Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 32, octubre 2004
  El Catoblepasnúmero 32 • octubre 2004 • página 1
Política
Televisión

La televisión «de partido»
o la basura fabricada por el gobierno

José Manuel Rodríguez Pardo

Se analiza la despectiva expresión televisión «de partido» acuñada por la oposición socialista en sus críticas al anterior gobierno español, y se señala su enorme virtualidad para analizar la actual televisión pública (TVE)

«Reconozco que el juicio puede estar condicionado de muchas y casi increíbles formas, y hasta el punto que, aunque no esté bajo el dominio de otro, dependa en tal grado de sus labios, que pueda decirse con razón que le pertenece en derecho. No obstante, por más que haya podido conseguir la habilidad en este punto, nunca se ha logrado que los hombres no experimenten que cada uno posee suficiente juicio y que existe tanta diferencia entre las cabezas como entre los paladares. Moisés, que había ganado totalmente, no con engaños, sino con la virtud divina, el juicio de su pueblo, porque se creía que era divino y que todo lo decía y hacía por inspiración divina, no consiguió, sin embargo, escapar a sus rumores y siniestras interpretaciones; y mucho menos los demás monarcas. Si hubiera alguna forma de concebir esto, sería tan sólo en el Estado monárquico, pero en modo alguno en el Estado democrático, en el que mandan todos o gran parte del pueblo; y la razón creo que todos la verán».
Benito Espinosa, Tratado teológico-político, capítulo XX.

1. Antecedentes

Alfredo Pérez RubAlCaba desvela en TVE sus declaraciones basura fabricadas en la calle Ferraz

Fueron cuatro largos años, aunque menos de los esperados tras su sorprendente triunfo, los que necesitó la actual cúpula socialista para alcanzar el poder que tanto ansiaba, y para el que utilizó variados medios, muchos de ellos antidemocráticos (como la huelga general revolucionaria del 20 J de 2002 o la agitación partidista entre el 11 y el 14 M). Así, una vez alcanzada la victoria electoral, el recién nombrado presidente, aun antes de formar gobierno, señaló varios objetivos ante sus propios correligionarios. Uno de ellos consistía en acabar con la televisión «de partido» que, siempre según sus propias palabras, había sido la cadena pública Televisión Española (TVE) en manos del anterior gobierno, una televisión totalmente manipulada, aviesa y falaz, con la que se pretendía poco más o menos que realizar un acendrado proselitismo a la ciudadanía.

De hecho, la voluntad de acabar con la llamada televisión «de partido» había tomado forma escrita en el programa electoral del PSOE y se había manifestado durante los meses previos a las elecciones, no sólo por el propio candidato a la jefatura de gobierno, sino implícitamente por varios parlamentarios socialistas. Así, en una de las sesiones de control al gobierno, en concreto el 25 de junio de 2003, una diputada del grupo parlamentario socialista dijo, dirigiéndose al Director General de Radio Televisión Española (RTVE): «La programación nocturna de sábados y domingos, como le he dicho en repetidas ocasiones, produce vergüenza ajena, es grosera, vulgar, está cargada de machismo y es impropia de una televisión pública, por mucho que usted diga, por mucho que usted y su antecesor justifiquen el mantenimiento de estas emisiones porque dicen que se deben a las audiencias, que son programas muy vistos. Como le he dicho también en alguna otra ocasión, esta opinión de la ciudadanía dice muy poco a favor de ustedes».

Para tal fin, el naciente gobierno del PSOE decidió contraatacar mediante un control estricto de lo que suele denominarse como telebasura. Así pudimos ver que programas anteriormente de debate y de desvelación de la propia intimidad (programas de testimonio suelen denominarlos), como Esta es mi historia, dirigido por Ana García Lozano, pasaban a convertirse en programas de debate, transformando los testimonios en preguntas ocasionales del público, para posteriormente ser retirados de la pantalla. Una vez que La Moncloa había cambiado al nuevo talante, más afrancesado, lo obsceno ya no era simplemente lo que se pone en escena (etimológicamente), sino que lo obsceno, en una muestra del galicismo y afrancesamiento cultivado por el nuevo gabinete, es lo que no debe ponerse en escena. Así, si los sentimientos de cada cual son privados y nadie tiene por qué penetrar ni conocer el fuero interno, íntimo (intimidad que también incluye la corrupción política y las propias decisiones gubernativas) de cada persona, cada ciudadano puede pensar lo que quiera sin tener que exhibirlo, pues el exhibicionismo, dirán ellos, es basura, y la televisión pública no tiene por qué acoger esa basura.

