Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 129, noviembre 2012
  El Catoblepasnúmero 129 • noviembre 2012 • página 6
Filosofía del Quijote

Los rusos y el Quijote:
Dostoievski

José Antonio López Calle

Las interpretaciones filosóficas del Quijote (5)

Teodoro Dostoievski 1821-1881

Después de Turgueniev, fue Dostoievski quien más empeño puso en interpretar el Quijote, aunque más bien se centró en la interpretación de su figura principal, pues para él interpretar el Quijote, como para tantos otros, equivale a interpretar a don Quijote como figura trascendental de la novela. Como veremos, el gran maestro de la novela, al igual que su coetáneo Turgueniev, asume los postulados fundamentales de la exégesis romántico-filosófica de la novela de Cervantes, pero le imprime a su aproximación a ésta un fuerte sentido trágico, que, por cierto, anticipa en esto y otros aspectos a Unamuno. Nadie como él ha insistido en la visión de don Quijote como héroe trágico y como símbolo del sentido trágico de la vida; habrá que esperar a Unamuno para encontrarnos con una insistencia semejante. Decía Unamuno que nadie había entendido tan bien el Quijote como los ingleses y los rusos, y nos atrevemos a suponer que cuando mencionaba a los rusos se refería especialmente a Dostoievski, con cuya exégesis comparte importantes semejanzas la del propio pensador español.

Dostoievski, quizás el escritor más fascinado y deslumbrado por la grandeza del magno libro de Cervantes, realizó numerosas y significativas menciones a éste en sus novelas, en sus cartas y sobre todo en Diario de un escritor (1873-1881). Pero fue en la década de los sesenta cuando realmente se forjó su visión del Quijote y profundizó en su conocimiento, a lo que se vio forzado al enfrentarse con la composición de una novela, El idiota (1868), cuyo personaje principal, el príncipe Mishkin, se inspira, según confesión propia, en don Quijote, con el que le unen muchos lazos. En esta primera etapa se acerca al libro de Cervantes más bien como novelista, sobre el que aquél va a dejar una impronta muy acusada. Pero también se acercó a la novela de Cervantes como comentarista en su segunda etapa de aproximación a ésta durante los años setenta, durante la cual su visión del Quijote se corona con los comentarios que le dedica, desgraciadamente parcos y, a diferencia del ensayo de Turgueniev, nada sistemáticos, en el capítulo segundo de Septiembre de 1877 en Diario de un escritor, titulado «La mentira se salva con la mentira», donde se perfila su concepción definitiva del Quijote.

 La visión del Quijote que el gran novelista ruso tenía cuando se disponía a escribir El idiota, y durante el periodo de su escritura o redacción, no hay que deducirla de su novela, sino que nos la transmitió él mismo en una carta a su sobrina Ivanova del 13 de Enero de 1868 (lo esencial de esta carta puede verse en Dostoievski «Escritos sobre el Quijote», en El Quijote desde Rusia, Visor Libros, 2005, pág. 57; y también en sus Obras completas, III, Aguilar, 1977, pág.1648). Ahí Dostoievski revela su propósito de escribir una novela cuya idea fundamental es representar al hombre realmente bueno, el cual sería una especie de cruce entre Cristo, el único hombre realmente bueno que ha habido en el mundo, y don Quijote, al que considera la más perfecta figura de hombre bueno en la literatura cristiana. Pero para nuestro cometido, lo importante de esto es lo que revela sobre su concepción del Quijote como una alegoría filosófico-ética o moral, cuya idea fundamental también fue representar al hombre realmente bueno, y ésa es la idea capital del Quijote que va a inspirar la propia tarea del novelista ruso en su esfuerzo creador de El idiota, aunque diferente en algunos aspectos, y esa es la idea que encarna don Quijote como emblema del hombre perfectamente bueno o un dechado de perfecciones éticas y morales y, por tanto, un auténtico símbolo del más sublime idealismo ético y moral, sobre lo que ya escribimos en El Catoblepas, Junio de 2008, donde ya nos ocupamos brevemente de la interpretación dostoievskiana de don Quijote.

