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El Catoblepas, número 18, agosto 2003
  El Catoblepasnúmero 18 • agosto 2003 • página 21
Libros

Las conexiones ocultas

Sigfrido Samet Letichevsky

Sobre el libro de Frijtof Capra, Implicaciones sociales, medioambientales, económicas y biológicas de una nueva visión del mundo, Anagrama 2003

El autor es un físico que ha escrito cinco libros y numerosas publicaciones. Para este libro entrevistó, discutió o mantuvo correspondencia con numerosos investigadores de primera línea, como Lynn Margulis, Roger Fouts y Manuel Castells. En 337 páginas trata desde el origen de la vida, la mente y la conciencia, la realidad social, la globalización, los problemas de la biotecnología, hasta apuntar a un futuro próximo en el que tecnologías nacientes podrán solucionar problemas aparentemente insolubles. Son objetivos muy ambiciosos, sobre todo porque aspira a un enfoque sistémico, que repetidamente contradice. Espero mostrar esto con claridad, sin dejar de reconocer que es un libro estimulante, que presenta puntos de vista e informaciones de gran interés. Intenta enfocar la realidad de manera sistémica. En los temas sociales no lo logra consecuentemente y vuelve a enfoques lineales. No obstante, muestra la enorme influencia de la opinión pública y como la tecnología está solucionando los inconvenientes que ella misma desencadenó

Vida, mente y consciencia

Explica la formación de vesículas y su evolución prebiótica. El 2º capítulo se basa en ideas de Humberto Maturana y Francisco Varela, para quienes la cognición es la actividad implicada en la autogénesis y la autoperpetuación de redes vivas, y dice que «La actividad mental es inmanente a la materia, en cualquier nivel de vida» (pág. 61). Rechaza así el dualismo cartesiano y (pág. 64) toda teoría del «reflejo»: «La cognición no es la representación de un mundo con existencia independiente, sino más bien el alumbramiento continuo de un mundo mediante el proceso de vivir». Aclara luego que la experiencia consciente es un fenómeno emergente, por lo que no puede ser explicado únicamente en términos de mecanismos neurales.

Los sistemas vivos son estructuras disipativas (o sea, abiertas y alejadas del equilibrio); como proceso, son sistemas cognitivos; para el ámbito social, hay que agregar la perspectiva del significado. Considera que los virus no tienen vida, pues carecen de metabolismo propio. La característica fundamental de a vida es la autopoiesis. Para Capra los sistemas sociales pueden estar vivos en grado variable (y no sólo en sentido metafórico). Más aún, entre «Los retos del siglo XXI» dice que (pág. 137): «...la comprensión de las organizaciones humanas como sistemas vivos, constituye uno de los retos fundamentales de nuestro tiempo».

Empresa y sociedad

Acerca de la realidad social dice (pág. 124) inspirándose aparentemente en Isaiah Berlin: «Debido a nuestra capacidad para tener preferencias y elegir opciones en consecuencia, los conflictos de intereses no pueden dejar de aparecer en toda comunidad humana. El poder es el medio por el que esos conflictos se resuelven».

Metodológicamente, lo que hace valioso a este libro es su enfoque sistémico, expresado claramente, por ejemplo en pág. 159:

«Puesto que el proceso de emergencia es absolutamente no lineal, e implica múltiples bucles de realimentación, no puede ser analizado por medio de nuestras formas convencionales de razonamiento lineal, {sino con la teoría de la complejidad y su aparato matemático, la dinámica no lineal} y tendemos a experimentarlo como algo misterioso».

Y en pág. 160:

«A lo largo y a lo ancho del mundo vivo la creatividad de la vida se expresa a través del proceso de emergencia. Las estructuras creadas en ese proceso –tanto las biológicas de los organismos vivos como las sociales de las comunidades humanas– pueden ser denominadas con propiedad, 'estructuras emergentes'».

Pero en pág. 168 aparece un párrafo discordante:

«La inmensa carga de trabajo del ejecutivo de nuestros días es otra consecuencia del conflicto entre tiempo biológico y tiempo informático. Su trabajo está cada vez más informatizado, y, dado que la tecnología informática progresa sin cesar, las máquinas informáticas trabajan cada vez más deprisa y ahorran cada vez más tiempo. Qué hacer con el tiempo ahorrado es cuestión de valores. Puede ser distribuido entre los miembros de la organización, dejándoles más tiempo para reflexionar, para organizarse, para trabajar en red y para encuentros y conversaciones informales, o puede ser extraído de la organización y convertido en beneficios para sus altos ejecutivos y para sus accionistas, haciendo que el personal trabaje más y que, por consiguiente, aumente la productividad de la empresa. Lamentablemente, en nuestra tan cacareada era de la información, numerosas empresas han optado por la segunda posibilidad. Como consecuencia, podemos ver una descomunal acumulación de riqueza en la cima, al mismo tiempo que millares de trabajadoras y trabajadores son despedidos a causa de una obsesión continua por la reducción de tamaño y por las fusiones de empresas. Y quiénes aún mantienen su empleo trabajan cada día más, incluyendo a los altos ejecutivos».

