Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 132 • febrero 2013 • página 10
Josep Fontana (Barcelona, 1931), ha sido investigador y profesor universitario de Historia Económica Mundial y de España, catedrático emérito de la Universidad Pompeu Fabra, con influencias, entre otros, de Jaime Vicens Vives, Ferrán Soldevilla, Pierre Vilar y E. P. Thomson. Ha sido el historiador comunista más influyente en la Universidad española. Es autor de una importante obra, en la que destacan títulos de historia positiva ya clásicos como La quiebra de la monarquía absoluta 1814-1820 (1972), Cambio económico y actitudes políticas en la España de siglo XIX (1973), y La crisis del Antiguo Régimen (1979). Mantuvo una larga militancia comunista en el PSUC, junto a Manuel Sacristán, hasta la transición política española, momento en el que consideró que dicho partido asumió una deriva hacia la derecha. En el diccionario de historiadores españoles{1}, de Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar, se describe a Fontana con una orientación política de «izquierda-izquierda». En la actualidad, el historiador, según ha manifestado en una reciente entrevista –días antes de las elecciones autonómicas de Cataluña del 25 N, articuladas sobre la hipótesis soberanista– en la revista Jot Down{2}, «si hay que votar, se pude votar, mal que mal, a ICV (Iniciativa per Catalunya-Verds), que son relativamente moderados», y muestra cercanía a las posiciones de la CUP (Candidaturas de Unidad Popular), movimiento asambleario, independentista de izquierda de los países catalanes.
Entre los historiadores españoles, Fontana es de los que más se han ocupado de los problemas teóricos y metodológicos de la historia. La historia de los hombres (2001) reelabora, actualiza y amplia los planteamientos de sus anteriores obras Historia. Análisis del pasado y proyecto social (1982) y La historia después del fin de la historia. Reflexiones acerca de la situación actual de la ciencia histórica (1992), y cuyas líneas esenciales había esbozado tempranamente en esa pieza espléndida de divulgación que fue La historia (1975), libro este último que también está en la raíz de la excelente e innovadora Introducción al estudio de la historia (1999).
En La historia de los hombres (2001) sostuvo Fontana una concepción política de la historia y afirmó que desde sus inicios la historia ha cumplido unas «funciones sociales, la más importante de las cuales ha sido, por regla general, la de legitimar el orden político y social vigente, pero también ha cumplido la de preservar las esperanzas colectivas de los que eran oprimidos por el orden establecido» (pág. 11), función esta última que Fontana asume en su trabajo. Rechaza Josep Fontana «la imposible neutralidad» del historiador y la ilusión de que la objetividad defina la narración histórica, por cuanto ha estado y está «asociada a las concepciones sociales y a los prejuicios de los historiadores y de su público». La tarea del historiador, «que trabaja siempre en el presente y para el presente», supone «el intento de comprender mejor el mundo en que vivimos y de ayudar a otros a entenderlo», con el fin de contribuir a caminar hacia el ideal de una sociedad en la que haya «la mayor igualdad posible, dentro de la mayor libertad posible» (pág. 367). En Historia. Análisis del pasado y proyecto social (1982) mantuvo que el trabajo del historiador ha de proyectar una línea del pasado al futuro que apunte al ideal de «una sociedad igualitaria en la que se haya eliminado toda coerción» (pág. 12), «la sociedad del socialismo», así como que su objetivo no es hacer ciencia sino «técnica», pues la historia es «una herramienta para la tarea del cambio social» (pág. 261). Sobre la Revolución rusa, señalaba en dicha obra que «por primera vez se organizaba una sociedad sobre bases que se pretendían socialistas y se demostraba que era posible el progreso económico al margen del capitalismo… la sociedad cambió después de 1917, para no volver a ser nunca lo que había sido antes» (págs. 153 y 154). Hoy sabemos que esos juicios eran erróneos. Finalmente, en La historia después del fin de la historia (1992) confesó que, como fue hábito entre los intelectuales comunistas europeos, no se sumó al coro de los detractores del sistema comunista ya que «eso significaba hacer el juego de los otros» (pág. 116). Pero con ese reconocimiento, en realidad, se afirmaba que el trabajo del historiador se subordinó instrumentalmente al supremo bien del apoyo de la utopía revolucionaria comunista, condicionando en su caso hasta la falta de veracidad del historiador, si bien mucho más grave ha sido que ese supremo bien haya servido para justificar los crímenes totalitarios.
Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, es una extensa y ampliamente documentada historia mundial contemporánea, con 976 páginas de texto y más de 200 páginas de notas bibliográficas, una historia en la que el autor ha trabajado durante los últimos quince años. El libro cubre el periodo que se extiende desde la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis económica global que se inició en el verano de 2007 y que persiste todavía. El autor se propone «proporcionar elementos de discusión que nos ayuden a entender las causas que nos han llevado a la situación actual», «agudizar el sentido crítico ante los hechos del pasado, para afinar las herramientas intelectuales que nos han de ayudar a aclararnos en un presente tan confuso como este en que vivimos» (pág. 14). Este libro construye la historia desde el punto de vista de la extrema izquierda (antiliberal, antinorteamericana, anticapitalista, antiglobalización) y, en los últimos años, el trabajo se acaba enfocando desde un punto de vista cercano a los grupos antisistema{3}. En función de esa óptica, el subtítulo de la obra habla de Una historia del mundo desde 1945, dónde una historia se entiende que se contrapone a otras historias, y fundamentalmente a una historia liberal. A tal respecto podemos ver unos cuantos ejemplos de rasgos sectarios que lastran el rigor de Por el bien del imperio.
Por el bien del imperio utiliza un débil motivo crítico articulador de todo el texto: el tratar de explicar cómo se ha llegado en la actualidad a lo que Fontana juzga, discutiblemente, como la frustración de las esperanzas surgidas tras la II Guerra Mundial de construir un nuevo orden mundial «de paz y democracia universales, en el que el conjunto de la humanidad viviría libre de temor y de pobreza». Fontana construye una historia fundamentalmente política, de los principales acontecimientos de la historia del mundo desde 1945 hasta 2012, con atención extrema a la crítica intensa, constante y casi siempre unilateral –a veces parece obsesiva– al imperio norteamericano, desconociendo en ocasiones incluso la elemental dialéctica de los dos imperios existentes en la mayor parte del periodo estudiado, el norteamericano y el soviético.
El principal hilo conductor de esta historia es el análisis crítico de la guerra fría, el enfrentamiento de los dos nuevos imperios que sustituyeron a la hegemonía europea tras la derrota de Alemania en 1945: por un lado los USA y la democracia liberal y capitalista, y por otro la URSS y el totalitarismo comunista, con economía de planificación central. La guerra fría se utilizó, como señala Fontana, como un instrumento de control social en cada bando, para el mantenimiento de cada orden social y el miedo al enemigo externo servía de justificación para combatir a sus enemigos internos, reales o imaginarios. Fontana dedica pareja extensión en su libro al «pánico rojo» y el «macartismo» en el imperio norteamericano y al control del enemigo interior en el imperio soviético. Reconoce Fontana que en tales procesos, en los EEUU «solo fueron ejecutados los Rosemberg, lo que contrasta con las sangrientas purgas de Stalin en la Europa del este, pero el daño causado por la caza de brujas en Norteamérica fue mayor del que se suele creer» (pág. 109). Es una manipulación sectaria trazar, como hace el libro de Fontana, un paralelismo de juicio y dedicar análoga extensión a los excesos del control represivo del enemigo interior en ambos imperios. Las represiones para el mantenimiento de cada uno de los dos órdenes sociales fueron de magnitud incomparable. La persecución del enemigo interior del bando norteamericano contribuyó a debilitar a las organizaciones de izquierda, al movimiento de defensa de derechos civiles y frenó avances sindicales, y ya se ha señalado la ejecución de un matrimonio, previa condena judicial, además de otros aspectos, como la inquisición cinematográfica.
