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El Catoblepas, número 69, noviembre 2007
  El Catoblepasnúmero 69 • noviembre 2007 • página 12
Artículos

El If de José Antonio

Adriano Gómez Molina

Se refuta uno de los tópicos de la hagiografía sobre José Antonio Primo de Rivera: el If de Kypling como su santo y seña

Rudyard Kipling (1865-1936)José Antonio Primo de Rivera (1903-1936)

Cuenta Areilza en Así los he visto su visita a José Antonio en Madrid, en la primavera de 1933, con el propósito de hacer de hombre puente entre el hijo del Dictador –en aquellos días embarcado en la tarea de organizar el fallido Movimiento Español Sindicalista– y Ramiro Ledesma, el cual, con la amistad y patrocinio de Areilza, venía pilotando las minoritarias JONS. Tras de una larga y cordial reunión en el bufete de la calle Alcalá Galiano, Areilza nos dice que al ir a marcharse, «José Antonio me mostró un recuadro que pendía en la pared lateral y que enmarcaba el famoso poema de Rudyard Kipling, If, en lengua inglesa. Lo leímos juntos y lo tradujimos al alimón». Y añade que le dijo «Ése es mi recordatorio favorito que me acompaña en la áspera tarea de cada día (...)». Para Areilza el suceso le lleva a escribir cuarenta años más tarde: «La meditación de Kipling ¿no es por sí sola definitoria de la condición de un alma que la acepte como breviario de su carácter?»

Un poster inusual

En la España de los años treinta la presencia del Kipling poeta era muy rara, cuando no inexistente; la presencia como narrador, como cuentista, sí que fue rápida y poderosa y encontramos ediciones de El libro de la selva o de Kim o de Capitanes intrépidos desde primeros del siglo XX. Hacía tiempo que sus libros de cuentos eran una cúspide en la literatura para niños y jóvenes. Y era esa faceta la conocida entre nosotros no así la del Kipling poeta que, aunque también circulaba como tal por el área inglesa, en España estaba escasamente divulgada. Acaso porque para un español la poesía de Kipling es trabajosa, por ser muy local, por estar impregnada de giros populares, de jerga militar, de contracciones y elisiones, de términos en hindi. Su traducción es tarea ardua.

Por ello, el que un If enmarcado en su versión original inglesa estuviera colgado de la pared con esa condición de breviario de carácter era, en aquellas fechas –primeros años 30– algo inusual. El hecho de mostrárselo a Areilza subraya la deferencia y complacencia que José Antonio tenía por aquel elemento decorativo en su despacho de abogado. Años más tarde, ese cartel con el If en la versión española de J. Miquelarena circularía entre sus seguidores como una enseña de la estética y de la ética del fundador de la Falange. De ese modo, acaso el If se convirtió en una rara muestra de la poesía del Nobel inglés entre nosotros divulgada.

Esta rareza nos abre una ventana a una faceta de la personalidad de José Antonio mantenida en penumbra: su anglofilia, su admiración y gusto por lo británico. Así pues tomemos el póster del If con intención de buscarle significados más hondos que su simple anécdota decorativa. Comencemos por el primer paso, que es el de preguntarnos por su conocimiento y su adquisición. La noticia de su existencia está vinculada a su bufete de abogado, en una etapa incial en Los Madrazo –hogar paterno– y en Alcalá Galiano a partir de 1932, que es en donde lo recuerda Areilza.

¿Cómo conoció José Antonio el If? La pregunta tiene sentido porque ni él se dedicaba a la literatura inglesa contemporánea ni el poema circulaba por las estamentos cultivados de la España de aquel tiempo en la cual los poetas británicos, decimos los poetas, del final de la era victoriana y del periodo eduardiano –un Hardy, un Housman, un Kipling– eran escasamente conocidos. Pero antes de reflexionar sobre la relación de José Antonio con el poema y sobre su contenido echemos una mirada sobre su autor y su circunstancia.

El If y la bola de nieve

El If apareció, en 1910, dentro del libro Rewards and Fairies cuando Kipling ya había sido laureado con el Nobel y estaba en la cima de su fama. Rewards and Fairies era una colección de relatos para niños –con poemas anejos tras de cada relato– continuación de Puck of Pook’s Hill. Los protagonistas volvían a ser los dos chicos, Dan y Una, que se desenvuelven en un escenario mágico con personajes históricos. Como siempre, a primera vista era literatura para niños, pero en el texto subyacía toda una jerarquía de valores y concepción del mundo de mayor calado: esos cuentos –dijo el propio Kipling– «debían ser leídos por los niños antes de que la gente advirtiera que estaban destinados a los adultos». Tras de uno de los relatos –«Brotherr Square-Toes»– venía un poema: el If.

Sobre este poema, el más citado y famoso de Kipling, contamos con alguna clave revelada por el propio autor. Poco antes de su muerte en 1936, el septuagenario escritor nos dejó unos exiguos recuerdos –Something of Myself– en los que hay unos párrafos sobre la peripecia de este célebre texto. Escribió Kipling: «Entre los versos de ‘Recompensas y Hadas’ había un conjunto titulado ‘Si...’, que se escaparon del libro y a lo largo de algún tiempo anduvieron sueltos por el mundo. Se inspiraban en el carácter de Jameson, y encerraban consejos de perfección muy fáciles de dar. Una vez lanzados, la mecanización de la época les dio impulso de bola de nieve que llegó a asustarme. Las escuelas y otras instituciones usaron aquellos versos para que los aprendiese la paciente gente joven (...) Lo imprimieron en tajetas postales para colgarlos en oficinas y dormitorios; ilustraron el texto con cuidado y lo incluyeron en antologías hasta el hartazgo. Veintisiete naciones los tradujeron a sus lenguas respectivas y los imprimieron sobre materiales de todo tipo.»

Efectivamente, desde su publicación alcanzó vida propia, y el triunfo, el éxito, del If fue asombroso.En Wimbledon, a la entrada del Centre Court se inscribieron dos de sus versos, «If you can meet with triumph and dissater / and treat those two impostors just the same» (Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre y tratar a esos dos impostores de la misma manera). Y transcurrido un siglo el If se ha mantenido como el poema favorito de los británicos. Y en cualquier papelería o librería inglesa es usual su venta al público en formatos variados.

Kipling y la masonería

En el autor inglés hay un rasgo singular nada accidental: su pertenencia a la masonería. El If pertenece a un escritor masónico y precisamente el If es –en el sentir de muchas logias– uno de los más claros exponentes de la poesía masónica de Kipling. Dentro de su creación poética hay obras específicamente marcadas como poemas masónicos, el If es una de ellas.

¿Conocería José Antonio esa condición de miembro de la masonería en la que se inició a sus 20 años en Lahore? ¿Sabría que uno de sus poemas autobiográfico y de mayor afectividad –«The Mother Lodge»– es un recuerdo y un homenaje a esa su primera logia, en el que celebra con nostalgia la fraternidad en las tenidas de los hermanos de color, religión y profesion diferente y plural? Es un espléndido poema en el que el poeta confiesa la añoranza de aquel «templo» modesto, con sus olores, con sus despedidas al alba, con los nombres y oficios de sus hermanos, con su contento masónico. Creemos que José Antonio tenía conciencia de la valía y nombradía de Kipling como narrador y, también, de su condición de cantor del Imperio inglés; pero no de esta faceta capital en la personalidad de Kipling. El ideario de la masonería de nuestro escritor, conviene adelantarlo, presentaba connotaciones cristianas, rechazaba la militancia ateísta y se basaba en la filantropía. Cualquier conocedor de Kipling sabe que era versado en la Biblia y que de ella toma pasajes y personajes para su obra, lo cual hizo con asiduidad y afecto.