Después de preconizar el enfoque sistémico y la empresa como organismo vivo, repentinamente Capra patea el tablero, adoptando un razonamiento lineal y psicologista. Parece creer ahora que 1) la productividad depende de la intensidad del trabajo humano (en contra de lo que había dicho en pág. 137: «En la economía actual tanto la gestión como la tecnología están crucialmente ligadas a la creación de conocimientos. Los incrementos en la producción no vienen ya de la fuerza laboral, sino de la capacidad de equiparla con nuevas habilidades, basadas en el conocimiento»); 2) la riqueza se «distribuye» (antigua teoría de Ricardo), olvidando que el mercado establece los precios de todos los factores de producción; que «numerosas empresas» han optado por explotar más al personal para beneficiar a los accionistas. Como ya dijimos en 1), esto no es así. Pero es cierto que en numerosas empresas, los ejecutivos (NO los «trabajadores») son expuestos a un régimen casi feudal mediante una competencia despiadada. Galbraith (1) (2) comentó como ya en 1932 Bearle, Means y Gordon, demostraron que en las Sociedades Anónimas el poder iba siendo transferido de los accionistas a los directores, «quienes sólo rendían cuenta, si acaso, a un consejo de administración designado por ellos mismos». Las S.A. han iniciado la socialización de la Empresa. Pero la desaparición de la figura del patrón ha dejado demasiado poder a los administradores (que suelen asignarse sueldos descomunales, incluso en empresas deficitarias) y aún no se han incorporado los sistemas adecuados de control que garanticen el interés de los accionistas. (La Empresa y el mercado son emergentes, lo mismo que la globalización; pero los emergentes tienen defectos que generalmente pueden corregirse, así como los hombres somos emergentes, a quienes hoy Salamanca presta lo que Natura non da, por ejemplo, si nuestra vista es insuficiente, la mejoramos con gafas, y combatimos las enfermedades en vez de limitarnos a sufrirlas, y podemos ir a cualquier lugar de la Tierra en pocas horas en vez de limitarnos a la velocidad posible para nuestras piernas). El sobreesfuerzo que se exige a los ejecutivos es generalmente innecesario y se relaciona con este poder descontrolado de los administradores. También olvida la emergencia cuando dice (pág. 182):

«El proceso de globalización económica fue deliberadamente diseñado por los principales países capitalistas (las llamadas «naciones del G-7»), por las mayores corporaciones transnacionales y por las instituciones financieras globales creadas para ese propósito, particularmente el BM, el FMI y la OMC».

Y en pág. 187:

«El poder económico reside en las redes financieras globales, que determinan el destino de la mayoría de los puestos de trabajo (...) Como consecuencia, la fuerza laboral se ha ido fragmentando y perdiendo poder».

Curiosa manera de decir que el aumento de productividad hace que se necesite cada vez menos «fuerza laboral» y que los trabajadores con los conocimientos necesarios ya no son «obreros». Los pocos obreros que quedan ya no tienen el poder de coacción que tenían antes. Por eso luego dice:

«El trabajador «autoeducado», por el contrario, tiene capacidad para acceder a niveles superiores de educación, para procesar información y para crear conocimiento. En una economía en la que el procesamiento de información y la creación de innovación y conocimiento constituyen las principales fuentes de productividad, esos empleados autoeducados son muy valorados.»