Sin embargo, la persecución del enemigo interior comunista, fue cuantitativa y cualitativamente distinta, y el no detallarse en Por el bien del imperio más parece una utilización por el historiador de tácticas propias de la de guerra fría ideológica. A diferencia de Fontana, Tony Judt{4} ha aportado abundantes datos sobre el control de los enemigos interiores en el bloque soviético. Con el precedente del terror soviético de los años 30, que afianzó la autoridad de Stalin, persiguieron un objetivo similar para los regímenes comunistas de Europa del Este las purgas, encarcelamientos, juicios espectáculo, torturas, confesiones y ejecuciones realizadas entre los años 1948 y 1954, y así, por poner un solo ejemplo sintomático, señala Judt: «Sólo en Hungría… durante 1947, unos 2.000 dirigentes comunistas fueron ejecutados sumariamente, otros 150.000 enviados a prisión y alrededor de 350.000 expulsados del partido (lo que con frecuencia significaba la pérdida del puesto de trabajo, la vivienda, los privilegios y el derecho de educación superior)»{5}. «La escala del castigo –continúa Judt– impuesto a los ciudadanos de la URSS y de la Europa del Este durante la década siguiente a la Segunda Guerra Mundial fue monumental, y fuera de la propia Unión Soviética, insólita hasta el momento. Los juicios no fueron más que la punta visible de un iceberg de represión del que también formaban parte la cárcel, el exilio y los batallones de trabajos forzados. En 1952, en el apogeo de la segunda ola de terror estalinista, los campos de trabajo registraban una población de 1.7 millones de prisioneros, más otros 800.000 en las colonias de trabajo y 2.753.000 en «centros especiales». La sentencia «normal» de los gulags era de 25 años…»{6}. «El Estado comunista, concluye Judt, vivía en un estado permanente de guerra no declarada contra sus propios ciudadanos»{7}.
Se dedica un apartado a la «guerra fría cultural», basada en la confrontación ideológica y en la propaganda, con la peculiaridad de que toda la guerra ideológica se sustanciaba al amparo de las libertades de los modernos en las democracias liberales occidentales, siendo impensable ese tipo de discusiones ideológicas en el bloque totalitario comunista. Josep Fontana denuncia que eminentes intelectuales occidentales de «izquierda liberal» (entre otros, Russell, Croce, Jaspers, Koestler, Berlin, Aron, Camus, Maritain, Dewey, Ayer o Orwell) participaron en actividades ideológicas anticomunistas sin saber, hasta mucho después, que lo hacían en plataformas financiadas por la CIA u otras agencias. La principal plataforma anticomunista fue el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), celebrado en Berlín en junio de 1950, y como dice Judt «se planeó como respuesta a la iniciativa del Movimiento por la Paz de Moscú del año anterior», batalla ideológica de Stalin, que se benefició extraordinariamente de la herencia de los malentendidos del antifascismo propalados por la Cominform, en base a los cuales «no había enemigos a la izquierda» y que «atraer la atención hacia los pecados del comunismo es hacerle el juego a los imperialistas». En un momento en el que en Occidente «las publicaciones y todo tipo de productos culturales comunistas y de los «frentes» eran encubiertamente financiados por Moscú, el respaldo norteamericano no habría avergonzado lo más mínimo a algunos escritores del CCF»{8}, concluye Judt.
Fontana valora la guerra de Vietnam como un caso de la valoración general de la Guerra Fría: la primera fue «un error estúpido, engendrado por las teorías del monolitismo comunista y del dominó, esto es, por la ignorancia y el miedo: una manifestación evidente del inmenso e innecesario desastre que fue en su conjunto la llamada guerra fría» (pág. 483). Y concluye con idealismo (lamentando lo que pudo haber sido y no fue) sobre el conjunto de la Guerra Fría: «Vivir más de medio siglo en una situación continuada de guerra latente implicó que el gasto de armamento consumiese una gran parte de los recursos que hubieran permitido mejorar la vida de los ciudadanos de uno y otro bando» (pág. 966).
