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El Catoblepas, número 87, mayo 2009
  El Catoblepasnúmero 87 • mayo 2009 • página 9
Filosofía del Quijote

Ludovico Osterc y el Quijote
como crítica de las clases dominantes

José Antonio López Calle

Las interpretaciones sociales del Quijote (3)

Primera parte de la interpretación marxista del Quijote por Osterc

Si Vilar nos ofrece una interpretación marxista, que el lector tiene que adivinar a través de la lectura, el cervantista mejicano Ludovico Osterc, en su libro El pensamiento social y político del Quijote (1975, 1ª edición de 1963), nos presenta, en cambio, una interpretación declaradamente basada en los principios del materialismo histórico marxista y en la teoría del arte y la literatura que éstos auspician, cuyos fundamentos el autor nos expone antes de emprender una investigación sistemática del pensamiento social y político de la novela.

Asimismo no tiene empacho en atribuir al gran libro un carácter alegórico, esto es, dotado de un sentido oculto, que él se propone descifrar. ¿Cuál es el verdadero sentido del Quijote, que está latente? Pues el sentido profundo de la novela reside en su mensaje de carácter social y político. Que ésta se presente como una sátira de los libros de caballerías no es un problema para Osterc: se trata simplemente de un pretexto utilizado hábilmente por Cervantes para ocultar su verdadero objetivo y así soslayar la represión por parte de las autoridades políticas o de la Inquisición, pues «hay que tener presente el carácter absolutista del poder estatal y la dictadura espiritual e ideológica ejercida por la Inquisición que hacían imposible toda expresión libre del pensamiento» (op. cit., pág. 32).

Desde Benjumea diversos cervantistas, como Saldías, Castro, etc., vienen repitiendo este manido truco que les deja en libertad de interpretar el Quijote de modo que todo cuadre con sus propósitos. La locura de don Quijote y hasta la simplicidad de Sancho se convierten igualmente en habilísimos vehículos literarios de Cervantes para encubrir su auténtico mensaje que no es ridiculizar los libros de caballerías; esto es sólo una tapadera de un mensaje más profundo de tipo social y político. Tras la cortina de humo de la crítica a los libros de caballerías, lo que se esconde es «una despiadada censura de las caducas relaciones feudales, de la sociedad feudal-absolutista de España en declive» (op. cit., pág. 33).

Diferencias de Osterc con respecto a Marx y Vilar

He aquí la clásica tesis hermenéutica marxista. Ahora bien, Osterc es mucho más preciso en sus análisis que Marx, por supuesto, que sólo nos ha dejado la desnuda declaración general ya examinada, y que Vilar. Para empezar, señala que esta despiadada censura del feudalismo español en declive se despliega como un ataque a las clases dominantes y opresoras –el autor mejicano no se anda con remilgos a la hora de usar la estereotipada jerga marxista y de describir con tintes negros la España cervantina–, esto es, lanza sus dardos contra la nobleza, sin excluir el absolutismo de la todopoderosa monarquía, y el clero, sin temer sus represalias gracias al artilugio de manejar los libros de caballerías como un escudo protector tras el que ocultar sus verdaderas intenciones. Y al tiempo que zahiere a los integrantes de las «podridas» clases superiores de aquel entonces, Cervantes denuncia el deplorable estado económico, social y político de aquella España.

Hay dos aspectos importantes en que Osterc se separa de Marx y Vilar. En primer lugar, el ataque de Cervantes, según él, no sólo se dirige contra la sociedad española como sociedad feudal sino también contra los integrantes de la emergente clase burguesa, de manera que el ataque de Cervantes es más radical aún de lo que Marx deja sugerir o de lo que Vilar claramente afirma, para quien, como hemos visto, Cervantes sólo critica el componente feudal de la sociedad española, no sus incipientes y débiles componentes burgueses. Por el contrario, más bien, de acuerdo con Vilar, el Quijote, a través de su mensaje final de regeneración económica, en que se ensalza la producción y el trabajo en el recinto territorial de la España peninsular, parece hacer apología de la economía capitalista, que estaba triunfando en el norte de Europa. Pero éste sería el mensaje de Cervantes, no de don Quijote. Pues bien, Osterc se propone impugnar este punto de vista y nos adelanta que «el Quijote es una sátira genial de las decrépitas relaciones feudales y absolutistas, y de las burguesas en su estado embrional, presentada en el fondo de la realidad histórica de España a fines del siglo XVI y principios del XVII» (ibid.).