Para entender al Kipling patriota es obligado acercamos a su circunstancia, al círculo de personajes con los que estaba ligado y de los que trataremos más adelante. También creemos que José Antonio desconocía estas ligaduras de ideales y amistad, imprescindibles para dibujar a Kipling.

Kipling como poeta

El Kipling poeta ha sido objeto de polémica. Después de su muerte, el juicio que ha quedado como referente es el de T. S. Eliot en las paginas prologales de su selección de la obra poética, en diciembre de 1941. Son páginas que se han hecho clásicas por su gran finura de análisis, con valoración positiva para la obra. (En sentido contrario, unos pocos años después, un escritor de intensa y peculiar militancia izquierdista, George Orwell, calificó a Kipling como «buen mal poeta» y máximo exponente del pensamiento reaccionario).

En la literatura de Kipling fue medular el patriotismo y el destino imperial de Inglaterra, Por ello, cuando acabó el ciclo victoriano, y en los años posteriores a la I Guerra Mundial la imagen de Kipling sufrió el cambio de la nueva era y su reputación se debilitó entre los críticos. Las nuevas minorías de intelectuales revisaron los ideales por él representados y le desplazaron del podio en el que tanto tiempo estuvo situado. Borges ha escrito que «la esencial grandeza de Kipling ha sido oscurecida por algunas circunstancias adversas...(Wells y Shaw, socialistas) ...incurrieron en el error de juzgar a ese hombre genial por sus opiniones políticas».

Tomemos de la mano maestra del poeta y crítico T. S. Eliot algunas notas sobre el Kipling poeta. Para Eliot, el punto de partida de sus versos está en la «balada», una forma simple que capta al oyente. Es, en la mayoría de sus poemas, nos dice Eliot, un ballad-maker –un hacedor de baladas– llenas de belleza, de ritmo, de trasparencia y de musicalidad. Con respecto a la orientación política, rechazada por los adversarios del «patriotismo imperial en verso», Eliot sostiene que «para Kipling el Imperio no era solamente una idea, una buena o mala idea; era algo cuya realidad él sentía». Y que la expresión de esos sentimientos no se dirigían a adular una vanidad nacional, racial o imperial sino a comunicar la conciencia de algo que mucha gente no tenía. «Era una conciencia de grandeza, ciertamente, pero era mucho más una conciencia de responsabilidad».

Africa como trasfondo. Tres amigos de Kipling

Los personajes estrechamente vinculados a Kipling, a su concepción del mundo y de la vida, que merecen nuestra atención son especialmente R. S. Baden-Powell y L. S. Jameson. El primero, militar laureado con brillante hoja de servicios, fundador del movimiento «scout». El segundo, conocido como Doctor Jim, era un político de enorme popularidad por el famoso Jameson Raid –como veremos, fundamento del If–, que acabaría como Primer Ministro de la colonia de El Cabo. Los tres fueron muy amigos. Así como es de dominio común que Kipling fue miembro de la masonería; desconozco si los otros dos personajes, Baden-Powell y Jameson pertenecieron a alguna Logia, pero sí es evidente que los dos vivieron la sensibilidad masónica tan extendida en la alta clase de la Inglaterra victoriana y eduardiana. La Inglaterra que creó el tipo social del «gentleman», estilo humano de una élite –independiente de la sangre o del linaje– que consistía en una mezcla de caballerosidad, excelencia y «fairplay». La filiación masónica de Baden-Powell es materia controvertida. Sí está clara la pertenencia a ella de uno de los prinicipales padrinos y valedores del fundador de los «scout», el duque de Connaught, tercer hijo de la Reina Victoria, Gran Maestre de la Gran Logia Unida de Inglaterra y Presidente de los «scouts».

El coronel Baden-Powell saltó a la fama en 1899, en la seguna guerra anglo-boer, al dirigir con inteligencia y valor la defensa de Mafeking. Allí utilizó a muchachos en servicios auxiliares y de esa experiencia surgió su proyecto de los «boy scout». Cuando en la primera década del siglo XX el ya famoso Baden Powell –general y héroe del Imperio– se dedicó al movimiento escultista sus relaciones con Kiplyng no habían sido episódicas, meras relaciones sociales, sino que habían sido largas en años y profundas en sus vidas y pensamientos. Baden- Powell y Kipling se conocieron en la India, en Lahore a comienzos de 1883 y una efectiva amistad se mantuvo entre los dos hasta la muerte de Kipling en 1936. Baden-Powell falleció en Kenya cinco años más tarde, en 1941. La impronta de Baden-Powell en el asociacionismo juvenil la traemos a colación por la pertenencia, como veremos, de José Antonio al naciente movimiento «scout».

Hay un tercer nombre en el contorno de Kipling que es el de Rhodes, padrino de los otros tres. Cecil Rhodes, el multimillonario y político creador de la mítica De Beers Mining Company y de la British South Africa Company, apóstol del imperialismo y promotor de la Federación Sudafricana, Primer Ministro de El Cabo desde 1890 a 1896 y también miembro de la masonería. Rhodes es una figura capital en el clima de exaltación imperial de la época –de la que son voceros Kipling y Baden-Powell– y Rhodes, unido al ministro Chamberlain, es el impulsor de la expansión británica en Africa. Junto a su inmenso poderío económico por la minería de oro y diamantes destaca su mensaje político de supremacía imperial, su visión mística de la supremacía inglesa. El eje vertical El Cairo-El Cabo, con el proyecto de un enlace por ferrocarril, fue su propuesta para una política de un África británica. Durante años, las estancias de Kipling en las posesiones de Rhodes en Sudáfrica, fueron asiduas –el magnate le regaló una casa– y allí, junto a Cecil Rhodes estaba su lugarteniente Jameson. Todos ellos militaron en el «patriotismo imperial», en el mesiánico destino coreado con el «Rule Britannia! Britannia rule the waves: Britons never never never shall be slaves».

La presencia imperial en África

Para mejor entender a Kipling y a sus camaradas convienen acercarnos a la «forma mentis» de la época, al horizonte histórico de la Inglaterra victoriana, en el que ellos están instalados.

A veces, en nuestra imagen de esa Inglaterra victoriana –y más si hablamos de Kipling– la India ocupa un puesto hipertrofiado que relega a lugares secundarios otros espacios de la expansión británica. Este es el caso de Africa. Y aunque el mundo literario y la biografía de Kipling están unidos a la India, Africa es también un territorio no menos importante en su vida y, de manera crucial, en la de Rhodes, Baden-Powell y Jameson. Pero es que además en términos de orgullo y prestigio imperial es Africa el escenario para la confrontación con las potencias emergentes como Alemania y Francia. Ello explica que la peripecia de Jameson, como veremos, tuviera la repercusión extraordinaria que alcanzó en su tiempo.

