Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 113 • julio 2011 • página 9
Esta mujer que llevó un día a Rafael Alberti «hacia el sueño comunista», según nos ha contado Ernesto Giménez Caballero, que la conocía bien porque había colaboradora en la revista La Gaceta Literaria que él dirigía{1}, era hija de Ángel León Lores, coronel de húsares, que sublevó su regimiento siguiendo al general Miguel Primo de Rivera en su aventura dictatorial, y de la burgalesa Oliva Goyri de Llera, ambos pertenecientes a la alta burguesía. Nació María Teresa en Logroño el 31 de octubre de 1903, aunque su infancia, por ser hija de militar, trascurrió en varias ciudades, según el destino de su padre. Primero en Madrid donde recuerda su paso por el colegio de monjas de los Sagrados Corazones: «No venga así –le decían–. Esa falda no le tapa ni dos dedos por debajo de la rodilla. Debe llegar hasta el filo de la bota.¿Entiende? Sí, madre»{2}.
Estaba acostumbrada a seguir a su padre que se cansaba de todo y pedía un nuevo destino. Niña de militar inadaptada siempre, con amigas de paso, la vida le parecía hecha para acomodar los ojos a cosas nuevas: veraneos, parientes y luego a comparar: «esto es mejor que lo otro». Con muy pocos años entra en contacto con sus tíos Ramón Menéndez Pidal y María Goyri que la iniciarían poco a poco en el camino de las letras que fueron para ella escuela de aprendizaje de actitudes vitales y fuente de inspiración literaria. Apenas cumplidos los 18 años, el uno de noviembre de 1920, se casa en Barcelona con Gonzalo de Sebastián Alfaro de quien tendría dos hijos, Gonzalo María que nace en Barcelona en 1921, y después de una corta separación de sus padres, nace Enrique en Burgos en 1925. El matrimonio volvería a romperse de nuevo hasta que en 1933 llega la sentencia de la separación definitiva.
De su paso por Barcelona, cuenta María Teresa que un día se encontraba muy feliz porque había salido a pasear con su padre, colgada de su brazo. «Me gustaba salir con mi padre, ir a las carreras de caballos, sentarme con él en las Ramblas. Éramos tan felices cuando nos íbamos juntos a conquistar el mundo» (pág. 69). Y precisamente es en uno de estos paseos por las Ramblas y Paseo de Gracia el momento en que ve a los hijos del general Miguel Primo de Rivera. Cuando escribe sus Memorias recordaba así ese día: «¡Qué jovencita es y ya casada! Eran los tiempos del golpe militar de Primo de Rivera. Los hijos de Primo de Rivera estaban entre los soldados del regimiento. Uno de ellos era muy rápido, muy inteligente. A la muchacha le parecía absurdo no poderles ya sonreír porque estaba casada y qué diría el teniente coronel del segundo si la viese. Era un buen mozo. ¿Quién cerraría los ojos de aquel soldado que yo no volvía a ver? ¿Y por qué cayó si tal vez…? Sí, tal vez fue una equivocación política. ¿No hubiera sido más acertado mandarlo a morir a otra parte, por ejemplo a Burgos? Años de guerra civil. Aquel soldado que yo nunca más volví a ver estaba preso, preso político. ¿Qué efecto hubiera producido José Antonio Primo de Rivera en Burgos, frente a frente con el Caudillo? Seguramente no hubiera sido trasladado a hombros por toda España para ser enterrado con una sonrisa de triunfo en el Escorial porque… el eliminador que mejor eliminare, buen eliminador será» (pág. 78).