Al valorar Fontana, setenta años después, la situación de los ideales que sobre la democracia se formularon en la Carta de Atlántico de 1941, concluye que «la extensión de la democracia es poco menos que una apariencia» (pág. 9), y que el panorama poco satisfactorio de la democracia le importa poco al llamado «mundo libre» (pág. 966). Hay que recordar que a partir de 1945 fue la URSS la que cumplió el proyecto de liquidar cualquier vestigio de democracia en los países ocupados por sus tropas y sustituirlo por presuntas democracias populares del este de Europa, que no eran ni lo uno ni lo otro, sino dictaduras totalitarias, apoyadas por los blindados soviéticos. Victorias directas e indirectas de la Unión Soviética durante la Guerra Fría fueron diversas dictaduras procomunistas: China (1949), Egipto (1952), Irak (1958), Cuba (1959), Libia (1969), Afganistán (1973), Etiopía (1974), Vietnam (1975), Irán (1979), así como los casos de Yemen del Sur, Ghana, Guinea y Corea del Norte. En ese periodo, los propios países occidentales se aliaron con dictaduras conservadoras tan siniestras como las de izquierdas: Portugal, España, Chile, Congo, Nicaragua, Indonesia, Filipinas, Corea, Pakistán, Irán. Con el fin de la Guerra Fría volvieron a mejorar las perspectivas para la democracia, por un lado EEUU dejó de apoyar dictaduras de derechas, cayendo las tiranías de Suharto, Mobutu, Pinochet o Mengistu, por otro se restableció la democracia en Taiwán, Corea del Sur, Panamá y Nicaragua. Y volverían a mejorar esas perspectivas para la democracia tras la caída del Muro de Berlín y el colapso del sistema comunista, con las transiciones a la democracia y al capitalismo de las anteriores repúblicas socialistas.
Analiza Fontana el fin del «socialismo realmente existente», si bien no hace un balance crítico de esa experiencia histórica genocida y liberticida, con varias decenas de millones de víctimas, más letal en el caso del totalitarismo comunista que en el del nazi, en base a la inviabilidad del mantenimiento del imperio (ayudas a países comunistas, guerras, presencia militar), una población descontenta con las condiciones de vida y de trabajo, y con la falta de libertades y derechos fundamentales, ahogados por un «sistema autoritario burocratizado», que puso en duda la presunta superioridad de la economía planificada y llevó al desplome de la fe en sistema (págs. 675 y 705){9}. Tras la caída del muro de Berlín en 1989 se produjo el hundimiento de la URSS y de los sistemas comunistas euroorientales, y se iniciaron procesos de transición del socialismo al capitalismo y a la democracia liberal, si bien en el caso de la URSS señala Fontana que lo que iba a venir «no sería una transición sino una catástrofe» (pág. 705).
Durante la mayor parte de la duración del imperio de la URSS, por la razón ya adelantada, Fontana –igual que otros muchos intelectuales occidentales, pretendidamente progresistas, fueran comunistas o no– se negó a criticar el sistema comunista para no hacer el juego a la derecha, y lo cierto es que no nos consta que en su obra condenara la existencia de los millones de víctimas humanas, los crímenes de Stalin, el Gulag, las invasiones de los países del Este, así como la miseria material y el carácter liberticida del totalitarismo comunista. Tampoco sacó consecuencias autocríticas y lógicas tras el desplome comunista. En cambio, François Furet obtuvo claras consecuencias críticas del desplome de la URSS: «La lucha de clases, la dictadura del proletariado, el marxismo leninismo han desaparecido en beneficio de lo que se suponía que iban a sustituir: la propiedad burguesa, el Estado democrático liberal, los derechos del hombre, la libertad de empresa. Nada queda de los regímenes nacidos de Octubre más que aquello que pretendían negar»{10}.
