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El Catoblepas, número 18, agosto 2003
  El Catoblepasnúmero 18 • agosto 2003 • página 12
Artículos

Sobre el concepto de paz

Román García Fernández

Comunicación a los VIII Encuentros de Filosofía en Gijón
9 al 11 de julio de 2003

El concepto de paz es un concepto equívoco que interactúa con otros muchos, que no siempre aparecen explicitados: violencia, lucha, conflicto, agresividad, guerra... Por ello la primera tarea que debemos abordar es la de desmarcar el concepto de paz de estos otros conceptos. No podemos hacer aquí un análisis pormenorizado de todos ellos, pero en la medida en la que nos encontramos ante un público ilustrado, sí podemos proceder a una rápida demarcación con simples alusiones a las referencias clásicas que han tratado estos temas.

La lucha existe desde los orígenes de la Humanidad. Es conocido de todos que los animales herbívoros, mantienen peleas por las hembras en los periodos de celo. La agresividad, como se ha demostrado, es algo diferente a la violencia, independientemente del sesgo que le queramos dar.{1} Como ha señalado Alfonso Fernández Tresguerres, los etólogos,{2} y algunos sociobiólogos, subrayan el hecho de que en la mayoría de las especies animales la confrontación entre los congéneres raramente desemboca en la muerte o lesión grave de uno de los contendientes.{3} La agresividad, la lucha, la violencia, la hostilidad, no son lo mismo que la guerra. Es cierto que esos conceptos guardan relación con ella, pero la guerra es un fenómeno más complejo: es un hecho cultural humano, que necesita estructuras sociales y del que solo podemos hablar con propiedad con el surgimiento del Estado. Mas adelante, al hablar del marxismo, haremos alguna consideración sobre cómo algunos conflictos, incluso armados, pueden sin embargo, no ser considerados como guerra.

El conflicto es inherente al género humano y se da prácticamente en todas las relaciones circulares, incluidas algunas actividades cooperativas, pero su resolución no necesariamente se tiene que realizar con una guerra.

Hay distintos tipos de violencia, y el análisis tiene que distinguir entre violencia individual, violencia estatal o social, y guerras, propiamente dichas.

Así mismo, y aunque pueda parecer sorprendente, la paz o el pacifismo, aunque conllevan posiciones personales de lucha o posicionamiento, no pueden ser entendidos como principios Individuales (éticos). No matarás, no es un principio pacifista; es un precepto que no tiene que ver con la guerra en sí mismo y está dentro del la visión teológica. Incluso como principio general (imperativo categórico), no se pude cumplir (falacia naturalista).

La idea de paz del Opus Dei (pax in eternum), es la paz en sentido religioso, «Pax Christi», que se sitúa fuera de este mundo. Jesucristo decía: «No he venido a traer la paz a este mundo sino la guerra.»

Esta idea prefilosófica de la paz, la podemos ver plasmada en la Iliada. En esta obra se refleja un sentimiento de aflicción muy marcado por la condición desvalida del hombre. El marco general de la guerra no es allí más que una excusa para emitir una condena general contra ella, como algo a lo que el hombre se ve abocado como triste juguete de fuerzas sobrenaturales de carácter divino, a las que no puede hacer frente. Es necesario contextualizar la guerra dentro de ese sentimiento trágico de la existencia propio de la Tragedia griega. La Iliada de Homero, que burdamente resumida no es más que una sucesión de combates y actos de fiereza y crueldad sin sentido, no supone, sin embargo, que el poeta carezca de la suficiente sensibilidad para no dejar de lamentarse a lo largo de toda la obra de la triste condición del hombre. La guerra es, para el poeta, como la serpiente que trepa hasta el nido en el árbol para devorar los polluelos, como el lobo cuando acecha al cordero o como el águila cuando se lanza en picado contra una liebre indefensa. Incluso, muchos comentaristas de la magna obra, a la par que en resaltar sus indudables cualidades estéticas, coinciden en señalar la simpatía que Homero muestra por los troyanos, como víctimas de la violencia de los griegos. La misma liga de Delos, tiene un contenido sobrenatural: la alianza se hace mediante un juramento a los dioses.{4}

En resumen nos encontramos aquí con un pacifismo trascendente, cuyas críticas asumimos perfectamente; la paz no es de este mundo; es la paz de los cementerios. Se trata de una idea de paz que no se encuentra dentro de los parámetros filosóficos.

Para tratar sobre la paz y el pacifismo debemos tener en cuenta en qué contextos filosóficos se desenvuelven.

Desde esta perspectiva tres son los planos en los que debemos analizar el concepto de paz: individual, interétnico e internacional; que se corresponderían a su vez con tres disciplinas que abordan esta problemática desde el punto de vista filosófico: Ética, Moral y Política.

