Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 120 • febrero 2012 • página 9
«Mercedes Fórmica ha logrado atraer hacia el tema de la capacidad jurídica de la mujer, la atención de muchos de nuestros mejores profesionales del Derecho. Pero ha logrado todavía más y ha sido el despertar con ese mismo tema la atención de los no profesionales, de los hombres y las mujeres en general, es decir, de lo que se llama atención pública», escribía hace años el brillante jurista Antonio Garrigues{1}. Sin embargo, a pesar de estas palabras elogiosas de lo había hecho por la mujer Mercedes Fórmica, mucho tiempo después, en abril de 1997, Natalia Figueroa la entrevistaba y lamentaba que las feministas de aquella época jamás se referían a ella cuando había sido una reformista del Código Civil, y una buena escritora. Por eso solía decir: «Me silenciaron. ¿De buena o de mala fe? No lo sé. Lo cierto es que desde que murió Franco hasta hoy, las personas que han tratado el Derecho privado no han nombrado aquella reforma. Como si no hubiese existido»{2}. Cinco años más tarde, con motivo de su fallecimiento, Natalia Figueroa, que nunca se refiere al pasado falangista de Mercedes Fórmica, volvió a escribir: «Olvidada incomprensiblemente por el movimiento feminista, las mujeres españolas le deben muchos de sus derechos»{3}. Efectivamente, en aquellos días casi ningún periódico recordó la reforma que logró de muchos artículos del Código Civil, del Código Penal, del Código de Comercio y de la Ley de Enjuiciamiento; incluso la mayoría llegaron a silenciar su muerte. El ABC, por ejemplo, de la que fue colaboradora durante muchos años, da la noticia dedicándole media página, pero ninguno de sus columnistas, ni colaboradores más habituales, le dedica una sola línea. Posiblemente esta falta de interés por su labor en el campo del Derecho y de escritora, se debe, como escribió Enrique de Aguinaga en una carta que se publicó más tarde, a que «Mercedes Fórmica fue joseantoniana, desde el mitin fundacional (29 de octubre de 1933) que oyó por radio. Estuvo en la primera afiliación del SEU, participó en el Primer Consejo Nacional, fue elegida delegada de Derecho y, luego, designada por José Antonio delegada nacional del SEU femenino y, como tal, miembro de la Junta Política de la Falange. Y de ahí para adelante...»{4}.
Esta joven que despertó el interés de los hombres y las mujeres, como decía Antonio Garrigues, aunque después fuera olvidada, nació en Cádiz en 1916 sin que ninguno de sus biógrafos nos señale el día ni el mes. A los siete años, por traslado profesional de su padre, la familia se va a vivir a Sevilla donde crece dentro de una sociedad distinta a la de Cádiz porque estaba «cerrada a la defensiva, con gran inseguridad en sus clases medias altas»{5}. Su madre hace que estudie el bachillerato en el colegio de Santa Victoria de Córdoba, regido por escolapias, y más tarde en el Valle de Sevilla. En 1931 acude a una academia para ir preparando su ingreso en la universidad y que hace en el curso siguiente matriculándose en Derecho y Filosofía y Letras . Su progenitora se preocupaba de la educación de sus hijas, quería enseñarles el camino de la independencia y de la libertad. Si algún día habrían de casarse que fuera por amor y no por conveniencia de tipo económico: «Mi madre sufría la indefensión de la mujer educada a la antigua», solía decir.
El 14 de abril, fecha de la proclamación de la II República, toda la familia se encontraba en Sevilla donde su padre dirigía la compañía de Gas y Electricidad. Era el año también en que Mercedes se preparaba para ir a la universidad. Cuando su madre confió a una amiga que quería que sus hijas estudiasen una carrera, ésta quedó perpleja e intentó disuadirla, «asegurándole que, si pisábamos la universidad nunca nos casaríamos en Sevilla» (pág. 13). Las chicas estudiantes ocupaban entonces, frente a la sociedad, una situación ambigua, «mezcla de prostitutas y cómicas» (pág. 13). La llegada de la República coincidió asimismo con que las ideas políticas para Mercedes eran algo así como un poco rudimentarias; aunque su familia era toda monárquica sin que llegara nunca a ser importante ni palaciega. El tiempo pasaba y llegó la hora de ingresar en la Universidad. En ese momento se da cuenta de que su vida sufre un cambio profundo. En el momento de pisar el alma máter comprendió su falta de preparación para pasar de repente de un colegio de monjas y una academia, al mundo de la pura ciencia. Las artes plásticas, la música y otras materias le resultaban extrañas, en contraste con la formación humanista que traía del bachiller. Su falta de base literaria también le resultaba notable. Ignoraba la obra y hasta la existencia de Juan Ramón Jiménez y los hermanos Machado. Algunos catedráticos pertenecían a la nueva hornada republicana y procedían de la Institución Libre de Enseñanza. Un día es testigo del desorden y de la agitación profesional promovida por una huelga organizada por la Federación Universitaria de Estudiantes (FUE), vinculada a grupos de la izquierda española, para decretar la desaparición del Centro Católico ya que consideraban a los estudiantes relacionados con él como «elementos desestabilizadores del régimen» (pág. 50). A raíz de este acontecimiento le proponen el ingreso en el grupo católico que no vacila en aceptar; sin embargo muy poco a poco se apagó ese entusiasmo. El presidente de los Estudiantes Católicos, Pedro Gamero del Castillo, dispuso no tomar represalias; sólo una protesta simbólica, absteniéndose de entrar en clase. La FUE esta actitud terminó tomándola a pitorreo quemando a continuación el Centro Católico. «Como lo de ofrecer la mejilla derecha –dice Mercedes Fórmica– si te golpean la izquierda no era lo mío, decidí quedarme fuera de cualquier asociación» (pág. 51).