En segundo lugar, Osterc se distancia de Marx y Vilar en la visión de don Quijote. En Marx no está claro si lo veía como un paladín del feudalismo o como un revolucionario. En Vilar, como hemos visto, queda manifiestamente retratado como lo primero. En cambio, aunque esto pueda parecer asombroso, teniendo en cuenta que don Quijote pretende ser un caballero andante y restaurar una institución que formaba parte del orden feudal, Osterc sostiene que, lejos de ser un paladín del feudalismo, es un revolucionario en acción que no sólo se rebela contra la sociedad feudal-absolutista española erigiéndose en defensor de los humillados, opresos y explotados, sino que además anhela reinstaurar los ideales igualitarios del comunismo primitivo, del socialismo áureo de la primigenia Edad de Oro, tesis que, según el cervantista mejicano, comparte asimismo Cervantes. Así que don Quijote y Cervantes no sólo nos ofrecen una crítica de la realidad social y política de la sociedad española como sociedad feudal y embrionariamente burguesa en todos sus aspectos negativos, sino una alternativa nueva basada en el comunismo primitivo, aunque éste no sería más que una forma de socialismo utópico.

Plan y método de Osterc

De acuerdo con estas ideas, Osterc emprende un estudio sistemático y detallado del pensamiento social y político para probar sus tesis hermenéuticas siguiendo un método que comprende dos fases. Primero, traza un panorama de la realidad histórica de la época de Cervantes, en el que presta especial atención a los aspectos económico-social, político, religioso e ideológico, cultural y literario. En esta primera operación, sobre todo para los aspectos económicos, sociales y políticos, utiliza como fuentes fundamentales preferentemente el conocido manual de Vicens Vives de historia económica de España y el libro de Ángel Salcedo Ruiz, El estado social que refleja el Quijote, aunque éste se cita con menos frecuencia.

Esta primera operación sirve de control de la segunda, en la que investiga, de un lado, en la segunda parte del libro la sociedad española, su estructura y estado sociales en general y en particular la organización y estado sociales de la aristocracia, del clero y de las clases populares, a la luz del Quijote, y de otro lado, en la tercera parte la política bajo lo reyes Felipe II y III, asimismo a la luz de la magna novela; al comienzo tanto de la segunda parte como de la tercera recurre de nuevo a la primera operación para esbozar un panorama histórico sobre la estructura de la sociedad española y sobre los aspectos políticos de la época. Con el manejo de fuentes históricas independientes en la ejecución de la primera operación lo que persigue es probar el grado de fidelidad de la novela cervantina como documento sobre la realidad social y política de la España cervantina. Por lo demás, el autor mejicano trata con más amplitud los aspectos sociales del Quijote que los políticos.

Aplicando este método y basándose en el análisis de los dichos y hechos del protagonista y su escudero y de los personajes principales, Osterc pretende, primeramente, reconstruir el pensamiento social de Cervantes acerca de la nobleza, el clero y el estado llano, una reconstrucción que probaría que la novela manifiesta una profunda disconformidad con el sistema social del feudalismo, un rechazo de la nobleza y de la clase burguesa, así como una apología de las clases populares, lo que invita a pensar que tanto don Quijote como Cervantes son unos revolucionarios y progresistas. La verdad es que el cervantista mejicano tiende indebidamente a atribuir el pensamiento de don Quijote al propio Cervantes. Pero dejemos ahora esto de lado y examinemos algunos de sus análisis para que el lector vea su extrema debilidad y las conclusiones infundadas que extrae de ellos.

El ataque a la nobleza

Por lo que respecta a la nobleza, pretende ver un ataque a esta institución, al igual que Saldías, en las ideas de don Quijote sobre los linajes, que Osterc interpreta como una impugnación de la nobleza como institución y la sustitución de la aristocracia de sangre por una aristocracia de la virtud. Su argumento es que don Quijote, a diferencia de la concepción social escolástica y feudal, según la cual la desigualdad de linajes es una institución creada por Dios y por tanto eterna e inmutable, defiende un criterio humanista, según el cual los linajes son, por el contrario, un producto de la sociedad humana, que se pueden adquirir («Siendo yo el rey, le dice don Quijote a Sancho, bien te puedo dar nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada»), lo que bien muestra que constituye un fenómeno social perecedero y sujeto a cambios (I, 21); completa este argumento añadiendo que el hecho de que don Quijote admita que hay un vaivén histórico incesante de los linajes, en virtud del cual en las estirpes de distinto abolengo, hay líneas ascendentes en que unos se elevan y descendentes, en que otros decaen, confirma que la institución nobiliaria es un producto social humano, sujeto a cambios.

