Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 136 • junio 2013 • página 6
Como adelantamos en una entrega anterior, la idea de relacionar las dos grandes novelas de Cervantes con la mística española del Siglo de Oro parece habérsela sugerido Azcárate, quien en la conclusión de su exposición de la filosofía moderna, luego de subrayar el «carácter místico» del pensamiento español durante ese siglo, había escrito en referencia especial al Quijote que «el gran mérito de Cervantes fue el haber penetrado con ojo de águila el espíritu oriental-místico de su siglo», pero se abstiene de apuntar qué personaje representa mejor este espíritu místico, tarea nada difícil reservada para Federico de Castro, que inmediatamente pasamos a analizar.
Su estrategia para mostrarnos la significación místico-filosófica de don Quijote consta de dos trámites. En un primer trámite, se propone situar a don Quijote como caballero andante en un contexto religioso y retratarlo como un personaje dotado ante todo de un sentido religioso. En un segundo trámite, nos ofrecerá una retahíla de textos en los que supuestamente se revelan los rasgos místicos de la religiosidad del caballero.
En cuanto a lo primero, el intérprete krausista comienza estableciendo que la caballería es la milicia de la Iglesia, una especie de sacerdocio armado. Si esto es así y además el caballero procura convencer a sus enemigos con argumentos teológicos de la certeza de la religión cristiana, y sólo cuando éstos no son suficientes apela al combate, no sin antes demandar el auxilio divino en apoyo de su causa, síguese que el caballero andante es la representación más fiel del sentido místico-religioso. Y tal sería el caso de don Quijote, quien por ello no es de extrañar que trate de presentar la caballería andante como una profesión muy semejante a la de los miembros de una orden religiosa y que, luego de autoproclamarse como ministro de Dios y brazo armado por el que se ejecuta la justicia, se considere obligado a poner todo su empeño en realizar el ideal cristiano en el mundo deshaciendo agravios y tuertos, amparando a los desvalidos y practicando la virtud.
Una vez identificado don Quijote como una figura que representa un sentido místico-religioso, el comentarista krausista se dedica a espigar toda una serie de pasajes del Quijote en los que cree encontrar los siguientes rasgos del idealismo místico que adjudica al ingenioso caballero:
«La identidad espiritual, el menosprecio o la negación de la vida externa, y por tanto del derecho individual de propiedad, de la autoridad del Estado, la duda sobre todo lo sensible, el martirio inmotivado del cuerpo, la sustitución de la caridad a la justicia, de que tan bellos ejemplos presenta el misticismo cristiano, el amor espiritual, sin mezcla de sensible, el desinterés, la unión, o mejor la absorción en Dios mediante el sacrificio de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, la creencia en una revelación personal que nos coloca sobre toda ciencia y sobre toda ley». Op. cit. pág. 43
Gran parte de los pasajes que alega como prueba de la presencia de estas características que revelarían el carácter místico del pensamiento de don Quijote pertenecen a textos en que don Quijote habla de la caballería, es decir, en momentos en que el sedicente caballero está más arrebatado por su manía caballeresca y, por tanto, más en guardia hay que estar para no tomarse esto en serio. Pero esto, como suele suceder en los que tratan de encontrar un sentido alegórico en la novela de Cervantes, no es problema para Federico de Castro, quien ante la advertencia de que don Quijote está loco, inmediatamente se apresta para responder que su locura es una demencia mística. Pues bien, veamos si esto así.
