Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 128 • octubre 2012 • página 3
La Guerra Civil que asoló a gran parte de España, no fue una lucha por la República, aunque así lo quieran ver algunos, ni tampoco por una cuestión dinástica como han pretendido ver otros. Ni tan siquiera fue un problema inter-regionales en el seno de una gran patria. La guerra fue, en el fondo, una contienda de principios, de doctrinas, de un concepto de la vida y de un hecho social contra otro, de una civilización contra otra. Fue la guerra que sostuvo el espíritu cristiano y español contra el materialismo marxista. Es decir, de una parte la vieja tradición e historia de España y, de la otra, el que quiere destruir todos los valores de nuestra vieja civilización. Fue, en resumidas cuentas, y en palabras del cardenal Gomá, la lucha de España y la anti-España, de la religión y el ateismo. De la civilización cristiana y la barbarie. Para terminar con estas otras: «Nos hallamos en una cruentísima guerra civil, en la que toman parte, junto con los ejércitos contrarios, el pueblo español con sus dos tendencias opuestas, nacional y marxista.»{1}
Nació el cardenal Isidro Gomá y Tomás en la provincia de Tarragona, en la localidad La Riba, el 19 de agosto de 1869. Perteneció a una familia numerosa, ocupando el cuarto lugar de nueve hermanos. Después de estudiar en los seminarios de Montblanch y Tarragona, y ordenado presbítero en 1895, fue nombrado coadjutor de la parroquia del Carmen en Valla y después ecónomo en Montbrió del Campo. Impartió latín en el seminario de Tarragona y en 1899 fue nombrado rector del mismo, cargo que ocupó hasta 1908.
El papa Pío XI le preconizó el 20 de junio de 1927 como Obispo de Tarazona y aquí le sorprende casi cuatro años después la venida de la Segunda República que dio a España un rumbo nuevo para la causa de la Iglesia. Así y todo, los prelados españoles recibieron de Roma instrucciones en el sentido de que era deseo de la Santa Sede se respetara el poder constituido y de esta forma lo transmitió a sus feligreses, aunque en la pastoral sobre Los deberes de la hora presente, de fecha 10 de mayo, mostraba el prelado sus hondas inquietudes: «Sentimos en estos graves momentos, amados hijos nuestros, una pena que nos prensa el corazón»{2}. Esta tribulación no era producto de algo gratuito o injustificado porque muy pronto, tan pronto que apenas había firmado aquellas palabras, se produjo la quema de conventos que hace que su pluma en una pastoral titulada: Protesta y ruego, dé comienzo con estas palabras llenas de amargura:
«Formulamos estas breves líneas con el alma transida de dolor ante los horrendos sucesos ocurridos en varias ciudades de España los días 11 y siguientes del corriente mes, y ante las cometidas que en el orden legislativo deberán causar, tarde o temprano, lamentables estragos en lo sagrado de la conciencia católica de los españoles. Decir de aquellos hechos que son vandálicos, que son una vergüenza para el pueblo en que se producen, es poco; porque son, además, un espantoso atentado contra nuestro Dios, el Dios de España, Jesucristo, y las cosas divinas de su sacrosanta religión. Personas sagradas fueron vejadas y desposeídas; imágenes, reliquias, vasos, ornamentos, casas de oración y penitencia, es decir, todo el sistema externo y oficial del culto católico, en medio de ciudades populosas, ha sido devastado por el fuego, encendido y atizado en un momento de vesania por la ráfaga de una pasión que no tiene de humano más que lo que el hombre pueda tener de satánico: el odio a las cosas de Dios.»{3}
El 12 de abril de 1933 fue nombrado Arzobispo de Toledo y Primado de la Iglesia española, rompiendo de esta manera la tradición de que fueran ya arzobispos los elevados a la dignidad de Primado. El 2 de julio, acompañado del nuncio, monseñor Tedeschini, hizo su entrada en su nueva diócesis publicando a los pocos días su primera pastoral, como Primado de España, que llamó: Horas graves, dada precisamente la gravedad por la que atravesaba España, no ya en el orden religioso, sino también en lo político, social, moral y hasta económico:
«Sin Dios no hay justicia, ni fidelidad a los pactos, ni escrúpulo en defraudar lo que se pueda sin incurrir en sanción. Sin Dios no hay caridad, ni confianza, ni armonía de clases, elementos necesarios en el mundo de la producción y del trabajo. La ausencia de Dios coincide siempre con la explosión de la concupiscencia y de la inmoralidad pública, y éste es el plano inclinado por donde bajan las naciones a su ruina material. La familia, el trabajo, el ahorro, la propiedad, la abnegación y la tenacidad juntamente con la paz, son los grandes factores de la prosperidad de un pueblo, y todos ellos descansan en Dios, en su providencia, en su caridad, en sus premios. […]
Porque lo más grave de la hora presente, y lo que más atañe a nuestro oficio pastoral, es la precaria situación a que ha quedado reducida nuestra religión santísima en nuestra patria. «¡Es bien triste la situación creada a la Iglesia Católica en España», dice Pío XI en la mentada Encíclica [Dilectissima Nobis], después de enumerar la serie de leyes inicuas con que se trata de empobrecerla y maniatarla.
Sin pan los ministros de Dios, que se les ha arrebatado en forma inhumana e injusta –ya que les era debido por muchos títulos–, sin que tuvieran los legisladores corazón para dictar un arreglo provisorio que consintiera amortiguar los daños del golpe, duro y rápido, asestado, en casos numerosísimos –lo decimos con dolor de padre– contra sacerdotes ancianos que agotaron su vida en penosos ministerios ejercidos bajo título eclesiástico refrendado en su responsabilidad económica por la Nación, que a ello se comprometió con pactos solemnes.»{4}
En octubre de 1934 se encuentra en Argentina y el día 12, sin que seguro estuviera enterado de los acontecimientos producidos en España con motivo de la Revolución de Octubre donde fueron asesinados sacerdotes y religiosos, pronunció en el Teatro Colón de Buenos Aires el discurso conmemorativo de la Fiesta de la Raza bajo el título, Apología de la Hispanidad:
«¡Excelsos destinos los de España en la historia, señores! Dios quiso probarla con el hierro y el fuego de la invasión sarracena; ocho siglos fue el baluarte cuya resistencia salvó la cristiandad de Europa; y Dios premió el esfuerzo gigante dando a nuestro pueblo un alma recia, fortalecida en la lucha, fundida en el troquel de un ideal único, con el temple que da al espíritu el sobrenaturalismo cristiano profesado como ley de la vida y de la historia patria. El mismo año en que terminaba en Granada la reconquista del solar patrio, daba España el gran salto transoceánico y empalmaba la más heroica de las reconquistas con la conquista más trascendental de la historia.
