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El Catoblepas, número 15, mayo 2003
  El Catoblepasnúmero 15 • mayo 2003 • página 21
Libros

Miseria de la rebeldía

Eduardo Robredo Zugasti

En torno al libro de Pascal Bruckner, Miseria de la prosperidad. La religión del mercado y sus enemigos.{1} En defensa del Estado Nacional y de una «razón cínica» frente a los amigos y los enemigos del Mercado

¡Oh, Dios, muéstrame a mi enemigo!
V. S. Naipul, En un estado libre (citado por Bruckner)

§. 1

Pascal Bruckner (París 1948)Pascal Bruckner es sin duda un periodista y escritor multifacético, polémico y audaz («diplomático y feroz» lo ha llamado Antonio López Campillo), cuya obra fagocita sutilmente tanto a güelfos como a gibelinos, a panegiristas del laissez-faire, como a irénicos «anti-globalización» y otros nostálgicos de la barbarie, sin olvidarse de los etno-nacionalistas mas conturbados.{2}

Nacido en París en 1948, Bruckner es un colaborador habitual del prestigioso semanario Nouvel Observateur y ha publicado quince obras desde 1975, entre ensayos y novelas (una de ellas, Lunas de hiel, fue incluso llevada al cine por Roman Polansky en 1992). Su imprescindible «La tentación de la inocencia» recibió en 1995 el premio Medicis de ensayo y ha tenido una repercusión notable incluso en nuestro país, con «abogados» tan conocidos como el catedrático de ética Fernando Savater.

Junto con el filósofo André Glucksmann y el cineasta Romain Goupil (co-autores de un manifiesto favorable a la contienda en Iraq, «Detener a Sadam»{3}) ha sido uno de los escasos intelectuales de la vecina Francia en mostrar una actitud sumamente crítica tanto contra el anti-americanismo como contra el mismo neutralismo francés.

En España son también conocidas La euforia de la felicidad, una obra acerca de la «pesada carga de ser feliz», y la muy reciente Miseria de la prosperidad (premio al mejor libro de economía en Francia, 2002) que nos disponemos ahora a glosar.

§. 2

Pascal Bruckner, Miseria de la prosperidad«Miseria de la prosperidad» (en un título que evoca directamente a «Miseria de la filosofía» de Carlos Marx, en su crítica del socialismo utópico de Proudhon), ha sido saludada como una «crítica humanista» de la falsa conciencia del mercado, como un intento de poner en su lugar a la ciencia económica, a sus apóstoles y a sus apóstatas. Ahora bien, las obvias resonancias marxianas de «Miseria de la prosperidad» creemos que no se agotan en el enunciado titular. En una tradición que bien podríamos remontar al espíritu de los Manuscritos,{4} Bruckner actualiza (con un lenguaje, eso sí, muy «francés», ensayístico, fluido, irónico, nada grave) la denuncia de la supraconciencia del mercado como ideología de la libertad, la «religión del mercado», sus pretensiones totalizantes, casi ontológicas; en resolución, el proyecto neoliberal de una «ciencia económica» que discurre «por libre», en una libertad pensada contra el ciudadano y el estado, así como su intento correlativo de atribuirse un estatuto epistemológico de verdadera «ciencia dura» (cuyas predicciones habría que considerar infalibles y sus explicaciones, poco menos que indiscutibles). «Si al capitalismo, pero limitado a su papel», dirá Bruckner.

Una vez agotados sus contramodelos socialistas y fascistas, el Capital y su Sociedad de Mercado no pueden ser declarados como patológicas de suyo, salvo cuando el Mercado y el individuo que lo habita deviene solipsista, pasión enajenada, desolador holocausto al altar de Mammon, mas allá de todo compromiso social y nacional. Aquí, la miseria de la prosperidad.

