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El Catoblepas, número 91, septiembre 2009
  El Catoblepasnúmero 91 • septiembre 2009 • página 10
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San Julián Canastero

Iván Vélez

Notas sobre un santo hispano

San Julián Canastero

Mientras leía el libro Andariegos, troteros y mirones en general, trajinantes y algún que otro bohemio. Diez siglos de viajes por las tierras de Cuenca{1}, obra de José Luis Muñoz, tropecé con los datos referentes a las diversas visitas que algunos monarcas españoles hicieron a mi ciudad natal con el objeto de venerar las reliquias de su santo patrón: San Julián.

Esta circunstancia, sirvió de estimulo para realizar el presente trabajo en el que trataremos de dar una explicación a esta áulica devoción juliana. Por otro lado pretendemos insertar los hechos, e incluso los «milagros», en su contexto histórico. Comencemos pues, presentando al hombre, para luego referirnos al santo.

Julián ben Tauro, es decir, Julián hijo de Tauro, nace en Burgos en el año 1128 en el seno de una acomodada familia mozárabe de origen toledano. Según narra la leyenda, el recién nacido, durante su bautizo en la iglesia de San Pedro, estuvo acompañado de una bandada de ángeles que batieron sus alas bajo las bóvedas del templo, dejándose oír su voz, que decía: «Hoy ha nacido un niño que en gracia, no tiene igual.» Otros prodigios se cuentan de los primeros días de vida de Julián.

Sea como fuere, el joven Julián cursará sus primeros estudios en Burgos para luego marchar a Palencia, en cuya Universidad alcanzó el grado de doctor, para ser nombrado posteriormente profesor de Filosofía y Teología. Corría el año de 1153, inicio de sus diez años como profesor en dicha institución. Es en este periodo cuando, siempre en compañía de su fiel criado Lesmes, comienza a trenzar cestillas de mimbre y sarga que repartía como limosna a los pobres, actividad ascética por antonomasia que le acompañaría toda su vida y por la cual se le conoce como San Julián Canastero.

En 1158 da comienzo su labor apostólica, que le llevaría a recorrer todas la diócesis hispanas durante 23 años, incluidas las que se hallaban en poder de los almohades, destacando de entre éstas la de Córdoba de Averroes. En 1166 es ordenado sacerdote, ascendiendo a la categoría de Arcediano de Toledo en 1192, un año después de terminar su apostolado.

En 1196 es nombrado obispo de Cuenca, siendo el segundo que luce la mitra de la nueva Diócesis de Cuenca en la que se refundieron las visigóticas de Ercávica y Valeria, y cuyo primer obispo sería Juan Yáñez. Su tarea como prelado terminaría el domingo 28 de enero de 1208, debido a su fallecimiento. Como Obispo de Cuenca destacó por el cultivo de una de las tres virtudes teologales: la caridad, que ejercitaba no sólo donando a los menesterosos las rentas de su Obispado, sino también por medio de las citadas canastas, que nunca dejaría de tejer.

En su biografía, salpicada de periodos de retiro e introspección, destacan nuevos hechos maravillosos, Julián servía un privilegiado, un cristiano carismático, al aparecérsele el mismo Cristo e incluso la propia Virgen acompañada de un nuevo coro angelical, quien le obsequiaría con una palma antes de expirar. En cuanto a su contacto con destacados miembros de la Iglesia, hemos de señalar que fue confesor de San Pedro Nolasco, quien le visitaría en Cuenca. El Obispo de Cuenca, fallecería en 1208, siendo canonizado siete años después. Sin embargo, su consagración definitiva, no llegaría hasta el siglo XVI, cuando es incluido en el catálogo de los Santos de la Iglesia Católica.

Ya en vida, comienzan a obrarse curaciones atribuidas al santo. De entre ellas hemos de destacar la sanación a finales del siglo XII de la emperatriz Constancia, esposa del emperador Enrique VI de Alemania.

Sin embargo, y tras este célebre y milagroso episodio, la fama del santo decae fuera de su ciudad. Será en el siglo XV cuando se renueve el fervor juliano, siendo la fecha de 1518, clave para el nuevo auge de San Julián. Es en ese año cuando Carlos I, descendiente, por cierto, de la citada Constancia, ordena el traslado de sus restos desde su primer emplazamiento, cercano al altar de Santa Águeda en la catedral, a la que hoy conocemos como Capilla vieja de San Julián o "de la reliquia". Durante dicha ceremonia, se abrió su sepulcro, comprobándose la perfecta conservación del cuerpo y de sus ropas. Coincidiendo con dicho traslado, se produjo una verdadera lluvia de milagros, de los cuales se abrió información jurídica que obraría en favor de su elevación/canonización.