Desde la Conferencia de Berlín las primeras potencias se habían lanzado al «reparto colonial». África era uno de los tableros para el expansionismo político y económico y allí estaba Inglaterra defendiendo su parte del león. Londres aspiraba a una Africa inglesa desde El Cairo hasta El Cabo –Egipto, Sudán, Kenia, Uganda y Rhodesia–. París aspiraba a un cinturón desde Dakar a Aden.

Como nos enseñó el profesor Pabón los enfrentamientos de las potencias dieron lugar a otros «98» análogos al de España ante los Estados Unidos. En África, nos hace ver Pabón, se buscaba la «penetración desde las posiciones litorales en busca de la unión de la costa y la contracosta, en el trazado de un eje decisivo, de lo que se ha llamado ‘un dominio sin solución de continuidad’». En enero de 1890, Londres detuvo el intento de Portugal de conectar Angola con Mozambique con el famoso «Ultimátum». Y en septiembre de 1895 Francia tuvo que humillarse ante Inglaterra cuando en Fashoda, en el Alto Nilo, las tropas de Marchand que perseguían el eje de Oeste a Este, se encontraron con las inglesas de Lord Kitchener que exigieron la retirada de los franceses. Era un conflicto con posibilidad de guerra. Lord Salisbury , escribe Pabón, le dijo al embajador francés: «Sí, ustedes tienen razón, pero han de retirarse...» El Reino Unido marcaba el paso.

Ese era el telón de fondo para el sentimiento británico de orgullo y poderío. Hay que añadir también que la Alemania del Kaiser Guillermo buscaba su condición imperial y se postulaba como un claro competidor del poderío inglés; las relaciones estaban muy deterioradas y Berlín se sentía como un aspirante obsesionado por la hegemonía de Londres. El punto crítico se alcanzaría con la cuestión boer: la opinión alemana estaba con los boers porque era la manera de estar contra Inglaterra.

Rhodes es figura decisiva de una galaxia de personajes de militancia masónica, o de simpatía por la masonería, todos ellos paladines del sueño imperial de la Inglaterra victoriana, de la supremacía del hombre blanco, del hombre anglosajón y germano, sobre los pueblos salvajes, sobre las razas inferiores a las que civilizar. Esa misión civilizadora del hombre blanco la exaltó Kipling con su poema «The white man’s burden» dedicado a los Estados Unidos, en 1899, por su lucha en las Filipinas liberadas de España. (Una España que, tras el Desastre, pertenecía a las «naciones moribundas» y no a las «naciones vivas» como, a los tres días de Cavite, dictaminó lord Salisbury, Primer Ministro de Su Majestad, en el Albert Hall, el 4 de mayo de 1898).

La ocupación y colonización de las Filipinas suscitó, como hemos señalado, el poema de homenaje a la obra civilizadora del pueblo norteamericano. En «The white man’s burden» –El fardo del hombre blanco– Kipling canta a los conquistadores anglosajones «the best you breed» –los mejores hijos– por la tarea de civilizar a los pueblos atrasados que son «(...) sullen peoples, / half devil and half child», (...) gentes hurañas / mitad diablos mitad niños.

Hay que advertir que dentro del darwinismo político de la época en la que vive, Kipling es un imperialista pero no es un racista: la superioridad en la que cree no es biológica sino de nivel de civilización y de religión. Él es por biografía y sentimientos un angloindio que habló el hindi antes que el inglés. Su amor por la India, por sus gentes, es tan grande como su amor por la Gran Bretaña. Todos los personajes indígenas que transitan por sus creaciones están tratados con devoción, cariño y admiración.

(El patriotismo imperial de Kipling tiene un correlato en José Antonio cuando proclama la misión colonizadora de los pueblos cultos, canta las virtudes militares y propugna la idea del servicio a la comunidad.)

El perfil británico

Antes de llegar al poema, discurramos un momento sobre el perfil británico de José Antonio porque ello nos ayuda a entender sintonías y simpatías que arrojan luz sobre el tema que tratamos. Desde muy pronto hay en José Antonio contactos con el mundo inglés. Le vienen de sus orígenes familiares en el marco territorial del «Sherry», en una Andalucía con larga presencia británica en lo comercial y lo económico e incluso en lo deportivo –los vinos, la minería, el fútbol, el cricket, el polo–. En sus clases altas hay una conexión con las élites dirigentes de Inglaterra, incluídos los enlaces matrimoniales.

En José Antonio, la atracción por las formas inglesas se trasluce en anécdotas menores muy significativas. En los modos externos, en el vestido, en los gustos personales. Pensemos, por ejemplo, en las cenas mensuales del Hotel París, las «Cenas de Carlomagno». Seis comensales eran fijos; otros seis eran elegidos con carácter episódico por José Antonio. Los doce vestían con esmoquin; el fuego de leña en la chimenea y un sillón vacío con una piel de corzo en la presidencia; en la mesa, tres candelabros encendidos. El contenido de las convesaciones era la gastronomía, la literatura, la historia y el arte. Aquello era un oasis de elegancia y distinción en la España crispada de la República, una celebración poco común en los usos de la alta sociedad española.

Ese ceremonial ¿no nos suena a club londinense, a etiqueta inglesa? A formas y rituales sociales mantenidos desde antiguo. Las formas se casan con un concepto muy querido por José Antonio: el de refinamiento. En sus días de aislamiento en la cárcel de Alicante, al escribir sobre la justificación de la aristocracia de sangre es el refinamiento el término que cobra peso.= Las formas externas, el modo de comportarse, la apariencia, tenían en él una importancia reconocida por todos los que le trataron. No entendía la aristocracia sin las maneras.

Cuando un día del otoño de 1935 José Antonio describe los influjos extranjeros sobre su generación dijo: «Todos nos hemos asomado, unos más, otros menos, entre estos últimos yo, a la cultura europea; todos hemos sentido la influencia de la letras francesas, de la educación inglesa, de la filosofía alemana y de la tradición política de Italia...» La «educación inglesa» a que se refería no eran los saberes académicos; eran los modos, las formas de las élites británicas salidas de los «public schools», era el refinamiento del «gentleman», el «fair play», el señorío como servicio. El servicio que admiraría en Los tres lanceros bengalíes, un himno a la entrega y al heroismo de tres oficiales del Imperio al que sirven en el norte de la India. Una película en la pura estela del Kipling más clásico, enaltecedor del ejército y su misión y cuyo argumento pareciera salido de su propia mano.

Un captor inusual de la línea britanizante de José Antonio fue don Eugenio d’Ors que en su Glosario de la primavera de 1934 –reciente el artículo sobre el nacionalismo en la revista JONS en el que califica al patriotismo inglés como paradigma– citó a José Antonio «en quien es cada día más visible el bien orientado estudio de ciertas fuentes doctrinales inglesas». Con independencia de la influencia doctrinal, nosotros sostenemos como clave de su «anglofilia» su afición por el estilo de vida de las minorías rectoras.