América es la obra de España por derecho de invención. Colón, sin España, es genio sin alas. Sólo España pudo incubar y dar vida al pensamiento del gran navegante, que luchó con nosotros en Granada; a quien ampararon los Medinaceli, a quien alentó en la Rábida el P. Marchena a quien dispensó eficaz protección mi insigne predecesor el gran Cardenal Mendoza; que halló un corazón como el de Isabel y hombres bravos para saltar de Palos a San Salvador. Sin España no hubiese pasado de sueño de poeta o de remembranza de una vieja tradición la palabra de Séneca: 'Algunos siglos más, y el océano abrirá sus barreras: una vasta comarca será descubierta, un mundo nuevo aparecerá al otro lado de los mares, y Tule no será el límite del universo.'»{5}
Al ser nombrado Primado de España no fue al mismo tiempo elevado al cardenalato. Lo sería el 19 de diciembre de 1935 cuando le llegó de Roma el nombramiento creado como tal en el Consistorio del día 16 de ese mes y año. Esta situación, es decir, el que estuviera algo más de dos años siendo Primado sin ser Cardenal, contribuyó «a hacer quebradiza su causa», pero no por ello dejó de defender los derechos de la Sede toledana. Para nadie era un secreto el viejo pleito entre Toledo y Tarragona, arzobispo entonces de esta diócesis el cardenal Vidal i Barraquer, que no disimulaba sus intentos de robustecer el influjo de esta capital catalana sobre toda Cataluña. De ahí la carta que el 20 de junio de 1934, escribe monseñor Gomá al nuncio Tedeschini:
«No se le ocultará a V.E. lo difícil y delicado de mi situación. Nacido en Cataluña y amante de mi tierra y de sus glorias, nunca oculté tampoco mi amor hacia la Patria grande, dentro de la cual caben todas las manifestaciones de la personalidad de cada región. Mas no bastó esto para evitar que en ciertos medios se insinuase maliciosamente, por el solo hecho de mi origen catalán, que había sido yo nombrado para esta Sede precisamente para facilitar la amputación de sus derechos primaciales Había previsto yo, en forma genérica, este peligro cuando, en conversación sostenida con V.E. en la Nunciatura, antes de la propuesta oficial para esta Sede, me permití recordar mi origen catalán y las dificultades y recelos que ello podría suscitar.»{6}
Definitivamente, el 25 de abril de 1936, la Santa Sede envió una carta a monseñor Tedeschini confirmando las atribuciones del ya cardenal Gomá:
«No hay duda de que ahora concierne al Emmo. Sr. cardenal arzobispo de Toledo, convocar y dirigir las Conferencias Episcopales (…). En cuanto a la Acción Católica (…) siendo él también Primado (…) deberá asimismo convocar y presidir la citada Comisión de los Emmos. Cardenales y de los Excmos. Arzobispos.»{7}
Pero dos meses antes, el 16 de febrero concretamente, tuvieron lugar en España unas nuevas elecciones generales y antes de que se produjeran, llevaron al cardenal a pensar en las posibles coaliciones dentro del campo católico. Por esta razón, para comunicarse con sus feligreses, les escribió una carta pastoral titulada Nuestra vuelta de Roma, que recordaba unas palabras del Papa sobre la unión de todos los católicos antes que todo, sobre todo, con todos y a toda costa. Esta pastoral quiso ser más de principios que de aplicaciones concretas pues sus esfuerzos se dirigieron a aconsejar a los políticos que por aquellos días se le acercaron para conocer su punto de vista. Pero está claro que nadie le hizo caso y el Frente Popular se alzó con la victoria. No hace falta decir que el cardenal quedó seriamente afectado con el resultado de las urnas, que insiste una vez más en la necesidad de reconquistar a un pueblo que fue de Cristo, y que, en gran parte, se ha alejado de la Iglesia. Al mismo tiempo, recomendaba a los sacerdotes se abstuvieran de intervenir en política. Su visión, pues, sobre lo que en esos momentos ocurría en España, quedaba reflejada en una carta que con fecha 1 de abril dirigió al general de los jesuitas:
«Y refiriéndome ahora al estado general de las cosas en España, le reputo francamente malísimo, sin que humanamente se vea el remedio de ello. La revolución triunfante; sin escrúpulos en los procedimientos para afianzarse; con la impasibilidad de los gobernantes ante los inauditos atropellos que la Iglesia ha sufrido estas semanas últimas, la amenaza de aplicar en su totalidad la Constitución, más que atea; el desconcierto en los elementos políticos de derecha, desunidos algunos de ellos hasta el rencor; perdida la tensión espiritual de nuestro cristiano pueblo, efecto de pasados desengaños; deshecha la economía nacional, inminentes unas elecciones municipales que llevarán los principios y las prácticas revolucionarias hasta el corazón del pueblo; el miedo y la cobardía que han debilitado las organizaciones de la vida religiosa; acorralada y reducida de volumen la prensa católica; inminente la implantación de la enseñanza laica en toda su extensión: tal es el panorama que se nos ofrece por el momento. No parece haber más remedio que una providencia extraordinaria de Dios.»{8}
La carta no era producto de una imaginación equivocada ya que apenas tomado el Poder por parte del Frente Popular se vuelve a producir la quema de iglesias y conventos en un número bastante elevado. El propio Azaña el 17 de marzo escribió a su cuñado Rivas Cherif estas palabras: «Hoy nos han quemado Yecla: 7 iglesias (…). El sábado, Logroño, el viernes Madrid 3 iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas…»{9}. Varios sacerdotes fueron amenazados y obligados a salir de sus respectivas parroquias, en algunos casos de forma violenta. Fueron frecuentes los robos en las iglesias y profanaciones de cementerios y sepulturas, como la del obispo de Teruel, Antonio Ibáñez Galiano. Estos lamentables acontecimientos producen que el cardenal visite a Manuel Azaña, en ese momento presidente de Gobierno. Azaña nada cuenta de esta visita en sus Memorias, pero el contacto que mantuvieron ambos fue muy cordial, según medios de la diócesis de Toledo. No obstante, la persecución contra la Iglesia siguió sin cesar. «Todas las acciones revolucionarias y de propaganda demagógica fueron hábilmente desarrolladas por grupos extremistas de izquierda: los anarquistas con su sindicato, la FAI; los socialistas más radicales de Largo Caballero, conocido como el Lenin español, y los comunistas, con ideología y métodos estalinistas. Y todo este explosivo conjunto, incitado por la fobia anticlerical y anticristiana de la masonería»{10}. Por ello: «¿Hará falta insistir en que, al margen de la propia guerra civil y con antelación a la misma, estaba minuciosamente previsto el programa de persecución a la Iglesia?», pregunta el obispo monseñor Montero{11}. El 12 de mayo de 1936, Pío XI denunciaba el peligro del comunismo en todas sus formas y grados que en aquellos momentos amenazaba al mundo.
