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El Catoblepas, número 79, septiembre 2008
  El Catoblepasnúmero 79 • septiembre 2008 • página 13
Política

Fernando Lugo y la Fe en la Patria

José Manuel Rodríguez Pardo

Acerca del cambio de gobierno habido en Paraguay a raíz de la investidura del antiguo Obispo de San Pedro, Fernando Lugo Méndez, el 15 de agosto de 2008 tras el triunfo electoral del 20 de abril

«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» San Mateo, 5:3.

«Si el Papa viniera al Paraguay, puede ser que lo nombrara mi Capellán, pero bien se está él en Roma y yo en La Asunción.» José Gaspar Rodríguez de Francia

«Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al lumpemproletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida por agentes bonapartistas y un general bonapartista a la cabeza de todas. Junto a roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda es masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème: con estos elementos, tan afines a él, formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de Diciembre.» Carlos Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte.

Fernando Lugo

«¡Sí, juro!»

Así juraron su cargo tanto el flamante Presidente de Paraguay, Fernando Lugo, y el Vicepresidente, Federico Franco, del histórico Partido Liberal Radical Auténtico. El primero de forma enérgica y decidida, el segundo de forma más protocolaria y con su propia Biblia anaranjada que llevó consigo para la ocasión. A las siete de la mañana, a plena luz del día en un país que se despierta muy pronto, el 15 de Agosto de 2008, justo en el centro histórico de la capital paraguaya, Asunción. Esta ceremonia, cuya fecha actual se remonta al año 1912, según afirmó Hérib Caballero en su artículo del diario Última Hora del 9 de agosto, coincide con la festividad de la fundación de la capital, Asunción, con un simbolismo que a algunos podría recordarles incluso a la fecha del 25 de diciembre –antes de la reforma del calendario juliano, el inicio de cada año– como la de asunción del mando por parte de los emperadores romanos. Se consumaba así el relevo de mando en Paraguay, que pasaba del colorado Nicanor Duarte Frutos a Fernando Lugo Méndez, otrora Obispo de la diócesis de San Pedro y aún ministro de la Iglesia por mor del carácter que imprime el sacerdocio y que nunca se pierde –pese a que para el Estado quien juró fue el ciudadano Fernando Lugo Méndez, no un Obispo.

La presencia de once mandatarios y noventa delegaciones extranjeras, donde destacaban Hugo Chávez, Evo Morales, Tabaré Vázquez, Rafael Correa, Lula Da Silva y el Príncipe de Asturias, le otorgó cierta importancia a este acto de investidura. Los nombrados jefes de estado hispanoamericanos mostraron su adhesión al flamante presidente de diversas maneras, con todo tipo de gestos y promesas, vacías en la mayor parte de los casos, por los motivos que enumeraremos a continuación.

En mi crónica del primer viaje realizado a Paraguay resalté la continuidad del Partido Colorado como máquina de poder, frente al Partido Liberal, sumiso y conformista con su papel secundario. Pero el 20 de abril se produjo un cambio de gobierno que obliga, al menos, a responder a la cuestión de si hay en perspectiva un cambio real o si son meras apariencias. La vencedora Alianza Patriótica para el Cambio, que se constituyó con el antiguo Obispo de San Pedro, Fernando Lugo, como candidato presidente y con el liberal Federico Franco como vicepresidente, se hizo efectiva firmando partidos de tan diversa adhesión el 18 de septiembre de 2007 en la Casa del Pueblo del Partido Revolucionario Febrerista: el Partido Liberal Radical Auténtico, el Partido Demócrata Cristiano y el Movimiento Popular Colorado, disidente del oficialismo, junto al pequeño anfitrión y el movimiento popular Tekoyoya («Justicia»), formaron la coalición que, con un 41 por ciento de los votos, derrotó al Partido Colorado, con sólo el 31 por cientos de los votos, tras sesenta años ininterrumpidos de dominio en Paraguay –los «colorados éticos» de Lino Oviedo, obtuvieron un interesante y probablemente decisivo 22 por ciento. Un resultado que muchos predecían y al fin se cumplió.