Esto es cierto, pero el hecho de que los linajes nobiliarios ascendentes y descendentes sean un producto histórico, y no un producto natural, no invalida su existencia y su estatuto jurídico mientras duran, aunque don Quijote admita su caducidad histórica; estos linajes no son permanentes, pero el hidalgo manchego no cuestiona su legitimidad mientras existen. Además, no se debe olvidar, lo que sí hace Osterc, que admite, entre los linajes ascendentes y los descendentes (primeros y terceros en la ordenación del hidalgo) unos linajes permanentes, que no decaen, sino que tuvieron principios grandes y los mantienen.

Pero más grave aún es que Osterc, como ya hacía Saldías, no mencione que el noble hidalgo distingue un cuarto tipo de linaje, que es el de «la gente plebeya y ordinaria», que no le merece más que un completo desprecio: «Otros hay [los linajes plebeyos], y éstos son los más, que ni tuvieron principio bueno ni razonable medio, y así tendrán el fin, sin nombre» (II, 6, 591), descripción que remata en un tono aún más despectivo: «Del linaje plebeyo no tengo que decir sino que sirve sólo de acrecentar el número de los que viven, sin que merezcan otra fama ni otro elogio sus grandezas» (II, 6, 592). ¿No es una burda tergiversación del pensamiento de don Quijote omitir estos datos? Obviamente, la imagen que emerge de aquí es bien distinta: no la de un impugnador de la nobleza y el régimen estamental, ciertamente una herencia del feudalismo medieval, sino la de un encendido paladín de la nobleza y de la sociedad estamental.

De nada sirve alegar los pasajes en que se afirma que la verdadera nobleza reside en la virtud y en la bondad de los hombres (II, 6), a lo que enseguida se apresta Osterc. Pues esta declaración no persigue cuestionar la nobleza como institución, lo que entraría en contradicción con las declaraciones precedentes acerca de los linajes, sino simplemente defender el ideal de una nobleza que debe distinguirse más por el ejercicio de la virtud que por su abolengo, pero sin que ello equivalga a la derogación de sus prerrogativas señoriales, unas prerrogativas que el propio don Quijote es el primero en invocar en su beneficio cuando la situación lo requiere, como ante los cuadrilleros que lo van a detener por haber liberado a los galeotes. Las palabras de don Quijote tras su discurso sobre los cuatro linajes van en esta dirección, pero Osterc nuevamente no las tiene en cuenta: «Solos aquéllos [linajes] parecen grandes e ilustres que lo muestran en la virtud y en la riqueza y liberalidad de sus dueños» Y al decir esto don Quiote no hace sino exponer la concepción que de la nobleza se tenía en su época, una nobleza que debía usar sus riquezas para ser generoso con ellas compartiéndolas con los demás, pues «el rico no liberal será un avaro mendigo» (ibid.) Naturalmente, al noble pobre no le cabía otra manera para mostrar su condición que la de ser virtuoso. Sin embargo, un noble o grande no virtuoso no pierde su condición nobiliaria por tal motivo, pues como dice don Quijote «el grande que fuere vicioso será vicioso grande» (ibid.), esto es, el vicio no le impide seguir siendo grande o noble.

Los ataques a la aristocracia alcanzan, según Osterc, a su escalón más alto, a la propia monarquía, pero sus razones no son menos peregrinas. Como otros cervantistas, ve en la aventura de los galeotes una actuación de los protagonistas contra la todopoderosa monarquía representada por los guardianes de los galeotes (op.cit., pág. 31). En todo caso, sería don Quijote el que se yergue contra la Corona, pero no Sancho, que censura la disparatada intervención de su señor.

Remitimos al lector a la crítica que de esta exégesis política hicimos en El Catoblepas de Octubre de 2008 sobre la interpretación del Quijote como sátira de la monarquía. Aquí sólo nos vamos a contentar con recordar el carácter paródico de las aventuras caballerescas, que los delincuentes liberados, cuando a don Quijote se le ocurre pedirles que se presenten ante Dulcinea, le agradecen su servicio apedreándole y que toda la historia termina cuando los cuadrilleros van a detenerle por su delictiva conducta y que sólo se salva del prendimiento gracias a la intervención del cura que les convence de que no está en sus cabales, de lo que alguno de los cuadrilleros se había podido percatar. Toda la actuación de don Quijote se basa en un razonamiento desquiciado: Dios ha hecho a todos los hombres libres y éstos galeotes van encadenados contra su voluntad, luego hay que ponerlos en libertad. Nada que ver con un ataque a la monarquía.

