Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 139, septiembre 2013
  El Catoblepasnúmero 139 • septiembre 2013 • página 6
Filosofía del Quijote

Campoamor y el Quijote como base fundacional
del idealismo moderno

José Antonio López Calle

La aproximación panegirista, pero no alegórica, a la filosofía del Quijote (II)
Las interpretaciones filosóficas del Quijote (15)

Ramón de Campoamor, La metafísica limpia, fija y da esplendor al lenguajeObras filosóficas de Ramón de Campoamor en dos tomos, Oviedo 2003Ramón de Campoamor (1817-1901)

Apenas un año después de que Patricio de Azcárate diese a conocer sus sugerencias sobre la profunda significación filosófica de la obra de Cervantes, Ramón de Campoamor, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, titulado La metafísica limpia, fija y da esplendor al lenguaje (1862) prosigue la estela abierta por aquél de relacionar a Cervantes con Descartes y no duda en declararlo, junto con Gómez Pereira, como el verdadero fundador del «psicologismo moderno», que es la manera de Campoamor de designar al idealismo moderno, al haber formulado antes que el filósofo francés el que habría de ser el principio fundamental de la filosofía cartesiana, el Cogito, ergo sum, aunque con otras palabras y dramatizándolo.

En realidad, el primero en formularlo fue, según Campoamor, Gómez Pereira en forma de silogismo: «Lo que conoce es; yo conozco, luego yo soy» y acusa a Descartes de haber plagiado el principio Pienso, luego soy del silogismo de nuestro compatriota Gómez Pereira. La tesis de Campoamor es que Cervantes habría tomado este principio de Gómez Pereira («el psicólogo Cervantes procede de nuestro socrático Gómez Pereira») y su papel habría consistido en dramatizarlo en el pasaje de la segunda parte del Quijote en que don Quijote cuenta lo que vio en la cueva de Montesinos inmediatamente después de despertarse de un sueño profundo y precisamente el creer hallarse sin saber cómo ni cómo no en el centro de un bello y deleitoso prado nada más despertarse, es lo que le induce a realizar un razonamiento verificador de su real estado de despierto y excluir que está soñando lo que ve, y es en este razonamiento de don Quijote donde Campoamor detecta el cartesiano Pienso, luego soy. He aquí el razonamiento de don Quijote:

«Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto. Con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora». II, 23, 723

Y éstas son las conclusiones inmediatas que Campoamor extrae seguidamente:

«Con este razonamiento psicológico, el hidalgo manchego no solamente prueba que existe porque piensa, o como él dice, porque hace discursos concertados, sino que existe con identidad de conciencia, habiendo sido allí entonces el mismo que es aquí ahora». Discurso leído por don Ramón de Campoamor», recogido en Real Academia Española, Discursos de recepción, Tomo 3, 1865.

E inmediatamente después y con independencia de este texto, enuncia una conclusión de tipo general sobre el Quijote según la cual éste es «el desenvolvimiento objetivo del pensamiento metafísico pienso, luego soy», pero no acompaña esta aserción de explicación ni comentario alguno, por lo que se queda en el mero enunciado de un programa de interpretación de la novela, que otros, como no vamos a tardar en ver, se han encargado de poner en ejecución.

Dejemos aparte la tesis, totalmente gratuita, de la influencia de Gómez Pereira en Cervantes, quien habría tomado del primero el principio del Yo conozco, luego yo soy y atengámonos a las conclusiones sacadas del texto citado para examinarlas, empezando por las dos más inmediatas. Pues bien, de las dos sólo la segunda, la de la identidad o continuidad de la conciencia pensante, tiene fundamento textual, como bien se puede ver, pero ésta es una idea muy distinta de la contenida en el Yo conozco, luego yo soy de Gómez Pereira o en el Pienso, luego existo de Descartes, que sí son equivalentes en su significado.