No obstante, el triunfo del 20 de abril fue extraño en un proceso electoral atípico en la historia del país. Y señalo atípico porque normalmente los conteos de las mesas electorales solían llevar varios días o incluso semanas para determinar al sempiterno ganador: el Partido Colorado. Los adeptos de la formación oficialista realizaban durante ese período de tiempo la práctica de «asegurar las mesas», es decir, alterar el sentido de los votos en las urnas correspondientes para que dieran vencedor a su candidato. Un verdadero pucherazo, para utilizar un término muy común en España.

Sin embargo, la desunión con la que se presentó el coloradismo por la pugna entre Nicanor Duarte Frutos, presidente, y Luis Castiglioni, vicepresidente, en el seno del Partido Colorado, provocó la incapacidad para controlar el proceso en beneficio de sus intereses. Esta vez fue el Partido Liberal, el más representativo de la Alianza Patriótica por el Cambio, el que logró, en la medida de sus posibilidades, «asegurar las mesas» para la victoria. Con todo el pucherazo constante de las elecciones, parece no obstante que el resultado actual no es tan inexacto respecto al arraigo de los partidos políticos existentes en Paraguay, como veremos a continuación. De hecho, el proceso electoral dio muestras de aparente limpieza ante los ojos del observador extranjero, como si se tratara de unas elecciones generales celebradas en España o en cualquier democracia de mercado: a las pocas horas de cerrarse los colegios, la candidata colorada Blanca Ovelar reconocía como ganador a su contendiente, Fernando Lugo.

Las fuerzas de Lugo, sin embargo, no son armónicas. Es una coalición que reúne a los liberales, y que a última hora, para poder constituirse como gobierno, han incluido a colorados renegados, la Unión Nacional de Colorados Éticos (UNACE), comandada por el antiguo general Lino Oviedo, hombre fuerte en la sombra que intervino en el derrocamiento de Stroessner en 1989 y encargado de tutelar el gobierno «democrático» de Juan Carlos Wasmossy. Sin embargo, a causa de su imputación como presunto inductor del asesinato de Luis María Argaña el 23 de marzo de 1999, que condujo a los disturbios conocidos hoy como «El Marzo Paraguayo», y otros intentos de golpe de estado totalmente fallidos, Oviedo cayó en desgracia y hubo de huir al Brasil para luego ser encarcelado y liberado por Nicanor Duarte justo antes de las elecciones, pensando los colorados que sus votos dificultarían el triunfo de Lugo.

Como decimos, quizás la causa principal del cambio político resida en la división con la que el oficialismo colorado acudió a los comicios: los colorados Luis Castiglioni y Nicanor Duarte se encontraban peleados abiertamente y en público y ante sus propios correligionarios se descalificaban mutuamente. La facción de los nicanoristas asumía el núcleo duro de la corrupción, dejando a los demás sin su parte, lo que provocó una profunda división. Castiglioni y Duarte actuaban como si fueran dos gemelos siameses que quieren ir cada uno por su lado libremente, pero no pueden, como señaló el colaborador de El Catoblepas José Manuel Silvero Arévalos en su artículo del diario Última Hora del 23 de agosto de 2008, titulado con una expresión popular en guaraní que denota preocupación y expectación ante lo venidero, Hendy kavayu resa (ojos centelleantes de caballo). En su artículo advierte, citando a Hemingway, a los nuevos detentadores del poder que se les avecina un gran reto: «ojalá el prestigio de este nuevo Gobierno no esté en mostrar lo grande que pudo haber sido la faena».

Caído el Partido Colorado, el país que hereda la Alianza no da muchas esperanzas. La situación económica no mejora, pues el aumento del PIB en el último año en un treinta por ciento (de unos 7.000 a 9.000 millones de dólares, muy escaso pero lógico en la coyuntura de un Estado casi inexistente y un país de no más de siete millones de habitantes) no era producto de una política bien encauzada, sino de las remesas monetarias de los emigrados, principalmente a España desde la profunda crisis que sufrió Argentina, y que los dos años anteriores ya habían producido algún aumento en el PIB. Situación económica que también hizo las veces de caldo de cultivo para el cambio.

«¡Itaipú, Itaipú!»

