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El Catoblepas, número 50, abril 2006
  El Catoblepasnúmero 50 • abril 2006 • página 5
Voz judía también hay

La NH y cómo se usa

Gustavo D. Perednik

La Negación del Holocausto por parte del régimen iraní
hace propicia una indagación de este singular fenómeno

imagen del Holocausto en Dachau

Hay dos consecuencias visibles del fenómeno de Negación del Holocausto (NH), una específicamente contra los judíos, que consiste en hostilizarlos, y otra que atenta contra la democracia al blanquear al nazismo y contribuir así a su repetición.

La reciente transformación de la NH en una política explícita y prioritaria de un poderoso régimen petrolero como el de los ayatolás iraníes, pone de relieve la pregunta acerca de por qué la NH es tan necesaria a sus portavoces.

Entre las varias respuestas se destaca el hecho de que la NH permite a los negadores blandir un mito indispensable de su propaganda: el control judío mundial. La patente realidad del Holocausto constituye de por sí un crudo mentís a la superchería de que los hebreos regimos el mundo y, por ello, a quien quiera alimentar el odio judeofóbico con la teoría de la conspiración, le es indispensable o bien banalizar el Holocausto o bien negarlo expeditamente.

Sucintamente expuesto el proceso mental del que odia, éste discurre más o menos así:

  1. Descubre que la judeofobia es un canal fácilmente asequible para volcar su inquina;
  2. Repara en que la animadversión exige mitos que la avalen –el más habitual de los modernos es que los judíos avasallamos al mundo–;
  3. Para dotar al mito de veracidad, procede a borrar de la historia las numerosas páginas en las que los judíos han sido víctimas de despiadada violencia (ya que difícilmente pueda creerse que las víctimas de tanta agresión dominan, a menos que sean masoquistas).
  4. Como la Shoá llevó a su nadir el sufrimiento judío, hace falta ocultar todo rastro de ella para que el judeófobo continúe activo e imperturbado.

Una de las absurdas consecuencias del método es que, de todos los eventos de la historia, el único sobre el que los Negadores disparan sus «dudas» es precisamente uno de los más documentados. Como no son historiadores, pueden sueltamente negar sin aportar más prueba que su militancia en la NH, intentando que el historiador sea colocado en el banquillo de quienes deben dar explicaciones. Para agregarle una aureola de «ciencia» al caprichoso procedimiento, se autoadjudican el rimbombante título de «revisionistas».

Irán ha llevado la NH al plano nacional. Su presidente se ha trazado el explícito designio de «borrar del mapa» al Estado hebreo. Para ello necesita eliminar el Holocausto de la conciencia pública, y «probar» de este modo tanto que los judíos no han sufrido, como que su dominio universal ha impuesto una supuesta mentira: su padecimiento.

El embajador iraní en Portugal, Mohamed Taheri, provocó un incidente diplomático entre los dos países el 14 de febrero de 2006 al declarar: «cuando fui embajador en Varsovia visité Auschwitz e hice mis cálculos. Le habría llevado a los nazis quince años incinerar los cadáveres de seis millones». Uno no puede sino preguntarse cuál será el interés de un gobierno en hacer tantos «cálculos» para confundir a la opinión pública, además de exacerbar un odio que le coseche algunas alianzas y de procurar por medio del escándalo un protagonismo que no le conceden sus logros tecnológicos o científicos.

La NH les permite a los ayatolás seguir blandiendo el mito del control judío mundial, y la consecuente justificación de su programa de «defenderse» de un Israel «dominador» que cabe sesenta veces en su territorio y tiene diez veces menos población.

Obviamente el mito no es monopolio de los ayatolás. En los medios españoles se lo repite con una frecuencia que sería inadmisible en otros países. Sin ir más lejos, Antonio Banderas lo sostuvo en el programa El Canto del Loco (TV1, 12 de febrero de 2006).

