántica, al resaltar un número discreto –y, por ende, utilizando criterios implícitos de selección– de las infinitas notas o propiedades de un producto. Desde siempre nos hemos tapado con frazadas para protegernos del frío. Pero a alguien se le ocurrió llamar «Termofrazada» a sus frazadas y parece que al darle este nombre, la propiedad de abrigar se convierte en algo muy especial, específico de esa frazada. De la misma manera que en muchos alimentos se destaca su contenido en vitaminas (que, si no le fueron agregadas, son las que siempre tuvo), su suavidad, liviandad, frescor, &c.» Palabras similares a las de Freud escribió Ortega (en Origen y epílogo de la filosofía) y con carcajada pantagruélica lo ilustra (pág. 188) Gombrowicz en su siempre sorprendente «Ferdydurke» (capítulo «Filifor forrado de niño»). Y tal vez el ejemplo supremo (pág. 189) nos lo brinda un famoso párrafo de Odón de Cluny:
«La belleza del cuerpo está solo en la piel. Pues si los hombres viesen lo que hay debajo de la piel, así como se dice que el lince de Beocia puede ver el interior, sentirían asco a la vista de las mujeres. Su lindeza consiste en mucosidad y sangre, en humedad y bilis. El que considere todo lo que está oculto en las fosas nasales y en la garganta y en el vientre, encuentra por todas partes inmundicias. Y si no podemos tocar con las puntas de los dedos una mucosidad o un excremento, ¿cómo podemos sentir deseo de abrazar el odre mismo de los excrementos?»
«Estas palabras de Odón de Cluny 'convierten' a la mujer en 'odre de excrementos', en algo repugnante. Seguramente tuvo éxito en transmitir ese punto de vista a muchas personas.»
Y dice también Fernández-Armesto (pág. 565) que jóvenes poetas ingleses murieron (1936-39) en la guerra civil española «porque la simplificaban en exceso tomándola como el teatro de la lucha entre derecha e izquierda». Ambos bandos eran heterogéneos. Pero, además, izquierda y derecha figuran entre los principales unicornios políticos: luego volveremos sobre ellas.
Víctor Klemperer{5} dice que «El nazismo se introducía más bien en la carne y en la sangre de las masas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas que imponían repitiéndolas millones de veces, y que eran adoptadas de forma mecánica e inconsciente». Y nos recuerda (pág. 176) que «Tercer Reich» evoca a los entusiastas reformadores de la humanidad, que desde la Edad Media querían purificar la Iglesia y a religión y soñaban con un Tercer Imperio posterior al paganismo y al cristianismo corrupto. Y «el nazismo fue acogido como el Evangelio por millones de personas, puesto que utilizaba el lenguaje del Evangelio».
Ortega escribió{6}: «Bueno fuera que estuviésemos forzados a aceptar como auténtico ser de una persona lo que ella pretendía mostrarnos como tal. Si alguien se obstina en afirmar que cree dos más dos igual a cinco y no hay motivo para suponerlo demente, debemos asegurar que no lo cree, por mucho que grite y aunque se deje matar por sostenerlo.»
Que dos mas dos no es cinco no corresponde a una realidad empírica sino que es una tautología que surge del concepto de número, y es demostrable dentro de cierto contexto o paradigma. Pero no todo enunciado es demostrable (o refutable), ni importa mucho si quien lo dice lo cree «realmente»: el mayor interés está generalmente en la veracidad o falsedad del enunciado mismo. La existencia de Dios no se puede demostrar ni refutar. En la Edad Media muchas personas creían que la Tierra es plana; pero aunque lo creyeran sinceramente y sin estar locos, ese enunciado es falso. En los complejos fenómenos sociales y políticos, las creencias son indemostrables y los acontecimientos mismos son interpretados de diferentes maneras. «Mientras que Darwin miraba al hombre y veía a un simio evolucionado –dice Fernández-Armesto (pág. 525)–, los naturalistas medievales miraban a los simios y veían al hombre degenerado.»
