Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 107 • enero 2011 • página 10
En la primera parte del Símbolo encontramos un conjunto de capítulos dedicados al estudio de las plantas y los animales, material que agruparemos bajo el nombre genérico de Historia Natural. Como veremos, la finalidad última de estas enseñanzas se supedita a los objetivos generales de la obra, de orden catequético y proselitista. Sin embargo ello no es óbice para que encontremos cuestiones de gran interés relativas al conocimiento de plantas y animales; además es la única parte de la obra donde Fray Luis, junto a material de origen libresco, introduce observaciones propias.
I. La Historia natural en el proyecto catequético
Siguiendo el proyecto esbozado para la primera parte del Símbolo en los capítulos dedicados a la Historia Natural se utilizan los conocimientos relativos a animales y plantas al servicio de la labor catequética, didáctica y apologética. Para ellos se recurre no solamente a la vía de la razón, sino también a la de la sensibilidad frente a las maravillas de la naturaleza, formando el conjunto una percepción intelectual y estética de la armonía del universo.
Fray Luis ordena a los seres naturales según una jerarquía que deriva de su particular concepción de la Escala del Ser: objetos inanimados (entre los cuales incluye a los cuerpos celestes), plantas, animales y finalmente el Hombre. Fray Luis parte del principio tomista según el cual el conocimiento de los seres naturales nos puede dar algún conocimiento sobre Dios, al ser este el Creador y causa primera de los mismos. Añade a estas dos premisas una tercera, según la cual cuan más perfecto es el ser natural que se estudia, mayor conocimiento nos aporta sobre Dios.
Fray Luis, al exponer sus materiales relativos al mundo natural sigue parcialmente sus propias premisas. por una parte su orden de exposición sigue al pie de la letra su ordenamiento jerárquico: así se ocupa primera de la Cosmología (elementos, cuerpos celestes), después de las plantas, los animales y finalmente del Hombre. No ocurre lo mismo en cuanto a la cantidad de las enseñanzas extraídas: la extensión de capítulos de la primera parte del Símbolo dedicados a cada uno de estos temas no corresponde exactamente a esta jerarquía: es mayor la extensión dedicada a Anatomía Humana que a los animales, y mayor la dedicada a estos que a las plantas y a los cuerpos celestes y elementos. Sin embargo es mayor la extensión dedicada a estos últimos que a las plantas.
Así pues en lo relativo a la Historia Natural hay una atención muy superior a los animales que a las plantas , y ello es debido a que focaliza su atención en un aspecto muy determinado de la vida animal, el comportamiento, en detrimento de otros aspectos, como la anatomía o la clasificación. Las ideas de Fray Luis sobre el comportamiento animal son el principal trabazón entre sus concepciones teológicas y su interés por la Historia Natural: considera que los animales se comportan igual que si tuvieran razón, no porque razonen, sino porque su comportamiento esta directamente inspirado por Dios para su conservación. El corolario es que la conducta animal es mejor que la humana, pues al estar directamente inspirada por Dios no cabe en ella error ni pecado.
Estas dos ideas van a aparecer de forma recurrente a los largo de estos capítulos, pero quedan especialmente bien resumidas en el siguiente fragmento:
«A los hombres dio el Criador entendimiento y razón para que ellos se provean de todo lo necesario para su conservación, aunque para éstos sean infinitas cosas necesarias, porque la razón sola basta para descubrirlas e inventarlas. Más con todo esto no está Dios atado a conservar la vida de los animales por este medio (la razón) porque sin él puede imprimir en ellos tales inclinaciones e instintos naturales, que con éstos hagan todo lo que hicieran si tuvieran razón no sólo tan perfectamente como los hombres, sino muy más perfectamente. Porque más ciertos son ellos, y más infalibles, y más regulares y más constantes en las obras que pertenecen a su conservación, que los hombres en las suyas.» (Símbolo I, XI, 257).
En esta tesis hay algunos elementos importantes a destacar: hay en primer lugar una justificación teológica del estudio de los animales. Si la conducta animal está directamente inspirada por Dios, el estudio de la Historia Natural nos informa sobre Dios. La Historia Natural es pues un instrumento de la Teología Natural. Por otra parte los animales aparecen como modelo de moralidad: si la conducta de los animales es mejor que la de los hombres por estar directamente inspirada por Dios, y no contaminada por el pecado original, los animales pueden proporcionar modelos para el ser humano, tanto a nivel individual como social.
Aparte de estas dos conclusiones de la tesis, que se formulan de forma nítida y que constituyen los dos ejes de los aspectos teológicos de la Historia Natural, se agitan una serie de ideas que a veces no acaban de ser formuladas de manera clara, quizás por miedo a la heterodoxia. Nos referimos a una cierta valoración de lo instintivo, y por tanto de lo emotivo, frente a la razón humana, cuyo origen se relaciona de alguna manera con la caída, y por tanto con el pecado original. Recordemos a Adán y Eva pecan por comer el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
Sin embargo esta especie de irracionalismo no acaba de tomar cuerpo teórico: en otras ocasiones se alude forma elogiosa a la razón. En cualquier caso el hombre, con su alma inmortal, está siempre por encima del animal, por mucho que la conducta de éste esté inspirada directamente por Dios.
Justificación teológica de la Historia natural
En diversas ocasiones a lo largo de la obra, Fray Luis deja bien claro que el Símbolo es una obra de teología, pues su finalidad es el conocimiento sobre el Creador. La primera parte pretende acceder a este conocimiento a través del estudio de la naturaleza (la Creación), y trata por tanto de teología natural, cuyo contenido se solapa con la Filosofía Natural, con la única diferencia que el conocimiento no se considera un fin en sí mismo, como lo es para el filósofo, sino un instrumento para acceder a otro tipo de conocimiento. Fray Luis nos aclara que si la obra en cuestión fuera de Filosofía Natural se extendería y profundizaría más en muchos temas.
Reafirma esta cuestión al escribir: «...para este conocimiento tan grande se ordena este tratado, en el cual, si fuere más largo de lo que conviene al filósofo (pues ésta es materia propia de filósofos) no se me ponga culpa, pues yo no la trato aquí como filósofo, sino como quien trata de la obra de la Creación, que es propia de la teología, mayormente refiriéndose toda ella al conocimiento del Criador» (Símbolo I, XI, 255-256).
Partiendo de estas premisas la Historia Natural es un campo idóneo para su teología. Al iniciar sus digresión sobre esta materia, nos dice que va a ocuparse de las cosas que tienen vida, las cuales son más perfectas que los que no la tienen (Símbolo I, XI, 232). Más adelante (Símbolo I, XI, 254) nos dice que los animales son más perfectos que las plantas (por tener sentido y movimiento), y hace referencia a los «animales que llamamos perfectos». Aunque no nos dice cuales son, el contexto nos hace pensar que se refiere a los vertebrados, que coinciden con los animales «con sangre» de Aristóteles.