En términos generales, la NH sirve para achacar los males de la sociedad a un grupo determinado. Así, el teócrata todopoderoso de Irán, Alí Jamenei, acusó de las famosas caricaturas del diario danés al «complot sionista», descansando en que el mito arraigado acerca del dominio judío lo eximiría de toda necesidad de probar nada. La mera acusación supone que el acusado debe defenderse.

Y quien emerja para contradecir al acusador, será inmediatamente inculpado de formar parte del complot, y señalado como una «prueba adicional» de que el dominio mundial es un hecho.

Después del 11-S, el mito de que «los judíos estaban detrás» fue muy popular en medios y en Internet. Asimismo, diez días después del atentado del 11-M, Juan Carlos Gea publicaba en un diario asturiano un reportaje que le atribuía a Israel la comisión del atentado.

La actriz Marisa Paredes, presidenta de la Academia Española de Arte y Cinematografía, declaró a Europa Press en abril de 2002, que Roman Polanski había ganado el Oscar por El pianista, debido a las intrigas del «lobby judío» y, en diciembre de ese año, Alex Navajas y Alex Rosal denunciaban en La Razón el «ataque a la iglesia» del «lobby israelí» (se referían a los casos de pedofilia en los que se habían visto involucrados algunos sacerdotes). Acusar es gratis y el silencio del acusado «probaría» su delito.

Trece millones de masoquistas

El estereotipo de los judíos como dominadores del planeta tiene lugar y fecha de nacimiento: París, 1807.

El 26 de agosto de 1789 Francia promulgó la Declaración de los Derechos del Hombre y Ciudadano. Su aplicación a los judíos demoró unos años más, ya que la Asamblea Nacional revolucionaria necesitó debatir largamente si cabía emancipar a los judíos. El jacobino Robespierre pedía una solución inmediata: «los defectos de los judíos provienen de las humillaciones a las que los habéis sometido». Pero la reacción contrarrevolucionaria lo acusaba de haber sido sobornado por dinero de israelitas. Hippolyte Taine fue más lejos y definió el triunfo de los jacobinos como «triunfo de los judíos». Después de todo, éstos se veían beneficiados por la revolución. Unos lustros después, Napoleón asumió el deber de hacer de ellos buenos franceses.

Presionado por las quejas contra judíos que llegaban desde Alsacia, Napoleón convocó a una Asamblea de Notables Judíos que funcionó durante casi un año desde julio de 1806, y que estaba integrada por ciento once rabinos y líderes comunitarios. Debieron responder doce preguntas acerca de los hábitos judíos, a saber: poligamia, divorcio, exogamia, patriotismo francés, la relación con los no-judíos, obediencia a la ley, designación de rabinos y marco de su autoridad, profesiones prohibidas, y legitimidad de la usura.

Durante los últimos meses de las sesiones, se requirió de setenta y un asambleístas, mayoritariamente rabinos, que en base a las respuestas emitidas promulgaran leyes religiosas para que fueran aceptadas por los judíos. Este grupo fue denominado «el Sanedrín napoleónico». Napoleón no previó que la judeofobia francesa descargaría su oposición a la Emancipación de los judíos precisamente contra ese Sanedrín, que después de todo, representaba la integración israelita a Francia.

En 1807, el canónigo jesuita Agustín Barruel de la Catedral de Notre-Dame, alertó al gobierno acerca de un complot judío internacional «que transformará iglesias en sinagogas», y que le había sido revelado por un personaje llamado Simonini, del que hasta hoy se ignora si realmente existió. El error de darle a la convención el nombre de Sanedrín, colaboró con la patraña, puesto que Barruel esgrimía que finalmente salía a la luz el Sanedrín de la antigua Judea, que supuestamente había venido actuando clandestinamente durante quince siglos. Durante ese lapso, los judíos habrían gobernado el mundo subrepticiamente (nadie parecía notar que les había tocado mayormente el rol de víctimas). Napoleón disolvió abruptamente su Sanedrín, y así nacía el primer mito judeofóbico de la modernidad: la conspiración judía mundial. Los aires pre-emancipatoriales regresaban con su peor cara y, tanto en los Estados papales como en Alemania, se revirtió la Emancipación apenas Napoleón fue derrocado (1815).