Y ¿por qué razón es, según el escritor ruso, don Quijote tan bueno?, ¿a qué se debe la grandeza ética y moral del personaje? La respuesta de Dostoievski es que don Quijote es bueno porque, a la vez, es ridículo. Y por ridículo no entiende aquí el sentido superficial del que dice o hace algo extravagante o está expuesto a la burla o la risa o al menosprecio, sino algo más profundo: se trata del hecho de que las obras o empresas de don Quijote realizadas en nombre del bien y para su instauración fracasan y no reportan beneficio alguno para los hombres, esto es, don Quijote encarna el ideal de realización del bien y de la esterilidad de los intentos por realizarlo. Es el héroe perfectamente bueno, pero su bondad es estéril, inútil; tal es la razón de la ridiculez del personaje y el sentido profundo de su tragedia, en realidad tragicomedia. Como se ve, esto se parece mucho a las ideas de Byron y Heine sobre don Quijote como símbolo de la vanidad de los esfuerzos por realizar el ideal en el mundo.

Pero hay una segunda causa de la grandeza moral de don Quijote y es que no tiene conciencia de su valor como hombre bueno y, según el escritor ruso, el lector compadece al hombre ridículo que carece de semejante conciencia, que vive en la ignorancia de su propio valor como hombre bueno. Ahora bien, esto no se sostiene sobre la base del material literario. Don Quijote en la novela de Cervantes es consciente de su bondad tanto durante el tiempo en que se presenta ante el mundo como don Quijote de la Mancha como cuando recobra su verdadera identidad y pasa a ser Alonso Quijano y nos recuerda que sus costumbres le dieron fama de Bueno. En cualquier caso, sobre ese molde Dostoievski construirá la figura del príncipe Mishkin, quien desde luego ignora su condición de hombre bueno, pero su creador lleva esta idea tan al límite que el resultado es una especie de santo ingenuo y pacífico, que puede parecer un tonto o idiota, en lo cual ya se distancia de don Quijote, pero al que le sucede lo mismo que al héroe de Cervantes, a saber, que su bondad santa, pero ingenua, no tiene resultados beneficiosos para los demás. Si don Quijote fracasa en su intento generoso de socorrer a oprimidos y ofendidos, el nuevo don Quijote de Dostoievski también fracasa y su actividad compasiva se salda con la muerte de la heroína Natalia Filipovna.

En Diario de un escritor hay dos textos relevantes sobre el Quijote, el primero es muy conciso, apenas un párrafo; el segundo es el más relevante, aunque apenas abarca poco más de cuatro páginas, y, a pesar de su brevedad, es el más extenso escrito de Dostoievski sobre el tema. En el primero de ellos, escrito en 1876, no obstante su exigüidad, nos revela las ideas esenciales de Dostoievski acerca de la novela de Cervantes, que son una especie de adelanto de las líneas maestras de su posterior comentario en el texto más largo, escrito al año siguiente en 1877. Primeramente, no tiene duda alguna acerca del lugar ocupado por el Quijote en la jerarquía del valor literario, al que, sin ningún titubeo, lo pondera como el libro de ficción más sublime jamás escrito y la razón fundamental de esto es que constituye la más alta expresión del pensamiento humano, formulado además con la más amarga ironía. Finalmente, el escritor ruso concluye clarificando la naturaleza del pensamiento tan profundo que el Quijote ha expresado supremamente: se trata de que en éste se contienen las conclusiones definitivas del hombre sobre el enigma de la vida humana. He aquí las propias palabras del escritor ruso sobre todo esto:

«En todo el mundo no hay obra de ficción más sublime y fuerte que ésta. Representa hasta ahora su suprema y más alta expresión del pensamiento humano, la más amarga ironía que pueda formular el hombre, y si se acabase el mundo y alguien le preguntase a los mortales: ‘Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?’, podrían los hombres mostrar el Quijote y decir: ‘Esta es mi conclusión respecto a la vida…, ¿y podríais condenarme por ella?’». Diario de un escritor (1876), en Obras completas, III, pág. 943.

Cuáles sean esas conclusiones sobre la vida humana que hacen del libro la suprema expresión del pensamiento humano es lo que el escritor ruso no nos desvela por ahora. La respuesta nos la dará en el segundo texto más largo.

