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El Catoblepas, número 81, noviembre 2008
  El Catoblepasnúmero 81 • noviembre 2008 • página 10
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Apéndice al artículo Las plataformas continentales:
la analogía de la formación de las plataformas con la tectónica de placas

Santiago Javier Armesilla Conde

El autor realiza una pequeña autocrítica a su anterior artículo, que no es ni mucho menos una enmienda a la totalidad. Además, se añaden nuevos conceptos para entender mejor la teoría de las plataformas continentales: los tres tipos de choque convergente, divergente y transformante que conformarían la dialéctica entre las mismas y entre los diferentes Estados de la Tierra

En mi último artículo publicado en El Catoblepas («Las plataformas continentales», nº 75, mayo de 2008, pág. 14, nodulo.org/ec/2008/n075p14.htm), expuse una definición de plataforma continental a la que varios amigos y compañeros materialistas han objetado algunas cosas. Recordemos esa definición:

«Por plataforma continental se entendería la totalidad sistematizada de teoremas que se ha conformado en un contexto determinante, histórico, que han coadyuvado a cerrar esta totalidad con una identidad sintética sistematizada, una unidad isológica y sinalógica conjugada y una igualdad simétrica y transitiva, objetiva, entendida como una unidad sinalógica reflexivizada. En la plataforma continental, sin negar la pluralidad, se dan a la vez una identidad única –entendiendo aquí identidad desde las coordenadas del materialismo filosófico–, una unidad objetivable y una igualdad respecto a otras plataformas continentales. Esa igualdad entre todas ellas –igualdad que, en absoluto, borra o anega sus diferencias– se puede objetivar a través de una serie de características. Además de todo esto, la plataforma continental, a pesar de que muchos puedan argüir que en algunos casos se traten de plataformas «virtuales», en realidad no lo son, ya que éstas constituyen totalidades sistemáticas además de sistematizadas. Esto es así porque en ellas se hace referencia, aunque sin reducirlas a las mismas, a materialidades primogenéricas (M1); se trata de totalidades limitadas política, cultural, lingüística, religiosa, geográfica e históricamente; se han formado por multiplicidades heterogéneas; están formadas por totalidades sistáticas, a su vez formadas por multiplicidades finitas y heterogéneas; poseen una dimensión de carácter distributivo partiendo de la alternatividad lógica; y su complejidad está determinada por la heterogeneidad de sus partes (a su vez formadas por componentes también heterogéneos) y por la complejidad de sus niveles holóticos. Para terminar con la definición, diremos que la plataforma continental, además de ser una totalidad sistematizada y sistemática, es también una totalidad atributiva, ya que, ya sea de manera sucesiva o simultánea, sus partes sólo pueden constituir un todo si están unidas.»{1}

Se me criticó que no podría ser una identidad sintética sistematizada, ya que este tipo de identidades sólo se daban en el campo de las ciencias puras, pero no en geopolítica, y que en todo caso se trataría de definir las plataformas continentales en cuanto a su analogía con las placas tectónicas. Y lo cierto es que las totalidades sistemáticas también pueden darse en campos alejados de las ciencias puras, como la política. ¿O acaso un sistema impositivo de un Estado x no es un sistema? ¿Y acaso ese sistema no tiene identidad? Ahora bien, aunque estas totalidades a las que llamamos plataformas continentales sí se han dado en contextos históricos determinantes (dialéctica de Estados e Imperios Universales –Imperio Británico, Imperio Ruso, Califato Omeya, Imperio Mongol e Imperio Español–) y existen realmente, en gran parte debido a los restos de los naufragios de los grandes imperios antes mencionados, lo cierto es que no son sistemas cerrados, luego su identidad no es sintética sistematizada, con lo cual mis amigos tenían razón. ¿Por qué? Porque cualquiera de los Estados perteneciente a cada una de esas plataformas podría en algún momento pertenecer a otra o a ninguna, e incluso desaparecer ese Estado, varios o toda una plataforma continental, bien mediante una total absorción por parte de una o varias de las restantes plataformas, bien por la total balcanización continental de la misma.