En pág. 188 menciona el abismo entre ricos y pobres, pero no da valores absolutos, por lo que no queda claro si ha habido sólo más enriquecimiento de los ricos, o, además, empobrecimiento de los pobres. En pág. 189 menciona el aumento de la pobreza, sin dar tampoco cifras, cosa necesaria, pues hay informaciones que lo contradicen (3). Tampoco explica por qué las zonas más pobres del planeta, que incluyen gran parte del África subsahariana y las regiones rurales empobrecidas de Asia y Latinoamérica (a los que denomina Cuarto Mundo) son «consecuencias sociales de la nueva economía» ni cuales son sus «interconexiones sistémicas {que} contribuye a una devastadora crítica del capitalismo global» (pág. 190). Luego dice: «Según la doctrina de la globalización económica –conocida como «neoliberalismo» o «consenso de Washington (...)». De modo que la globalización no sólo fue «deliberadamente diseñada», sino que tiene una ideología (a pesar de que la globalización continúa aunque el «consenso de Washington» ha muerto). Es una pena que Capra no mantenga el enfoque sistémico y la dinámica no lineal, aunque parece añorarlos en pág. 198:

«Sin embargo, sería erróneo pensar que un puñado de megacorporaciones controla el mundo. Para comenzar, el poder económico real ha sido transferido a las redes financieras globales. Toda corporación depende de lo que sucede en esas complejas redes, que nadie controla. Existen en nuestros días miles de corporaciones, todas las cuales compiten y colaboran a la vez, pero ninguna de ellas por si solas puede dictar las condiciones». «Esta difusión del poder corporativo es consecuencia directa de las propiedades de las redes sociales (...) Dentro de la red, las consecuencia de cada acción se extienden por toda la estructura y cualquier acción que promueva un objetivo particular puede tener consecuencias secundarias que actúan en contra de su consecución».

Capra parece creer, como Marta Harnecker (4) y Viviane Forrestier (5) que hay dos economías: productiva y especulativa. En pág. 186 dice: «El dinero se ha independizado casi por completo de la producción y de los servicios y se ha trasladado a la realidad virtual de las redes electrónicas.»

A mi entender, hay una sola economía, dedicada a la producción de bienes y servicios. Toda inversión implica riesgo, y cuando, buscando mayores ganancias se aceptan mayores riesgos, se está apoyando el progreso: la especulación financiera es el mecanismo de financiación de las economías complejas (y toda actividad comercial o industrial es especulativa, pues se proyecta hacia el mañana, y, como dijo Ludovico el Moro, «del mañana no hay certeza»). Además, el ser humano tiende al juego. Si unos amigos se instalan en una esquina y apuestan a la última cifra de la matrícula del próximo coche, están jugando al azar, pero esto no es «otra economía». Los juegos de azar son de suma cero, pues no producen beneficio neto (alguno gana porque los demás pierden). Las empresas incluyen azar (especulación) pero su objeto es producir aumento neto de riqueza. Pero la hipertrofia del poder de los administradores hace que estos –retribuidos frecuentemente con stock options– tengan más interés en el aumento (grande aunque momentáneo) de cotización de las acciones que en el buen funcionamiento de la empresa. Pueden maniobrar para hacerlas subir, vender rápidamente y hacerse con importantes ganancias. Si el funcionamiento de la empresa no respalda el precio alcanzado por sus acciones, estas caerán inevitablemente. Estas maniobras no crean riqueza; son una simple estafa a los accionistas (que a menudo son fondos de ahorristas o de pensionistas) (6).

La tecnología ha posibilitado el enorme crecimiento numérico de la humanidad, pero al mismo tiempo ha agravado la destrucción medioambiental y el agotamiento de recursos, hasta hacerla insostenible. Capra dice (pág. 194): «En otras palabras, la destrucción medioambiental no es un efecto colateral del diseño del capitalismo global, sino algo inherente a él».

Nunca se insistirá demasiado en la urgente necesidad de disminuir la contaminación y cuidar el medio ambiente y los recursos. Pero para ello no ayudan los prejuicios ideológicos y no podemos olvidar el desprecio a la ecología que caracterizaba a los países socialistas (y Chernobil no es más que uno de muchísimos ejemplos). Por supuesto que los enormes aumentos de producción en EE.UU. y Europa son hoy la mayor amenaza al medio ambiente; pero Capra muestra más adelante como ese mismo desarrollo tecnológico está creando las soluciones para los problemas que antes ocasionó (y esto sí es un buen ejemplo sistémico).

La biotecnología en la encrucijada

Capra relata (pág. 210) que en mayo de 2000 parecía dudoso que el equipo público completara el genoma humano antes que el privado (Craig Venter/Celera Genomics). Pero un graduado «llamado no Clark sino James Kent» (7) trabajando dos semanas día y noche, escribió 10.000 líneas de un magnífico programa informático, gracias al cual publicaron sus resultados en la misma semana; el consorcio público en Nature y Celera Genomics en Science. Es un brillante ejemplo de lo que puede realizar el talento unido a un enorme esfuerzo.... acicateado por la competencia.