Pero a diferencia de un planteamiento «universalista» basado en el proletariado como verdadero sujeto político transnacional y revolucionario (y esto sin perjuicio de que el mismo socialismo real jamás pudo desentenderse enteramente de la «cuestión nacional», como muestra el papel de la Unión Soviética en cuanto «patria del proletariado»), Bruckner acude en defensa resuelta del Estado-Nación como legislador de los excesos del Mercado. Dicho en nuestros términos, Pascal Bruckner presenta una apología tan lúcida como oportuna, y más en los tiempos que corren, de la Nación Política (y de su «sociedad abierta», por decirlo a la manera de Popper) frente a su enemigo bifronte; esto es, en cuanto esta Nación Política o Estado Nacional pueda efectivamente contradistinguirse de la Nación Étnica (y también de la «nación biológica» según la taxonomía política del materialismo filosófico{5}) por una parte, y del Mercado como sujeto virtualmente transnacional por otra.

Porque, también como en el Marx de los Manuscritos («para el capitalista, el empleo más útil del capital es aquel que, con la misma seguridad, le rinde mayor ganancia. Este empleo no es siempre es el mas útil para la sociedad; el más útil es aquel que se emplea para sacar provecho de las fuerzas productivas de la naturaleza (...) el interés del comerciante es siempre agrandar el mercado y limitar la competencia de los vencedores»{6}), no hay porque suponer de antemano ninguna armonia praestabilita entre los intereses del Capital y los intereses de la Sociedad y del Estado (cómo en la utópica «catalaxia» del liberal Hayek, por la cual el enemigo es convertido automáticamente en amigo por la sola gracia santificante del mercado). Mas bien, en frente de este optimismo liberal, hay que suponer con Bruckner una contradicción objetiva, una dialéctica material incesante, entre el «perseveratum» del estado (cuyo objeto será tanto «mantenerse en el ser», al modo de Espinosa, como servir de fundamento trascendental de la ciudadanía, al modo de Hegel) y las leyes de mercado, desplegadas dentro de la pura inmanencia de un economismo tan apátrida como mecánico. Según esto, sólo desde marcos estatales precisos y dados a una escala con la suficiente altura política (es decir, desde España, Francia o Alemania, y no tanto desde Québec, Euskadi o Córcega, pongamos por caso) será posible regular las prácticas depredadoras del capitalismo, pero no así desde la falsa conciencia de una «humanidad» transnacional realmente inexistente en la cual toda noción material-concreta de «ciudadanía» quedaría disuelta dentro de un cosmopolitismo meramente abstracto-formal. En efecto

No somos ciudadanos del mundo o del mercado, sino de un Estado que protege nuestros derechos, prescribe nuestros deberes, nos incluye en el orden de una deuda que nos vincula a todos los hombres pasados y futuros. La nación es ese conjunto singular a través del cual accedemos a lo universal (...) diluirla brutalmente en un entorno más amplio, sacrificarla en el altar de los intereses económicos, no es alcanzar una dimensión mundial, sino alentar todas las regresiones locales, regionales, tribales. De ahí procede la dialéctica del satélite y el terruño, reguladora de nuestros intercambios con el exterior, pues la embriaguez de acceder a la dimensión planetaria se mezcla con el temor a desaparecer en la confusión.{7}

En consecuencia, lo que nos recuerda Pascal Bruckner es que no es posible dirigir el Estado como si se tratase de una empresa, y que la propia empresa necesita al menos un Estado mínimo. Puesto que el Estado es trascendental al Mercado. Fue Schumpeter quien formuló la paradoja de la mano invisible smithiana: el interes egoísta debe ser regulado por instituciones esencialmente distintas a las del homo economicus y las del homo consumans; y ello porque no hay perfecta armonía entre las normas políticas y las normas del mercado, porque el vacío de poder, la distaxia o anomia social, la ausencia o «retirada» del Estado (para decirlo con Susan Strange), sólo conducen a la anarquía, el terrorismo o el paraíso fiscal. De donde se sigue que el capitalismo sólo funciona verdaderamente cuando es administrado y limitado por un Estado Nacional (frente a ese «acuerdo espontáneo» de los intereses individuales postulado por Milton Friedman, es el Estado el que debe imponer los límites del juego y corregir sus desviaciones), y esto sin perjuicio del secular temor al big government procedente sobre todo del mundo neoliberal anglosajón.