Con buen sentido Campoamor descarta encontrar el precedente del principio cartesiano donde se dice: «Con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos por certificarme si era yo mismo el que estaba allí o alguna fantasma vana o contrahecha», pues aquí se apela meramente a la experiencia sensorial táctil del cuerpo para certificar la continuidad o identidad sucesiva del sujeto, o bien su existencia, si es que entendemos «alguna fantasma vana o contrahecha» como algo falto de realidad o una ficción de la fantasía. Es en la última frase en la que se dice que «el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía me certificaron que yo era allí entonces el que yo soy aquí ahora» donde don Quijote, según Campoamor, prueba que existe porque piensa. Sin embargo, esta lectura tiene varias dificultades.

La primera es que don Quijote no sólo apela al pensamiento como certificación de su existencia, sino también a la experiencia sensorial, como bien se ve en su referencia al tacto, con lo que seguramente apunta, como hemos visto antes, a la experiencia táctil de su propio cuerpo, y al sentimiento, esto es, al hecho de tener sensaciones, pero en el razonamiento cartesiano el establecimiento del Pienso, luego existo, es una operación puramente racional, concretamente es una acto de intuición racional de reflexión sobre sus pensamientos lo que le conduce a captar la conexión necesaria entre el acto de pensar y el hecho de existir, bien es cierto que esa operación racional intuitiva luego se puede reexponer en forma de razonamiento: «Todo lo que piensa existe; yo pienso; luego existo». En suma, don Quijote necesita usar el tacto, esto es, tocar su cuerpo, y no sólo pensar, para saber que existe.

Sin embargo, en Descartes no sólo no se precisa tocar el cuerpo, sino que además es imposible recurrir a este argumento empírico, porque por la duda suscitada por el argumento del sueño, luego reforzada con la del argumento del genio maligno, no sabe que tiene un cuerpo o es un cuerpo en el momento en el que se plantea la duda sobre su propia existencia, ni siquiera lo sabe una vez que establece indubitablemente su propia existencia a partir del hecho de que piensa. El sujeto pensante cartesiano no sabe con certeza que tiene un cuerpo o que es también un ser corpóreo hasta que prueba la existencia del mundo externo; antes está en duda su existencia y, por tanto, no se puede recurrir a la experiencia táctil del cuerpo, como hace don Quijote, para determinar la existencia de la persona pensante.

En segundo lugar, aunque esta dificultad es menor, en el argumento de don Quijote, aun según lo interpreta Campoamor, son los discursos concertados los que testimonian la existencia del sujeto pensante, esto es, el hidalgo manchego sabe que existe porque hace discursos concertados. Ahora bien, dado que los discursos de que habla don Quijote son actos de razonar o razonamientos, lo que con eso se nos está diciendo es que el sujeto, en este caso don Quijote, sabe que existe no meramente por pensar, sino por razonar concertadamente. Ahora bien, en el argumento cartesiano no se requiere razonar concertadamente para existir, sino que basta con pensar simplemente, aunque no se razone y aunque los discursos o razonamientos no sean concertados o no concuerden entre sí o no convengan unos con otros. Basta sólo con pensar para saber que se existe. El énfasis de don Quijote en los discursos concertados y no simplemente en el acto de pensar revela que su problema es muy distinto del de Descartes: don Quijote no se plantea una duda metafísica sobre su propia existencia, sino meramente una duda sobre, supuesto que existe, si está dormido o despierto y de ahí que se fije en los discursos concertados, pues precisamente ésa es una de las diferencias entre el sueño y la vigilia, que mientras en el primero razonamos desconcertadamente, esto es, saltamos inconexamente de unos pensamientos a otros discordantes entre sí, en la segunda no damos estos saltos, sino que hacemos, salvo que el sujeto no esté en sus cabales, discursos concertados. Por supuesto que, tomado como base de un argumento cartesiano, se puede decir que si uno razona o hace discursos concertados sabe que existe, pero el requisito cartesiano es más laxo, pues sólo nos exige pensar para saber que se existe como sujeto pensante.