Osterc persiste en esta idea y percibe censuras a las cabezas coronadas en otros lugares. Así en las palabras de Sancho al canónigo: «Tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo...» (I, 50), pero esto como mucho apunta a la idea que se hace la gente común sobre la vida supuestamente regalada de los reyes; en estas otras palabras de Sancho cuando don Quijote le invita a que se sienta a comer junto a él en la comida que les ofrecen los cabreros: «Tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador» (I, 11) percibe un desdén a los emperadores; pero en cualquier caso, aunque se acepte esta lectura, el alcance de estas censuras es insignificante.

Y lo que es verdaderamente extravagante es interpretar la analogía de la vida con el teatro, en el episodio del encuentro con las carretas de las Cortes de la Muerte (II, 12), como una ridiculización de las relaciones sociales basadas en la autoridad de los monarcas («...Unos hacen los emperadores, otros los pontífices...»). En todo caso, en estos pasajes y otros de similar tenor que trae a colación Osterc (véase op. cit., págs. 133-5) tan sólo se censuran ciertos vicios de lo reyes, pero nunca se cuestiona la monarquía como tal. Y ello no podía ser de otro modo, pues Cervantes era monárquico y lo mismo sus criaturas don Quijote y Sancho. Tan es así que el primero aspira a llegar a ser él mismo un rey o emperador y el segundo, a recibir un señorío o condado de su señor una vez coronado.

El cervantista mejicano pretende asimismo que Cervantes endereza su crítica contra la nobleza de sangre en su conjunto como clase dominante y los varios rangos existentes en su seno. Nada nuevo de interés ofrece que no hayamos examinado en el estudio sobre la interpretación política del Quijote como sátira de la aristocracia. Que la obra máxima de Cervantes es contraria a la aristocracia de sangre se evidencia, según él, en la posición que adopta respecto a los grandes, como es el caso de don Fernando, segundo hijo de un duque andaluz y grande de España, que representa a la alta aristocracia en la primera parte, o de los Duques aragoneses, representantes de la alta aristocracia en la segunda parte, que no salen bien parados.

Esto es cierto, pero con ello Cervantes sólo satiriza lo vicios de algunos aristócratas, pero de ahí no cabe concluir que se proponga cuestionar a la aristocracia en su conjunto, ni siquiera a la alta aristocracia. Otra conclusión sería incoherente tanto con las declaraciones de don Quijote en que se hace apología de la nobleza frente al linaje plebeyo como con respecto a otras obras de Cervantes, como las Novelas ejemplares, en las que, salvo en Rinconete y Cortadillo y El licenciado Vidriera, la nobleza goza de preeminencia. Para más detalles remitimos a las conclusiones a que llegamos en el estudio citado. Recordemos simplemente que en la novela cervantina su retrato de la nobleza española es complejo y variado y que en ella desfilan nobles que cubren todo el espectro moral: excelentes, buenos, corrientes o mediocres y más bien malos.

El ataque al clero

De los ataques de Cervantes no se libra ni el clero, que, de acuerdo con la sectaria ideología de Osterc, actuaba como defensor e incluso representante de los intereses de los poderosos y pudientes. Las intervenciones de don Quijote con armas contra clérigos en varios episodios las interpreta como una censura del clero como tal. Así tras la arremetida del sedicente caballero manchego contra los frailes benitos (I, 8), primer ataque con armas contra eclesiásticos, tras la embestida a los clérigos enlutados o encamisados que llevaban un cuerpo muerto (I, 19) y tras la acometida a los disciplinantes (I, 52) que van en una procesión de la Virgen, lo que el cervantista marxista descubre no es otra cosa que una andanada de Cervantes contra los representantes de la Iglesia.

Está claro que estas aventuras tienen un sentido paródico de las correspondientes aventuras caballerescas, como ya examinamos en El Catoblepas de Febrero de 2008, y que don Quijote no embiste contra los clérigos de estos episodios porque sean clérigos sino porque está convencido de que son seres malvados que han cometido algún grave delito, como secuestrar a personas, como en las aventuras de los frailes benitos o de los disciplinantes, o que han matado o herido a alguien, como en el episodio del cuerpo muerto. Pero esto no es problema para Osterc, quien considera que los elementos caballerescos no son más que la envoltura de un más profundo sentido alegórico de estos episodios de carácter anticlerical. Ni siquiera es problema para él el que el propio don Quijote rectifica en la aventura del cuerpo muerto y de los disciplinantes cuando se da cuenta de que los clérigos que presiden la procesión de la Virgen y los enlutados que portan el cuerpo muerto realmente son inocentes clérigos y no malvados secuestradores o asesinos.