«El incumplimiento más escandaloso de las promesas de 1945 es sin duda, afirma Fontana, el que se refiere a la eliminación de la pobreza en el mundo», añadiendo que «las cifras admitidas de la pobreza eran en 2010 de alrededor de mil millones de seres humanos, a quienes se les calculan ingresos diarios inferiores a un euro» (pág. 969), y aduce un factor negativo adicional: «la pobreza no solo no ha desaparecido en la actualidad, sino que se ve todavía agravada por el encarecimiento de los alimentos». Además, sostiene que hoy el mundo es «más desigual», «la divergencia entre los niveles de vida» de los países «es mayor ahora que en 1945» y «sigue aumentando día a día» (pág. 9). El texto de Fontana en algunos momentos confunde la pobreza absoluta y la relativa. Frente a dichas afirmaciones hay que resaltar que los datos del Banco Mundial desde 1981 sobre la pobreza extrema en el mundo ponen de manifiesto que desde dicho año el crecimiento económico capitalista está rescatando de la pobreza a millones de personas, a una velocidad desconocida en la historia. En el reciente Informe de Indicadores Mundiales de Desarrollo 2012{11} del Banco Mundial los datos preliminares para 2010 ponen de manifiesto que en dicho año se han conseguido ya los objetivos, de reducir en 2015 a la mitad la pobreza extrema en el mundo que arrojaban los datos de 1990, incluidos entre los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas formulados el año 2000. Los datos sobre pobreza extrema, que comenzó a publicar el Banco Mundial en 1981, trazados en una frontera de 1.25 dólares al día (dólares constantes de 2005 y en paridad de poder de compra), se han ido reduciendo drásticamente. Si en 1981 la pobreza afectaba al 52.2 por ciento de la población mundial, el porcentaje cayó al 22.4 en 2008 (último año para el que hay datos completos). Cuestión distinta a la de la pobreza absoluta, siempre que se garanticen los mínimos de subsistencia y la igualdad formal ante la ley, es la de la desigualdad o pobreza relativa, atribuible al distinto grado o ritmo de crecimiento de las economías de libre mercado. La igualdad material no ha existido en la historia, y es parte de las utopías, cuyos intentos de realización comunista la historia ha demostrado que han resultado siempre trágicos para la libertad. El crecimiento económico capitalista, muy estimulado por la globalización, explica la salida de la pobreza de millones de seres humanos en China, India, Brasil y, en menor medida en África. No obstante, la miseria sigue siendo una condición muy extendida entre los habitantes del planeta, si bien la situación de la pobreza absoluta no ha dejado de mejorar.
Ya se ha dicho que la historia de Fontana es principalmente política, y junto a la exposición de procesos incluye notas biográficas de los protagonistas principales, muy críticas cuando afectan a personajes de derechas o norteamericanos. De J. F. Kennedy, se explica que lo que hoy sabemos es que su imagen pública fue un fraude, por ejemplo físicamente: «era poco menos que un inválido» (pág. 256) dadas sus plurales patologías y medicaciones. Denigra la figura de Reagan comentando las adicciones de su padre, afirmando su «escasa inteligencia», y su «pobre bagaje cultural y escaso conocimiento de las cuestiones políticas», y lo infravalora minuciosamente, reputando una «ilusión» que su política de aumento del gasto militar contribuyese al hundimiento de la economía soviética (pág. 609 y ss.), mientras que Reagan es para muchos analistas y para muchos norteamericanos uno de los presidentes más importantes de EEUU y uno de los personajes más trascendentales del siglo XX, que accedió al gobierno con un programa monetarista para combatir la inflación, reducir impuestos y flexibilizar los mercados, aumentar la inversión privada y acabar con el desempleo. En 1981 el Congreso aprobó la rebaja de impuestos más importante de la historia de los Estados Unidos. Pese a esos propósitos, la financiación en 1983 del programa militar de guerra de las galaxias endeudó al país, al decidir con firmeza Reagan coadyuvar al colapso comunista y a fortalecer la democracia en el mundo, habiendo sido apoyado en su reelección por 54.455.472 de votos populares, el 58% de los sufragios. De Gerald Ford se reproducen viejos chistes («más que sencillo la gente lo consideraba tonto: incapaz de hacer a un tiempo dos cosas distintas como andar y mascar chicle», pago. 569). No busque el lector lo que hoy se sabe de la vida de dirigentes comunistas, y así por ejemplo, no encontrará en el caso de Mao, además de la crueldad de sus políticas, con los millones de víctimas durante el «gran salto» y la llamada Revolución Cultural, que en sus últimos años de vida, creyendo poder recuperar su juventud, se complacía en contagiar enfermedades venéreas a vírgenes adolescentes.
No omite Fontana describir con realismo las crueldades de la guerra, especialmente cuando las ha protagonizado Norteamérica. Así se recuerdan (pág. 776) «episodios –en la primera Guerra del Golfo– como el de los ocho mil soldados iraquíes enterrados vivos en la arena por bulldozers norteamericanos, sin darles ocasión de rendirse o de escapar (se envió después equipos mecánicos que completaron la operación de cubrirlo todo y retirar las armas y los restos humanos visible»). También se reflejan impresiones de participantes en las matanzas en Ruanda de 1994, en las que se trató de exterminar al grupo indígena minoritario de los tutsis (ganaderos) por los hutus (agricultores): «El hombre puede acostumbrarse a matar si mata sin parar», «cuanto más rajábamos –el arma esencial del genocidio fue el machete, 600.000 importados como herramienta agrícola, pagadas con fondos del Banco Mundial para fines de desarrollo– más inocente nos parecía rajar», «como mataba con mucha frecuencia, empezaba a notar que no me hacía ningún efecto» (pág. 743).
