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El Catoblepas, número 18, agosto 2003
  El Catoblepasnúmero 18 • agosto 2003 • página 1
Artículos

Aranguren con el Alzamiento,
Aranguren sin el Alzamiento

Daniel Muñoz Crespo

Se compara el texto de La Filosofía de Eugenio d'Ors,
de José Luis López Aranguren, de 1945 y de 1994

José Luis López Aranguren, La filosofía de Eugenio d'Ors, Madrid 1945 José Luis López Aranguren ganó en 1944 el concurso convocado por la Junta Restauradora del Misterio de Elche sobre el tema «Exposición e historia del pensamiento filosófico de Eugenio d'Ors». Al año siguiente, en julio de 1945, el texto premiado se convirtió en la primera parte de las tres que conformaron el primer libro publicado por Aranguren, La Filosofía de Eugenio d'Ors, por Ediciones y Publicaciones Españolas, S. A., EPESA, de Madrid, como cuarta entrega de la colección «Temas actuales» editada bajo la dirección de Alfredo Sánchez-Bella. (Los tres títulos anteriormente publicados por esa colección fueron: Benito Mussolini, Historia de un año; Antoine de Meaux, Génesis de las revoluciones y Eugenio d'Ors, Estilos del pensar.) El propio Eugenio d'Ors recibió la obra con alegría, y en la faja con la que se comercializó entonces el libro (como el autor todavía no sonaba se trocó, al menos en la faja, el José Luis por un Juan Luis) puede leerse:

«Ninguna exégesis había dado hasta hoy tan cabal y substanciosa cuenta del pensamiento filosófico a que se refiere... La tarea crítica de Juan Luis Aranguren señalará una fecha en la vida del criticado, y probablemente, en la de la crítica general de España. (Eugenio d'Ors, Novísimo Glosario).»

Veinticinco pesetas de entonces costaba el libro, incluida la modesta faja que tan poca modestia pregonaba. El lector de solapas podía enterarse de algo más:

«El autor de este libro, nacido en Avila el año 1909, ha cursado estudios de Derecho y Filosofía y está dotado, como podrá apreciar el lector, de un considerable sentido crítico y de singular disciplina y rigor mental. (...) No es solamente una exposición, sino también una valoración del pensamiento de Eugenio d'Ors, que es correctamente situado en el horizonte de la filosofía europea contemporánea. (...) La ciudad de Elche ha acertado a conjugar, en sus hermosas fiestas de la Asunción de María, Misterio teológico, arte, filosofía y júbilo popular, es decir, lo eterno, lo perenne y la hora feliz que pasa entre explosiones –en el doble sentido, directo y metafórico de esta palabra– de alegría devota, hora que, Dios mediante, volverá a sonar cada año, con el hervor del estío.»

Gustavo Bueno ha recordado, con ocasión del fallecimiento de Aranguren, cómo fue entonces recibido el libro entre los becarios del Instituto de Filosofía Luis Vives del Consejo Superior de Investigaciones Científicas:

«Conocí a Aranguren hace ya cincuenta años, con ocasión de la publicación de su primer libro, La filosofía de Eugenio d'Ors, en 1945, texto premiado el año anterior por la Junta Restauradora del Misterio de Elche (circunstancia que determinaba un gran distanciamiento entre el grupo de recién licenciados en filosofía que, al modo marrano, manteníamos en privado posiciones racionalistas y hasta «volterianas»). Trabajaba yo entonces en mi tesis doctoral, como becario del Instituto Luis Vives de Filosofía del CSIC, de cuya Revista de Filosofía era director don Manuel Mindán Manero. Recuerdo que la secretaria María Jesús me pasó el recado de Mindán a la sala de becarios: me llamaba para presentarme a «alguien que había escrito un libro». Mindán, en su despacho, me presentó a un hombre de unos cuarenta años, vestido de oscuro, encogido, que casi no hablaba nada (se acercaba allí claramente como un hombre ajeno a las instituciones oficiales en solicitud de algo). Mindán me invitó en su presencia a escribir la reseña del libro recién publicado. Recuerdo que a la vuelta a la sala de becarios, al ojear el libro conjuntamente, se produjo un cierto regocijo por las cosas que decía sobre las teorías de d'Ors sobre su «ángel» y sus comparaciones con el «super-ego» de Freud. Años después, en pleno «reinado» del PSOE, el Luis Vives fue suprimido y renació bajo el nombre de Instituto de Filosofía, como plataforma, precisamente, de los socialdemócratas cristianos, algunos vergonzantes, ex monjas y ex jesuitas, que vienen pretendiendo ofrecer como símbolo de la democracia ética a la figura de Aranguren.»
(Gustavo Bueno, «¿Quién fue Aranguren?», El Mundo, 21 de abril de 1996.)

Recién jubilado Aranguren, en 1981, se publicó una segunda edición de este libro, aumentada con cinco nuevos estudios, acompañada de un preliminar de José Luis Abellán-García González, y nuevo prólogo del autor:

«Uno de mis primeros maestros, al que dediqué este mi primer libro, nunca, hasta ahora, reeditado, fue Eugenio d'Ors. Reeditarlo y, para ello, releerlo y escribir este prólogo es reentrar, probablemente, de una manera temática, por última vez, en diálogo con él. (...) ...me ha parecido que una 'vía media' entre la simple reimpresión y la imposible reescritura podía ser, tras este prólogo, la inserción entre las páginas del viejo texto –sólo aligerado de calificativos, de algún párrafo que otro, y de lemas– de los cinco reacercamientos principales que había llevado a cabo hasta ahora. (...) Antes de la guerra civil, en Blanco y Negro, sobre todo en El Debate, durante la República, leía ya a Eugenio d'Ors. (...) Por lo mismo, más incitante aún había de ser la tarea, no cumplida explícitamente ni siquiera por él mismo, de armar el puzzle de su sistema, de construir el rompecabezas de una filosofía que, lo digo ahora en el texto, aunque sumamente trabada, era mucho más programa y pretensión que desarrollo y cumplimiento. (...) Todo viene, se va, vuelve a venir y a irse. Pero nunca vuelve de la misma manera. También d'Ors, ahora tan lejos de todos, volverá, aunque no sepamos cómo ni cuándo. Entretanto, conservemos memoria de su obra. A esto, cuando menos, puede servir el presente libro.»

Se publicó por tercera vez La filosofía de Eugenio d'Ors abriendo el primer volumen de las Obras Completas que comenzó a editar en 1994, con el patrocinio de la Fundación Juan March, la editorial Trotta. Como no se trata de una edición crítica, sigue el texto de la edición de 1981. En este artículo nos limitamos a ofrecer algunas de las variantes que hemos advertido entre el texto de la edición de 1945 y el de la edición de 1994, incluyendo un par de párrafos de los textos añadidos en 1981, para apreciar el remozado postconciliar que recibió el libro.