En 1933 se producía la separación de sus padres. Su madre no consintió el divorcio «amistoso», aquella ley contraria a los débiles, y por eso se vio obligada a vivir en Madrid con sus hijas, hecho vital para entender su posterior interés por la suerte de las mujeres separadas. También su madre tuvo que marchar con el dolor de la separación de su hijo al que sólo podría ver en el periodo vacacional. Llegada la primera vacación de verano, no se cumplió lo pactado porque por el bien del menor se aplazaba la visita por haber sido enviado por su padre a Munich a perfeccionar el alemán. Hecho éste que influiría mucho en el ánimo de Mercedes y su opinión más tarde a un cambio legislativo de algo que ella interpretaba como una gran injusticia. Mientras tanto su vida transcurría en Madrid con sus estudios y de vez en cuando alguna visita a casa de alguna amiga. En una de ellas, un día del mes de octubre, conoció a José Antonio cuya existencia ignoraba. Pocos días después pudo escuchar las palabras que pronunció en el teatro de la Comedia. Desde ese momento –dice Mercedes Fórmica–, la aparición de José Antonio en la vida política, «produjo el acuerdo tácito entre izquierdas y derechas para declararle una guerra a muerte. Con esta particularidad: en los ataques de las primeras latió un cierto respeto, no así en las segundas, que dieron suelta a su mal humor con fáciles ironías» (pág. 131). El fundador de Falange era para ella un hombre joven,
«inteligente, valeroso, fue temido, rechazado y ridiculizado por su propia clase social, que nunca le perdonó sus constantes referencias a la injusticia, el analfabetismo, la falta de cultura, las viviendas miserables, el hambre endémico de las zonas rurales, sin mas recurso que el trabajo «de temporada». La urgencia y necesidad de la reforma agraria. Confundir el pensamiento de José Antonio con los intereses de la extrema derecha es algo que llega a pudrir la sangre. Fue la extrema derecha quien le condenó a muerte civil, en espera de la muerte física, que a su juicio merecía.» (pág. 131.)
Una mañana decide rellenar la ficha para afiliarse al Sindicato Español Universitario. Desde entonces su vida se limitó, junto con sus estudios universitarios, a participar en actividades de Falange siendo nombrada al poco tiempo delegada del SEU de la Facultad de Derecho, por el propio José Antonio. Este gesto del líder falangista cambiaba lo que de él decían sus adversarios políticos cuando se referían a su antifeminismo, y que aún hoy dicen algunos historiadores. Por eso es interesante reproducir lo que sobre el particular escribió Mercedes Fórmica:
«Sobre el supuesto antifeminismo de José Antonio y la tesis, tan difundida, de querer a la mujer en casa, poco menos que con la «pata quebrada», debo decir que no es cierto. Forma parte del proceso de «interpretación» a que fue sometido su pensamiento. Como buen español, sentía recelo hacia la mujer pedante, agresiva, desaforada, llena de odio hacia el varón. Desde el primer momento contó con las universitarias y las nombró para cargos de responsabilidad. En lo que a mí respecta, no vio a la sufragista encolerizada, sino a una joven preocupada por los problemas de España, que amaba su cultura e intentaba abrirse camino, con una carrera, en el mundo del trabajo.» (pág. 158.)
El primer Consejo Nacional del SEU tuvo lugar el 11 de abril de 1935, durante las vacaciones de primavera. Fue en un piso destartalado de la Cuesta de Santo Domingo bajo la presidencia de José Antonio quien pidió que los afiliados al Sindicato fueran, profesionalmente, los mejores. Los congregados, que debatieron varias ponencias, estuvieron reunidos durante cinco días sin que llegara a faltar la policía de Gil Robles que irrumpió en el local y después de cachear a todos los presentes se llevó detenidos a varios. Al final del Consejo se formó la Junta Consultiva presidida por José Manuel Fanjul, del SEU madrileño, y en la que también estaba Mercedes Fórmica, que aportó su feminismo al Consejo con una ponencia sobre la urgencia de crear la «Bolsa de libro de texto» proponiendo que los estudiantes que hubiesen terminado el curso, donasen los libros utilizados a un fondo común, lo que permitiría conceder préstamos a los estudiantes sin recursos. Propició también el aumento del número de becas y las instalaciones de comedores y residencias, ideas que más tarde llevó a la práctica el SEU. Fue asimismo elegida para representar a la Facultad de Derecho y una vez terminado el Consejo se fotografiaron todos junto a José Antonio. Foto que publicamos en este trabajo y que según Mercedes «durante cuarenta años, la identidad de la muchacha que aparece a la izquierda del jefe de Falange fue silenciada. Fallecido el general Franco, la fotografía resurgió, esta vez con mi nombre y apellidos» (pág. 158).
Una gripe mal curada trajo como consecuencia que no pudiera soportar un invierno más el clima frío de Madrid. Le convenía uno más suave, pero antes tuvo que convencer a su padre para que aceptase que, junto a su madre y hermanas, pudiera residir en Málaga temporalmente hasta que recobrase del todo la salud. Ya instalada en esta ciudad, José Antonio la nombró en febrero de 1936, delegada nacional del SEU femenino, y, como tal, miembro de la Junta Política del partido, si bien nunca llegaron a reunirse por la pronta detención del líder falangista en el mes de marzo siguiente.
El comienzo de la guerra cogió a Mercedes en Málaga que se mantendría fiel a la República. A través de Tánger, después de embarcar en aquella ciudad a últimos de septiembre gracias al consulado uruguayo que les facilitó la salida, consigue, con su familia, llegar a Sevilla después de haber pasado una semana en la hoy ciudad marroquí que en entonces se encontraba bajo la protección de varios países. Paseando un día por una de las calles sevillanas, se encontró vestido de falangista con quien antes había injuriado a José Antonio. Sin ninguna mala intención le dice:
«–¿Tú con camisa azul?–
El interesado palideció.
–Ahora tenemos que ser todos falangistas.» (pág. 234.)