Otra anécdota. Refiere Sancho Dávila que durante una estancia en Jerez de los hermanos Primo de Rivera, el tío Fernando –el que sería famoso por su heroísmo en Monte Arruit– organizó para los chicos de familias amigas unas clase de equitación. Cuando las comenzaron, acudieron todos ellos con vestimenta corriente a excepción de José Antonio que se presentó con atuendo clásico de jinete. Ante la sorpresa y comentarios jocosos él les dijo: «Yo soy un señor, no un rufián, y por eso visto como los caballeros; vestid vosotros, si os gusta, como los arrieros». El «atuendo clásico de jinete» le viene de Inglaterra. En la biografía de Ximénez de Sandoval se escribe: «nos ha contado Raimundo que gustaba de vestirse con toda elegancia, un poco a la moda inglesa, dando toda importancia a la categoría de caballero que el caballo da al jinete». En la misma página se habla de sus paseos a caballo en sus mocedades por la Casa de Campo o la Castellana «con el elegante bombín con que se tocaba». Y también de su gusto por los grabados ingleses de caballos que adornaban su despacho. Era un buen jinete y dominaba la equitación.

Esta pesquisa sobre fragmentarias señales que orientan hacia una posible devoción de José Antonio por la Gran Bretaña se confirman en sus propias palabras. En abril de 1934 escribió en la revista JONS su citado «Ensayo sobre el Nacionalismo» en donde leemos: «Y en Inglaterra, que es acaso el país de patriotismo más clásico, no sólo existe el vocablo ‘patria’, sino que muy pocos son capaces de separar la palabra king (rey), símbolo de la unidad operante en la Historia, de la palabra country, referencia al soporte territorial de la unidad misma».

Y hay más. A primeros de octubre de 1935, en una intervención parlamentaria de José Antonio sobre el conflicto italo-abisinio, encontramos más afirmaciones que vienen al caso. Para él la invasión de Abisinia por Italia, condenada por la Sociedad de Naciones, era un conflicto entre Europa y una potencia extraeuropea, el Imperio inglés. Por su devoción y sintonía José Antonio estaba con la Italia de Mussolini. No obstante lo cual proclamó su anglofilia cuando dijo: «...el colonizar es una misión, no ya un derecho, sino un deber de los pueblos cultos (...) en colonizar estuvo la gloria de Inglaterra (...) Inglaterra ha conseguido montar una de las más prodigiosas arquitecturas políticas que conoce el mundo –el Imperio inglés– (...) Si yo fuera inglés, en este momento estaría, con los ojos cerrados, al lado del Gobierno inglés, porque yo sería imperialista inglés (...)». No se conoce de José Antonio ningún otro elogio de semejante rango para ningún otro sistema o régimen político.

Miss Galballie y otros caminos

Retomemos la pregunta. ¿Cómo conoció José Antonio el poema? Aventuremos alguna hipótesis. El conocimiento por José Antonio del If pudo producirse en sus años de aprendizaje del inglés. Rewards and Fairies no estaba entre las obras más famosas de Kipling en España –no hubo traducción castellana hasta muchos años después–. Decimos que pudo producirse en el libro; pero es más probable que lo conociera como una pieza aislada dentro del efecto de la «bola de nieve» de la que habla Kipling y que ello ocurriera de la mano de un tercero.

Ese tercero pudo ser una «nurse». En el hogar madrileño de la familia Primo de Rivera vivió con ellos Miss Galballie, que según testimonia Pilar Primo de Rivera en Recuerdos de una vida era «una inglesa encantadora« que don Miguel dispuso como profesora de sus hijos y que les instruía «en las primeras letras y el inglés». Y también nos dice que les «enseñaba versos en inglés que Fernando y yo, con más o menos soltura, recitábamos cuando venían visitas». (Por cierto que en el intento de novela, Alarico Alfós, que José Antonio acometió en 1924, hay unas referencias curiosas: bajo el rótulo «Recuerdos de mis primeros años» el protagonista confiesa «me pusieron al cuidado de una extraña institutriz inglesa, que por las mañanas me daba lección y por las tardes me llevaba de paseo al Retiro»).

Es muy probable que miss Galballie manejara la obra de Kipling, ya un clásico en la literatura para niños, en su tarea de profesora de los Primo de Rivera y que, dentro de esa obra, el If fuera una de las piezas utilizadas. Pilar la recuerda tomando té, hablándoles con imaginación prodigiosa y leyéndoles cuentos infantiles. ¿Pudo miss Galballie instruir a los hermanos mayores, –José Antonio y Miguel– con versos de Kipling, entre ellos el famoso If pese a su corta edad de 8 o 9 años?

Tenemos otra posible pista en la adolescencia de José Antonio cual es su condición de «boy scout». Hay una noticia –muy escueta– de su pertenencia, al igual que otros chicos de la alta sociedad madrileña, a una «tropa» de la organización «boy scouts», el movimiento juvenil creado en Inglaterra por Baden-Powell y que aquí se conoció como «Exploradores de España». El escultismo se propagó por todo el mundo. En España se registró oficialmente en 1916 –cuando José Antonio contaba 13 años– y Alfonso XIII, al igual que la familia real inglesa, lo patrocinó, lo ayudó y fue su primer presidente de honor. El escultirmo español nació de la mano del inglés y tuvo conexiones y encuentros con él. Don Miguel inscribió a sus dos hijos mayores en la organización que era una prolongación de la invención inglesa.

No conocemos la experiencia del primogénito del Dictador durante su paso por el escultismo y la influencia que en él pudo tener, sólo la mera noticia de su adscrición.

¿Qué sentido tiene traer a colación el escultismo? Pues el hecho cierto de la dependencia del movimiento español del británico y el que el ideario de la organización de Baden-Powell estaba inspirado, según confesión propia, en el ideario de Kipling, en todo un mundo abierto a la naturaleza, en los caracteres juveniles volcados a la aventura, en el servicio al prójimo y a la comunidad, en la autodisciplina, en la camaradería y el sacrificio, en el gusto por los rituales, en definitiva, en el aprendizaje de virtudes conformadoras de un estilo vital alegre y esforzado.

Fue muy intensa la relación Kipling-Baden Powell desde sus años mozos. La moral de Kipling es la moral que Baden-Powell quiere impregnar en sus jóvenes. Kipling fue un asiduo colaborador de la organización juvenil y a petición del fundador redactó la letra del himno scout. Aunque la raiz de los exploradores madrileños procediera de Inglaterra no estoy seguro de que en las enseñanzas de la tropa se incluyeran poemas en inglés.

Otro camino por el que el poema pudo llegarle a José Antonio pasa por algún conocido de su entorno jerezano que hubiera vivido en Inglaterra, en ambientes estudiantiles. Este es el caso de su amigo Francisco Moreno Herrera, que sería Marqués de la Eliseda. Su padre, el Conde de los Andes, era paisano, colaborador y muy amigo de don Miguel. A los catorce años Eliseda fue enviado a estudiar a un colegio inglés de jesuitas –el histórico Stonyhurst College– y años más tarde, tras de licenciarse en Granada, volvió a Inglaterra y estudió y se graduó en Oxford en Ciencias Económicas y Políticas. Es seguro que tanto en el colegio de Stonyhurst como en Oxford, los poster del If decoraban las habitaciones de los estudiantes.

De ahí le venía a Francisco Moreno Herrera su devoción expresa por lo británico, algo habitual, como se ha indicado, en las élites de Andalucía la Baja. ¿Por qué no aventurar que el estudiante Eliseda le hablara de estos versos que tendría colgados en su dormitorio y que le regalara un texto con el If?

Por último, la probable adquisición material del poster pudo hacerla el propio José Antonio en algunos de sus viajes a Inglaterra. Decimos viajes en plural porque tenemos la sospecha de que fueron frecuentes aunque de los mismos solamente hay huellas en dos fuentes.