En 1924 comienza a colaborar en el Diario de Burgos bajo el seudónimo de la heroína de Gabriel D’Annunzio, Isabel Inghirami. Cuatro años más tarde realiza con su marido, Gonzalo de Sebastián, su primera vista a Argentina donde realiza en su capital una gran actividad cultural, impartiendo conferencias y escribiendo algunos artículos. Publica Cuentos para soñar que edita en Burgos y que prologa su tía, la esposa de Ramón Menéndez Pidal, María Goyri. Ese mismo año se separa definitivamente de su marido. En la ciudad de Burgos edita en 1930 La Bella del mal amor. Cuentos castellanos. Relatos en los que su autora se acerca al castellanismo literario. A continuación se marcha a Madrid donde conoce a Rafael Alberti, con el que llegaría a casarse el 5 de octubre de 1933, inmediatamente después de haber obtenido el divorcio. Pero algo más de un par de años antes, en una carta que Pedro Salinas escribe a Jorge Guillén el uno de febrero de 1931, con motivo de una obra que iba a estrenar Alberti, le dice con referencia a éste: «Pero he aquí ¡prepárate! Que se ha fugado hace ocho días en compañía de una dama, literata mala ella, María Teresa León, a Mallorca, como es natural abandonando en mis manos Santa Casilda y Maruja Mallo»{3}. Desde ese momento, con el poeta gaditano compartió todo, hasta los casi cuarenta años de exilio: en Francia, Argentina e Italia, pero que finalmente la abandonaría por una mujer más joven cuando María Teresa sintió los primeros zarpazos del Alzheimer y ahora ni tan siquiera podía ser para él «la cola del cometa» que había sido siempre.
La llegada de la Segunda República les sorprende en Rota y pocos meses más tarde tendrían la oportunidad de que la Junta para Ampliación de Estudios pensionara a María Teresa y Rafael con el objeto de estudiar el movimiento teatral europeo. Después de viajar por varias capitales del viejo continente llegan en 1932 a la Unión Soviética que «marca una inflexión vital e intelectual en su radical antifascismo»{4}. Al año siguiente fundan en Madrid la revista Octubre, que dirigieron desde junio de 1933 a abril de 1934. En el tercer número se publica Huelga en el Puerto, la primera obra de teatro de María Teresa. A continuación edita en Madrid Rosa-fría, patinadora de la luna, y, pocos días después, acompañada de Alberti, vuelven a la URSS para asistir al Primer Congreso de Escritores Soviéticos. En este país les coge, en octubre de 1934, la Revolución de Asturias y hubieran regresado a España «de no haber encontrado en Nápoles donde hizo escala su barco, un telegrama aconsejándoles que no regresaran a Madrid, pues su piso había sido registrado por la policía que les esperaba para detenerles»{5}. Al poco tiempo reciben una invitación del líder comunista italiano Palmiro Togliati: «Por qué no sois vosotros los que vais a Norteamérica a explicar lo que acaba de suceder en Asturias»{6}. Aceptan y el Socorro Rojo les paga el viaje embarcando en el Bremen. «Fue necesario escribir, hablar de lo que ocurría en España donde se acababa de entregar la joven República del 14 de abril a una ultraderecha agresiva» (pág. 120). Es decir, se adelantaba, en su falso juicio, en más de setenta años a la campaña del dóberman que la izquierda repite hoy en todas las citas electorales{7}. Y María Teresa, sigue diciendo: «Escribí crónicas y crónicas para el New York Post»{8}. Pero su biógrafo literario Gregorio Torres Nebrera dice que «no se han localizado hasta el momento tales colaboraciones en dicho diario, en el volumen nonagésimo (1988) del Bulletin Hispanique se ha incluido el texto en inglés (y su traducción) de un artículo de María Teresa, The revolt in Asturias, aparecido en la revista The New Republic, en septiembre de 1935, cuando hacía ya casi medio año que nuestra escritora había abandonado los Estados Unidos. En este artículo (probablemente vertido al inglés a partir de un original en español) se comprueba la excelente información que logró María Teresa de unos sucesos que habían ocurrido durante su ausencia de España, como puede comprobarse en el siguiente fragmento que me parece oportuno reproducir (siguiendo la traducción al español realizada por el autor del trabajo, Alen Swan)»{9}.
