Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 90 • agosto 2009 • página 9
Preliminares
Las interpretaciones psicológicas de que hablamos aquí no se refieren, como ya indicamos al presentar la clasificación de los siete géneros de interpretaciones alegóricas del Quijote en El Catoblepas de Junio de 2008, a las inspiradas en la psicología individual, que viene a ser la psicología en sentido estricto, sino a las que se amoldan a lo que desde mediados del siglo XIX se viene llamando psicología de los pueblos o psicología colectiva, la cual se proponía investigar el carácter o personalidad que se atribuía a los pueblos o naciones.
En su aplicación al estudio del Quijote este enfoque conduce a la concepción hermenéutica según la cual la magna novela en el fondo sería una meditación sobre la forma de ser de los españoles. En efecto, la tesis fundamental de esta concepción es que el sentido profundo de la gran obra cervantina consiste en revelarnos la esencia de la personalidad española y que sus personajes centrales, particularmente don Quijote y Sancho, son una encarnación simbólica de ésta. Eso sí, esta personalidad nacional podrá entenderse según un sesgo más psicologista o más histórico-político o más culturalista o de una forma ecléctica, pero no importa la manera como se defina esa personalidad común de los españoles, las interpretaciones psicológicas coinciden siempre en retratar el Quijote como una obra en la que se definen las características propias del pueblo español. Se supone además que esas características propias del español o su personalidad, una vez constituida, ya sea en la Edad Media según unos, o a fines del siglo XV y a lo largo del siglo XVI, han permanecido inalteradas hasta el presente histórico. Se trata, pues, de una personalidad configurada históricamente, pero relativamente estable o permanente.
Y si el Quijote es la expresión del carácter nacional, dada la estabilidad de éste, se comprende que muchos críticos, alineados con este enfoque, sostengan que, una vez desvelado ese carácter colectivo, tendremos la clave para entender a los españoles no sólo en su devenir histórico, sino también en el presente, pues a la postre la fisonomía, hábitos y costumbres de los españoles no se habrían alterado después de los siglos transcurridos desde que se forjó el carácter castizo español. A la vista de esto, fácilmente se percibirá la facilidad con que las interpretaciones psicológicas se combinan con las históricas, lo que ya señalamos cuando analizamos éstas últimas. En efecto, en muchas de ellas se verá en la personalidad española, en su defectos y virtudes, la clave de la actuación de los españoles en el escenario histórico.
El método hermenéutico alentado por este enfoque es bien claro y se puede resumir en dos pasos. El primero consiste en, supuesta la existencia de un espíritu nacional, una forma común de ser, pensar, sentir y obrar de los españoles en la historia, escudriñar los rasgos que lo caracterizan; y en un segundo paso, en analizar hasta qué punto éstos se retratan en la novela cervantina. Ésta nos revela el carácter nacional y a la vez el conocimiento de éste es menester para profundizar en la comprensión de la obra. Esto no quiere decir que todos los autores adscritos a este enfoque se esmeren en separar esos dos pasos. Eso sucede en los casos canónicos, cuyo mejor representante sería Unamuno. Éste, en efecto, primero se esfuerza en indagar cómo se ha formado el carácter español y luego nos presenta el Quijote como la mejor expresión literaria del mismo. En otros, se suponen ya dados los rasgos del carácter español como algo obvio a la vista de todos y, sin entrar en su génesis histórica, se limitan a analizar la novela como si fuese un estudio sobre éstos, los cuales se manifestarían especialmente en el retrato que Cervantes nos ofrece de don Quijote y Sancho.
Hay tres principios subyacentes compartidos por los promotores de la hermenéutica psicológica:
1º. Se postula la existencia de un espíritu nacional cuyas características se manifiestan en las más diversas manifestaciones culturales de una sociedad, pueblo o nación.
2º. El arte y, en particular, la poesía en sentido lato, que se coextiende con la literatura en general, constituyen una de las manifestaciones más preclaras y genuinas del espíritu de una nación, por lo que el estudio de los clásicos se convertirá en una vía privilegiada para conocerlo.