Empecemos examinando la primera parte de la argumentación del intérprete krausista. Sencillamente no es verdad que la caballería sea una milicia de la Iglesia, una especie de sacerdocio y que el caballero andante representa el sentido místico-religioso. Es cierto que la caballería tenía, entre otras funciones, también una función religiosa, la de defender la fe cristiana y a la Iglesia, pero eso no la convierte en una institución religiosa, como nos la pinta de Castro. Lejos de eso, la caballería fue ante todo una institución político-militar, que perseguía adiestrar a los jóvenes en el manejo de las armas y en transformarlos en profesionales de la guerra al servicio del señor feudal de turno. Por tanto, aunque imbuido de un fin religioso, el caballero es ante todo un militar. Lo que dice de Castro se corresponde más con lo que fueron las órdenes de caballería de tipo religioso, de los caballeros-monjes del estilo de los templarios. Y en la idealización literaria de la caballería en los libros de caballerías, que es lo que don Quijote tiene como referencia, la aspiración principal de un caballero andante en la vida es de tipo político, pues lo que busca es, una vez haber conseguido un buen currículum como caballero, abandonar la vida de caballero errante para dedicarse a la vida política. Por eso don Quijote, como él mismo confiesa, sueña en llegar a ser, a la manera de Amadís, tras una carrera exitosa de hazañas, rey o emperador y pasar así a ser un gobernante. Además es baldío todo su esfuerzo en caracterizar a don Quijote y la orden de caballería en términos religiosos, tan baldío como lo fue caracterizar la mística como una filosofía. Pues si la significación fundamental de don Quijote como caballero andante es de tipo místico-religioso, no puede ser el símbolo de una corriente filosófica; lo sería, en todo caso, de una forma de religiosidad mística.
Pasemos a la segunda parte de su argumentación en que nos presenta un conjunto de nueve rasgos supuestamente manifestativos del misticismo de don Quijote. En primer lugar, menciona la «identidad espiritual», una expresión de la que no ofrece aclaración alguna y que resulta totalmente confusa, por no decir vacua; y, como no alega ningún pasaje del Quijote en que se refleje tal identidad espiritual, no se sabe muy bien lo que quiere decir. Aparentemente parece que está aludiendo a la unión espiritual del alma y Dios en el momento culminante de la vida mística, pero si es así se trata de una repetición, pues más abajo, en el pasaje citado, nos presenta como octavo rasgo de la religiosidad mística de don Quijote «la unión, o mejor la absorción en Dios mediante el sacrificio de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad». En cualquier caso, atribuir al caballero manchego la identidad espiritual o la unión o absorción en Dios es totalmente gratuito. ¿En qué lugar de la novela vemos a don Quijote en trance místico o hablando de la unión mística? No es, por ello, de extrañar que el exegeta krausista meramente diga esto, pero sea incapaz de aportar texto alguno en que se pueda adivinar semejante identidad espiritual o unión o absorción en Dios.
En cuanto al «menosprecio o la negación de la vida externa, y por tanto del derecho individual de propiedad, de la autoridad del Estado», algo hay de cierto en la primera parte, en lo del menosprecio, pero el menosprecio de don Quijote de ciertos bienes sólo tiene una semejanza meramente material con la similar actitud de los místicos, ya que mientras en éstos este menosprecio o incluso negación de las cosas mundanas es simplemente un medio en el camino que conduce a la unión mística, en don Quijote es un medio para prepararse para la dura vida del caballero andante, que ha de acostumbrarse a muchas privaciones. Ahora bien, la negación del derecho a la propiedad privada, que el autor alega trayendo a colación el discurso de don Quijote sobre la mítica edad de oro, calificada por el intérprete krausista de «socialista», no es necesariamente un rasgo de misticismo (no hace falta afirmar la propiedad común de las cosas para ser místico) y, además, esa supuesta negación, como ya hemos establecido en otros lugares, no se debe tomar en serio, puesto que el mundo caballeresco en que se inserta la acción de don Quijote es incomprensible al margen de la propiedad privada; de hecho, muchos de los desagravios o injusticias que un caballero andante tiene que reparar consisten en que un malvado caballero ha arrebatado a otro caballero o a una dama desvalida alguna de sus propiedades, ya sea su castillo o palacio o su heredad o feudo; y no se olvide que el propio don Quijote aspira a ser propietario de un reino o un imperio.