No niego la totalidad de las mismas, pero las plataformas no constituyen identidades sintéticas sistematizadas (el simple hecho de que en la Plataforma Islámica, por ejemplo, se de mayoritariamente una misma religión, no anega los conflictos propios de la dialéctica de Estados, lo que demuestra que, a pesar de la ingenuidad o la mala fe, según el caso, de muchos musulmanes, el conflicto entre Estados islámicos es un hecho, lo mismo que entre Estados eslavos, hispánicos o anglosajones, lo que no niega la posibilidad de una hipotética unión en uno sólo; por poner un ejemplo, Marruecos y Argelia son naciones islámicas sunnitas, y sin embargo en más de una ocasión han estado a punto de entrar en conflicto bélico, posibilidad todavía no agotada; las religiones no son algo que flote en el aire por encima de la dialéctica de Estados, ¿qué sino la dialéctica de Estados explicaría en gran medida que La Meca esté en Arabia Saudí y no en otro Estado? ¿Qué sino la dialéctica de Estados explicaría en gran medida que el Vaticano esté en Roma?). Las plataformas continentales serían, en todo caso, totalidades, a la vez atributivas y distributivas, en las que la unidad sinalógica e isológica está conjugada, y con una igualdad dada en un contexto determinante, histórico político, que se plasma en las características enunciadas en el artículo anterior, las cuales sigo manteniendo.

La clave de la rectificación –que no se trataría de identidades sintéticas sistematizadas– estaría en la analogía de la lucha dialéctica entre plataformas continentales con la tectónica de placas en geología. La tectónica de placas es la teoría imperante y dominante hoy día en la geología. Esta explica la estructuración de la capa más fría y alejada del núcleo terrestre, la litosfera. Las placas tectónicas son fragmentos de litosfera que se desplazan como un bloque rígido sin deformación interna sobre la atenosfera de los planetas rocosos. La tectónica de placas explica los cambios de la superficie de la tierra en materia geológica, las interacciones entre las placas, sus direcciones, sus choques y sus cambios. Explica tanto la creación de cordilleras montañosas como de fosas abisales, tanto de mesetas como de valles, así como la formación de islas y continentes o megacontinentes (el choque de las placas indoaustraliana, africana y euroasiática conformaría el megacontinente conocido como Euroafrasia). Todo cambio estructural de cada pliegue de la tierra se explicaría por la tectónica de placas. También es la responsable de terremotos y tsunamis, y explicaría en parte incluso la creación y destrucción de ecosistemas enteros. En total, se han contabilizado quince placas tectónicas principales: Africana, Antártica, Arábiga, Australiana, de Cocos, del Caribe, Escocesa (situada al sur del Océano Atlántico y en la que se encuentran las actuales Islas Malvinas), Euroasiática (la más grande de todas), Filipina, Indoaustraliana, Juan de Fuca (situada frente a las costas de Washington y Oregón, en el Pacífico estadounidense), Nazca, Pacífico, Norteamericana y Suramericana. A todas estas habría que unir una serie de miniplacas que, por su número y debido a las pretensiones de este artículo, no se nombrarán.

Se han identificado tres tipos de bordes entre placas: borde convergente, en el que dos placas chocan una contra la otra; borde divergente, en el que dos placas tectónicas se separan; y borde transformante, en el que dos placas se deslizan una contra la otra. La teoría de la tectónica de placas, a su vez, se divide en dos: la teoría de la deriva continental, del alemán Alfredo Wagener, que explicaría la forma de los continentes, y la teoría de la expansión del fondo oceánico, que ayuda a entender la primera, y que explica a su vez la forma de los océanos. El origen de las placas tectónicas estaría en las corrientes de convección del interior del manto terrestre, que después se fragmentarían en la litosfera. Esa convección, que no es más que una transferencia de calor, se produciría por intermedio de un fluido (en este caso el agua de los mares y océanos), y se transportaría a zonas con temperaturas diferentes. Habría dos tipos de convección: la convección forzada, producida cuando el fluido se mueve lejos del sólido, y la convección libre, producida cuando la transferencia de calor se da suficientemente lejos del sólido, y a su vez este fluido está parado.

Lo importante es que los choques y fricciones (convergentes, divergentes y transformantes) entre las placas tectónicas las han modificado desde su misma formación, demostrando que las mismas no son siempre iguales, y que los mismos continentes geológicos hoy conocidos (Euroafrasia, América, Australia, Antártida) no existen desde el principio de los tiempos. Las placas, además, no pueden haber sido siempre las mismas, ya que, por una parte, estas tienden a hundirse en el manto terrestre, en vez de flotar sobre él, como comúnmente la filosofía vulgar tiende a creer. Y las mismas placas tal y como hoy días las conocemos han podido sufrir variaciones drásticas, incluso haber surgido de las ruinas de placas anteriores, debido a cataclismos cósmicos como el impacto contra la Tierra de grandes cuerpos celestes (como el que acabó hace 65 millones de años con los dinosaurios o, si fuese cierta la hipótesis del Gran Impacto, el que provocó el origen de la Luna).