3º. El artista y en particular el poeta, en cuanto individuo que inevitablemente ha de ser miembro de una sociedad, en sus grandes obras han de expresar, de forma consciente o inconsciente, los ideales, valores y metas de la colectividad. Esto es, el grande y genuino poeta es el auténtico portavoz del espíritu de una nación, de su mentalidad y experiencia secular. Ahora bien, si es así que la obra del artista o poeta, en tanto vocero del pueblo del que forma parte, constituye un testimonio de su espíritu colectivo, comprender la obra de arte y a su creador, el poeta, exige comprender su nación y su época, su cultura y su modo de ser, pues, en cierto modo, la sociedad, a través de su cultura y la mentalidad colectiva, piensa a través de él.
Estas ideas generales, que están a la base como presupuestos de las interpretaciones psicológicas, aunque no sólo de éstas, sino también de no pocas de las históricas, sociales, políticas, religiosas y aun biográficas, tienen su origen en el romanticismo alemán. Naturalmente, los románticos alemanes no se limitaron a codificar estos principios, sino que los pusieron en práctica en sus investigaciones literarias en general y también fueron los primeros en aplicarlos al estudio de los monumentos de la literatura española como expresión genuina de la sociedad que los generó y del carácter nacional. Los autores españoles, pertrechados de estos principios, no quisieron quedarse a la zaga y siguiendo la senda abierta por los precursores germanos, se lanzarán al estudio de los clásicos nativos como vehículo de la cultura nacional y expresión de los rasgos fundamentales de su identidad psicológica, histórica y cultural. Pero, puesto que fueron los románticos alemanes y otros autores más o menos afines al movimiento romántico los pioneros y los que establecieron tanto los principios generales enumerados como las pautas de las interpretaciones psicológicas del Quijote en la línea de lo que más tarde se llamaría psicología de los pueblos, es menester que empecemos por examinar su contribución.
El Quijote, retrato del carácter nacional en el romanticismo alemán
Es preciso empezar indicando que los románticos alemanes y afines nunca ofrecieron una visión amplia, sistemática y detallada del Quijote. Sus interpretaciones de la magna novela se encuentran por lo general dispersas en pasajes o fragmentos cortos de obras más amplias acerca de teoría e historia literaria o de estética, o en escritos breves destinados a revistas literarias. Por tanto, no esperemos encontrar en ellos sino unas pocas pinceladas generales y algunos detalles, pero que será suficiente para que nos hagamos una idea de las bases de su concepción general del Quijote en la línea de la psicología de los pueblos.
1. Herder
El auténtico pionero en la formulación tanto de los presupuestos básicos de la hermenéutica psicológica, arriba definidos, como de la primera versión de una interpretación de la novela cervantina de acuerdo con las pautas de la psicología colectiva fue Herder, el precursor del romanticismo.
En su filosofía de la historia desempeña una función capital la noción de espíritu nacional o de un pueblo, o de alma de un pueblo, un concepto que estaba destinado a ser sumamente influyente en el pensamiento alemán. A lo largo de su libro Ideas sobre la Filosofía de la Historia de la Humanidad (1784-91) el uso de expresiones tales como Geist des Volkes, Geist der Nation, Genius des Volkes y Nationalcharakter nos sale constantemente al paso, expresiones con las que Herder se refiere a una especie de principio interno de las naciones o culturas que determina su desarrollo, al tiempo que define los rasgos de la identidad nacional o cultural de un pueblo. Con tales sintagmas hacía hincapié en lo propio de una nación o cultura frente a lo ajeno o de otros, con independencia de que lo que pertenezca a los otros pueda se más valioso intrínsecamente cuando lo examinamos desde una perspectiva externa.