Aunque los lenguajes naturales son intrínsecamente ambiguos, los empleamos y nos entendemos relativamente bien. No se puede definir cada palabra, porque como la definición es también un conjunto de palabras, nos llevaría a una regresión infinita. La comprensión se apoya en el contexto y en las creencias compartidas. Pero a veces, especialmente al acelerarse los cambios de la realidad (social o física), la relación referencial se altera o desaparece: muchas palabras cambian de significado o lo pierden del todo. Por eso es que tantas palabras empleadas con demasiada frecuencia (como democracia, fascismo, comunismo, derecha, izquierda, terrorismo, &c.) sobre las que se han escrito muchísimos libros y sostenido numerosos debates, no se ha logrado definirlas satisfactoriamente.
Antes de discutir ejemplos concretos de esta dificultad, comentaremos algunas afirmaciones de Eduardo Galeano.
«La escuela del mundo al revés»
Galeano{7} señala también ciertos usos inadecuados de las palabras. Pero sus comentarios son diversos. En algunos casos, ante las alternativas posibles, no se elige la mejor. Pero en casi todos da a entender que responden a intenciones malévolas y trata de crear o azuzar hostilidad hacia lo existente (podría ser «gobiernos», «sistemas», grupos sociales, &c.) y no percibe el carácter de creencias (no demostrables) de sus propias afirmaciones. Por ejemplo:
«El capitalismo luce el nombre artístico de economía de mercado»: Tal vez «capitalismo» sea más artístico, pero Marx nunca lo usó. Es difícil decir cuando comenzó el capitalismo, porque el dinero se viene usando por varios milenios y lo mismo sucede con el comercio. El Imperio Romano tenía activo comercio internacional y división del trabajo. Además de la energía animal, en la Edad Media se comenzó a usar ampliamente la energía del viento y la hidráulica. En cambio, «economía de mercado» destaca el hecho de que la producción de bienes y servicios no se destina a la satisfacción de necesidades propias ni al pago de tributos al señor, como sucedía en el medioevo, sino al intercambio anónimo, articulado por eso que se llama «mercado»:
«El imperialismo se llama globalización». El uso de la fuerza para extender el dominio caracterizó a los Estados imperialistas. Roma clásica desarrolló un imperialismo constructivo, porque incluso benefició a los pueblos que sometía sin esclavizarlos (por la intensificación del comercio, la división del trabajo, la concesión de la ciudadanía romana, la difusión de la lengua y las técnicas productivas y comerciales). En cambio Alemania nazi fue un imperialismo absolutamente destructivo (y esta fue una de las razones de su fracaso). El uso del término «imperialismo» en el campo económico, lo inició J.A. Hobson y lo desarrolló Lenin. Para este último, su esencia era la exportación de capitales a países subdesarrollados para superexplotarlos y así obtener superbeneficios que permitían sobornar a la aristocracia obrera de las metrópolis. Pero las estadísticas demuestran que los países industrializados prefieren exportar capitales entre ellos, pues en el tercer mundo el riesgo es mucho mayor. Y todos los países desean recibir capitales como agua de mayo. Muchos países del tercer mundo han hecho progresos espectaculares (por lo que este ya no es un concepto homogéneo). No logran despegar los que están aislados del mercado mundial. Además, la aristocracia obrera se a extendido a casi todos los trabajadores del mundo industrializado (vivienda, coche, sanidad, vacaciones pagas, &c.). La globalización es un proceso espontáneo que nadie planifica ni dirige, y que como todo lo nuevo, además de enormes ventajas, produce algunos inconvenientes que hay que solucionar. Hoy ya casi nadie enarbola la imposible y reaccionaria consigna de «luchar contra la globalización». Lo que se trata es de solucionar los inconvenientes que acarrea (así como se trata de evitar accidentes y no de suprimir los automóviles) y lograr que sus ventajas lleguen a todos.
«El oportunismo se llama pragmatismo». Lula llega a la presidencia de Brasil con mayoría absoluta. Eso se debe, en su cuarto intento, a que utilizó un lenguaje moderado, y emitió otras señales, como tener un vicepresidente empresario y conservador. ¿Es esto «oportunismo»? En Democracia, para ser elegido, hay que hacer, en líneas generales, lo que el electorado quiere. Y eso, en Brasil, está muy claro. Brasil mejoró significativamente con el gobierno de Cardoso. Queda mucho por hacer, sobre todo en el campo social. Eso se logrará gradualmente, no con saltos en el vacío sugeridos por las creencias de iluminados (y que la historia muestra que siempre han tenido resultados desastrosos). Si tener en cuenta los condicionamientos que la realidad impone se llama «oportunismo», ojalá que Lula sea oportunista.
