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El Catoblepas, número 105, noviembre 2010
  El Catoblepasnúmero 105 • noviembre 2010 • página 18
Libros

Contra las filosofías «centradas»
de la literatura

José Manuel Rodríguez Pardo

Sobre el libro de Jesús González Maestro & Inger Enkvist (editores), Contra los mitos y sofismas de las «teorías literarias» posmodernas (Identidad, Género, Ideología, Relativismo, Americocentrismo, Minoría, Otredad). Academia del Hispanismo, Vigo 2010.

Contra los mitos y sofismas de las teorías literarias posmodernas El profesor Jesús González Maestro, en su serie de estudios sobre la literatura desde la perspectiva del materialismo filosófico, nos presenta una nueva obra de la que es editor junto a Inger Enkvist. Para quienes deseen conocer la labor que el profesor gallego lleva desarrollando desde hace unos años, les resultará de interés la mesa redonda sobre Materialismo Filosófico y Literatura celebrada el año 2009 en la Fundación Gustavo Bueno. En ella presentó la perspectiva que lleva varios años plasmando en obras como La Academia contra Babel (2006), ¿Qué es la Literatura? (2007), Los materiales literarios (2007), El concepto de ficción en la Literatura (2006), Idea, concepto y método de la Literatura Comparada (2008) o Crítica de los géneros literarios en el Quijote (2009), una Crítica de la Razón Literaria planeada en forma de siete volúmenes.

En esta obra colectiva que vamos a reseñar, se pretende realizar un análisis de la teoría literaria que se confronte con el «pensamiento fragmentario» posmoderno tan en boga en el mundo universitario. Y para ello, el profesor González Maestro completa la nómina de autores con varios de los colaboradores habituales de la revista El Catoblepas, así como artículos de nuestra revista reciclados como capítulos del libro, prueba del interés creciente de la publicación y de las temáticas de la que constituye, incluso desde la perspectiva de nuestros más acendrados detractores, la más importante revista de filosofía en español.

Desde las posiciones del materialismo filosófico no cabe plantear un análisis autónomo de alguna disciplina, al modo de una filosofía «centrada», («filosofía de la coquetería», por ejemplo), sino una filosofía «no centrada» de la realidad literaria, involucrada en otras partes sistemáticas, ya sea la Antropología Filosófica, la Estética o incluso la Ontología. De hecho, así lo enuncia González Maestro cuando define el carácter de la obra en su introducción:

«La Literatura es una construcción humana que existe real, formal y materialmente, que puede y debe ser analizada de forma crítica mediante criterios racionales, conceptos científicos e ideas filosóficas. Cumo construcción humana, la Literatura se sitúa en al ámbito de la Antropología; como realidad material efectivamente existente, pertenece al dominio de la Ontología; como obra de arte, constituye una construcción en la que se objetivan valores estéticos, que exigen enjuiciarla, desde una Estética o filosofía del arte, en un espacio estético; y como discurso lógico, en cuya materialidad se objetivan formalmente Ideas y Conceptos, es susceptible de una Gnoseología, es decir, de una interpretación basada en el análisis crítico de las relaciones conjugadas –que no dialécticas– entre la Materia y la Forma que la constituven como tal Literatura» (pág. 31).

El libro se plantea así como una crítica a las filosofías que pretenden huir del sistematismo, las filosofías posmodernas, tal y como lo plantea el profesor Jesús González:

«La retórica posmoderna considera que la razón es el enemigo principal del género humano. No es la primera vez que algo así sucede. Lutero, en su afán por imponer el fideísmo reformista sobre el racionalismo tridentino, reiteró en numerosas ocasiones que "la razón es la mayor de las putas que tiene el diablo" ("Die Vernunft ist die höchste Hure, die der Teufel hat"). Nietzsche, por su parte, confirmó su mismo punto de vista respecto a la razón al proclamar la muerte de un dios que no era otra cosa que la Idea misma de Razón construida por la civilización europea. Si las palabras de Nietzsche tienen alguna gravedad es solamente porque al afirmar que "Dios ha muerto" está afirmando en realidad que lo que ha muerto es la Razón. Nietzsche es un místico que identifica la Razón con Dios, es decir, que identifica y subordina la Razón humana a la Razón divina. Nietzsche fue incapaz de pensar racionalmente al margen de Dios. Fue incapaz de desarrollar una Razón antropológica al margen de una Razón teológica. Hasta tal punto esto es así para Nietzsche y sus admiradores posmodernos, como Barthes, Derrida o Foucault, que la muerte de Dios es la muerte de la Razón, de toda Razón, porque para ellos no hay más razón que la Razón teológica. Piensan como curas, no como hombres. Hablan como teólogos, no como filósofos. Es decir, usan metáforas, no conceptos. Usan figuras retóricas, no figuras gnoseológicas. Lo suyo es la tropología seductora, no la ciencia explicativa. Gracias a Nietzsche, el discurso posmoderno es el discurso de quienes son incapaces de usar la razón y de pensar en términos seculares y laicos. El discurso posmoderno se basa siempre en metáforas teológicas, en expresiones irracionales, en la negación de la razón en tanto que razón identificada exclusivamente con un Dios inexistente y omnipresente, haciendo del mundo interpretado racionalmente un mundo ilegible. La razón no ha muerto con Nietzsche. Que los posmodernos hayan querido privarse de forma voluntaria de la razón para interpretar científicamente los materiales literarios no quiere decir que el resto de los mortales estemos obligados a hacer lo mismo. El popular artículo de Barthes sobre el autor (1968) no es sino un collage, retórico y reiterativo, e igualmente teológico, del fragmento 125 de Die fröhliche Wissenschaft (La gaya ciencia, 1882) de Friedrich Nietzsche. Lo mismo cabe decir de las ideas de Foucault (1969) sobre el autor, ignorantes de una realidad fundamental: el copyright ©.» (págs. 29-30)

Es interesante a su vez que Maestro considere que «la Crítica de la Literatura es un saber de segundo grado, es decir, un saber que sólo puede actuar; que sólo puede ser factible, a partir del saber de primer grado que constituye la Teoría de la Literatura, como ciencia categorial responsable de construir los conceptos científicos que habrá de manejar el crítico en sus interpretaciones sobre los materiales literarios (texto, autor, lector, Historia, sociedad, psique, mito, forma, etc.) La Crítica de la Literatura actúa sobre los materiales literarios sólo a partir de los conceptos que las ciencias categoriales ampliadas, sistematizadas en una Teoría de la Literatura, le proporcionan sobre la Literatura. La Crítica de la Literatura da lugar a Ideas, y opera como una Filosofía, al enfrentarse, de forma dialéctica y conjugada, a la symploké de las Ideas contenidas y formalizadas en los materiales literarios» (pág. 33).

Como la literatura no es una ciencia, sino «el campo de investigación de varias ciencias categoriales», han de distinguirse tres realidades fundamentales, relacionadas en symploké:«1) La Literatura, que es una Ontología, en la cual se objetivan físicamente Materiales y Formas literarias, construidas por un autor e interpretables por un lector.2) La Teoría de la Literatura, que es una Ciencia categorial, la cual construye conceptos científicos destinados a la interpretación de los materiales y las formas literarias. 3) La Crítica de la Literatura, que es una Filosofía, la cual, dispone una organización crítica, racional y lógica (symploke) de las Ideas formalizadas en los materiales literarios». (pág. 33)

Tras introducción de Jesús González Maestro, encontramos trabajos de gran interés, como el del colaborador de El Catoblepas Javier Pérez Jara, «La cuestión del logos de la filosofía posmoderna y su teoría literaria», páginas 89-104. En él se analiza la filosofía posmoderna como un ejemplo de corrupción en el sentido que Gustavo Bueno le atribuye en su reciente libro El fundamentalismo democrático (Temas de Hoy, Madrid 2010). Ni la razón es algo absoluto, como señala el posmodernismo, sino resultado de realidades institucionales, ni tampoco puede hablarse de un pensamiento fragmentario, ajeno a cualquier tipo de sistematización o ligazón entre las distintas esferas de la realidad.