En realidad, Herder no es el primero en acuñar la expresión espíritu o alma de una nación o pueblo ni en convertirlo en un concepto central de su filosofía de la historia. Esa operación ya la habían realizado Vico, Montesquieu (esprit général des nations) y Voltaire (esprit des nations), en cuyas obras la noción de espíritu de una nación o cultura había sido importante. Entre los propios alemanes, varios autores, entre los que merecen destacarse el publicista von Moser y el filósofo irracionalista, Hamann, a quienes Herder había leído y conocido, se habían anticipado a él. Lo novedoso del pastor prusiano, en el contexto de la filosofía alemana, es que la idea de espíritu nacional, con independencia de su papel estelar en la filosofía de la historia, desempeña un papel no menos estelar en su filosofía del arte y esto es lo que nos interesa destacar ahora en relación con nuestros fines.
El autor alemán conecta entre sí las ideas de espíritu nacional y arte, al sostener que la misión del arte y de la poesía consiste en expresar la mentalidad colectiva de la nación. Pues el artista o el poeta no es un ser aislado, sino un ser moldeado por el espíritu de la nación a la que pertenece y del tiempo en que le ha tocado vivir y, siendo así, alcanza su auténtica grandeza cuando en su obra expresa lo más genuino de la cultura que le ha moldeado, los ideales, estilo de vida, aspiraciones y actitud ante la vida y el mundo de la sociedad de que forma parte, en todo lo cual se manifiesta la personalidad característica de su nación. Y esto es lo que particularmente encuentra Herder en la poesía primitiva o poesía épica, siendo por ello uno de los primeros en conceder un valor especial al género épico como la expresión más auténtica de la experiencia colectiva de una nación, de su mentalidad colectiva en un estadio temprano de su desarrollo o en el momento de su configuración como nación con su singular carácter.
De acuerdo con esto la grandeza de un poeta se medirá por su capacidad de ofrecer un testimonio verdadero del espíritu de su pueblo, del que es su conciencia sagrada, y, a su vez, la importancia y vitalidad cultural de una nación dependen del grado en que sus poetas o escritores, empapados de las antigüedades, tradiciones y folklore nacionales, se erigen como voces que hablan manteniendo viva la llama del alma de la nación, la cual piensa particularmente a través de sus poetas. Pues la poesía o la literatura es la expresión y reflejo vivos del alma de un pueblo y, siendo los pueblos o culturas distintos, el arte y la literatura de cada país poseen una individualidad o personalidad propias y distintivas.
En consonancia con esto, Herder exhortaba a los escritores alemanes a conocer a su pueblo, pues sólo en contacto con el espíritu del pueblo soslayarán los riesgos de la vacua pedantería, la artificiosa imitación de autores extranjeros, antiguos o modernos, y llegará a hablar un lenguaje vivo. La verdadera originalidad del poeta no reside en la imitación de modelos extranjeros por más prestigiosos que sean, sino, supuesto que la poesía es la expresión viva del alma diversa de cada pueblo, en expresar con caracteres hondamente poéticos la quintaesencia del alma nacional: «Con la excepción de unos pocos ejemplos, un escritor original –escribe Herder en su primer escrito, Fragmentos sobre la literatura alemana reciente (1767)–, en el elevado sentido de los antiguos, es siempre un autor nacional». Pues sólo en su condición de autor nacional que conoce a su pueblo, estará en condiciones de manejar su lengua nativa con máximo aprovechamiento del sentido peculiar de la misma y de sus potencialidades expresivas para escribir como sólo en esa lengua puede hacerse y de esta manera conseguir expresar con profundidad literaria la mentalidad y vida de su pueblo en un momento dado de su desarrollo histórico.
En realidad toda esta concepción estética no fue Herder el primero en formularla, sino que se remonta, en sus ideas básicas, a Vico, bien es cierto que el autor prusiano la elaboró de forma independiente, sin deberle nada al italiano. En el tercer libro de los Principios de una ciencia nueva (1725) Vico había anticipado ya la idea de que la poesía es a la vez la expresión de la mentalidad y vida de una nación y por tanto una vía privilegiada a cuyo través podemos acceder a su conocimiento. Hemos visto que Herder tomaba como referente principal de su teoría estética la poesía popular primitiva, baladas, cantos y romances, aunque no sin cometer algún traspié, como su entusiasmo por los supuestos poemas de Ossian, un legendario bardo escocés del siglo III, en los que veía una poesía sublime y de los que, ya muerto Herder, se descubriría que no eran sino un fraude de James Mapherson, poeta escocés del siglo XVIII.