Terrorismo
«Siria pide en la ONU que se defina el concepto de terrorismo»{8} «Damasco se ha mostrado a favor de una coalición internacional contra el terrorismo siempre y cuando se defina el concepto y no se incluya el caso palestino (...) Necesitamos una definición del terrorismo. Es muy difícil luchar contra algo que no podemos concretar, por lo que es aún más necesaria una respuesta internacional que pase por la ONU», dice Wehbe (representante sirio ante la ONU). Los sirios quieren diferenciar el concepto de «terrorismo» del de lucha contra la ocupación, «refiriéndola especialmente a los palestinos».
Realmente es muy difícil definir «terrorismo». ¿Se incluye o no al «terrorismo de Estado»? La definición ¿debe centrarse en la violencia de las acciones, o en sus objetivos? Si colocar bombas o matar personas es terrorismo, toda guerra lo es. ¿Se las exceptúa por estar dirigidas por Estados? En ese caso, no habría terrorismo de Estado. ¿Consiste el terrorismo en ejercer coacciones o violencia sobre personas indefensas, para lograr (o con el pretexto de lograr) fines indirectos? Si es así, el bombardeo inglés a Dresde en 1944 y las bombas atómicas arrojadas sobre Japón, serían terrorismo (de Estado) ya que no respondían a ninguna necesidad militar. Y tal vez sucedería lo mismo con muchas acciones de la resistencia a los ocupantes nazis.
¿Era «unabomber» un terrorista? Colocaba bombas sin ningún objetivo, salvo demostrar que ante él la policía resultaba impotente.
Ortega dijo (pág. 116): «La civilización no es otra cosa que el ensayo de reducir la fuerza a última ratio. Ahora empezamos a ver esto con sobrada claridad, porque la 'acción directa' consiste en invertir el orden y proclamar la violencia como prima ratio; en rigor, como única razón.» Si seguimos el pensamiento de Ortega, sólo podría aceptarse el uso de la violencia contra el Poder, en el caso de que los ciudadanos no tengan ninguna posibilidad de expresión política (por ejemplo, en los países ocupados por Alemania nazi). Pero son casos muy poco frecuentes y la imposibilidad política debe constatarse rigurosamente. El Estado, en cambio, tiene el monopolio de la violencia legal (regulada por la ley), de modo que en ninguna circunstancia debe aplicar violencia injustificada. Pasemos a otra palabra difícil.
Fascismo
«Medio millón de jóvenes antifascistas sembraron el caos en Barcelona...{9} (el 12 de octubre de 1999) quemaron más de un centenar de contenedores de basura y causaron grandísimos destrozos en todas y cada una de las sucursales bancarias (...) arrasaron impunemente todas las cristaleras de una veintena de entidades financieras (...) y llegaron a arrancar ordenadores y material de oficina que destrozaban después en las aceras.»
Félix de Azúa dijo en su columna{10}: «En los tres casos citados (hay muchos más), los atacantes van encapuchados, arrojan piedras, basura, explosivos, cócteles molotov y toda suerte de objetos contra unos policías al tiempo que llaman 'fascistas' y 'asesinos' a los agredidos. (...) Hay un claro desconcierto semántico en las fuentes de información, las cuales no saben como definir a un agresor que grita haber sido agredido por su víctima. La inversión de imagen, genialmente trabajada en tierra vasca va extendiéndose por todo el país.» (Aquí cabe preguntar por qué llaman algunos a ETA «abertzales de izquierda». Qué diferencia habrá en catalogarlos de derecha, o, simplemente nazis? Dejemos esto pendiente hasta la siguiente tentativa de definición.)
«¿Quiénes son los dueños de esa energía explosiva, sin más finalidad que su puro desahogo?»{11} La guinda la coloca la Asociación Catalana de Juristas Demócratas{12} que expresó «sorpresa e inquietud ante la radicalidad con que se trata a determinados grupos y la tolerancia, rayana en la confabulación con los skin heads, fascistas y grupos similares». ¡El texto hace referencia a los grupos de jóvenes autodenominados antifascistas detenidos tras los disturbios del 12 de Octubre de 1999!