Poco después, Mercedes se lo comenta a un amigo quien le contestó que su reacción era del todo lógica porque lo había pasado muy mal y si alguien descubre que injurió a José Antonio, puede pasarlo peor. Llamó al interesado y le dijo que quedara tranquilo que jamás mencionaría el incidente. «Así sucedió, y todavía vive, en excelente salud y fortuna. Cumpliendo mi promesa no escribo su nombre» (pág. 235). La delación no entraba en la cabeza de los auténticos joseantonianos, «y menos todavía –dice Mercedes– en los que habíamos sufrido la experiencia de la zona republicana, ávidos de paz, de convivencia, de diálogo» (pág. 235). A los pocos días se dirigió al cuartel de Queipo de Llano porque estaba interesada por la suerte de un antiguo profesor llamado Luis Rufilanchas. Al entrar su sorpresa no tuvo límites cuando la recibió el pasante del abogado que había intervenido en la separación de sus padres. Fingió no conocerla cuando le preguntó por el profesor, llegando a contestarle:
«—¿Cómo se atreve a pedir la vida de un «rojo», vistiendo esa camisa?–me increpó.
—El señor Rufilanchas no es un asesino, y si hay que avalarlo, yo misma lo haré. En cuanto a este uniforme, no se preocupe. No seré yo quien lo deshonre.
Quedó lívido y entró en un despacho, tal vez a consultar alguna ficha. Volvió para decirme:
—Lo fusilamos en La Coruña, hace un mes.
—Lo habrá fusilado usted. En esa fecha yo me encontraba en Málaga.» (pág. 235.)
Después de leer lo que acaba de contarnos Mercedes Fórmica no queda más remedio que pensar que había llegado la hora de los «conversos» que tanto habrían de perjudicar a Falange. Por esta razón cuando comenzó a circular la noticia del fusilamiento de José Antonio se planteó en ella una seria duda, llegando, incluso, a pensar que Falange debía disolverse. Nadie, pensaba, debía aprovechar unas ideas, en trance de formación, para desvirtuarlas luego ya que estaba segura de que los que detentaban el poder no creían en ellas, sobre todo detrás de la unificación que para ella significó la puntilla. Por eso los
«recién llegados y conversos se erigieron en representantes de algo que no sentían, siendo la intolerancia su nota distintiva. La comprensión fue practicada, desde el principio, por los escasos supervivientes, hombres y mujeres de la Falange auténtica. Ellos dieron cobijo a los vencidos en las redacciones de Arriba, Escorial, Medina, Clavileño, o centros coomo el Instituto de Estudios Políticos.
El diálogo que parece descubierto tras la muerte de Franco, lo intentó José Antonio en 1936, cuando se ofreció a negociar un gobierno de de coalición que evitara la guerra civil.
La película Morir en Madrid, que vi por vez primera en Zurich, en 1966, silencia a los grupos minoritarios y desinteresados de la primera época, identificándolos con la masa amorfa, surgida cuando el asesinato de José Antonio se había consumado. Treinta años después, González Bueno, ministro del primer gobierno de Franco y permanente «camisa azul», se jactaba, en un hotel de Santander, de haber ideado el exterminio de la Falange joseantoniana, con la fórmula de la unificación.
Se salvó la Sección Femenina, gracias a la presencia en ella, de Pilar Primo de Rivera. Sus cualidades –tenacidad, sentido del deber, sacrificio y total desprendimiento económico–, reflejadas en las afiliadas, hicieron del grupo algo ejemplar que, un día, será estudiado con justicia.» (pág. 247.)
En unas declaraciones que años más tarde hace a la escritora Rosario Ruiz Franco, le dice:
«Franco no era falangista y entonces comprendí que aquello iba a ser lo que fue, un albondigón en el que hubo muchos conversos que para salvarse hicieron méritos muy crueles. Antes de la contienda los seguidores de José Antonio éramos poquísimos, quizás unos dos mil en toda España, y tal vez no siquiera llegaron a ese número, y en la zona franquista sólo había quedado una minoría, quizá cien o doscientos. Los que estaban en Madrid y Barcelona, murieron fusilados.»{6}
Durante la guerra colabora estrechamente con la Sección Femenina. Se abren los primeros hogares para ayudar a los más necesitados. En la admisión de niños tuvieron preferencia los hijos de los vencidos –el hogar que digirió la falangista Carmen Werner recibió a los hijos de los asesinos de su familia–. Por otro lado, mientras Málaga conseguía logros muy positivos, gracias a la labor de la Sección Femenina dirigida por verdaderas joseantonianas –Mercedes cita los nombres de Nena Hurtado, Carmen Werner, Teresa Loring, Syra Manteola, María Amalia Bolín, Maruja y Coral Parga–, «la burguesía sevillana contemplaba con prevención la reforma agraria del programa de FE»{7}.
Aunque sus biógrafos dicen que contrae matrimonio con Eduardo Llosent en el año 1939, esta fecha no es la correcta ya que el enlace tuvo lugar el 20 de diciembre de 1937 en la capilla de Nuestra Señora de la Antigua, de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla, bendiciendo la unión el párroco de San Vicente Mártir, José Rodríguez Sayago. En Sevilla sigue el nuevo matrimonio hasta finalizar la guerra cuando se trasladan a Madrid donde Eugenio d’Ors, director general de Bellas Artes, nombra a Eduardo Llosent director del Museo de Arte Moderno. La capital de España no era en aquellos años el desierto intelectual que todavía algunos nos pintan: Dámaso Alonso, d’Ors, Cela, Torrente Ballester Pedro Laín, Antonio Tovar, Alfaro, García Nieto, etc, no faltaban a las tertulias que tenían lugar en los cafés y casas particulares. En lo que respecta a Mercedes y su marido, frecuentaban otras tertulias donde acudían Sánchez Mazas, Eugenio Montes, González Ruano, Edgar Neville, Sebastián Miranda, Pilar Regoyos, Natividad Zaro, Mary Navascues, Conchita Montes, &c. Otras veces salían con Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales y Leopoldo Panero. En el verano de 1939, se representó, en el paseo de las Estatuas del Retiro, La cena del rey Baltasar, de Calderón de la Barca. Por otro lado, la extraordinaria labor desarrollada en el teatro por María Guerrero trajo como consecuencia la reposición de obras de autores como Benavente, Marquina, José María Pemán, Agustín de Foxá, Buero Vallejo, Joaquín Calvo-Sotelo, &c.