En cambio, Vico, que no valoraba menos la poesía popular antigua, se inspiraba en los poemas homéricos, a los que consideraba como la expresión poética de la «sabiduría vulgar», de la «sabiduría poética» de un pueblo y en cuanto tal un documento vivo de la mentalidad y vida del pueblo griego en un momento de su curso histórico, gracias al cual el estudioso, como el propio Vico, podía acceder al conocimiento de la religión, costumbres, derecho, economía, organización social, instituciones políticas y concepción de la vida y del mundo de los griegos, no como meros elementos individuales de un agregado artificioso, sino como elementos integrados de una cultura como totalidad orgánica, una cultura que porta el sello distintivo de los griegos del tiempo histórico de la edad de los héroes. La poesía es así expresión viva del alma de la cultura de una nación y, a la vez, por ello, un instrumento de primer orden para reconstruir los primeros pasos o estadios de la historia cultural de un pueblo.
Pero no fueron las ideas estéticas y literarias de Vico, a quien Benedetto Croce estimaba como el inventor de la estética moderna, y aun como el descubridor de la verdadera naturaleza del arte y la poesía -desde luego cabe considerarlo al menos como el descubridor de la llamada teoría expresionista del arte y la literatura-, las que configuraron el ideario estético y literario de los románticos alemanes, sino las ideas similares de Herder. Mientras las ideas de Vico no empezaron a apreciarse hasta bien entrado el siglo XIX, que es cuando comenzó a ser leído como merecía, las de Herder influyeron pronto en Goethe, en quien despertó el interés por la poesía popular antigua, por la arquitectura gótica y por Shakespeare; contribuyeron a engendrar la corriente principal del movimiento prerromántico alemán, representado por el Sturm und Drang, esto es, Tempestad y Empuje, caracterizado, entre otras cosas, por la afición a las tradiciones germánicas; pero el influjo de la valoración de Herder de la poesía popular y primitiva como expresión del alma de los pueblos les condujo, como al propio Herder, a mostrar simpatía por todas las manifestaciones espontáneas del espíritu nacional de cualquier país. Y por supuesto influyeron en el movimiento romántico propiamente dicho y en los filósofos idealistas afines en alguna medida a éste. Tanto los miembros más prominentes de éste, así los hermanos Schlegel, como los filósofos idealistas más vinculados al romanticismo, como Schelling, o no tan afines, como Hegel, suscribieron la doctrina de Herder de la interrelación existente entre el espíritu de un pueblo o nación y su poesía o literatura, la cual autoriza a buscar particularmente en los monumentos literarios de cada nación, en sus obras maestras, los elementos o rasgos básicos de su personalidad cultural.
Herder no se contentó con idear esta concepción estética, sino que la puso en práctica en algunos de sus escritos. Su idea de la literatura como expresión del alma diversa de cada pueblo le condujo en su breve ensayo sobre Shakespeare a exaltar el carácter nacional de su obra, por haber tomado su materia de baladas y del folklore; a considerarlo como el mayor poeta de la humanidad nórdica y en su época, y creador no ya de una forma de drama en abstracto, sino del «drama nórdico», un drama que el dramaturgo inglés habría inventado, no como imitación del teatro griego que responde al espíritu de otra cultura, sino en conformidad con el espíritu del pueblo inglés, de su historia, de sus costumbres, lengua, tradiciones nacionales y aficiones. Y puesto que el teatro del genial dramaturgo es una expresión del espíritu nórdico, como el de los griegos lo era del espíritu griego, no es de extrañar que Herder lo elogie comparándolo con el teatro griego para terminar exaltando su capacidad de conformar culturalmente a los pueblos de los que habrían emanado tales creaciones teatrales: «Si aquél representa, enseña, conmueve y forma griegos, Shakespeare instruye, conmueve y forma hombres nórdicos» (Herder, «Shakespeare», en Obra Selecta, Alfaguara, 1982, pág. 261).