§. 3

Entonces ¿donde están las soluciones, mas allá de las críticas permanentes procedentes desde el pensamiento anti-capitalista y anti-globalización? Claro está que no podemos confiar en «manos invisibles» o en la benevolencia automática del Mercado. George Soros ha dicho, ciertamente, que haría falta ser un imbécil para atribuir alguna «conciencia» al Capital.

Periclitado el fin de la historia (el optimismo liberal al modo de Fukuyama), pero también suprimido el telón de acero y la clase obrera (que no los obreros) Bruckner se pregunta si acaso no queda más utopía que semejante rebelión confusa dirigida contra lo más impreciso: «capitalismo internacional», «fascismo», «globalización» &c. Pero se trata de una «indignación peligrosa», no nos engañemos (la misma de la que habla Fernando Rodríguez Genovés{8} en esta misma revista) en la medida en que toma la forma de «síndrome» (el «SPF»{9} magistralmente diagnosticado por Gustavo Bueno).

Impotentes para nombrar e identificar el verdadero Mal (a menudo confundido con siglas sin apenas rostro: AMI, G8, FMI, OMC, Banco Mundial &c.), las nuevas estrategias del «pos-rebelde» recurren entonces a la infalible artillería «anti-fascista» (como el «sub-comediante» Marcos, que declaró «fascista» a todo opositor o simple crítico del zapatismo, por ejemplo, a Octavio Paz), allí donde faltan argumentos y todo parece reducirse a sensualismo y sentimentalismo «anarco-progresista».

¡Lo políticamente incorrecto es hoy correcto!, y estar «en contra» (de la guerra, del capital, del estado...) se ha convertido en un signo de humanidad y hasta de buenas costumbres. «Incorrección política», eso sí, siempre al límite del cachondeo total (la déconnade, por usar un término de Sartre) cuando no de la «paz jamonera», como diría el viejo Campmany. El caso es que hoy, entre nosotros, los batasunos llaman «fascistas» a los constitucionalistas y los españoles en general (exceptuando a los de IU, suponemos), los socialistas y los del PP llaman «fascistas» a los batasunos, y algunos socialistas (y todos los herederos de la revolución obrera) últimamente llaman «fascistas» a los del PP. E incluso si uno levanta la voz o se le ocurre comer con los dedos también es probable que se le llame «fascista».

El nuevo fascismo es antifascista en su retórica, viste los hábitos luminosos de la resistencia a la peste totalitaria precisamente para poder perpetuarla.(Véase Milosevic. Incluso la Conferencia de Durban contra el racismo, en 2001, finalizó con el grito de «¡Muerte a los judíos!» y con la total ocultación de la responsabilidad árabe en la esclavitud de las tribus africanas. Los antiguos perseguidos han perdido su candor.{10}

En medio de esta convergencia de confusión y de violencias simbólicas diversas comparecen tanto el exceso como la apatía, maximalismos humanitarios y fatalismos apocalípticos, las «antropotecnias» de Sloterdjik contra el «humanismo dialogante» de Habermas, la moda de la «paz perpetua» (que desvelamos en otro trabajo), la ética estética-espectatorial y la guerra «a la guerra».

Los que se perdieron las «revoluciones frívolas» del 68 y el «flower-power» fungen ahora como un compromiso confuso entre la «élite» intelectual (con resabios del guerrillero romántico finalmente armonizado con la pax mundial) y la «santidad» humanista capaz por sí misma de marcar un«rubicón» imaginario entre bárbaros y civilizados. ¡A medio camino entre el Papa y el Ché!

El rebelde reconcilia dos imágenes valoradas: el hombre excepcional que está por encima de la masa y el hombre de bien que pone sus talentos al servicio del prójimo y se sacrifica por su felicidad. Reúne elitismo y santidad, y convierte la perseverancia de una fuerte personalidad en oblación a toda la Humanidad. De ahí que los auténticos sediciosos sean tan escasos: hace falta un temple especial para soportar la calumnia, la reprobación, el desprecio, la prisión.{11}