Del mismo modo, la negación de la autoridad del Estado, que Federico de Castro percibe en la respuesta de don Quijote a los cuadrilleros cuando van a prenderlo por haber liberado a los galeotes y por robador y salteador de caminos de que «su ley es su espada, sus fueros sus bríos, sus premáticas su voluntad», tampoco es un rasgo de la mística (no se requiere negar la autoridad del Estado para ser místico; de hecho, hasta el mismísimo fundador de la mística, Plotino, respetaba mucho la autoridad del Imperio romano); además esta negación de la autoridad del Estado no se debe tomar muy en serio, ya que eso lo dice en un momento en que está totalmente preso de su locura caballeresca. Cabe cuestionar incluso que don Quijote esté cuestionando la autoridad del Estado sin más; lo que cuestiona, en todo caso, es la autoridad del Estado moderno en el que ya no es posible la actuación independiente de un caballero andantes y éstos ya están de más; pero el sedicente caballero manchego se sentiría cómodo en un Estado o reino medieval en el que el caballero andante tiene su lugar y se le reconozcen su prerrogativas, preeminencias y exenciones.
El tercer rasgo enumerado es «la duda sobre todo lo sensible», lo que Federico de Castro justifica remitiéndonos al hecho de que don Quijote, al igual que Descartes tuvo su genio maligno que le hizo dudar de la existencia del mundo externo, tiene sus encantadores enemigos que también le hacen dudar acerca de la realidad de las cosas, pues «en lo que no conforma con sus ideas, afirmas que son misteriosas figuras evocadas por el poder de enemigos encantadores» (op. cit., pág. 40). Dejemos por el momento la analogía entre la duda cartesiana y la de don Quijote, que abordaremos en otro lugar más adelante. En realidad, no es correcto hablar de «duda sobre todo lo sensible», ya que don Quijote no duda, sino que afirma, lo que no podía ser de otro modo tratándose de un loco; los locos no suelen tener dudas, sino que más bien están convencidos de que las cosas son de cierto modo.
Tal es, en efecto, el caso de don Quijote, quien, lejos de dudar sobre el mundo externo, ya sea a la manera cartesiana o no cartesiana, está íntimamente convencido, sin que nadie pueda convencerlo de lo contrario, de que las cosas del mundo sufren continua mudanza por causa de los encantadores enemigos que desean hacerle mal. Así, don Quijote no duda de que los molinos de viento son, en realidad, gigantes; ni la advertencia de Sancho de que lo que tienen delante no son gigantes, sino molinos de vientos, ni la tozuda realidad le hacen dudar de ello después de la desventurada aventura de los molinos; en realidad, son gigantes que el sabio encantador Frestón ha transformado en molinos para quitarle la gloria de la victoria. Don Quijote, en suma, no duda como un escéptico, sino que dogmatiza. Además, este rasgo no tiene nada que ver con la mística, puesto que los místicos para lograr la unión espiritual con Dios no tienen necesidad de dudar de lo sensible. La actitud de los místicos ante lo sensible no es de carácter epistemológico, sino ética o moral, en el sentido de que deben desasirse de lo sensible para alcanzar su meta.
En cuarto lugar, destaca «el martirio inmotivado del cuerpo» como característica del idealismo místico de don Quijote. Como prueba de ello alega los pasajes en que el caballero se comporta ascéticamente, en que para realizar sus tareas misionales como caballero andante ha de practicar la virtud y exponer su cuerpo a privaciones, soportar el calor en verano y al frío en invierno, dormir a la intemperie y aguantar las heridas. Es innegable el lado ascético y exigente de la vida de un caballero andante, algo en lo que efectivamente insiste mucho don Quijote, a quien le gusta contraponer la dura vida del caballero andante a la regalada del caballero cortesano, y que la práctica ascética y de la virtud es igualmente importante en la vida de un místico, pero mientras para éste todo esto es una fase necesaria de preparación del alma para la unión mística, para don Quijote sólo es un medio para ser un buen caballero andante capaz de hacer grandes hazañas con las que alcanzar renombre y poder verse un día convertido en rey de algún reino y casado con una princesa. El horizonte último de don Quijote como caballero no es religioso, menos aún místico, sino secular, mundano, sin perjuicio de que, como el cabal caballero sólo puede serlo si es a la vez un buen cristiano, pueda merecer la recompensa de la dicha eterna tras la muerte.