En 1940 se publica la revista de cultura y letras Escorial que dirigía Dionisio Ridruejo y en cuyo primer número aparecen las firmas de Eugenio Montes, Ramón Menéndez Pidal, Adriano del Valle, Juan Panero, José María Alfaro, Luis Felipe Vivanco, Pedro Lain Entralgo, &c. En esta misma revista publicaría Mercedes, años después, la novela titulada Bodoque, donde narraba las reacciones de un niño frente a un acontecimiento superior a sus fuerzas y que años más tarde, en 1958, no entró en la votación del Premio Café Gijón, por estar publicada al menos parcialmente. A principios de 1944, Pilar Primo de Rivera le propuso la dirección del semanario Medina donde colaboraron personas procedentes de campos políticos opuestos a Falange. Algo que también sucedió en otros medios como el diario Arriba, con Echarri, Cebrián, Azcoaga, &c.
Estando de embajador en Argentina José María de Areilza, decidió llevar a aquel país muestras de la cultura española, tanto en el terreno de las artes plásticas, como de la literatura, la música y el teatro. Eduardo Llosent, como director del Museo de Arte Moderno, se responsabilizó de las artes plásticas y con él embarcó Mercedes en Cádiz, en agosto de 1947, rumbo a Argentina siendo entonces presidente Juan Domingo Perón. Después de pasar algo más de tres meses en aquellas tierras, con enorme éxito de toda la representación española, de nuevo pusieron rumbo a España a últimos de diciembre. Ya en Madrid, Mercedes se dispuso a poner en práctica el proyecto que le había rondado a lo largo de la travesía. Las finanzas de su marido no iban muy bien y decidió examinarse de las pocas asignaturas que le faltaban para terminar la carrera y así poder ayudar con su trabajo. La guerra y después su colaboración en la Sección Femenina, hizo que perdiera muchos años de estudios.
En 1948 termina la carrera de Derecho con el propósito de ingresar en el Cuerpo Diplomático, pero descartó estas oposiciones porque la obligarían a residir lejos de su marido. Optó más tarde por las oposiciones de Abogado de Estado o Notarías, pero se encontró que en todas, incluida la del Cuerpo Diplomático, uno de los requisitos que se pedían para opositar era «ser varón». Tal estado de cosas sublevó a Mercedes que recordaba cómo «José Antonio, cuyo nombre tanto se aireaba, nunca fue contraria a las universitarias»{8}. Pidió entonces el alta en el Colegio de Abogados e intentó entrar en algún bufete de abogados sin conseguirlo, pero su vocación por la carrera la impulsaron a seguir adelante hasta conseguir que la realidad por la que pasaba la mujer, en muchos casos, pudiera cambiarse porque no estaba dispuesta que le vedasen el camino que había elegido. Necesitaba ganar algún dinero y por esta razón aceptó la dirección de la revista Feria donde llegaron a colaborar, entre otros, Leopoldo Panero y Luis Rosales. Sin embargo, esta nueva aventura no duró mucho tiempo porque privada la revista de medios económicos desapareció con sus valiosos colaboradores. A través de algunos amigos consiguió la asesoría de una empresa y un trabajo en el Instituto de Estudios Políticos.
Coincidiendo con todo esto, recibió una carta de Pilar Primo de Rivera donde le pedía redactase una ponencia para el Congreso Hispano-Americano-Filipino que tendría lugar en 1951. Aceptó la invitación y como Delegada Nacional del SEU que había sido, sintió la responsabilidad de resolver la injusticia laboral de la mujer. Buscó colaboradoras, todas ellas universitarias, que habían obtenido el título antes de la guerra: María de la Mora y Sofía Morales, Periodistas; Carmen Llorca, Josefina Aráez y Pilar Villar, Filosofía y Letras; Carmen Segura, Ingeniero Industrial; Matilde Ucelay –que pertenecía al grupo de los vencidos– y María Ontañón, Arquitectos; Mercedes Maza, Médico; y Carmen Werner, Licenciada en Pedagogía. El trabajo de la ponencia avanzaba y consumía buena parte de su tiempo; Mercedes Fórmica sabía que los beneficios que se lograsen nunca los disfrutaría. Serían las jóvenes universitarias las que los aprovecharan. A pesar de tanto trabajo todavía encontró tiempo para escribir la novela Monte de Sancha, finalista del Premio Ciudad de Barcelona, publicándose más tarde la crítica que le hace el académico Fernández Almagro:
«Con Monte de Sancha hace Mercedes Fórmica, acto de gentil presencia en el campo de nuestra novela. Bien señala el título la localización de este relato que nos sitúa en tierra malagueña, concretamente en la florida altura que domina la muelle fronda de la Caleta y el popular hervor del Perchel. Ese contraste entra por mucho, real y simbólicamente en la novela: de un fondo social y político que, en principio: de un fondo social y político que, en principio significó, sin duda, la principal dificultad que la autora se propuso con el deportivo propósito de vencerla. Es Málaga, en la época roja, la ciudad que presta todo su ambiente, en cruzadas ráfagas de cosmopolitismo y casticismo, con luces de sacrificio y sombras, de crimen, a la novela de Mercedes Fórmica. La autora hace ver lo que aquella angustiosa realidad representaba, y, en función de la verdad vivida, se mueven los personajes, sin que en momento alguno la libre ficción novelesca parezca alegato en pro de determinada tesis…» (ABC, Madrid, 4 marzo 1951, pág. 15.)