En segundo lugar, y una vez confirmado en primera votación el quinto presidente del régimen de 1978, la decisión del gobierno fue crear un «comité de sabios», tales como Fernando Savater o Emilio Lledó, varios de ellos confesos abstemios de programación televisiva (¿cómo van a juzgar entonces la programación de TVE sin siquiera ver la televisión con asiduidad?). Lledó –uno de los abstemios televisivos–, haciendo las veces de portavoz tras la constitución del comité, señaló que gracias a la televisión podemos ver a distancia (como si no viéramos, con nuestros propios ojos, las cosas fuera, a distancia) cosas que en realidad no podríamos ver, y que la televisión viene a ejercer el papel de «ojos prestados» para poder ver «cosas que no vemos», pues no están realmente ahi. Probablemente aquí Emilio Lledó esté equiparando la televisión con el cine, del mismo modo que en su libro La memoria del logos comparó la caverna de Platón con una sala de cine, mientras que el materialismo filosófico, tal como señala Gustavo Bueno en Televisión: Apariencia y Verdad, la compara con la televisión, al ser las sombras de la caverna apariencias de una presencia real, de los objetos reales situados a distancia apotética. Para el sevillano, no obstante, entre televisión y cine no habría esenciales diferencias.

Ya llegados al verano y con él el descanso para la clase política y el resto de españoles, TVE sorprende con la decisión de no retransmitir las corridas de toros tan habituales en las fechas estivales, alegando «escasez de recursos». Como contrapunto, los documentales sobre animales no dejan de aparecer en la televisión pública desde hace algún tiempo, lo que quizás pueda ser consecuencia de las decisiones tomadas por los sabios televisivos. Paralelamente, las noticias de los informativos de TVE cada vez toman un cariz más partidista a favor del nuevo gobierno. Mientras que durante la guerra de Iraq el gobierno permitió que en TVE aparecieran opiniones en contra de la guerra (tesis contraria a la que le atribuía la oposición de forma retorcida en aquellos tiempos), un año después podíamos ver como todas las noticias se mezclaban con la manida guerra de Iraq, caso de la subida del precio del petróleo, atribuida al conflicto en Oriente Medio, tan rentable para determinados partidos políticos.

No mucho antes de estos sucesos, las declaraciones de los altos cargos del gobierno saliente en la comisión de investigación de los atentados del 11 M, son calificadas en TVE de «políticas», mientras se oculta que las intervenciones del ínclito Pérez Rubalcaba o el ministro Alonso (que propugnó una vuelta a la legalidad franquista para controlar las congregaciones islámicas en España) buscan «salvar la cara» al actual gobierno socialista, retorciendo las palabras que fueron dichas en su día (en ocasiones mintiendo sin ningún recato), y torciendo el gesto en cada ocasión que les señalaban cuestiones comprometidas de su actuación no sólo del 11 al 14 M, sino en la investigación posterior, incluyendo también a algún compareciente ante la comisión, que preparó su declaración en la sede socialista de la madrileña Calle Ferraz, como desvelaron otros medios no gubernamentales.

Tampoco podía faltar en la televisión pública (y privada) el tradicional veraneo en Mallorca de la familia del presidente del gobierno, quien tuvo motivos más que sobrados para manifestar su enfado por la obscenidad de la prensa y la televisión. Así, nuestro flamante presidente protestó en forma de carta abierta a ciertos medios de la prensa escrita, al exigir a determinadas revistas del corazón que no publiquen fotos de sus vacaciones en las que aparecen sus hijas, en base al «respeto a la intimidad»; intimidad que sería, siguiendo el afrancesamiento de los medios públicos, algo obsceno. No cabe duda que, legislación mediante, esas prácticas no están autorizadas: la ley tiende a proteger la intimidad del menor de edad. Sin embargo, otras intimidades no punibles de nuestro presidente se presentaron a la opinión pública, deseosa de conocer a uno de tantos millones de españoles que eligen las fechas estivales para disfrutar de unas vacaciones, incluso como ejemplo de cara al futuro; con la curiosidad de conocer dónde veranean los hombres más importantes de la política española.

