Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 113 • julio 2011 • página 5
Infructuosamente, el régimen de los Assad en Siria intentó desviar la atención de la masacre contra su propio pueblo, por medio de lanzar palestinos a infiltrarse en la frontera con Israel. Ejemplificó con ello el modo en que los déspotas árabes vienen martirizando por medio siglo a los palestinos en general, usando a los desdichados como carne de cañón para que el mundo no se detenga en la constante represión de esos déspotas, sangrienta hoy en día en Banias, Daraa, y Jisr-al Shughour, y presente en todo momento en el resto de su vastísimo territorio.
En aquella escaramuza (15-5-11) murieron varios palestinos, sobre todo víctimas de las minas colocadas en la zona fronteriza, y parecía que el ardid publicitario de Assad había tenido el efecto deseado. Pero no. El autócrata alauita habrá notado de inmediato que los miles de dólares obsequiados a las familias de los «mártires» como incentivo para que se lancen a penetrar en Israel, habían sido despilfarrados. Y esto no porque el desvío de la atención pública mundial no sea necesario para perpetuarse en el poder, sino porque esa atención pública no intervino nunca antes para defender al pueblo sirio masacrado, y Assad podría haberse limitado a mecanismos gratuitos de autoperpetuación.
Una de las razones de esta patente apatía ante las masacres de árabes por árabes, es la obsesión que se ha instalado, dogmática y militante, que no quita el ojo crítico del Estado judío. Ejemplo cabal de la misma son los organizadores de las flotillas a Gaza y sus acólitos en el mundo entero, quienes para quebrar un bloqueo para dar ayuda humanitaria, saltean dos datos menores: que no hay bloqueo ni hay necesidad de ayuda, a saber:
El bloqueo a Gaza no existe desde que Egipto abrió su frontera (28-5-11). (De paso, nótese que mientras Egipto mantuvo la frontera hermética, los criptodrinos sólo protestaban el cierre del lado israelí).
La crisis humanitaria en Gaza no existe, y los informes de abril por parte del Banco Mundial y de la Cruz Roja, muestran que la educación y sanidad allí están por encima de las del promedio en la región. (De paso, nótese que los más ofendidos por las flotillas deberían ser los africanos, cuando reparen en que para los promotores de las flotillas no hay problema humanitario mayor que el «de Gaza»).
La obsesión de la que hablamos enceguece, y acaba de expresarse durante la reciente visita de una delegación parlamentaria israelí al Senado francés (27-6-11), cuando la senadora socialista Monique Cerisier-ben Guiga los increpó por su «colonialismo» (la senadora es francesa) y por el hecho de que Israel «agravara las condiciones de los presos palestinos».
La mayoría de la gente no sabía a qué se refería la senadora, ya que el agravamiento referido no salió en los medios. Después de todo, si hubiera salido habría revelado de por sí cómo los medios suelen mentir sobre Israel.
En efecto, las «condiciones de los presos palestinos» consisten en que a los prisioneros del Hamás en Israel (es decir aquéllos que fueron juzgados por cometer actos terroristas y hallados culpables de los mismos), no solamente se les permiten las inspecciones de la Cruz Roja y las visitas regulares de sus familiares, sino que cuentan entre sus derechos adicionales, como todo prisionero en Israel, el de cursar carreras académicas.
Ese privilegio les será arrebatado, desde que lo anunciara (23-6-11) el Primer Ministro Benjamín Netanyahu como medida desesperada de Israel, en respuesta a que Guilad Shalit sigue secuestrado por el Hamás desde hace cinco años, atrapado en Gaza, sin visitas de la Cruz Roja ni de nadie; sin la preocupación de las flotillas humanitarias que por allí deambulan, y sin derechos humanos.
El miope arrebato de la Cerisier representa muy bien a los «progres» europeos, que ven una violación de derechos humanos en la eliminación de las posibilidades universitarias de terroristas juzgados, pero no la ven en el caso de un israelí raptado en condiciones infrahumanas sin posibilidad siquiera de dar señales de vida. (De paso, nótese que, para colmo, el israelí secuestrado también tiene ciudadanía francesa, lo que indicaría que a la Cerisier, y a los franceses en general, algunos de sus conciudadanos los tienen sin cuidado).