Desde el punto del vista del individuo el concepto de paz no tiene una aplicación, salvo como estado psicológico («vivir en paz») o desde el punto de vista sociológico (la paz como equivalente a «seguridad»). En el primer sentido, el concepto de paz se confunde con el de violencia, e, incluso, con el de agresividad. Se mantiene en un punto de vista ético, así, la paz se reduce a la no agresión a un individuo, pero, como todos sabemos, ello casi nunca depende de la propia esfera ética, sino que se encuentra mediatizado por condiciones externas que se interrelacionan con planos más amplios, es decir, con contenidos morales. Por ello, el tratamiento ético de la paz lo realizamos aquí a través de sucesivos «regressus» hacia contenidos morales. Este planteamiento se suele confundir «ingenuamente» con el pacifismo de Ghandi, lo que no es cierto, pues la lucha no violenta es un medio para la obtención de objetivos políticos.

Desde el punto de vista interétnico, tampoco tiene sentido propiamente hablar de paz, pues este concepto solo aparecería como un concepto negativo a una de las soluciones posibles, a saber, la guerra. Las disputas y enfrentamientos, entendidos como conflicto de intereses, son consustanciales a las sociedades y es precisamente en la forma de resolución de los conflictos donde aparece la guerra, como la solución violenta a un conflicto. La resolución de conflictos, creemos que ha demostrado que la guerra no es una solución. Los conflictos cerrados mediante un conflicto armado se vuelven a repetir con el tiempo. Como ejemplo, la guerra franco-prusiana; Primera y Segunda Guerra Mundial. La Paz sería simplemente una tregua entre dos guerras:

«Así pues, la paz y las treguas se diferencian mucho entre sí: en efecto, se hace la paz en pie de igualdad cuando están de acuerdo unos con otros en aquellos asuntos en los que difieren; en cambio, las treguas las hacen los poderosos para los inferiores a partir de prescripciones, cuando vencen en la guerra, como cuando los lacedemonios nos vencieron en la guerra y nos ordenaron destruir las murallas, entregarles las naves y recibir a los huidos.» (Platón: And. 11.1)

Entender la resolución de conflictos como diálogo (Habermas), no es una posición novedosa. De hecho, ya Herodoto entendió la guerra como un problema de comunicación:

«Sería necesario que éstos, ya que hablan la misma lengua (los griegos) dirimieran sus diferencias haciendo uso de heraldos y embajadores y de cualquier otro medio que con batallas»{5}

Esta posición trata de ver la moral como una cristalización de aspectos o códigos éticos, sin embargo, ello supone ignorar contenidos de carácter político, jurídico, histórico o sociológico. Esa es la limitación de las posiciones morales sobre la paz y la guerra, a nuestro entender.

Es en el plano internacional donde creemos que los conceptos de paz y guerra adquieren toda su dimensión conceptual. Maquiavelo será el primero en desligar la guerra del contexto teológico. Por su parte, Von Clausewitz la consideró el arma de los débiles para resistir a los poderosos. Pero los conceptos de paz y pacifismo, al margen de determinados tratamientos cómicos de la antigüedad, no serán tratados propiamente como tales hasta finales del siglo XIX, con el surgimiento del movimiento obrero.

La paz perpetua kantiana se mantiene en un proyecto moral ligado al ideal ilustrado, sin atender a la dimensión política de la guerra. Aunque no podemos considerar que Kant fuera un optimista en estos temas, es cierto que considera que la paz es un proceso que se irá materializando con el desarrollo de la humanidad. La experiencia de las guerras revolucionarias (en Francia), y de las guerras napoleónicas (señaladamente, los fracasos de Napoleón en España y Rusia), era, en ese momento histórico, demasiado apremiante como para mantener el optimismo de los ilustrados. Para entender la situación rápidamente basta con pensar en el ilustrado Goya, en cómo se va volviendo negro después de Los fusilamientos de la Moncloa. «El sueño de la razón produce monstruos», se titula uno de sus grabados más conocidos en esa etapa. Clausewitz, como ha señalado Fernández Buey, opina lo contrario que los ilustrados, los tiempos ya habían cambiado, el proceso civilizatorio traería más guerras. Seguimos todavía a Buey, las posiciones de Clausewitz no difieren tanto de las ilustradas, cuanto más avanza el proceso civilizatorio, mayor poder destructivo tiene la humanidad, pero ello también hace que la guerra sea más peligrosa, que los estados tengan más cuestiones en cuenta antes de iniciar una guerra.

El primer antecedente de la reflexión sobre la paz aparece con el descubrimiento de América. Sin embargo, hemos afirmado que el pacifismo, como corriente social, aparece propiamente con el surgimiento del movimiento obrero. Es a partir de ese momento cuando podemos hablar de movimiento pacifista. Ya que hasta entonces, al margen de argumentos, no podemos hacer referencia a posiciones colectivas.