La guerra sorprende al cardenal en Tarazona. Él mismo en una carta que desde el Balneario de Belascoain (Navarra) dirigió al secretario de Estado, cardenal Pacelli, explica el motivo de encontrarse en aquella ciudad el 18 de julio: «Salí de Toledo el 12 de julio, habiéndome sorprendido de improviso el levantamiento cívico-militar en Tarazona, mi antigua Sede, adonde me había dirigido esperando la fecha de la consagración de mi Obispo Auxiliar, que debía celebrase el día 25 de julio. He venido aquí para someterme a la cura de aguas de este Balneario, en la imposibilidad de ir a Cataluña, como era mi propósito, para hacerlo en un balneario de aquella región»{12}. Al mismo tiempo le envía un informe acerca del levantamiento y entre otras cosas le dice que los dirigentes del movimiento, según se desprende, de sus proclamas y arengas, propenden a la instauración de «defensa de la civilización cristiana». Estas últimas palabras fueron, para el historiador y sacerdote Gonzalo Redondo, idea de Miguel de Unamuno cuando las pronunció en su toma de posesión como concejal del Ayuntamiento de Salamanca, el 26 de julio de 1936. Pero lo que olvidó Redondo es que meses antes, el 2 de febrero del mismo año, pronunció casi idénticas palabras José Antonio en el Cine Europa de Madrid: «Es la venida impetuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana; es la señal de clausura de una civilización que nosotros, educados en sus valores esenciales, nos resistimos a dar por caducada»{13}. Pero volviendo al cambio de residencia del cardenal en aquella fechas, le libró de una muerte casi segura ya que, según datos oficiales, el clero catedralicio de Toledo lo componían 67 personas, entre canónigos, capellanes, &c., de los que fueron asesinadas 42.
Como Primado de España le correspondió un importante protagonismo durante toda la contienda. Así, por ejemplo, apareció en la prensa y fue difundida por radio el 6 de agosto, la Instrucción pastoral, firmada por los obispos de Vitoria y Pamplona, Múgica y Olaechea, pero redactada toda ella por el cardenal Gomá. «Para los dos obispos que habían firmado el documento y, sobre todo, para su redactor, el cardenal Gomá, España era una sola cosa invariable unida de forma inseparable a la religión católica. Desde este punto de vista, la decisión de alterar la constitución tradicional de la España una resultaba incomprensible; más aún si se trataba de producir esta alteración –los Estatutos de autonomía eran vistos como potencialmente disgregadores de la unidad española– en el momento mismo en que se estaban abatiendo sobre España sus enemigos tradicionales»{14}. Fue durante este mes cuando el cardenal comenzó a enviar a la Santa Sede informaciones sobre lo que estaba aconteciendo en España. «La importancia de estos informes primeros es grande. Ante todo, porque su autor, en aquellas fechas y en ausencia del cardenal Vidal y Barraquer, era prácticamente la máxima representación de la Iglesia española como Primado, tanto cara al interior como al exterior. Por otro lado, no existiendo nuncio en España desde la elevación al cardenalato del anterior Mons. Tedeschini, las noticias de Gomá suponían para la Santa Sede la única vía, aunque fuera oficiosa, de información desde territorio español. Pero especialmente –y queremos subrayar este aspecto– los juicios del Primado en estos primeros momentos de la guerra, van a resultar decisivos a la hora en que la Santa Sede tome postura (ciertamente cautelosa, pero de indudables consecuencias) cara a la situación española»{15}. En uno de los informes que envió al cardenal Pacelli, decía: «El escándalo producido por la colaboración bélica de los nacionalistas [vascos] con los comunistas, sin otro móvil que la insensata ilusión de poder alcanzar su independencia del resto de España, ha sido enorme»{16}.