Algunos años después, el escritor catalán Sebastián Juan Arbó escribe un artículo en la prensa sobre la producción literaria a la que, según él, «se ha aludido muy raramente». En este artículo, que tituló Reflexiones al margen de los premios, hace una crítica breve a varias novelas y en lo que a la de Suárez Carreño, Premio Nadal 1949, respecta, le acusa que la suya, Las últimas horas, parece que tiene prisa en terminarla. «Es una novela –dice Arbó– de la que puede decirse que acaba en punta, en una punta alargada y un tanto monstruosa con relación al resto del libro». Idéntica acusación hace a nuestra autora, de la que dice: «En el mismo defecto, aunque agravado, incurre, a mi entender, Mercedes Fórmica en su Monte de Sancha, espléndida novela al principio, que acaba en pura zarzuela con los amores del escultor y la dama. Ana Matute fue testigo de mi entusiasmo en la primera parte de esta obra y mi decepción después»{9}. Por otro lado, cuando un año antes en una entrevista la preguntaron a Ana Matute, Premio Planeta 1954, a cuál novelista prefería, no dudó en contestar: «A Mercedes Fórmica»{10}. Publicó también la novela La ciudad perdida que fue seleccionada para el Premio Nadal y que más tarde una productora hispano-italiana llevó al cine: Era la aventura de un terrorista que entra en España clandestinamente y ha de cumplir en Madrid una siniestra misión. Asimismo hicieron un adaptación para el teatro. También, en esta ocasión, Fernández Almagro hace una crítica a esta novela que da comienza con estas palabras:
«Un poco después de salir a luz Monte de Sancha, aparece otra novela de Mercedes Fórmica, La ciudad perdida, y quien conozca estas dos obras atestiguará, de seguro, la ampliación de horizonte que significa la segunda respecto a la primera, y no precisamente por el asunto, sino por el modo de desarrollarlo, con técnica tan exigente y comprometida que la autora se crea sus propias dificultades por el gusto de vencerlas. Después de todo, el espíritu deportivo tan característico, en su línea, de este tiempo, es una manifestación más del eterno anhelo de superación sin el cual la obra artística perdería todo aliento.» (ABC, Madrid, 5 de agosto de 1951, pág. 15.)
El alta en el Colegio de Abogados, como era su caso, obligaba a realizar el «turno de oficio» cuando las circunstancias lo demandaran. La vigencia de la pena de muerte le atormentaba cuando tenía que afrontar algún caso castigado con ella. Un día la prensa publicó la agresión de una mujer a manos de su marido que le había asestado varias puñaladas. Un joven periodista quiso averiguar más detalles del suceso y se entrevistó con la mujer que le confesó que no era la primera vez que recibía malos tratos. Cuando el periodista le preguntó que cómo lo consentía, la mujer le respondió: «Intenté separarme, pero el abogado a quien consulté me dijo que lo perdía todo. Hijos, casa, mis pocos bienes»{11}. Aunque hoy parezca mentira, la mujer decía verdad. Esta injusticia le hizo pensar a Mercedes que algo había que hacer para reparar uno de los mayores atropellos que en aquellos años sufría la mujer casada. Fue entonces cuando se le ocurrió denunciar aquella absurda ley, que dejaba indefensa a la mujer ante la separación, con la publicación de un artículo que, previamente, estuvo tres meses congelado por la censura; lo tituló El domicilio conyugal, alcanzando enorme éxito, incluso fuera de España, y que por su interés reproducimos en su totalidad:
«En un hospital madrileño agoniza una mujer, víctima de doce cuchilladas. La noticia, extraída de entre los que pregonan el discutido Premio Nóbel, el nuevo estatuto de Trieste, el repugnante asesinato de Bobby Greenlease, o la catástrofe de Cestona, pasa inadvertida, cuando no por vulgar, deja de ser aleccionadora, ya que al ahondarse en las razones que llevaron a este final sangriento se pone en claro que la muerte de la desgraciada mujer la provocó la convivencia, una convivencia, que por humanidad, debió de ser evitada. La historia es realista, amarga. Un marido que se niega a entregar a su esposa el producto de su trabajo para mantener a la familia, compuesta por los padres y tres hijos; una esposa, que, a fin de sacar adelante a esa misma familia, se afana en tareas agotadoras, de la mañana a la noche. A menudo, ruega al marido que cumpla con su obligación de jefe de la casa. El marido se limita a golpearla, límite bastante suave en un hombre que llegará hasta el parricidio. De estos golpes existe constancia abundante en la Comisaría del distrito. Se me dirá, por el público ingenuo, que antes de dejarse matar, esta mujer pudo separarse legalmente de su marido, invocando la causa segunda del artículo 105 del Código Civil. Un grave obstáculo, sin embargo, se lo impedía: la escasez de vivienda.
Nuestro Código Civil, tan injusto con la mujer en la mayoría de las instituciones, no podía hacer una excepción con la esposa, y la casada que se ve en el trance de pedir la separación; aun en aquellos supuestos en que su inocencia está comprobada, ha de pasar por el previo depósito, que en este caso habrá de ser realizado fuera del domicilio conyugal, y ya el proceso de separación en marcha, el juez le entregará, o no le entregará, los hijos, los bienes muebles, fijará una pensión alimenticia, pero lo que ningún magistrado sentenciará –entre otras razones porque carece de facultades para ello– es que sea la esposa la que permanezca en el domicilio común y sea el marido culpable el que lo abandone. En otra época, la medida, aunque injusta, planteaba problemas secundarios; hoy esta parcialidad lleva a las doce cuchilladas. Qué duda cabe que en estos tiempos, en que el desequilibrio entre habitantes y habitación ha planteado un problema de gobierno y ha dado vida a una ley tan revolucionaria como la de los Arrendamientos Urbanos, pocas mujeres se arriesgarán a dejar su casa para lanzarse a la aventura de vivir debajo de un puente, o en un cuarto de renta nueva e inaccesible. La mujer que se encuentra en esta situación se resigna, y aguanta hasta el límite, que, como en el supuesto que nos ocupa, es la propia vida.