Bueno, bueno. Uno no sale de su asombro, quedando aturdido y extasiado, cuando lee lo que este catedrático de Literatura Española de la Universidad de Extremadura nos dice de haber comprobado «la excelente información que logró María Teresa», algo difícil de creer, cuando la Revolución la había cogido fuera de España, como el propio catedrático reconoce, y los medios de comunicarse eran, en aquellos años, escasos y dificultosos. Pero para ser objetivos y que el lector juzgue, vamos a trascribir lo que al catedrático le «parece oportuno reproducir», y a nosotros también:
«Cuando entre 12 y el 14 de octubre el sitio de Oviedo se convirtió en asalto, aviones de bombardeo ya habían destruido calles enteras. La Universidad y el Instituto ardían haciendo explotar las llamas la dinamita que se había almacenado dentro. Tomando la destrucción de la biblioteca de Oviedo como pretexto, los reaccionarios españoles iniciaron su campaña acusando a la «canalla» de barbarismo. Pero la «canalla» no era culpable; cuando había estado en el poder no había destruido nada. Más tarde la defensa de la ciudad contra el ataque de las tropas tomó un aspecto de guerra. Un heroísmo sin límites los sostuvo mientras luchaban de casa en casa por la libertad. Los miles de tomos de la biblioteca de Oviedo, que el proletariado de Asturias jamás había podido tocar, fueron destrozados por el incendio provocado por una bomba de aviación. Los libros de las humildes bibliotecas obreras también ardían, pero de una manera muy distinta, con muebles en el centro de las plazas de los pequeños pueblos de Asturias. La Guardia Civil había encendido hogueras y había forzado a culatazo a los prisioneros maniatados que atravesaran las llamas. Algunos de los hombres murieron quemados. ¡Qué magnífico espectáculo para el gozo de las fuerzas de la ley y el orden! España es una tierra feliz de flores y sol.»{10}
María Teresa miente, como siempre ha hecho la izquierda y sigue haciendo. Nunca jamás, salvo Indalecio Prieto al reconocer haber sido el máximo culpable de aquel octubre de 1934, admite culpa alguna. Me viene ahora a la memoria el gran fraude de Rodríguez Zapatero cuando mesess antes de escribir este artículo, con casi cinco millones de parados revelados por la Encuesta de Población Activa (EPA), afirmó en Tenerife (30 abril 2011), con enorme cinismo y descaro, «que su Ejecutivo está combatiendo un paro que no ha generado», (el subrayado es mío). En esta misma línea de cinismo y descaro, hace ahora casi ochenta años, ya escribía María Teresa León. Esa «canalla» que trata de defender, y disculpar, ya incendió cientos de iglesias y conventos en mayo de 1931. Que esa biblioteca «de Oviedo» a la que se refiere, era la de la Universidad ovetense que quemaron los «canallas» y que ningún historiador, de derechas o izquierdas, dijo nunca que había sido «provocado por una bomba de aviación», tratando con ello de engañar a sus lectores. Dice asimismo que luchaban «por la libertad». ¡Libertad! ¿A qué libertad se estaría refiriendo? ¿Por qué no contó que en nombre de esa «libertad» asesinaron a 34 sacerdotes y frailes? Tampoco contó que volaron la Cámara Santa de la catedral de Oviedo, ni se refirió, en ningún momento, al asalto del Banco de España con el robo de cerca de 15 millones de pesetas, ni los robos que cometió la «canalla» en Oviedo, según nos cuenta el nada sospechoso periodista Juan Antonio Cabezas, condenado a muerte por el franquismo, condena que pesó sobre él hasta 1941, en su libro titulado Morir en Oviedo. Ni menciona la profanación de muchas iglesias, ni la quema de la biblioteca de los dominicos de Oviedo, &c.
Y para terminar con tantos embustes y burlas con los que María Teresa quiso embaucar a sus lectores americanos, recoger solamente lo que sobre la destrucción de la Universidad ovetense figura en el Acta del Claustro ordinario del 17 de abril de octubre de 1934, donde transcribe las palabras del rector. Acta firmada, como se comprueba en nuestra reproducción, por el secretario Guillermo Estrada, con el VºBº del rector Leopoldo García Alas, y en donde figuran también los asistentes de varios catedráticos y profesores que asistieron a la reunión, cuyos nombres vienen señalados en la primera hoja del acta, que reproducimos:
«El Sr. Rector dice que no puede darse lectura al acta de la sesión anterior por haber desaparecido todos los libros de Secretaría en el incendio que destruyó por completo la Universidad.
A continuación hace uso de la palabra para exponer el doloroso motivo de esta reunión conocido de todos y que a todos ha de impresionar vivamente por el cariño profundo que sentían por nuestra gloriosa Universidad.