Como si fuera una premonición de lo que lo que más tarde sería el Decreto de Unificación, escribe el cardenal en uno de sus informes: «Los dos grupos principales de combatientes voluntarios (Requetés y Falangistas) demuestran estar compenetrados y será preciso, si el triunfo llega, trabajar para que no se creen problemas políticos contraproducentes». Al llegar a este punto, Gomá quiso exponer cuál era su visión en cuanto a las desavenencias que podían producirse entre ambas organizaciones:
«Las diferencias de matiz religioso, entre los dos grupos, tal vez no sean tantas como a primera vista pudiera parecer, pues las Falanges (sic), integradas por elementos heterogéneos, parece aspiran a la unidad católica, puesto que laboran para la restauración de la España de los Reyes Católicos, cuyo emblema, el yugo, han puesto sobre el haz de sus flechas. Mayor choque pudiera producirse en lo político, porque los fascistas (sic) tal vez quieran un centralismo absoluto, efecto de su concepción del Estado, y los tradicionalistas tienen en su programa la defensa de un sano regionalismo.»{17}
En noviembre de 1936 interpretó como máxima autoridad de la Iglesia española el sentido de la guerra en un texto muy difundido por todo el mundo, sólo superado por la Carta colectiva del Espiscopado español. Está fechado en Pamplona el día 23, si bien pocos días después la Diputación Foral de Navarra patrocinó una nueva edición de 20.000 ejemplares. En principio, el escrito que tituló, El caso de España, estaba destinado a publicarse solamente en el Boletín Eclesiástico de Toledo, pero el cardenal quiso que tuviera más difusión, de ahí estas palabras suyas: «Cuando se nos ha ocurrido que su lectura podría hacer algún bien, fuera de nuestra Diócesis, en orden a orientar los espíritus en estos momentos de dolor y de zozobra». El escrito daba comienzo con esta locución:
«Cuando en julio pasado estalló el movimiento militar contra el Gobierno de la Nación española, nadie pudo pensar que llegara a revestir los caracteres de gravedad que hoy tiene, en el orden nacional e internacional. Es tan vasta y profunda la corriente que ha determinado esta guerra –que en un principio ofreció los rasgos comunes de toda guerra civil– que no sólo ha sacudido todo en España, sino que ha apasionado y conmovido al mundo entero.
Como ocurre en estos casos especialmente en éste, en que se han producido hechos deplorabilísimos que desdicen de nuestra tradición y de nuestra Historia y hasta de nuestro temperamento racial, se ha dividido la opinión en el mundo al enjuiciar los hechos culminantes de la durísima guerra.
Nos place hacer el honor debido a los Obispos y fieles de muchas naciones que por nuestro conducto han querido expresar al pueblo español su admiración por la virilidad, casi legendaria, con que gran parte de la nación se ha levantado para librarse de una opresión espiritual que contrariaba sus sentimientos y su historia, al par que algunas de ellas socorrían con largueza nuestras necesidades creadas por el terrible azote. Es la expresión del vínculo de caridad cristiana que, como une entre sí a individuos y familias y lo acerca más en días de tribulación, así lo hace del internacionalismo católico, en que todos formamos el gran cuerpo místico cuya Cabeza es Jesucristo, nuestro Padre y Señor.»{18}
La publicación de las palabras de Mons. Gomá, produjo entre los católicos honda sensación porque se empezaba a sentir ya el vacío de que era objeto en el extranjero la Causa Nacional, y gran parte del pueblo español deseaba que se hiciera algo para convencer al mundo de que el levantamiento nacional tenía por objeto la reivindicación del ser de nuestra patria. Por otra parte, mucha prensa extranjera se ocupó de este documento al que concedió gran importancia. Era para el mundo, hostigado y engañado con la propaganda comunista y todos sus satélites, algo clarificador y alentador que el Cardenal Primado de España elevara su autorizada voz para definir el verdadero carácter de la guerra española.
Entre diciembre de 1936 viajó a Roma después de haber enviado al cardenal Pacelli una carta de fecha 11 de ese mes en la que dice que después de las informaciones, «desde que estalló el gravísimo conflicto en que se ventila el porvenir de nuestra nación», que le había remitido desde España, le añade ahora las que ha formulado bajo estos epígrafes: «I. Situación actual de España. II. Nacionalismos. III Problemas derivados de la guerra. IV. Inmunidades y privilegios eclesiásticos. V. Actuación ante el Gobierno. VI. Servicios Eclesiásticos Castrenses. VII. Acción Ministerial y Acción Católica».{19}
Sobre el II epígrafe, que hace referencia a los nacionalismos, vasco y catalán, recogemos, en primer lugar, su informe sobre el problema catalán:
«Lo que toca a Cataluña, dominada totalmente por los rojos, y prófugos todos los sacerdotes, el problema queda aplazado para cuando se restablezca la normalidad. Perdura en las altas esferas del Gobierno de Burgos, la hostilidad contra ciertos elementos que hoy están en el destierro y a quienes se consideran más responsables del movimiento catalán. Puedo referirme especialmente a dos prelados catalanes, el Emmo. Sr. Cardenal de Tarragona, de quien he oído reiteradamente que no se le consentirá volver a España, y el Excmo. Sr. Obispo de Seo de Urgel que ya ha tenido una cuestión de carácter diplomático con la situación anterior, como Príncipe co-soberano de Andorra que ahora, según se me comunica oficiosamente, ha sido denunciado ante el Gobierno de Burgos por unas palabras que habría dicho en los Jesuitas de San Remo, menos favorables al gobierno militar futuro de Cataluña. Tengo copia de la denuncia presentada, que reproduzco en anejo número 1. Consigno esto sólo a título de información, con el fin de favorecer a los venerables Hermanos y para prevenir el planteamiento de problemas que se le pueden presentar a la Santa Sede. Entre la clerecía catalana hay nombres a quienes el Gobierno de Burgos ha puesto el veto de entrada en España.»{20}
En cuanto al problema vasco recogemos las primeras líneas de su informe, no sin antes aclarar, que la diócesis de Vitoria que cita, estaba regida por el obispo Mateo Múgica que se ausentó de España el 14 de octubre de 1936 para ir a residir a Roma por exigencia de la Junta de Defensa que estimó, que la salida del obispo de Vitoria de su diócesis era obligada porque entendían que había amparado con excesiva transigencia a los sacerdotes nacionalistas. La Santa Sede dispuso facilitar el difícil cometido al recién constituido Gobierno de Burgos :
«Más grave es el problema en las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa, Diócesis de Vitoria. Como ocurre en estos casos, del extremismo lamentable del nacionalismo furioso –que ha llevado a un gran número de católicos a una alianza de armas absolutamente reprobable con los comunistas, y sobre la que he informado ya a esa Secretaría de Estado– se ha pasado al extremo contrario de una intolerancia que ha rebasado los límites de la conveniencia por parte de las autoridades.