Luego si nuestra analogía funciona, las plataformas continentales, las placas tectónicas de la política, pero no las únicas (en realidad, todo Estado sería una «placa tectónica»), se habrían formado por choques convergentes, divergentes y transformantes con otros Estados o Imperios, la verdadera base sobre la que se asientan cada una de las cinco plataformas enumeradas en el anterior artículo (recordemos: Continente Anglosajón, Continente Islámico, Continente Eslavo, Continente Asiático y Continente Hispánico). Los choques convergente, divergente y transformante también se toman por analogía de las placas tectónicas. El choque convergente sería aquel por el cual dos plataformas continentales se han constituido mediante el choque frontal entre ambas, cuyo fundamento habría sido el choque frontal entre imperios, como el choque entre Imperio Británico e Imperio Español, entre el emergente Reino de España y el imperialismo musulmán o el choque entre la Unión Soviética y la República Popular China a mediados del siglo XX. En la tectónica de placas, el borde convergente produce el hundimiento de una placa debajo de otra, y provoca cambios en la anterior, elevando así cordilleras montañosas y zonas de actividad volcánica. En el punto de intersección entre dos placas se formaría lo que se llama la zona de subducción, que es el punto en el que una placa se hunde por debajo de otra (así pasa entre la placa de Nazca y la Suramericana, produciendo la Cordillera de los Andes). Y así, en la dialéctica de imperios, se produjo el hundimiento del Islam frente a España, de España frente a Inglaterra y así en muchos más casos, el más reciente el hundimiento del Imperio Soviético frente al Estadounidense. El hundimiento de una plataforma continental o Imperio conlleva la elevación del vencedor contra el que chocó, y del mismo modo en que se elevan majestuosas cordilleras montañosas, el Imperio vencedor se eleva majestuosamente sobre el vencido, incluso, siguiendo la analogía, levantando monumentos y edificios que conmemoran la victoria.

El borde divergente sería aquel por el cual dos placas tectónicas se separan. La separación provoca que, al separarse las placas, nuevos materiales asciendan al manto, creando nueva litosfera, o lo que es lo mismo, nueva corteza terrestre. Así nacen por ejemplo nuevas cordilleras submarinas. Pero esa separación no puede considerarse, en política, como un alejamiento ideológico o de intereses (que los hay) de manera simple, sino que, y siguiendo con la analogía de las placas tectónicas, una placa, al alejarse de otra en sentido geológico, arrastra a los materiales de la litosfera de la otra placa más sensibles a la separación en varios materiales sólidos en la misma. Así, en la placa Africana, que se separa de la Indoaustraliana y de la Antártica, se produce el rompimiento en dos del continente físico hoy conocido como África. Toda la porción de tierra que va desde el Cuerno de África hasta el sur de Mozambique se está progresivamente separando del resto del continente, algo que se ve ya en la extensión cada vez mayor del Gran Valle del Rift, y que llevará en el futuro a la formación de una nueva placa tectónica, la llamada placa Somalí. A su vez, el resto de África se uniría físicamente con la placa Euroasiática mediante el choque frontal con la Península Ibérica. Pues bien, en geopolítica, o lo que es lo mismo, en la dialéctica de Estados, el choque divergente sería aquel en el que la eutaxia de un Estado o plataforma continental, y debido a la divergencia de planes y programas de otros Estados y plataformas con los que entra en fricción, se encuentra amenazada o en peligro, teniendo como consecuencia la destrucción de ese Estado o plataforma, su balcanización y el surgimiento de nuevos Estados o plataformas, nuevas placas políticas que entran en el juego geopolítico mundial. Ejemplos en la Historia los hay muy numerosos, desde la fragmentación de Roma a la fragmentación de la URSS, pasando por la fragmentación del Califato Omeya, del Imperio Mongol, del Imperio Español o del Imperio Británico. Y, a una escala menor, la fragmentación y surgimiento de nuevos Estados tras la desaparición del Imperio Austrohúngaro, de Checoslovaquia, de la República Centroamericana o de Yugoslavia. El choque divergente entre Estados y plataformas continentales explicaría en parte el posible surgimiento de nuevos Estados si naciones políticas como España, Bolivia o Bélgica llegasen a desaparecer, surgiendo en su lugar nuevos Estados que, o bien seguirían formando parte de sus respectivas plataformas continentales, o bien entrarían a formar parte de otras, o bien jugarían su propio juego (Flandes, Santa Cruz, Andalucía, Cataluña, Galicia, Vascongadas, &c.).