Esta información parece opuesta a la que ofreció El País los días 27 y 28 de Junio de 2000. El 27 dijo (8): «El alma de esta empresa, donde se ha completado la secuencia del genoma humano en menos de un año, es Venter,,,» Y al día siguiente (9) llama a Celera Genomics «la compañía que ha logrado descifrar el genoma humano». Pero también dice: «La compañía de Craig Venter, fundada en mayo de 1998, tuvo unas pérdidas de 7.500 millones de pesetas en el último período fiscal. Sus directivos han tenido que pagar el precio de la urgencia con la compra de «superordenadores» y equipos de análisis ultrasofisticados que han permitido hacer en dos años aquello a lo que el proyecto público ha dedicado una década» (bastardillas de S.S.). De modo que ambas versiones pueden coexistir. Celera Genomics quintuplicó la velocidad de secuenciación, y el consorcio público, picado por la competencia, hizo un gran esfuerzo final. (Es obvio que, además de disponer de conocimientos ocho años antes, esta diferencia de tiempo es una enorme economía en personal y laboratorios).

Y Capra señala algunas cosas muy importantes. «Los descubrimientos más recientes –dice en pág. 214– demuestran claramente que la estabilidad genética no es inherente a la estructura del ADN, sino que constituye una propiedad emergente, resultado de la compleja dinámica de toda la red celular». Pero (pág. 219): «La base conceptual de la ingeniería genética es el determinismo genético (...) El organismo vivo tiende a ser visto como un mero montón de genes, totalmente pasivo, sujeto a mutaciones aleatorias y a las fuerzas selectivas del entorno, sobre las cuales carece de cualquier control». Y presenta varios argumentos que refutan al determinismo genético:

1. La estructura del genoma es única para todas las células, pero sus patrones de actividad son distintos (pág. 222).

2. El programa para a activación de los genes no reside en el genoma, sino en la red epigénica de la célula (pág. 223).

3. El experimento realizado hace casi un siglo por Hans Driesch, destruyendo varias células en las primeras etapas del embrión del erizo de mar, sin que por ello deje de desarrollarse hasta ser un adulto completo, reclama la aplicación de la teoría de la complejidad y es incompatible con el determinismo genético (pág. 224).

4. La observación de redundancia genética contradice directamente al determinismo genético, en general, y a la metáfora del «gen egoísta» de Richard Dawkins, en particular (pág. 225).

Capra critica el uso de la ingeniería genética. En primer lugar, porque no tiene la precisión que ese nombre sugiere, «es mucho más chapucera» (pág. 229).

En segundo lugar, por los riesgos que su uso implica. A este respecto, las opiniones de los especialistas no son coincidentes; da la impresión de que los ecologistas exageran los riesgos, lo que podría poner en peligro la subsistencia de esos pueblos del 4º Mundo. Pero, naturalmente, hay que proceder con mucha precaución (ver el Apéndice: «Panorama de los alimentos genéticamente modificados»). En el plano teórico, el impacto más fuerte a los OGM proviene, a mi parecer, de la refutación del determinismo genético. Además atribuye a las empresas que los producen el aplicar una tecnología «terminator» que esterilizaría los cereales obtenidos, por lo que no servirían como semillas. Si esto fuera así, sujetaría a los campesinos a una inaceptable dependencia de las multinacionales.

Pero cuando dice (pág. 242): «En las tres últimas décadas, la producción de alimentos ha rebasado el crecimiento de la población en dieciséis por ciento (...)» parece olvidar que esto se debe a la «revolución verde», y que pronto será insuficiente (pues el consumo de fertilizantes y biocidas es costoso y contaminante). Además, en pág. 238 dice algo que es cuando menos confuso:

«Con los nuevos productos agroquímicos la agricultura se mecanizaba y consumía cada vez mas energía, lo que favorecía a los terratenientes con capital suficiente y obligaba a muchos campesinos a malvender sus explotaciones familiares y emigrar. Víctimas de la Revolución Verde, en el mundo entero gran número de personas han abandonado las zonas rurales y han ido a engrosar las masas desempleadas urbanas.»

Desde la Revolución Industrial los campesinos han ido emigrando a las ciudades en busca de una vida mejor; debido a la productividad agrícola, el 2% de la población es suficiente para producir los alimentos para todos. Qué la agricultura consume cada vez más energía, significa que los abonos químicos provienen del petróleo (y podrían obviarse con los OGM), se cultiva bajo plástico y se envasa en plástico, que también provienen del petróleo (y cada vez se recicla más, por lo que es esperable que este consumo al menos no aumente). Las víctimas de la revolución verde no habrían nacido sin ella.