En general Fontana, tras la desclasificación de documentos soviéticos y norteamericanos, incluye en su libro más datos críticos de los segundos que de los soviéticos, que son más cuantiosos y que partían de una falta de libertades, entre otras, de expresión, y de contrastes críticos de hechos y documentos.
En materia económica se echa en falta a lo largo del libro la mínima conceptuación o teoría económica para explicar las políticas económicas de los últimos treinta años que se trata de describir, y en ocasiones solo de criminalizar. J. Fontana utiliza fundamentalmente algunas ideas del economista antiliberal fetiche del progresismo, Paul Krugman. No llega ni a citar en el texto a autores neoclásicos, que han estado y están en discusión con los keynesianos, desde el monetarista Milton Friedman{12} a sus discípulos actuales, fundamentales para explicar las reacciones contra las políticas keynesianas de dinero fácil, las inflaciones de dos dígitos posteriores a los años 70, que produjeron descontentos sociales y reacciones electorales que llevaron al gobierno a Margaret Thatcher en 1978 y a Ronald Reagan en 1980.
Fontana se cuida de no deslizar ninguna alusión ligeramente crítica sobre casos como el de la dictadura de Cuba y la sucesión de Fidel Castro por su hermano o el de Venezuela, cuya política de Chávez pondera. Tampoco omite meras conjeturas malévolas, ya que parece que cuadran con sus prejuicios, y así alude a la muerte de Arafat, «tal vez envenenado por los israelíes» (pág. 814).
Con esos fundamentos económicos, utilizando lo que P. Krugman denominó la Gran Divergencia, sintetiza Fontana el periodo que va desde los años 70 del pasado siglo hasta el momento actual. Señala que tras la etapa de 1945 a 1975, en que se hizo más equitativo el reparto de los ingresos en los países desarrollados, se inició la etapa de la Gran Divergencia, en la que seguimos inmersos y de la que Fontana dice que tal vez haya que considerarla como «la característica más importante de la historia del último cuarto del siglo XX y de comienzos del XXI», iniciándose «un proceso de signo contrario, en que los ingresos de los más ricos crecerían a expensas de los trabajadores y de las clases medias» (pág. 565), de aumento de la desigualdad. No acredita los datos que fundamentan sus afirmaciones, salvo unos pocos datos norteamericanos difícilmente extrapolables. Lo más discutible de esa teoría es que, para el autor, esa divergencia no se explica a partir de la economía, sino que, siguiendo a Krugman, afirma que «su origen es netamente político». Señala como fundamento doctrinal de ese periodo y de esas políticas el programa formulado por Lewis Powell (¡en 1971!), en un «Memorándum confidencial: Ataque al sistema americano de libre empresa», que llamaba a combatir el avance de las ideas contrarias al sistema de libre empresa, apelando al cambio de la opinión pública mediante la acción política, educativa e informativa (pág. 567), que, a largo plazo, ha aumentado la influencia política de las empresas (pág. 568). Nos parece débil ese criterio de periodización de una etapa tan amplia, y elaborado sobre la base de citado documento secundario de Powell, claramente sobredimensionado, plagado de lugares comunes, documento que, aún no explicando nada interesante, se enfatiza e inviste de un carácter conspiratorio algo ridículo, como si se tratara de unos nuevos Protocolos de los Sabios de Sión.
Sostiene Fontana que «no cabe duda de que la guerra fría ha seguido hasta la actualidad, inequívocamente dirigida a lo que siempre fue su objetivo: el mantenimiento del complejo capitalismo-sistema de libre empresa-modo de vida americano» (pág. 872). Y añade con tono sombrío que «el triunfo total del sistema de libre empresa, que ha sacado a la luz las miserias del capitalismo realmente existente, nos amenaza con el inicio de una nueva época de regresión y oscurantismo» (pág. 23).
