Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
Si existe un hombre que al mismo tiempo haya podido ser periodista, narrador, recitador excelente, alguna vez, y, por afición, actor teatral: este es el catalán Eduardo Marquina, nacido en la ciudad Condal el 21 de enero de 1879. Triunfó, sin duda, más como dramaturgo, pero era un gran poeta, aunque para las generaciones jóvenes, hoy es casi un desconocido. El despacho donde él siempre escribió «imitaba a una celda conventual.»{1}
Su padre, Luis Marquina y Dutú, era un aragonés de pro que se ve un día obligado a emigrar a Barcelona con su hermano Pedro que tenía vocación literaria, y su hermana Mariquita, porque al quedar huérfanos las necesidades económicas les obligó a ello. Luis encuentra trabajo y al mismo tiempo encuentra también el amor. Ella era Eduarda Angulo nacida en Barcelona, pero con raíces leonesas. Entre tanto su hermano Pedro terminaría marchando a Madrid donde sueña con la gloria literaria mientras su hermana Mariquita prefiere asentarse definitivamente en la ciudad Condal junto con su hermano Luis.
Cuando nace Eduardo haría el número dos de los hijos del matrimonio. La primera era María Luisa, una preciosa niña que había quedado encantada con la venida al mundo de su hermanito que fue bautizado el 26 de octubre en la catedral de Barcelona. Tras de Eduardo nacerían Emilio, Juan, Pilar... Y todas las noches, en un pequeño oratorio que el matrimonio tenía en su casa, se reúnen y se arrodillan a los pies de la Virgen y el padre dirige los rezos «cuando ya se ha extinguido el trajín del día y la casona está envuelta en silencio.»{2}
El niño Eduardo ingresa muy joven en las Escuelas Cristianas. Ya entonces casi sabe leer, su madre le ha ido enseñando las primeras letras. Pronto, muy pronto, su interés por el estudio hace que destaque entre todos sus compañeros. En menos de un mes le pasan a una clase superior. Nada le cansa en un primer contacto con los libros. «Entendía a los maestros –dice– con instantánea comprensión; y fui alguna vez más allá que otros alumnos en las respuestas y explicaciones. Como eso parecía incomodar a los primeros de clase, poco a poco dejé de excederme. Así adquirí el hábito de almacenar lo que supiera, repasándolo y removiéndolo de vez en cuando, a mis solas, para que no se me muriese dentro. Me acostumbré a pensar. Me encantaba ese íntimo deporte. Era tomar posesión de un mundo interior donde me desquitaba del aislamiento externo.»{3}
Un buen día, la idea patria se le enciende de repente cuando el hermano Isidoro habla a sus alumnos de Patria y de España. Era francés este fraile, pero amante de la tierra en la que ahora vivía, España. Les explica el pleito con Alemania en torno a las islas Carolinas descubiertas en 1526 por el español Alonso de Salazar. En 1885 los alemanes enviaron a una de las islas, concretamente a la isla de Yap, un cañonero izando su pabellón. Esto produjo un conflicto que dio lugar a la intervención del papa León XIII que resolvió mediante arbitraje a favor de España. «Cualquiera de nosotros –contaría después Marquina– se habría dejado despedazar por las Carolinas. Yo las estuve viendo noches y noches, graciosas, esbeltas, con sus largos vestidos acuáticos de color azul. Las tres infelices hermanas –para mí eran tres, como las princesas de los cuentos– huían despavoridas de una Alemania gorgorina, desgreñada, que tendía hacia ellas una mano descomunal de bruja de las siete varas de uñas…»{4}
Eduardo Marquina sigue con sus estudios ingresando en el colegio de los Padres Jesuitas. Una tarde escucha por primera vez hablar de la rima asonante, incluso el profesor pide a sus alumnos que dediquen a la Virgen María un romance. Al regresar a casa, Eduardo intenta escribir teniendo muy presente lo que el profesor les ha dicho sobre la rima, el romance, el número de sílabas… Después de pensar sin gran dificultad y de atenerse a las reglas le salen los primeros versos: Todos los seres del mundo / por Reina a Ti te proclaman...