Pero Capra no es pesimista, y dice en pg 242: «Por supuesto, la biotecnología podría tener un lugar en la agricultura del futuro, a condición de ser usada juiciosamente, en conjunción con medidas sociales y políticas, y si pudiera contribuir a conseguir mejores alimentos sin ningún efecto colateral dañino».

Cartas nuevas

En el último capítulo, Capra sigue oscilando entre la emergencia y la premeditación lineal. Así, en pág. 269 dice: « (...) aunque la globalización sea un fenómeno emergente, la forma actual de globalización ha sido deliberadamente diseñada y puede ser rediseñada». Por momentos, parece decantarse por la premeditación. «Sin embargo -dice en pág. 270- detrás de todas esas evaluaciones está el principio fundamental del capitalismo desbocado: la ganancia económica tiene que ser siempre valorada por encima de la democracia, de los derechos humanos, de la protección del medio ambiente y de cualquier otro valor. Cambiar de juego significa, sobre todo y ante todo, cambiar de principio fundamental».

En pág. 290 transcribió una líneas del The Wall Street Journal que contradicen lo anterior: «Con la controversia sobre los alimentos genéticamente modificados extendiéndose rápidamente por todo el mundo, y pasando factura a las acciones de las empresas con negocios en el sector de la biotecnología agrícola, es difícil poder considerar estas empresas como una buena inversión, ni siquiera a largo plazo»: A lo que Capra agrega: «Estos acontecimientos recientes demuestran bien a las claras que los movimientos de base de nuestros días tienen poder y capacidad para cambiar no tan sólo el juego del mercado global, y reorienta sus flujos financieros según unos valores distintos».

Los fenómenos emergentes no son consecuencia de «cambio de principios» sino que surgen independientemente de los actores; en todo caso, hacen surgir nuevos principios y debilitar a otros. Quien actúa en el mercado –es decir, todos– busca maximizar sus ganancias. Pero sólo podrá hacerlo dando, como vendedor, lo que el mercado pide y al precio que esté dispuesto a pagar. Y como comprador, tratará de pagar lo menos posible por la mayor calidad posible. Con cada compra hace una elección y muestra sus deseos: el comprador hace un ejercicio continuo de democracia. El vendedor, en busca de ganancias, comienza contaminando el ambiente y derrochando recursos. Pero no podrá hacerlo durante mucho tiempo so pena de matar la gallina de los huevos de oro. La misma búsqueda de ganancias que lo obliga a respetar los deseos e intereses de los compradores, le obliga también a respetar el medio ambiente y no serruchar la rama en la que se sienta. Esto se cristaliza por vía legislativa, pero suelen aparecer obstáculos muy difíciles de superar. (Por ejemplo, EE.UU. es el principal contaminador, pero no sería realista esperar que de repente acepten no utilizar sus coches, acondicionadores de aire, neveras, &c.). Pero hay también otras vías. Capra dice (pág. 296) que el empresario Gunter Pauli fundó a principios de los 90 Zero Emisión Research and Initiatives (ZERI). «ZERI ayuda a las industrias a organizarse en agrupaciones ecológicas, de modo que los residuos de una puedan serle vendidos como materia prima a otra. De este modo ambas se benefician». ZERI tiene un magnífico modelo de este tipo para los cafetales colombianos. Los cafetaleros colombianos están desesperados por la caída de los precios en el mercado mundial, pero, que yo sepa, se concentran en pedir subvenciones al Gobierno.

Por otra parte, la idea de ZERI –que es magnífica–, no sólo sigue la lógica capitalista de hacer buenos negocios, sino que no es nueva. En el siglo XIX, en Alemania, se destilaba hulla para producir gas y coke. Pero se acumulaban enormes cantidades de alquitrán residual. La búsqueda de su aprovechamiento dio origen al surgimiento de la gran industria química alemana y fue una valiosísima experiencia para el posterior desarrollo de la petroquímica.

«En los EE.UU., –dice en pág. 304– que no es precisamente un líder en reciclaje, más de la mitad del acero se produce a partir de chatarra. En la misma línea, tan solo en Nueva Jersey hay más de una docena de industrias papeleras que trabajan exclusivamente con papel reciclado».