José Antonio en Londres

Dos son los viajes de los que tenemos constancia documentada. (La vocación viajera de José Antonio fue manifiesta: «mi intenso afán de viajar» le confesó a Blanca Silveira –Armesto en entrevista para Crónica en julio de 1932. Pero apenas hay constancia de sus desplazamientos al extranjero.) Uno de los viajes lo testimonia Oswald Mosley, también aristócrata, militar, delfín de los laboristas, ministro del Gabinete de MacDonald, y luego fundador y jefe del fascismo británico. Escribe en Mi vida que en el verano de 1949, logró salir en barco de Inglaterra, llegó a Gibraltar y visitó Madrid. De la mano de Ramón Serrano Suñer se acercó a El Escorial. Nos dice: «El objeto de la visita era hacer una breve visita a la tumba de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange. Yo le había visto sólo una vez, cuando en los años treinta él me había hecho una visita en nuestro cuartel general de Chelsea, en Londres. Me causó una profunda impresión, y su asesinato me había parecido siempre una de las tragedias individuales más dolorosas de Europa.» Mosley –que desde 1933 tenía el Cuartel General de la «British Union of Fascists» en Chelsea, en King’s Road, en un extenso edificio, la Casa Negra, que había sido un centro de enseñanza– fue la expresión inglesa de la onda fascista que inundó la Europa de los 30.

El otro viaje nos lo descubre José Pemartín, ensayista, colaborador de don Miguel Primo de Rivera, articulista de Acción Española y cercano a José Antonio por lazos familiares. Firma habitual de Acción Española, su monarquismo y su tradicionalismo contundente le distanciaban políticamente del fundador de Falange. Desde la revista discrepó de José Antonio en el verano de 1934. Pero la relación cordial entre ellos se mantuvo siempre.

Pues bien, en noviembre de 1938, José Pemartín escribió un artículo de homenaje en el Diario vasco, titulado «Falangismo y Tradición en José Antonio Primo de Rivera»; después de afirmar que le conoció «íntimamente, largamente» recuerda su postrero encuentro. «La última vez pasó toda la tarde conmigo, solo a solo. Fue, creo, por mayo de 1935, recién venido de Inglaterra. (...) Hablamos de los castillos ingleses, de la tradición española, de Trento, de la oscuridad del Destino, de la decadencia de Occidente, del fascismo, de los estudios en Alemania...»

El nacimiento del If. Jameson

Hemos citado a Kipling contando que el If nació inspirado por la personalidad de Jameson, y que contenían consejos de perfección muy fáciles de dar. L. S. Jameson, «Doctor Jim», era un escocés de brillante cualificación como Doctor en Medicina que en 1878 marchó a Africa del Sur, a las minas de diamantes de Kimberley. Allí se encontró con Rhodes y se convirtió en su hombre de confianza –Kipling escribió que Jameson y Rhodes «se comunicaban por telepatía»–. Como tal gestionó y consiguió ampliar sus concesiones territoriales. Bajo la propia autoridad de Jameson se creó el embrión de la colonia de Rhodesia.

La personalidad de Jameson era muy destacada: con encanto natural, de enorme confianza en sí mismo, intrépido y corajudo, con manifiestas dotes de liderazgo y, a la vez, con una dura y tenaz distancia hacia los elogios. Era un triunfador nato. Y muchas virtudes que se proclaman en el If se daban en su persona: la fortaleza y la impasibilidad, sobre todo. En la biografía de Jameson el suceso que le dio pie a Kipling para escribir el If fue su protagonismo en el famoso y fracasado Jameson Raid. En esa peripecia que conmocionó a la sociedad inglesa tenemos el motivo para la construcción por Kipling de un código de moral de conducta en verso. No creo que todo el If sea una fotografía de la personalidad de Jameson, pero sí que su respuesta ante una situación adversa, –el descalabro del «raid»– y muchos de sus rasgos personales están en el origen de los versos de Kipling.

Jameson, con Rhodes y con Chamberlain compartían un común afán. El objetivo estratégico era conseguir una federación de toda Sudáfrica –las dos colonias británicas, El Cabo y Natal; y las dos Repúblicas boers, el Estado Libre de Orange y la República de Sudáfrica o Transvaal– bajo el poder británico. El principal obstáculo era la República del Transvaal. Los boers se habían levantado contra los británicos a finales de 1880 y en 1881 consiguieron una soberanía limitada con Paul Kruger como primer Presidente; pero las tensiones permanecieron y Londres no conseguía una victoria total sobre una zona riquísima en oro y diamantes. Londres seguía subrepticiamente anhelando la anexión del Transvaal en el que residían y trabajaban súbditos británicos.

En 1895 Cecil Rhodes, primer ministro de la Colonia de El Cabo desde 1880 y la primera fortuna mundial en oro y diamantes, tenía a punto un plan secreto: invadir con una fuerza privada el territorio como detonante de la sublevación de los residentes británicos que pedirían ayuda y protección al gobierno de su majestad. La dirección y mando estaba en manos de su segundo, Jameson. Joseph Chamberlain, Secretario de Colonias, estaba en el secreto y el premier Lord Salisbury también conocía el complot.

Jameson contaba para el golpe con unos 500 hombres. En las hora finales de diciembre de 1895 y la iniciales de 1896, por iniciativa propia de Jameson, se llevó a cabo la operación que rápidamente se convirtió en un desatre. Había fallado la coordinación.

El prestigio imperial

Las primeras noticias en The Times fueron de júbilo. Las siguientes, de sonrojo. No era presentable una invasión al Transvaal que tras de la guerra 1880-1881 era un Estado independiente. El Jameson Raid debía calificarse como una agresión ilegal, sin licencia o permiso del Gobierno inglés, condenable y rechazable, fruto del impulso de Jameson. El sentimiento patriótico de los ingleses se vió, además, herido cuando el kaiser Guillermo envió al Presidente Kruger un telegrama de felicitación por el fracaso del plan.

El fracaso del Jameson Raid fue una herida en el orgullo del establishment. En Africa estaba creciendo la presencia alemana, con una Alemania lanzada a la grandeza imperial y que juzgaba los deslices de Londres con ojos atentos: el Jameson Raid no era una muestra de fair play. El telegrama del kaiser era una señal acusadora.

Al saltar el descalabro a la luz pública, la hipocresía surgía como necesidad política. Londres tenía que dar ejemplo, tenía que castigar a los violadores del Derecho Internacional. De ahí el montaje de un proceso contra el Doctor Jim y sus colaboradores que se convertirían en chivos expiatorios; pero con sentencias anodinas. Había que simular un correctivo, había que guardar las formas.

El 2 de enero Jameson y sus hombres se entregaron a los Boers los cuales los condujeron a Pretoria y decidieron que fuese la Justicia británica la que los juzgara. En febrero Jameson llegó a Londres. Poco antes había llegado Cecil Rhodes que había dimitido como Primer Ministro de la colonia de El Cabo. Chamberlain negó tener cualquier conocimiento del complot y el Gobierno tuvo que enfrentarse con un problema político y jurídico que suscitaba la atención de la opinión pública y que movilizaba a la clase dirigente imperialista a favor del acusado .