La palabra «fascista» de utiliza como un insulto, vacío de todo contenido. Pero sorprende que confundan también a los juristas, cuyo oficio exige usar palabras precisas en relación con los hechos. ¿En qué se diferencia el comportamiento de esos antifascistas del de los fascistas?
Fernández-Armesto (pág. 564) dice: «Se ha debatido apasionadamente para decidir si el fascismo era una escisión del socialismo, una doctrina independiente o un nombre astuto para un oportunismo sin principios. Desde la perspectiva del futuro, aparecerán como borrosas las diferencias entre todas las formas de extremismo político violento. (...) Durante y después de su contención en los años cuarenta, la palabra «fascismo» fue un insulto que no tenía otro significado que el de la desaprobación e quien la pronunciaba (...). Comparte con la tendencia dominante del socialismo desde Louis Blanc, la doctrina de la omnipotencia del Estado. Su alabanza de la santidad de la violencia se parece al militarismo de dos tendencias en el desgarrado tejido de la extrema izquierda (...). En los años treinta, el programa económico del fascismo, resumido por Hitler con el lema Arbeit und Brot ('Pan y Trabajo'), comprendía una reinflación planificada y la distribución de la riqueza por medio de obras públicas, lo cual era o llegó a ser la ortodoxia de la socialdemocracia.»
Para Fernández-Armesto, fascismo y nazismo son lo mismo. Pero todo depende de los criterios de definición. Si consideramos que el racismo es esencial al nazismo, no son lo mismo. Por otra parte, el comunismo tenía un nivel de violencia comparable al nazismo. No era (declaradamente) antisemita, pero perseguía a los «burgueses», no por sus actos, sino por la sola pertenencia a un grupo social (lo cual es un equivalente del racismo). Pero ni Fernández-Armesto ni los estudios clásicos sobre el fascismo (v.gr. El Fascismo, de Renzo de Felice, Historia del Fascismo, de Stanley G. Payne, El nacimiento de la ideología fascista, de Zeev Sternhell) listan los rasgos característicos que definirán un movimiento o un Estado como fascista, aunque es evidente que Mussolini, Hitler y Stalin, tuvieron muchas semejanzas y algunas diferencias.
Nuestra próxima escala nos lleva a considerar la «izquierda».
¿Qué es «ser de izquierda?
«Nada de lo que hace la izquierda funciona.»
Sebastián Haffner, Historia de un alemán.
Según Haro Tecglen{13} «ser de izquierdas es tener un ideal de igualdad, de justicia, de libertad... todo aquello que enuncia la Revolución Francesa.» Entonces bastaría querer algo (más aún, decir que se lo quiere), sin exigencia alguna de resultados a al menos de seguir un camino adecuado. Stalin, por ejemplo, era de izquierda, porque decía querer construir una sociedad más justa. No sabemos (ni nos hemos preguntado) si 1) realmente quería lo que decía querer; 2) tal objetivo es o no realizable; 3) en caso de serlo, ¿lo es por la vía voluntarista, o, digamos, por el camino que realmente siguió Stalin?
Una asociación llamada «No nos resignamos»{14} publicó un artículo en el que decía que la izquierda iba a las elecciones «como cordero al matadero. Es decir, dispuestos a perder (...) con el PSOE todavía en el poder (...) daban por hecho el advenimiento de la derecha.» Si en 1995 y 1996 «la excusa para el derrotismo era el GAL y la corrupción, hoy lo son la buena situación económica y el euro, la tregua de ETA o la reciente bajada de las retenciones fiscales. O sea que, ahora como entonces, cualquier excusa es buena (...) la expectativa de lo peor contribuyendo poderosamente a que lo peor se produzca.»
Al parecer, lo peor que puede suceder es la derrota de la izquierda. Que un gobierno promueva terrorismo de Estado y corrupción, o que otro mejore la economía, no tiene ninguna importancia: sólo son «excusas». La izquierda, dicen, «solo parece animarse cuando se trata de debatir el reparto de cuotas a la hora de confeccionar las candidaturas electorales. Y agrega más adelante: «un proyecto político que tiene por objetivo ganar las elecciones generales.»