Añade que por vivir muy cerca del edificio{11} tuvo el sentimiento de presenciar parte de lo ocurrido y describe cuanto pudo apreciar desde su casa. Procuró mandar recado al comité{12} que actuaba en este barrio pero no le fue posible. El hecho ocurrió el día mismo en que se retiraban los que se apoderaron de la Universidad. Tengo la seguridad –añade– que la destrucción no fue consecuencia de un accidente de la lucha, sino que la Universidad fue incendiada con toda intención.
En la investigación que se hizo al día siguiente de restablecerse la paz, se encontraron cierres de bidones de gasolina y otros objetos que prueban cómo el incendio fue provocado. También hubo diversas explosiones que contribuyeron a la destrucción y aniquilamiento de los arcos y paredes del claustro. Decir que protestaba con toda su energía de lo ocurrido y que la desgracia le llega al alma, como a la de todos, es inútil. De eso ni siquiera debe hablarse.
El Sr. Espurz pide cuanto antes y sin remover siquiera los escombros, se saquen fotografías que sirvan de documento probatorio. Se acuerda así y el Sr. Rector continúa diciendo que la Universidad no es la materialidad de un edificio, sino que es un espíritu, algo más elevado y el Claustro ahora reunido, representa al espíritu de la Universidad…»{13}
Pero el catedrático extremeño no se conforma sólo con aquellas palabras, llenas de trampas, de María Teresa. A continuación, en vez de referirse solamente a su obra literaria, vuelve a insistir sobre la Revolución de Asturias recogiendo lo que la escritora contesta a la periodista Isabel Farfán Cano en el diario Todo, de Méjico, en 1935:
«Después, en la insurrección proletaria de Asturias, se registraron casos de verdadera heroicidad. Como el de Libertad Lafuente, una muchacha de la clase media que defendió Oviedo contra las tropas del gobierno, manejando una ametralladora: cayeron los que estaban combatiendo cerca, pero siguió luchando hasta el último cartucho y ser atravesada por las bayonetas enemigas.»{14}
Es lógico pensar que dada la escasa información que María Teresa tenía, a Aida de la Fuente la llamara como llamó; pero lo que no se comprende es que el catedrático no tratara de corregir, de alguna manera, el error o explicar si había habido, por parte de la escritora, doble intención en llamarla lo que no era ni representaba, por lo que debiera haberlo aclarado, al menos intentarlo, algo que no hizo porque probablemente él también desconociera el nombre de aquella mujer que hoy, como vamos a ver, tiene un monumento en Oviedo. Asimismo, tampoco es cierto que fuera muerta «atravesada por las bayonetas enemigas», sino que lo fue abatida por las balas de las fuerzas que mandaba el teniente coronel Yagüe. El catedrático tenía muy fácil comprobar este dato –leyendo a cualquier historiador, donde ninguno hace referencia a esas bayonetas que le causaron la muerte–, y no seguir propagando las mentiras de María Teresa León. Claro que tampoco debiera de importarle mucho pues estaba algo obsesionado con aquel octubre de 1934 porque para él fue solamente, al parecer, «el año de la represión asturiana»{15}.
Pasando los años, mientras poco a poco iban desapareciendo todos los monumentos del régimen franquista por aquello de la memoria histórica, los hunos, que escribiría Miguel de Unamuno, con la asistencia de un puñado de personas, inauguraban a Aida un monumento en la capital del Principado, muerta el 13 de octubre de 1934, y en el que se puede leer la siguiente inscripción: «Aida de la Fuente. La rosa roja 1918-1934 y tus compañeros. Revolución de octubre 1934». Desde Rusia, para el acto, vino su hermana Pilar, quien declaró a la prensa:
«La Revolución de Octubre del 34 iba a ser general. Asturias se organizó pensando de ese modo. Pero Madrid nos traicionó, y Barcelona nos traicionó. Asturias fue vendida y traicionada y quedó sola, completamente sola.»{16}
Cuando estalla la guerra civil, el matrimonio se encontraba en Ibiza donde permanecen unos meses hasta que consiguen pasar a Madrid. Cuando llegan a la capital de España encuentran que su casa de Marqués de Urquijo cruzada por una banda de papel donde se podía leer: «Requisada para la Contraguerra». Rompen el papel y entran y encuentran el piso todo revuelto. Los libros tirados, las camas volcadas. Empezaron a hacer inventario de lo que faltaba y sin pensarlo dos veces María Teresa se dirige a la calle Miguel Ángel donde estaba el comité anarquista. Trató de calmarse y saludó a los compañeros reunidos: «Les advertí que habíamos vuelto y estábamos decididos a no dejar entrar a nadie en nuestra casa. Rieron de mi enfado, amablemente. Tomamos café. Yo, por preguntar algo, les dije: «¿Por qué habéis cambiado el nombre de esta calle que era tan bonito?». Uno de ellos me contestó, dulcemente: «Porque no queremos nada con los santos». ¡Si les hubiera escuchado Miguel Ángel!» (pág. 56). Al año siguiente de nuevo viaja el matrimonio a la Unión Soviética con motivo de un Congreso Internacional de Escritores Antifascistas y son recibidos por Stalin. Le habían dicho al dictador ruso que Rafael era un poeta español. «Yo, una mujer». Cuando finalizó la visita, un ayudante del dictador les dijo: «Han estado ustedes con el camarada Stalin dos horas y cuarto, nadie estuvo más» (pág. 85).