De hecho, Cervantes, cuando quiere reprender a un representante de la Iglesia, lo hace a cara descubierta, sin tapujo alguno. Tal es el caso del eclesiástico que vive con los Duques, ejerciendo de consejero, lo que naturalmente Osterc saca a colación, pues en ello ve nada menos que «el ataque más vehemente que Cervantes endereza contra la Iglesia» (op. cit., pág. 202) y un símbolo del sombrío poder del clero sobre los hombres al servicio de los intereses de la «depravada» clase dominante, así como del fanatismo del clero español y del oscurantismo de la Iglesia (op. cit., pág. 203). Cervantes ciertamente censura el carácter estrecho y miserable del eclesiástico de los Duques y la mala influencia moral que ejerce sobre éstos y esta censura la extiende a los eclesiásticos de similar catadura moral que desempeñan tan nocivamente su gobierno en las casas de los nobles.

Pero, en modo alguno, amplía su dura crítica al clero en general y a la Iglesia ni sus palabras autorizan a justificar las exageraciones de Osterc. Es más, el alcalaíno, un auténtico maestro del matiz, no nos da un retrato plano y simplón del personaje, que Osterc, faltaría más, describe como reaccionario frente al progresista don Quijote. Por el contrario, este religioso tiene la valentía de regañar a los Duques cuando éstos le ponen al corriente de sus planes sobre las burlas a que piensan someter al hidalgo y su escudero, y de abandonar la casa ducal mientras éstas duren, luego de haberse atrevido a denunciar los disparates de don Quijote y de pedirle que regrese a su casa para ocuparse de su hacienda.

Como en el caso de la nobleza, también en el del clero debemos decir que la imagen que del mismo nos pinta Cervantes es variada y compleja, pues, al lado de clérigos como el de los Duques, entre los personajes principales del Quijote hay religiosos que se nos presentan bajo una luz muy favorable, como el cura paisano de don Quijote, Pero Pérez, el culto canónigo de la catedral de Toledo, que Cervantes utiliza como portavoz de sus propias ideas, o el tío cura de Marcela, intachable párroco de aldea. Todo esto invita a desautorizar cualquier intento de presentar al autor del Quijote como un anticlerical, lo que no obsta para que aquí y acullá encontremos observaciones dispersas sobre vicios del clero, bien es cierto que de escasa relevancia; desde luego no hay ninguna equiparable a la dura censura de los defectos de los religiosos que gobiernan en las casas nobiliarias.

El ataque al capitalismo naciente

Ahora bien, Cervantes fija su posición ideológica, según Osterc, no sólo ante las decrépitas relaciones sociales feudales, que representarían la nobleza y el clero, sino asimismo ante las nuevas relaciones sociales capitalistas que surgían de las entrañas de la vieja sociedad feudal, y que tenían por base el poder del dinero, cuyo papel y creciente influjo sobre las relaciones sociales habría sabido valorar el alcalaíno. ¿Dónde se percibe su ideología social al respecto? El cervantista marxista la detecta en dos hechos.

El primero se refiere al tráfico de esclavos, al que Cervantes se refiere en el episodio en que Sancho, imaginándose gobernador en el reino etíope de Micomicón, sueña con enriquecerse con la venta de esclavos (I, 19) y en esto ve nada menos que la caracterización por parte de Sancho de la acumulación primitiva del capital, aunque, eso sí, en su forma más abyecta, y por si fuera poco señala que en este episodio se manifiestan de manera diáfana «sus ideas de repudio de las relaciones fundadas sobre la explotación del hombre por el hombre» (op. cit., pág. 127).

Carece de sentido decir que Sancho caracteriza la trata de esclavos como acumulación primitiva del capital, cuando él no tiene noción de este concepto; otra cosa es que se diga que al depositar sus expectativas de enriquecimiento en el tráfico de esclavos se estaba concibiendo a sí mismo, sin él saberlo, en un instrumento de la acumulación primitiva del capital. Pero esta salida, en el fondo, tampoco es posible, pues el propósito de Sancho no es hacer una inversión productiva con las ganancias obtenidas (él sueña con convertir en oro o plata nada menos que diez mil o treinta mil vasallos negros), sino, siguiendo la costumbre de muchos nobles y gentes plebeyas enriquecidas, según denunciaba González de Cellorigo, comprar un título de nobleza o un cargo oficial para vivir como rentista el resto de su vida: «¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida? (I, 29, 295-6).