Muchas empresas, en lugar de comprar automóviles, máquinas y aparatos, los adquieren por leasing, lo que, además de evitar grandes desembolsos, les asegura su mantenimiento y reemplazo al envejecer, o al aparecer nueva tecnología. Capra nos dice de una generalización de esta tendencia (pág. 305): « (...) no tiene ningún sentido poseer todas esas cosas y tirarlas luego al final de su vida útil. Parece mucho más lógico comprar el servicio que de ellas deseamos recibir, es decir, alquilarlas (...) La economía ya no se basaría en la propiedad de bienes, sino en el servicio y en el flujo». Y en pág. 307:

«Las empresas antes mencionadas han rediseñado por completo sus productos para facilitar su desmontaje. Cuando esto sucede, la demanda de mano de obra para las labores adicionales de desensamblaje, selección y reciclaje aumentan en la misma medida en que disminuyen los residuos. (...) Los ecodiseñadores se muestran de acuerdo en que, en los países desarrollados, y sin que ello signifique merma alguna del nivel de vida de sus habitantes, es posible alcanzar una reducción del noventa por ciento del consumo de energía y materiales».

Luego muestra progresos (pág. 315) en el aprovechamiento de la energía eólica y solar, y concluye: «Esos avances demuestran que la transición a la energía solar está en camino». En Madrid, 30 gasolineras (10) tienen instalados paneles fotovoltaicos y otras 63 están en proyecto. Durante el día envían electricidad a la red, por la que cobran más de lo que gastan en su propio consumo de electricidad.

Finalmente, Capra menciona lo que se está haciendo para terminar con el principal contaminante y a la vez con la dependencia energética del petróleo. Los hipercoches (pág. 322) de fibra de carbono embebida en plásticos, con suspensión ligera, sin embrague, transmisión ni palanca de cambios y alimentado por una batería de hidrógeno: serán baratos y no contaminantes. El vehículo estacionado sigue produciendo electricidad y permitirá cerrar las centrales térmicas y nucleares, dejar de depender del petróleo y reducir en 2/3 las emisiones de anhídrido carbónico de EE.UU.

Hasta hace pocos años, los niños jugaban con soldaditos de plomo y blanqueaban sus zapatillas con albayalde. Las pinturas contenían también pigmentos de plomo y los linotipistas trabajaban respirando vapores de plomo. En la construcción se usaba amianto (cancerígeno). Estas cosas ahora parecen monstruosas. Pero lo importante es que cuando se adquirió consciencia del daño que ocasionaban, se encontraron reemplazantes y dejaron de usarse.

Hacia 1940, la industria de los detergentes sintéticos alcanzó un desarrollo espectacular. Y tanto en los usos domésticos como en los industriales se lograron grandes ventajas en economía y rapidez. Pero en 1962, Rachel Carson publicó Silent Spring y puso en evidencia la intolerable contaminación de las aguas. La tecnología ocasionó el problema, pero también lo solucionó: el éxito del libro de Carson impulsó la búsqueda de remedio, que fueron los detergentes biodegradables. Si la opinión pública lo exige, muy pronto sucederá lo mismo con la contaminación de anhídrido carbónico, ruidos y radiactividad.

Bibliografía

1. «Historia de la economía» (1987) J. K. Galbraith, Ariel (1992).
2. «Memorias. Una vida de nuestro tiempo» (1981) J. K. Galbraith, Grijalbo (1982).
3. «Contra la pobreza, globalización», El País-Economía, 1-9-02.
4. «La izquierda en el umbral del siglo XXI», Marta Harnecker, Siglo XXI, diciembre de 1999.
5. «El Horror económico», Viviane Forrester, FCE 1997.
6. «Indemnizaciones millonarias para inversores engañados», Ciberp@ís, 3-7-03.
7. «Reading the book of life. Grad. Student Becomes Gene Effort`s Unlikely Hero.», Nicholas Wade, The New York Times, 13-2-2001.
8. «Craig Venter: un francotirador en el país de los genes», Maleen Ruiz de Elvira, El País, 27-6-2000.
9. «Celera Genomics pierde un 22% en la Bolsa tras descifrar el genoma», Javier del Pino, El País, 28-6-2000.
10. «Treinta gasolineras de la región generan luz para alumbrar las viviendas vecinas», Ruth Ruiz, Mucho madrid (La razón, 29-6-03).

Anexo: Panorama de los alimentos transgénicos

En Julio de 1989, «El País» publicó un artículo (1) del economista Abraham Guillén, en el que dice que la población mundial pasó de 1,500 millones de habitantes en 1913 a más de 5.000 millones en 1988. La revolución verde fue capaz de aumentar enormemente la producción de alimentos. Pero señala que se ha completado la utilización de esas técnicas (empleo masivo de fertilizantes químicos, millones de tractores y cosechadoras, semillas seleccionadas, &c.) y las reservas mundiales de cereales van disminuyendo, por lo que pronosticó más escasez de alimentos en Asia, África y América Latina para fines del siglo XX. Su propuesta fue que los países ricos debían ayudar a los del hemisferio sur, invirtiendo parte de los capitales que inútilmente se invierten en gastos de rearme.