La imagen del Imperio había quedado dañada.al descubrirse un juego sucio, un actuar incorrecto, el establishment está en el secreto de que no ha obrado por libre, de que ha habido una trama, de que Jameson ha obrado con «licencia». Chamberlain, Rhodes y Jameson mantuvieron negociaciones secretas sobre el inminente proceso y la Comisión parlamentaria de investigación. Jameson no se confesaría culpable ni declararía haber obrado con licencia del Gobierno.

Era crucial el silencio de Jameson. Éste se encontraba arropado por toda una red de amigos partidarios del expansionismo. Su fama de héroe arrojado, de líder atractivo, de patriota valiente, de estrella en el gran mundo londinense, chocaba con el hecho infamante de que estaba procesado por haber violado la Foreing Enlistment Act, porque era un presunto delicuente frente a un Jurado, porque era un fracasado.

La vista se desarrolló bajo la presidencia de Lord Russell y en ella el procesado no reveló los antecedentes y conexiones del «raid». Aceptó su derrota con impasibilidad, con un mutismo que encubría y defendía a primeras figuras de la política. La sentencia lo condenó a quince meses de cárcel

A pesar de los esfuerzos de Chamberlain, hubo un Comité de Investigación pero actuó ocultando documentos y archivos. El sistema establecido jugaba a echar tierra al asunto. Durante esos meses de procesamiento, de vista pública, de sentencia y de prisión, L. S. Jameson vivió el drama íntimo de su fracaso debido en gran medida a su torpeza. Pero triunfó en él la frialdad, la lealtad y la discreción. Kipling vivió la difícil peripecia de Jameson y, años más tarde, la personalidad de su amigo le suscitó el poema en el que se recogen virtudes que, para Kipling, constituyen la condición de Hombre.

Jameson, los años finales

Cuando Jameson salió de la cárcel volvió a Sudáfrica, a la política activa hasta su muerte. Y allí se encontraba con su amigo Kipling en las periódicas estadías del escritor. En 1905 fue designado Primer Ministro de El Cabo, el mismo puesto que había ostentado el magnate y amigo Cecil Rhodes fallecido en 1902. En 1908 jugó un papel decisivo en la South African National Convention que logró la unión de las colonias. En 1911 fue nombrado baronet. A su muerte, en 1917, fue enterrado al lado de Cecil Rhodes, en El Cabo, en un gigantesco memorial de granito diseñado por el magnate en el que se leía incisa una cuarteta del poema Burial que Kipling escribió a la muerte de su amigo Rhodes en 1902.

Rudyard Kipling (1865-1936), If (1895)

El poema

Son 32 versos endecasílabos rimados, de atractiva belleza y sonoridad. En ellos Kipling nos confiesa su arquetipo de Hombre:

If you can keep your head when all about you
    Are losing theirs and blaming it on you,
If you can trust yourself whem all men doubt you,
    But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
    Or being lied about, don’t deal in lies,
Or being hated, don’t give way to hating,
    And yet don’t look too good, nor talk too wise:

If you can dream –and not make dreams your master,
    If you can think –and not make thoughts your aim,
If you can meet with Triumph and Disaster
    And treat those two impostors just the same;
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
    Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to, broken,
    And stoop and build’em up with worn-out tools:

If you can make one heap of all your winnings
    And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
    And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
    To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
    Except the Will wich says to them: ‘Hold on!’

If you can talk with crowds and keep your virtue,
    Or walk with Kings –nor lose the common touch,
If neither foes nor loving friends can hurt you,
    If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
    With sixty seconds’ worth of distance run,
Yours is the Earth and everithing that’s in it,
    And –wich is more– you’ll be a Man, my son!

Ahora trataremos de reflexionar sobre estos consejos y emitir un dictamen. Para facilitar un análisis valorativo del contenido moral de los mensajes del If –que no un comentario literario– deberemos manejar una versión española del mismo. ¿Qué versión manejar? Son muchísimas las que existen en nuestra lengua, desde autores de prestigio a traductores muy pocos conocidos. Los hay de muy distinta condición y valía.

Toda traducción es un intento y acaso el más difícil sea el de traducir poesia. Pero además la lengua inglesa y la lengua española pertenecen a especies distintas. En cualquier caso, si lo que pretendemos principalmente es estudiar el trasfondo y los mensajes contenidos en los consejos del If de Kipling, nos será más útil aquélla versión en la que la literalidad de la traducción prevalezca sobre el lirismo de la misma. Para nuestro propósito, nos interesaría más una traslación que una traducción. Buscamos la funcionalidad.

Generalmente las versiones al español que conocemos tienden a seguir la formalidad métrica y la musicalidad del original inglés del If; lo que comporta el peligro de alejarnos de la literalidad de los consejos de Kipling. Desde hace más de medio siglo contamos con la famosa traducción de un escritor, amigo y camarada de José Antonio, Jacinto Miquelarena. Acaso sea la más difundida entre nosotros. Está hecha en versos rimados de arte mayor, tiene una innegable musicalidad y recoge el tono del poema, pero con licencias notorias. Un ejemplo de estas lo tenemos ya en el arranque:

Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila,
Cuando todo a tu lado es cabeza perdida.

(If you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you)

En el primer verso Miquelarena ha añadido un «en tu puesto» (con resonancia a la retórica falangista) que no existe en el original.

En el segundo, la métrica le ha forzado a cortar el final «and blaming it on you» («y te echan la culpa» o «por ello te culpan») que ha desaparecido.

Es un ejemplo de traducción poética. Miquelarena «crea» una poesÍa en español, con las licencias usuales, dentro de una disciplina métrica. Es lo habitual. De las traducciones más recientes mencionemos la de Luis Cremades (Visor, 1985) y la de José Manuel Benítez Ariza (Renacimiento, 1996). Las dos aspiran a ser un poema en español con la servidumbre apuntada. Una especial mención merece la versión que Areilza incluyó en su Así los he visto (1974) que acaso siendo más plana en el formalismo poético conserva una mayor literalidad de la fuente, una decidida fidelidad al original.

Para nuestro propósito de análisis, que es más de contenido que estético, permítasenos ofrecer una versión que pretende ser copia literal en español de los versos en inglés postergando los valores poéticos. Podría ser esta:

Si puedes mantener la cabeza
cuando todos a tu alrededor la pierden y te echan la culpa,
Si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti,
pero al mismo tiempo comprendes su desconfianza.
Si puedes esperar y no cansarte en la espera,
o siendo objeto de mentiras, no pagar con mentiras,
o siendo odiado no dar cabida al odio,
y aún así no te las das de santo ni de sabio:

Si puedes soñar, y no dejar que los sueños te dominen,
Si puedes pensar, y no hacer de los pensamientos tu meta,
Si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar a esos dos impostores de la misma manera;
Si puedes soportar el escuchar que las verdades que tú has dicho
son manipuladas por bribones para embaucar con ellas a los necios,
o contemplar destrozadas las cosas a las que has dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas:

Si puedes amontonar todas tus ganancias
y jugártelo todo de una vez a cara o cruz
y perder, para volver a empezar de donde partiste
y no decir palabra sobre lo perdido,
Si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en el camino mucho después de que hayan perdido su fuerza
y así aguantar cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: ‘¡Aguantad!’