En tercer lugar, el hecho innegable es que don Quijote, aun dejando aparte su apelación al tacto y a los demás sentidos y el requisito de que el discurso sea concertado, no saca como conclusión que él existe por razonar concertadamente, sino que se limita a constatar la identidad de su persona, esto es, que él es la misma persona ahora, cuando cree hallarse en el centro de un prado bello y ameno en el interior de una cueva después de haberse quedado dormido, que era antes de bajar a la cueva y quedarse dormido. No se puede, pues, afirmar con rigor que en el pasaje de referencia Cervantes ha formulado, a través de don Quijote, el equivalente del Pienso, luego existo cartesiano; lo único que ahí hallamos es la mera constatación de la identidad o continuidad personal del yo de don Quijote, una constatación provocada por la extrañeza que le produce que dentro de una cueva, después de haber estado un rato dormido, parezca estar en medio de un bello y ameno prado.

En cuarto lugar, en este caso el sentido del pasaje se ve afectado por el contexto del que forma parte y del que la lectura de Campoamor lo desconecta. Si Campoamor hubiera tenido en cuento esto, no habría podido hallar en aquél las ideas que hemos examinado, pues sus elucubraciones sobre la supuesta formulación allí del Pienso, luego existo solo podrían tener sentido tomado en sí mismo, aislado del episodio más amplio del que forma parte.

Pues bien, si atendemos al contexto, nos encontramos con que en realidad don Quijote se queda dormido nada más descender a la cueva, en la que, según el narrador, permanece media hora, de suerte que todo lo que cuenta en el pasaje de marras es sólo parte de un sueño, su prólogo. Y siendo esto así, carece de sentido plantearse nada acerca de las supuestas cavilaciones filosóficas de don Quijote, ya que no las hubo. Don Quijote no se tentó el cuerpo, la cabeza y el pecho, para certificarse que era él y no un fantasma; ni tampoco utilizó el tacto o el sentimiento, ni hizo discursos concertados que le certificaran que era allí en la cueva el mismo que salió de ella; sencillamente estaba dormido y tuvo un sueño. Ya hemos visto que, contra Campoamor, el hidalgo no prueba que existe porque piensa en la medida que hace discursos concertados, sino que lo único que prueba es la permanencia inalterada de su identidad.

Pero es que, puesto que está durmiendo, aunque la pretensión de don Quijote, concedámosselo a Campoamor, fuera probar su propia existencia a través del acto de pensar ejercitado en discursos concertados, se vería condenada al fracaso, porque, de acuerdo con Descartes, sólo el pensar consciente, por el que entiende toda operación de nuestra mente de la que somos conscientes, puede ser una prueba irrefutable de la existencia del sujeto pensante. De forma que aunque admitiéramos que don Quijote, estando dormido, sueña que hace discursos concertados, esto es, que razona y por tanto piensa, de ahí no podría inferir que existe, pues se trata de un pensamiento inconsciente. De acuerdo con el Cogito, ergo sum cartesiano tengo certeza de mi propia existencia solamente cuando pienso y mientras pienso, es decir, cuando estoy pensando conscientemente; esto no excluye que pueda existir cuando no pienso conscientemente, pero si existo cuando no pienso es algo que no puedo saber cuando lo único que sé es que si pienso, existo; más adelante, cuando Descartes haya recuperado el mundo externo, sobre el que pesaba la duda, con la introducción de Dios en el sistema de su filosofía, el sujeto pensante cartesiano sabrá también que existe cuando no piensa, que no cesa de existir cuando cesa de pensar, pero esto no lo puede saber con certeza absoluta antes de saber que existe un Dios infinitamente bueno y veraz, y un mundo externo del que forma parte el yo pensante que ahora resulta ser además un ser corpóreo. Por tanto, es absolutamente imposible, puesto que don Quijote, si piensa, sólo lo hace inconscientemente en sueños, que pueda haber probado con certeza absoluta su existencia.