Esta forma de razonar de los posmodernos frente a una presunta Razón absoluta y su rechazo al análisis sistemático, revelan una corrupción de la racionalidad posmoderna, por la gratuidad e inconsistencia de sus principios nematológicos. Pero no porque esa variante filosófica sea irracional, sino porque constituye una racionalidad inferior, que renuncia al sistematismo («los grandes relatos») en pos de un pensamiento fragmentario donde todo sería válido: «los intentos por tratar de desmarcarse de la modernidad y de la metafísica, lleva a la mayoría de estos autores, en la construcción de sus narraciones literarias, a la búsqueda de una reivindicación del fragmento, de las apariencias, de lo efímero, del vacío, de la dispersión y de la crítica de todo intento de absolutismo de valores. Privará, frente a las grandes narraciones anteriores, lo cotidiano, el nihilismo, el desencanto. Porque eso es lo único que queda, pensarán estos autores, una vez que el posmodernismo nos logra quitar la venda de los ojos» (págs. 95-96).

Otro artículo de interés es el firmado por José Ramón Esquinas Algaba, «Que es el "dogmatismo"? Ensayo de una delimitación filosófica del dogmatismo», páginas 243-265. En él se plantea una redefinición de conceptos tan oscuros como dogmatismo y criticismo. Según los criterios tradicionales, el dogma (término de origen griego) es lo que parece correcto, «es decir, la opinión mayoritaria compartida por una comunidad concreta cuando se usa en un sentido sociológico» (pág. 244). Término originalmente de uso popular que con Platón y el nacimiento de la filosofía académica cristaliza institucionalmente. De este modo, el dogma «no es sólo una opinión o apariencia recta o compartida por una comunidad –sentidos que también usa Platón–, sino que es asimismo una norma u opinión doctrinal y, más en concreto, un axioma didáctico enseñado por una escuela. Un dogma, en dicho contexto, es no sólo una mera «opinión», sino un elemento normativo inserto en una institución que tiene que exponer su doctrina en axiomas para enseñárselos a los discípulos» (pág. 244). Con el final del Imperio Romano y el surgimiento del cristianismo, el dogma ya no sólo se referirá a una doctrina y sus principios transmitibles, sino una norma de gobierno impuesta. También tiene un tono soteriológico: «El dogmático es aquel que sigue las opiniones correctas de su Iglesia –que sustituye a lo que antes eran escuelas filosóficas– y con ello sigue la voluntad de Dios y al mismo tiempo se salva» (pág. 245). Todo ello en base al «giro copernicano» de la filosofía cristiana, que hace depender el mundo de un ser omnisciente que ha sido su creador, Dios.

La consideración despectiva del dogma como algo negativo y ajeno a cualquier racionalidad es un producto de la reforma protestante, concretamente de la teología protestante del siglo XVII, que introduce constantemente los neologismos «dogmática» y «dogmático» en sustitución de los anteriormente usados regula fidei o articuli fidei. «Por lo tanto, la teología dogmática pasa a «criticarse» desde la teología bíblica para depurarla de todo añadido de la tradición humana. Estamos en los inicios del método histórico-crítico de análisis con los que los protestantes intentan limpiar al catolicismo de «excrecencias humanas» para llegar al presunto cristianismo primigenio» (pág. 248). De esta evacuación de contenidos tomará Kant y todo el idealismo alemán la noción de crítica como algo opuesto al dogma, tenido éste como algo que constriñe toda capacidad crítica y por lo tanto racional. De hecho, para Hegel «El dogmatismo aparecerá como todo aquello que ponga límites a la razón –al Espíritu–, impidiéndole superar las antinomias» (pág. 251). Esta noción de crítica proseguirá en el marxismo clásico (Marx, Engels, Lenin), identificando el dogmatismo con la falsa conciencia.