Estas intimidades que también quedaron al descubierto nos permiten conocer la calidad de los dirigentes que nos han tocado en suerte. Gracias a la prensa de habla inglesa pudimos descubrir que el Presidente Rodríguez Zapatero, tan deseoso de que las nuevas generaciones aprendan inglés (deseo manifestado desde el día siguiente a su elección, y cumplido en la nueva reforma de la enseñanza), tendrá que pasar por las aulas donde la lengua anglosajona será impartida en los niveles más básicos de la enseñanza. A la pregunta de un periodista de la pérfida Albión, «How long have you been in Mallorca?» (¿Cuánto tiempo llevan en Mallorca?), nuestro presidente respondió «Yes» (Sí), buena muestra de la ignorancia de nuestro presidente acerca de las expresiones más básicas de la lengua inglesa que tanto encarece, quizá por sus propias carencias en esta lengua.

En base a estos nuevos fenómenos y otros posteriores, muchos de los cuales se han discutido con mayor o menor extensión en los foros de nódulo, sobre todo en el foro Televisión, y comparando con la situación del gobierno anterior, buscamos aclarar qué es la televisión «de partido» y qué puede querer decir el gobierno actual, más con sus hechos que con sus palabras, con semejante expresión.

2. Coetáneos. La telebasura fabricada y las noticias periodísticas: su aplicación al caso de TVE

Sobre la expresión televisión «de partido»

Como es natural, la primera asociación que hacemos a la expresión televisión «de partido» es a la de una programación preparada según los gustos del gobierno (al modo como es preparado el diario El País, que durante la etapa de gobierno del PSOE 1982-1996 fue denominado como «el Pravda español», el diario del partido con vocación de eternidad en el poder), ignorando la voluntad de los ciudadanos, «el pueblo» al que la oposición y actual gobierno siempre ha dicho defender. Sin embargo, el sintagma «de partido» puede ser aplicado a múltiples usos: no sólo existe la televisión «de partido», sino también programas electorales «de partido», gobierno «de partido», elecciones «de partido» (primarias), manifiestos «de partido» &c. que no tienen por qué ser denigratorios (aunque algunos politólogos prefieran denominar como «estado partidiario» –es decir, «de partido»– al régimen político que sólo permite el gobierno de un partido político, que para un liberal sería estado totalitario).

De hecho, dentro de la tradición del marxismo clásico (ya olvidado por la socialdemocracia que incluye al PSOE), la verdad no puede ser nunca neutral, pues en todo caso su presunta neutralidad revelaría su carácter de ideología al servicio de determinados grupos dominantes. Es el famoso espíritu de partido, la toma de partido por una opción concreta, el único posicionamiento que permitiría revelar la verdad, frente al espíritu «burgués», que pediría la neutralidad ideológica y se revelaría como falsario y encubridor de las contradicciones reales. Sería entonces la denuncia del PSOE, en disonancia con las denuncias marxistas, un intento de encubrir ideológicamente una serie de contenidos que, desde su posicionamiento partidista, conviene barrer para que no sean conocidos, desvelados.

Aun así, los intentos de mantener la televisión controlada para que no sea «de partido» no siempre serán eficaces ni aportarán beneficios. En el caso de TVE hemos visto que durante los años del anterior gobierno «popular», la audiencia de la televisión pública siempre se mantuvo como líder frente a las cadenas privadas, mientras que en los escasos meses que el nuevo gobierno socialista se encuentra en ejercicio, la audiencia de TVE ha caído en picado, perdiendo incluso su liderazgo y bajando al tercer puesto, entre debates insulsos de campaña electoral y desaparición o reciclaje de otros programas, situación ni siquiera salvada gracias a las retransmisiones de las Olimpiadas, consideradas en la jerga política como «de interés general». No parece que «el pueblo» sea muy receptivo a los contenidos que le imponen sus «representantes».

Curiosamente, la portavoz socialista que denunció la degragación de TVE el año pasado, parecía estar echando en cara al anterior ejecutivo su incapacidad para educar al pueblo en determinados valores, suponiendo que el estado tiene que asumir la labor de controlar los gustos de la ciudadanía (posición presuntuosa y arrogante, la misma de quien planea implantar una asignatura obligatoria, evaluable y vaga en su formulación denominada «Educación para la Ciudadanía», sin explicitar los contenidos que en ella se impartirán), y más aún en una democracia de mercado pletórico, una vez que el monopolio de las televisiones estatales está superado –y en el que hasta el momento, no lo olvidemos, TVE había competido con ventajas evidentes de financiación sobre las privadas, pero al menos no era ajena a esa realidad–.