Este razonamiento se engarza con otras ideas, también de naturaleza teológica: Así nos dice que cuanto más perfectas son las cosas creadas, más resplandece en ellas la gloria de Dios; que Dios no es «allegador de la ceniza y derramador de la harina», es decir, cuanto más perfectas son sus criaturas, mayor cuidado tiene de ellas (más adelante aplicará al hombre el mismo argumento), y que «los frutos de la tierra» (las plantas) los crió al tercer día (Símbolo I, X, 233).
Aunque los animales, y especialmente su conducta, van a formar parte importante de su justificación teológica de la historia natural, también va a ocuparse las plantas. Así por ejemplo, después de una digresión sobre las legumbres realiza una serie de razonamientos en clave teológica: nos dice primero que las legumbres están criadas por Dios para el alimento del hombre. Si en verano hay frutas frescas que refrigeran nuestro cuerpo, en otras épocas del año tenemos las legumbres, que se añaden a las carnes de animales, peces y aves, y a los árboles frutales y mieses puestos por Dios a nuestro servicio (Símbolo I, X, 236).
Cita después al profeta: «producía en los montes yerba y heno para el servicio de los hombres»{1}. Razona que como el hombre no se alimenta ni de yerba ni de heno, éstos sirven para los «criados diputados a su servicio, que son los brutos animales» (Símbolo I, X, 236). Finalmente nos dice que el hombre no agradece con su piedad las dádivas de Dios, y se comporta por tanto como un bárbaro, pues «no sólo son bárbaros los hombres que andan desnudos como salvajes por debajo de la línea equinoccial»{2}.
Más adelante se referirá a las plantas y a las flores como elementos que embellecen el mundo. Se toca aquí un tema muy característico de Fray Luis: su visión estética de la armonía del Universo. El finalismo y la providencia divina que lo gobiernan no atienden sólo a criterios de eficacia o de utilidad, sino también de belleza. Esto enlaza con una reflexión sobre la providencia divina que se ocupa del bienestar del hombre sobre la tierra atendiendo también a criterios estéticos: «¿Para que crió el Hacedor esta flor tan hermosa y olorosa, pues no hace cosa sin algún fin?. No cierto para mantenimiento del Hombre, ni tampoco para medicina o cosa semejante. Pues, ¿que otro fin pudo aquí pretender sino recrear nuestra vista con la hermosura desta flor, y el sentido del olor con la suavidad de su olor?» (Símbolo I, X, 1, 240). Esta invitación a la sensualidad se refuerza con citas bíblicas, tales como «el olor de mi hijo es como un campo lleno»{3} y «la hermosura del campo está en mí»{4}, acompañadas de su propia insistencia en la importancia del sentido del olfato y cómo este es regalado por el perfume de las flores (Símbolo I, X, 233).
Pero el núcleo de la justificación teológica de la Historia Natural se refiere a los animales, especialmente a su conducta. El instinto de los animales forma parte del plan divino de la Creación. Esto justifica teológicamente su estudio, y precisamente por esta razón los aspectos referentes al comportamiento animal son los que Fray Luis tiene más en cuenta en el estudio de la Historia Natural{5}. Por otra parte, esta conducta animal, inspirada por Dios y no contaminada por el pecado original, puede ser modelo de moralidad individual y de organización social para el hombre{6}.
En esta línea escribe Fray Luis: «...en todos los animales suple Dios la falta de Razón, con su providencia, obrando en ellos por medio de sus inclinaciones e instintos naturales que les dio, lo que ellos obraran si la tuvieran perfecta.....Y así dice Santo Tomás{7} que todos estos animales son instrumentos de Dios, el cual, como primera y principal causa les mueve a todo lo que les conviene mediante aquellas inclinaciones e instintos naturales que les dio cuando les crió» (Símbolo I, XI, 256).
Al ocuparse Dios de los animales, y en general de todos los objetos naturales, con su admirable providencia, no solamente gobierna de forma admirable su propia Creación, sino que ofrece una serie de muestras para que el ser humano, solamente con la razón y la observación de la naturaleza, sea capaz de maravillarse, intuir la gloria de Dios y moverse hacia la piedad y el amor divino. Recordemos que se ha dicho antes que cuanto más perfecta es una obra divina, más reluce en ella la gloria de Dios: si esta observación es válida para cualquier objeto natural, más lo será para los animales, que son más perfectos que las plantas y que los seres inanimados.
Así lo afirma Fray Luis al escribir: «..que no para Dios en sólo esta provisión de los animales, sino pasa más adelante a manifestar por este medio su gloria...por esto no debe nadie tener por increíbles las cosas que acerca desto se dijeran, pues así la causa eficiente (que es Dios) como la final (que es la manifestación de su gloria) hacen todas estas cosas tanto más creíbles, cuanto más admirables y mayor testimonio nos dan de la gloria del Criador» (Símbolo I, XI, 256-257).
Así pues, los animales han sido provistos por Dios de todo aquello que les permite ser ellos mismos o ser conforme su propia esencia. Este conjunto de instrumentos, relativos a la conducta animal y a su adaptación a su entorno, los clasifica Fray Luis en cuatro grupos, que serán las cuatro lineas argumentales en que se desarrollará lo que hemos venido a llamar su ecología teológica: para mantenerse, para defenderse, para curar sus dolencias y para criar a sus hijos. Los pocos elementos de morfología de que Fray Luis va a ocuparse también derivan por extensión, de este esquema.
Así lo afirma Fray Luis cuando escribe: « Comenzando a tratar de las comunes propiedades de los animales, la primera cosa que nos conviene advertir en esta materia, es la perfección y hermosura de la divina providencia, la cual, ya que por su infinita bondad se determinó de criarlos para el servicio del hombre, por el mismo caso también se determinó de proveerles de todo aquello que fuese necesario para conservarse en este ser que les dio, que es para mantenerse, para defenderse, para curarse en sus dolencias, y para criar a sus hijos, sin que para cada cosa destas le faltase punto»{8}.
Estos criterios se ponen en manifiesto repetidas veces, al ocuparse de ejemplos concretos, como es el caso del topo: «Así mismo a todos los animales proveyó de ojos con que viesen el mantenimiento, para que lo procurasen, los cuales no dio al topo, porque como se mantiene de la tierra, siempre tiene el manjar en la boca» (Símbolo I, XII, 1, 264). Aristóteles se refiere al tema de los ojos del topo{9}, afirmando al igual que Fray Luis la inexistencia de ojos en este animal, pero admitiendo que, no visibles externamente, existen en el topo una suerte de ojos no desarrollados y recubiertos por la piel.