Con este mismo enfoque se acercó Herder a la literatura española. Si la gran literatura es expresión del alma de un pueblo, las obras maestras de la nación española serán una expresión de su alma. En consonancia con su simpatía por la poesía popular y primitiva, tempranamente Herder se interesó por el romancero español, que descubrió a través del libro Reliques of Ancient English Poetry (1765), una colección de baladas reunidas por el anticuario y obispo inglés Thomas Percy, donde se incluían dos romances; más tarde, ya al final de su vida, el propio Herder se encargó de traducir al alemán los romances del Cid en su revista Adrastea (1802), lo que despertaría el interés por el romancero español en Alemania. El sentido profundo del romancero residía, según el autor prusiano, en ser la expresión viva, genuina y primitiva del alma española, un alma que, según él, era ante todo, en cuanto a su personalidad histórico-cultural, goda y arábiga.
El mismo enfoque aplicaba al Quijote, por el que sentía auténtica veneración. Herder, quien juzgaba que la novela como género literario es una creación de los españoles, no sólo por ser los autores del Quijote sino también del Lazarillo y el Guzmán de Alfarache, es uno de los primeros en describir el libro cervantino precisamente como novela y, aunque cómica, la define como novela de carácter épico, en la cual se retrata el estado y condiciones de la vida común española. Si el romancero es la expresión del alma primitiva de España, el Quijote es la expresión de su alma ya en un estado de madurez. Pero los siglos transcurridos y el rechazo de los españoles a la islamización, mantenido a través de un largo proceso de reconquista hasta la destrucción del último reino moro, no le impiden a Herder insistir en el componente arábigo de la cultura española. El Quijote es la expresión madura del carácter nacional español, un carácter emparentado, según él, con el de los árabes, lo que le lleva a hablar del libro cervantino como muestra del alma singular de los españoles en tanto éstos conforman un pueblo europeo-asiático, atrasado en muchas cosas con respecto a la cultura europea.
No aclara Herder en qué consiste ese lado árabe de la cultura española, pero su visión del Quijote como una obra que ofrece un cuadro auténtico y vivo de una España en la que pervive lo oriental despertaría la imaginación de los románticos. En cuanto al carácter nacional reflejado en la gran creación cervantina, Herder considera que es el producto de una sociedad romántica, erigiendo así al Quijote en un modelo literario romántico, y de la mentalidad caballeresca, que los visigodos y árabes habrían traído a España. De este modo Herder anticipa la insistencia posterior de los románticos en la visión de España como la patria del romanticismo y del espíritu caballeresco y su tendencia a analizar la literatura española, desde el Poema del Cid hasta las obras maestras del Siglo de Oro, de acuerdo con estas coordenadas, como una genuina expresión del alma romántica y caballeresca que caracteriza la cultura española.
Acabamos de ver cómo Herder convierte a Cervantes en un poeta nacional y al Quijote en una epopeya, la cual se considera un género literario particularmente apto para penetrar en la mentalidad colectiva y vida de un pueblo y, por tanto, conocer así su carácter nacional, pues la epopeya se caracteriza precisamente por ofrecer un cuadro general de una época y una nación, de sus tradiciones y de su mentalidad colectiva. Los románticos alemanes seguirán este camino e incluirán la novela cervantina dentro de la épica. Y veremos cómo algunos de los más importantes estudiosos españoles del Quijote, de entre los que lo interpretan como un retrato del alma española, por ejemplo Unamuno y Carreras Artau, empezarán por identificarlo como una obra épica, a la manera de la de Homero, aunque en prosa, como paso previo para su interpretación en la línea de la psicología de los pueblos.
Por otro lado, la conexión que establece Herder entre el Quijote y el romancero, en virtud de la cual ambos responden al mismo espíritu godo y arábigo, romántico y caballeresco, de modo que sólo se diferenciarían, en cuanto a la personalidad cultural que reflejan, en que el primero expresa de forma madura lo que el romancero expresa de forma primitiva, ejercería una gran influencia en los críticos españoles, que, como Agustín Durán, Valera, Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal especialmente, buscaron relacionar, como hemos visto en la interpretación de la novela cervantina como sátira de la caballería, el espíritu caballeresco reflejado en ésta con el de la Castilla medieval.