Durante el discurso de investidura de Fernando Lugo se hizo mención a la situación de las dos centrales hidroeléctricas que Paraguay posee en asociación con Brasil y Argentina. Incluso el presidente de Brasil, Lula Da Silva, fue increpado por los asistentes al acto con los gritos de «¡Itaipú, Itaipú!», que le hicieron huir cobardemente.

Las entidades binacionales, las represas de Itaipú (con Brasil) y Yacyretá (con Argentina), que deberían suministrar energía eléctrica prácticamente gratis a todo el país y que sin embargo suponen un importante costo por los leoninos contratos firmados en su día, mientras Argentina y Brasil pagan sólo el 20 por ciento del coste de mercado. En el anterior mandato la situación no mejoró: el gobierno de Nicanor Duarte siguió mirando para otro lado y aceptando las coimas que recibían de brasileños y argentinos a cambio de no protestar por la situación.

No hay que olvidar que los beneficios que podría obtener Paraguay de ambas represas, sobre todo de Itaipú en una gestión binacional auténtica con Brasil, superarían los 2.000 millones de dólares, es decir, una cuantía que permitiría pagar la deuda externa que acumula Paraguay, lo que en resumen le permitiría abonarla al igual que han hecho Argentina o Venezuela, entre otros países de la zona. El Presidente de Brasil, Lula Da Silva, presente en la asunción de Fernando Lugo, huyó despavorido cuando unos asistentes al acto le increparon al grito de «¡Itaipú, Itaipú!», señal de que los brasileños no parecen muy dispuestos a que la actual situación cambie. Curiosamente, el 9 de agosto, menos de una semana antes de la jura de Fernando Lugo, la prensa se hizo eco de un sospechoso traslado de documentos pertenecientes a la Central Hidroeléctrica de Itaipú embalados en cajas de cartón. ¿Qué destino tenían? Brasil. Cuando menos, curioso.

Fernando Lugo

¿Y los pobres?

En el discurso de investidura de Lugo tuvieron cabida también aquellos ciudadanos que suelen ser tan nombrados por catedráticos y profesionales liberales en Hispanoamérica: los pobres. Una curiosa pancarta realizada sobre la bandera paraguaya, situada cerca del lugar, decía en guaraní: Pa´i Lugo poriahu mburuvicha (Padre Lugo, el Presidente de los pobres). Era lógico, por lo tanto, que apareciese en el discurso del antiguo Obispo de San Pedro su marco teórico: la teología de la liberación. En varias entrevistas que le realizaron antes de ser candidato, afirmaba que Jesucristo era, ante todo, un revolucionario, y no la Segunda Persona de la Trinidad, situándose en la perspectiva arriana o sabeliana antes que en la ortodoxia católica. Así, en su discurso de asunción presidencial, Lugo citó positivamente a Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff como representantes de la teología de la liberación, emparentados en la lista de nombres a grandes personajes de la Historia de Paraguay, como el novelista de origen español Rafael Barrett o el Dictador Perpetuo Gaspar Rodríguez de Francia. Curiosamente, durante estas fechas se cumplieron cuarenta años del congreso de Medellín de 1968, donde comenzó «una nueva Iglesia latinoamericana» con opción preferencial para los pobres, como la prensa se encargó de recordar, sobre todo la afín a Lugo.

También, en su versión más secularizada y más vulgarizada, estuvo en Paraguay presente la denominada «Filosofía de la Liberación». El ya habitual Eduardo Galeano estuvo presente no sólo en la investidura de Lugo, sino previamente en un acto de homenaje que se realizó el 13 de agosto en el Teatro Municipal de Asunción, donde insistió en sus tesis habituales. Muchos se sintieron halagados cuando en la prensa se citó un pasaje de su libro Las venas abiertas de América Latina aludiendo a Paraguay como el único país independiente de América en el siglo XIX, autárquico y autosuficiente gracias al gobierno de Gaspar Rodríguez de Francia, y aplastado a causa de ello y convertido en dependiente con la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), diseñada por Inglaterra y ejecutada por Brasil, Argentina y Uruguay.