Durante la guerra, María Teresa despliega una gran actividad como actriz, autora y ensayista. Es encargada también de proteger y salvar el patrimonio artístico español de Toledo El Escorial y Museo del Prado. Con José Bergamín, Rafael Alberti y otros, participa en la fundación de la revista El Mono azul. Fue, incluso, fundadora de Nueva Escena, la sección teatral de la Alianza de Intelectuales en cuyo edificio Miguel Hernández irrumpe un día y al ver el festín que se estaba preparando no pudo ocultar su enfado ante lo que él creía, con razón, un gran derroche mientras otros camaradas morían en los campos de batalla; el poeta dirigiéndose entonces a Alberti le dice: «Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta»{17}. Al parecer, estas palabras fueron escuchadas por María Teresa León quien muy enfadada se dirige al autor de El rayo que no cesa, y le dice: «No tienes ningún derecho a hablar así de una mujer y extender ese juicio a todas las mujeres de la Alianza. Eso no es de hombres. A la contestación suya, yo le pegué una bofetada» (pág. 289). Otros, como el periodista soviético Mijail Koltsov, que luego sería víctima de las purgas de Stalin, la recuerda en la carretera de Talavera «bañada en lágrimas, con una pistolita en la mano, va de un fugitivo a otro, los exhorta a detenerse con palabras afectuosas y con otras ofensivas, invocando su honor revolucionario, varonil y español. Algunos le hacen caso y vuelven sobre sus pasos al combate».{18}
Finalizada la guerra, el matrimonio se ve obligado a exiliarse y en Buenos Aires nace el 9 de agosto de 1941 su Aitana, su hija. Y probablemente le pusieron este nombre porque recordaron el conjunto montañoso, que así se llama, encuadrado en el norte de la provincia de Alicante y que, desde el barco, fueron lo último que divisaron camino del exilio en marzo de 1939, primero hacia Orán, después Marsella, París y en febrero de 1940 parten hacia Argentina llegando a Buenos Aires el 3 de marzo. En este país escribe Morirás lejos y hará la adaptación para el cine de Los ojos más lindos del mundo. Trabaja en la radio y publica La historia tiene la palabra, con clara intención de ofrecer, a su manera, testimonio de la II República. Escribe algún guión cinematográfico y publica Las peregrinaciones Teresa y Don Rodrigo Díaz de vivar, el Cid Campeador. En 1957 viajan a varios países comunistas de Europa, incluso se desplazan a China cuya visita le inspira escribir Sonríe China, con poemas de Alberti, que acabaría editándose en Buenos Aires. «Cuando nosotros en el año 1957 llegamos a China, el pueblo ya había conquistado su poder total. Nos enteramos que nos saludaban con reverencia porque pertenecíamos a un país del extremo oeste, donde el sol declina para descansar de sus trabajos» (pág. 282). Publica más tarde Nuestro hogar de cada día. Manual para la perfecta ama de casa. En 1959 edita Juego Limpio. Después de un viaje por varios países hispanoamericanos en 1960, el matrimonio vuelve a Europa donde visitan países del Este, recalando finalmente en París para celebrar el ochenta cumpleaños de Pablo Picasso. A la vuelta edita, pero en Méjico, Fábulas del tiempo amargo. En 1963 por circunstancias políticas, que no están muy claras, abandonan Argentina, el país que los había acogido a lo largo de veintitrés años. Roma es el nuevo destino en el que iban a permanecer catorce años. Estando en la capital italiana se publica en Méjico, 1965, Menesteos, marinero de abril, y cuatro años más tarde, en Buenos Aires, se edita Cervantes, biografía no muy extensa. En 1970, de nuevo en la capital argentina, salen sus memorias, ya citadas, Memoria de la melancolía, un libro en el que puso toda su fuerza literaria y, muy posiblemente, el más conocido de todos los que ha escrito.