Poco a poco su afición a las letras va creciendo. Cuando termina sus estudios en los jesuitas inicia la carrera de Filosofía y Letras, pero no pasa del primer curso. En la asignatura de Literatura general y española es suspendido. Le han preguntado en el examen por los poetas menores del siglo XIII y sin vacilar contesta: «Los poetas mayores eran muy malos, y los menores no vale la pena de estudiarlos.»{5} Le gustaba la carrera, pero así y todo decide abandonarla y ponerse a trabajar. Lo hace en unas oficinas que tenía el hijo de quien había dado empleo a su padre unos años antes. Trabaja de oficinista llevando la correspondencia comercial. Un día llega a la oficina un músico llamado Juan Gay casado con la hija de unos vecinos del poeta llamada María Pichot. El músico que solamente venía a hablar con Marquina le dice que quiere que colabore en una revista literaria que van a hacer unos amigos suyos. Ante el inesperado ofrecimiento y lleno de emoción acepta Marquina colaborar en la revista que se llamaría Luz, revista modernista,y que aparece el 15 de diciembre de 1897 reproduciendo un cuadro del Greco y bajo él esta frase: «Fue el precursor del modernismo». Pero la aventura de esta nueva revista dura muy poco y pasa a colaborar entonces en otra de carácter muy distinto, Barcelona Cómica. El salto es arriesgado porque entre ambas publicaciones hay diferencias: Luz es la vanguardia y Barcelona Cómica es la burla de las nuevas tendencias. Los lectores de esta revista no admiten al nuevo intruso y amenazan con darse de baja como suscriptores, y entonces Marquina ha de abandonar su nueva aventura literaria.
Pero el paro le dura muy poco tiempo a Marquina porque comienza a colaborar en uno de los grandes periódicos de Barcelona, La Publicidad. Todos los domingos se publican sus Odas que alcanzan un gran éxito entre los lectores; con el tiempo llegaría a editarse una selección de las mismas en un volumen. Sería su primer libro.
En 1902, el mismo año en que Valle-Inclán publica Sonata de otoño; Manuel Machado, Alma; Juan Ramón Jiménez, Rimas; Miguel de Unamuno, Amor y pedagogía, y Azorín, La voluntad. Eduardo Marquina estrenaba en Madrid su primera obra de teatro titulada El pastor, cuando el autor contaba solamente veintitrés años de edad. Pero la obra no tuvo el éxito que esperaba y solamente dura cuatro tardes su representación en el teatro Español. Sin embargo, Marquina no cae en el desánimo y sigue trabajando, aunque no volvería a estrenar hasta tres años más tarde. Mientras tanto se había casado el 18 de junio de 1903 con Mercedes Pichot en la iglesia de Santa María del mar de Barcelona. ¡Oh, querida mujer!… / Hoy, que me adoras, / todo de bendiciones es el día. / Yo te bendigo y quiero que conmigo, / Dios, y el cielo, y la tierra te bendigan…
El matrimonio se instala en Madrid colaborando Marquina en el Heraldo donde publica comentarios líricos «con el título común de Canciones del momento.»{6} Son días duros, pero poco a poco se va abriendo camino en un mundo tan difícil como es el de las letras. Frecuenta una tertulia situada en un café de la Puerta del Sol donde conoce a Miguel de Unamuno quince años mayor que él. Marquina le habla de que está preparando un nuevo libro de versos, Elegías, que llega a publicar en Madrid y en donde ve la luz el poema Fin y oración que mucho conmueve a Unamuno: Señor, Señor de buenos y malos: / con las manos unidas te rogamos. Mira Señor, que tú lo has decidido; mira, Señor, que tú nos has unido… Este poema le coge a Miguel de Unamuno cuando éste empieza a enfrascarse en el Tratado del amor de Dios, y por eso escribe: «Del dolor brota el amor; amarse es compadecerse. Solemos llamar amor al enamoramiento, a ese egoísmo mutuo que hace que se busquen los amantes para poseerse, no para fundirse, tomándose uno a otro como instrumento de deleite. Lo que une los cuerpos separa las almas…»{7}