Ahora bien, aun suponiendo que una televisión que sea ajena a los gustos de los ciudadanos apenas tendrá capacidad de supervivencia en una democracia de mercado, habrá que partir de algún punto de vista para elaborar esa programación (criterios de calidad, como suele decirse). Es decir, habrá que «tomar partido» (sin que ello implique elegir partido político, pero siempre en consonancia con el espíritu de partido citado anteriormente) por unos determinados contenidos, desdeñando otros. Es precisamente eso lo que todos los medios de comunicación, programas, prensa, radio, &c. efectúan todos los días para presentar sus informaciones: seleccionar contenidos respecto a lo que se recibe. Es completamente falsa, por no decir propia de personas ensoberbecidas y de mentalidad infantil, la concepción del periodista como «revelador de la verdad», simplemente porque transmite noticias a través de los informativos o de las conexiones en directo realizadas por los mismos.

Antes de realizar tan sublimes afirmaciones, el periodista debería por lo menos conocer la etimología del término noticia, del latín notitia, que quiere decir noción, es decir, tener unas notas vagas o conocimientos parciales de lo que sucede. Etimología usada por San Agustín, quien en De Trinitate plantea que el alma (nuestra conciencia, que diríamos hoy en el lenguaje políticamente correcto de nuestra democracia) es una sola, pero que según la función que realice tomará un aspecto distinto, del mismo modo que la Trinidad cristiana son tres personas en una sola. Así, si recibimos alguna percepción sensible, el alma toma la forma de Notitia (sensación); si hace inteligible lo sensible, toma la forma de Mens (mente); y si desea algo, toma la forma de Amor (voluntad).

Sin embargo, al ser el alma una sola, Agustín señala que gracias a la iluminación divina la notitia es comprendida inmediatamente por nosotros; es decir, que la noticia sería ella misma verdad, al modo como el español Gómez Pereira (quien cita profusamente en su Antoniana Margarita a San Agustín) señaló que todas nuestras sensaciones son ellas mismas juicios, juzgar es sentir, postura que Descartes sintetizaría posteriormente con su Pienso, luego soy. De este modo, los periodistas, al señalar que la noticia es ella misma verdad (pues ellos son los transmisores de esa verdad), se mantienen en las coordenadas del agustinismo y el cartesianismo, aun en la vía del ejercicio, iluminados desde lo alto por alguna extraña fuerza superior.

No obstante, como ya hemos señalado, la noticia es una noción, no la verdad. Sólo desde un idealismo que conciba la existencia de lo que está en televisión (o en la radio o la prensa) y no de lo que está en el mundo (para utilizar una de las fórmulas que aparecen en Televisión: Apariencia y Verdad) se puede afirmar tal cosa. Así, si fallece un cámara de televisión en un acto de guerra durante el conflicto iraquí (como sucedió con José Couso), se dirá que los soldados estadounidenses son atroces servidores del mal absoluto (terroristas, según sentencia nuestro gobierno al otorgarle los beneficios de las víctimas del terrorismo al citado cámara Couso; y ello sin olvidarnos que Julio Anguita Parrado, fallecido a manos de las tropas iraquíes, no ha recibido la misma consideración), cuyo único fin es «matar la verdad», olvidando que la censura informativa impuesta por el régimen de Sadam Hussein no permitía mostrar más que algunos edificios derruidos, presuntos fedayines dispuestos a inmolarse por la causa del ex dirigente Baas (cosa que no sucedió en la toma de Bagdad), y muchas otras apariencias falaces, muy alejadas de la verdad que sucedió hace año y medio.

Además, desde la perspectiva que identifica noticia y verdad, no podría haber noticias falsas. ¿Cómo explicar desde este inmediatismo gnoseológico las noticias falsas? Si para el periodista defensor de su profesión la noticia es de por sí «la verdad», es verdadera, una noticia falsa nunca podrá ser una noticia en sentido estricto; será en todo caso un bulo, un rumor. Pero, como nos ha señalado Fernando Bellón en esta misma revista no hace mucho, cada vez es más frecuente que los propios periódicos y televisiones fabriquen sus propias noticias, o que las presenten de tal modo que sean irreconocibles. Ejemplos múltiples de esta circunstancia podemos encontrarlos en los titulares de prensa diarios, como cuando determinados diarios omiten palabras clave al presentar al público sus noticias.