En éste el Quijote es ensalzado de nuevo como el ápice o cenit de la literatura universal: «Es ese un gran libro; es del número de los eternos, de esos con que sólo de tarde en tarde se ve gratificada la humanidad», del que más adelante habla como «el más grande y triste de cuantos libros ha creado el genio de los hombres» («Escritos sobre el Quijote», en op. cit., págs. 54 y 55). En la línea romántica, ve en la novela de Cervantes un alegoría sobre el poder de un gran y bello ideal, encarnado por don Quijote, del que no sólo, como Turgueniev, destaca la generosidad como el rasgo fundamental de su personalidad, sino que lo pone por encima de cualquier héroe generoso, pues es «el más generoso de cuantos héroes ha habido en este mundo». Todo esto le induce a recomendarlo para ser enseñado en las escuelas, en las que podría servir para ofrecer a los jóvenes adolescentes un modelo de gran ideal, cuyo poder podría transformar sus almas fomentando su generosidad, y así apartarlos de la adoración del «estúpido ideal de la medianía» y del egoísmo. Es posible que esta idea de la influencia beneficiosa sobre la juventud tenga algo que ver con la lectura de Heine, de quien le gusta recordar el pasaje en que, según confiesa el escritor alemán, de niño se le saltaban las lágrimas cuando leía el episodio de la derrota de don Quijote por el despreciable y sesudo bachiller Sansón Carrasco.

Al igual que para Turgueniev, también para Dostoievski don Quijote simboliza una idealismo trascendental, universal, que concierne al hombre o a la humanidad en su conjunto. Turgueniev aún se veía obligado a ligar a don Quijote con una versión histórica del idealismo ético y moral, la que encarnó el idealismo caballeresco. Dostoievski se mantiene siempre por encima de las modalidades históricas del idealismo y presenta a don Quijote como si su idealismo, depurado de sus adherencias caballerescas, fuese un conjunto de valores sublimes eternos e inmutables, comunes al hombre en cualquier época histórica.

Pero el Quijote no es sólo el libro del gran ideal encarnado por don Quijote, sino que además es una revelación y a la vez denuncia (en el día del Juicio Final ante Dios mismo ante quien el hombre lo puede esgrimir como defensa) de lo que Dostoievski considera como «el más hondo, terrible misterio del hombre y de la humanidad», lo que convierte, según ya hemos visto, el magno libro cervantino en la suprema y más alta expresión del pensamiento humano hasta ahora. Y ¿cuál es ese misterio del hombre y de la humanidad tan hondo y terrible? Ya hemos visto antes una parte de la respuesta: que ese misterio atañe a la vida misma, pero se abstenía de revelarnos el pensamiento del Quijote sobre tan sobrecogedor misterio; es ahora cuando Dostoievski nos lo descubre y nos anuncia que aquél reside en que la esencia misma de la vida humana es trágica, puesto que las grandes virtudes y el talento más grande del hombre, lejos de conducir a un resultado positivo, se consumen o agotan frecuentemente en una desgraciada esterilidad, sin reportar provecho alguno a la humanidad. Es el mismo pensamiento, si bien más claramente formulado, que hemos visto en las reflexiones sobre el Quijote preparatorias de la composición de El idiota, un pensamiento que, como ya dijimos, es un eco de las ideas de Byron y Heine, cuyo comentario sobre el Quijote, como hemos visto, conocía. Pues bien, este hecho de la desgraciada o trágica inutilidad de las virtudes del hombre convierte al hombre en un ser ridículo –una idea que, por cierto, recuerda a Schopenhauer, quien, como ya vimos, también hablaba del componente ridículo o cómico de la vida humana–, objeto de irrisión. Ahí reside, según Dostoievski, el secreto del verdadero humorismo, en que la vida misma o la realidad parece como si se burlara del hombre frustrando el resultado de sus obras, por más que sean el producto de sus virtudes más excelsas.