A su regreso definitivo a España en 1977, fecha en que el matrimonio ya estaba prácticamente separado y casi después cuarenta años de exilio, el actor e historia viva del doblaje español, Salvador Arias, muy amigo de María Teresa, declaraba que «a su regreso no se le había hecho ningún caso»{19}. Muchos dijeron que la autora de Cervantes. El soldado que nos enseñó a hablar ya no era lo que había sido. La enfermedad del Alzheimer que tanto le asustaba porque la había padecido su madre, ya había comenzado a hacer mella en ella, pero mantenía todavía su capacidad intelectual. Cuando un médico le preguntó, señalando al corazón: «¿Qué tienes ahí?», ella le contestó: «¡Tanta, tanta gente!». Pero esa gente que decía tener en su corazón ya no estaba allí, ya no estaba a su lado. Lo repite de nuevo Salvador Arias: «Dado que es una de las personas que más he querido en mi vida, cuando volvió pasé bastante tiempo con ella. Tenía lagunas y era reiterativa, pero mantenía la capacidad de rectificar. Como hija de militar aún recordaba el día en que Alfonso XIII fue a Burgos y le dijo a su padre que si todos sus soldados fueran como ella menudo ejército tendría. A su regreso la vi desamparada, en una soledad inmensa.»{20}
Los nuevos dueños de la cultura que comenzaba a florecer por aquellos años miraban para otro lado porque encontraron a una mujer enferma que ya no les interesaba. Incluso Rafael Alberti ya la había abandonado porque había puesto sus ojos en otra mujer, la joven catalana Beatriz Amposta con la que llegaría a vivir un lustro. «Es probable que, en los últimos años de Roma., María Teresa conociera la pasión de su marido por esa joven a la que el poeta llevaba en ocasiones a su casa de Via Garibaldi, confiado en que le enfermedad de su esposa –el Alzheimer se adueñaba de ella–, que, por otra parte le preocupaba, le evitara darse cuenta. ¿Cómo saberlo? Su memoria empezaba a tener huecos, puntos de fuga, se apagaba, pero es posible que antes de empezar a olvidarlo todo, supiera que el poeta se estaba alejando»{21}. Pero al final, el poeta con quien se casaría en 1979 fue con María Asunción Mateo a quien beneficiaría en su testamento dejando casi al margen a su única hija Aitana. Al parecer, María Teresa se enteró del nuevo matrimonio por la prensa y anunció que se acercaría a felicitarles, pero Alberti reaccionó de forma agresiva: «No vengas, no quiero verte.» Pasado el tiempo, ellos sí fueron a verla y María Asunción comentaría después: «Era un gorrión indefenso.» La España que tanto había añorado no fue capaz de reconocerla. Tan sólo algunos familiares y amigos muy cercanos se acordaban de ir a visitarla
Un día de mucho frío, que helaba su corazón, en una clínica geriátrica situada en la localidad madrileña de Majadahonda falleció María Teresa León Goyri. Su sobrina Teresa Alberti le cerró los ojos para siempre el 14 de diciembre de 1988 y puso sobre su cabeza un tierno almohadón de su única hija Aitana. Aquel día «muy poca gente pudo venir a despedirse de ella, tan sólo una docena de amigos»{22}. Después alguien escribió que quiso ser, y lo cumplió, la estela de un cometa rutilante y gaditano llamado Rafael Alberti; pero la estela llegó a brillar tanto como el propio cometa, aunque fuera siempre a su zaga. El día del sepelio solamente un reducido grupo de personas acompañaron en silencio a una mujer calificada de bellísima, que había pertenecido a la Generación del 27 y que hoy su cuerpo descansa en el pequeño cementerio de Majadahonda bajo los versos de quien hacía muchos años la había abandonado en la enfermedad: «Hoy, amor, tenemos veinte años».