No da el estagirita ninguna explicación causal del fenómeno, pero a partir de su explicación podemos imaginar que, o bien los ojos del topo se han atrofiado, o bien existen en forma vestiginal y no han llegado a desarrollarse. Por otra parte no hay ninguna alusión a que el topo se alimente de tierra, como comenta Fray Luis. Si seguimos nuestro texto veremos que más adelante dice: «Y no menos ha lugar esto en las plantas que en los animales, porque las cañas del trigo y de la cebada, como está dicho, tienen sus ñudos o trechos, que son como las de la tapieria para poder sostener la carga de la espiga, de los cuales ñudos carece la avena, porque no tiene carga. Esto, con otras cosas semejantes nos declara como no quiso el Criador que en todas sus obras hubiese cosa ociosa o superflua, y que por aquí se entendiese como menos se nos declara su providencia en lo que quita que en lo que da»{10}.
Fray Luis quiere convencernos de que la naturaleza es una obra perfecta, pues deriva de la perfección divina a través de su providencia. Empieza su razonamiento relacionando el sentido de la vista con la necesidad de alimentarse. De aquí nos dice que el topo no tiene ojos, pues se alimenta de tierra, y por su vida subterránea está siempre en contacto con esta tierra, y por tanto no necesita verla. Ahora bien en el modelo de Fray Luis resulta impensable que el topo pueda tener ojos atrofiados, pues significaría que la Creación es perfectible, y lo que sería aún peor, que en el momento en que Dios creó al topo no habría previsto que por su vida subterránea este animal no precisaba ojos.
Al comparar la cuestión de los ojos del topo con la de los tallos de los cereales Fray Luis nos quiere llevar a través de una especie de proceso inductivo a una idea muy concreta: en la obra de la Creación no hay nada superfluo ni ocioso, pero hay todo lo necesario. Es perfecta porque emana de un ser perfecto que es Dios. El concepto de superfluo es, sin embargo, notablemente flexible en Fray Luis. En ocasiones señala la presencia de elementos cuya única finalidad es estética, y que en cierto modo se podrían considerar superfluos{11}.
La idea de ostensividad señalada por Laín{12}, o la de relucencia por Zubiri{13} cierra fácilmente esta aparente contradicción: hay elementos naturales que pueden parecer superfluos, pero que tienen una finalidad muy concreta: maravillar al observador humano, y a partir de esta maravilla moverlo hacia la piedad. Son por tanto superfluos únicamente si los consideramos desde el punto de vista del ser natural que los posee, pero no lo son si lo hacemos desde el punto de vista de la Creación en su conjunto, y de la finalidad ultima del ser humano, culminación de esta Creación: alcanzar la salvación eterna.
La conducta animal como ejemplo de moralidad
Hemos visto, pues, que dentro de la Historia Natural Fray Luis focaliza su interés en los animales, a los cuales dedica muchísimo más espacio de su obra que a las plantas; y de lo que ahora llamaríamos biología animal hay un aspecto que merece mucho más su atención que otros: el comportamiento. Parte de la premisa de que la conducta del animal, falto de razón, esta inspirada directamente por Dios.
Con esta casi sacralización de la conducta de los animales no debe extrañarnos que a lo largo de la obra se utilice esta numerosas veces como ejemplificación no sólo de moral individual, sino también de organización de la sociedad humana. Aquí encontramos los aspectos de la obra de Fray Luis que menos se ciñen a la temática estricta de la Filosofía Natural. Veremos que en ocasiones se aparta deliberadamente de sus propias fuentes librescas{14}, que en otras ocasiones sigue fervorosamente, o interpreta de forma muy sesgada sus propias observaciones para llegar a la ejemplificación moral.
Así, por ejemplo, nos dice que los gallos, «como buenos casados», se quitan de sí el manjar para compartirlo con sus esposas las gallinas, pero que los capones, que guardan continencia, no tienen que compartir con nadie el alimento y por esta razón, mientras el gallo anda flaco, el capón está «gordo y bien tratado». Aprovecha esta comparación para hacer una defensa del celibato eclesiástico, pues dice «...enseñándonos con esto la diferencia que el Apóstol pone entre los casados y los continentes. Porque los buenos casados parten los trabajos y el tiempo entre Dios y el cuidado de sus mujeres, más los buenos continentes, libres destas cargas y obligaciones, del todo se entregan a Dios, y por eso están más aprovechados y medrados en la vida espiritual» (Símbolo I, XIV, 276).
Más adelante nos dirá que a través de las cigüeñas «nos representó el Criador una perfectísima imagen de piedad de padres para con sus hijos y de hijos para con sus padres» (Símbolo I, XIV, 3, 289). Nos dice también que «...para aquellos que anhelan a la perfección de la vida cristiana, la cual vi representada tan al propio con un lebrel, que no había más que saber ni que desear» (Símbolo I, XIV, 4, 294). En ocasiones la conducta animal es un contraejemplo de moralidad, pero incluso en estos casos Fray Luis presenta la cuestión de manera que encaja en sus esquemas: «...como no hay regla sin excepción, del avestruz dice el mismo Criador, hablando con el santo Job{15} que carece deste amor. Este ejemplo alegó el Criador para declarar más el cuidado de su providencia, porque cuando falta el amor y diligencia desta ave, él la toma a su cargo, y sin el beneficio y calor de la madre saca a la luz los hijos que ella desamparó» (Símbolo I, XVIII, 323).
Aparte de ejemplos concretos hay un pasaje donde declara abiertamente que la conducta animal es un ejemplo de moralidad, pues escribe que «...el Criador no sólo formó los animales para servicio de nuestro cuerpo, sino también para maestros y ejemplo de nuestra vida, como es la castidad de la tórtola, la simplicidad de la paloma, la piedad de los hijos de la cigüeña para con sus padres viejos, y otras cosas tales» (Símbolo I, XIV, 4, 294-295).
Pero la conducta animal no solamente sirve de ejemplo para la conducta moral del ser humano en el plano individual. También puede servir de ejemplo para la organización social. Fray Luis, a través de su exposición de la vida de los insectos sociales (hormigas y abejas) nos expone sus propias ideas de cómo debe ser el orden social cristiano.
De las hormigas destaca su organización social y jerarquía: «Cuando van a las parvas a hurtar el trigo, las mayores, como capitanes, suben a lo alto, y tronchan las espigas, y héchanlas donde están las menores, las cuales, sin más pala ni trilla que sus boquillas, las mondan y desnudan....y....llevan a su granero» (Símbolo I, XVIII, 1, 340). También nos dice que «...cuando andan acarreando sus vituallas de diversos lugares sin saber unas de otras, tienen ciertos días que ellas reconocen, en que vienen a juntarse como en una feria para reconocerse y tenerse todas por miembros de una misma república, sin admitir a otras» (Símbolo I, XVIII, 1, 341).