El quinto rasgo del supuesto idealismo místico de don Quijote es «la sustitución de la caridad a la justicia». Federico de Castro lo justifica aduciendo como prueba tres declaraciones de don Quijote extraídas de la aventura de los galeotes: «No es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello», «Dios hay en el cielo que no se descuida de castigar al malo y de premiar al bueno» y «Duro caso parece hacer esclavos a los que Dios hizo libres» (I, 22), en las que percibe un desbordamiento de la justicia penal a favor de la caridad, pues don Quijote está dispuesto a pasar por alto los delitos de los galeotes. Pero este no es un buen caladero donde buscar la importancia de la caridad en la vida del caballero andante, ya que en este episodio don Quijote desvaría tanto que liquida la justicia y lo que hace no se puede considerar como un acto de caridad, la cual no es tal si no respeta la justicia, sino que se desfigura como tal. Por tanto, no hay ahí ninguna sustitución de la justicia por la caridad, sino meramente una injusticia por parte de don Quijote como consecuencia de su extravío que le lleva a confundir a delincuentes con menesterosos a lo que hay que socorrer.
La importancia de la caridad para el caballero andante ha de buscarse en otro lugar, en aquel pasaje de la segunda parte en que don Quijote, en casa de don Diego, habla, en un discurso sobre la caballería andante, de que el caballero debe estar adornado, amén de otras virtudes, de las virtudes teologales y por tanto de la caridad, que es una de las tres virtudes teologales, y, más abajo en el mismo discurso, añade expresamente que ha de ser caritativo con los menesterosos. Pero una cosa es incluir la caridad entre las virtudes del caballero andante y otra bien distinta es que la caridad deba estar por encima de la justicia hasta el punto de sustituirla y sacrificarla. Esto último no forma parte de la enseñanza de don Quijote ni puede comportarse de ese modo, pues en tal caso no podría ser un ministro de Dios por cuyo brazo se ejecuta la justicia en el mundo.
En cualquier caso, aunque el ser caritativo sea algo común a don Quijote y al místico cristiano (para Plotino sólo eran relevantes las que él llamaba virtudes politikaí, las cuatro virtudes platónicas, que los cristianos en la Edad Media pasaron a llamar cardinales), don Quijote se distingue del místico en que su vida como caballero andante se caracteriza más por el ejercicio de la justicia, y de hecho la mayor parte de sus aventuras tienen que ver con su papel de reparador de injusticias o de entuertos, sin perjuicio de que además pueda practicar la caridad, mientras que para el místico cristiano es más relevante la caridad. Y precisamente porque la propia profesión de caballero andante como tal se justifica sobre la base de la justicia, no de la caridad, es por lo que don Quijote alberga la esperanza de ser recompensado por sus hazañas como reparador de injusticias, agravios y tuertos con la herencia de un reino o imperio que gobernar; en cambio, es incompatible con el principio cristiano de la caridad hacer el bien esperando ser recompensado por ello con bienes mundanos.
En sexto lugar, Federico de Castro nos habla del «amor espiritual, sin mezcla de sensible» como una característica del idealismo místico de don Quijote. Y como muestra de ello nos remite al amor platónico que el caballero siente por Dulcinea y a que el propio don Quijote se autorretrata como un enamorado platónico (I, 22). Dejemos aparte que el amor de don Quijote no es serio, que no es más que un amor paródico de los amores caballerescos. Admitamos que se trata de un amor de verdad. Pues bien aun en tal caso ni es totalmente espiritual ni, en cualquier caso, tiene nada que ver con el amor de los místicos cristianos españoles. Ciertamente, el amor de don Quijote es platónico en cierto tramo de su desarrollo en el sentido de que no hay trato carnal con Dulcinea, pero incluso aun en este tramo de su desarrollo en que no hay contacto carnal, el amor no es totalmente espiritual en tanto el objeto del amor, Dulcinea, es una realidad material; y además, no es espiritual sino carnal en su término final, pues la meta última de don Quijote, conforme al modelo que los héroes caballerescos le ofrecían, es terminar casado con su dama, como recompensa a sus gestas. Y no es de carácter místico, porque el amor de don Quijote es de género mundano entre un varón y una mujer, mientras que el amor místico discurre entre el hombre y Dios.