Al número de once sacerdotes fusilados por profesar ideas nacionalistas, sobre lo que ya informé a la Santa Sede, hay que añadir otro, a pesar del categórico ofrecimiento del Generalísimo Franco. Me asegura el hecho el Sr. Vicario General de Vitoria, si bien no me da nombre ni circunstancias del hecho, aunque es cierto que no se ha requerido la intervención de la autoridad eclesiástica.»{21}
La primera visita que realizó, nada más llegar a Roma, fue al Secretario de Estado, cardenal Pacelli. Desde el primer momento le insiste la conveniencia de reconocer al nuevo Gobierno de Burgos por parte del Vaticano. Al mismo tiempo recibe la grata noticia de que el Papa quería tener un entrevista personal con él. La audiencia tiene lugar el día 11 y el propio cardenal la describe así:
«Tiene la dignación de recibirme en cama, caso único en la historia de las audiencias papales. Gran afecto. Piensa mucho en España. La encomienda a Dios. Le ofrece todos sus sufrimientos para su salvación. Al ponderarle su bondad de recibirme, me dice: 'Le hubiese recibido anoche in artículo mortis.' Me acompaña el secretario de Estado. Lee al Papa una propuesta del embajador francés, en que pide al Papa apoye una propuesta de intervención a favor de España por parte de aquella nación e Inglaterra. El Papa dicta: Que sí, con todo fervor porque es oficio conforme a su ministerio; pero (recalcando mucho mientras escribe Pacelli) que la propuesta sea no fingida, sino real, quitando todo apoyo material y moral, particular y público, que nunca se pueda decir que yo al intervenir, he coadyuvado a una situación que ha sido desfavorable a España en el hecho. Concreta mucho y habla con vehemencia, gesticulando en cama con los brazos. Dice que la faltaba la experiencia del dolor físico, que no había sentido nunca, para compadecer más a los que sufren. Le pido que cuando esté mejor me imponga otra vez la birreta por habérmela quitado los rojos, y accede. Me despido de rodillas después de haber estado con él una media hora. Me ha dado la impresión de que está mejor que las dos últimas veces que le vi, aunque es de suponer que cuando deje el lecho volverá su abatimiento. Durante la conversación me ha dicho que agradece las informaciones recibidas cosė chiare e cosė precise.»{22}
Pero el ambiente que encontró en Roma hacia el bando franquista no era el que él esperaba debido a la enorme campaña que ejercía en muchos medios la propaganda marxista, de la que ya hemos hablado, y a la que ahora se unía la de los nacionalistas vascos y catalanes. Fue entonces cuando resuelve redactar un nuevo Informe que entrega al cardenal Pecelli el 15 de diciembre después de enviarle una carta en la que le decía, entre otras cosas: «En mis conversaciones con algunos elementos destacados de Roma, especialmente de nuestra colonia española, me ha parecido entrever alguna desorientación al enjuiciar las cosas actuales de España. Sé que la Santa Sede está por encima de todo y que tiene información sobrada para formar juicio cabal de las tremendas ocurrencias de nuestro país. Aun así, y a mayor abundamiento, me he atrevido formular el adjunto escrito al que no doy más alcance que el de una comunicación personal e íntima con Vuestra Eminencia»{23}. Escrito que daba comienzo con estas palabras:
«La confianza que me ha dispuesto siempre Vuestra Eminencia y algunas preguntas que se ha dignado hacerme sobre la actual situación de España me han movido a redactar algunas impresiones y juicios que, añadidos a lo que en otros documentos de carácter más general he consignado, podrían ayudar a la Santa Sede a formar cabal criterio sobre ciertas materias importantísimas relacionadas con nuestro país. La gravedad de la situación de España es tal, y tal la complicación que han añadido las humanas pasiones, que se requiere el concurso de cuantos, teniendo buena voluntad a lo menos, nos hallamos en una posición preeminente que reclama el esfuerzo máximo en bien de la Iglesia y de la patria. Reduzco mis afirmaciones y sugerencias a lo que juzgo en el presente momento de mayor gravedad y urgencia.»
En otro momento del Informe se refiere al Gobierno de Burgos como máxima garantía en cuestión de su adhesión a la Iglesia, a su doctrina y leyes. «Sí puede afirmarse que en su conjunto forma un bloque de hombres cristianos, la mayor parte católicos prácticos, varios de ellos hasta piadosos, que están dispuestos a orientar al Estado Español en el sentido de su tradición». Arremete contra los partidos que forman el conglomerado marxista donde «no hay un solo hombre que no repudie a la Iglesia y que no haga cuanto esté de su parte para destruirla». Habla del nacionalismo vasco, «hoy aliado de los rojos», en el que piensa que hay muchos y buenos, y que por eso no deja de ser «una verdadera aberración». Le dice también que está convencido de que el movimiento militar es el «único recurso de salvación de que disponíamos». Y así terminaba el Informe:
«Perdone, Eminentísimo Señor, la nueva molestia que le ocasiono con la lectura de este escrito. Bien sabe Dios que no busco más que su mayor gloria y bien de nuestra querida España, tan cara a la Santa Sede; y me permito gozarme en la presunción personal de que vuestra eminencia haya podido estimar en mis actuaciones la rectitud de intención que siempre me ha movido.»{24}
No obstante al interés que en todo momento estaba poniendo el cardenal Gomá para que el Gobierno de Burgos fuera reconocido por el Vaticano, éste no acababa de decidirse. El propio cardenal lo deja anotado en su Diario, después de haber hablado con Mons. Tardini, Sustituto de Secretaría de Estado: «Me dice que no procede por el momento el reconocimiento del Gobierno de Burgos». Poco días después, y por la decisión tomada por el Vaticano, escribe de nuevo en su Diario: «Me notifica [Pacelli] el nombramiento de Encargado confidencial ante el gobierno de Franco, con dos cartas, una credencial para que la lea el general, y otra secreta, dándome instrucciones para la defensa de la Iglesia»{25}. A continuación, Mons. Gomá pasó a tener la última audiencia con Pío XI, y así lo dejó anotado en su Diario:
«Dice que se alegra mucho de verme y que ve en mí a la España atribulada. Que piensa mucho en ella y la encomienda a Dios. Que le diga a Franco que le bendice especialmente, lo mismo que a cuantos contribuyen a la obra de la salvación del honor de Dios, de la Iglesia y de España.»