Pero donde Fray Luis tendrá amplia oportunidad de exponer sus ideas sobre la república cristiana va a ser al ocuparse de la organización social de las abejas. Los conocimientos reales sobre estos insectos pasan aquí a segundo plano. Así nos dice que una colmena es «..una república muy bien ordenada, donde hay rey, y nobles y oficiales que se ocupan en sus oficios, y gente vulgar y plebeya que sirve a éstos, y donde también hay armas para pelear, y castigo y penas para quien no hace lo que debe» (Símbolo I, XX, 355).
Compara la sociedad de las abejas primero con una familia, y después con una congregación religiosa: «Verá otrosí en ellas la imagen de una familia muy bien regida, donde nadie está ocioso, y cada uno es tratado según su merecimiento. Verá también aquí la imagen de una congregación de religiosos de grande observancia» (Símbolo I, XX, 355). Parece que este segundo símil le gusta más y profundiza en la descripción de una especie de socialismo monacal que aplica a la vida de las abejas: «Viven en común, sin proprio, porque todas las cosas entre ellas son comunes. También tienen sus oficios repartidos en que se ocupan. Tienen sus castigos y penitencias para los culpados. Comen todas juntas a una misma hora, hacen su señal a boca de noche al silencio, el cual guardan estrechamente sin oírse el zumbido de ninguna de ellas...» (Símbolo I, XX, 355), y en general sigue la descripción según el modelo de organización de un monasterio.
Los datos obtenidos sobre las abejas son en su práctica totalidad de origen libresco, aunque en este caso Fray Luis se inspira particularmente en su propio modelo de organización social. Cita expresamente a Plinio y a Eliano{16}. Es curioso que no se cite a Aristóteles, cuyos conocimientos de las abejas eran mucho más exactos. Así por ejemplo este autor nos habla de la reina de las abejas{17}, de la que dice que «algunos llaman madre, porque creen que da vida a las otras abejas»{18}. En cambio Fray Luis habla de un rey{19}: «..las abejas tienen su perlado o presidente, a quien obedecen y siguen...las abejas tienen su rey, a quien obedecen y siguen por doquiera que va. Y como los reyes entre los hombres tienen sus insignias reales, que son corona y cetro, y otras cosas tales con que se diferencian de sus vasallos, así el Criador diferenció este rey de los suyos, dándole mayor, y más hermoso y resplandeciente cuerpo. De modo que lo que allí inventó el arte, aquí proveyó la misma naturaleza» (Símbolo I, XX, 357).
Teniendo en cuenta que Fray Luis es buen conocedor de Aristóteles, cuya Historia de los Animales utiliza muchas veces como fuente de información, es muy sintomático que en la cuestión de las abejas se base especialmente en Plinio y Eliano. Tal como ya hemos dicho pensamos que esta exposición no es más que un pretexto para hacer públicas sus propias ideas de como debe ser la organización social humana, según los principios de la República Cristiana. En esta línea utiliza las fuentes que mejor cuadran a sus propósitos, y, a diferencia de otros temas, no relata ninguna observación propia.
Prosiguiendo con el tema del rey nos dice: «Nacen de cada enjambre comúnmente tres o cuatro reyes (porque no haya falta de rey si alguno peligrase) más ellas entienden que no les conviene más que un solo rey, y por eso matan los otros, aunque con mucho sentimiento suyo. Mas vence la necesidad y el amor de la paz al justo dolor, porque esto entienden que les conviene para excusar guerras y divisiones» (Símbolo I, XX, 358).
Este párrafo podría interpretarse como una justificación a la Razón de Estado, pero en realidad se trata de justificar a la propia Creación y providencia divinas, inapelables por naturaleza. Para ello recurre a Aristóteles: «Aristóteles, al final de su Metafísica, presuponiendo que la muchedumbre de los principados es mala, concluye que no hay en toda esta gran república del mundo, más que un solo príncipe, que es un solo Dios» (Símbolo I, XX, 358). No deja de ser un alegato a favor del origen divino del poder y del derecho al dominio del mundo por un emperador cristiano{20}.
Concluye diciendo: «Mas las abejas, sin haber aprendido esto de Aristóteles, entienden el daño que se sigue de tener muchos príncipes, y por eso, escogiendo uno, matan los otros, aunque no sin sentimiento y dolor» (Símbolo I, XX, 358). En este párrafo hay dos ideas interesantes a destacar. Por una parte vuelve a aparecer la idea de la sabiduría innata de los animales, incluso a lo que se refiere a cuestiones políticas: las abejas saben que es malo tener dos reyes, sin haberlo aprendido de Aristóteles. Por otra parte, les atribuye sentimientos, al decir que al matar a los otros reyes lo hacen no sin sentimiento y dolor.
Todavía refiriéndose al rey nos dice: «A todo esto preside el rey, y anda por sus estancias, mirando los oficios y trabajos de sus vasallos, y exhortándolos al trabajo con su vista y real presencia, sin poner él las manos en la obra. Porqué no nació él para servir, sino para ser servido como rey» (Símbolo I, XX, 360). Se refiere también a la lealtad de las abejas con su rey, escribiendo: «Cuando se han de mudar para otro lugar, no han de dar un paso sin su rey. Todas le toman en medio para que no sea fácilmente visto, y todas procuran acercarse más a él, y mostrársele más serviciales. Y si es ya viejo, que no puede así volar, tómanlo sobre sus hombros y así lo llevan...las abejas son tan amigas de su rey, y tan leales que, si él muere, todas lo cercan y acompañan, y no quieren comer ni beber, y finalmente, si no se le quitan delante, allí se dejarán morir con él: tanta es la fe y lealtad que tienen con su rey» (Símbolo I, XX, 363). De esta manera, la dignidad y bondad del príncipe tiene su correlato en la lealtad que le profesan sus súbditos.
Refiriéndose al aguijón nos dice: «No dejó el Criador a este animalillo desarmado, antes, según la cuantidad de su cuerpo, no hay armas más fuertes que las suyas, que es aquel aguijón con que pican y hieren a los que vienen a hurtar» (Símbolo I, XX, 363-364). Del rey, sin embargo, dice que «No se ha sabido hasta agora si tiene aguijón o no, mas lo que se sabe es que, si lo tiene, no usa dél, por ser cosa indigna de la majestad real ejecutar por su persona oficio de verdugo» (Símbolo I, XX, 363).
Hay también una cuidadosa descripción de oficios o funciones de las abejas en el seno de la comunidad. «..el trabajo y el repartimiento de los oficios para el trabajo en la forma siguiente: las más ancianas, y que son ya como jubiladas y exentas de trabajo, sirven para acompañar al rey, para que esté con ellas más autorizado y honrado. Las que en edad se siguen después déstas como más discretas y experimentadas que las nuevas, entienden en hacer la miel. Las otras, más nuevas y recias salen a la campaña a buscar los materiales de que se ha de hacer, así la miel como la cera»{21}.