Tiempos en los que actores y «artistas» en general (incluso los modistos, ¿por qué no?), hijos y promotores del narcisismo contemporáneo y de la «rebeldía profesional» se apuntan sin rubor a la nostalgia de las fracasadas vanguardias que proclamaron el poder de la Creación contra todo Orden establecido, necesariamente panóptico y totalitario. Pero resulta que la presunta «rebelión» contra la Gran Matriz (al estilo de la película «Matrix») pronto se estandariza cuando no canoniza, la vanguardia pasa a la retaguardia y el alegre o indignado manifestante se recoge hasta su salón acondicionado: instalados pero rebeldes. Incluso los actos aparentemente mas «anti-sistema», como la devastación de comercios o el saqueo de hamburgueserías «americanísimas», pueden ser re-interpretados como una continuación, por otros medios, de la misma lógica capitalista del consumo y su permanente necesidad por renovar los stocks. Para combatir al capitalismo, ¡hace falta conocerlo muy bien! Sólo el capitalismo mismo es «anti-capitalista». Aquí, la miseria de la rebelión.

Muchos reivindican el lustroso título de insumisos porque les garantiza una manera de vivir, una identidad, la posibilidad de escapar de la monotonía general (...) Estar en contra es de buena educación.{12}

Guardémonos, en cambio, de toda visión apocalíptica. Porque esta nueva rebelión –parafraseando a Bruckner– heredera lejana y olvidadiza del terror revolucionario y de la utopía comunista, es hoy sólo un caso particular incluido en la multitud de conformismos que nos constituyen. Las nuevas «astucias de la razón» permiten de hecho estandarizar la protesta y normalizar la rebelión misma (devenida mera «moda» estética y «pensamiento-spot» al estilo del «no a la guerra») en cuanto «señal de advertencia» (útil, sin duda, y de ahí su paradójica funcionalidad) contra los desvaríos y excesos del propio sistema que los mismos «rebeldes» se proponen derribar.

Pero los del 68 terminaron de notarios (Debord terminó pegándose un tiro), los «críticos» terminaron en la cátedra y los mas aguerridos «anti-fascistas» y otros comediantes de la indignación acabarán sus días trepando en la jerarquía de la partitocracia o del mundo sindical, seguro.

§. 4

Un espíritu dividido en un mundo desgarrado es la única condición para escapar del fatalismo simplificador.{13}

Alguien podría acorralarnos, llegados casi al final, hasta la pregunta por la praxis ¿Qué hacer? Cierto que hemos perdido el sentido omnímodo (la iluminación del revolucionario o la convicción del reaccionario), pero ello no nos aboca por necesidad al vacío. Por el contrario, se trata de mediar en la encrucijada del desasosiego intelectual y de la permanente falta de conformidad entre teoría y praxis, renunciando con ello a alcanzar soluciones maximalistas o dogmáticas, inflexibles: elogio en de la razón cínica, de la síntesis inestable o complexión (que no coincidencia de opuestos), frente a apocalípticos (a la izquierda de la izquierda, a la derecha de la derecha) e integrados y resignados (según la sentencia de Epicteto: «no pretendas que las cosas ocurran como tu quieres»). Quizás no se trate tanto de dividir agónicamente el espíritu, como Bruckner propone, aunque tampoco de buscar armonías precipitadas.

La lógica democrática recomienda, tal vez, ablandar las grandes oposiciones y no volverse reo de las identidades duras o de las disyunciones con carácter de absoluto («Las convicciones son cárceles» apostrofaba Nietzsche y ello parece ser muy cierto en la sociedad pos-tradicional, móvil y frívola). Como en la teoría de la complejidad, el orden en exceso (un orden que no implica al caos) es disfuncional para el organismo tanto como el desorden en exceso. Y ello quizás porque «la insatisfacción occidental rechaza tanto la desesperación como la esperanza», según Raymond Aron, pues no se trata de escoger metafísicamente entre el Absoluto y el Absurdo, o políticamente entre la Revolución y el Conformismo, o la reacción.

Bruckner llega a sugerir una imagen teológica muy potente en el contexto cristiano-católico: el dogma de Calcedonia como síntesis mediadora: la doctrina de las dos naturalezas de Cristo (en cuanto verdadero Hombre y verdadero Dios en su unión hipostática). Porque el animal humano que mira a la tierra (como hace también el catoblepas) debe también erguirse hacia lo alto, aunque sólo sea para divisar bien a los enemigos (y no ya para contemplar teoréticamente las ideas celestes).