Los partidos políticos son equipos que compiten para acceder a puestos lucrativos, que dan prestigio y poder. Los ciudadanos darán su voto a quienes crean más eficaces y menos corruptos (o corruptos a favor de los intereses del votante). Membretes como «izquierda» o «derecha» solo pertenecen al marketing político{15} y nadie se molesta en atribuirles algún significado. Marta Harnecker{16} dijo en el nº 1038 que la izquierda «suele adoptar una práctica política muy poco diferenciada de la práctica habitual de los partidos tradicionales, sean de derecha o de centro.» Y en el nº 1040: «La otra dificultad es el hecho de que la derecha se haya apropiado inescrupulosamente del lenguaje de la izquierda...» Y luego en el nº 1041: «Pero existe el peligro de que una vez en el gobierno se limite a administrar la crisis y a hacer la misma política que los partidos de derecha.» En España «el propio Frutos –según Juan José Millás{17}– asegura que Aznar está ofreciendo a los electores el proyecto de la izquierda. 'Si los populares continúan así, van a cumplir nuestro programa antes de que lleguemos al gobierno', se queja el líder de IU.»
Un equipo gobernante puede ser mejor o peor, pero la realidad es una y le impone severas restricciones, independientemente de la pirotecnia verbal, pues, como dijo John Rawls{18} «los partidos no ganan las elecciones para llevar a cabo políticas: formulan políticas para ganar elecciones y las ideologías son instrumentos para obtener el poder.»
En un interesante artículo Ignacio Sotelo{19} recordaba discursos del jefe de la derecha española en 1935: «Las consideraciones críticas sobre el marxismo que aporta Calvo Sotelo, recopilando las opiniones de la derecha europea de entonces, parecen hoy obvias hasta para la izquierda más recalcitrante, a la vez que la propuesta que hace de un capitalismo controlado por el Estado supera por la izquierda ampliamente las posiciones actuales de socialistas y sindicalistas.»
Parecería que, ayer como hoy, la «derecha» está a la izquierda de la «izquierda». Pero, como ya dijimos, los membretes ideológicos no pasan de ser pirotecnia electoral: Verba, non res. Sebastián Haffner{20} recordó que en la República de Weimar: «En ocasiones se producía un cambio de gobierno, una veces gobernaban los partidos de derechas, otras los de izquierdas. No se notaba mucha diferencia.» Y Ortega sentenció (pág. 32): «Ser de izquierda es, como ser de derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbecil; ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral.»
El diputado por Valencia, Javier Paniagua, escribió{21}: «Aseguradas las prestaciones sociales de un Estado de Bienestar que llegó con retraso, ¿qué papel le quedaba al PSOE, cuando la mayor parte de la gente se considera de clase media y más en la Comunidad Valenciana?»
Naturalmente, no solo en Valencia desapareció la «clase obrera». El octavo conde de Cadogan demandó a la empresa constructora Dano{22} por pretender construir pisos de lujo en un solar que en 1929 su bisabuelo, el sexto conde de Cadogan, vendió con la condición de que solo pudiera edificarse en él viviendas para la clase obrera. Los dueños de Dano y del solar «dicen que el convenio firmado por el sexto conde de Cadogan ya no tiene valor porque la clase obrera ya no existe».
Lo dicho debería hacernos pensar que estamos utilizando términos como derecha, izquierda, clase obrera, y otros, como si estuviésemos en 1850; hoy no reflejan la realidad. Sin embargo las palabras tienen cierta autonomía, debido a que poseen otras funciones además de la referencial{23}. De las cuatro funciones que Popper atribuye al lenguaje se prescinde de la argumentativa (coincidiendo con la tendencia visible en TV, cine, prensa, publicidad, &c., de prescindir de lo que el hombre tiene de racional y apelar directa y casi exclusivamente a lo sensorial, a la imagen y al sonido), que es la de mayor nivel, específicamente humana, y sólo se mantienen las funciones expresiva y desencadenante, que son las que compartimos con los lenguajes de los demás animales. Un artículo de Savater{24} muestra claramente la regresión del uso del lenguaje a una función exclusivamente, la demarcatoria. Cuenta que de vez en cuando le telefonean para pedirle su opinión a favor o en contra de algo. «Lo único que le interesa es saber si tiene que apuntarme en la lista de los unos o de los otros, de los tirios o los troyanos, de los partidarios o de los adversarios. Las razones que a mi juicio fundamentan esa opción, les resultan completamente irrelevantes (...). Este menosprecio de la argumentación me resulta uno de los rasgos más angustiantes de nuestra cotidianidad. (...) El es como es y piensa lo que piensa: de hecho siempre ha pensado así (en España hay auténtica veneración por la gente que siempre ha pensado lo mismo, es decir, que siempre ha dicho lo mismo sin pensarlo nunca; las ideas políticas o sociales se adoptan como si fueran religiosas, son cuestión de fe que nunca se someten a ninguna verificación racional) (...) Si algo no pega, peor para la realidad. Lo único que cuenta para ellos es quien dice tal o cual cosa; si es de su convento lo apoyan, si viene de otra cofradía lo repudian y santas pascuas.»