1

Obsérvese cómo termina Aranguren en 1945, columna de la izquierda, el punto 6, El sistema, del parágrafo II de la primera parte: Estilo de la filosofía de Eugenio d'Ors. Y obsérvese cómo en la edición final añade un párrafo adicional que modifica notablemente el sentido del 'supremo ardid': ahora, ya no es el supremo ardid del maestro el que le permite una eficaz selección de sus discípulos; sino que tal ardid se ha transformado en una suprema limitación: la limitación de alguien que no ha compuesto un Sistema filosófico; la limitación de alguien que ha construido sólo un glosario filosófico; una mera filosofía entrecomillada.

Edición de 1945, pág. 32 1 Edición de 1994, págs. 42-43

[...] no en cosas propiamente «dadas», sino en las cosas «creadas». La Angelología, por último, constituye la contribución personal de Eugenio d'Ors al campo de la Teología. A ella, que ha sido objeto de un estudio especial bastante conocido, de Paul Henri Michel, no nos referiremos en este trabajo más que mostrando su acceso desde la metafísica de la personalidad.

Tales son las líneas generales del sistema orsiano. Pero, ¿cuál es su orden? Esta filosofía no se construye, como es usual, en escalera, sino en círculo. Cualquiera de sus partes puede tomarse como primera, puesto que sólo lo es por convención y, por el momento, queda injustificada; su plena justificación vendrá al final, con la última afirmación que, dentro de la concepción cíclica, es precisamente la que debe fundamentarla.

Mas no busquemos cómodamente tal unitaria construcción en un libro rotulado «Sistema de la Filosofía de E. d'O.» El supremo ardid del maestro para conseguir esa eficaz selección de sus discípulos consiste en obligarles a recrear por sí mismos, con esfuerzo y amor, la unidad metafísica de su pensamiento.

 

[...] no en cosas propiamente «dadas», sino en las cosas «creadas». La Angelología por último, constituye la contribución personal de Eugenio d'Ors al campo de la Teología. A ella, que ha sido objeto de un estudio especial bastante conocido, de Paul Henri Michel, no nos referirernos en este trabajo más que mostrando su acceso desde la metafísica de la personalidad.

Tales son las líneas generales del sistema orsiano. Pero ¿cuál es su orden? Esta filosofía no se construye, como es usual, en escalera, sino en círculo. Cualquiera de sus partes puede tomarse como primera, puesto que sólo lo es por convención y, por el momento, queda injustificada, su plena justificación vendrá al final, con la última afirmación que, dentro de la concepción cíclica, es precisamente la que debe fundamentarla.

Mas no busquemos cómodamente tal unitaria construcción en un libro rotulado «Sistema de Filosofía de E. d'Ors». El supremo ardid del pensador para conseguir esa eficaz selección de sus discípulos consiste en obligarles a recrear por sí mismos, con esfuerzo y amor, la unidad metafísica de su pensamiento.

Supremo ardid y suprema limitación. ¿Construye Eugenio d'Ors un sistema de filosofía o sólo un sistema de glosas, un glosario filosófico? Lo que el autor nos ha dejado es, por una parte, el guión o programa de una filosofía y, por otra, el comentario filosófico, «filosofía», en un sentido no muy alejado del que, en inglés suelen dar los americanos a esa para nosotros tan académica palabra. Eugenio d'Ors tiene, en suma, un gran ingenio filosófico. Y, por supuesto, del otro también.

2

Inicio del primer punto, El diálogo con el intuicionismo, del cuarto parágrafo de la primera parte, Un nuevo intelectualismo: en 1945 se reconoce a Eugenio d'Ors una «filosofía», que brota del diálogo... pero tal filosofía se trocará en mera «glosa filosófica»:

Edición de 1945, pág. 37 2 Edición de 1994, pág. 47

La filosofía de Eugenio d'Ors brota del diálogo, un poco vivo de tono, entre el viejo racionalismo, que se abre en Parménides para cerrarse en Hegel...

 

La glosa filosófica de Eugenio d'Ors brota del diálogo, un poco vivo de tono, entre el viejo racionalismo, que se abre en Parménides para cerrarse con Hegel...

3

Un poco más adelante, en ese mismo capítulo, ha desaparecido un breve párrafo, ¿dejó acaso don Eugenio de estar «limpio de historismo»? Ni cerca de Husserl, ni totalmente limpio de historismo, ni único filósofo contemporáneo...

Edición de 1945, págs. 38-39 3 Edición de 1994, pág. 48

[...] Nadie como él ha proclamado frente al modo de pensar sub specie temporis, la contemplación sub specie aeternitatis y, mejor aún, aquella otra que considera, a la vez, lo eterno y lo histórico.

Eugenio d'Ors es acaso el único entre los filósofos contemporáneos (póngase, si se quiere, cerca de él a Husserl) totalmente limpio de historismo.

Pero vengamos a cuentas. ¿Es que este pensador...

 

[...] Nadie como él ha proclamado frente al modo de pensar sub specie temporis, la contemplación sub specie aeternitatis y, mejor aún, aquella otra que considera, a la vez, lo eterno y lo histórico.

Pero vengamos a cuentas. ¿Es que este pensador...

4

Inicio del punto 2 del parágrafo 5 de la primera parte, Una nueva Metafísica: el «maestro» deviene «glosador»... y de «señor García Morente» se pasa a un sencillo «García Morente»:

Edición de 1945, pág. 49 4 Edición de 1994, pág. 54

2. Natura y Cultura.– Llegamos con esto a la Weltanschauung del maestro. Ningún pretendido «biologismo» como el que desorientara un día al señor García Morente puede ya extraviarnos.

 

2. Natura y Cultura.– Llegamos con esto a la Weltanschauung del glosador. Ningún pretendido «biologismo» como el que desorientara un día a García Morente puede ya extraviarnos.

5

De nuevo deja d'Ors de ser «el maestro», pero ahora no para convertirse en «glosador», sino en mero «autor»:

Edición de 1945, pág. 50 5 Edición de 1994, pág. 55

El maestro nos ha dado en el cuento Magín o la previsión y la novedad una visión plástica del envenenamiento solapado y capcioso del hombre por la facilidad de «lo natural», del instinto, de la espontaneidad.

 

El autor nos ha dado en el cuento Magín o la previsión y la novedad una visión plástica del envenenamiento solapado y capcioso del hombre por la facilidad de «lo natural», del instinto, de la espontaneidad.

6

De nuevo «el maestro» se convierte en «el autor»:

Edición de 1945, pág. 60 6 Edición de 1994, pág. 61

[...] El yo es libertad, el yo es vocación, pero libertad y vocación hipostasiadas, entendidas como substancias; en una palabra, el yo es el «ángel». Consecuencia: que, como dice el maestro, «la relación de la libertad consigo misma...»

 

[...] El yo es libertad, el yo es vocación, pero libertad y vocación hipostasiadas, entendidas como substancias; en una palabra, el yo es el «ángel». Consecuencia: que, como dice el autor, «la relación de la libertad consigo misma...»