Dostoievski se atreve incluso a ofrecernos la explicación metafísica de esta tragedia de la vida humana, que él creer descubrir también entre las enseñanzas del «más grande y triste» de los libros, como parte fundamental de la filosofía del Quijote. Sostiene que la razón última de la esterilidad de la virtud, del bien o de la generosidad, de la que don Quijote es su mejor encarnación literaria, reside en una grave limitación o carencia de la naturaleza humana, una tara constitutiva del hombre o una especie de pecado original de la humanidad, de la que también don Quijote es la más viva imagen. Esa tara consiste en que, si bien el hombre está dotado de una gran variedad de dotes, carece del mejor de los dones, el don supremo, que es la facultad o genio de dominar, gobernar y dirigir la riqueza y el poder de sus dotes por la senda recta, empleándolos para el bien de la humanidad, y no por fantásticos caminos de locura, como le sucede a don Quijote, quien, como es bien palmario, carece de ese don de dones o facultad directora de segundo orden capaz de dirigir las obras producto de las virtudes del hombre por la senda recta en provecho de la humanidad y liberarlo así de la tragedia de la vanidad o esterilidad de sus dones. He aquí, como corolario de esta exposición, el pasaje fundamental de las reflexiones de Dostoievski sobre el Quijote:

«Ese libro, el más triste de todos, no olvidará el hombre llevarlo consigo el día del Juicio Final. Y denunciará el más hondo, terrible misterio del hombre y de la Humanidad en él contenido; que la belleza suprema del hombre, su pureza mayor, su castidad, su lealtad, su valor todo y, finalmente, su talento más grande…, consúmense hartas veces, por desgracia, sin haber reportado a la Humanidad provecho alguno, convirtiéndose, si a mano viene, en un objeto de irrisión, sólo por faltarle al hombre, con tan ricos dones agraciado, un don supremo; el genio necesario para dominar la riqueza y poder de esas dotes, gobernarlas y dirigirlas –esto es lo principal-, no por fantásticos caminos de locura, sino por la senda recta, empleándolos en el bien de la Humanidad. Pero, desgraciadamente, son tan pocos, tan poquísimos los genios concedidos a las razas y pueblos, que con frecuencia estamos obligados a presenciar esa ironía del destino; de que la actuación del más noble y ferviente filántropo… sea blanco de burlas y pedradas, por no atinar en la hora decisiva con el verdadero sentido de las cosas… Pero este espectáculo del desperdicio de fuerzas tan grandes y nobles puede efectivamente, inducir a desesperación a más de un amigo de los hombres, moviéndole no a risa, sino a llanto ardiente, emponzoñando para siempre con la duda su hasta entonces crédulo corazón». «Escritos sobre el Quijote», op. cit., pág. 55.

Ahora bien, si ese es el pensamiento más profundo y terrible del Quijote, que se resume en tres ideas escalonadas, la de la inutilidad de las virtudes o en general de los dones humanos, la de la ridiculez o burla generada por el contraste entre las obras humanas y su esterilidad en términos de bien y finalmente la de la tara original de la carencia de un don de dones o facultad de segundo orden capaz de garantizar la utilidad ética y moral de nuestra virtudes o dones, no se entiende muy bien por qué Dostoievski expresa un vivo deseo de que los jóvenes rusos («nuestros jóvenes») conozcan un libro, que según su exégesis, contiene una filosofía moral tan destructiva, que sería verdaderamente desmoralizadora para las almas juveniles. No se ve bien qué beneficio podría aportarles un libro, que, por más que les ponga en contacto con un gran ideal a través de don Quijote que los libere del «estúpido ideal de la medianía», no podría inducirles de ningún modo a apartarlos de éste y a suscitar en ellos la generosidad, si es que la moraleja del libro es, como sostiene el autor, que el gran ideal no nos hace productivos de bienes por causa de una tara original. Si la virtud de un hombre no suele generar bienes para los demás, ¿para qué el gran ideal y para qué ser generosos, como le pedía a los jóvenes rusos alentados por el ejemplo de don Quijote? Más bien podría ocurrir lo que el propio Dostoievski anuncia al final del pasaje antes citado y es que las almas adolescentes se vieran inducidas, más que a perseguir un gran ideal que los incitase a la generosidad, a la desesperación precisamente al contemplar cómo en la figura de don Quijote se representa el trágico espectáculo del desperdicio de las fuerzas más grandes y nobles del hombre. Pero Dostoievski pasa por alto esta contradicción de su pensamiento. Si el mensaje filosófico del Quijote fuese ese hondo y terrible pensamiento que él cree descubrir, el conocimiento de tal libro, lejos de ser un antídoto contra el estúpido ideal de la medianía y contra el egoísmo, sería un reforzamiento de éstos y una invitación al desdén del gran ideal y al refugio en un quietismo desesperado. Pero Dostoievski no siempre es coherente y después de haber expuesto semejantes reflexiones sobre la tenebrosa y negativa filosofía moral del Quijote, como si no se acordase de lo antedicho, algo más adelante habla de que el ideal de don Quijote es, amén de alto y bello, útil.