Ante la evidente in-completud del capitalismo desacralizado, pero también ante la demora constante de la prometida utopía revolucionaria (¿trasunto del reino de Dios?), «Los movimientos revolucionarios actuales, en lugar de satanizar el capitalismo, deberían trabajar en su desencanto y apropiación individual».{14} En lugar de enclavarse en la rabia y en la mala conciencia del pensamiento «anti» («anti-capitalismo», «anti-fascismo», «anti-globalización») que ve en el Mercado (y su deforme progenie) una especie de «malin genie» del cual es preciso desencadenarse a cualquier precio, se trata de promover, mas bien, relaciones que no se orienten según las pulsiones de la libido social (del amor y del odio), tomando sine ira et studio («libertad sin ira», cantaban en la transición) una postura de «puro cinismo»,{15} de «razón cínica», de apropiación, asunción y elaboración de las posibilidades de transformación desde nuestras realidades mundanas concretas; es decir, desde España (en cuanto ciudadanos y no ya en cuanto hombres abstractos).

Se trata también de concienciar la «dialéctica de la ilustración» (a la manera de Adorno), la transformación de nuestros instrumentos para la dominación y la domesticación (angular y radial) en instrumentos al servicio del dominio humano (circular) según un espacio antropológico atravesado por relaciones cada vez mas complejas y, hay que decirlo, crecientemente indiscernibles.{16}

Lejos de la ingenuidad de algún humanismo, y del estrépito triunfalista del neocapitalismo, Bruckner nos pone sobre la pista de lo que cabría llamar paradoja hermenéutica de nuestro tiempo. Contra la célebre tesis onceava de Marx sobre Feuerbach,{17} lo urgente no es ya cambiar el mundo sino intentar comprenderlo. Y toda hermenéutica filosófica que no pretenda partir de lo celeste, sino de la tierra, debe empezar resolviendo la aporía de la comprensión y la explicación (una aporía desvelada muy bien por Paul Ricoeur en el artículo «La tarea de la hermenéutica»), puesto que no puede haber verdadera comprensión sin explicación verdadera. En otros términos, la filosofía no puede dar la espalda a las ciencias efectivas (tampoco a las ciencias de la economía), ni disolverse en la ciencia positiva, puesto que esta es impotente para cerrar categorialmente el mundo o señalarnos el camino unívoco hacia la salvación –o hacia la simple prudencia política–.

En suma, praxis y teoría sólo pueden concebirse como un par conjugado, envuelto por un movimiento incesantemente circular, hermenéutico, dialéctico y crítico. Y sobre todo, debemos «librarnos» de los liberadores, los profetas y los sermoneadores sin tregua, como nos advierte Bruckner:

¡Sois esclavos sin saberlo! Así hablan el sacerdote, el abogado y el militante. Para el primero, el infortunio de la esclavitud significa el alejamiento de Dios, el apego inmoderado a los bienes de este mundo. Para el segundo, el descubrimiento de un prejuicio grave infligido a una persona susceptible de convertirse en cliente. Y para el tercero, la resignación al desorden establecido. Uno busca la salvación, otro la reparación y el ultimo, la llegada de la justicia, por la insurrección si fuera necesario. Por brutal que suene, la formula no es menos turbadora: ¿y si, en efecto, fuera un cautivo y no lo supiera? Hasta en nuestras sociedades democráticas dotadas de contrapoder, estamos expuestos a toda clase de pequeñas tiranías, y la escasez financiera no es la menos importante.{18}

Notas

{1} Pascal Bruckner, Miseria de la prosperidad. La religión del mercado y sus enemigos, Tusquets, Barcelona 2003.

{2} Según el neologismo que utiliza Jon Juaristi en su último libro: La tribu atribulada. El nacionalismo vasco explicado a mi padre. Espasa Calpe, Madrid 2002.