La «política» es para muchas personas simplemente una etiqueta que distingue a «los nuestros» (los buenos, los correctos) de «los otros» (los malvados o equivocados, a quienes habría que aplastar). De esta manera, se desvanece la noción de verdad y solo permanece el objetivo de vencer.
Generalmente las palabras no dicen lo que dicen que dicen. Un lector{25} publicó una breve carta: «Pensando que con la sola fortuna de una de las personas más ricas del mundo se podría evitar la hambruna de la humanidad, deja tal cuestión en el campo del estupor, del dolor y la vileza. Para que hablar de Internet, del genoma humano y del avance de una parte de este alocado e insensibilizado mundo capitalista.»
La fortuna de Bill Gates no podría terminar con las hambrunas y la pobreza, pero un mérito de Amartya Sen fue mostrar que donde hay democracia no hay hambrunas.. La democracia implica igualdad política. La igualación económica, si fuera posible lograrla por decreto, empobrecería a todos. En cambio la tecnología, que promueven las personas más ricas del mundo -o los que tratan de ingresar en ese «club» gracias a su habilidad comercial, técnica o científica-, terminará pronto, si no lo impiden los bienintencionados, con a pobreza en todo el mundo. Ver, a propósito, un interesantísimo artículo de Jerome Rifkin{26}. No importa la falta de conocimientos del lector; lo que hace al publicar esta carta es mostrar que él es cuerdo y sensible, que está del lado de los buenos. Y de paso achaca los males, sin conexión lógica alguna, al «mundo capitalista» (como si, además, hubiera otro, y como si los pueblos que no han llegado al capitalismo no produjeran aún más dolor y mostraran más vileza, como por ejemplo las matanzas entre hutus y tutsis).
¿Verdad o mentira?
Hasta ahora nos hemos referido a quienes usan palabras inadecuadas y conceptos obsoletos, y lo hacen sinceramente, ya que mentir implica intención. Pero hay de todo en la viña del señor, por manida que la frase sea. Ortega dice (pág. 112): «Quien quiere tener ideas necesita antes disponerse a querer la verdad y aceptar las reglas del juego que ella imponga.» Y en nota en la página siguiente: «Si alguien en su discusión con nosotros se desinteresa de ajustarse a la verdad, si no tiene la voluntad de ser verídico, es intelectualmente un bárbaro.» Y en pág.114: «Bajo las especies del sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni tener razón, sino sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones».
Aprovechando el deseo que todos tenemos de figurar en el bando de los buenos, se suelen azuzar odios contra gobiernos o contra «el sistema». (El sistema es la democracia, por imperfecta que esta sea; de modo que el objetivo del odio es desprestigiar la democracia, de modo que se llegue a aceptar la imposición mediante la violencia de autoridades no elegidas). Para muchos es una satisfacción psicológica. Algunos cabalgan sobre el odio como ariete, con la esperanza de acceder al poder. Generalmente se hace una interpretación sui generis de «los hechos». Pero muchos no vacilan en ocultar la verdad (como relató Orwell de la guerra civil española) o en mentir lisa y llanamente. Es interesante el testimonio de Maria Antonieta Macciochi{27}. Cuenta que para el 1º de Mayo de 1964, se esperaban grandes manifestaciones contra Franco en Madrid. El periódico L'Unitá la envió a Madrid («La manifestación en la Casa de Campo marcaba el gran punto de inflexión de la rebelión»). Ella fue, pero como no vio nada, telefoneó al periódico, preguntando de qué podría escribir, ¿de accidentes de tráfico? Le preguntaron si no había gente en Casa de Campo. «Si –contestó– muchísima. Ni un solo cartel, ni gritos, ni discursos. La gente está tirada en el césped tomando sol y merendando.» «Muy bien, me respondieron en el periódico, todas esas personas eran manifestantes antifranquistas. Y entonces intervino el director. Dijo que era un éxito formidable de la lucha antifranquista. Me pidió que escribiera al menos cinco cuartillas sobre este Primero de Mayo en Madrid.»