En cuanto al contenido mismo de la novela, Dostoievski presta atención a dos cosas: primeramente, a las dudas o desconcierto de don Quijote ante ciertos hechos, un asunto al que dedica la mayor porción de su texto y, finalmente, a la muerte del caballero andante. En cuanto, a lo primero, hay que destacar que Dostoievski, a diferencia de Turgueniev, presenta con más acierto en este punto a don Quijote como un personaje razonador dotado de una concepción del mundo, la concepción caballeresca, que frecuentemente está sujeta a fricciones con la realidad y de ahí el desconcierto de don Quijote, incluso sus dudas. Pues bien, el escritor ruso examina la manera como don Quijote las resuelve. La táctica utilizada por don Quijote para inmunizar su concepción y percepción del mudo consiste en lo que Dostoievski describe, desde una perspectiva externa a la de don Quijote, como «la mentira se salva con la mentira», una denominación que precisamente da título a las reflexiones del escritor ruso sobre el Quijote. Se trata de que el caballero manchego salva una mentira o primera ilusión, su fe en la historicidad de los libros de caballerías, en su interpretación caballeresca de los sucesos que le van acaeciendo y en definitiva en su visión andantesca del mundo, con otra mentira o segunda ilusión aún más fantástica y disparatada que la anterior. De esta manera salva su sistema de pensamiento e interpretación de la realidad y puede seguir creyendo tranquilamente en su primera ilusión, la ilusión caballeresca y todo gracias a que idea una segunda ilusión todavía más fantástica. Dostoievski describe así certeramente un mecanismo habitual usado por don Quijote para atrincherar su visión libresca del mundo.

Pero lo que no se entiende muy bien es que ilustre el mecanismo de don Quijote de salvar la mentira con otra mentira con ejemplos imaginarios, aunque inspirados en el espíritu de don Quijote, en vez de remitirse a cualquiera de los innumerables casos con que podría servirse sin más que echando mano del libro de Cervantes. Así, en vez de contarnos, por ejemplo, que don Quijote arregla su fricción con el mundo, en el caso de la aventura de los molinos, cuando descubre que no son gigantes como esperaba que fueran, invocando un encantador malicioso que le quiere robar la gloria de su hazaña, nos cuenta cómo don Quijote, cuando los hechos no encajan con su percepción imaginaria de la realidad, se inventa otros hechos imaginarios como explicación de unos primeros hechos imaginarios. Pero unos y otros no los toma Dostoievski del Quijote, sino que se los inventa, aunque su invención es fiel al modo de proceder y razonar de don Quijote cuando se halla sumido en la lógica de su enfermedad caballeresca. Así, entre los hechos que Dostoievski se imagina que siembran el desconcierto en don Quijote están su supuesta duda de que, según el relato de los libros de caballerías, un solo caballero venza a un montón de enemigos en cinco o seis horas o que en unas pocas horas derrote a un ejército de cien mil soldados, una duda que el escritor ruso se inventa que resuelve don Quijote con la alegación de que tales enemigos y los hombres de tales ejércitos no están formados de verdadera materia orgánica, sino, en realidad, de una materia impura y evanescente, como obra de sortilegio de malignos hechiceros y de ahí que los caballeros pudiesen traspasarlos fácilmente de un mandoble con sus espadas.

No obstante, aunque Dostoievski es fiel al modo de pensar de don Quijote, sus ejemplos imaginarios son menos adecuados para describir el mecanismo de su pensamiento que los casos directamente extraídos del Quijote, pues al caballero de la Triste Figura, como a Dostoievski le gusta llamarlo, en muy estrecha armonía con su interpretación de esa figura como una figura trágica, no se le plantean jamás dudas sobre los relatos de los libros andantescos, y en este sentido los ejemplos de Dostoievski no son realistas, sino las fricciones que tiene con la realidad por vivir su propia vida como si fuese una historia de un héroe de un libro de caballerías escrito por un mago encantador y ante tales dudas surgidas de su propia experiencia contradictoria con sus sueños caballerescos y no de sucesos relatados en los libros de caballerías es ante las que reacciona con el mecanismo de la mentira se salva con otra mentira.