En quinto lugar, hay que resaltar que el objetivo de don Quijote con sus en realidad soñadas reflexiones no es otro que el de comprobar que está despierto. Esto es algo que se desprende también del texto más amplio en el que se inserta el pasaje de referencia y que Campoamor pasa por alto, como si fuese irrelevante, pero no lo es. Inmediatamente antes del comienzo de éste («Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto») don Quijote nos cuenta lo que le sucede nada más bajar a la entrada de la cueva y mientras cavilaba sobre lo que debía hacer para acceder al fondo de ésta sin tener quien lo apoyase:

«Y estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo, y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté de él y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado que puede criar la naturaleza, ni imaginaba la más discreta imaginación humana ». II, 23, 723

Como se puede apreciar, don Quijote no se siente acuciado o acosado por una duda metafísica acerca de su existencia real o imaginaria, lo que le podría haber conducido al género de reflexiones metafísicas que Campoamor le atribuye, sino simplemente por la duda acerca de si está dormido o despierto; lo que está en juego no es, pues su existencia, que no se cuestiona, sino lisamente el estado de su existencia, si de vigilia o de sueño. Una duda razonable, pues sabe que le entró un sueño muy profundo y, sin embargo, luego creyó despertarse y esto es lo dudoso para él, ya que lo primero que vio fue el más bello y ameno prado imaginable en el interior de la cueva.

Y es entonces cuando, para salir de la duda sobre su estado, pone en marcha, según su relato, una serie de comprobaciones para certificar no si existe o no, sino si está despierto o no: de forma escalonada empieza despabilándose los ojos, continúa limpiándoselos, lo que le confirma que está despierto; pero no estando todavía del todo seguro, inicia una segunda tanda de operaciones de comprobaciones basadas en el sentido del tacto; y finalmente, además del tacto y el sentimiento, con lo que don Quijote parece referirse a otras experiencias sensoriales, entran en juego los discursos concertados, todo lo cual le certifica experimentalmente que está despierto y que lo que primeramente se le ofrece a la vista, convencido ya de estar despierto, un suntuoso palacio como transparente y de cristal, del que luego contará otras maravillas, es asimismo algo «real».

Pero todas las operaciones de comprobación de don Quijote son un fracaso; en verdad, él, lejos de despertarse, está dormido, las ha soñado y no ha visto nada. Por cierto, una interesante moraleja de todo esto en relación con la cuestión tratada en la entrega del mes pasado del papel de la experiencia como fuente y criterio de verdad, es que don Quijote, aun en sueños, se agarra a ella como criterio de certificación de la verdad, aunque se trate aquí de un recurso imaginario.

Pasemos ahora a la tesis general que Campoamor formula no ya sobre el pasaje en cuestión, sino sobre el Quijote como un todo, según la cual éste consiste en el desenvolvimiento del pensamiento metafísico Pienso, luego existo. Ya hemos dicho que es una mera declaración que podría ser el enunciado de un programa hermenéutico, pero que en las manos de Campoamor se queda en una tesis gratuita, puesto que no la avala con análisis ni comentario alguno.

Pero ahora deseamos plantear un tipo distinto de observación. Repárese en el salto evidente que se produce entre el análisis del pasaje sobre el que Campoamor ha llamado la atención y esta declaración global sobre el sentido general de carácter filosófico de la novela. Se trata de un salto de lo literal a lo alegórico, ya que mientras las dos conclusiones particulares inferidas por el autor se basan en un examen literal del texto, la idea general que propone sobre lo que realmente es la novela como un todo evidentemente sólo se puede defender en un plano de interpretación simbólica de la obra, que el escritor asturiano declina realizar. Y naturalmente, lo dicho en el pasaje citado no es extrapolable al libro en su conjunto.

De todos modos, aunque en el texto sobre el que Campoamor llamó la atención se encontrase la cabal expresión del cartesiano Pienso, luego existo, ello sería irrelevante para la interpretación del Quijote. Sería un pensamiento más, si bien interesante y curioso, en medio de tantos otros de que está sembrada la obra, pero en nada ayudaría a la comprensión global del sentido de la novela ni de cada uno de sus episodios; sólo serviría para iluminar el pasaje que lo contiene. Lo mismo cabe decir de la sugerencia de Azcárate sobre la presencia en ésta de la regla de la evidencia como criterio de verdad. La única idea que podría ser útil, al menos de entrada, para una comprensión más profunda de libro sería la propuesta de Campoamor sobre éste como desenvolvimiento del Pienso, luego existo, pero este programa tendrá que esperar la llegada de otros exegetas decididos a tomársela en serio y deshilvanarla.

 

El Catoblepas
© 2013 nodulo.org