Sin embargo, la tesis de Galeano es en realidad una manipulación histórica interesada, basada sobre todo en la denominada «Teoría Económica de la Dependencia», elaborada a partir de la distinción entre centro y periferia del economista argentino Raúl Prebisch para explicar la situación de crisis vivida en Hispanoamérica entonces, y que caló hondo en la Teología y la Filosofía de la Liberación. Según esta teoría, hay una serie de países que producen materias primas y que, en consecuencia, son esquilmados por potencias industriales que les mantienen en situación de dependencia. La solución propuesta entonces es la autarquía económica, que en palabras de la Filosofía de la Liberación, como las de Enrique Dussel, es la creación de un frente de países «no alineados», frente a las dos potencias de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética. De este modo, la situación idílica de Paraguay en el siglo XIX sería el modelo a seguir para que los países hispanoamericanos se liberasen de la opresión que sufren.

Sin embargo, una tesis para nada neutra o inocente como la de la dependencia, se basa en suponer, de manera metafísica, que puede haber una soberanía absoluta y un estado absolutamente independiente del resto. Y Paraguay (ni Estados Unidos, ni nadie, añadimos) no era independiente ni mucho menos lo es ahora, en tanto que el comercio fluvial realizado por los enormes cauces que posee no era una completa autarquía, ya que terceros países se beneficiaban de él. En todo caso, y sin ignorar que existió el pacto secreto de la Triple Alianza y la instigación de Inglaterra, la Guerra bien pudo haberse evitado si el Mariscal Francisco Solano López hubiera frenado lo que era un conflicto imprudente, ya que destruyó un país pequeño e inferior en número de fuerzas a brasileños y argentinos –Argentina contaba por entonces con uno de los ejércitos más poderosos del continente).

No trataremos ahora las grandes líneas sistemáticas de la Filosofía de la Liberación, que merecen se les dedique una crítica (sobre todo a sus tesis sobre El Capital de Marx, donde logran cuadrar el círculo al afirmar que es la subjetividad y no las fuerzas productivas el núcleo del marxismo, enlazándolo así con la Filosofía de la Liberación). Sí lo haremos con la base de la Filosofía de la Liberación de la opción por los pobres o los excluidos, a la que directamente tacharemos de falacia. Es necesario decir con claridad que con los pobres no se puede realizar ninguna propuesta política. Y es algo fácil de percibir para quien conozca a los marginales de Paraguay o cualquier otro país hispanoamericano. Gente sin trabajo estable, que debido a las crisis económicas que acaban con empresas productivas, se convierten en vendedores ambulantes o artesanos que venden sus productos tradicionales a bajo costo. Semejante situación hace que estos sujetos no tengan ningún papel en la historia, pues carecen de una fuerza objetiva que se le suponía al proletariado industrial históricamente: parones de producción, huelgas, &c. ¿Qué fuerza puede tener un ejército de pobres cuya importancia económica es casi nula?

Estos pobres que con tanto ahínco señalan Dussel y compañía son lo que Marx denominó lumpemproletariado. Incluso en ciudades comerciales de frontera como Ciudad del Este o Pedro Juan Caballero, donde los negocios funcionan a gran rendimiento dinerario (el número de extranjeros residentes en ellas es sencillamente espectacular), dada la ausencia de trabas impositivas y legales que allí se respira, no hay negocio para el país: los grandes empresarios son extranjeros que se hacen de oro vendiendo mercancías que han sido elaboradas y transformadas en otros países, sin que Paraguay como Estado vea un solo dólar de beneficio. ¿Qué iniciativa construir a partir de esa situación?