Un ejemplo muy claro de esta fabricación de noticias podemos encontrarlo en un titular de El País de 6 de Abril del presente año, donde se señalaba que Bin Laden amenazaba a España con más atentados si no se retiraba de Iraq. Sin embargo, el periódico de Juan Luis Cebrián, de forma interesada, suprimió la palabra «Afganistán» del titular, lo que equivalía a adulterar el comunicado de Al Qaeda en el que se refería en realidad a la presencia de tropas españolas «en Iraq y Afganistán»; al suprimir al segundo país del titular, se está dando por supuesto que la causa de los atentados del 11 M (siempre que atribuyamos la paternidad de tal engendro a la red terrorista Al Qaeda) es la política «belicista» [sic] del anterior gobierno, instando a «reparar el daño» con la retirada de tropas. Lo que no nos señaló el «diario independiente de la mañana» fueron las causas auténticas de esa amenaza censurada y manipulada por ellos mismos.

Una vez constatada la pluralidad de medios informativos existentes en una sociedad de mercado, y aun sin que exista una censura previa de contenidos (en la II República existían centenares de medios de comunicación, muchos más que ahora, pero una estricta censura de prensa obligaba, en muchas ocasiones, a publicar los mismos contenidos bajo amenaza de suspensión o multa de no obedecer el imperativo gubernativo), resulta imposible que las noticias se presenten de la misma forma, pues como vemos influyen muchos intereses ideológicos, se enfocan los titulares de una manera y no de otra, dependiendo de lo que se quiera resaltar, el público al que va destinada la información, &c. Es decir, que las noticias, las nociones, no las recibimos todos de la misma manera, por lo que la verdad contenida en los periódicos y los informativos televisivos siempre se presentará a nivel fenoménico, parcial. No olvidemos el famoso refrán: «En un periódico sólo hay dos verdades: la fecha y el precio».

Por lo tanto, ¿cómo justificar que haya noticias falsas? El dogma de los periodistas, de estos nuevos clérigos que señalan los límites de lo que se debe o no decir, como les ha denominado Gustavo Bueno, es que todas las opiniones son respetables. En este caso, se reducirá la anteriormente denominada «noticia» a la opinión del autor y así se evitará cualquier disculpa o rectificación. Con semejantes antecedentes, mejor será para nosotros «pasar página» y despreciar tales concepciones de la noticia y la verdad como completas falsedades, y a quienes las defienden como necios e ignorantes sin remedio.

Ahora bien, una vez conocido que sólo desde un punto de vista concreto cabe entender lo que vivimos, aquello de lo que tenemos noticia, ello implica que hemos de «tomar partido»; aunque a veces la elección es tan partidista que sólo se ven noticias en un sentido concreto.Veamos si no la fórmula del actual ejecutivo: se suprime de entrada aquello que se considera basura, como los programas de testimonios, y se sustituye por programas de debate político que supuestamente pueden ser «más culturales» y elevar el conocimiento de los ciudadanos. Sin embargo, un debate sobre un tema determinado puede ser una basura aún peor que los testimonios de las personas corrientes, sobre todo si las opiniones de los contertulios están prefijadas de antemano y se muestran absolutamente impermeables a la discusión, o si las mismas, dada su dispersión y falta de engarce, se ahogan las unas a las otras hasta convertirse en un ruido sin sentido. Así sucedió en uno de los lamentables debates que TVE programó durante la campaña de las elecciones europeas, donde seis personajes armaron mucho ruido sin decir nada claro.

Asimismo, una entrevista con un líder político, como la que Pedro Erquicia le realizó a Jaime Mayor Oreja durante la misma campaña electoral, se adscribe sin lugar a dudas, y sin perjuicio de su carácter de televisión formal, en directo, al género de la telebasura fabricada (en el sentido que Gustavo Bueno señala desde la perspectiva del materialismo filosófico en Telebasura y democracia), pues las preguntas no iban orientadas a conocer en profundidad el programa político del partido que representaba Mayor Oreja en esos comicios, objetivo primordial para el que se le entrevistaba (si ya se supieran perfectamente sus contenidos, huelga todo tipo de indagación al respecto) sino que la entrevista tomó el formato de un interrogatorio preestablecido, que únicamente buscaba inculparle como responsable de las muertes producidas en una guerra «ilegal e injusta» [sic] en Iraq apoyada por su partido, olvidando que lo que se jugaba en esas elecciones no era el futuro de ese país de Oriente Medio, sino la política a seguir por España dentro de esa «biocenosis» o «jungla de estados» que llamamos Europa.