Más absurdo es pretender ver en este pasaje un rechazo del capitalismo emergente. Ni siquiera se halla aquí una condena de la compraventa de esclavos o un vislumbre o atisbo de tal cosa; condena que, desde luego, no se halla en el Quijote, donde sólo encontramos más adelante, en el episodio del mozo que va a la guerra, una referencia a la práctica de abandonar a los esclavos negros cuando, a causa de la vejez, ya no resultan útiles, pero en un contexto que invita a pensar que lo que realmente quiere denunciar Cervantes es el maltrato cruel dado a los soldados viejos, que, para resaltarlo, se compara al recibido por los esclavos negros (II, 24, 740).

Ni tampoco se encuentra en otras obras suyas; por el contrario, la referencia en El coloquio de los perros a los negros en un tono abiertamente negativo, tomando como excusa a los dos esclavos de este color de un mercader, por parte de Berganza al hablar de «la insolencia, ladrocinio y deshonestidad de los negros», sin reparo alguno de Cipión, sugiere más bien una tácita aprobación por parte de Cervantes de la esclavitud de los negros. Pero aun en el supuesto de que Cervantes condenase la esclavización de unos hombres por otros, de ahí no se infiere que repudie en bloque, como pretende Osterc, todo tipo de relaciones sociales capitalistas. Ni menos aún cabe atribuirle a Cervantes, como si fuese un precursor del marxismo, la tesis de que toda actividad económica burguesa es en sí misma una forma de explotación del hombre por el hombre.

El otro hecho en que se apoya la argumentación de Osterc en pro de su tesis de un Cervantes cuestionador del sistema capitalista concierne a la visión, supuestamente negativa, de los mercaderes que nos transmite la novela. Según él, los mercaderes y, en general todos los que se ocupaban en el comercio, salen malparados en ésta. Así don Quijote acomete a los mercaderes toledanos que iban a Murcia a comprar seda.

Pero esto obliga a Osterc a practicar una lectura simbólica de este episodio que no se halla respaldada por los hechos. El sedicente caballero manchego no intenta arremeter contra los mercaderes por su condición de mercaderes sino por figurarse que son caballeros andantes a los que lanza un desafío disparatado que nada tiene que ver con su oficio y, por cierto el que toma la palabra, descrito por el narrador como «muy mucho discreto», con mucha elegancia e ironía, y sin usar la violencia, sabe tratar con ingenio y buen humor a don Quijote, del que enseguida, nada más ver su figura y oír su extravagante desafío, todos se han percatado de su locura. Y el hidalgo desquiciado y colérico no logra arremeter contra el burlón mercader, pues en la mitad del camino se cae Rocinante y con él su jinete que fue rodando un buen trecho por el campo, quedando tan quebrado que no pudo levantarse.

Menciona Osterc también, como señal de lo malparados que salen los comerciantes, la reacción de Sancho contra la impertinencia de un negociante (II, 47). Pero aquí incurre en un confusión, pues el personaje al que alude no es, en realidad, un hombre de negocios, en el sentido económico o comercial del término, sino un labrador «negociante», y «negociante» significa «litigante», un labrador que no plantea a Sancho, en su cargo de gobernador, otro negocio que el de pedirle que le dé una carta de favor para su consuegro para que éste apruebe el casamiento de su hija, Clara Perlerina, una criatura de extrema fealdad, con el hijo endemoniado del labrador y que además le conceda trescientos o seiscientos ducados para la dote de su hijo (II, 47, 904-8). Todo esto no es más que una burla urdida por los criados del Duque para poner a prueba a Sancho como gobernador y juez, que nada, como se ve, tiene que ver con el comercio o los negocios de este orden.

Es cierto que se censura, como alega el crítico marxista, a las placeras, vendedoras en las plazas, por hacer trampas; y también a los carniceros, de lo que se olvida Osterc, por trucar las balanzas unas y otros (II, 51942). Pero es ridículo sacar de aquí cualquier conclusión que vaya más allá de la mera crítica de las malas artes de estos tenderos, malas artes que no tienen que ver con el mercado en sí, sino con la catadura ética de las personas.

 

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