Siguiendo con la asignación de funciones nos dice: «Otras entienden de dos en dos, o tres en tres, en recebir a estas y descargarlas cuando vienen. Otras llevan estos materiales a las que hacen la miel, poniéndolos al pie de la obra...» (Símbolo I, XX, 359) En total describe diez funciones distintas, atribuyendo solamente una a los zánganos: «Y deste oficio de acarrear agua y de traer mantenimiento sirven principalmente los zánganos» (Símbolo I, XX, 360). Este grupo lo asimila a los criados: «Ni se olvidan de hacer también casas para sus criados, que son los zánganos..» (Símbolo I, XX, 359).
Los zánganos tienen sin embargo mala fama, tal como se desprende del siguiente pasaje: «...cuando las abejas salen al campo, ellos se quedan escondidos en casa (porque cuanto son más cobardes y más desarmados tanto usan de más ruinidades y mañas), y entonces se entregan a su placer en los panales. Y volviendo las abejas y viendo el estrago hecho en su casa, ya no usan con ellos de clemencia, sino dan en ellos con coraje y braveza, y mátanlos» (Símbolo I, XX, 362). Se atribuye a los zánganos la condición de desarmados por su carencia de aguijón.
Fray Luis describe una sociedad jerarquizada, limitadamente permeable. Una abeja, a lo largo de su vida, asume distintas funciones de dignidad creciente, siendo la edad el mérito principal. Hay, sin embargo, castas determinadas rígidamente por el nacimiento: la figura del rey, por un lado, y los zánganos, por otro, que pertenecen a una casta inferior y solamente pueden aspirar a funciones subalternas. Todo ello en su conjunto refleja determinadas ideas sociales en torno a lo que debe ser la República Cristiana. Monarquía de derecho divino, con un rey benevolente y preocupado por la felicidad de sus súbditos; rígido colectivismo; castas a las que se pertenece por nacimiento, pero dentro de las capas medias una cierta permeabilidad social basada en el mérito individual. Una especie de socialismo monacal, basado en las reglas monásticas, sirve de contrapunto y talón de fondo.
II. Conocimientos de Historia natural
El proyecto catequético de Fray Luis se vertebra a través de conocimientos concretos de historia natural, relativos a las plantas y animales. De estos conocimientos una buena parte son de origen libresco, pero hay también observaciones propias, algunas de las cuales tienen notable interés, y también informaciones sobre plantas y animales transmitidas por tradición oral. Vamos a ocuparnos ahora de estos conocimientos concretos y de sus fuentes, independientemente de su utilización al servicio de un proyecto catequético.
Fuentes y metodología
Aunque buena parte del material que expone Fray Luis relativo a la Historia Natural es de procedencia libresca, cómo es normal a lo largo de toda la obra, en el tema que nos ocupa aparecen interesantes novedades: nos encontramos con observaciones propias, absolutamente desconectadas con la información libresca.
Con respecto a estas fuentes librescas su origen es muy variado: se mencionan a veintidós autores, aunque el análisis detallado del texto revela que en muchas ocasiones se parafrasea a un autor sin citarlo. Así nos encontramos que a San Ambrosio lo cita trece veces, a Plinio doce, a Eliano once, a Aristóteles siete, a Cicerón, San Basilio y Salomón seis veces, a Job cuatro veces, a Galeno y a Epicuro tres veces{22}, a San Gregorio, Solino, San Pablo y San Jerónimo dos veces, y a Averroes, San Alberto Magno, Francisco Patricio de Sena, Quintiliano, Hugo de San Víctor, Teodoreto y David sólo una vez.
Sin embargo el simple cómputo de citas no es, ni mucho menos, una estima absoluta de la influencia. Pensamos que los autores realmente importantes como fuente son San Basilio y San Ambrosio por un lado, Cicerón, Plinio y Eliano por otro, y finalmente Aristóteles como telón de fondo.
San Basilio y San Ambrosio proporcionan un modelo de literatura hexameral{23}, es decir, aquella que describe la naturaleza siguiendo el orden del relato bíblico de la Creación, que es muy caro a Fray Luis, aunque él mismo no lo siga en sus obras. De ellos extrae abundantes ejemplos concretos, pero sobretodo extrae el modelo de acercar el lector a la piedad a través de la observación de la naturaleza.
Plinio y Eliano son autores de sendas obras enciclopédicas{24} sobre la naturaleza, sin demasiado rigor crítico, y con un a trasfondo ideológico de filosofía estoica. Proporcionarán a Fray Luis gran número de materiales relativos a ejemplos concretos, pero también una imagen del universo en orden por la providencia de los dioses, y la necesidad de conocer este orden para acercarnos a la piedad. Elementos parecidos proceden de Cicerón{25}. Finalmente las ideas biológicas de Aristóteles{26}, por lo menos en algunos de sus aspectos, van a constituir el telón de fondo genérico a la Historia Natural que expone Fray Luis.
Pero lo realmente novedoso de la Historia Natural de Fray Luis lo constituyen las observaciones propias, que se describen en diversos pasajes. Nuestro fraile demuestra no solamente ser un buen observador de la naturaleza, sino también ser capaz de comparar observaciones y de relacionarlas con un paradigma teórico general.
Así por ejemplo, al ocuparse de las hojas de las plantas, describe con gran cuidado las nerviaciones, y las compara con el sistema circulatorio humano: «Tienen también las hojas, a la manera del cuerpo humano, sus venas, por donde este jugo corre y se reparte, de tal manera trazadas, que en medio está la vena mayor, que divide la hoja en dos parte iguales, y de esta se enraman todas las venas, adelgazándose más y más hasta quedar como cabellos, por los cuales se comunica el alimento a toda la hoja, lo cual noté yo en unas hojas de peral, de las cuales se mantienen unos gusanillos que comían de lo más delicado de la sobrehaz de la hoja, y así quedaba clara aquella maravillosa red y tejedura de venas que allí se descubrían» (Símbolo I, X, 2, 244-245).
Queda claro que el proceso se inicia con una observación propia, de la cual nos cita además el material biológico: hojas de peral y unos «gusanillos» que se alimentaban de ellas. La observación se enmarca en el paradigma teórico de la fisiología galénica{27}: así llama venas a los conductos de las hojas, y presupone que el jugo que circula por ellas es alimento para los tejidos de la planta, de la misma manera que la sangre que circula por las venas aporta alimento y substancia a los tejidos humanos{28}.