Además, el aislacionismo resultante de la teoría de la dependencia, que pregonan los teóricos más avispados como Dussel y los intelectuales como Galeano, podía tener sentido durante la Guerra Fría, cuando la Hispanidad se hallaba envuelta «entre los yanquis y el soviet», como decía Ramiro de Maeztu. Pero caída la Unión Soviética y con un papel distinto de Estados Unidos, ya despreocupado de si las naciones hispanas se hacen comunistas o no, es posible mantener una política de mayor distensión y desde luego más abierta: la Venezuela de Chávez dista mucho de ser un país que pregone la autarquía y el aislacionismo, pues si por algo destaca es por la difusión, dentro de la modestia que queramos atribuirle, pero difusión al fin y al cabo, de su ideología, adoptando a varios países satélite (Ecuador, Bolivia, Nicaragua), con la propaganda realizada por los Círculos Bolivarianos incluso en la televisión de Estados Unidos, donde personas ligadas a tales instituciones defienden el punto de vista de Chávez en programas de televisión, la venta de petróleo a Estados Unidos por vía indirecta, es decir, con contratos entre Venezuela y empresas privadas estadounidenses, en lugar de relaciones comerciales entre los dos Estados, &c. Si realmente alguien puede encontrar una sola similitud entre las tesis de Galeano y la praxis de Venezuela, merece un premio cum laude por su finura y sutileza.

Este marco teórico también tiene relación con el relativismo cultural, que Lugo mencionó en su discurso: «No puedo olvidar a los indígenas que también nos acompañan. Ellos son los verdaderos dueños del Paraguay». Indígenas que no superarán el número de 10.000 en la actualidad y que la Constitución de la República de Paraguay de 1992 señala en su Capítulo V: en el Artículo 62 se habla de los pueblos indígenas como «grupos de cultura anteriores a la formación y organización del Estado paraguayo», al tiempo que en el Artículo 63 se garantiza su derecho a «aplicar libremente sus sistemas de organización política, social, económica, cultural y religiosa», y en los conflictos jurisdiccionales «se tendrá en cuenta el derecho consuetudinario indígena». Esto supone admitir que existen grupos de personas en Paraguay que no son ciudadanos de pleno derecho, o más bien que pueden regirse por unas leyes especiales, dentro también del mito de la cultura: el artículo 66 señala el respeto a «las peculiaridades culturales de los pueblos indígenas especialmente en lo relativo a la educación formal». De hecho, el Artículo 67 señala que los indígenas «están exonerados de prestar servicios sociales, civiles o militares, así como de las cargas públicas que establezca la ley». Entonces, ¿cómo denominar ciudadanos paraguayos a quienes tienen unos privilegios que los demás no poseen? Lejos de tanta demagogia, uno de los retos del nuevo gobierno será asimilar a la condición de ciudadanos a estos indígenas que aún viven, para escarnio de muchos izquierdistas, en reservas.

Ejemplos de este relativismo cultural con reservas indígenas los tenemos también en la República Bolivariana de Venezuela, Ecuador y otros países de la Hispanidad, pero también en lugares más cercanos, como entre algunos redactores de El Catoblepas, caso de José Vitelio García. Esta falta de incorporación efectiva a la ciudadanía de ciertas masas de población es lo que degenera en el populismo: mucha gente en Paraguay vive en las zonas agrícolas y tiene poco contacto con el español y la alfabetización en general, por lo que líderes como Nicanor Duarte (nacido en Coronel Oviedo y de origen campesino) o el militar Lino Oviedo les suelen hablar en guaraní, lengua básicamente oral y habitual en estas zonas rurales. Para no perder la costumbre populista, el guaraní tampoco faltó en la alocución de Lugo al referirse a los indígenas.

Fe en la Patria

Si tomamos el término Fe como lo define Gustavo Bueno en La fe del ateo, Fe dice ante todo dice confianza en lo más inmediato, en los amigos, la familia, es decir, la fe natural, la fe jurídica, la fe personal, la fe política, &c. Sin embargo, en Paraguay la fe, si bien puede entenderse en el sentido de confianza en el círculo de amistades y familiares, nunca podrá extenderse al círculo jurídico o político. En un país donde los documentos básicos que pueden dar «fe de vida», como las partidas de nacimiento o los certificados de matrimonio, desaparecen como por arte de magia, o donde la política se convierte en el patrimonio de una camarilla que esquilma los recursos disponibles, es imposible la fe jurídica y menos la política. De hecho, en Paraguay el Estado prácticamente no existe, quedando casi todo a la iniciativa individual. Como los viejos estoicos, los paraguayos han de preocuparse de barrer primero su casa, esperando que los demás hagan lo propio.