Terminadas sus gestiones en Roma, donde además el almirante marqués de Magaz{26} quedó como representante oficioso del gobierno de Franco ante la Santa Sede, retorna más que satisfecho a España el 21 de diciembre a su residencia de Pamplona, y el día 29 de ese mes, después de haber solicitado la entrevista, se ve en Salamanca con Franco dándole cuenta de todas las decisiones vaticanas. El entendimiento entre ambos personajes fue bueno y el cardenal una vez terminada la entrevista elaboró una nota que pasó al general para su aprobación. Una vez conseguida ésta, envió a Roma los acuerdos alcanzados. Desde este momento el objetivo de la España nacional era conseguir el reconocimiento diplomático pleno de la Santa Sede. Se había dado el primer paso con la complacencia como representante oficioso de Mons. Gomá ante la Santa Sede, pero aún quedaba mucho camino que recorrer. Sin embargo, para el cardenal era preciso que el Vaticano reconociera cuanto antes al régimen de Franco. El Primado hablaba de las excelentes relaciones que mantenía con el general:
«Es un hecho que mis relaciones con el general Franco se han desarrollado hasta ahora en la más perfecta armonía, que le he hallado siempre dispuesto a secundar toda iniciativa que tendiese a restaurar la legislación y el espíritu cristiano en el país; y que personalmente se me han guardado las atenciones más exquisitas, como particular representante de la Iglesia, 'con la que –me decía el general Franco en mi última entrevista– estoy completamente identificado'. Pero es también hecho innegable (…) que en el general Franco y en el ambiente de colaboración política que le rodea se observa una actitud de reserva para con la Santa Sede.»{27}
En este mismo Informe también trasmitía al Vaticano que había consultado a los obispos para que le respondieran si veían oportuno que la Santa Sede reconociera de una vez al Gobierno que presidía Franco. Todos habían contestado afirmativamente y sólo el cardenal Ilundain, de Sevilla mostraba cierta preocupación ante el hecho de que los católicos que se encontraban en territorio dominado por el Frente Popular pudieran sufrir más persecución de la que ya estaban sufriendo. Pero en una entrevista que Franco mantuvo con el cardenal Gomá el 10 de mayo, aquél le manifestó que su mayor preocupación en esos momentos sobre sus relaciones con la Iglesia de Roma era la actuación de los agentes separatistas vascos cerca del Vaticano.
Evidentemente en Roma interesaba todo lo relacionado con el País Vasco, era una cuestión que también se convirtió en prioritaria ya que preocupaba la alianza que se había cuajado entre católicos y comunistas. No era, pues, un problema pequeño que carecía de antecedentes en el mundo y que producía piedra de escándalo a la que se intentó poner freno. En un discurso que el lehendakari José Antonio Aguirre pronunció el 22 de diciembre de 1936 ante los micrófonos de Radio Euzkadi, manifestó que «la guerra que se desenvuelve en la República española, sépalo el mundo entero, no es una guerra religiosa, como ha querido hacerse ver; es una guerra de tipo económico…»{28}. A este mensaje contestó el cardenal Gomá en una Carta abierta fechada en Pamplona el 10 de enero, en la que niega en redondo que lo que se ventilaba en España fuera una guerra de clases, «es en el fondo, guerra de amor y de odio por la religión»:
«La misma Euzkadi no podría justificar el consorcio de católicos y comunistas sin el factor religioso. ¿No se ha afirmado que este contubernio era la única manera de salvar la religión en Vizcaya y Guipúzcoa, cuando las hordas rojas la hubieran eliminado de España? De hecho no hay acto ninguno religioso de orden social en las regiones ocupadas por los rojos; en las tuteladas por el ejército nacional la vida religiosa ha cobrado nuevo vigor. Un pacto político y militar, frágil como las promesas en labios informales, conserva en Vizcaya sacerdotes, templos y culto. ¿Qué ocurrirá cuando venga la conveniencia de romper los pactos, o el desorden de una derrota, o la hegemonía de una victoria comunista?»{29}
Todavía Aguirre le contesta al cardenal dejando pocas puertas abiertas al diálogo: «Yo pido a Dios con todas mis fuerzas una Iglesia perseguida, antes que una Iglesia protegida», decía el lehendakari. Por otro lado, mantenía ante y sobre todo, el derecho de los vascos a su propia nacionalidad. Para él todo lo que ayudara a consolidar esto era bueno, lo que no, era malo. Es decir, el diálogo era poco menos que imposible; así que proseguir en un intercambio de cartas que tendían a convertirse en un cúmulo de reproches mutuos carecía de interés, aunque ya se sabía de antemano, no obstante, que el Partido Nacionalista Vasco representaba un tercio de la población vasca y que cualquier convenio con ellos significaría el reconocimiento de su existencia y de su derecho a la independencia. También parece ser que Franco reveló a Gomá que, según testimonio del general Mola, el PNV había estado comprometido, al principio, con el alzamiento militar. «En la misma noche del 18 de julio –dice Vegas Latapie–, Indalecio Prieto consiguió que el Euskadi-Buru-Batzar adoptase una decisión contraria. Aunque tardarían algo en conocerse los documentos, el cardenal primado se hizo eco de la confidencia, en carta dirigida el 17 de mayo al Secretario de Estado»{30}.