En Francia, varios filósofos convirtieron la reacción judeofóbica en una ideología. François Fourier (m. 1837) cuya escuela de reforma social se popularizó, consideraba que «el comercio es la fuente de todos los males y los judíos son la encarnación del comercio». Había sido un gran error emancipar a los esclavos y a los judíos, «la nación más despreciable». Su discípulo Alphonse Toussenel escribió en 1845 una obra en dos volúmenes llamada Los judíos, reyes de la época, que inspiró la judeofobia rural conservadora que eventualmente devino en movimiento político.

Tuvo remedos en muchos países. El método usual es mencionar los nombres de judíos que son banqueros, editores de diarios, industriales, &c., y después amontonar este poder, deduciendo que pertenece en su conjunto a un grupo solapadamente coordinado: los judíos.

En España, el diario El Mundo publicó el 3 de noviembre de 2002 un comentario sobre el libro El Lobby Judío de Alfonso Torres. El artículo delinea las «revelaciones de un libro» y al final provee al lector de una lista de judíos conocidos bajo el título El ABC de la España hebrea (es obvio el paralelo con La France Juive de Edouard Drumont). De acuerdo con el artículo, «Están en la banca, la Justicia, la hostelería, la construcción, el textil... Los judíos españoles se mueven en los círculos más poderosos y mantienen contacto con la elite económica y política. Contar con el respaldo del 'lobby' hebreo incluso puede librarles de la cárcel.» Pobres cristianos, pensará el lector, ya que cuando caen en la cárcel deben permanecer en ella.

Cuando un atrevido lector osó cuestionar la calumnia, el editor Agustín Pery Riera publicó una respuesta que debería incluirse en una antología del atolondramiento: «si alguien descubriera que la mitad de los hombres de negocios españoles son gaditanos, y yo pidiera un artículo al respecto, nadie me acusaría de querer destruirlos a todos» (13-11-02). Pery daba por sobreentendido dos taras de la judeofobia española: los judíos lo dominan todo, y la única forma posible de la judeofobia es «matarlos a todos». Si sólo se trata de insultarlos a todos, no es judeofobia sino ciencia.

El absurdo es parecido al de quien atribuyera poder financiero a «los gordos» por descubrir a muchos banqueros pasados de peso, o al de otro que clamara contra una prensa poseída por los miopes porque muchos periodistas usan lentes. Y sin embargo, así es la maniobra: se hacen resaltar los judíos que están en posiciones elevadas y se despierta la sospecha de que actúan bajo coordinación secreta: los judíos. El hecho es que los judíos destacados lo hacen de modo individual, y no en tanto judíos. No tienen una secreta reunión en las sinagogas a fin de convenir planes de dominación mundial.

Los Protocolos de los Sabios de Sión fue un panfleto del místico Sergei Nilus escrito por 1902 por encargo de la Ojrana, la policía secreta del zar. El libro supuestamente contenía los «verdaderos» protocolos del congreso efectuado en Basilea un lustro antes (el Primer Congreso Sionista Mundial) que, aunque había fingido el objetivo de establecer un hogar nacional para los judíos, en realidad había sido convocado para un plan de dominación mundial. En dichos Protocolos de los Sabios de Sión, rabinos y líderes expresaban sin vueltas su sed de sangre, maquinaciones y ansias de poder.

Durante los primeros quince años, los Protocolos tuvieron poca influencia. A partir de 1917 vendieron millones de ejemplares en más de veinte idiomas. Eventualmente se descubrió que eran un plagio de una sátira contra Napoleón III escrita en 1865, en la que los franceses (no los judíos) acumulaban poder. Casi la mitad de sus renglones habían sido copiados literalmente por Nilus, palabra por palabra. Aunque el fraude fue desenmascarado, los Protocolos siguieron vendiendo millones de ejemplares. Hoy son difundidos especialmente en el mundo árabe.