7

El parágrafo VII de la primera parte, La cultura de la vida de 1945 (págs. 67-73) figura en 1994 como parágrafo X (páginas 79-83) –pues se han añadido dos nuevos parágrafos inexistentes en 1945: VIII. Determinación estética y ética de la filosofía de Eugenio d'Ors y IX. Sentido ético de las ficciones novelescas orsianas, que aconsejan trastocar el orden–. Eugenio d'Ors, que ya había perdido su filosofía, reducida a glosa filosófica, va a sufrir ahora proceso similar con su metafísica. Así comienza el parágrafo:

Edición de 1945, pág. 67 7 Edición de 1994, pág. 79

La metafísica orsiana –y esto es un rasgo común a todas las metafísicas del presente– está penetrada de ética.

 

La glosa metafísica orsiana –y esto es un rasgo común a todas las metafísicas del presente– está penetrada de ética.

8

Poco más adelante, en el mismo parágrafo, encontramos un curioso doble añadido, que modifica notablemente el texto. Cuando cita al ausente, en 1945, lo hace con la camaradería y el laconismo debido: José Antonio, a secas. Con el primer añadido se busca romper la aparente adhesión, incorporando los apellidos (no se cita ya al dirigente, sino a un autor cualquiera), con el segundo se quiere restar originalidad de la cita, aludiendo a influencias que habría recibido el fundador de la Falange:

Edición de 1945, págs. 71-72 8 Edición de 1994, pág. 82

Pero la suprema libertad, cumplida en la vocación, y la suprema perfección, cumplida en la Obra acabada, se logran siempre a través de la resistencia, de lucha y, entre todas las luchas, la más alta, la lucha contra el dolor, que consiste en el sacrificio, en el heroísmo, en «dar –como dijo José Antonio– la existencia por la esencia», y la vida natural por la vida angélica.

 

Pero la suprema libertad, cumplida en la vocación, y la suprema perfección, cumplida en la Obra acabada, se logran siempre a través de la resistencia, de lucha y, entre todas las luchas, la más alta, la lucha contra el dolor, que consiste en el sacrificio, en el heroísmo, en «dar –como dijo José Antonio Primo de Rivera, influido por d'Ors, como lo fue por Ortega– la existencia por la esencia», y la vida natural por la vida angélica.

9

La primera parte terminaba en 1945 con una «Conclusión» (que figura al final del parágrafo X. Filosofía y Religión –que por los dos parágrafos añadidos antes mencionados ha pasado en 1994 a ser el XII, y al que también se ha añadido un punto: 3. La muerte de Eugenio d'Ors–). Esta es la angustiosa «Conclusión» eliminada:

Edición de 1945, págs. 98-99 9 Edición de 1994, pág. —

 
Conclusión.

La última intención filosófica de Eugenio d'Ors puede condensarse, acaso, en la histórica frase: «No servir a señor que se pueda morir».

En esta época nuestra, cuando se ha olvidado el verdadero sentido de la vida, las gentes, cegadas para la visión de las esencias eternas, viven hundidas en su temporal quehacer, abrumadas por el pánico del tiempo, el vértigo de la muerte y el «pesimismo cataclismal», y los filósofo, «lejos de combatir con la razón tal estado de angustia, han creído encontrar en el imperativo de "la angustia" la ley misma de la vida y del pensamiento», una voz se alza, resonando, clara y precisa, sobre el estruendo de todos los inhumanos sacrificios ofrendados a las diosas de la Muerte, y nos exhorta así: No servir a la Historia, a lo perecedero, al Tiempo, «No servir a señor que se pueda morir.»

 

10

La Segunda Parte se iniciaba en 1945 con un lema: «En el principio era la Apariencia», que deja de aparecer. Además, ya en la modificación del mismo rótulo que lleva el parágrafo primero, advertimos de nuevo el remilgo y la reticencia sobrevenida al referirse a la obra de Eugenio d'Ors:

Edición de 1945, pág. 103 10 Edición de 1994, pág. 99

I. Introducción en la filosofía orsiana

 

I. Introducción en el programa filosófico orsiano

11

Se añade un nuevo epígrafe al punto 1, Teoría de las ideas, del parágrafo II, La dialéctica, de la segunda parte, respecto de la edición de 1945. Este nuevo epígrafe lleva por título Sobre el «catolicismo» como cultura. Un católico avanzado («protestante») que lo lea, como no se advierte que es añadido moderno, podrá sorprenderse de lo avanzado («protestante») que (no) era Aranguren en 1945 (¿o lo era?). ¿Porque no sería cosa de la censura...?

Edición de 1994, págs. 116-117

 
d) Sobre el «catolicismo» como cultura

El giro moderno del catolicismo consistió en que la Contrarreforma, puesta ante el hecho consumado de dos grandes acontecimientos, el Renacimiento y la Reforma, que habían cortado los lazos entre la nueva época y la anterior, para estar a la altura de su tiempo, para no quedar en pura reacción, hubo de optar entre ellos. Naturalmente, la elección no era dudosa. El Renacimiento era, en parte, católico; en parte, como la Antigüedad misma, a la que pretendía «volver», catolizable. Por otro lado, es innegable que la historia ha creado entre el catolicismo y, el espíritu de la Antigüedad un vínculo no sé si tanto como «esencial», según sugiere Eugenio d'Ors, pero, en cualquier caso, difícil y peligrosamente rompible. El eminente filólogo Werner Jaeger ha visto de manera objetiva el lazo que une a la Iglesia romana con la Roma antigua y, a través de ella, con el espíritu griego, pues «los romanos –escribe– son los transmisores de la cultura griega a la Europa moderna» y, en este sentido, «los primeros humanistas». A continuación transcribimos media docena de párrafos de este excelente conocedor de la Antigüedad, que resumen la ilación greco-romano-católica tal como él la ve... [...]

El ingrediente clásico del «Talante» católico, mantenido en la Iglesia por tradición, nos salva de tomar todo Kierkegaard. Pero conviene tener muy presente que Kierkegaard nos previene, a su vez, contra el peligro que se cierne sobre este «clasicismo católico» de reducir el Catolicismo a «cultura». Es el riesgo del pensamiento de Eugenio d'Ors. (Veamos sus concepciones de la Ciencia de la Cultura como doctrina «católica»; la afirmación, anteriormente citada, de que «el Catolicismo es anterior, cronológicamente, al Cristianismo»; su idea del pecado, expuesta más adelante, como temporalidad, irracionalidad, movimiento y desorden; su Angelología, de la que ya hemos hablado, y, en fin, su filosofía de la cruz, de la que hablaremos.)