Hasta una Premio Nóbel como Rigoberta Menchú, mintió en su autobiografía para embellecer su imagen{28}.
El famoso «caso Sokal» muestra que «la muy progre y sesuda revista norteamericana Social Text{29} publicó un artículo repleto de disparates simplemente porque «halagaba los supuestos ideológicos de la redacción» sin analizar para nada su contenido. El físico Alan Sokal lo escribió precisamente para poner en evidencia esta falta de ética, y luego publicó un libro{30} en el que muestra que varios famosos intelectuales escriben en serio tonterías similares a las que el escribió como travesura.
Si pretendemos que la realidad responde a categorías obsoletas, desaparece el criterio de verdad y la ética se vuelve puramente instrumental (su objetivo no es la verdad sino el poder). Por eso pudo decir Lenin{31}: «Nuestra moralidad está completamente subordinada a los intereses de la lucha de clases del proletariado (...) La moralidad es lo que sirve para destruir la vieja sociedad explotadora.»
Peter Watson dice{32}: «En 1954 Sartre visitó Rusia y declaró al regresar que «en la URSS existe una libertad total de crítica.» Sabía que no era así, pero estimaba más importante mantener la postura antiamericana que criticar a la Unión Soviética.»
La frontera entre el error y la mentira se vuelve borrosa cuando las creencias dogmáticas parecen justificar la relativización de la verdad frente a los intereses «superiores» (del Partido, del Pueblo, de la Revolución, &c.).
El pensamiento cero
Un recién nacido ve, pero solo manchas de luz y color carentes de significado. En poco tiempo llega a entender lo inmediato, tal como los animales. Luego va adquiriendo los conceptos de pasado y futuro e incorpora el lenguaje. Para que las impresiones sensoriales, que transmiten mensajes de la realidad, adquieran significado, deben ser estructuradas por redes conceptuales, que son fundamentalmente lingüísticas. De ahí la importancia de analizar significados, de no renunciar a la función argumentativa del lenguaje, de no quedarnos en el nivel puramente sensorial.
Se suele atribuir «pensamiento único» a quienes no acepan otras alternativas dentro del paradigma conceptual implícito. Pero el no ver la posibilidad –y la necesidad– de cambiar de paradigma, es mucho más grave y podría llamarse «pensamiento cero». Alternativas dentro del paradigma son, por ejemplo, las opciones entre izquierda o derecha. Pero en otros paradigmas, resulta que no son alternativas políticas, puesto que no son categorías políticas. Percibir los fenómenos políticos y sociales a través de un sistema conceptual que los estructura en categorías como «clase», «imperialismo», «neoliberalismo», «capitalismo», es también una posibilidad dentro del paradigma. Pero trascendiendo el «pensamiento cero» se pueden adquirir otros paradigmas que, admitiendo la importancia de los intereses, consideran que aún más importantes son las creencias de la gente. Que admitiendo la ética surgida de pequeños grupos, reconoce que las grandes sociedades (con relaciones articuladas por el mercado, sin conocimiento personal «cara a cara»), generan (como sucede con todos los procesos complejos) autoorganización y demandan una nueva ética que valora mucho más los resultados que las intenciones. Y que devuelvan a los unicornios a su mundo, que es el de la fantasía.
Notas
{1} Felipe Fernández-Armesto, Millennium, Planeta, 1995, pág. 154.
{2} Daniel J. Boorstin, Los Descubridores (1983), Grijalbo Mondadori 1986, vol. I, pág. 200.
{3} Felipe Fernández-Armesto, Millennium, pág. 169.
{4} Mauro Rodríguez Estrada y Sigfrido Samet Letichevsky, Creatividad en la política, Pax, México 1998, pág. 187.
{5} Víctor Klemperer, LTI La lengua del Tercer Reich (1946), Edit. Minúscula, 2001, pág. 31.
{6} José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Edición El País 2002, pág. 148.