La Fe que más importa en Paraguay es sin duda la fe católica, ejemplificada en la Virgen de Caacupé, cuya efeméride tiene lugar el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta es además fiesta nacional, lo que acaba identificando la religión católica y el Estado, Fides et Patria, como reza el lema del Panteón de los Héroes de Asunción, edificio que mezcla un parlamento y una basílica donde se encuentran los restos de los más importantes próceres del país.

Así, puede interpretarse que Lugo ganó las elecciones no por ser un político, oficio desacreditado ante los demás, sino por ser un obispo, lo que le otorgaba un prestigio superior incluso a su fama de ayuda a los pobres en muchos departamentos del interior del país. De hecho, el lema del Panteón de los Héroes, Fe y Patria, no encajaba con el anterior Presidente, Nicanor Duarte Frutos, de origen humilde (nació en Coronel Oviedo), pero que había hecho carrera como periodista y se había deslizado hacia el evangelismo protestante, en concreto menonita, algo que se descubrió tras su elección en el año 2003. Tal es la involucración de la religión católica en el Estado paraguayo, que su fe menonita le imposibilitaba para estar presente el 8 de diciembre en la Basílica de Caacupé, lo que constituía una gravísima afrenta a ojos de la mayoría del país.

Lugo, por lo tanto, antes que como un presidente firme con los apoyos suficientes, puede verse como el símbolo de la Fe y la Patria, unidos en su persona. Del mismo modo que quedan unidos en la biografía del Mariscal López (presente en los actos de bendición de la bandera nacional, la misma que engalana todas las ceremonias religiosas en todo el país simbolizando la unidad de Fe y Patria), tal y como se narra en la película Cerro Corá. Dirigida por Guillermo Vera Díaz en 1978, su trama desarrolla las batallas que libró Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), enfrentado a Argentina, Brasil y Uruguay, hasta la derrota final en la batalla de Cerro Corá, que da nombre a la película. Si bien Uruguay perdió tres mil vidas, Argentina 25.000 y Brasil 168.000, con abundantes gastos para los tres, Paraguay pasó de tener una población de 1.300.000 habitantes a quedar literalmente vacío, pues algunos historiadores dicen que sólo sobrevivieron 200.000 personas.

La película tiene el interés, más allá del gusto cinematográfico que pueda producir una suerte de spaghetti-western, de mostrar una semblanza que, a través del Mariscal López, cuenta la situación de Paraguay bajo el mandato del general Alfredo Stroessner (1954-1989), identificado con la figura histórica de la Guerra Grande, que pese a la guerra imprudente que inició fue adoptado como símbolo por militares como el Coronel Franco en su golpe del 17 de febrero de 1936, iniciador del Partido Revolucionario Febrerista. Así, Paraguay aparece como un país próspero, con excelentes relaciones con Estados Unidos y también con Brasil, uno de los agresores de la Triple Alianza, al tiempo que se mantiene la hostilidad hacia Argentina. La pirueta que realiza el director para favorecer a brasileños y perjudicar a argentinos, siendo ambos rivales de Paraguay en la Guerra, consiste en presentar a los brasileños como triunfantes y anónimos, sin nadie destacable al mando (los paraguayos de entonces les denominaban simplemente como «los negros»), mientras que uno de los momentos más dramáticos del filme tiene lugar antes de la batalla de Curupaity, con victoria paraguaya, cuando parlamentan el Mariscal López y el general argentino Bartolomé Mitre: ambos convienen en que son hombres de honor y jamás atacarían a una nación débil, pero también en que un militar debe acatar las órdenes, aun proviniendo de una camarilla política corrupta: así Mitre pierde la batalla en nombre de Argentina, mientras conserva su honor como militar.

El punto culminante de la ideología que da sentido a la película tiene lugar antes de la batalla de Cerro Corrá, cuando el Mariscal López le encomienda el papel de mensajero a un jovencísimo Bernardino Caballero, que así queda salvado del desastre y funda, a refugio en Brasil, el Partido Colorado, el 11 de septiembre de 1887. Con este último detalle, la biografía de López-Stroessner quedaba íntimamente ligada al oficialismo colorado. Por eso mismo, no deja de ser curioso que una de las primeras decisiones de Lugo como presidente fuera descolgar del palacio presidencial el retrato de Bernardino Caballero, dirigente fundador del Partido Colorado, y poner en su lugar el de Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Perpetuo de Paraguay, artífice del aislacionismo tan del gusto de los liberadores ya nombrados, pero también autor de la desamortización eclesiástica brutal simbolizada en el escudo de la República que todos los edificios eclesiales muestran en su fachada, inspiración del lema Fe y Patria.