Carlos I realizaría dos visitas al santo, la primera en 1528 y la segunda en 1542. Posteriormente, otros reyes de España pasarían por Cuenca para venerar estas reliquias: Felipe II, Felipe III junto con tres sobrinos príncipes de Saboya y Felipe IV, acompañado de Diego Velázquez. En pleno siglo XX es Alfonso XIII quien acude a la catedral conquense.

Hecha esta breve semblanza del clérigo burgalés Julián ben Tauro y del santo a que dio lugar, parece oportuno entrar en el análisis de los datos, tarea que llevaremos a cabo a través de un prisma materialista que habrá de enfrentarse al lógico espiritualismo que envuelve a esta figura.

Por lo que respecta a los extraordinarios hechos que se relacionan con su nacimiento y su muerte, estos tienen una estructura arquetípica, muy frecuente en las hagiografías escritas sobre personalidades sobresalientes de la Iglesia. En este sentido, la construcción del relato que ligado a Julián ben Tauro, contribuiría a la construcción de San Julián, ya contaba con una larga tradición e incluso con varios santos del mismo nombre cuya lista la inaugura un mártir nacido en Antioquia en el siglo IV. Junto al aludido mártir de Antioquia, y confundiéndose a menudo con él, tenemos al egipcio Julián de Antince, unido a la figura de su esposa Basilia, y en honor al cual se erigirían numerosos templos, algunos tan famosos en España como la iglesia prerrománica de San Julián de los Prados en Asturias.

Tras estos primeros mártires, e inscrito en un contexto con menor presencia de lo extraordinario, podemos citar a San Julián, arzobispo de Toledo, figura sobresaliente de la España visigoda que jugaría un importante papel en los diversos concilios celebrados en la ciudad imperial, destacando, además, por su prolífica producción literaria de temática histórica y religiosa.

No es descabellado pensar que de estos homónimos antecesores, tomara prestados algunos componentes el relato que acompañaría al Obispo de Cuenca. Con el aludido traslado de sus restos, comienza la etapa de mayor intensidad en la construcción de su milagrosa personalidad, pues a las coplas populares que daban cuenta de sus virtudes y milagros, se añadirá un rezo propio aprobado por Roma y una serie de obras literarias que exaltan su figura. En 1589, el jesuita Francisco Escudero publica la primera obra en torno a la vida de San Julián, a la que seguirían otras como las debidas a la pluma de Bartolomé de Segura, Juan Bautista Valenzuela y Velázquez, Juan Bautista Poza, Juan Antonio de Santa María o la de Bartolomé Alcázar, todas ellas en el siglo XVII.

Hemos de insistir en la importancia crucial que tendría la aparición de sus restos incorruptos, algo que propició un nuevo auge en la devoción por este santo caritativo. Como Santiago, las pruebas corpóreas, que en el caso gallego parecen corresponder al cadáver de Prisciliano, decapitado en Tréveris, contribuyeron a confeccionar o reactivar viejas leyendas, que, si para Alfonso II, inventor de la tumba jacobea, fueron útiles a la hora de distanciarse de Roma, en el caso conquense, contribuirían a reforzar la autoridad no sólo política, sino también religiosa del Emperador Carlos.

En cuanto a los milagros de San Julián, podemos tratarlos de forma análoga a la empleada por Gustavo Bueno al analizar los realizados por otro santo casi coetáneo del que estamos hablando: Santo Domingo. En dicho trabajo{2}, Bueno establece una clasificación de los milagros que nos es de gran utilidad. De este modo, los milagros de San Julián serían cinematográficos –visibles-- y se llevarían a cabo a través de la invocación de sus reliquias, si exceptuamos la curación de Constancia, de la cual no tenemos datos que permitan referirse a ella con claridad, siendo todos ellos de carácter circular. En cuanto a la interpretación que de los milagros puede hacerse, y dada nuestra perspectiva, estos deben relacionarse con hechos políticos que, dada la época en que ocurren, se encuentran mezclados con cuestiones religiosas. Nos explicaremos:

La mayor parte de «descargas» milagrosas, por seguir con la terminología aludida, se producen durante el reinado de Carlos I, el gran opositor a la Reforma de Lutero, cuyo punto de arranque se situaría un año antes de la aparición del cuerpo incorrupto objeto de veneración, un rey, no lo olvidemos, cuya trayectoria nos aproxima al cesaropapismo. Los milagros consolidarían, por la vía de lo prodigioso, la figura del César que lucha contra los herejes alemanes. No debe, pues, resultar extraña la aparición en el relato juliano de númenes ultraterrenos, personas no humanas, démones, ángeles en definitiva{3}, ni que los siguientes Austrias, quienes se ceñían la corona de la Monarquía Hispánica o Católica, continuaran en esta tradición de visitas a las reliquias.