Si puedes hablar con multitudes y guardar tu virtud,
o caminar entre Reyes sin perder la sencillez,
Si ni enemigos ni admiradores pueden dañarte;
Si aprecias a todos pero a ninguno demasiado;
Si puedes llenar el inexorable minuto
con los sesenta segundos que lo recorren,
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, ¡Tú serás un Hombre, hijo mío!

Estoicismo pagano

El If es un «ethos» en verso, un código de conducta que se dicta por un mentor con autoridad moral y experiencia vital; lo predica en estilo suasorio, desde un plano de superioridad, a un aprendiz de hombre justo. Y se publica en una colección de cuentos para niños y chicos.

¿Cuál es la moral del If? Dejando aparte la musicalidad, la calidad rítmica de los versos, su contenido es diáfano: sus 32 versos constituyen un repertorio de virtudes para la conducta práctica, para el comportamiento en la vida real antes que para el conocimiento intelectual. La virtud es una cualidad de la voluntad, es una capacidad adquirida por el ejercicio y el aprendizaje y toda virtud se encuentra mutuamente entrelazada con otras virtudes.

¿De qué manantial fluyen esas virtudes? El manantial es claramente el estoicismo pagano teñido por la moral masónica de la Inglaterra de Kipling. Las doctrinas estoicas, claro está, se corresponden con actitudes estoicas. Adelantemos que la moral de Kipling, la moral estoica, no es la moral cristiana. Pero ello no quiere decir que Kipling no esté manifiestamente abierto a la religión pues su actitud es la de aceptar cualquier fe como lo más importante en un hombre, como un factor de civilización ante la que mantiene una tolerancia comprensiva. El poema rezuma mensajes cristianos, pero prevalecen con claridad los del estoicismo pagano.

Las escuelas estoicas sustituyen el paradigma del héroe por el del sabio: del sabio como poseedor de conocimiento dirigido a la acción moral; del sabio que vive conforme a la razón, conforme a la Naturaleza, que sabe organizar y dirigir la acción, que posee la sabiduría práctica, la frónesis o prudencia. En ello consiste el bien. Y la felicidad se consigue mediante la virtud que radica en el dominio sobre sí mismo y las circunstancias: lograr en toda situación la apatheia o impasibilidad porque lo contrario, la pasión, nos aleja de la razón y es contraria a la naturaleza del alma. La perfección estriba en la ausencia de las pasiones, en su dominio.

Análisis de contenidos

La lectura total y verso a verso del If desde el punto de vista de la moral estoica nos da como resultado la primacía de la impasibilidad –apatheia–, la no alteración por cosas que producen emoción o turbación, en eso consiste la perfección; es vecina de la serenidad y de la templanza: de nada demasiado. Es el dominio de la voluntad sobre los instintos o pasiones. Es el término medio entre el desenfreno y la insensibilidad.

También de los versos emergen dos virtudes entrelazadas: la magnanimidad como grandeza del alma, como el ser clemente en el perdón de las ofensas y antitético a la pusilanimidad. Y la fortaleza que nos eleva por encima de los acontecimientos: el hombre de ánimo grande es dueño de sí mismo.

A su vez en los versos se aconseja la paciencia como tranquilidad: la virtud de afrontar la tribulación sin ánimo de venganza y que se opone a la ira. Dijo Ortega en su En torno a Galileo que para el hombre antiguo «en el mejor caso, la vida recta consistía en aguantar con dignidad los golpes de la fortuna –esto era en su mejor extremo el estoicismo: la vida como aguantar, el sustine de Séneca». Y se predica la virtud de la perseverancia como sostén del esfuerzo, como constancia en la continuación de la tarea en la esperanza del éxito.

Dos talantes. El If y José Antonio

Durante años hemos venido aceptando el If como divisa del estilo de José Antonio. Un espejo para la conducta. ¿Hasta qué punto tiene ello sentido? La aceptación ha sido tan sólita que a algunos puede parecerle pretencioso someter a examen el código moral del If para encararlo con José Antonio. Pero tras del anáisis anterior, la pregunta que aflora es la de cuál fue la influencia que tuvo el repertorio del If en su vivir, hasta qué punto lo que allí se predica se casa con su carácter. Naturalmente, la respuesta tiene que ser tentativa; pero merece la pena arriesgarnos a dibujar algunos apuntes.

Una exploración rigurosa del poema y su cotejo con lo que conocemos del carácter de José Antonio nos lleva a dudar de la sintonía entre el poema y su poseedor. Se trata de compulsar el discurso de una ética docens –la ética doctrinal del póster, de inspiración masónica– con una ética utens –la ética del vivir de José Antonio–. De enfrentar un «modelo de conducta» con una conducta real.

Si la personalidad es un conjunto de rasgos distintivos de la persona que se desarrolla en el tiempo y que la caracteriza ante los demás, en el perfil de José Antonio hay abundantes rasgos que lo alejan de la moral del If. Fijémonos en aquellos más significativos que vienen al caso, rasgos que no agotan su personalidad pero que son los idóneos para este enjuiciamiento.

En el If la tónica dominante es la impasibilidad –es lo que Ortega señala al decirnos que el estoico es un «hombre a la defensiva» que busca resguardar su carácter, su forma de vida ante las adversidades–. Este entendimiento es el que secunda el propio José Antonio cuando, en una ocasión, califica el estoicismo como actitud intelectual «sin efusión», sin animación o vivacidad (3 de marzo de 1935). Es oportuno señalar que el vocablo efusión también es utilizado por él cuando al proclamarse heredero del criticismo de los hombres del 98 –«su descontento es nuestro»– les reprocha, sin embargo, «que no añadieran a su crítica mayor efusión». Parece evidente su gusto por esta palabra que designa la expresión cordial de afectos y sentimientos.

En José Antonio, la «manera de ser» –el talante y el carácter– tiene una entonación diferente, es el estilo que según nos dice «preferirá lo directo, ardiente y combativo». Tres adjetivos lejanos a la manera de ser propugnada por el If, tres adjetivos «efusivos». Y también recordemos su gusto por afirmar que «la vida es milicia». Parece claro que tenía una sensibilidad apasionada, no gélida. La coincidencia entre virtudes afirmadas por José Antonio y las que subyacen en el If es aparente, son coincidencias nominales. En diciembre de 1933 escribió: «Los que lleguen a esta cruzada habrán de aprestar el espíritu para el servicio y para el sacrificio. Habrán de considerar la vida como milicia: disciplina y peligro, abnegación y renuncia a toda vanidad, a la envidia, a la pereza y a la maledicencia. Y al mismo tiempo servirán ese espíritu de manera alegre y deportiva».

El servicio, el sacrificio o la renuncia en el ideario falangista se predican en aras de un Bien Supremo, en función de una Ley de Amor; su fuente no es la Filantropía sino el mensaje evangélico. En el número 3 de FE aparece resaltado un texto, «Hábito y Estilo», que es un compendio de moral. Hay allí unos «imperativos» para la conducta del falangista. En su último apartado leemos: «Solamente el amor edifica. La ira, causada por los contrarios del amor, edifica también. Cristo, a latigazos con los mercaderes del templo, era ‘edificante’ «.

José Antonio entiende que la violencia como respuesta es lo exigible ante situaciones límite: «La razón, la justicia y la Patria serán defendidas por la violencia cuando por la violencia –o por la insidia– se las ataque», escribió en los Puntos Iniciales. (Recordemos que la ira en sí misma es pasión antes que vicio y las pasiones, en principio, no son ni buenas ni malas).