{3} Detener a Saddam es urgente, por Pascal Bruckner, escritor; André Glucksmann, filósofo; y Romain Goupil, cineasta. [tomado de Clarín, en traducción de Silvia S. Simonettiy de Le Monde, 2003.]
En 1991, hicimos un llamado a las democracias para que detuvieran por todos los medios –militares si era necesario– las matanzas y purificaciones étnicas inauguradas en ese momento en Croacia por Slobodan Milosevic. Pero fuimos alegremente rechazados, por entonces, por los Estados Mayores, expertos y gobiernos, sin contar a la mayoría de los dirigentes políticos.
Al cabo de ocho años y luego de 200 mil muertos, fue una intervención de la OTAN la que permitió repatriar a un millón de kosovares.
Ya por entonces los pacifistas nos explicaban que la expedición «americana» contra Serbia asolaba al mundo. Hoy, Milosevic comparece ante un tribunal que juzga crímenes contra la humanidad.
Saddam Hussein no es menos sino más cruel que Milosevic y mucho más peligroso. Al tildar a George W. Bush como el «nuevo Satán», «nuevo Hitler» y «nuevo Bin Laden», los manifestantes por la paz del 15 de febrero olvidaron en sus protestas al amo de Bagdad, ese gran admirador de Stalin, que aplasta, tortura y ahoga a su pueblo desde hace treinta años.
Juega con fuego en el medio de un polvorín mundial, Oriente Medio. Desafía a la comunidad internacional e insiste en no desarmarse de manera franca y radical. Es hora de que abandone la escena. Es preciso que el Consejo de Seguridad de la ONU lo obligue, de forma pacífica, si es posible, o militar si no obedece.
Entre prórrogas y titubeos, cuanto más se aguarda, mayor es el costo para el pueblo iraquí y más se desacredita a la ONU.
Cómo no recordar el genocidio de los Tutsi en Ruanda (1994), perpetrado a la vista y conocimiento de una comunidad internacional pasiva. Cómo no pensar hoy en el martirio del pueblo checheno cuando la alianza «moral» franco germana erige a Rusia en poeta de la paz.
Por voluntad o por fuerza. Saddam Hussein no es, sin duda, el único dictador, pero al menos tenemos la posibilidad de evitar que haga daño sosteniendo la presión de las fuerzas anglonorteamericanas en las fronteras de Irak.
Sería perjudicial reducir la crisis actual a un enfrentamiento franco norteamericano cuando los puntos de vista de ambos países podrían haber sido complementarios. Sería calamitoso que París, por terquedad, quiebre la solidaridad occidental y estremezca un poco más a Europa (continente que, recordémoslo, no se reduce al único eje París-Berlín).
¡Que se vaya Saddam, de forma voluntaria o por la fuerza! Los iraquíes, kurdos y chiítas, pero también los sunitas, respirarán más libremente y los pueblos de la región se sentirán aliviados.
Después de Milosevic, los Balcanes no son el paraíso pero reina más paz allí y menos dictadura. El período post Saddam no será rosa, pero menos negro que treinta años de tiranía, ejecuciones sumarias y guerra.

{4} Carlos Marx, Manuscritos de economía y filosofía, Alianza editorial, Madrid 1999.

{5} Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba editorial, Barcelona 1999.

{6} Carlos Marx, Op. cit., pág. 73.

{7} Pascal Bruckner, Op. cit., pág. 165.

{8} Fernando Rodríguez Genovés, «De sectarios y apaciguadores y de porque están tan indignados», El Catoblepas, nº 14.

{9} Gustavo Bueno, «SPF. Síndrome de pacifismo fundamentalista,» El Catoblepas, nº 14.

{10} Pascal Bruckner, Op. cit., pág. 50.

{11} Op. cit., pág. 44.

{12} Op. cit., pág. 45.

{13} Op. cit., pág. 79.

{14} Op. cit., pág. 184.

{15} Op. cit., pág. 187.

{16} Para una reflexión sobre los límites del humanismo y las nuevas «antropotecnias» (nuevas formas de «amansamiento» humano) recomendamos la obra de Peter Sloterdjik. Por ejemplo, las célebres Normas para el parque humano editado por Siruela, y otras conferencias por cierto disponibles gratuitamente on-line.

{17} Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo (tesis undécima de Marx sobre Feuerbach).

{18} Pascal Bruckner, Op. cit., pág. 160.

 

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