La defensa de la familia cristiana, imprescindible para el logro de una paz duradera, se consigue con la convivencia pacífica, equitativa, en la que cada cónyuge lleve su carga y cumpla con su deber. Es contraproducente para este logro el ejemplo a los hijos de la repetida mala conducta del más fuerte, que lo es sólo porque le mantiene una ley arbitraria. Los señores jueces deberían tener facultades para otorgar la titularidad del domicilio conyugal al cónyuge inocente, en este caso a la esposa, ya que, en definitiva, el domicilio conyugal es la casa de la familia y no «la casa del marido», como dice la ley. La familia ganaría en moralidad y buenos ejemplos, y los hijos varones conocerían a tiempo que su mala que su mala conducta futura no se verá salvaguardada por el Código Civil, aliado a circunstancias de momento, escasez de vivienda en este caso. Los buenos padres, que por lo general son también los buenos maridos, adquirirían la certeza de que sus hijas quedaban liberadas de una surte dura. Esa mujer, que a la publicación de esas líneas quizá ya no sea, representa algo más que la protagonista de un suceso de sangre, representa un símbolo: el de la buena esposa, excelente madre de familia, a la que una injusticia de la ley llevó al inútil sacrificio de su vida. No permitamos que su caso se repita. Hora es ya de prevenir, en lugar de lamentarse, de escoger el camino del diálogo y no de la violencia, cuando se pretende implantar una reforma justa. En apoyo de mi teoría diré que en el Congreso de Abogados celebrado en Madrid el pasado año se puso de manifiesto la necesidad de reformar la ley en este sentido, y como detalle digno de tenerse en cuenta, señalaré que fueron los abogados sacerdotes, a los que sus circunstancias hacía imparciales, los que se pronunciaron a favor de esta reforma.» (ABC, Madrid, 7-XI-1953, pág. 9.)
El artículo tuvo enorme éxito no sólo en España sino fuera de nuestras fronteras. Un amigo suyo le remitió un recorte del periódico The New York Times quien a través de su corresponsal en Madrid publicó una larga referencia del escrito. Por otro lado, en un trabajo dedicado al mundo femenino, la revista Holiday hizo un reportaje fotográfico de aquellas mujeres que más habían destacado en sus respectivos países. Robert Capa, director de la misma, pidió a la fotógrafa Inge Morath{12} que en España fotografiara a Mercedes Fórmica: «Tú irás a España. Tienes que ver a una mujer extraordinaria. Se llama Mercedes Fórmica, es abogado, y defiende a las mujeres que no se pueden separar de sus maridos»{13}. Igualmente «recogieron la noticia el Daily Telegraph y la importante revista gráfica Time, que le dedicó una página el 7 de diciembre rematada con esta frase escuchada a un madrileño: Creo que empieza un gran torbellino. Gracias a Dios mi mujer no lee los periódicos»{14} Otra prensa europea comentó también la noticia; incluso el semanario de la CNT dedicó palabras de elogio al artículo lo mismo que la que fue militante del PSUC, Lidia Falcón, quien escribió que «los artículos de Mercedes Fórmica recorrieron todo el país en pro de los derechos de la mujer. Se celebran inmediatamente cursillos y congresos convocados por la Academia de Jurisprudencia sobre el tema La mujer ante la ley. Durante cinco largos años se debate y se debate entre las irónicas respuestas de los que ven en la campaña un resurgimiento del loco y apolillado feminismo. Pero las cuchilladas no cuajan con el nuevo feminismo norteamericano, y a pesar de la resistencia de los tradicionalistas, el 24 de abril de 1958 se promulga una ley por la que se varían sesenta y seis artículos del Código Civil»{15}.
El ABC se benefició del éxito alcanzado por la abogada. Días después el periódico abrió una encuesta en torno a la reforma de la legislación denunciada dando también cabida en sus columnas a expertos juristas a la vez que a su redacción llegaban a diario cartas adhiriéndose a las reivindicaciones femeninas propuestas por Mercedes Fórmica. Al mismo tiempo publicó un editorial destacando el eco que tuvo el artículo y el planteamiento del problema de la capacidad legal de la mujer española añadiendo que la situación concreta que denunciaba su colaboradora «no es sino una de tantas manifestaciones de una característica de nuestro Derecho Civil que fue objeto de estudio en el primer Congreso Nacional de Justicia y Derecho…» (ABC, 22-XI-1953, pág. 48).
A la encuesta realizada por el periódico se sumaron prestigiosos hombres de leyes como el catedrático Ursicino Alvarez para quien «la situación de la mujer es un problema que ha preocupado en todos los tiempos y en todos los pueblos». El que fue decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Central, Eloy Montero, siempre estimó «duro en demasía lo que dispone la Ley de enjuiciamiento Civil en su artículo 1887, o sea, que los hijos mayores de tres años pasen automáticamente al padre cuando se decreta la separación provisional de los cónyuges, a tenor del artículo 68 del Código Civil». El profesor de Derecho Civil, Antonio Hernández Gil, ha dicho que «es posible introducir en nuestro sistema legal algunos importantes perfeccionamientos en lo relativo a la condición jurídica de la mujer y especialmente de la mujer casada». Para Jaime Guasp, decano de la Facultad de Derecho de Madrid, «el problema de la condición jurídica de la mujer, que Mercedes Fórmica ha aireado tan oportunamente, haciendo brillante honor a la doble calidad de su profesión y de su sexo, merece, desde luego, una atención pública superior hasta la que ahora ha disfrutado». José Valenzuela, catedrático de Derecho Administrativo, aunque el tema no era de su especialidad, no dejó de dar su opinión: «Es de extrañar que siendo la familia para el Derecho Civil una sociedad y para la Iglesia una relación de compañerismo («Compañera te doy y no sierva»), el Código Civil se aleje de la característica de voluntariedad que suponen estas relaciones, puesto que después de constituido el matrimonio establece un sistema rígido con prerrogativas de poder a favor del marido». En la encuesta también intervinieron otros ilustres letrados como Joaquín Garrigues, José María Ruiz Gallardón, Ramón Serrano Suñer, Juan Vallet de Goytesolo… y Antonio Garrigues que cerró la encuesta añadiendo para terminar «que lo que todas las opiniones han coincidido es que si al argumento de la capacidad de la mujer hubiera que darle un nombre propio, este nombre bien podría ser el de Mercedes Fórmica».
Después del estudio tuvo lugar un caso de separación matrimonial cuya vista de apelación recogió en Abc Josefina Carabias. A la misma, la periodista acudió en compañía de Mercedes y al salir de la Audiencia se dirigieron directamente a casa de la abogada para seguir charlando. Cuando la empleada del hogar les abre la puerta, al parecer con cara de susto, Josefina Carabias recogió ese momento, escribiendo el siguiente relato:
«—Señora –dijo–, ahí en el despacho, , esta la mujer de las doce puñaladas. Acaba de salir del hospital.
Allí estaba, en efecto, la víctima cuyo caso sangriento determinó toda esta polémica alrededor del domicilio conyugal. ¡Daba pena verla!