Por su parte, el borde transformante sería aquel que se produce mediante el desplazamiento lateral de una placa tectónica frente a otra. Su presencia se explica debido a las frecuentes discontinuidades del terreno en que el borde transformante actúa. Un ejemplo sería la Falla de San Andrés en California. Allí, se produce un desgarre, que hace que la península de California en México y hasta el norte del Estado norteamericano del mismo nombre, se separen físicamente de América de manera lenta, provocando además cambios en el paisaje geológico o en la situación en coordenadas de cada uno de los puntos de la geografía californiana. Por ejemplo, la ciudad de Los Ángeles no para de variar su posición en coordenadas al moverse hacia el norte, hacia la bahía de San Francisco, unos 4,5 centímetros al año, algo que a simple vista no se ve pero que provoca desde daños en edificios y carreteras hasta terremotos de enorme magnitud. En la dialéctica de Estados y de Imperios, el choque transformante sería aquel que produce todo tipo de cambios, por mínimos que puedan parecer, al deslizarse unos Estados o plataformas continentales frente a otras. Estos deslizamientos serían los propios de toda política imperialista que quiera influir en otros Estados mediante el comercio. La globalización, como idea aureolar que encubriría la estrategia imperial estadounidense para imponer el American Way Of Life en el resto de plataformas continentales sería un ejemplo. La Alianza de Civilizaciones sería otro, utilizado por los mahometanos para transformar al resto de Estados y plataformas a imagen y semejanza del Islam. Y así con todos los Estados, el mercado nacional de un Estado imperialista actuaría de motor de ese choque transformante, ayudado por medios de comunicación de masas muy efectivos como el cine, internet y, por supuesto, la televisión. Esto conlleva desde la aparición de mercancías extravagantes y exóticas en un Estado hasta terremotos económicos como la crisis financiera actual.

Los choques convergentes, divergentes y transformantes (producto de la convección política que produce el calor de los cambios políticos históricos) pueden darse al unísono como política imperialista de un Estado con respecto a varios Estados sobre los que quieran imponer sus planes y programas, sean estos generadores o depredadores. Incluso si no se tratase de un Estado imperialista, sino simplemente ejemplarista, también haría uso de los mismos, especialmente de los transformantes. Las plataformas continentales realmente existentes se habrían formado mediante estos tres tipos de choques, y sus cambios, modificaciones, variaciones, escisiones, e incluso su posible hundimiento y desaparición, se darían también mediante estos tres tipos de choques (convergentes, divergentes y transformantes). Ergo, si esto es así, las plataformas continentales no podrían ser identidades sintéticas sistematizadas.

Las plataformas continentales serían totalidades atributivas y distributivas, con una unidad isológica y sinalógica conjugada, con una igualdad dada en un contexto determinante (histórico, económico, sociológico y político, debido a la dialéctica de clases y de Estados, yendo más allá, a la dialéctica de Imperios Universales), plasmado todo ello en siete características: lengua mayoritaria común, religión mayoritaria común, (por supuesto) pasado imperial común, una extensión total mayor de 10 millones de kilómetros cuadrados, una población total mayor de 300 millones de hombres, sistema político mayoritario común y que al menos dos naciones políticas dentro de esa plataforma continental sean fronterizas. Todo esto se cumple, pero hay más. La plataforma continental sería una totalidad atributiva porque las partes no podrían disociarse del todo, ya que ese todo no sería el que es si sus partes no estuviesen unidas. Pero si por ejemplo, el núcleo de una plataforma continental desapareciese –pongamos por caso, el núcleo de la Plataforma Hispánica, que es España, se balcanizase por la acción interna y externa de sus enemigos, llegando a su destrucción–, aunque la esencia histórica de esa plataforma continental no se perdería por haber desaparecido su núcleo, sí en cambio la vivencia misma de la Hispanidad, debido a un alejamiento de América con respecto a España, llevaría a la transformación de Iberoamérica en otra cosa, alejada de su núcleo originario, España.{2} Por ello, desde postulados propios de quienes creen que una séptima generación de izquierda políticamente definida –independientemente de que esta izquierda asuma o no el dualismo metafísico izquierda / derecha de origen burgués– podría nacer en la Plataforma Hispánica, la desaparición del núcleo de esta plataforma, España, conllevaría quizás que esa séptima izquierda hispánica jamás llegase a nacer, lo que no niega el nacimiento de una séptima izquierda en otro país americano como México, Brasil o Argentina, pero se trataría de una séptima izquierda alejada de la valiente afirmación de Ismael Carvallo en sus Tésis de Gijón: «la séptima izquierda será materialista y será iberoamericana.» La plataforma continental constituye una totalidad holomérica, ya que siempre será susceptible de descomponer sus partes, aunque esas partes puedan re-generar la unidad isológica dada. ¿Podría México, por ejemplo, regenerar la plataforma hispánica? Sólo, si acaso, México estuviese en condiciones de unificar toda Iberoamérica y los países hispanos no americanos asumiendo el rol de Imperio Generador, y sólo si fuese capaz de superar la labor imperialista que España ya realizó. Es decir, México tendría que asumir lo que hizo España e ir más allá. Y digo México como podría decir Brasil, Venezuela, Argentina o, incluso, Estados Unidos.