La crisis económica que se inició en el verano de 2007 en EEUU acabó afectando al mundo entero, una crisis financiera global primero y que afectó también a los países subdesarrollados, dos caras de una misma crisis del capitalismo globalizado. Esa crisis, para Fontana, tiene sus orígenes en los cambios de modelo económico que se iniciaron en los Estados Unidos en la década de 1970, «cuando se abandonó la preocupación por el pleno empleo y se rompió la relación directa entre la mejora de la productividad y los salarios, que estimulaba el crecimiento de la producción por la vía del aumento de la demanda de bienes de consumo. El nuevo modelo reemplazó este mecanismo por la expansión del crédito, mientras, en nombre de la necesidad de controlar la inflación, se limitaba el alza de los salarios, se combatía a los sindicatos y se desmantelaban las protecciones de los trabajadores» (pág. 932). «La jerarquía global establecida» ganó su «guerra contra el comunismo» y está a punto de completar la «guerra contra el terror» (pág. 975). Pero, se pregunta Fontana, a raíz de las contestaciones de los «indignados» europeos y de las revueltas de la «primavera árabe», que parecen compartir el rechazo del sistema establecido: «¿cómo se puede librar una guerra contra quienes se sublevan contra la injusticia social y la falta de dignidad política?». Refiriéndose a movimientos como el 15 N y los Indignados, Fontana ha manifestado que permiten «albergar algunas esperanzas, pues se trata de ejemplos al margen de la política formal pero que representan una politización real de la sociedad; hace falta que más gente salga a la calle»{13}.
A medida que el libro se aproxima a la actualidad más rabiosa el texto pierde consistencia y parece alcanzar una mera calidad periodística.
Lo que verdaderamente se evidencia en Por el bien del imperio es la frustración para el autor de la promesa de un mundo mejor, su desilusión por el fin de la utopía comunista, y la no aceptación de la supresión de las grandes esperanzas revolucionarias de cambio de las sociedades y de emancipación o redención del hombre u otros idealismos. No hace mucho en un artículo de 15-08-2010 en el diario Público, reconocía Fontana: «Necesitamos recuperar la esencia misma de lo que los hombres de comienzos del siglo XIX definieron como socialismo, que respondía a un programa de lucha contra los males del capitalismo que les explotaba, para reformularla de acuerdo con lo mucho que hay que combatir de un capitalismo muy distinto, como es el del siglo XXI»{14}. Con esa formulación el autor volvía a la doctrina que citábamos más arriba de su libro de 1982. La realidad ha cambiado desde caída del Muro y la disolución de la URSS y los regímenes comunistas del este, pero se siguen utilizando las ideas anteriores acríticamente, como si nada hubiera cambiado. J. Fontana no reconoce importantes hechos acreditados de la historia contemporánea: el haberse producido en la segunda mitad del siglo XX el periodo de mayor crecimiento económico capitalista de la historia, y subordinadamente, haber posibilitado que millones de personas abandonasen la pobreza, y haber contemplado el final de la utopía totalitaria comunista. Parece que el autor es de los que creen que «otro mundo es posible», sin haberse reconciliado con el capitalismo o el mercado, y sin tener una alternativa económica de construcción social, y parece que sin haber obtenido suficientes consecuencias del hundimiento del comunismo. Pensar que hoy la única alternativa de cambio son los movimientos de indignación mundial, es apostar por una suerte de acracia que no ha llegado a tener un pensamiento político organizado y común ni procedimientos democráticos de discusión y validación social de un programa concreto.
En fin, el libro es un compendio de historia contemporánea escrito con agilidad, de fácil lectura y que incita al debate. El trabajo pone de manifiesto que la abundancia de fuentes (más de 200 páginas de notas bibliográficas) no implica su integración para mantener una cierta distancia y diversas perspectivas para observar y dar cuenta cabal de la realidad, y evitar una mera acumulación de afirmaciones coherentes con un cierto esquema ideológico, entre la izquierda y los antisistema.
Notas
{1} Diccionario Akal de Historiadores españoles contemporáneos, Akal, Madrid 2002.
{2} http://www.jotdown.es/2012/11/ En la entrevista, además de adelantar la dirección de su voto, hace otras acotaciones sorprendentes que contribuyen a ubicarlo: «Se tiene que ir a votar para que el PP y esa gente no tengan más votos. Ya les votarán las monjas»; y otras muy discutibles referidas a Cataluña, por ejemplo: «hasta 1714 es un Estado que forma parte de una monarquía dentro de la cual la única cosa en común es el soberano»; «hay más de 200 años de literatura catalanofóbica», «en base a la cual está la absoluta imposibilidad de entender que hay una gente que es realmente distinta».