La propuesta es muy razonable, aunque difícil de concretar (cosa que la experiencia muestra en asuntos mucho más fáciles como el Tribunal Penal Internacional, los protocolos de Kyoto, la apertura comercial real, &c.). Pero el pronóstico, ¿fue acertado?.

Contra lo que se viene afirmando en los últimos años, Xavier Sala (2), catedrático de economía de la Universidad de Columbia (Nueva York), hizo un estudio de 125 países que demuestra que en 1998 había 400 millones de pobres menos que en 1970. No obstante, en partes de África, Asia y América, hay hambre. (Recordemos que el premio Nóbel Amartya Sen (3) aseguró que no se producen nunca hambrunas cuando hay libertades políticas).

Ahora bien: Guillén hizo una extrapolación correcta basada en la tecnología de 1989. No podía prever la aparición de los organismos genéticamente modificados (OGM) que aumentan enormemente los rendimientos agrícolas y abaratan los costos, por lo que pueden ser la solución del problema.

En marzo de 2000, «Mundo Científico» publicó un dossier (cinco artículos) sobre los OGM. En diez años de experiencia con los OGM no hubo ningún inconveniente para seres humanos. Pero como el número y la complejidad de los OGM crecen impetuosamente, no se puede asegurar que no los haya en el futuro. Por eso se impone precaución y controles.

Un informe británico (4) sugiere la existencia de peligros para las aves y otros animales, que resultarían diezmados tras la desaparición de los insectos por las fuertes dosis de plaguicidas empleadas en los cultivos de plantas modificadas genéticamente para resistirlos. Sería un daño indirecto, al alterar la cadena alimentaria actual. Nos recuerda la importancia de tener en cuenta que en fenómenos complejos (como es la vida), cualquier modificación altera no solo lo inmediato buscado, sino que puede tener consecuencias lejanas y aún imprevisibles.

Norman Borlaug es un agrónomo que lideró la revolución verde y «ha sido la persona que más vidas ha salvado en este siglo» (5). En 1970 se le otorgó el Premio Nóbel por la paz (6) por no existir un premio para Agronomía. Al recibirlo, advirtió que se trataba de una victoria temporal, hasta el fin del siglo. Borlaug opina que la modificación genética es la solución del problema alimentario, y que quienes se oponen tajantemente, lo hacen por ignorancia. Dice que con modificaciones genéticas se disminuiría el uso de herbicidas. El mencionado artículo (5) destaca algo muy importante. Si se continuara con la agricultura tradicional, el crecimiento de la población obligaría a aumentar las superficies cultivadas, lo que produciría una reducción alarmante de la variedad biológica.

En febrero de 2000 Borlaug estuvo en Madrid. En un reportaje (7) se le dijo que «Los ecologistas aseguran que el mundo no necesita para nada las semillas transgénicas», a lo que el «padre de la revolución verde» respondió: «lo dicen porque tienen la panza llena. La oposición ecologista a los transgénicos es elitista y conservadora. Las críticas vienen, como siempre, de los sectores más privilegiados: los que viven en la comodidad de las sociedades occidentales, los que no han conocido de cerca las hambrunas. Yo fui ecologista antes que la mayor parte de ellos. Me gusta discutir con ellos sobre cuestiones medioambientales. Pero son excesivamente teóricos, y tienen más emoción que datos.»

El último informe de la FAO (Organización para la alimentación y la Agricultura) «defiende con cautelas el uso de transgénicos para enfrentarse al hambre». (8) Pero en Zambia sucedió algo espeluznante. Una cuarta parte de su población (de 10 millones de habitantes), y tal vez llegue a la mitad, pasa hambre. El país ha recibido miles de toneladas de ayuda internacional. El 75% del maíz proviene de EE.UU., país donde el 90% de la producción es transgénica, y por eso no se distribuye. La situación es tan grave que la presidenta de la OMS ha estado reunida tres días con representantes de los diez países más amenazados para convencerles de que millones de occidentales consumen maíz modificado genéticamente sin problemas.» «Comer este cereal en África no es menos seguro que hacerlo en otras partes del mundo», aseguró.