Notas
{1} Ernesto Giménez Caballero, Retratos españoles. Editorial Planeta, Barcelona 1985, pág. 168. En cuanto a su primera colaboración en la citada revista fue en el número 70 que se publicó el 15 de noviembre de 1929.
{2} María Teresa León, Memoria de la melancolía. Editorial Losada, Buenos Aires 1970, pág. 14.
{3} Pedro Salinas, Pedro Salinas/Jorge Guillén. Correspondencia (1923-1951). Tusquets, Barcelona 1992, pág. 124. Por otro lado, Maruja Mallo, pintora, era en ese momento la mujer que convivía con Rafael Alberti.
{4} VV. AA., María Teresa León. Memoria de la hermosura. Fundación Autor, Iberautor Promociones Culturales, Madrid 2005, pág. 16.
{5} Constancia De La Mora, Doble esplendor. Gadir Editorial, Madrid 2005, pág. 240.
{6} María Teresa León, Op. cit., pág. 115.
{7} Todavía, pocos días antes de celebrarse las elecciones autonómicas y locales de mayo de 2011, el presidente del Principado de Asturias, Vicente Álvarez Areces, decía refiriéndose al candidato a la presidencia Francisco Álvarez-Cascos: «Los viejos dóberman se convierten en pacíficos, y eso no se lo cree nadie». Ver diario La Nueva España, Oviedo, 8-V-2011, pág. 27.
{8} María Teresa León, Op. cit., pág. 120.
{9} Gregorio Torres Nebrera, Los espacios de la memoria. (La obra literaria de María Teresa León.). Ediciones de la Torre, Madrid 1996, pág. 30.
{10} Ibid., pág. 31.
{11} En la calle Altamirano, prácticamente al lado de la Universidad.
{12} Nos figuramos que se esta refiriendo al comité revolucionario. Leopoldo García Alas era un hombre de izquierdas y es muy posible que fuera conocido por alguno de ellos. Por otro lado, añadir que su afiliación política en aquel entonces sirvió para que una vez comenzada la Guerra Civil fuera detenido y fusilado por los nacionales en Oviedo. Fueron muchos ovetenses los que pidieron no se cometiera tal atrocidad, pero nada hubo que hacer y la sentencia, desgraciadamente, fue cumplida el 20 de febrero de 1937.
{13} Original en el Archivo de la Universidad. En otro orden de cosas, añadir que el día 8 de octubre de 2009, el diario La Nueva España, de Oviedo, publicó una entrevista con Ramón Rodríguez, director de la Biblioteca Universitaria de la capital del Principado, donde manifestó que «tras escuchar nuevos testimonios –no cita las fuentes, aunque sí se refiere más adelante a lo escrito por María Teresa León–, apunta a un ataque de la aviación sobre Oviedo como causa del incendio». Bueno, esto parece algo así como querer rizar el rizo ya que no se entiende muy bien que el director de una Biblioteca desconozca los fondos que tiene la misma, Al menos uno tan importante como el que acabamos de transcribir. Este señor gozaba con la facilidad de poder leer el acta que recoge el testimonio del rector, pero no lo ha hecho ni tan siquiera se refiere a él, salvo que por alguna causa, que desconocemos, su objetivo fuera omitir su existencia.
{14} Gregorio Torres Nebrera, Op. cit., pág. 32.
{15} María Teresa León, Fábulas del tiempo amargo y otros relatos. Cátedra. Madrid, 2003. Introducción de Gregorio Torres Nebrera, pág. 39.
{16} Diario La Nueva España, Oviedo, 19-IV-1998, pág. 4.
{17} José Luis Ferris, Miguel Hernández. Temas de Hoy. Madrid, 2002, pág. 399.
{18} Cf. Antonina Rodrigo, Mujeres para la historia. Compañía Literaria, Madrid 1996, pág. 110.
{19} Diario ABC, Madrid, 31-X-2003, pág. 54.
{20} Ibid., Ibid.
{21} Inmaculada De La Fuente, Mujeres de la posguerra. Planeta, Barcelona, 2002, pág. 447.
{22} VV. AA., Op. cit., pág. 234.