2. Los hermanos Schlegel
Los hermanos Schlegel, muy influidos por Herder, siguieron la estela trazada por él. El más joven de los dos, Friedrich Schlegel, el primero en leer el Quijote, marcaría las líneas maestras para su comprensión y sus sugerencias, tanto escritas como orales, impactarían a su hermano y al círculo de críticos, escritores y filósofos que se formó en torno a ellos. Schlegel empieza encuadrando la comprensión del sentido del Quijote en el contexto de la mentalidad y del arte románticos, arte que, en su terminología, no se circunscribe al romanticismo propiamente dicho como movimiento contemporáneo, sino a toda la producción artística generada al calor del cristianismo en la Edad Media, de la que procederían las diversas tradiciones nacionales europeas, manteniéndose aún vivas algunas de ellas, como la española, inglesa o alemana, pero, según su punto de vista, no así la francesa. Y en estas tradiciones nacionales de origen medieval veía un anticipo y justificación del romanticismo coetáneo, al que se consideraba como la manifestación más pura del arte moderno. Y decir arte romántico equivalía, para Schlegel, a hablar de un arte que manifestaba los ideales y valores de una sociedad cristiana y caballeresca, en los que se forjaron las tradiciones literarias nacionales de los diversos países europeos.
Pues bien, de acuerdo con estas coordenadas, la producción literaria cervantina y singularmente el Quijote los estimaba Schlegel como la máxima manifestación del espíritu romántico, cristiano y caballeresco de los españoles. Colocaba a Cervantes a la misma altura que a Shakespeare («Sin conocerle, era su hermano y amigo, pareciendo que sus genios se hubiesen encontrado en un mundo invisible para formar en todo un armonioso concierto»), y a ambos como la más grande expresión del espíritu romántico, como prototipos del arte moderno y precursores del movimiento romántico coetáneo, del que él era su más brillante teórico e impulsor.
Dada esta concepción general, no cabe esperar sino que el gran teórico del romanticismo retrate el Quijote como un poema épico, aunque en prosa, pero una prosa muy poética, y como una obra nacional:
«Es esta obra una joya enteramente exclusiva de la literatura española, y con razón pueden los españoles estar orgullosos de una novela que es una completísima obra nacional, como ninguna otra literatura la posee parecida; la cual, como la más rica imagen de la vida, de las costumbres y del ingenio de la nación, puede muy bien compararse con un poema épico, y no sin razón la han considerado muchos como poema de un género completamente nuevo y original». Geschichte der alten und neuen Litteratur, (recoge las conferencias de Viena de 1812, publicadas en 1815), t. II, en Rius, Bibligrafía crítica..., págs. 228-9.
Y siendo un poema épico y una obra nacional, en la que se recrea en imágenes el modo de vida, costumbres y el genio de la nación española, la novela de Cervantes será correspondientemente un retrato vivo, henchido de grandiosidad épica, del carácter nacional de los españoles:
«La novela de Cervantes debe su gloria y la admiración de todas las naciones de Europa, de que goza desde hace ya dos siglos, no sólo a que es ésta, entre todas las obras de ingenio, la más rica en invención y espíritu de inspiración, sino a que es también un cuadro vívido y completamente épico de la sociedad española y del carácter nacional». Op. cit., pág. 228.
Bien se ve en todo esto cómo, según Schlegel, la categoría literaria de una creación artística, como el Quijote, depende, como ya vimos que sostenía Herder, del contacto del artista con las tradiciones y estilo de vida en los que se preserva el alma de la nación, de su compromiso vivo y total con todo ello y de su capacidad de recrearlo en imágenes vivas e inspiradas.