Marx y Engels van a estudiar la lucha de clases en Europa, entre 1840 y 1880, y su planteamiento de partida se puede resumir así: La historia de la humanidad, al menos por lo que sabemos de sus manifestaciones escritas, ha sido siempre la historia de la lucha, más o menos abierta o declarada, entre clases sociales. Las guerras civiles suelen ser la desembocadura de la lucha entre las clases, cuando ésta se hace abierta. Existe un vínculo histórico entre guerras civiles y revoluciones destinadas a invertir el signo social de la hegemonía existente en los Estados. Pero ni todas las guerras son «civiles», ni tampoco todas las guerras son consecuencia de la lucha entre las clases. Hay guerras justas (en el sentido de aceptables): las revolucionarias o liberadoras; y guerras injustas (a las que habría que oponerse): las guerras entre Estados o guerras imperialistas. Por otra parte, existe un cúmulo de conflictos que Marx y Engels dejan fuera de su análisis: las guerras «premodernas», que son todas (o casi todas) las que se libran por motivos primordialmente religiosos o étnicos. La crítica de los intereses políticos de los Estados y el planteamiento ético de igualdad entre los proletarios les lleva a la oposición a la guerra en sí (no revolucionaria).

Aunque el marxismo considera, bien por un motivo (la lucha de clases), o bien por otro (la expansión capitalista), la guerra como inevitable hasta el establecimiento de una sociedad sin clases; varios acontecimientos han ido desarrollando la conciencia pacifista haciendo regressus al plano ético-moral. El primer paso se da desde la Internacional al oponerse a la Primera Guerra Mundial. Si embargo, no va a ser hasta el estallido de la primera bomba atómica en Hiroshima, cuando se vuelvan a recobrar los contenidos ético morales de la paz. La posibilidad del exterminio de la especie humana está a la base de ese regressus. En 1991, con la desintegración de la segunda potencia nuclear del planeta, desaparecen cuarenta maletines con una bomba nuclear de ocho megatones cada uno. El 11 de septiembre da una nueva dimensión a la guerra de destrucción masiva: la destrucción global puede provenir, incluso, de la acción de grupos no estatales.

Desde mediados del siglo XIX, hasta la fecha, se han producido un importante número de tratados internacionales con intenciones globalizadoras y objetivos diversos: desde humanizar la guerra, hasta limitar el armamento o promover el desarme. Aseguramos que es sólo el reconocimiento del persistente peligro de la recaída en sucesivas guerras, cada vez con un mayor potencial destructivo, lo que lleva a sustentar la exigencia racional de hacer valer por medios legales los derechos, excluyendo el recurso a la guerra. Y, como por lo general el hombre aprende por choque, según sugiere la experiencia histórica, las condiciones de posibilidad de una política de paz aumentarán con la conciencia del aumento de la destructividad de las armas [Buey pág. 158]. El pacifismo, no es, pues, una posición de partida, sino el resultado histórico de los conflictos humanos y la condición sine qua non de la propia existencia humana.

Un pacifista, en el sentido sociocultural de la palabra, no es alguien que tenga miedo a morir en la guerra. En ese sentido, pacifistas lo somos todos, en mayor o menor medida. Tampoco es alguien que esté dispuesto a aceptar pasivamente la paz de los cementerios, o sea, la tiranía, con tal de que no haya conflicto. Un pacifista no es alguien que no quiera morir. Es alguien que no quiere matar y que busca fórmulas para la resolución pacífica y racional de los conflictos. Entiende que los Estados se mueven por intereses que privilegian a unos pocos (la guerra como negocio). Un pacifista de este cambio de siglo, que no sea fundamentalista o esencialista, abstrae las diferencias, que existen y son objetivas, para analizarla desde las víctimas, desde el otro como yo, sin olvidar que el otro no soy yo. Un pacifista del siglo xxi tiene que saber que aducir la Moral (como si sólo hubiera una Etica) en favor de su causa equivale a volver al pasado, a la moral mesopotámica, a la descalificación por bárbaro del que no sea de los nuestros, al olvido de que la barbarie de los nuestros ha sido, frecuentemente, a lo largo de la historia, la más horrorosa de las barbaries; y, sobre todo, equivale al olvido de que las declaraciones contra el Imperio del Mal, en nombre de la Moral con mayúscula, están en el origen de numerosos desastres históricos en los que acaban sufriendo todos los inocentes.

Notas

{1} Para Wilson y Lorenz la agresividad tiene un componente natural, mientras que para los ambientalistas es un comportamiento "antinatural", desviado, patológico. Alfonso Fernández Tresguerres, El signo de Caín. Agresión y naturaleza humana, Eikasia, Oviedo 2003, pág. 56.

{2} Lorenz, La agresividad ese pretendido mal.

{3} Alfonso Fernández Tresguerres, El signo de Caín. Agresión y naturaleza humana, Eikasia, Oviedo 2003, pág. 13.

{4} Bianchi III, 62-66. Tucídides I, 96-99. Aristóteles, Constitución de los atenienses, 23 4-5. Diodoro XI, 47 (Herodoto, VII, 3-2). Plutarco, Vida de Aristides, 24-251.

{5} Herodoto, 7.9.25

 

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