Después del intercambio de cartas con el lehendakari Aguirre, el cardenal concentró todo su interés en la preparación de un documento, sugerido a Roma con anterioridad, en el cual, con la colaboración de los obispos españoles, expondrían la dimensión religiosa de la Guerra Civil, aunque en un principio no vio muy claro su eficacia. Muy posiblemente, Mons. Gomá esperó con gran interés lo que pudieran contestar los dos prelados que se encontraban en el exilio: el cardenal Vidal i Barraquer y el obispo Múgica. La respuesta de este último no se hizo esperar:
«En orden a la conveniencia de que se publique un Documento colectivo del Episcopado, dudo si sería mejor esperar un poco…; pero si su eminencia Rvdma. y los otros Rvdmos Prelados juzgan que sí, yo, el último de todos, nada tengo que oponer. Claro está que habría que leer su contenido, antes de suscribirlo.»{31}
Días más tarde llegó la del cardenal Vidal i Barraquer:
«No considero oportuna en estos momentos la publicación de un Documento colectivo del Episcopado: las circunstancias ahora de las diócesis y sus respectivos prelados no son iguales; no hay que dar el menor pretexto, que se busca con afán, para nuevas represalias y violencias y para colorear las tantas ya cometidas; con los documentos emanados del Romano Pontífice y de los prelados españoles, los católicos tienen ya la orientación conveniente en los momentos actuales; en las regiones sometidas a los rojos no podría favorecer la causa de los buenos, a quienes difícilmente llegaría la noticia completa del Documento, corriéndose el riesgo de aumentar sus peligros y angustias.»{32}
El día 10 de mayo el cardenal vuelve a entrevistarse con Franco y éste, una vez más, mostró su preocupación por la influencia ante la Santa Sede de algunos sacerdotes nacionalistas. Por ello propuso al Primado que los obispos españoles fueran también a Roma a exponer al Papa la verdadera situación de lo que estaba ocurriendo con la Iglesia en los territorios ocupados por los rojos. Gomá mostró su disconformidad a esa idea y así se lo dijo. Por el contrario, le habló entonces del proyecto de ese escrito algo que, por otra parte, también le había pedido Franco en cuanto a la conveniencia de la publicación de un documento dirigido a los obispos de todo el mundo.
Al estallar la guerra había en España 59 Obispos, 58 de ellos residentes en territorio español (el cardenal Segura residía en Roma). Cuando se publicó la Carta colectiva, 1 de julio de 1937, habían sido asesinados 11 Obispos. Disponibles para firmarla había 48, y la firmaron 43, más 5 Vicarios: el de Sigüenza, Cádiz, Ceuta, León y Valladolid. No la firmaron el cardenal Vidal i Barraquer, de Tarragona; Múgica, de Vitoria{33}; Erastoza, de Orihuela, retirado y enfermo en San Sebastián; Torres y Ribas, de Menorca, que estaba en zona roja; y el cardenal Segura que se encontraba en Roma con lo ánimos muy contrariados porque el Vaticano no le había restituido a su Sede Episcopal y no tenía cargo alguno en España.
La llamada Carta colectiva fue concebida no como una tesis sino simplemente como una exposición de los acontecimientos que se desarrollaban dentro de nuestra patria y de la que la Iglesia no era culpable, pero que tampoco podía permanecer indiferente en la lucha porque se lo impedían su doctrina y su espíritu. El contenido de la misma es bastante extenso y aunque gran parte de lo que en ella se exponía no era nuevo sino que ya venía exteriorizándose a través de muchos obispos españoles y del propio cardenal Gomá no por ello dejó de tener una enorme difusión a la vez que aceptación por parte de los obispos extranjeros. De ella se hicieron ediciones en los idiomas español, francés e inglés; nosotros solamente reproduciremos algunos párrafos:
«La revolución fue esencialmente antiespañola. La obra destructora se realizó a los gritos de ¡Viva Rusia!, a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación a favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de la patria.
Pero sobre todo la revolución fue anticristiana. No creemos que en la historia del cristianismo, y en el espacio de unas semanas, se haya dado explosión semejante, en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sacrílego estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los rojos españoles enviado al Congreso de los de Sin-Dios, de Moscú, pudo decir: «España ha superado en mucho la obra de los soviets, por cuanto la Iglesia en España ha sido completamente aniquilada».
Contamos los mártires por millares. Su testimonio es una esperanza para nuestra pobre patria, pero casi no hallaríamos en el martirologio romano una forma de martirio no usada por el comunismo, sin exceptuar la crucifixión, y en cambio hay formas nuevas de tormento que han consentido las sustancias y las máquinas modernas.
El odio a Jesucristo y a la Virgen ha llegado al paroxismo en los centenares de crucifijos acuchillados, en las imágenes de la Virgen bestialmente profanadas, en los pasquines de Bilbao, en los que se blasfemaba sacrílegamente de la Madre de Dios; en la infame literatura de las trincheras rojas, en que se ridiculizan los divinos misterios; en la reiterada profanación de las sagradas formas, podemos adivinar el odio del infierno encarnado en nuestros infelices comunistas: 'Tenía jurado vengarme de ti' –le decía uno de ellos al Señor encerrado en el sagrario–, y encañonando la pistola disparó contra Él diciendo: 'Ríndete a los rojos, ríndete al marxismo.'»{34}
Ha sido espantosa la profanación de las sagradas reliquias: han sido destrozados o quemados los cuerpos de San Narciso, San Pascual Bailón, la Beata Beatriz de Silva, San Bernardo Calvó y otros. Las formas de profanación son inverosímiles…{35}
La Carta colectiva alcanzó los objetivos que se había propuesto; su voz se oyó en el mundo entero. A la misma contestó el Episcopado mundial, y muchos obispos no pareciéndoles suficiente, lo hicieron de manera particular. Por ejemplo, el cardenal Verdier, arzobispo de París dijo: «La carta tan conmovedora que nos ha dirigido es verdaderamente luminosa». El vicario de la Misión católica de Ichang (China), Nadal Gubbels, escribió: «No hay católico ni amigo sincero de la noble nación española que no se alegre y os felicite ante la lúcida, objetiva exposición de los hechos, trazada sine ira et studio, con plena claridad cristiana y ánimo sereno». En nombre del Episcopado norteamericano, el cardenal Dougherty, arzobispo de Filadelfia, subrayó: «Con profunda emoción hemos leído la Carta pastoral dirigida en vuestra hora de aflicción a vuestros Hermanos los Obispos del mundo católico. Habéis hecho tan cortés e inapreciable servicio para darnos a conocer el verdadero estado en que se encuentra la Religión en España»{36}.
En octubre de ese mismo año, hizo su presentación oficial como Encargado de Negocios en el Palacio de la Isla en Burgos, Mons. Antoniutti en representación de la Santa Sede. Al mismo tiempo dirigía a todos los obispos españoles su primer saludo oficial: «Nombrado por su Santidad Encargado de Negocios de la Santa Sede cerca del gobierno de la España nacional, mi primer acto es enviar un saludo reverente y cordial al dignísimo Episcopado de esta nobilísima y católica Nación»{37}. Este mismo mes, el cardenal Gomá finalizaba su gestión como representante del Vaticano ante el Gobierno de Franco de quien ya había recibido una carta a través de su jefe del Gabinete Diplomático y del Protocolo, Federico Oliván, en la que le manifestaba «su agradecimiento por la inteligente gestión y parte activísima que ha tomado en el acercamiento de la Santa Sede a esta España religiosa y abnegada»{38}.