—Vengo a ver qué me aconseja usted que haga, señorita. Mi marido está en la calle. Le han puesto en libertad. Si se le ocurre ir a casa entrará aunque yo no le abra. Tiene derecho, la casa sigue siendo suya…
Nos quedamos de piedra. A pesar de los ríos de tinta que se han vertido, a pesar de lo todo que se ha hablado…¡el hombre de las doce puñaladas sigue siendo el dueño del domicilio conyugal! La mujer no tiene más remedio que vivir a su lado o irse, con sus hijos, debajo de un puente.» (ABC, 12 enero 1954, pág. 15.)
Alguna prensa española entra en la polémica que destapó el artículo y también sus comentarios posteriores por parte de muchos profesionales del Derecho. Ciertos artículos publicados en esa prensa llevaban la firma de su autor, pero otros se publicaron de manera anónima sacando la cuestión de quicio y llegando, incluso, a la peregrina conclusión de que la encuesta referente a la situación de la mujer en el Derecho positivo español había sido inspirada por un ánimo antifamiliar y anticristiano. Ante estos comentarios para abordar el problema de la capacidad de la mujer casada, Mercedes escribe un largo artículo respondiendo a semejantes formas de ver las cosas. Ella, que nadie puede tachar de anticatólica, termina su colaboración con estas palabras:
«Los profesionales del derecho estarán de acuerdo conmigo en que presentada una demanda de separación por la esposa inocente, el primer acto del esposo culpable consiste en la ocultación de los bienes, en el alzamiento o enajenación de los gananciales, en disfrazar o menos preciar sus ingresos por trabajo o rentas, todo ello con la consiguiente disminución de la pensión alimenticia. Estas medidas, dictadas por el rencor a la mujer, recaen, en definitiva, sobre los hijos –lo que queda de la Institución Familiar–, que sufren en carne propia las consecuencias de una situación que no crearon.
Que duda cabe que no existe nada más hermoso que los matrimonios en armonía, los hijos felices en la compañía de sus padres. Pero no añadamos más miseria a la desgracia de los que no pudieron conseguir tales bienes y tendámosles la mano, haciéndolo con generosidad y con verdadero espíritu cristiano. Que mucho se esgrimió el cristianismo en estos días, pero pocos recuerdan que fue Jesús el que elevó la categoría de la mujer, y que, en definitiva, el Derecho romano que nos rige contiene muchos excesos inspirados por el paganismo.» (ABC, 14 enero 1954, pág. 26.)
Pero la actividad de Mercedes no para ahí. Se dedica a dar charlas. El 10 de de febrero de 1954, en el Circulo Medina de la Sección Femenina pronuncia una conferencia bajo el título La situación jurídica de la mujer española, que tiene un enorme éxito. Con el mismo título da otra en Barcelona donde, además, en La Vanguardia Española le hacen una entrevista que comienza con esta entradilla: «Mercedes Fórmica, abogada en ejercicio, del Colegio de Madrid, escritora, novelista, autora de Bodoque, Monte de Sancha, La ciudad perdida, El miedo (Inédita esta última), defensora de los derechos de la mujer, disertará hoy en Conferencia Club, sobre este tema»{16}. Al día siguiente el mismo periódico le dedicada una reseña elogiosa, destacando las felicitaciones que había recibido del numeroso público que había acudido a escucharla. Al mes siguiente, el mismo periódico recoge la estancia en Barcelona de la escritora Simson, colaboradora del Herald Tribune, que manifestó que iba a enviar a ese periódico la entrevista mantenida con Mercedes Fórmica sobre los derechos de la mujer porque «esto interesa mucho en Norteamérica» (La Vanguardia, 9 junio 1954, pág. 7). En 1955 publicó la novela A instancia de parte con la que ganó el Premio Cid y que volvería a ser reeditada con el texto revisado por su autora en 1990. En ella confluyen unos matrimonios rotos donde el máximo beneficiario será el hombre que sabe será siempre el ganador e intentará sacar por ello la máxima rentabilidad que las circunstancias le permiten.
Como consecuencia de la campaña creada por la abogada, en el mes de julio de 1956 en el Juzgado de Primera Instancia nº 3 de Madrid se emitió una sentencia en la que el magistrado resolvió que la esposa siguiera viviendo en el domicilio conyugal debiendo abandonarlo el marido. Esta sentencia animó a muchas mujeres que se dirigieron a la prensa exponiendo se precaria situación en la que quedaron después de una sentencia contraria a ellas. Una de estas cartas fue firmada por una mujer que no sólo quedó sin hogar sino que cuando fue a pedir trabajo le dijeron que su marido tenía el deber de mantenerla y que por ese motivo no se lo daban. A los pocos días, Mercedes le contesta desde las columnas del Abc con un largo escrito que finalizaba así:
Cuando la ley sea más cristiana que romana –es decir, pagana–, entonces sí, entonces, mi admirada y admirable doña Emilia Cabello y Rodrigo, esposa española, depositada en casa extraña, viviendo de la caridad ajena, podrá hablarse «de una ley injusta» y «de una ley posterior equitativa».
Mientras este paso no se dé, las circunstancias no habrán cambiado, y las mujeres españolas continuarán como hasta hoy, y los ejemplos como el suyo se multiplicarán.» (ABC, Madrid, 27 julio 1956, pág. 22.)
Escribe mucho sobre temas muy diversos relacionados con la mujer. Le preocupan, sobre todo y principalmente, los padres adoptantes que opinan sobre la destrucción de las partidas literales de nacimiento y bautismo de los hijos adoptivos. Se interesa por esta materia y pide a los juristas que expongan sus puntos de vista, pero considerando más el aspecto humano de la cuestión que el simple problema legal. Para ella lo más importante aún es que los legisladores, teniendo en cuenta este aspecto humano, rectificaran las disposiciones que estaban en vigor en aquel momento y las adaptaran a las realidades actuales. Este nuevo planteamiento que hace sobre los hijos adoptivos vuelve a producir una serie de cartas en la prensa tanto de juristas como de padres adoptantes. Al final, el abogado Joaquín Arce conocedor de los problemas relacionados con la adopción por su contacto diario con el tema a través de su conexión tanto con los adoptantes como con los adoptivos, envía un valioso trabajo que Mercedes reproduce en el ABC, y del que recogemos solamente sus expresiones finales:
Los niños –no lo olvidemos– admiten la verdad, cualquiera que se ésta, mejor que el engaño o la simulación, reaccionando ante ella con gran capacidad.