El modo como puede acontecer la reducción del catolicismo a cultura es plural. Si se toma del catolicismo su corteza de orden, disciplina, aglutinación social, organización, etc., vamos a parar a Comte. Si a esta estimación se agrega la del valor del catolicismo como vínculo histórico nacional, o, más ampliamente, racial, latino, y su utilización política, el resultado es la familia espiritual que va de Taine (el cual, sin embargo, murió protestante) –y antes Balzac, el hombre de talante católico, frente a Sainte-Beuve, alma protestante; el hombre que escribió: «Políticamente, pertenezco a la religión católica: estoy al lado de Bossuet y de Bonald»– a Charles Maurras, pasando por Barrès, a quien se ha atribuido la frase Je suis athéiste mais je suis catholique. Junto a esta politización del catolicismo puede vivirse éste desde un sentimiento puramente estético. Tal acontece a muchos artistas, atraídos por la belleza formal de los templos, las imágenes, la liturgia católica. Algunos libros de Huysmans expresan bien esta actitud esteticista frente al catolicismo. Pero la forma no puede ser legítimamente separada del contenido y, por eso, lo mismo frente a la degeneración estética que frente a la degeneración política de la religión, es menester dar la razón a Unamuno. Justamente a la vista de estos «católicos sin fe» se pudo decir, hace años, que mientras la religión de los protestantes alemanes admitía como lema «Dios sin la Iglesia», a la de algunos católicos franceses convenía este otro: «la Iglesia sin Dios».

12

Final de parágrafo II, La Dialéctica, de la segunda parte. ¡Y los ángeles por medio! ¿Cuál es la filosofía de época de crisis? ¿Cuál es la filosofía armoniosa y alegre? ¿Cuál era la filosofía de d'Ors? ¿Cuál es la «filosofía» de d'Ors? ¿Cuáles fueron las filosofías o «filosofías» de Aranguren? ¿Censuraba el franquismo? ¿Era censurado el franquismo por la democracia?

Edición de 1945, pág. 148 12 Edición de 1994, págs. 128-129

Resta ahora examinar la cuestión de la utilidad de la filosofía –de la filosofía orsiana– para la vida; de una filosofía que lleva el Espíritu al encuentro de las multitudes, nuevo San Cristóbal que, con sólo mirarle, libra de la muerte del alma, de la materialización de la vida. Pues el criterio pragmático, siempre que no se haga exclusivo, es estimable, porque la verdad, producto de la razón, no puede ser nociva al hombre.

Y, en efecto, una filosofía que demanda –y ofrece– amistad y diálogo, aprendizaje y heroísmo, inteligencia y pasión de saber, previsión serena y ocio antiguo, alegría y oración, sencillez, continuidad, vocación y misión; una filosofía que muestra la existencia del pecado y la existencia y asistencia de los Ángeles, se hace difícil pensar que pueda no ser verdadera, siendo tan buena.

Y aquí sí que se ha de elegir: o una filosofía sin norte ni guía, arrastrada a la deriva por las vicisitudes del tiempo, «filosofía de época de crisis», que hace del hombre un ente obseso, sobria y sombríamente desesperado, o una filosofía católica, armoniosa y alegre, aspirante a intemporal eternidad sin olvido del pan para cada día, que llama al ser humano noble e inmortal.

Porque lo que el hombre haya, en definitiva, de ser, depende de lo que nosotros y nuestra filosofía hagamos de él.

 

Resta ahora examinar la cuestión de la utilidad de la filosofía –de la «filosofía» orsiana– para la vida; de una filosofía que lleva el Espíritu al encuentro de las multitudes, nuevo San Cristóbal que, con sólo mirarle, libra de la muerte del alma, de la materialización de la vida. Pues el criterio pragmático, siempre que no se haga exclusivo, es estimable, porque la verdad, producto de la razón, no puede ser nociva al hombre.

Y, en efecto, una «filosofía» que demanda –y ofrece– amistad y diálogo, aprendizaje y heroísmo, inteligencia y pasión de saber, previsión serena y ocio antiguo, alegría y oración, sencillez, continuidad, vocación y misión; una «filosofía» que muestra la existencia del pecado y la existencia y asistencia de los Ángeles, debería ser verdadera, siendo tan útil.

13

¿Leismo/loismo? y de maestro a pensador...

Edición de 1945, págs. 134-135 13 Edición de 1994, pág. 120

El principio que Eugenio d'Ors propone como sucedáneo, el principio de participación del que en realidad pende toda su Dialéctica y, como más adelante haremos notar, también su filosofía de la personalidad, le conocemos ya, por lo cual prescindimos de volverle a estudiar aquí. En vez de eso trataremos de hacer ver su conformidad con la Weltanschauung del maestro.

 

El principio que Eugenio d'Ors propone como sucedáneo, el principio de participación del que en realidad pende toda su Dialéctica y, como más adelante haremos notar, también su teoría de la personalidad, lo conocemos ya, por lo cual prescindimos de volverlo a estudiar aquí. En vez de eso trataremos de hacer ver su conformidad con la Weltanschauung del pensador.

14

Nuevo añadido moderno, que nos presenta ahora un Eugenio d'Ors que mal reconocería el lector del libro premiado en 1945. Esta vez el nuevo epígrafe se incorpora al parágrafo III, La Poética, de la segunda parte, y ocupa cinco páginas. Unos breves fragmentos darán idea de lo añadido «en democracia»: cierto distanciamiento de d'Ors, pero dentro de la misma prosa literaria:

Edición de 1994, págs. 142-146

 
6. El mundo clásico de Eugenio d'Ors

Eugenio d'Ors, todo el mundo lo sabe, tuvo que ver con el mundo clásico, se propuso actualizarlo y revivirlo y, a lo largo de toda su vida, fue su constante y devoto ensalzador.

Por ello, quien examina su obra desde este punto de vista se siente inclinado, por lo menos de primera intención, a considerar a nuestro insigne autor como un neohumanista dentro del cauce tradicional, en cuanto que la fuente de su inspiración fue tan plástica como literaria, como un neoclásico. Humanista y neoclásico son los nombres que propenderíamos a aplicarle, porque su actitud frente a la Antigüedad greco-romana no parece que fuera la de explorarla en una investigación sin prejuicios clasicistas, para ver en qué consistió realmente, por debajo de la imagen tradicional que de ella hemos recibido, cuáles fueron sus orígenes y sus supuestos, también sus tensiones internas y hasta sus posibles contradicciones; y para ver todo ello en su contexto histórico, sin arrancarlo artificialmente de él. No; Eugenio d'Ors, al contrario, siguiendo el imperativo por él mismo formulado, de que «cada cual debe apoyarse en sus propios prejuicios», considera el clasicismo a la luz de éstos, acepta su imagen recibida y prejuzgada y la declara, sin mas, ejemplar, paradigmática. [...]