Mención especial merece la descripción de las habilidades del gato para obtener alimento, verdadero clásico en la descripción de la conducta animal y que responde sin duda a observaciones propias: «Pues las astucias y acechanzas que el gato tiene para cazar y para hurtar, cada día las vemos. Bien sabe él a veces quitar la cobertera de la olla que está recién puesta al fuego, y sacar la carne, y huir con ella. Mas yo soy testigo de otra astucia que aquí diré. Andaba por cima del lomo de una pared en pos de una lagartija, la cual, huyendo dél, se metió debajo de una teja que acaso estaba allí boca abajo. ¿Que hizo entonces él? Hizo esta cuenta: si meto por aquí la mano, háme de huir por la otra boca de la teja. Pues yo acudiré a eso. Mas ¿de qué manera?. Puso la una mano en la boca de la teja más estrecha, y por la más ancha metió la otra, y de esta manera, como por entrepuertas, alcanzó la caza que buscaba. Pues ¿que más hiciera si tuviera razón?» (Símbolo I, XIV, 2, 283-284).
En este caso, como en otros relativos a la conducta animal, las observaciones se integran en su propio paradigma explicativo del comportamiento: los animales, faltos de razón, obedecen a su instinto, que les proporciona una adaptación perfecta a su entorno, pues está directamente inspirado por Dios.
Volvemos a encontrarnos con una observación propia al tratar de las hormigas. «Tenía yo en la celda una ollica verde con un poco de azúcar rosado, la cual, por temor dellas, de que allí era muy molestado, tapé con un papel recio y doblado para más firmeza, y atelo muy bien al derredor, de modo que no hallasen ellas entradero alguno, el cual saben ellas muy bien buscar, por muy pequeño que sea. Acudieron de ahí a ciertos días ellas al olor de lo dulce, Porque su oler es tan penetrativo, que aunque la cosa dulce esté bien tapada, la huelen. Venidas, pues, ellas al olor de lo dulce, y como buscadas todas las vía, no hallasen entrada, ¿qué hicieron?. Determinan de dar un asalto y romper el muro, para entrar dentro. Y para esto, unas por un lado de la ollica, y otras por la banda contraria, hicieron con sus boquillas dos portillos en el papel doblado, que yo tenía por muro seguro, y cuando acudí a la conserva (pareciéndome que la tenía a buen recaudo) hallé los portillos abiertos en él, y desatándolo, veo dentro un tan grande enjambre dellas que no sirvió después la conserva más que para ellas» (Símbolo I, XVIII, 1, 341-342).
Otro ejemplo de observación propia nos lo ofrece Fray Luis al ocuparse de otros animalillos más pequeños que las hormigas: «...en las hojas de algunas hierbas vemos andar algunos gusarapillos, dellos verdes, dellos blancos, de los cuales hay algunos tan pequeños que con dificultad se ven, los cuales divisamos más por el movimiento con que se mueven que por la cuantidad de sus cuerpos, y también porque hay otros algo mayores de su misma especie, y por los miembros que estos mayores tienen, reconocemos las que tienen los menores, porque primeramente tienen seis patas, cada tres por banda» (Símbolo I, XVIII, 2, 345).
Es indudable que se trata de observaciones propias, pues ni siquiera sabe a que tipo de animales se refiere. Es probable que se trate de larvas de insectos, tanto por el hecho de tener seis patas, como por la gran diferencia de tamaño, que corresponde a los estadios iniciales y finales del ciclo.
Especies y géneros
En la Historia Natural que expone Fray Luis en la primera parte del Símbolo no hay nada que nos recuerde a una sistemática, ni a ningún tipo de clasificación de plantas y animales. Al ocuparse de las plantas, y más concretamente de los árboles, hay una alusión a géneros y a especies, en un estilo claramente aristotélico, asignando como género los nombres comunes de árboles (peral, manzano, higuera), y situando por debajo a las variedades que corresponderían a las especies (Símbolo I, X, 2, 242-243).
En otra ocasión, al hablar de mieses y legumbres, nos ofrece un rudimento de clasificación dicótoma, con criterios de tipo artificial. Dice de las legumbres que son criadas para ayuda de nuestro mantenimiento, y las divide en las que se guardan secas para todo el año y las que luego nos servimos cuando han crecido. Estas últimas las subdivide entre las que se crían debajo de la tierra y las que lo hacen encima della. Entre estas últimas tenemos las que crían por debajo de sí pepitas, que después sirven de semilla para volver a nacer{29}.
No hay nunca referencias a grandes grupos zoológicos, ni hay nada que se parezca a una nomenclatura sistemática. No tiene empacho en llamar gusanos ave a los imagos de la oruga de la seda cuando emergen del capullo, únicamente porque tienen alas (Símbolo I, XIX, 369). Encontramos una alusión a los animales perfectos (Símbolo I, XI, 254), pero no especifica si entiende por tal nombre a los vertebrados, o a los animales con sangre aristotélicos.
A pesar de todo lo dicho, Fray Luis sí tiene un concepto de especie; y no solamente lo tiene, sino que resulta imprescindible para entender su Historia Natural. Como ocurre en otros aspectos de su pensamiento, este concepto de especie se manifiesta en el plano biológico, pero tiene además un poderoso armazón teológico. Al referirse a las habilidades de los animales para la crianza de sus hijos nos dice: «...las habilidades susodichas principalmente sirven para la conservación de los individuos, mas lo que toca a la criación de los hijos pertenece a la conservación de la especie que los comprende, que es mayor bien, pues precede el bien común al particular, y la divina providencia más resplandece en el gobierno de las cosas mayores que las menores»{30}.
Se desprende de lo dicho que la especie es una ligazón genética, en el sentido de que cualquier animal, al reproducirse, da lugar a otros individuos de su misma especie. Además, al hablar de la conservación de la especie, parece admitir la posibilidad teórica de la extinción de la misma, posibilidad, pero, que no llega a producirse, pues la providencia divina cuida de la especie e impide que esto ocurra.
Pero la idea de especie en Fray Luis trasciende el plano puramente genético. La especie es el ser del animal; constituye su naturaleza, que la debe al Creador, y para poder vivir conforme a esta naturaleza tiene un conjunto de propiedades biológicas acomodadas a la misma. Así nos dice: «Tienen...los animales sus propiedades acomodadas a sus naturalezas, con las cuales se diferencian los unos de los otros» (Símbolo I, XII, 3, 267). Y también. «...se determinó (el Creador) de proveerles de todo aquello que fuese necesario para conservarse en ese ser que les dió.»{31}.
Esta idea de especie de Fray Luis, como ser o naturaleza del animal, nos remite al eidos aristotélico, como forma y como esencia que marca su diferencia específica (diafora) frente a otras especies de animales{32}. En torno a esta idea de especie como naturaleza girarán tanto su idea de comportamiento animal, su morfología, así como lo que llama las cuatro funciones básicas para el mantenimiento: alimentación, defensa, curación de enfermedades y crianza de los hijos, conjunto que hemos bautizado con el nombre de ecología teológica.