El séptimo rasgo que hace de don Quijote un idealista místico es que su móvil de actuación es «el desinterés», un rasgo que el autor no justifica a partir de un texto concreto, como en otros casos, sino que parece inferirlo de su particular interpretación del conjunto de la actuación del protagonista de la novela. Pero si entendemos este término en sentido estricto como el desapego o desprendimiento de todo provecho personal, no cabe decir que don Quijote sea desinteresado, pues, lejos de renunciar al provecho personal como sí hacen los místicos, desea recibirlo: a corto plazo, espera alcanzar fama y renombre y, a largo plazo, como ya hemos indicado, casarse con una princesa y heredar un reino o imperio para gobernar. Nada que ver, pues, con el desinterés de los místicos, que, a diferencia de don Quijote, se desasen de todo provecho materializado en bienes mundanos.
El octavo rasgo, «la unión o absorción en Dios», del idealismo místico de don Quijote no requiere más comentarios, pues ya nos hemos referido a él suficientemente al hablar del primero, la identidad espiritual. Pasamos, pues, al noveno y último de la lista, «la creencia en una revelación personal que nos coloca sobre toda ciencia y sobre toda ley», que el intérprete krausista encuentra en un pasaje de la conversación de don Quijote en la casa del Caballero del Verde Gabán en que el primero, hablando de la realidad histórica de los caballeros andantes de los libros de caballerías, afirma, según la exégesis de Federico de Castro, que la creencia en la existencia de la andante caballería tiene algo de milagroso y revelado. Pero esta lectura carece de base textual. Citemos el pasaje en cuestión:
«Muchas veces he dicho lo que vuelvo a decir ahora, respondió don Quijote; que la mayor parte de la gente del mundo está de parecer de que no ha habido en él caballeros andantes; y por parecerme a mí que si el cielo milagrosamente no les da a entender la verdad de que los hubo y de que los hay, cualquier trabajo que se tome ha de ser en vano; no quiero detenerme agora en sacar a vuestra merced del error que con los muchos tiene; lo que pienso hacer es rogar al cielo le saque dél, y le dé a entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran». II, 18
Lo que de aquí se desprende no es que don Quijote considere como un asunto de revelación religiosa la creencia en la realidad histórica de la caballería andante de la literatura caballeresca, sino más bien que, dado que la mayor parte de la gente está firmemente convencida de que no ha habido caballeros andantes, es inútil cualquier esfuerzo por convencerlos, de forma que sólo una milagrosa revelación o intervención divina podría hacerles creer que los hubo. Y, en todo caso, esto no tiene nada que ver con la mística. Ciertamente, la «experiencia mística» va acompañada a veces, según los místicos, de revelaciones, pero estas revelaciones es el místico quien las tiene y él es su referente o destinatario, no terceras personas, lo que no guarda paralelo con el pasaje que comentamos donde sucede al revés, pues aquí no es el análogo del místico, don Quijote, quien tiene revelaciones, que no las necesita en este caso ya que él si cree firmemente en la realidad de la caballería andante, sino que en el pasaje se habla de la necesidad que tienen terceras personas, los incrédulos en materia de la realidad de la caballería andante, de una milagrosa revelación divina que les comunique la verdad sobre esta materia. Además, nada tiene que ver el contenido de esa milagrosa revelación divina sin la cual no hay manera de cambiar la opinión de los que abogan por el carácter ficticio de la caballería andante, totalmente profano, con el contenido de las revelaciones místicas, normalmente religioso o edificante.
Así es como Federico de Castro pretende haber mostrado que don Quijote es la personificación del ideal místico, colocándolo así en compañía de santa Teresa y de san Juan.