También hay que decir que la esencia de cada plataforma continental es histórica, por lo que habría que calificarlas como género plotiniano. La distinción en el materialismo filosófico entre género porfiriano y género plotiniano es de sumo interés. Mientras los géneros porfirianos o linneanos (tomando el nombre del sueco Linneo) serían aquellos conceptos universales de carácter unívoco divididos en especies independientes unas de otras, y ya dadas por la creación de dios, los géneros plotinianos o darwinianos (tomando el nombre del británico Darwin) serían aquellos conceptos universales que se dividen en especies tales que no son independientes propiamente las unas de las otras, ya que entre ellas media un orden, que incluso puede ser genético. Esta acepción de género fue utilizada por Darwin cuando sostuvo que las especies vegetales o animales no están dadas de manera independiente unas de otras, sino que descienden las unas de las otras. La distinción, por tanto, entre géneros plotinianos y porfirianos es pertinente al hablar de plataformas continentales, porque estas derivan, en su esencia histórica, de los antiguos imperios universales de cuyas ruinas y restos han surgido, de manera dialéctica.

En definitiva, la identidad de las plataformas continentales estaría más cerca de ser sintética esquemática que sintética sistematizada. Una identidad sintética esquematizada que, sin embargo, no resulta menos potente y real que una identidad sintética sistematizada y que incluso, en determinadas circunstancias, puede servir de base para construcciones políticas unitarias futuras. Así, la Commonwealth of Nations para los anglosajones, el Islam para los mahometanos, el paneslavismo para la plataforma liderada por Rusia o la Hispanidad para el Continente Hispánico. Una Hispanidad que, si no se desvincula el núcleo de su esencia, podría ser ese tercer modelo de unidad hispánica propuesto en el programa de televisión Teatro crítico sobre la séptima generación de las izquierdas políticamente definidas{3}. Frente al modelo liderado por Estados Unidos (capitalista, el del ALCA), y el modelo bolivariano (el ALBA, proindigenista), el modelo hispánico materialista, racionalista, ateo y universalista.

Notas

{1} Santiago Javier Armesilla Conde, «Las plataformas continentales», El Catoblepas, nº 75, mayo de 2008, página 14.

{2} En esto hago una analogía con una idea de Gustavo Bueno tomada de El animal divino, recogida en el artículo de Iñigo Ongay de Felipe, «Notas sobre la teoría de la esencia de Gustavo Bueno» (El Catoblepas, nº 59, enero de 2007, página 9):

«El núcleo es, pues, sólo una parte de la esencia, algo así como su germen. Pero tan esencial a la religión, tomada globalmente en su desenvolvimiento histórico, es el trato con los animales numinosos, como la transformación dialéctica de ese trato en una serie de conductas simbólicas que parecen ordenarse ortogénicamente en el sentido de un progresivo alejamiento respecto del núcleo originario. Un alejamiento que llevará, es cierto, en su límite, a la desaparición casi total del núcleo. Y con ello también, evidentemente –si queremos mantener la coherencia de nuestra idea de religión–, a la desaparición de la vivencia misma de lo numinoso.», Gustavo Bueno, El animal divino: ensayo sobre una teoría materialista de la religión, Pentalfa, Oviedo 1985, pág. 231.

{3} «¿Séptima generación de la izquierda?», debate de Teatro crítico, nº 38, 2 de julio de 2008, http://www.teatrocritico.es/pro/tc38b.htm

 

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