A lo largo de la obra Fray Luis citará 92 especies de animales, de las cuales 72 corresponden a vertebrados y 20 a invertebrados. Hay solamente tres alusiones a animales imaginarios: el unicornio, el dragón y el ave fénix.
Morfología
A lo largo de los capítulos dedicados a la Historia Natural encontramos distintas referencias a la morfología, tanto de los animales como de las plantas. En la morfología de Fray Luis, aunque no se expongan de manera sistemática, encontramos dos ideas axiales: por una parte el conjunto de elementos que proceden de sus conocimientos de anatomía humana, y que giran en torno al término fábrica, que significa composición o estructura, pero a la vez con un cierto matiz dinámico, literalmente la manera como algo ha sido fabricado o creado. Así nos describe la fábrica de cualquier árbol, donde «resplandece la sabiduría divina» (Símbolo I, X, 2, 243). El desarrollo de la planta a partir de la semilla lo compara Fray Luis a la construcción de un edificio{33}. La semilla produce las raíces, que son como «los cimientos sobre los que se ha de sostener el edificio». Después saldrá el tallo, y, finalmente, la copa del árbol, «con sus raíces extendidas a todas partes» (Símbolo I, X, 2, 243-244).
Por otra parte tenemos otro elemento, dominante en su morfología, que deriva de su propio concepto de especie. La especie, tal como hemos visto, se refiere al ser o naturaleza del animal, que viene fijada por el Creador. El animal recibe de la providencia divina todo aquello que necesita para ser fiel a su propia naturaleza, para ser él mismo, y ello incluye a los elementos de tipo morfológico. Así nos dice: «Y comenzando por lo más general, para esto precisamente les dio ojos para ver el mantenimiento, y virtud para moverse a buscarlo, con los instrumentos della, que son pies, o alas, o cosa semejante, como las alillas que tienen los peces. Y todos ellos tienen los cuerpos inclinados a lo bajo, para tener más cerca el mantenimiento» (Símbolo I, XII, 260).
Hay pues una adecuación de la morfología de cada especie respecto a su modo de vida y alimentación. Vuelve más adelante a decirnos que: «Para esta conservación sirve también la fábrica{34} y proporción de los miembros que le fueron dados, como lo vemos en las grullas y en las cigüeñas, las cuales, porque tienen las piernas largas, proveyoles el Criador de cuello alto, para que fácilmente alcanzasen el manjar en tierra» (Símbolo I, XII, 2, 266).
Esta intuición del principio de la correlación de las partes, y, más concretamente, la adecuación entre alimentación y formas anatómicas, vuelve a aparecer cuando escribe: «... entre los animales unos buscan manjar en la tierra, otros en el agua y otros en el aire, y destos unos se mantienen de sangre, y otros de yerba, y otros de grano, y otros de cosas sin cuento. Pues a todos ellos formó el Criador con tales cuerpos y miembros que les sirviesen para buscar su manjar. Porque al león, y al tigre, y a otros semejantes crió con dientes y uñas muy fuertes, y con ligereza para seguir la caza, y con ánimo esforzado y generoso para no temer los peligros...Resplandece también el artificio de la divina providencia en las habilidades e instrumentos que dio a las aves de rapiña para cazar y buscar con esto su mantenimiento. En las cuales es muy artificioso el pico, y muy diferente del de las otras aves mansas. Porque la parte superior dél es aguda y corva para hincar en la carne y sacar los pedazos della, y la parte inferior es como una navaja, y viene a encontrarse y encajarse en la parte más alta, y así corta y troncha lo que el pico de la parte superior levanta» (Símbolo I, XIV, 2, 286-287).
Vuelve sobre este tema al escribir: «A las aves que se mantienen de grano o de yerba, como a las gallinas y otras tales, dioles los picos agudos, que les sirven no sólo de comer con ellos, sino también de armas cuando pelean unas con otras, y los pies con dedos y uñas para escarbar con ellos y desenterrar el grano debajo de la tierra. Mas por el contrario, a los que buscan su manjar en el agua, como los cisnes, ánades y patos, dioles los pies extendidos como una pala de remo, con que maravillosamente reman y nadan, estribándose con las plantas en al agua, y pasando con el cuerpo delante...Formó también el pico de otra manera, no agudo, sino llano como una pala, y con unos dentezuelos como de sierra, para que los peces, que son lisos y deleznables, se entretuviesen y prendiesen en ellos» (Símbolo I, XIV, 3, 290).
No hay solamente relación pico-alimentación-forma de las patas, sino también entre éstas y el cuello: «A las aves que tienen las piernas grandes, diórenseles también los cuellos grandes, a par que fácilmente alcanzasen el manjar de la tierra» (Símbolo I, XIV, 3, 290). Pero esta relación no de da únicamente en las aves, sino que «..lo mismo se hizo con los animales que son altos de agujas, como son los camellos, a los cuales se dio el pescuezo grande, para que pudiesen fácilmente buscar su pasto en tierra» (Símbolo I, XIV, 3, 290).
En ocasiones su apreciaciones morfológicas se extienden también a la anatomía interna de los animales, como cuando se refiere al sistema digestivo de los rumiantes, a los que llama «los otros que rumian, como son bueyes, y cabras, y camellos, y otros tales». Lo describe diciendo que «...demás el buche, donde el pasto se digiere, que corresponde a nuestro estómago, tienen otro seno donde se recibe el pasto de primera instancia, antes que vaya al estómago donde se ha de digerir» (Símbolo I, XIV, 275-276).
Así pues, su descripción del estómago de los rumiantes se refiere a dos cavidades: el estómago propiamente dicho, donde va a tener lugar la digestión, y un seno donde se almacena el pasto. Contrasta con la descripción de Aristóteles{35}, mucho más completa, donde se describen cuatro partes en el estómago de los rumiantes. En Eliano no hay ninguna referencia a esta cuestión.
Etología teológica
La idea de especie como ser o eidos del animal no se proyecta solamente en la morfología, sino que lo hace también en todos los aspectos de la vida, especialmente en el comportamiento. Tal como hemos visto los animales han sido provistos por Dios de todo aquello que les permite «ser ellos mismos» o ser «conforme su propia esencia». Esto se concreta en una serie de características conductuales y de relación con su entorno a las que nosotros hemos llamado etología teológica, pues atañen a cuestiones que hoy día llamaríamos de comportamiento, pero que se fundamentan en un concepto de la naturaleza de los seres vivos que hunde sus raíces en la teología. Este conjunto de cuestiones las clasifica Fray Luis en cuatro grupos: habilidades de los animales para mantenerse, para defenderse, para curarse sus dolencias y para criar a sus hijos (Símbolo I, XII, 259).