El sirio Assad calculó bien que la enormidad de la obsesión seguiría manteniéndolo a salvaguarda por un tiempo, y por ello arrojó a palestinos a la muerte. Al hacerlo, decíamos, volvió a poner de relieve lo que siempre ha sido la cuestión palestina: un desvío de la atención, inventado y artificial. En suma: la invención en el siglo XX de una conciencia nacional, con el objetivo de negar a otra.
Un pueblo de replicados
Debido al carácter intrínsecamente artificial y negativo de la conciencia nacional palestina, sus «celebraciones» de este último cuarto de siglo conmemoran en contra de lo ajeno y no a favor de lo propio; son simples impugnaciones de Israel: la Nakba y la Naksa entre ellas.
Lo cierto es que la verdadera Nakba («tragedia») sufrida por los palestinos en 1948 no fue, como difunden sus líderes y los medios en Europa, la creación de Israel, sino el rechazo de Israel. Ese obcecado rechazo los arrastró a una existencia de guerra, miserias y destrucción, en lugar de la vida de democracia, paz y progreso al que los llevaría su convivencia con el Estado judío.
La Nakba coloca a israelíes y palestinos en una posición singular. Israel, es el único pueblo en el mundo del que anualmente se señala su nacimiento como una tragedia, también en la ONU y otros foros internacionales. Año a año, los israelíes debemos soportar que nuestra mismísima existencia como nación sea motivo de un luto inventado.
Los palestinos, por su parte, han sido erigidos como un pueblo de replicados. Tomo el término de la película de ciencia-ficción Blade Runner (basada en una novela de Philip Dick de 1968, y estrenada el año de su muerte). En ella, los replicados son robots que aterrizan desde el espacio exterior en 2019, tres años después de su creación, con forma exactamente humana y una expectativa de vida de apenas cuatro años. Lo fundamental es que en los replicados se han implantado memorias artificiales: «recuerdan» detalles de sus biografías humanas.
Dígase crudamente que en el Oriente Medio se ha parido dolorosamente un pueblo entero de replicados, tres generaciones de árabes adoctrinadas en una memoria artificial: creen que su nación existió por miles de años, aun cuando apenas cien años atrás los únicos palestinos eran los judíos de Sión.
Les parece que esta tierra fue siempre suya, a pesar de que un Estado propio nunca existió fuera de su imaginación. Oyen diariamente que deben «recuperar» Jerusalén, aun cuando la ciudad nunca estuvo en sus manos.
Mientras no puedan asumir cómo fueron embaucados, esta nueva nación seguirá exigiendo con violencia mucho más de lo que su historia podría asegurarles. Asumir el engaño significa, por ejemplo, admitir que Jesús de Nazaret fue hebreo (y no palestino), como lo fueron los macabeos, los escribas, los profetas y los reyes y los herederos de esta tierra por milenios. Podrán reconocer entonces que los abuelos de los palestinos de hoy inmigraron a nuestra tierra mayormente gracias a la obra revivificadora del sionismo, que les proporcionó trabajo y posibilidades.
Los medios europeos en general se han reclutado para evitar ese despertar; un excelente ejemplo es El País español, cuyo corresponsal en Israel, Enric González, escribía sobre las maniobras de Assad (16-5-11) que «Israel mata».
No importaba que una parte de los muertos hubiera sido por disparos del ejército libanés; no importaba que el altercado hubiera resultado de una invasión desde Siria, cuyo ejército los matan por miles. Lo único significativo para Enric González era que «Israel mata», conducta que González sazonaba con odio proverbial, al añadir que la creación del Estado judío ha condenado a la mayoría de los palestinos al exilio. Qué raro: fueron exilados y aún están aquí, y son en la sociedad israelí jueces y parlamentarios, más libres que en ninguna sociedad árabe. Qué raro: fue la indispensable creación de Israel la que los martirizó, y no la guerra genocida que ellos impusieron en la región una y otra vez.
González supo combinar una vez más los dos temas habituales de la judeofobia: el judío se comporta mal, y esto es debido a su intrínseca índole perversa. Así, Israel se comporta mal (mata) porque es bastardo (debido a su nacimiento ilegítimo, que contrasta con el del resto de los países del orbe, en virginidad concebidos).
El lector, habitualmente confundido, tiende a creer que esa visión es «propalestina». No lo es. Es proguerra y proatraso, y eminentemente antiisraelí.