Digamos entonces, para nuestros objetivos, que no se puede equiparar lo que aparece en un programa de testimonios a lo que fabrican los gobiernos para hacer vulgar propaganda de sus presuntos logros o demonizar a sus adversarios políticos, tildándolo todo como telebasura. En primer lugar, porque habría que constatar que la basura que aparece en esos programas es distinta. Un programa de testimonios como el que tantos hispanohablantes ven a menudo, Laura en América, en el que se presentan situaciones terribles, como las de menores obligadas a prostituirse para financiar los vicios de sus padres, polígamos que engañan a sus parejas, padres drogodependientes que viven de los robos de sus hijos, &c., es un programa de televisión basura (de basura fabricada en ocasiones), sin lugar a dudas, pero la basura no está sólo en el propio programa, que necesita usar de argucias y artimañas para atraer a las personas que dan su testimonio -generalmente engañándolas respecto a la temática del programa y a quiénes se van a encontrar en él (fabricando así su propia basura), ya que muy pocos se atreverían a confesar que se prostituyen, cometen adulterio o se dedican a robar ante un público y un ambiente hostil a esas prácticas, en el que muchas veces se llega a las manos-, sino sobre todo en la sociedad misma, la misma sociedad que produce la bazofia que aparece en pantalla y la mantiene por medio de las personas que consumen droga, explotan a sus hijos o aprovechan los servicios de la prostitución.

El programa Laura en América incluso dispone de asistentes sociales y miembros de asociaciones juveniles que, desde una perspectiva claramente católica, pueden «perdonar» a quien hasta ese momento ha llevado una mala vida, permitiéndole desintoxicarse o comenzar de nuevo, al tiempo que se expulsa del estudio a quien no desea rectificar. Podríamos decir que programas como Laura en América, aunque fabriquen basura para mantener sus índices de audiencia, explotándola en consecuencia, realizan una importante labor de reciclaje de toda esa basura social que vemos a diario en nuestras calles, desvelándola y ayudando a las personas que acuden a ellos; y ello sin olvidar que programas de esta naturaleza permiten conocer la sociedad en la que uno vive, y demuestran el papel tan importante que la televisión puede llegar a jugar en sociedades ágrafas, como lo son la mayoría de las repúblicas hispanoamericanas.

En cambio, si vemos la basura que hemos señalado de TVE, claramente se comprueba que es en su inmensa mayoría basura fabricada, cuyo objetivo es engañar de forma sistemática a los televidentes (que no por ello dejan de ser responsables, del mismo modo que once millones de votantes, independientemente del miedo que pasasen durante las elecciones del 14 M, son responsables del triunfo del PSOE y en consecuencia de lo que suceda durante su mandato), para así servir a su opción política, a su «partido». Por eso, resulta de un cinismo rayano en la villanía acusar al anterior gobierno de «tomar partido» por determinadas tesis, cuando en la actualidad no se permiten otras tesis distintas a las que el gobierno socialista promueve, desde su aparente neutralidad a la hora de dictaminar y tomar decisiones gubernativas.

Por poner un ejemplo: se puede aceptar que muchos de los once millones de votantes socialistas, debido a su agrafía y analfabetismo (como muchos de los diez millones de votantes «populares»), asocien la subida de precios del petróleo a la guerra de Iraq, siéndoles más fácil comprender los acontecimientos por medio de la impactante iconografía que el Síndrome de Pacifismo Fundamentalista pone a su disposición (¡No a la guerra! ¡Paz!, todo ello en vivos colores blancos y rojos con fondo negro). Pero un periodista, que en muchos casos conoce todos los datos de los últimos quince o veinte años, y que por lo tanto no puede ser el mismo tipo de persona, y que sabe también de la intervención del estado ruso en la petrolera Yukos, o la creciente demanda petrolífera de China o India -así como que el petróleo iraquí aún no se ha incorporado al mercado en cantidades apreciables para el sector petrolero-, no puede, salvo obrando con claros propósitos de perjudicar a terceras opciones políticas, obviar tales factores a la hora de valorar esa subida. Salvo que la operación de TVE sea una parte más del «informe» preparado por el PSOE, cuyo único fin es culpar al gobierno saliente de la situación creada por las circunstancias objetivas del negocio del petróleo; circunstancias que incluyen también la subida de precios en productos derivados del crudo y una gran cadena de decisiones que obligarán, tarde o temprano, a que sus precios se estabilicen.