El conjunto de características y habilidades que da el Creador a cada especie forman un conjunto equilibrado. Así escribe Fray Luis: «...de tal manera el Criador fabricó los cuerpos, que en ellos tengan instrumentos (los animales) con que se puedan defender de la violencia de los poderosos, porque no los consumiesen y acabasen. Y así a uno dio ligereza de pies, a otros de alas, a otros armas defensivas (como son las conchas, y las que tienen los peces armados, como es la langosta y el lobagante) y otras ofensivas para contrastar a su enemigo, y otras astucias para esconderse en sus madrigueras y guarecerse en ellas, a otros vivir en manadas, para ayudarse de la compañía de muchos contra la fuerza de unos pocos» (Símbolo I, XII, 260-261).
Los cazadores están dotados de todo lo necesario para alimentarse, pero las presas también tienen todo lo necesario para poder defenderse de sus enemigos y escapar de ellos. Es una visión estática del equilibrio natural, controlado directamente por la providencia divina, donde es impensable que una especie llegue a extinguirse.
Notas
{1} Ps, CXLV, 8 (Cfr. J. M. Balcells, p. 236, nota 10)
{2} La linea equinoccial se refiera al ecuador, descrito por José de Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias, Madrid, BAE, LXXIII, pag. 30 (Cfr. J. M. Balcells, p. 236, nota 11)
{3} Gen. XXVII, 27, (Cfr. J. M. Balcells, p. 233, nota 4)
{4} Ps, XLIX, 11, (Cfr. J. M. Balcells, p. 234, nota 5)
{5} No hay una clasificación sistemática, únicamente alusiones a géneros y especies. Si hay sin embargo un concepto de especie..
{6} Ideas parecidas podemos encontrar en autores estoicos, como Claudio Eliano, a quien Fray Luis cita repetidas veces. En contraste no se encuentran en autores cristianos que se ocupan de los animales, como es el caso de Hildegarda de Bingen.
{7} Summa Theol. , I, 2, qu. 1, art. III, (Cfr. J. M. Balcells, p. 256, nota 6)
{8} Símbolo, I, XII, p. 259 (La cursiva es nuestra).
{9} Hist. Animal. I, 9 y IV, 8.
{10} Símbolo, I, XII, 1, p. 264. Ideas parecidas sobre el trigo y la avena se encuentran en Símbolo, I, X, pp. 234-235.
{11} Como es el caso de las flores. Ver Símbolo, I, X, p. 234
{12} Lain Entralgo, P.(1988): La Antropología en la obra de Fray Luis de Granada. CSIC, Madrid, p. 67 (1ª Edición 1946).
{13} Ibídem, p. 26.
{14} Como por ejemplo al ocuparse de las abejas. No es más que una excusa para exponer sus ideas sobre la organización social, ignorando completamente a Aristóteles, quien en su Historia Animalium. V, XXI, hace una descripción muy exacta de la vida de estas insectos.
{15} Job XXXIX, 13-8. Se refiere al amor de los padres hacia los hijos, y al hecho concreto de que el avestruz no construye nido y deja sus huevos en el suelo para que se empollen con el calor del sol. (Cfr. J. M. Balcells, p. 323, nota 3).
{16} Plinio se ocupa de las abejas desde el capítulo V al XX del Libro XI de su Historia Natural. En Eliano encontramos material sobre las abejas en su Historia de los Animales (De Natura Animalium), I, 9-11 y V, 10-3 que son de hecho unas pocas páginas.
{17} Hist. Animal. V, XXI.
{18} Se refiere a Jenofonte, Económico, VII, 32. Cfr. Pallí, J. (1996), edición de Aristóteles, Historia dels Animals. Fundació «Bernat Metge», Barcelona, p. 53, nota 180.
{19} Al igual que Plinio y Eliano.
{20} La idea de un emperador cristiano como «rey del mundo», centro de poder político y religioso recibido directamente de Dios sin intermediario del papado, de claras resonancias gibelinas y de inspiración erasmiana, formó parte importante del proyecto del Emperador Carlos V, y animó su lucha contra la reforma protestante y contra el papado corrupto. En un pensador que milita claramente en la contrarreforma católica, como es Fray Luis, resulta totalmente coherente que esta idea forme parte de sus doctrinas sociales y políticas. Ver M. Bataillon (1950) Erasmo y España. FCE, México. pp. 364- 431
{21} Ibídem, p. 359. Esta idea de que las abejas más jóvenes son las que aprovisionan la colmena si que procede de Aristóteles, Hist. Animal., IX, 40, y fue recogida por Plinio, Hist. Nat., XII, 21. En realidad es al revés, son las abejas más ancianas las que salen a buscar el néctar.
{22} A este último siempre para refutarlo.
{23} En sus obras Hexamerón y Exaem.
{24} Historia Natural y Historia de los Animales (De Natura Animalium) respectivamente.
{25} Especialmente de su obra La Naturaleza de los Dioses (De Natura Deorum).
{26} Especialmente de su Historia de los Animales, pero también de Las Partes de los Animales y de La Generación de los Animales.
{27} La fisiología galénica es fisiología humana, pero es el único punto de referencia teórico de Fray Luis, al carecer de referentes teóricos de la fisiología vegetal.
{28} Es curioso que Fray Luis utilice el símil del cabello para describir los vasos menores. Cuando en el siglo XVII Malpighi describe los capilares les da este nombre a partir de capellum o cabello.
{29} Símbolo, I, X, p. 235. Curiosamente este tipo de clasificación es duramente criticado por Aristóteles en Las Partes de los Animales, I, 2.
{30} Símbolo, I, XVII, p. 322 (La cursiva es nuestra).
{31} Símbolo, I, XII, p. 259 (La cursiva es nuestra).
{32} En contraste con esta idea encontramos en la literatura pardoxográfica sobre animales otra idea de la naturaleza del animal, que se identifica con una característica moral de corte antropomórfico. San Basilio (Hex. IX), al que cita Fray Luis (Símbolo, I, XII, 3, p. 267), nos dice al respecto: «El buey es fuerte y robusto, el caballo muy inclinado a la guerra, el lobo nunca se puede domesticar, la raposa es astuta...». Cada una de estas cualidades o defectos constituye la naturaleza del animal citado. En Santa Hildegarda de Bingen (El Libro de la Sutilidad de las Criaturas Divinas. Física, II, Lib. VII) también encontramos esta reducción de la naturaleza de los animales a una sola propiedad, pero ésta no es de tipo moral, sino que se refiere a las propiedades básicas frío/calor, húmedo/seco. Así nos dice que el león es totalmente cálido, y que el elefante tiene el calor del sol y no el de la carne.
{33} Este símil será utilizado en la anatomía humana, tal como es frecuente en otros autores de la época, como Lobera de Ávila. Ver capítulo dedicado a la Anatomía Humana.
{34} Obsérvese que utiliza otra vez el término fábrica.
{35} Historia de los Animales, II, XVII, 507b.