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El Catoblepas, número 30, agosto 2004
  El Catoblepasnúmero 30 • agosto 2004 • página 24
Libros

Más imposturas intelectuales

José Andrés Fernández Leost

Ofrecemos una breve reseña de À l'ombre des Lumières, de Régis Debray y Jean Bricmont, una suerte de apéndice al polémico Imposturas intelectuales, editado recientemente en Francia por la editorial Odile Jacob, París 2003

El texto, estructurado en cuatro capítulos, se ajusta al formato dialógico que refleja el debate entre sus dos autores. La excusa parte de la polémica suscitada a raíz de la publicación en 1999 del libro Imposturas intelectuales, obra que, girando en torno a la utilización ciertos conceptos científicos, denuncia la falta de rigor con que la emplean numerosos filósofos postmodernos o post-estructuralistas. Jean Bricmont, físico de formación y co-autor junto con Alan Sokal de las Imposturas, retoma aquí sus planteamientos confrontándolos con uno de los intelectuales que fueron objeto de sus reproches, Régis Debray, concretamente por el uso que este realizaba en su Crítica de la razón política del teorema de Gödel. El trayecto que ambos recorren pasa de la discusión epistemológica de las ciencias en general y de las humanas en particular, hasta la puesta en cuestión del fenómeno religioso como objeto de investigación susceptible de averiguación científica. El positivismo, la sociobiología, la psicología evolutiva o la hermenéutica, se traen a colación en aras de hallar el grado de determinación al que eventualmente podría estar sujeto el ser humano. De ahí que la antropología o estudio de la naturaleza del hombre aparezca como el trasfondo del mismo debate epistemológico, que, en todo caso, queda ordenado bajo el esquema que divide el conocimiento adquirible en dos tipos de órdenes: el de la naturaleza y el de la sociedad. Así, mientras que para el físico Bricmont los métodos de investigación sociales han de adecuarse al patrón que guía el estudio de los fenómenos de la naturaleza, para Debray la carga de los componentes simbólicos hace de las sociedades campos de estudio difícilmente clasificables según deducciones lógico-experimentales. De hecho el físico belga confía en que la tendencia de las ciencias humanas apunte hacia el establecimiento de enunciados del siguiente tipo: «dado un genoma caracterizado por la propiedades X, Y, Z, y un contexto [ecológico-social] caracterizado por las propiedades A, B, C, se obtiene tal resultado aplicable al ser humano observado» (pág. 67) Frente a esto, sin dejar de señalar la indeterminación del término «contexto», Debray insistirá en defender el estatuto, si no estrictamente científico, sí cognitivo de aquella disciplina que él mismo ha contribuido a construir, la «mediología» que, como estudio de la transmisión de los conocimientos, pretende dar con los determinantes tecnológicos capaces de transformar las mentalidades de una sociedad; defensa que Bricmont pondrá en solfa insistiendo en distinguir entre la comprensión del comportamiento humano –algo de lo que incluso la literatura puede decirnos algo– de la cadena de causas y efectos que estructuran y garantizan un conocimiento objetivo. Por ello es necesario asimismo distinguir los resultados de la actividad científica, de la información que nos proporciona la sociología del conocimiento científico como, por consiguiente, no relativizar datos por motivos contextuales –datos que, si bien nos ayudan a comprender las aproximaciones sobre el campo de estudio, no pueden distorsionar la comprensión del proceso de investigación–. Sobre la limpieza requisitorial de los pasos de tal proceso insistirán nuestros autores, así como sobre las capacidades interpretativas de las disciplinas históricas, dotadas éstas siempre de un margen de indeterminación mayor.

A vueltas con la capacidad predictiva de la ciencia merece resaltarse la cuestión que se plantea –a propósito de la historia– en torno a la lucidez de la sabiduría vivencial de un de Gaulle por ejemplo, anticipando a la larga el carácter deleznable del comunismo, frente a los análisis de los historiadores de las ideas, incapaces de prever su hundimiento. No obstante Bricmont pone en duda esta aparente la lucidez de un pensamiento que se revela al cabo reaccionario, y en sintonía con el pesimismo antropológico de Debray.

Efectivamente, la actitud antropológica de partida que ante el análisis político y religioso sostienen Bricmont y Debray, acaba por condicionar no ya sus opiniones sobre el futuro desarrollo de las sociedades o la dudosa capacidad que estas tengan para progresar ética o racionalmente (que también), sino la misma conceptualización de los hechos a estudiar, y por consiguiente su operativización, manifestándose explícitamente aquí el dilema entre los dos autores; tiene cierto interés constatar por tanto como la distancia epistemológica que media entre ellos queda sujeta en última instancia al mismo espíritu más o menos progresista que ante el devenir de la humanidad mantienen, más pesimista el de Debray y completamente ilustrado –esto es, esperanzado aún en el advenimiento de una sociedad racional y laica– el de Bricmont, aunque igualmente combatientes el de los dos.

Conviene precisar por último como el enfoque de Debray ante el material religioso aparece sesgado siempre por su concepción de lo sagrado, no forzosamente asociada a una creencia sobrenatural cuanto a la institucionalización en toda sociedad de algo –un discurso, una organización, una tecnología– intocable e inmutable, que acaba por consagrarse, precisamente. Este resorte consustancial a las culturas, y activado tanto en las religiones positivas como en las «civiles», es lo que constituye el núcleo de las pesquisas de Debray, como bien ilustra su libro anterior (Dieu, un itirénaire).

En definitiva, el presente texto toca con agilidad casi todas las áreas de la esfera filosófica, pero acaso también con excesiva superficialidad, no acabando por ejemplo de dar con una definición firme de lo que sea la racionalidad, ni tampoco profundizando en la aplicación práctica de ciertos temas que tan sólo teóricamente tocan (¿por qué no unas palabras sobre la bioética?). Por otro lado, pensando ahora en un público español, la obra se enzarza en ocasiones en discusiones académicas internamente francesas –la tendencia de sus estudios humanísticos hacia ámbitos existencialistas, más que analíticos; la polémica surgida a raíz de la publicación en la Sorbonne de la tesis sobre sociología de la astronomía (caso de Élisabeth Teissier)– cuyo interés se agota en el detalle local. Por tanto, sin subestimar la experiencia que supone reunir una voz científica frente a otra más bien literario-humanista, y valorando como actual la temática tratada, no acabamos de ver reflejada en la obra resultados sustanciales, ni audaces ni novedosos.

 

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