Es más, desde el punto de vista de la comunión del artista con su pueblo y de la plasmación artística del espíritu nacional, otorgó a la literatura española el primer lugar entre las de Europa, por delante de la inglesa, a la que reserva el segundo lugar. Un espíritu nacional que ya veía, al igual que Herder, perfectamente encarnado en el Poema del Cid, más pleno de contenido nacional, según él, que bibliotecas enteras de simples obras del ingenio y la fantasía. Y en Calderón, quien era, para él, con más razón que Shakespeare, el apogeo del arte romántico y de la expresión figurativa de los dogmas cristianos. Y por supuesto en el Quijote, como ya hemos visto, considerado como una novela épica, de un género único en su clase y original, en que se retrata el alma española.
Y tan elevada exaltación de la excelencia literaria máxima de la magna obra cervantina adquiere mayor realce si se tiene en cuenta que Schlegel sentía cierta antipatía por la novela moderna, emanada del Quijote, en cuanto que, a diferencia de su modelo progenitor, se ha degradado, entre los franceses, ingleses y alemanes, en una «prosaica representación de la vida real». ¿Por qué, en cambio, el Quijote es una grandiosa representación de la vida real y del carácter de un pueblo? Porque el genio de Cervantes creció, se desarrolló y maduró estando sumergido en un entorno cultural y nacional privilegiado para la creación artística, al ser un medio singularmente caballeresco y romántico, que es el más favorable para estimular la producción artística de valor. Esto es, no es sólo que la vida real en la época de Cervantes fuera todavía caballeresca y romántica en España; es que, según Schlegel, lo era en España más que en ningún otro país de Europa. Tal era la ventaja comparativa de Cervantes, que le aupó para crear una novela viva de valor excepcional.
En la misma senda se sitúa el mayor de los Schlegel, Wilhelm Schlegel. El Quijote, al igual que el teatro clásico español del Siglo de Oro, del que fue un gran admirador, lo sitúa en la cumbre del arte moderno: «Una cumplida obra maestra del más elevado arte romántico», escribe. Y como su hermano, lo define como un arte cristiano y caballeresco. La obra maestra cervantina sería, pues, el producto y a la vez expresión de una civilización cristiana y caballeresca, tal como se ha encarnado en la cultura española. De acuerdo con esto, interpreta el simbolismo alegórico de la pareja inmortal: don Quijote, en cuanto caballero español y cristiano, imbuido del más excelso idealismo, es la poesía caballeresca en diálogo con la prosa de la vida, representada por Sancho.
3. Schelling
Los filósofos, por su lado, integraron el Quijote en sus sistemas metafísicos, reservándole un espacio en sus respectivas teorías estéticas. A Schelling, muy vinculado al círculo de los hermanos Schlegel, por lo que respecta a su concepción general de la novela cervantina, se le puede considerar un discípulo de ellos. Aunque el filósofo romántico es sobre todo conocido por ser uno de los padres de la interpretación metafísica del libro cervantino como una lucha entre el idealismo, simbolizado por don
Quijote, y el realismo o materialismo, simbolizado por Sancho, también lo aborda desde el ángulo de lo nacional.
Esto no debe sorprender, pues a ello tenía que conducirle su doctrina sobre la novela como una especie de mezcla de épica y drama, que debía ser un espejo de la sociedad contemporánea. Al hacer del novelista una especie de poeta épico, bien que en prosa, al que le está permitido elevarse a lo más trágico y descender a lo más cómico, forzosamente se ve conducido, como Herder y los Schlegel, a examinar el Quijote como un fresco realista sobre la nación española en el tiempo de Cervantes, una nación que, como en sus predecesores, se retrata como la quintaesencia de la mentalidad romántica y caballeresca, en mayor medida que cualquier otro país europeo.