Un ejemplo tomado de la historia de la filosofía ilustrará, creo yo, siempre que no pretendamos prolongar demasiado la analogía con él, la diferencia entre esa actitud y la original de Eugenio d'Ors. A fines del siglo pasado, ciertos pensadores católicos pensaron, a la vista de la inconstancia, del carácter cambiante y hasta contradictorio de los diversos sistemas filosóficos modernos y de sus consecuencias irreligiosas o, cuando menos, heterodoxas, que era menester volver al tomismo; y por eso, echando mano de un «neo» entonces muy en boga, denominaron a su posición neotomismo. Pero algunos decenios después, cuando esta posición se hubo afirmado suficientemente, se comprendió que el prefijo «neo» estaba en desacuerdo con la pretensión escolástica de ser una filosofía perenne. Pues a lo perenne no se necesita, ni en rigor se puede, volver; lo perenne está ahí, presente a nosotros; por eso hoy ya no hay neotomistas, sino, pura y simplemente, tomistas.

La concepción orsiana de lo clásico es, hasta cierto punto –sólo hasta cierto punto– afín a la de este ejemplo. Lo clásico es algo perenne y, como tal, presente siempre aunque tal vez, en ciertos períodos históricos, relegado o escondido. Lo clásico es, como lo llama d'Ors, una constante histórica. Todo neoclasicismo es, en el fondo, afán nostálgico, afán romántico de retorno a un pasado lejano e idealizado por la pátina del tiempo. El sentido orsiano de lo clásico consiste no en volver al pasado, sino en vivir de veras un eterno o constante presente. [...]

Yo creo que fundamentalmente consiste en dos cosas: en una actitud mental y en una disposición anímica. La disposición mental es la de concebir el pensamiento literalmente como visión –visión intelectual, sí, pero plásticamente representable– y hacerlo funcionar por ende de una manera rigurosamente figurativa. Eugenio d'Ors huye del pensamiento abstracto. Toda idea debe poder ser visualizada y, apurando las cosas, dibujada. La filosofía es visión de las cosas inmateriales y configuración de las mismas; es su dibujo o sinopsis. El mundo clásico es así para d'Ors, en este sentido, un riquísimo repertorio de formas o figuras, de visualizaciones, de emblemas. El eterno-femenino, tal como él lo concibe, puede visualizarse en la figura de la diosa Deméter y en los misterios de Eleusis; la pretensión del feminismo moderno se halla anticipada en las figuras de Hécate o de Artemis; la caída en el afeminamiento, en Adonis; el irracionalismo, en Pan o Diónysos; la idea del auto-conocimiento del hombre, en Sócrates y en los grandes escultores griegos; la de una ética tal vez no muy moral, pero levantada y exigente, en lo que él llama la «moral del coturno»; la idea del Imperio, en Roma, y así sucesivamente. Lo que d'Ors toma fundamentalmente de la Antigüedad, en esta primera dirección que estamos examinando, es, como se ve, una procesión o desfile de figuras, pertenecientes unas a la mitología, procedentes otras de la historia, que él maneja con plena libertad, desentendiéndose del problema de su fidelidad o infidelidad histórica, que es problema de historiadores y filólogos, para utilizarlas, muy consecuentemente, como símbolos o emblemas de lo que quiere decir, o como empresas de lo que propone hacer. [...]

¿No es éste, exactamente, como hemos visto, el proceder de Eugenio d'Ors? Me parece fuera de duda que, en cuanto a su estilo de pensar, a la vez figurativo y conceptista, y vigilante siempre, como Gracián, frente a cualquier escape lírico, Eugenio d'Ors fue, en buena medida, barroco. Pero ¿no lo habrá sido igualmente, aunque por modo mas secreto, en cuanto a su ambigua disposición anímica? ¿No habrá vencido en ocasiones la tentación del barroquismo, al modo recomendado por Oscar Wilde, esto es, cediendo a ella? [...]

Confieso por lo demás que a mí no me dicen gran cosa estos rótulos solemnes, clásico, barroco y otros semejantes. Y además, la palabra «barroco» se torna cada día más equívoca, en cuanto que se aplica a muchas cosas, muy diversas entre sí. Barroco se llama a lo patético, a lo romántico, también a lo contorsionado y desmedido, a lo expresionista y asimismo a lo irracional. Si se quiere seguir usando el término, cabe distinguir otra especie de barroco más noble y levantada, más cercana a lo clásico: es la de quien pone el sentido último de las formas clásicas, libremente usadas, en su servidumbre a un fin moral; es, en suma, el barroco ejemplar, intelectualista, emblemático y misionero de Eugenio d'Ors.

15

Segundo parágrafo, Política y Pedagogía, de la tercera parte. En su primer epígrafe, Política de Nación y política de Cultura, encontramos un ejemplo magnífico de cómo, refiriéndose a Salazar, el Franco portugués, cambia el sentido del texto con la simple eliminación de una divina invocación y, en la cita, la desaparición de unas inocentes cursivas –subrayados enfáticos– y de un insignificante signo de admiración:

Edición de 1945, pág. 220 15 Edición de 1994, pág. 177

El régimen político de Portugal, cualquiera que sea su final –¡Dios le haga óptimo!–, ofrece caracteres menos dramáticos, porque no le aqueja aquella contradicción interior del fascismo. Oliveira Salazar habla con frecuencia de «nacionalidad», pero siempre

«... como un filósofo o un psicólogo puede hablar de pensar con el cerebro o decir que 'no le cabe tal cosa en la cabeza'. Ello no tiene importancia. El error empieza cuando se cree literalmente que las ideas son una secreción de los sesos, o que la nación es una categoría suprema, independiente de la voluntad humana. En este error no cae Salazar. Bien se le ve con la convicción de estar haciendo la nación portuguesa, porque hay que hacerla cada día!»

 

El régimen político de Portugal ofrece caracteres menos dramáticos, porque no le aqueja aquella contradicción interior del fascismo. Oliveira Salazar habla con frecuencia de «nacionalidad», pero siempre

«... como un filósofo o un psicólogo puede hablar de pensar con el cerebro o decir que 'no le cabe tal cosa en la cabeza'. Ello no tiene importancia. El error empieza cuando se cree literalmente que las ideas son una secreción de los sesos, o que la nación es una categoría suprema, independiente de la voluntad humana. En este error no cae Salazar. Bien se le ve con la convicción de estar haciendo la nación portuguesa, porque hay que hacerla cada día.»

16

Segundo epígrafe de III,II: La idea del Imperio. Por lo que se ve, las palabras orsianas habrían perdido clarividencia pero no actualidad:

Edición de 1945, pág. 225 16 Edición de 1994, pág. 180

Por aquellos mismos días escribió estas clarividentes, actuales, palabras: «Hay la idea de Occidente. Hay la idea de Europa. Contra lo que muchos parecen dar por entendido, no se sobreponen. Pueden, al contrario, oponerse. Cuando Italia entró en la gran guerra, el alma de Europa lanzó un gemido, mientras que la obra del occidentalismo triunfaba. El imperio de Carlomagno, con su simbólica capitalidad en la Ciudad de los tres nombres (Aquisgran, Aachen, Aix-la-Chapelle) se desmoronaba, acaso para siempre. Empezaban, acaso, a dibujarse, como emergentes, las provincias del místico imperio de Atlántida, cuya metrópoli está en el fondo del mar. La gran guerra terminó con la victoria de Atlántida sobre Europa. Que la postguerra no se liquide con la derrota de Europa por Asia.»