En España, los Protocolos de los Sabios de Sión fueron publicados por lo menos en tres versiones. La menos conocida data de 1927, publicada por Pablo Montesinos y Espartero. Otra, publicada en 1932 por Onésimo Redondo, contaba con el apoyo de la embajada alemana.

Una nueva edición apareció en 1977, cuando España estaba en proceso de democratización y la extrema derecha percibía ese proceso como parte de una conspiración judía (la conspiración judeomasónica).

Cronología de la NH

Cabe señalar que un rastreo de los comienzos de la NH nos lleva al Holocausto mismo. En 1942 los alemanes crearon secretamente el Comando 1005, comandado por Paul Blobel, con la tarea específica de borrar todo rastro de las matanzas de judíos. Al año siguiente por lo menos dos cabecillas nazis, Martin Bormann y Heinrich Himmler, explícitamente prohibieron toda mención pública de la «Solución Final». Pero, por entonces, el objetivo de la NH se limitaba a preservar la inconciencia judía acerca de la dimensión del ataque, a fin de asesinarlos sin resistencia. En contraste, una vez que la guerra hubo concluido se inició la NH propiamente dicha.

Sus dos promotores fueron franceses, ubicados en la extrema derecha y en la extrema izquierda respectivamente. El primero, Maurice Bardèche, era cuñado de uno de los líderes del grupo judeofóbico Action Française. El segundo, Paul Rassinier, era miembro de un grupo de trotskistas y anarquistas que curiosamente descalificaron la evidencia del genocidio judeofóbico por ser «propaganda stalinista». Su primer libro fue Desenmascarando el mito del Holocausto (1964), que recopilaba los artículos que Rassinier venía publicando desde 1948.

En 1979 la NH se organizó en un prolífico Instituto para la Revisión Histórica (IHR) en Torrance, California, que mantiene convenciones anuales y publica el trimestral Journal of Historic Review, enviado sin cargo a doce mil historiadores norteamericanos. Su mentor, Willis Carto, de vieja militancia nazi, fundó el Liberty Lobby, la agrupación de propaganda judeofóbica más grande de EEUU.

El IHR es pseudoacadémico; aunque convoca a profesores, sus miembros carecen de títulos en historia (Rassinier estudió geografía, Butz ingeniería electrónica, Faurisson literatura, &c.). El que más se acerca a historiador es David Irving, comentador militar británico cuyo best-seller La Guerra de Hitler (1977) sostiene que Hitler nunca supo que los judíos eran asesinados en Europa.

La judeofobia de David Irving y el carácter propagandístico de su obra fueron demostrados en los tribunales británicos durante el 2000, en un resonante juicio que tuvo como protagonista a la historiadora Deborah Lipstadt. El 20 de febrero de 2006 Irving fue sentenciado por un tribunal austriaco a tres años de prisión por NH, que en Austria es delito punible.

Los cuatro niveles de la NH son: 1) el Holocausto nunca ocurrió; 2) las cifras fueron abultadas; 3) no hubo ningún plan sistemático de exterminio; 4) Holocaustos se producen en todas las guerras, y debido a una etnolatría típica de judíos, éstos cacarean sólo el propio genocidio como si fueran los monopolizadores del dolor (otra vez, la víctima pasa a ser el acusado).

La NH ha expandido la mitología judeofóbica. A leprosos, adoradores de asnos, deicidas, pueblo testigo, asesinos de niños, bárbaros, virus racial, explotadores, confabuladores internacionales y racistas, se agrega ahora el de «inventores de Holocaustos». Y sirve a los totalitarios para perpetuarse en el poder por medio de diseminar el odio.

 

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