{7} Según correo electrónico de Ramiro González, «Publicaciones políticas», 3 de noviembre de 2002.
{8} «Siria pide en la ONU que se defina el concepto de terrorismo», El País, 11 de octubre de 2001.
{9} «Medio millar de jóvenes antifascistas...», El País, 13 de octubre de 1999.
{10} Félix de Azúa, «Ciudad», El País, 20 de octubre de 1999.
{11} José Ramoneda, reportaje a André Glucksman, El País-Babelia, 7 de septiembre de 2002: «El nihilismo como principio de destrucción –la voluntad de destruir, por encima de cualquier idea de proyecto– está ampliamente repartido en la humanidad y se ha convertido en la nueva forma de las relaciones internacionales.»
{12} «Los skins mejor tratados que los antifascistas...», El País, 26 de octubre de 1999.
{13} «Eduardo Haro Tecglen define qué es ser de izquierdas...», El País, 27 de septiembre de 2001.
{14} «No nos resignamos», J. Crespo, J. M. Benítez de Lugo y E. Del Olmo, El País, 6 de marzo de 1999. El 27 de enero de 1996 El País había publicado «Senadores para el progreso» donde también se habla de izquierda y derecha sin definición alguna ni mención de objetivos. Y el 9 de marzo de 2000 publicó la solicitada «A ganar» y al día siguiente «Recuperar la ilusión. Gobernar para todos desde la izquierda», ambas firmadas por numerosos intelectuales conocidos, apoyando el acuerdo PSOE-IU. Como es sabido, el resultado de ese acuerdo fue un rotundo fracaso. Era inevitable, ya que mientras PP y PSOE son partidos similares (competidores dentro del sistema democrático), IU y PSOE son incompatibles (IU es «antisistema») y se pretende asemejarlos arbitrariamente adjudicándoles una etiqueta sin significado. Entre el PP y el PSOE no hay diferencias esenciales. Los ciudadanos que en 1996 dejaron de votar al PSOE y votaron al PP, no lo hicieron porque el primero fuera «de izquierda» y el segundo «de derecha». Rechazaron la enorme corrupción, arrogancia y terrorismo de Estado. El PP gobernó relativamente bien varios años. Tal vez ahora el electorado vuelva a apoyar al PSOE debido a las torpezas y arrogancia en que ha caído el Gobierno, pero no porque sea «de derecha». Por suerte la Democracia da esa posibilidad de cambiar de gobierno cuando deja de satisfacer al electorado.
{15} Sigfrido Samet, «La gestión de la protesta ha de ser...», El Catoblepas, nº 4.
{16} Marta Harnecker, «La izquierda en el umbral del siglo XXI», Siglo XXI, diciembre 1999.
{17} Juan José Millás, «Mao es su guía». «El País», 28-2-2000.
{18} José María Maravall, Los resultados de la democracia, Alianza, Madrid 1995, pág. 197, nota 49.
{19} Ignacio Sotelo, «La derecha de ayer y de hoy», El País, 27 de julio de 1996.
{20} Sebastián Haffner, Historia de un alemán (1914-1933), Destino, 2001, pág. 75.
{21} Javier Paniagua, «¿Qué se debate en el socialismo valenciano?» El País, 8 de noviembre de 1999.
{22} «El conde que apoya a la clase obrera», El País, 19 de abril de 2002.
{23} Karl R. Popper, Conjeturas y refutaciones, Paidos Ibérica, 1989.
{24} Fernando Savater, «Dar razones», Revista de El País, 4 de julio de 1999.
{25} «Estupor», El País, 15 de abril de 2000.
{26} Jerome Rifkin, «Los albores de la economía del hidrógeno», El País, 29 de septiembre de 2002
{27} «Franco y los revisionistas», El País, 26 de junio de 1998.
{28} «Sombras sobre Rigoberta Menchú», El País, 16 de diciembre de 1998.
{29} Rosa Montero, «El bla-bla-bla de los santones», El País, 9 de agosto de 1999.
{30} Alan Sokal y Jean Bricmont, Imposturas intelectuales, Paidos, 1999.
{31} Cita de Robert Conquest, Lenin, Grijalbo, 1978, pág. 51.
{32} Peter Watson, Historia intelectual del siglo XX, Crítica, 2002, pág. 441.