Negada esta dicotomía monista dogma/crítica desde el punto de vista del materialismo filosófico, José Ramón Esquinas culmina su argumentación con un fructífero análisis del dogmatismo desde la perspectiva de las cuatro familias gnoseológicas que distingue la teoría del cierre categorial: descripcionismo, teoreticismo, adecuacionismo y circularismo. En suma, desde la perspectiva del materialismo filosófico no cabe oponer sin más el dogma como ausencia de crítica, sino más bien con fundamentalismos tales como el fundamentalismo científico. «En las filosofías, como saberes de segundo grado, el dogmatismo aparecerá caracterizado, en primer lugar, como aquellos sistemas que se nieguen a tomar en consideración a las ciencias positivas y «clasificar en consecuencia» los resultados que ellas mismas han producido y el mundo que ellas mismas han desbrozado. Pero también el dogmatismo aparecerá en sentido inverso, a saber, como el engolfamiento en dichas ciencias positivas, de tal forma que no se clasifiquen los materiales que las envuelven acaso porque se los considere pura fantasía mental. Aquellos fundamentalistas científicos que más allá de las ciencias positivas sólo ven ideologías o delirios metafísicos están sustancializando de tal modo tales ciencias que son incapaces de reconocer que dichas ciencias son continuamente desbordadas, ya en el seno mismo de sus respectivos ejercicios científicos, y remiten a otros materiales que las rebasan» (págs. 264-265). En resumen, «El dogmático aparece así como todo aquel que se niegue a contrastar sus tesis y definirse frente a la pluralidad de opciones existentes en la realidad» (pág. 265).

Siguen a continuación varios capítulos resultado de la readaptación de artículos publicados previamente en la revista El Catoblepas. Tal es el caso de la colaboración de María Teresa González Cortés, «Progretariado contra proletarido o la necesidad de ciudadasnos», páginas 267-297, publicada originalmente en El Catoblepas (número 99, mayo 2010). Otro artículo interesante es el de Iván Vélez Cipriano, «Tindaya, un panteón circularista», páginas 419-428, ya publicado previamente en El Catoblepas (número 85, marzo 2009). Más adelante, nos encontramos con el valioso artículo de Gustavo Bueno «Etnocentrismo, relativismo cultural y pluralismo cultural», páginas 431-439, que se remonta al número 2 (abril 2002) de El Catoblepas.

Tras la colaboración de Gustavo Bueno, podemos leer un artículo de Carlos Madrid Casado, «La ciencia y el materialismo. Una apología materialista de la razón», páginas 441-458. En este trabajo se defiende la filosofía tradicional de la ciencia frente a los estudios culturales o sociológicos, el denominado Strong Program de Barnes y Bloor que sacrifican el estudio de la verdad científica en nombre del análisis presuntamente neutro de la ciencia, como meras proposiciones dotadas de falsación o «cambios de paradigma» de distintas comunidades científicas; concepción de la ciencia heredera de Popper. «Pero, desde nuestras coordenadas, interesa subrayar que el falsacionismo popperiano, con su idea de una verdad científica conjetural, provisional, frágil, también facilitó el camino al relativismo epistemológico y social. Porque difundió la idea de que las ciencias son sólo teorías, hipótesis teóricas, que, desde la teoría de los paradigmas de Kuhn o el anarquismo metodológico de Feyerabend, se suceden como modas y son poco más que el fruto de un consenso dentro de la comunidad científica» (pág. 447).

Sin embargo, Carlos Madrid no niega que la ciencia sea un hacer social, pero es necesario mantener siempre una perspectiva gnoseológica que tome partido ante la verdad o falsedad de la ciencia: «La ciencia como hacer, y no sólo como saber (la de los manuales), es una empresa social y, sobre todo, material, en que los estilos de pensamiento y los criterios de racionalidad son, es cierto, revisables históricamente. Pero la ciencia no es un producto meramente lingüístico, no se reduce a un lenguaje o a un conjunto de textos, porque la vemos obrar diariamente ante nuestros ojos (aviones, microondas, ordenadores, &c.). Sólo la perspectiva materialista permite escapar de la prisión idealista» (pág. 457).

La obra colectiva dirigida por González Maestro también cuenta con la colaboración de Enrique Prado, otro autor habitual de nuestra revista, que ofrece en las páginas 477-520 el trabajo «La estructura topológica del rayo visual. Un ensayo de hermenéutica materialista», tomando como referencia su artículo «Los preambula fictionis del materialismo filosófico: las estructuras metafinitas» (El Catoblepas, 91, septiembre 2009).

Esta interesante obra sobre el análisis de la Razón Literaria finaliza con una breve Coda de Jacques Joset, profesor de la Universidad de Liège (págs. 523-524).

 

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