El cardenal primado de España, Mons. Isidro Gomá y Tomás, falleció en Toledo después de haber estado en Pamplona a donde lo habían trasladado para recibir asistencia médica y también de haber estado, en la Clínica de Santa Cristina de Madrid –donde recibió la visita de Franco– el 22 de agosto de 1940 víctima de la terrible enfermedad del cáncer. Al presentir la muerte quiso que lo trasladaran a Toledo: «Quiero morir en Toledo», dijo. En su testamento, sobre sus escritos, redactó estas líneas: «Someto desde luego todo su contenido al criterio de la Santa Madre Iglesia Católica; rechazo cualquier afirmación o matiz que pudiera no estar conforme con el pensamiento de nuestra Santa Madre la Iglesia, y declaro que mi único objetivo al publicarlos, ha sido la difusión de la verdad católica en sus distintos aspectos y la edificación de la Iglesia de Jesucristo»{39}.
Su cuerpo está sepultado en la capilla de la Virgen del Sagrario de la catedral de Toledo, tal y como él había pedido, en el lado del Evangelio.
Notas
{1} Edición de José Andrés-Gallego y Antón M. Pazos: Archivo Gomá. Documentos de la Guerra Civil. CSIC. Madrid, 2001, pág. 87.
{2} Cif., por Anastasio Granados, en El cardenal Gomá, Primado de España. Espasa-Calpe. Madrid, 1969, pág. 38
{3} Boletín Oficial Episcopado de Tarazona, núm. 684, pág. 410.
{4} Cf. por Anastasio Granados: op. cit., págs. 280-281.
{5} Revista Acción Española, 1 de noviembre de 1934, págs. 200-201
{6} Cf. por Anastasio Granados: op. cit., pág. 63.
{7} Cf. por María Luisa Rodriguez Aisa en El cardenal Gomá y la guerra de España. C.S.I.C. Madrid, 1981, pág. 13
{8} Cf. por Anastasio Granados: op. cit., págs. 73-74
{9} Cipriano de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido. Vida de Manuel Azaña. Grijalbo. Barcelona, 1981, pág. 665.
{10} Vicente Cárcel Ortí, Mártires españoles del siglo XX. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1995, pág. 73.
{11} Antonio Montero Moreno, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939. Biblioteca de Autores Cristianos. Segunda edición, Madrid, 1998, pág. 52.
{12} Cf. por María Luisa Rodriguez Aisa, en op. cit., pág. 371
{13} José Antonio Primo De Rivera, Obras Completas. Edición del Centenario. Plataforma 2003. Madrid, 2007, T.II, pág. 1.349.
{14} Gonzalo Redondo, Historia de la Iglesia en España 1931-1939. Rialp. Madrid, 1993, pág. 63.
{15} María Luisa Rodriguez Aisa, op. cit., págs. 16-17.
{16} Archivo Gomá, op. cit., pág. 84
{17} Cf. por María Luisa Rodriguez Aisa, op. cit., pág. 28
{18} Cardenal Gomá, Por Dios y por España 1936.1939. Prólogo de Constantino Bayle, S.J. Editorial Casulleras. Barcelona, 1940, pág. 21.
{19} Archivo Gomá, op. cit., pág. 405.
{20} Ibid., pág. 411.
{21} Ibid., pág. 412.
{22} Cf. por Anastasio Granados: op. cit., pág. 93.
{23} Archivo Goma, op. cit., pág. 443.
{24} Ibid., pág. 446.
{25} Cf. por María Luisa Rodriguez Aisa, op. cit., págs. 90-91.
{26} Poco tiempo estuvo como representante oficioso en Roma pues en mayo de 1937 se despidió de Pío XI y se marchó a hacerse cargo de la embajada española en Berlín. Parece ser que la poca duración de su función ante la Santa Sede se debió a su política de dureza para conseguir, incluso, la excomunión de los nacionalistas vascos. Lo sustituiría Pablo de Churruca, marqués de Aycinena.
{27} Cf. por María Luisa Rodriguez Aisa, op. cit,. pág. 272.
{28} Cf. por Gonzalo Redondo, en op. cit., pág. 235. A los pocos días de las palabras que pronunció Aguirre ante los micrófonos de Radio Euzkadi, tuvieron lugar las matanzas en las cárceles bilbaínas de El Carmelo, La Galera, Los Ängeles Custodios y Larrínaga, donde asesinaron, entre otros, a 23 sacerdotes y religiosos. Era el 4 de enero de 1937.
{29} Ibid., pág. 240.
{30} Eugenio Vegas Latapėe, Los caminos del desengaño. Memorias políticas (II) 1936-1938. Tebas. Madrid, 1987, pág. 288.
{31} Cf,. María Luisa Rodriguez Aisa, op. cit., pág. 239.
{32} Ibid., pág. 238.
{33} En carta que le envía al Primado, le dice: «Su Eminencia Rvdma. conoce perfectamente mi situación: llevo 8 meses alejado de mi diócesis con todas las penosas circunstancia que se derivan de tan anormal situación… En consecuencia podría suscribir el Documento, cuando ya estuviese en mi puesto, física y personalmente con todas las garantías de libertad e independencia que reclaman los cánones para el ejercicio espiritual del ministerio y cargo episcopales». Ver María Luisa Rodriguez Aisa, op. cit., págs. 248-249.
{34} Hecho sucedido en Herradón de Pinares (Ávila).
{35} Cf. por Anastasio Granados: op. cit., págs. 351-352.
{36} Para conocer más testimonios de prelados del mundo entero sobre este tema, ver La carta colectiva del episcopado español, de Editorial C.I.O., de Madrid.
{37} Cf. María Luisa Rodriguez Aisa, op. cit., pág. 287.
{38} Cf. por Anastasio Granados, en op. cit., pág. 104.
{39} Ibid., pág. 256.