Sólo nos resta, por lo que respecta a don Quijote, dedicar unas palabras al muy escueto, pero muy intenso comentario que dedica el escritor ruso a su muerte. Nos pinta, como Turgueniev, un cuadro verdaderamente conmovedor de la actitud del caballero en vísperas de afrontar su último trance. Turgueniev veía la significación fundamental de don Quijote en la bondad que había presidido su vida; Dostoievski va más lejos y le imprime un sentido religioso a la significación fundamental del caballero. A ello apunta, en primer lugar, la presentación de la recuperación de la cordura y la muerte consiguiente como una renuncia a todo, una idea que preanuncia la similar visión de Unamuno de la muerte de don Quijote. Mientras don Quijote fue don Quijote era imposible renunciar a la creencia incondicional en el más alto y bello ideal, tan consustancial a él como caballero, que para él habría equivalido a traicionar el deber y el amor a Dulcinea y a la humanidad; pero, recobrada la cordura y en el trance de la muerte, tras la derrota ante Sansón Carrasco, ya no cabe traición alguna al deber y amor a Dulcinea y a la humanidad, y la salida es la renuncia a todo viendo que ya no hacía falta en el mundo. Pero cuando, en segundo lugar, Dostoievski nos pinta un cuadro en que don Quijote se va de este mundo, como si ya no fuese el suyo, plácidamente y con una triste sonrisa en los labios, derramando consuelo sobre el lloroso Sancho y amando el mundo con la gran fuerza del amor encerrado en su «santo corazón», el caballero adquiere ya una dimensión religiosa y se eleva ya a la categoría de un santo, una línea exegética que, como es bien sabido, culminará en Unamuno.

No se olvida Dostoievski de Sancho, aunque lo despacha con unas pocas pinceladas. También lo considera como una figura cargada de simbolismo. Al caballero del gran ideal, del idealismo tragicómico, se opone Sancho, de entrada, como encarnación de la sana razón, de la prudencia y de la áurea medianía, pero esta antítesis entre ambos resulta socavada por el hecho llamativo para Dostoievski de que Sancho se consagre a ser amigo y compañero de aventuras del más loco de los hombres y, aunque a veces lo engaña, cree a pies juntillas en la grandeza de alma de su señor, en todos los fantásticos sueños del caballero y ni una sola vez pone en duda que algún día le recompensará con una ínsula. La sugerencia del gran escritor ruso es que, por contacto con su amo y por la influencia de éste sobre él, Sancho va depurando y elevando el ideal de la medianía que representa en la medida en que, como asociado a las empresas de su amo, se hace partícipe del gran ideal que su señor despliega en ellas. Justo en esta acción ennoblecedora de don Quijote sobre Sancho ve un modelo de la influencia beneficiosa, antes comentada, que el conocimiento del Quijote en las escuelas podría ejercer sobre las almas adolescentes.

No deja de ser llamativo que Dostoievski considere a Sancho la encarnación de la sana razón y la prudencia. Los mismos hechos que él alega al respecto lo desmienten. ¿Acaso es propio del que posee una sana razón y es prudente aventurarse con el más loco de los hombres, creer a pies juntillas en sus fantásticos sueños caballerescos y confiar en recibir una ínsula como recompensa? Cree seriamente que don Quijote es un heroico caballero andante, cuyas hazañas ensalza en ocasiones. Por no decir que Sancho, como su amo, se toma en serio las historias de los libros de caballerías y cree en toda suerte de hechos maravillosos que en ellos se cuentan, como los encantamientos, a los que, en ocasiones, recurre, como su amo, para explicar algunas de sus desventuras.

Puestos a buscar un personaje de la novela como representante de la sana razón, más sensato habría sido buscarlo entre los personajes que, conscientes de la locura de don Quijote, ponen todos los medios a su alcance para curarlo. Uno de esos candidatos podría ser Sansón Carrasco, a quien por cierto el propio Dostoievski, en su comentario sobre la muerte del caballero, lo describe precisamente como encarnación de la «sana razón», como un negador y satírico en nombre de esta sana razón.

 

El Catoblepas
© 2012 nodulo.org