Si estamos persuadidos, como debemos estarlo, que la paternidad adoptiva es verdadera paternidad que crea en gran medida la personalidad del hijo, modela su temperamento e imprime su propio sello dada la gran capacidad mimética receptiva del niño y todo eso lo hace mediante la entrega del amor, máxima oferta de que es capaz el hombre: si estamos convencidos de esto –repito– no debe constituir problema que el menor conozca que su origen tiene una causa distinta a la de su vida. (ABC, Madrid, 25 mayo 1959, pág. 43.)
Separada de su marido Eduardo Llosent contrae segundas nupcias en 1962 con José María G. de Careaga y Urquijo que fue alcalde de Bilbao y que falleció el 4 de enero de 1971.
En 1972 publica la novela histórica La hija de don Juan de Austria, con prólogo de Julio Caro Baroja, y con la que al año siguiente ganó el Premio Fastenrath de la Real Academia Española; interviniendo como jurado: José María Pemán, Pedro Laín Entralgo y Gerardo Diego. Esta obra fue recibida por la crítica como una definitiva contribución al estudio del siglo XVI español. Años más tarde fue objeto de una polémica entre su autora y Antonio Gala porque le acusaba de plagio, en relación con un guión de éste para un programa de Televisión. Mercedes pedía que al menos Gala admitiera que había hecho una adaptación. De esta novela hizo una excelente crítica el Premio Nacional de Literatura 1949, Pedro Rocamora, quien, entre otras cosas, escribió:
«Y esto es lo que ha hecho Mercedes Fórmica. De un tema casi folletinesco ha sabido construir un trabajo de investigación. El lector se halla ante un texto tratado con absoluto rigor documental. No hay en él lugar para lo fantástico. Pero no importa. Porque Mercedes Fórmica ha sabido reflejar el contraluz de unos años en los que la realidad se funde con la fantasía. En ese momento España conserva todo su lastre medieval, a la vez que se está forjando el estilo de vida del renacimiento.
Lo que ha hecho Mercedes Fórmica, con ánimo resuelto, es adentrarse en el transfondo del reinado de Felipe II para mostrarnos el perfil de un personaje que amó ilusionadamente y al que el rigor del Monarca cortó las alas de su pasión de mujer. La España de Felipe II fue inquisitorial, despiadada, dura y a la vez imaginativa y soñadora. En ella la vida de Ana de Austria equivale al conflicto psicológico de una mujer marcada por un trágico destino. Vivió en una época cargada de contradicciones. En una España de frailes, de brujas y de santos, de ascetas y de barraganas, de fe y de hipocresía, de religiosidad y de lujuria…» (ABC, Madrid, 26 abril 1973, pág. 65.)
Le seguiría otra novela histórica publicada en 1979, titulada María de Mendoza. Solución a un enigma amoroso. En 1987 publicó La infancia que con la novela Collar de Ámbar publicada en 1989 termina su obra literaria. Sin embargo, ella seguía con sus colaboraciones en la prensa. Este mismo año publica un largo artículo titulado La situación jurídica de la mujer española; y más tarde acudió a los cursos de la Complutense en El Escorial para relatar su lucha por los derechos de la mujer. Todavía escribiría un artículo que tituló La propiedad limitada, cuando se enteró que una pobre viuda de 82 años le había quedado de paga 2.083 pesetas en 1998; y La hermana desconocida de la princesa de Éboli. Tampoco hemos de olvidar la trilogía de sus memorias que comenzó a publicar en 1982 con el título Visto y vivido; siguiendo un segundo tomo, Escucho el silencio, que se publica en 1984; para finalizar con el tercero titulado, Espejo roto y espejuelos, editado en 1998.
Mercedes Fórmica falleció en Málaga el 22 de abril de 2002, víctima de la enfermedad de Alzheimer. Esta escritora y abogada ejerció siempre su profesión enfrentándose a la situación jurídica de la mujer en España, aunque las feministas la ignoraron, y la ignoran, porque fue falangista poniéndole además el sello de fascista sin que nadie se molestara en averiguar si lo era o no. Que también escribió que José Antonio era un hombre de Derecho, no un hombre de derechas; y que ante la muerte que ya presentía no muy lejana, dijo que tenía fe y que para ella la religión le había aportado la esperanza y la explicación del objetivo de su vida.
Notas
{1} Diario Abc, Madrid, 19-XII-1953, pág. 33.
{2} Ibid., 27-IV-1997, pág. 65.
{3} Diario La Razón, Madrid, 25-IV-2002, pág. 26.
{4} Ibid., 30-IV-2002, pág. 7.
{5} Mercedes Fórmica, Visto y vivido, Planeta, Barcelona 1982, pág. 104.
{6} Rosario Ruiz Franco, Mercedes Fórmica, Ediciones del Orto, Madrid 1998, pág. 61.
{7} Mercedes Fórmica, Escucho el silencio, Planeta, Barcelona 1984, pág. 13.
{8} Mercedes Fórmica, Espejo roto y espejuelos, Huerga Fierros, Madrid 1998, pág. 11.
{9} Diario La Vanguardia Española, Barcelona, 23-I-1955, pág. 5.
{10} Ibid., 14-X-1954, pág. 9.
{11} Mercedes Fórmica, Espejo roto, op. cit., pág. 39.
{12} Esposa que sería después del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Arthur Miller
{13} Rosario Ruiz Franco, Op. cit., pág. 43.
{14} Mercedes Fórmica, Espejo roto, op. cit., pág. 42.
{15} Lidia Falcón, Mujer y sociedad, Editorial Fontanella, Barcelona 1974, 2ª edición, pág. 358.
{16} Diario La Vanguardia Española, Barcelona, 21-V-1954, pág. 16.