Rodríguez Zapatero ha reconocido 'obscenamente' sus escasos conocimientos de inglésLa nueva programación de TVE parece incluir más basura fabricada que nunca

3. Consecuentes. La basura fabricada al servicio del gobierno

Nos corresponde concluir, en base a todo lo expuesto hasta el momento, que los cambios habidos en la nueva televisión pública no provocarán necesariamente una mayor «calidad televisiva», siempre que el criterio de esa calidad sea la audiencia, en la que TVE ha perdido la batalla en los primeros meses. Quizás muchas de las situaciones creadas durante esta primavera y verano podamos entenderlas como efecto de la falta de recursos para explicar qué pueda ser la televisión y sus diferencias con el cine. Si suponemos que la televisión auténtica es la televisión formal, la que se construye en directo, está claro que los productos «enlatados», tales como películas, documentales, &c. no serían propiamente televisión salvo por analogía con el directo. Estamos en todo caso ante ejemplos de televisión material, cine televisado.

Ahora bien, en consonancia con las palabras de Lledó, quien afirma que gracias a la televisión vemos «cosas que en realidad no podemos ver», habrá que señalar que hemos convivido en los últimos tiempos con la telebasura fabricada de documentales sobre animales, en lugar de ver corridas de toros; con debates supuestamente «cultos» con opiniones ya prefijadas, en lugar de saber qué es lo que piensa realmente la ciudadanía, por escandaloso y vulgar que pueda parecer; con programas humorísticos preparados por los principales propagandistas del PSOE en estos últimos años, en lugar de espectáculos de variedades. Gracias a Lledó y otros sabios, veremos mucho cine, muchos debates, nos reiremos con las parodias de «la derecha» y memorizaremos las costumbres del ornitorrinco, pero nos meteremos aún más en el mundo de la doxa, de la opinión sin fundamentar, por muy «culta» que pueda parecer.

Sin embargo, una televisión no puede sostenerse sin agradar al vulgo, y muchas veces «hablándole en necio para darle gusto», como diría Lope de Vega. Así, las corridas de toros, suprimidas casi todo el verano, volvieron a escena en septiembre. La nueva programación de TVE, presentada no hace mucho, incluye programas donde las personas consultan y confiesan obscenamente (en escena) sus gustos sexuales y sus dudas sobre esa materia. Programación que también incluye programas humorísticos de El Gran Wyoming, quien bajo gobierno socialista abandonó TVE por serle censurada una imitación del Jefe de Estado, considerada sin duda como basura por denigratoria de la Corona española, baluarte de nuestra monarquía democrática.

Parece entonces que las acusaciones formuladas por el grupo parlamentario socialista contra la televisión basura, usada por el anterior gobierno para obtener el liderazgo de audiencia en TVE, parecen ser cumplidas a la perfección, un año después, por los mismos que entonces eran oposición; el verano ha servido de campo de pruebas para comprobar la inanidad, la escasa firmeza y la carencia absoluta de generosidad del nuevo gobierno para con las políticas televisivas de sus oponentes políticos, ya que a la vuelta de vacaciones, el Presidente Rodríguez ha tenido que llamar al orden y aconsejar la imitación de lo que tan neciamente habían definido él y los suyos como televisión «de partido».

Sin embargo, rectificaciones de este estilo, como hemos podido ver, no tienen ningún misterio. Una vez alcanzado el poder, el nuevo gobierno ha tenido que asumir que existe una deuda en TVE, histórica y ciertamente abundante, y no puede aplazarse la necesidad de eliminarla lo antes posible; y uno de los medios para eliminar la deuda es aumentar la audiencia, lo que incitará también a introducir más publicidad, como está sucediendo no sólo en TVE1, sino también en La 2 de TVE (concebido inicialmente como canal público más «culto» y no sometido a las demandas del mercado). ¿Qué sentido tendría que una televisión, por muy pública que sea, no se rija por los mecanismos de la oferta y la demanda propios de una sociedad democrática de mercado?

Que la empresa pública dependa del dinero estatal, tomado como tributo y limitación a la propiedad privada de cada ciudadano, no implica que sus éxitos puedan lograrse al margen de la competencia real frente a terceros, que si no existiesen propiciarían un enorme gasto para resultados similares o incluso peores, ya que sin un objetivo de audiencia a alcanzar, carente de competencia, sus resultados no tendrían un contexto donde ser valorados positiva o negativamente. Quiere esto decir que las corrientes ideológicas, por muy sublimes y perfectas que puedan parecer a sus representantes, instalados en la comodidad de sus escaños parlamentarios opositores, no pueden olvidar tomar pie en la realidad política y trastocarse hasta el punto de que, hoy día, los defectos que vieron quienes eran oposición, los están aplicando completa y diariamente hoy desde el gobierno.