Marquina sigue trabajando. Ha empezado algunas piezas teatrales como Las hijas del Cid, premio Piquer, de la Real Academia Española, que se estrenaría en el teatro Español, y que lleva la siguiente dedicatoria: «A la nueva vida de los héroes muertos con amor y dolor para conmoción y salud de la Vieja Castilla y a la intención de la patria futura dedico este canto.»{8} Estrena en el teatro Princesa Doña María la Brava. Ha publicado también Las vendimias, primer poema geórgico, según opinión del mismo poeta, y Églogas editado por Rodríguez Serra, su excelente amigo, que le rogó escogiera alguna de sus composiciones poéticas para publicarlas en este tomo. «He procurado, además, –dice Marquina– que todas ellas revelaran un pensamiento escogido, es decir, lo más personal posible de las cosas. Y he procurado igualmente no salirme de lo natural y humano para hacer mi libro. He visitado todos los jardines que sencillamente me rodeaban y he escogido en ellos las flores de mis versos. Creo que nuestro siglo y nuestras cosas pueden ser poéticos, con poco que nos detengamos, de buena fe, en escoger los elementos de poesía que encierran.»{9}
Con éxito extraordinario se estrena en Montevideo su drama en verso En Flandes se ha puesto el sol que representan los actores María Guerrero, que hace el papel de Magdalena Godart, y Fernando Díaz de Mendoza que encarna a Don Diego Acuña de Carvajal. También esta obra lleva una dedicatoria: «A la memoria de todos los muertos generosos que lejos de la patria España tienen sepulcros de frío y de olvido para renovar en ellos un tributo consciente de honor y piedad escribo este canto.»{10} Entre Montevideo y después Buenos Aires la obra alcanza más de cuarenta representaciones. Para el estreno en Madrid, meses después, Marquina añada algunos versos más y la obra se estrena en el teatro Princesa el 18 de diciembre de 1910. Entre los intérpretes de esa noche está la joven actriz Josefina Blanco, esposa de Valle Inclán, que interpreta a Albertino. El éxito es rotundo. Es la primera obra de Marquina que otras compañías representan y que queda en el repertorio de los grandes actores. Vivirá mucho tiempo en los escenarios españoles. «En cambio el rostro del ideal, la obra con que el poeta quería sustituir En Flandes se ha puesto el sol, no llegará a ser representada nunca.»{11}
A partir de este momento todo es más fácil para el escritor. Estrenará todos los años y se enamora de temas y figuras que son tratados por él en versiones distintas. El tema de la Santa de Ávila, por ejemplo, aparecerá más de una vez en su labor teatral, Pasos y trabajos de Santa Teresa de Jesús, estarán recogidas en tres piezas dramáticas tituladas: La alcaldesa de Pastrana, Las Cartas de la Monja y La muerte en Alba. Está también El último día que se estrena en el teatro Español y El rey trovador que pertenece a «el mundo trovadoresco que ya por entonces –dice Marquina– había tenido tiempo de cuajar en mi alma, logra pasar naturalmente a la pluma y alcanza el punto de expresiva sazón que postulaba.»{12} A estos estrenos les seguirían Por los pecados del rey, Cuento de una boda, El retablo de Agrellano, etc. Con todo este bagaje de obras, un buen día Eduardo Marquina se embarca rumbo a América en compañía de su esposa e hijo y de los actores María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza. Once meses dura su periplo por aquellas tierras en donde escribe alguna poesía.El caballo, animal tan típico de los gauchos argentinos, está en la mente del poeta cuando escribe: Caballo de aire, pampero, / galopante y volador, / pampero, mi pajarero, / cuando adolezco de amor…
A su regreso a España escribe: Alondra, Don Diego de noche, Alimaña, La princesa juega etc. Pero lo que más la atrae es el proyecto que le habían comentado los actores María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, nada menos que la construcción en Buenos Aires de un teatro destinado a la escena española. Saben todos que van a necesitar mucho dinero, pero esto no es obstáculo para seguir adelante con su empeño. Gente adinerada de Argentina, entre los que se encontraban muchos españoles residentes en aquel país, contribuyen con aportaciones importantes de dinero hasta tal punto que algunos entregan cantidades superiores a las pedidas. Por fin el sueño se hace realidad y un día se inaugura el Teatro de España en la Argentina con la obra de Lope de Vega La dama boba. Fernando Díaz de Mendoza lee los versos que ha escrito para esa inauguración Eduardo Marquina: Tanto ruido como, al dar / en hierro, piedra y ladrillo, / levantaron sin parar / pico y martillo… A este estreno seguiría La niña de Gómez Arias de Calderón de la Barca, etc.