 

Por aquellos mismos días escribió estas actuales palabras: «Hay la idea de Occidente. Hay la idea de Europa. Contra lo que muchos parecen dar por entendido, no se sobreponen. Pueden, al contrario, oponerse. Cuando Italia entró en la gran guerra, el alma de Europa lanzó un gemido, mientras que la obra del occidentalismo triunfaba. El imperio de Carlomagno, con su simbólica capitalidad en la Ciudad de los tres nombres (Aquisgran, Aachen, Aix-la-Chapelle) se desmoronaba, acaso para siempre. Empezaban, acaso, a dibujarse, como emergentes, las provincias del místico imperio de Atlántida, cuya metrópoli está en el fondo del mar. La gran guerra terminó con la victoria de Atlántida sobre Europa. Que la postguerra no se liquide con la derrota de Europa por Asia.»

17

Tercer epígrafe de III,II: Política de Misión. ¿Se ha privado al lector de la impagable cita de don Eugenio por caridad?:

Edición de 1945, pág. 229 17 Edición de 1994, pág. 182

El investido de autoridad ha de ser el «autor» o, dicho con palabra previamente desnuda de alusiones biológicas, el «padre».

«Padre, que etimológicamente significa exactamente lo mismo que 'proletario'. Pero si, en lugar del concepto, atendéis al sentido, ¡que diferencia, qué oposición! Abyecto y zoológico, el 'Proletario' es una entidad rigurosamente contraria al 'Padre', rico en dominio, soberanía, dignidad.»

Ahora bien; el Romanticismo es la civilización bajo el signo de los Hijos-de-familia...

 

El investido de autoridad ha de ser el «autor» o, dicho con palabra previamente desnuda de alusiones biológicas, el «padre».

Ahora bien; el Romanticismo es la civilización bajo el signo de los Hijos-de-familia...

18

Seguimos en el tercer epígrafe de III,II: Política de Misión. Sobran comentarios

Edición de 1945, págs. 231-232 18 Edición de 1994, pág. 184

Sin embargo, erraría gravemente quien de todo lo dicho coligiese que el pensamiento orsiano deba calificarse de «derechista». Eugenio d'Ors ha rechazado siempre el prejuicio, contagiado del parlamentarismo inglés, según el cual las opiniones políticas se reparten en «derechas» e «izquierdas». De hecho, su pensamiento es inclasificable en el manido casillero. La activa campaña a favor de «una civilización sindicalista», llevada a cabo, por modo militante, al final de la segunda década de nuestro siglo, le aparta decisivamente de todo «derechismo», sin hacerle caer del otro lado, a pesar del revuelo y aun escándalo que produjo, verbigratia, la conferencia que pronunciara el año 1919 en nuestra Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

En ella, Eugenio d'Ors señalaba cuatro notas distintivas del Sindicalismo: 1ª, «la aplicación del principio de la lucha de clases», en lo cual participa del comunismo; 2ª «el empleo de los métodos de violencia, que le son comunes con el anarquismo»; 3ª, «el criterio limitativo y funcional sobre la propiedad privada»; 4ª, la superación, por obra del Sindicato, de la antítesis individuo-Estado. Las dos primeras notas eran consideradas como accesorias y circunstanciales y, por supuesto, condenables. Las dos últimas, al revés, eran vistas, ya en aquella época, como principios de un nuevo tipo de civilización: la civilización sindicalista. La profecía se ha cumplido.

Posteriormente, nos ha explicado por qué él filósofo, entendió siempre bien al político Mussolini. Es, sencillamente, que ambos son de la misma edad, y han recibido en los mismos lugares de Europa idénticas enseñanzas: las de Georges Sorel, Wilfredo Pareto, Nietzsche, Peguy y Maurras.

A la campaña antinacionalista, antidemócrata e imperial, ha de sumarse, por tanto, la campaña antiburguesa y sindicalista.

 

¿Ha de colegirse de todo lo dicho que el pensamiento orsiano deba calificarse de «derechista»? Eugenio d'Ors ha rechazado siempre la clasificación, contagiada del parlamentarismo Inglés, según la cual las opiniones políticas se reparten en «derechas» e «izquierdas». La activa campaña a favor de «una civilización sindicalista», llevada a cabo, por modo militante, al final de la segunda década de nuestro siglo, le aparta del «derechismo», sin hacerle caer del otro lado, a pesar del revuelo y aun escándalo que produjo, verbigracia, la conferencia que pronunciara el año 1919 en nuestra Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.

En ella, Eugenio d'Ors señalaba cuatro notas distintivas del Sindicalismo: lª) «la aplicación del principio de la lucha de clases», en lo cual participa del comunismo; 2ª) «el empleo de los métodos de violencia, que le son comunes con el anarquismo»; 3ª) «el criterio limitativo y funcional sobre la propiedad privada»; 4ª) la superación, por obra del Sindicato, de la antítesis individuo-Estado. Las dos primeras notas eran consideradas como accesorias y circunstanciales y, por supuesto, condenables. Las dos últimas, al revés, eran vistas, ya en aquella época, como principios de un nuevo tipo de civilización: la civilización sindicalista.

Posteriormente, nos ha explicado por qué él, pensador, entendió siempre bien al político Mussolini. Es, sencillamente, que ambos son de la misma edad, y han recibido en los mismos lugares de Europa idénticas enseñanzas: las de Georges Sorel, Wilfredo Pareto, Nietzsche, Péguy y Maurras.

A la campaña antinacionalista, antidemócrata e imperial, ha de sumarse, por tanto, la campaña antiburguesa y sindicalista. Pero en definitiva el pensamiento político de Eugenio d'Ors fue evidentemente conservador.

19

Tercera parte, parágrafo tercero, Historial de una misión, segundo epígrafe, España.

Edición de 1945, pág. 250 19 Edición de 1994, págs. 194-195

Entretanto, también Bilbao había oído hablar al maestro sobre la «Defensa del Mediterráneo en la Guerra Grande», la exaltación de la civilización mediterránea, el «socialismo» y «la vida sencilla». Esta conferencia señala el hito inicial de una benéfica influencia orsiana en el país vasco, influencia que se mantendría viva y despierta merced a la publicación en la revista bilbaína Hermes, del Glosarlo. ¿Quién podrá negar la impronta del orsismo en aquella «escuela romana del Pirineo» de los Mourlane, Sánchez Mazas y Basterra? ¿Y quién sino Eugenio d'Ors, Pedro Eguillor y Miguel de Unamuno libertaron a los mejores vascos del angosto localismo que amenazaba a los directores de Hermes y terminó venciendo a la mayoría política del país, hasta el triunfal Alzamiento?