Conclusión

¿Qué hará el nuevo gobierno, bautizado como gobierno del cambio, a partir de ahora? Es difícil juzgar su labor si se le valora por su capacidad de cambiar una tendencia de sesenta años en apenas cinco de mandato. No sería tampoco justo enjuiciar la labor del anterior presidente o de cualquier otro, sin tener en cuenta que cinco años son pocos como para producir un cambio significativo, lo que también nos sitúa ante un importante límite objetivo en los gobiernos democráticos. Si establecemos comparaciones con Hugo Chávez y Venezuela, sobre quien se han vuelto los ojos con celeridad para explicar el fenómeno Lugo, veremos que el antiguo militar también ascendió al poder en un momento de crisis de los partidos tradicionales y con una coalición de distintos partidos.

Sin embargo, Chávez sí pudo realizar algunos cambios más o menos significativos que han permitido que el Movimiento V República atesore algo más que unas elecciones ganadas: reforma constitucional que permite el acceso a un nuevo régimen formal más continuista, aseguramiento de empresas públicas estratégicas, difusión de una ideología más o menos difusa pero que ha calado con cierta hondura en otros países, &c. Lo último ha sido la formación del Partido Socialista Unificado de Venezuela, que por aquellas fechas estaba realizando un concurso para elegir su himno, tal y como podía verse en la televisión por cable de Paraguay por aquel entonces, en anuncio hecho público en el canal Venevisión, que junto a Telesur constituyen las dos fuentes principales de propaganda del régimen chavista por el continente hispanoamericano.

No hay que olvidar que el sistema de gobierno que concentraba el poder público en el Presidente de la República ha cambiado drásticamente desde 1992. Ahora la relación entre Presidente y Congreso es de controles muy rígidos, cercanos a una democracia parlamentaria. El Presidente viene a ser un administrador y ejecutor, pero el manejo de los presupuestos requiere previa autorización parlamentaria. Y en el parlamento sólo un miembro de Tekoyoya junto a 15 de los oviedistas de UNACE y, sobre todo, los 29 del Partido Liberal Radical Auténtico de Federico Franco, junto al Partido Colorado, 30 diputados, los dos partidos tradicionales del país.

Considerada imposible por el momento la reforma constitucional, dado que difícilmente los liberales serán partidarios de ella, se abre un momento de incertidumbre. Se hacen cábalas constantes en los medios de comunicación: se dice que un pacto entre Federico Franco y el ya desgastado Lino Oviedo acabaría expulsando a Lugo de su sillón presidencial. Otros dicen que Lino Oviedo, «colorado ético», se aliará a los colorados oficialistas y les dará el poder. Pero quizás la figura más caracterizada por el momento sea la del liberal Franco, quien protestó al no ser incluido en el gabinete político como vicepresidente, para finalmente pasar a engrosar sus filas, en un proceso en el que poco a poco va tomando posiciones. En varios artículos de prensa, incluso de la prensa más afín al nuevo presidente, se insinuaba que el gobierno de Fernando Lugo –quien, no lo olvidemos, sólo tendrá cinco años y después no podrá volver a ser presidente– podría ser un trampolín para que Federico Franco, como profesional de la política y más acostumbrado a la brega política, fuera el presidente en el año 2013, si no lo consigue antes. Cualquier situación, y más aún en Paraguay, es posible.

Fernando Armindo Lugo Méndez, nacido el 30 de mayo de 1949, misionero del Verbo Divino SVD, presbítero católico desde el 15 de agosto de 1977, obispo católico de la Diócesis de San Pedro Apostol, Paraguay, desde el 5 de marzo de 1994 hasta el 11 de enero de 2005, emérito hasta el 30 de junio de 2008, en que adoptó el estado laical tras ser sacerdote durante más de 31 años y obispo durante más de 14 años

 

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