Pasa pues, Eduardo Marquina, por sus mejores momentos como escritor y como padre porque su hijo que ya es un hombre hecho y derecho se casa con la hija de un conocido médico. Al año siguiente ya es abuelo, algo que le llena de una inmensa alegría: Pedacito de mi propia piel, / añadido de mi corazón… Tiene dentro del teatro un gran prestigio. Algunos autores jóvenes acuden a él, entre ellos Federico García Lorca. Este quiere estrenar Mariana Pineda que él ha entregado a la actriz Margarita Xirgu, pero solamente recibe la callada por respuesta. Es entonces cuando acude a Eduardo Marquina a quien, entre otras cosas, le dice: «Querido Marquina: Margarita Xirgu quedó en contestarme su impresión de la lectura de la latosísima Mariana Pineda. No lo ha hecho…»{13} Al final la obra recorrería varios teatros en medio de los más calurosos elogios y Margarita Xirgu cumpliría con su deber de actriz.
Pero a la vez que va tomando nombre una nueva diva de la escena española; otra se apagaría para siempre. María Guerrero ha muerto y Eduardo Marquina no quiere disimular su dolor. Fueron muchos años juntos y no puede olvidar aquellos momentos inseguros que pasaron juntos antes de que se estrenasen obras como, En Flandes se ha puesto el sol, El pobrecito carpintero, Las hijas del Cid, Doña María la Brava, etc. El poeta transforma su pena en versos: Dormía. Y revelaba / una íntima sonrisa, aquel sueño profundo; / venturosa, quizás, al ver que descansaba / por la primera vez que vino al mundo.
Sin embargo, Marquina ha de seguir trabajando. Entre 1928 y 1935 estrena El monje blanco (premio Cortina de la Real Academia Española), Los Julianes (tres actos en verso), La vida es más (comedia en verso), Sin horca ni cuchillo (comedia en verso), La Dorotea (en verso, según la famosa acción de Lope de Vega), En el nombre del Padre (verso), Fuente escondida (verso), Era una vez en Bagdad (drama en verso)y Teresa de Jesús (estampas carmelitas, en verso), que fue, muy posiblemente, la obra que más profunda huella dejó en él y que se estrenó a los pocos días de que Manuel Azaña pronunciara aquella desafortunada frase que decía: «España ha dejado de ser católica». La actriz Lola Membrives, gran apasionada de la Santa de Ávila, la representó.
Alabado sea Dios
ya va acabando el camino,
ya no sirvo para nada,
ya apenas si se oye el ruido
que hizo en el mundo Teresa
de Jesús…– Gracias, Dios mío.{14}
En España se comienza a vivir horas dramáticas y el panorama a corto plazo se presenta muy sombrío. Desde el triunfo del Frente Popular se vivía una intensa y gran agitación social. En una carta que Manuel Azaña escribe a su cuñado Cipriano de Rivas Cherif, fechada el 17 de marzo, le dice entre otras cosas: «Hoy nos han quemado Yecla: 7 iglesias, 6 casas, todos los centros políticos de derecha, y el Registro de la Propiedad. A media tarde incendios en Albacete, en Almansa. Ayer, motín y asesinatos en Jumilla. El sábado, Logroño, el viernes Madrid: tres iglesias. El jueves y el miércoles, Vallecas... Han apaleado, en la calle del Caballero de Gracia, a un comandante vestido de uniforme, que no hacía nada, En Ferrol a dos oficiales de artillería; en Logroño a un general y cuatro oficiales… Lo más oportuno. Creo que van más de doscientos muertos y heridos desde que se formó Gobierno…»{15}
Por todo esto, el poeta dice que los ideales por los que luchó toda su vida se ven acosados por una fuerza difícil de contener. Con pena contempla el panorama que planeaba sobre España y escribe:
Pueblo, pueblo, pueblo, pueblo,
ya para siempre estoy solo;
voy, sin ir, donde llegando,
maldeciré del reposo;
no sé de donde venía,
se me disipa el contorno:
la muerte es menos morir
que este desangrarme en todo.