Siglos más tarde, será en pleno siglo XX cuando de nuevo asistamos a una leve «descarga» milagrosa obrada por San Julián. Los hechos se sitúan en pleno franquismo, tras la profanación de su cuerpo incorrupto en 1936. De este modo, en el año 1943, Román Pedreira Ancochea, estudiante de Derecho de la Universidad Literaria de Salamanca sería milagrosamente curado por San Julián de la peritonitis tuberculosa fatal que sufría tras un sueño en el que se le avisaba de que si quería curarse debía postrarse ante el sepulcro del santo{4}. El enfermo, en gratitud por su curación, regresó a sus estudios, para ingresar posteriormente en el seminario, del que en 1950 salió ordenado de sacerdote.

Al margen de estas consideraciones, la figura de San Julián resulta atractiva por motivos distintos a los que mueven a sus devotos a encomendarse a él o pedirle un bien. Desde nuestra perspectiva, la importancia del santo, al margen de su utilidad en la época contrarreformista, puede girar en torno a su etapa evangelizadora que, como dijimos más arriba, le llevó a recorrer toda España. El itinerario seguido por el santo, da cuenta de hasta qué punto la idea de España como unidad que ha de ser recobrada por los cristianos tras su ocupación por los herejes mahometanos, se hallaba presente en las acciones de éstos. La trayectoria evangelizadora de San Julián, es coherente con el ortograma político surgido siglos atrás en la corte asturiana, plan que siguieron todos los monarcas en compañía de clérigos y colonos que se establecían en las fronteras, favorecidos por cartas forales o privilegios que estimulaban la ocupación de tan peligrosos territorios.

San Julián, por tanto, debe ser considerado como un clérigo fronterizo, pues no en vano en 1196 ocupa, como obispo, una peligrosa silla catedralicia, la de Cuenca, reconquistada por Alfonso VIII en 1177. Julián no sería, sin embargo, un Miles Christi al estilo de Santiago. El burgalés no comparecería en batalla alguna, si bien, se expuso a los peligros que había que asumir al cruzar las marcas cristianas para adentrarse en terrenos islamizados.

La figura histórica de San Julián, sin embargo, y al margen de lo dicho hasta el momento, se presta a diversas interpretaciones, según la idea que se tenga de la época en que vivió. Son bien conocidas las posiciones encontradas que existen en torno a la España de ese tiempo. Dos son las principales corrientes interpretativas, una debida a Américo Castro, que aboga por una España fruto de la mezcla de tres culturas o religiones, y la refutación de esta visión, propuesta por Claudio Sánchez Albornoz en su España. Un enigma histórico. El origen mozárabe podría hacernos pensar en un Julián ben Taro que, de raíces toledanas, habría sido fruto de las tres corrientes aludidas, sin embargo, sus acciones parecen ir en sentido contrario, pues de no ser un cristiano convencido de la superioridad de su fe, qué sentido tendría aventurarse en territorio hostil. Por otro lado, la Cuenca de la época, de la que él era obispo, en absoluto puede considerarse como un ambiente de tolerancia intercultural. Basta con consultar su Fuero, redactado poco antes de la llegada del santo a la ciudad, para que sólo podamos decir que las «tres culturas» simplemente cohabitaban, como se puede observar por la asimetría y falta de proporcionalidad con que se castigaba un delito dependiendo de la fe que profesara su víctima o realizador.

Por todos estos motivos, San Julián, debe ser interpretado como un santo genuinamente español, cuyo hispanismo viene a ser reforzado, precisamente por su condición originaria de mozárabe, es decir, de resistente o insumiso a la dominación islámica. Todo ello explica el hecho de que las figuras más destacadas de la Monarquía Católica, veneraran sus reliquias en su sepulcro conquense.

Notas

{1} Andariegos, troteros y mirones en general, trajinantes y algún que otro bohemio. Diez siglos de viajes por las tierras de Cuenca (Diputación Provincial de Cuenca. Departamento de Publicación, Cuenca, 2008).

{2} Nos estamos refiriendo al artículo «Los milagros de Santo Domingo», aparecido en el nº 87, correspondiente a mayo de 2009 de la revista El Catoblepas. http://nodulo.org/ec/2009/n087p02.htm

{3} Por lo que respecta a la profusión de milagros acaecidos en estas fechas, conviene leer lo que el clérigo conquense Antonio Fuero refiere en su obra: Breve noticia del aparecimiento de María Santísima de Los Hoyos, y situación de Ercávica sobre la Hoz de Peñaescrita en la ribera del río Guadiela, de la cual hemos tratado en nuestro artículo «El yobel calceatense y otras reliquias numinosas». http://nodulo.org/ec/2009/n089p14.htm

{4} De estos hechos se haría eco el periódico local, el «Diario de Cuenca», el martes, 28 de enero de 1964, fiesta, precisamente del santo.

 

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