Y siendo esto así, el filósofo romántico alemán suscribe la tesis del menor de los Schlegel de que Cervantes contaba con una ventaja comparativa para crear una obra que, por ser en parte producto de unas condiciones geográficas, culturales y nacionales particularmente propicias, es la más alta expresión del espíritu romántico y caballeresco de los españoles. He aquí la formulación de Schelling:
«La tierra donde transcurre el conjunto reunió en esa época todos los principios románticos que existían aún en Europa unidos a la pompa de la vida social. En esto el español estaba mil veces más favorecido que el poeta alemán [se refiere a Goethe]. Tenía a los pastores que vivían a la intemperie, una nobleza caballeresca, el pueblo de los moros [se refiere a los moriscos], la costa cercana de África, el fondo de los acontecimientos de la época y las campañas contra los piratas, en fin, una nación donde la poesía es popular –hasta los trajes para el uso corriente de los arrieros y los bachilleres de Salamanca eran pictóricos- ... El amor aparece siempre en un ambiente romántico peculiar, tal como lo encontró en su época, y toda la novela se desarrolla al aire libre en la atmósfera cálida de su clima y en un color meridional intenso». Filosofía del arte, Tecnos, 1999, págs., 422-3.
No hay contradicción entre esta concepción del Quijote en clave nacional y su concepción como representación del ideal en conflicto con lo real, pues el ideal que don Quijote personifica es el ideal romántico y caballeresco según se hallaba singularmente encarnado en la nación española.
4. Hegel
Hegel, por su parte, se sitúa en unas coordenadas similares en lo esencial. En él confluyen la concepción del arte y la literatura que va de Herder a los románticos en que éstos van unidos a un pueblo y al espíritu de ese pueblo, de manera tal que las grandes obras literarias se convierten en la manifestación de la mentalidad, ideales y modo de ser de una nación. Y esto ocurre particularmente en la épica. Por eso Hegel ensalza el Poema del Cid y el romancero español, del que sólo conocía los romances del Cid traducidos al alemán por Herder, como poemas nacionales en los que se muestra el carácter español en las condiciones históricas de la Edad Media.
Pero el Quijote, al que el filósofo alemán parece ver relacionado con el espíritu caballeresco que animaba la épica española medieval, también es concebido como una obra, que aunque novela («la más profunda novela», escribe Hegel), pertenece al género épico y como tal expresión del espíritu romántico y caballeresco de los españoles. Don Quijote es un héroe genuinamente romántico que se mueve en un contexto real histórico y nacional. Precisamente Hegel destaca el hecho de que frente a las novelas de caballerías, que situaban la acción en un ambiente bastante desnacionalizado, desnacionalización que en los libros españoles de caballerías alcanzaba su mayor cota, y en que las acciones de sus héroes poco tenían que ver con los intereses nacionales, en cambio en la novela de Cervantes el héroe se sitúa en una realidad caracterizada por «una riqueza mayor de condiciones e intereses nacionales» (Estética, vol. 8, Ediciones Siglo Veinte, 1985, pág. 184).
Muy tempranamente las ideas que estamos exponiendo sobre la vinculación entre la mentalidad y personalidad nacionales de un pueblo y las obras maestras de su literatura, y, en su aplicación al caso particular del Quijote, sobre la interpretación de éste como la expresión de la quintaesencia del carácter español, se difundieron por toda Europa. El historiador suizo Sismondi, en su manual de literatura, De la litterature du Midi de l’Europe (1823), hablaba del libro cervantino como un revelación del original carácter de la nación española: «España se nos presenta revelada, y conocemos mejor a esta nación original por el Quijote que por las narraciones y observaciones del viajero más escrupuloso» (Rius, op. cit., pág. 231). Por su parte, Lockhart, el difusor de estas ideas en Gran Bretaña, declaraba, en una línea parecida, en el prólogo a la edición inglesa del Quijote de 1822, que Cervantes, sin perjuicio de discurrir sobre los más excelsos principios de la humanidad, aspiraba, sobre todo, a «dar forma y expresión a los más nobles sentimientos del carácter nacional de España» (Rius, op. cit., pág. 240). Hasta tal punto había logrado este objetivo que, más allá de la sátira de los libros de caballerías, veía en la obra cervantina un retrato perfecto de la vida y las costumbres nacionales españolas y encomiaba a Cervantes por haber sabido integrar en su magna obra literaria este retrato tan brillantemente como nadie ha conseguido hacerlo.