Nunca se logrará seguridad absoluta, pero entre morir de hambre y correr un riesgo remotísimo, no puede haber duda. (Probablemente la verdadera razón es la posibilidad de que el maíz modificado contamine otros cultivos. En años de buenas cosechas, países como Zambia o Zimbabwe exportan a Europa y temen que la UE prohiba la compra de sus cereales).

Es frecuente que quienes se sienten más revolucionarios sean en realidad reaccionarios. Eso sucede con los ecologistas extremistas y con los «antiglobalizadores»: ambos quiseran volver al pasado, lo que no es posible ni deseable. Sin embargo, de hecho, su actuación resulta positiva. Los ecologistas, aunque exageren, llaman la atención sobre posibles inconvenientes y hacen que se ponga más atención en los controles. Similar actitud han asumido empresas como «Iceland Frozen Foods», de Gran Bretaña, que en marzo de 1998 publicó un folleto (10) explicando qué es la modificación genética y cómo puede afectar. Además se comprometió a no utilizar OGM en los productos que comercializa y aconseja dirigirse a las organizaciones ecologistas –cuyas direcciones y teléfonos suministra– para más información. McDonald's publica (11) una descripción de sus materias primas y tablas con la composición de todos los productos que comercializa. En otros folletos enumera a todos sus proveedores, con los cuales tiene contratos que especifican la calidad exigida.

También reclaman los ecologistas, con toda razón, la identificación de los OGM, para que el consumidor sea libre de decidir, y para que pueda haber un seguimiento de sus posibles efectos..

Y los «antiglobalizadores» han señalado los inconvenientes no deseados, que hay que corregir, y van cambiando su actitud negativa por el reclamo de otra globalización (que generalice las ventajas y evite los inconvenientes). Lo cual es tenido muy en cuenta por el Banco Mundial. Y ha servido para acentuar las críticas a la actual dirección del FMI, haciendo más probable que esta institución cambie de políticas o de personas.

Agregado el 4-7-03: La Ing. Agrónoma Pilar Carbonero declaró (12): «Hay 60 millones de hectáreas de plantas transgénicas en todo el mundo... Una buena parte es maíz o bien resistente a insectos, como el que se cultiva en los Monegros, o bien tolerante a herbicidas. Este último permite entre otras cosas la siembra sin arar previamente, que evita la erosión». Y más adelante en el reportaje: «No esperaba la tremenda reacción que se produjo en Europa, que ha sido especialmente dañina incluso desde el punto de vista del dinero que se dedica a esta área. (...) Lo que me preocupa sobre todo es que esta tecnología no llegue a los países en desarrollo, porque puede resolver muchos problemas. Sin la biotecnología las hambrunas van a ser terribles». Y finalmente: «En este mundo ni a los más egoístas les interesa que haya hambre en África y Asia, porque ahora con las migraciones... Y gran parte de la investigación en biotecnología de plantas está financiada por fundaciones sin ánimo de lucro».

Se anunció (13) un acuerdo de protocolo sobre alimentos que contienen OGM. «La medida implica que por primera vez existirá un método mundialmente validado para autorizar alimentos transgénicos y asegurar su salubridad, un hecho extremadamente importante para la industria y los consumidoes».

Bibliografía

1. «Hambre en el año 2000», Abraham Guillén, El País, 5-7-89.
2. «Contra pobreza, globalización», El País-Economía, 1-9-2002.
3. «El indio Amartya Sen gana el Nóbel por sus trabajos sobre el bienestar», El País, 15-10-98.
4. «Un informe oficial británico alerta sobre los riesgos medioambientales de los transgénicos», El País, 18-2-99.
5. «En defensa de Norman Borlaug», por tres catedráticos de la UPM, El País, 25-11-99.
6. «Los ecologistas extremistas impiden erradicar el hambre», Norman Borlaug, El País, 24-10-99.
7. «La oposición ecologista a los transgénicos es elitista y conservadora», El País, 12-2-00.
8. «La FAO apoya los transgénicos para combatir el hambre», El País, 21-8-02.
9. «Zambia se niega a repartir maíz transgénico para combatir la hambruna», El País, 31-8-02.
10. «Iceland. Genetic modification of food and how it affects you», 18-3-98.
11. «McDonald's updated Jan'98 food Facts. Food. The inside story.»
12. «Si la biotecnología no llega a los países en desarrollo las hambrunas serán terribles», Mónica Salomone, El País, 28-5-2003.
13. «Un protocolo internacional permitirá evaluar los riesgos para la salud de los alimentos transgénicos», El País, 4-7-2003.

 

El Catoblepas
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