 

Entretanto, también Bilbao le había oído hablar sobre la «Defensa del Mediterráneo en la Guerra Grande», la exaltación de la civilización mediterránea, el «socialismo» y «la vida sencilla». Esta conferencia señala el hito inicial de una benéfica influencia orsiana en el País Vasco, influencia que se mantendría viva y despierta merced a la publicación, en la revista bilbaína Hermes, del Glosario. ¿Quién podrá negar la impronta del orsismo en aquella «escuela romana del Pirineo» de los Mourlane, Sánchez Mazas y Basterra? ¿Y quién sino Eugenio d'Ors, Pedro Eguillor y Miguel de Unamuno libertaron a los mejores vascos del localismo que amenazaba a los directores de Hermes?

20

Se sigue tratando de España. Ha desaparecido en Aranguren el ardor menendezpelayista y, entre otras cosas, el 14 de abril de 1931 se ha tansformado de jolgorio plebeyo en jolgorio patriótico...

Edición de 1945, págs. 254-256 20 Edición de 1994, págs. 197-198

En las postrimerías de la Monarquía se fecha otra empresa cultural orsiana de la más alta significación hispánica: la constitución de los Amigos de Menéndez y Pelayo. En relación con ella hay que reseñar un Curso Menéndez y Pelayo en la Academia de la Historia; una conferencia en el Ateneo de Santander sobre El nuevo estilo de la Historia; otra inaugural de la Cátedra Menéndez y Pelayo, en la que fue su Biblioteca de la misma ciudad, sobre Menéndez y Pelayo y el nuevo estilo de la Política; la publicación de un Almanaque de los Amigos; la creación de un Premio Menéndez y Pelayo y algunas otras iniciativas de índole cultural. ¿Qué sentido dio Eugenio d'Ors a esta «amistad categórica», «ideal sin dejar de serlo personal», con el insigne don Marcelino? El Acta de constitución de la agrupación nos lo dice y los Estatutos nos lo repiten: importa, sobre todo en aquél, la «consideración de primacía a los valores de Clasicismo y Renacimiento y a la tradición y vocación universales de la Ciencia española».

Hasta este momento la admiración a Menéndez y Pelayo había corrido por los consabidos carriles del patriotismo histórico y reaccionario y de la especializada erudición literaria. Eugenio d'Ors nos devuelve la más amplia y verdadera figura del maestro montañés; y si, de una parte, desmonta la perecedera armadura filosófica de su pensamiento en una crítica sagacísima, de otra retiene la ejemplar posición cultural de éste igualmente alejada del «tradicionalismo nacionalista, castizo, amigo del carácter, vuelto de espaldas a la europeidad», y del «liberalismo descastado, progresista», ora enciclopedista afrancesado, ora romántico filantrópico. Apartado de ambos, porque ellos representaban la disociación en tesis y antítesis de una síntesis previa y más hermosa a la que él deseaba regresar: la de la «tradición» y la «universalidad», la de religión y Aufklaerung, la de la Licht goethiana y la Lux mundi apostólica.

El advenimiento de la República, con su jolgorio plebeyo de aquel 14 de abril, sobrevino a la hora misma en que el filósofo explicaba, impasible, su hebdomadaria lección de Ciencia de la Cultura. Situado, naturalmente, enfrente de aquélla, al poco, tiempo de hacerse imposible la continuación de su colaboración en ABC, por la suspensión del periódico y encarcelamiento de su director, comenzó a publicar en El Debate el Glosario, donde aparecieron las primeras glosas sobre los Ángeles y ese perspicaz testimonio vivido de la decadencia francesa que se llama Aldeamediana, así como un Monitor de la Cultura, excelente informador de las novedades europeas de mayor relieve cultural. El Centro de Estudios Universitarios de la Acción Católica de Madrid y su Escuela de Verano de Santander, brindaron al maestro nueva cátedra donde profesar su Ciencia de la Cultura. Estas últimas actividades consumaron, ¡por fin!, el fecundo acercamiento, ya iniciado con la constitución de los Amigos de Menéndez y Pelayo, entre este gran «católico» y los muchachos de la Juventud católica española, con un Gamero del Castillo y un Juan José Pradera a la cabeza.

 

En las postrimerías de la Monarquía se fecha otra empresa cultural orsiana de la más alta significación hispánica: la constitución de los Amigos de Menéndez y Pelayo. En relación con ella hay que reseñar un Curso Menéndez y Pelayo en la Academia de la Historia; una conferencia en el Ateneo de Santander sobre El nuevo estilo de la Historia; otra inaugural de la Cátedra Menéndez y Pelayo, en la que fue su Biblioteca de la misma ciudad, sobre Menéndez y Pelayo y el nuevo estilo de la Política; la publicación de un Almanaque de los Amigos; la creación de un premio Menéndez y Pelayo y algunas otras iniciativas de índole cultural. ¿Qué sentido dio Eugenio d'Ors a esta «amistad categórica», «ideal sin dejar de serlo personal», con don Marcelino? El Acta de constitución de la agrupación nos lo dice y los Estatutos nos lo repiten: importa, sobre todo en aquél, la «consideración de primacía a los valores de Clasicismo y Renacimiento y a la tradición y vocación universales de la Ciencia española».

Hasta este momento la admiración a Menéndez y Pelayo había corrido por los consabidos carriles del patriotismo histórico y reaccionario y de la especializada erudición literaria. Eugenio d'Ors nos devuelve la más amplia y verdadera figura del maestro montañés; y si, de una parte, desmonta la perecedera armadura filosófica de su pensamiento en una crítica sagacísima, de otra retiene la posición cultural de éste, igualmente alejada del «tradicionalismo nacionalista, castizo, amigo del carácter, vuelto de espaldas a la europeidad», y del «liberalismo descastado, progresista», ora enciclopedista afrancesado, ora romántico filantrópico. Apartado de ambos, porque ellos representaban la disociación en tesis y antítesis de una síntesis previa y más hermosa a la que él deseaba regresar: la de la «tradición» y la «universalidad», la de religión y Aufklärung, la de la Licht goethiana y la Lux mundi apostólica.

El advenimiento de la República, con su jolgorio patriótico de aquel 14 de abril, sobrevino a la hora misma en que d'Ors explicaba, impasible, su hebdomadaria lección de Ciencia de la Cultura. Situado, naturalmente, enfrente de aquélla, al poco tiempo de hacerse imposible la continuación de su colaboración en ABC, por la suspensión del periódico y encarcelamiento de su director, comenzó a publicar en El Debate el Glosario, donde aparecieron las primeras glosas sobre los Ángeles y ese perspicaz testimonio vivido de la decadencia francesa que se llama Aldeamediana, así como un Monitor de la Cultura, excelente informador de las novedades europeas de mayor relieve cultural. El Centro de Estudios Universitarios de la Acción Católica de Madrid y su Escuela de Verano de Santander le brindaron nueva cátedra donde profesar su Ciencia de la Cultura. Estas últimas actividades consumaron el fecundo acercamiento, ya iniciado con la constitución de los Amigos de Menéndez y Pelayo, entre este gran «católico, y los muchachos de la Juventud católica española, con un Gamero del Castillo y un Juan José Pradera a la cabeza.