En cualquier caso, olvidarse de la competencia existente en una democracia de mercado, y más aún en el caso de la televisión, donde el sector público tiene que competir con las privadas ya desde 1990, nos situaría en una posición propia del franquismo, una sociedad de mercado incipiente, pero con monopolio estatal en muchas de las actividades económicas. Por ello, no menos basura que lo anteriormente señalado se nos muestra la constante denuncia –que recae siempre sobre el mismo partido hoy en la oposición– de «franquismo» lanzada alegremente desde el propio gobierno y muchos de los medios de comunicación privados afines al mismo, cuando los denunciantes no sólo han demostrado estar ligados al franquismo más tradicional (tal es el caso del periodista Juan Luis Cebrián, que a pesar de su juventud fue jefe de informativos de la Televisión Española en tiempos del general Franco, y que logró por intercesión de Manuel Fraga la dirección del diario El País), sino que a pesar de denostar los cuarenta años de mandato del Invicto Caudillo, se dedican a promocionar y aplicar medidas usadas entonces, pero hoy completamente fuera de época: véanse los casos de los ministros Trujillo (con su Ministerio de la Vivienda calcado del fundado por Franco para poblar de edificios España; la mayoría siguen en pie y con el yugo y las flechas acompañando a la expresión «Ministerio de la Vivienda») y Alonso, de quien ya citamos su pretensión inicial de volver a la legalidad franquista, consistente en obligar a los clérigos islámicos, como si fueran los miembros del PCE hace cuarenta años, a confesar ante la policía qué es lo que van a prescribir a sus fieles en sus prédicas.

Volviendo a nuestra temática titular, hemos de señalar que una sociedad de mercado, sin embargo, resulta muy difícil de «educar» desde la televisión estatal, en tanto que ésta, a pesar de las ventajas de doble financiación de que disfruta, denunciadas por las privadas, ha de hacerse un sitio dentro del mercado y obtener una cuota de pantalla mínimamente satisfactoria. En cualquier caso, TVE no ha ofrecido en los últimos años un panorama ideológico que permita establecer que su «calidad» era inferior o superior a la de sus competidoras. De hecho, podríamos decir que con el nuevo gobierno socialista ya hay (si es que no se había alcanzado antes) un consenso total de la televisión pública con sus presuntas competidoras privadas en las ideas clave de la cúpula ideológica que parecen sustentar: matrimonio de homosexuales con demonización de la heterosexualidad, defensa o al menos comprensión de los intereses del nacionalismo que busca fraccionar España, demonización de España como producto del franquismo, &c.

Sin embargo, este consenso no implica acuerdo, en tanto que todos los canales parecen señalar los mismos tópicos, pero no concuerdan a la hora de hacerlos realidad de modo efectivo (no todos los canales televisivos gubernamentales apoyan explícitamente el Plan Ibarreche, por ejemplo, aunque se muestren comprensivos hacia él). Además, en consonancia con la cita inicial de Espinosa, una sociedad que no admite el monopolio de los medios de difusión, difícilmente podrá evitar la disidencia o simplemente la indiferencia de los ciudadanos hacia los contenidos que la pantalla televisiva pública o privada propone obscenamente. Gustar al público o morir, parece la condena a la que la pureza ideológica socialista está sometida y obligada, salvo que prefieran que TVE siga cayendo en el descrédito y la falta de audiencia.

Concluimos por lo tanto que la expresión televisión «de partido» que acuñó el PSOE en su época en la oposición con fines peyorativos, no es sino una forma de describir los criterios de «calidad televisiva» que el propio gobierno socialista ha utilizado en sus primeros meses al frente de TVE, y que no le salvan de utilizar la telebasura para aumentar una audiencia en franco declive. Sólo que no cabría equiparar la basura que se desvela a diario en la prensa o en otros canales televisivos, con la basura que el gobierno fabrica para intentar ocultar sus propios errores y, en un caso paradigmático de infantilismo, culpar a sus contrarios de los errores propios, sintiéndose así libre de toda responsabilidad.

 

El Catoblepas
© 2004 nodulo.org