{3} Estamos de acuerdo con el criterio de la excelente crítica del libro, elaborada por Jordi Amat, Que no quiero verlo, Culturas, La Vanguardia, 14-03-12, la única crítica que conocemos no acríticamente laudatoria del libro de Fontana, que no daba por supuesto el punto de vista del historiador, y en la que explícitamente se sostuvo que el libro de Fontana se inscribe en «una tradición de izquierdas y comprensivo con la mirada antisistema».
{4} Tony Judt, Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, Taurus, Madrid 2009, pág. 269 y ss.
{5} Tony Judt, op. cit., págs. 271 y 272.
{6} Tony Judt, op. cit., págs. 288 y 289.
{7} Tony Judt, op. cit., pág. 290.
{8} Tony Judt, op. cit., págs. 324, 332 y 333.
{9} Un buen análisis y balance de conjunto de la experiencia de la economía soviética se ha hecho por Gabriel Tortella: «La convicción a priori de que el mercado y la propiedad privada son malos, y la planificación estatal y la propiedad colectiva son buenos ha hecho un daño incalculable en el siglo XX, en ningún lugar más que en la Unión Soviética y en ningún sector más que en la agricultura. La historia económica de la segunda mitad de nuestro siglo ha demostrado que el viejo principio fisiocrático del laissez-faire, aparentemente tan ñoño y tan simple, tenía mil veces más fuerza y más vigencia que las proclamas grandilocuentes de Marx y los economistas de izquierda que le siguieron»; «Se trataba de una economía de mando. No se producía por afán de lucro, sino por coerción…», por lo que se resentía la productividad y la innovación, y el sistema tendía a estancarse; «El sistema era irreformable, porque reposaba en un equilibrio inestable basado en la coerción. En el momento en que esa coerción se debilitaba, las fuerzas centrífugas (anarquía productiva, autonomismo de los países y regiones subyugados, indisciplina y desmoralización generalizadas) hacían su aparición y se planteaba la disyuntiva: volver a la coerción o dejar que el sistema se desintegrase». Tortella, Gabriel, Los orígenes del siglo XXI. Un ensayo de historia social y económica contemporánea, Gadir, Madrid 2005, págs. 403, 404, 417 y 426. Puede verse una reseña de Carlos Moreno del libro de Tortella en: «Historia, crecimiento económico y libertad» (El Catoblepas 50:18). Además, ha de tenerse en cuenta, con carácter general, como señala Jordi Franch Parella, Economía, Unión Editorial, Madrid 2012, págs. 34 y 35, que en un sistema de planificación centralizada no existen precios, ni propiedad privada, ni mercados, dándose la imposibilidad del cálculo económico y la asignación correcta de recursos. Añade Jordi Franch que precipitaron la caída del socialismo real factores como: la ausencia de información y los errores de previsión de los planificadores, al no existir precios ni mercados; la falta de incentivos para mejorar empresas y trabajadores, al decidirse precios y salarios por el Estado; y el crecimiento excesivo de la burocracia.
{10} F. Furet, Le passeé d’une illusion. Essai sur l’idée communiste au XXe siècle, Robert Laffont, París 1995, p. 8
{11} Hasta Moisés Naím, comentarista de la sección «el observador global» de El País, poco sospechoso de alegrías poco fundadas, cuando se hizo eco del Informe del Banco Mundial en el diario del 11-03-12, tituló: Buenas noticias. En el periódico Libertad Digital, de 24-04-12 José Carlos Rodríguez dio la noticia del Informe con el título: El triunfo del capitalismo
{12} Cfr. Gabriel Tortella, op. cit., especialmente págs. 477 y ss.
{13} Puede verse en la entrevista de Enric Llopis en Crónica Popular, 11-05-12: http://www.cronicapopular.es/2012/05/josep-fontana/
{14} Pensar desde la izquierda, J. Fontana, diario Público, 15-08-2010: http://blogs.publico.es/dominiopublico/2287/pensar-desde-la-izquierda/