21

Último epígrafe del libro de Aranguren, Prosigue la Heliomaquia:

Edición de 1945, págs. 264-265 21 Edición de 1994, pág. 203

El rectorado orsiano durante los años de nuestra guerra se manifiesta en tres grandes empresas: inspiración de la revista Jerarquía, de Pamplona; reorganización de la vida académica de España, fundación y actividades del Instituto de España; y la labor en la Jefatura Nacional o Dirección General de Bellas Artes.

Que aquella excelente revista, Guía «del Imperio, de la Sabiduría, de los Oficios» se ilustró en los altos principios orsianos, se hará evidente en quien la conozca. Su estilo epigráfico y la escueta prosopopeya que ostenta resucitan el énfasis neoclásico, presente ya, según vimos, en el catalán Almanach dels Noucentistes y sentido ahora, es verdad, un poco a través de lo italiano contemporáneo.

 

El rectorado orsiano durante los años de nuestra guerra se manifiesta en tres grandes empresas: inspiración de la revista Jerarquía, de Pamplona; reorganización de la vida académica de España, fundación y actividades del Instituto de España; y la labor en la Jefatura Nacional o Dirección General de Bellas Artes.

Que aquella revista, Guía «del Imperio, de la Sabiduría, de los Oficios» se ilustró en los altos principios orsianos, se hará evidente en quien la conozca. Su estilo epigráfico y la escueta prosopopeya que ostenta resucitan el énfasis neoclásico, presente ya, según vimos, en el catalán Almanach dels Noucentistes y sentido ahora, es verdad, un poco a través de lo italiano contemporáneo.

22

Seguimos en el último epígrafe del libro. ¿Es lo mismo escribir que «terminó la guerra» que «terminó victoriosamente nuestra guerra»? Transformación de la «memoria histórica»:

Edición de 1945, págs. 267-268 22 Edición de 1994, pág. 205

Pasemos ya al examen de la gestión realizada desde la Jefatura Nacional de Bellas Artes, que le fue conferida a Eugenio d'Ors por el primer Gobierno de Franco. Los propósitos que fundamentalmente la animaron fueron los de recuperación de las obras de arte expoliadas, reconstrucción de las dañadas y sustitución de las definitivamente perdidas mediante el Arte nuevo que era menester fomentar. Para lo primero se estableció el Servicio de Recuperación del Patrimonio Artístico Nacional, con una Comisaría central, otras de zona y una Milicia especial. El rescate de las obras de arte emigradas al extranjero fue una de las más animosas empresas orsianas; y, «sacando bien del mal», se abrió en Ginebra, antes de ser reintegrados a España, una exposición de los cuadros del Museo del Prado. En cuanto a lo segundo, Eugenio d'Ors sustentaba el criterio de proceder con el mayor tiento y evitar, en lo posible, las reedificaciones. Las ruinas venerables deberían ser adecentadas sí, pero que nadie borre en ellas los estigmas de su pasión, pues, como dijo San Agustín, «Los mártires resucitarán hermoseados por sus cicatrices.» En cuanto a lo último, todavía en plena guerra, España concurrió con una nutrida colección de obras de arte, a la Bienal de Venecia, donde obtuvo el primer premio. La realización de la Exposición Internacional de Arte Sacro, animada de la misma intención, planeada en febrero de 1939 y abierta al público, en Vitoria, a poco de terminar victoriosamente nuestra guerra, merece una mención más detenida.

 

Pasemos ya al examen de la gestión realizada desde la Jefatura Nacional de Bellas Artes, que le fue conferida a Eugenio d'Ors por el primer Gobierno de Franco. Los propósitos que fundamentalmente la animaron fueron los de recuperación de las obras de arte expoliadas, reconstrucción de las dañadas y sustitución de las definitivamente perdidas mediante el Arte nuevo que era menester fomentar. Para lo primero se estableció el Servicio de Recuperación del Patrimonio Artístico Nacional, con una Comisaría central, otras de zona y una Milicia especial. El rescate de las obras de arte emigradas al extranjero fue una de las más animosas empresas orsianas; y, «sacando bien del mal», se abrió en Ginebra, antes de ser reintegrados a España, una exposición de los cuadros del Museo del Prado. En cuanto a lo segundo, Eugenio d'Ors sustentaba el criterio de proceder con el mayor tiento y evitar, en lo posible, las reedificaciones. Las ruinas venerables deberían ser adecentadas sí, pero que nadie borre en ellas los estigmas de su pasión, pues, como dijo San Agustín, «los mártires resucitarán hermoseados por sus cicatrices.» En cuanto a lo último, todavía en plena guerra, España concurrió con una nutrida colección de obras de arte, a la Bienal de Venecia, donde obtuvo el primer premio. La realización de la Exposición Internacional de Arte Sacro, animada de la misma intención, planeada en febrero de 1939 y abierta al público, en Vitoria, a poco de terminar la guerra, merece una mención más detenida.

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En el último epígrafe del libro otro ejemplo de cómo se puede modificar el sentido de un párrafo cambiando una letra mayúscula y sustituyendo una sola palabra, de la dignidad a la prosopopeya:

Edición de 1945, pág. 270 23 Edición de 1994, pág. 206

A este período de acción autoritaria orsiana pertenecen también el proyecto de un Colegio de las Españas, al que ya hicimos referencia anteriormente, la intervención en el Convegno Volta de Roma, su orientación de la política cultural española, en Portugal, cuya Universidad de Coimbra confirió a nuestro filósofo el título de Doctor honoris causa, etc. Etapa en que la «filosofía militante se convirtió en «triunfante», y durante la cual «la figura de Eugenio d'Ors, en su mesa oficial y burocrática, nos recuerda –ha dicho Pemán– la figura ingente de Goethe, que, con la pluma todavía húmeda del último verso del «Fausto», redactaba las ordenanzas del Servicio de incendios de Weimar o los planes de explotación de las minas de Ilmenau». Nunca las columnas de la Gaceta o el Boletín Oficial han hablado a los españoles con tan solemne y habitual dignidad.

 

A este período de acción autoritaria orsiana pertenecen también el proyecto de un Colegio de las Españas, al que ya hicimos referencia anteriormente, la intervención en el Convegno Volta de Roma, su orientación de la política cultural española, en Portugal, cuya Universidad de Coimbra confirió a nuestro filósofo el título de doctor honoris causa, etc. Etapa en que la «filosofía militante se convirtió en «triunfante», y durante la cual «la figura de Eugenio d'Ors, en su mesa oficial y burocrática, nos recuerda –ha dicho Pemán– la figura ingente de Goethe, que, con la pluma todavía húmeda del último verso del Fausto, redactaba las ordenanzas del Servicio de incendios de Weimar o los planes de explotación de las minas de Ilmenau». Nunca las columnas de la Gaceta o el Boletín Oficial han hablado a los españoles con tan solemne y habitual prosopopeya.

 

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