Si nos atenemos a lo que él llamó –en carta a la Condesa de Yebes– su «biografía externa», o sea, a su peripecia vital conocida y a los elementos perceptibles de la misma, concluiremos que en él la línea prevalente no obedece a la moral del poema de Kipling. Si el estoicismo forma un talante seco, frío e incluso egoísta al pretender eludir el sufrimiento, en José Antonio el talante, el tono vital, su estilo, es otro y diferente, es cordial y efusivo. (La sola «racionalidad» no define a la persona, están también los sentimientos de amor).

Es necesario reiterar el dato fundamental de que en el hondón de la personalidad de José Antonio hallamos su condición de cristiano manifiesto. Esta condición es muy importante porque implica que el recetario de virtudes de Kipling al llegar a José Antonio tienen que cruzarse con las que en él existen por su cultura cristiana. El apunte no es baladí porque la moral cristiana es una moral religiosa, abierta a una Religión, pero la moral estoica se recaba autónoma de la creencia religiosa.

La presencia de la las virtudes estoicas es algo innegable en el cristianismo que las ha acogido, pero con acento distinto, bajo la luz del mensaje de Cristo. Así cuando fueron sistematizadas por la escolástica, fueron recreadas como virtudes humanas, llamadas virtudes cardinales, y bautizadas como prudencia, justicia, fortaleza y templanza. En José Antonio, como en cualquier cristiano, yacían sembradas esas virtudes cardinales. Pero, lo que es más importante, en él también yacían sembradas, junto a esas virtudes humanas, las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad– que «informan y vivifican» las humanas y constituyen la esencia del mensaje evangélico. Cristo establece una nueva dimensión entre el hombre y Dios de la que surge un nuevo «ethos», una nueva moral. La fe, la esperanza y la caridad son ajenas al pensamiento pagano y están ausentes en el poema.

Esas virtudes son la raíz de las cardinales a las cuales, insistimos, «informan y vivifican». Es verdad que en la moral católica existe una cierta analogía con la moral estoica en el terreno de las virtudes cardinales, aunque siempre con coloración distinta. Si tomamos en el poema la impasibilidad, que es su tónica dominante, su semejante en la moral cristiana sería la templanza la cual pone su acento en «moderar la atracción hacia los placeres sensibles y en el uso de los bienes». Se evidencia que no son, obviamente, virtudes exactamente iguales.

Esto por lo que se refiere al plano doctrinal o teórico. Si bajamos a la peripecia biográfica de José Antonio y avanzamos en nuestra intención judicativa hemos de contemplar, con la perspectiva del poema, algunos rasgos de su personalidad. Por ejemplo, en él sobresalen su gallardía, su amor propio, su orgullosa altivez. Estos rasgos se manifiestan en ocasiones diversas y algunas de ellas se traen a colación pues sirven para ilustrar nuestro punto de vista.

José Antonio, ante el escarnio de lo que él entendía justo o sagrado respondía con la cólera; no era un paciente y sufrido espectador impasible. Los ataques a la memoria de su padre encendieron en él la audacia en la contestación: el puñetazo al general Queipo de Llano o la bofetada a Rodríguez de Viguri, testimonian suficientemente su carácter apasionado. Cuando en diciembre del 33, en una intervención parlamentaria Prieto calificó de «latrocinio» una decisión de la Dictadura, José Antonio saltó sobre los escaños dispuesto a abofetearle. Despúes se explicó: «Oí la ofensa, y reaccioné en el acto. Estoy dispuesto a no tolerar calumnias ni ataques injustos (...) Que nadie crea en mí un sentimiento de matonismo, sino la reacción que sentiré en todo momento contra aquél que intente lanzar una injuria». Acaso el episodio más estridente fue el de su reacción de vehemencia incontrolada ante el Tribunal que lo juzgó el 28 de mayo del 36, lo que motivó un nuevo procesamiento por desacato y atentado a la autoridad. Y es un lugar común la referencia de su biógrafo Ximénez de Sandoval a sus «cóleras bíblicas». Estas son pinceladas del retrato de un hombre de talante ardoroso nada impasible, nada reticente. Su amigo Ramón Serrano Suñer nos habla de su «temple cordial y algo belicoso» y de su alerta permanente para dominar «con celo crítico los impulsos de su sangre».

Una reflexión

El cuadro con el If de Kipling en el despacho de José Antonio implica el interrogarnos por las razones de su emplazamiento y el avanzar algunas respuestas que lo doten de más significados de los que, hasta ahora, han sido establecidos.

Entre las razones para su emplazamiento pudo estar la señal de originalidad que por lo inusual tenía un póster con una poesía en inglés. Era un elemento de decoración, como los grabados ingleses de caballos; pero el póster rompía con lo acostumbrado y contenía una clara intención ética, era un mensaje con sentido. Por otra parte era una muestra de la admiración de José Antonio por el Imperio inglés del que el escritor era cifra y símbolo. Su mensaje reflejaba el estilo del «gentleman» y del «señor» contrafigura del «señorito». De la lectura de sus preceptos se obtenía una moral de ascesis y de aguante, un recetario para la perfección del hombre, una energía para «la áspera tarea de cada día».

Al analizar el cartel y su circunstancia vemos que en él hay más elementos de los que se perciben en una primera lectura. Hemos intentado penetrar en el «ethos» en el que se basa el poema, y captar su naturaleza de tabla de virtudes estoicas dictadas por un gran escritor masón abierto al cristianismo. Conocidas las diferencias y los matices, conocida la distinción, entonces podemos comprender cómo las virtudes del If pueden ser integradas en la moral de un cristiano como José Antonio, aunque en un nivel subalterno, no como un «breviario» de moral y estilo. El If, podemos decir, era un excelente complemento para su tono vital de apasionado antes que estoico, y al que los espléndidos versos didascálicos podrían ayudarle a enfriar su talante ardoroso.

Es evidente que en la galería de imágenes del falangismo, el If ha ocupado –para una minoría de seguidores cultivados– un lugar privilegiado en el que al componente erudito y devoto, se unía un sentimiento de superioridad por conocer un raro poema foráneo bienquisto por José Antonio. Y también porque en su «apariencia» sonaba a retórica falangista, a estrofas de estilo ascético. Y porque la versión de Miquelarena tenía una excelente musicalidad. Y también, por el desconocimiento de su real base ética y de su condición masónica.

El If se ha conocido y valorado de manera incompleta, se ha percibido como obra aislada sin conexión con la ideología de su creador; en el aire. Ha tenido el valor añadido de su situación, de su instalación, en el despacho de José Antonio lo cual lo ha cargado de sentido equívoco. Y, por inercia, ha sido aceptado sin un examen crítico de su mensaje. De hecho, ha sido como una moral en verso para muchos seguidores que también han colgado el póster sobre sus cabeceras. Depurado el equívoco, con «rigor intelectual», el juicio correcto nos lleva a afirmar que el If no debe interpretarse como el santo y seña del estilo, de la manera de ser, de la moral de conducta predicada y vivida por el fundador de la Falange. Dicho de otro modo, el entendimiento usual ha sido equivocado porque ha nacido de una apariencia y no ha penetrado en su realidad.

 

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