Perdí a España. ¡Me amputaron,
en la masa, de mis prójimos!{16}
En esta época de malos augurios, Eduardo Marquina recibe una oferta de Lola Membrives para trasladarse a Buenos Aires con el objeto de estar presente en las obras del poeta que la actriz tiene pensado estrenar. Este acepta la oferta y se marcha en compañía de su esposa. Hacía unos veinte años que había estado en aquella ciudad y le hacía mucha ilusión volver. Mientras tanto en España estalla la Guerra Civil. En Madrid ha quedado su hijo Luis con su esposa e hijos; pero todos consiguen salir de la capital de España. Entretanto, el poeta parte de Buenos Aires rumbo a Francia donde piensa reunirse con su familia cosa que hace el 26 de septiembre en Perpignan. Una vez reunida toda la familia viajan todos ellos a Argentina donde el poeta trabaja como si empezara de nuevo. Pronto comienza a hacer propaganda a favor de los nacionales y al poco tiempo estrena La bandera de San Martín, como homenaje de un español a la nación argentina. Publica libros como Mi huerto en la ladera, Los pueblos y su alma, Por el amor de España, Mujeres, etc. También en este tiempo Maruchi Fresno, de la compañía de Lola Membrives, recitó por Radio Excelsior de Buenos Aires el petitorio en seis romances, con epílogo en prosa, Por el amor de España, de Eduardo Marquina, que dedica a la obra de los Los legionarios Civiles de Franco, en beneficio de los huérfanos de la guerra española.
Un día decide regresar a España. Su hijo Luis le precede en la marcha hacia la madre Patria. Al poco tiempo, el poeta recibe carta de Eugenio Montes. Estaba fechada el 30 de julio de 1938 en Santiago de Chile, donde se encontraba en misión de propaganda: «Mi admirado poeta y querido camarada: cómo estaré, Eduardo, asaeteado de urgencias que, por primera vez en mi vida acabo de firmar un pacto con la máquina, versión moderna del demonio, y hasta casi la estreno contigo, con un poeta, a quien sólo es digno de escribir con sangre o pluma angélica. Ya lo sé: te vas por el Atlántico en el Oceanía. Ya lo sabes: me voy por el Pacífico con Samuel Ros al lado. El destino no quiso que coincidiésemos en los caminos del mar, como quiso, en cambio, que coincidiésemos, y colaborásemos –porque para nosotros el camino es jornada–, en los caminos de la tierra en América, y en las encrucijadas de Buenos Aires. Amor fati, decían los antiguos, aquellos romanos que tú y yo queremos. Tengo que aceptar, con amor, el destino que me hace regresar a España por el mar del Sur y el Caribe. Daré unas conferencias en Panamá, en cuyas viejas torres, que hoy el yanqui profana, ennoblecen la piedra yugos y flechas de Isabel y Fernando […]. Soy testigo de tu gran labor en la Argentina y en Chile y el testigo leal debe ser pregonero. Una de las más bellas emociones que retengo de este año en América es la de aquella tarde en que, con camisa azul, leíste el juramento de la Falange y yo glosé y canté públicamente el acontecimiento. Para perpetuarlo en imagen hizo tu hijo Luis una pequeña película […]. Hasta allá, Eduardo. Feliz viaje y Arriba España. Tu amigo, compañero y camarada.»{17}
Cuando llega a España lo primero que hace es trasladarse a Burgos. Después se instala en Sevilla mientras su hijo visita los frentes de guerra donde realiza documentales para el cine. El poeta se ocupa de la Sociedad de Autores y comienza a preparar su discurso de ingreso en la Real Academia Española para la cual había sido elegido en 1931 sin que llegara a tomar posesión antes. El tres de agosto de 1939, bajo la presidencia de José María Pemán, lee su discurso que versaría sobre Lope de Vega. De nuevo vuelve a Madrid donde continúa su actividad literaria. Le piden un soneto dedicado a José Antonio que había de publicarse en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera. Es el primero de un tríptico y el más conocido En aquel tiempo en que la hispana cría… Los otros dos podemos aventurar que son poco conocidos. Tituló el primero: Caído por España:
Dijiste bien, que para el mozo es duro
perder la vida en flor, pero aquel día
servicio de morir se te pedía
y, por España, te pegaste al muro.
Tu frente noble en el presidio oscuro,
blanca de astrales besos relucía;
zarco albacea, el mar recogería
tu imperial vaticinio de futuro.
Bocas de acero, rompen a balazos
el aire; tu evangelio hecho pedazos
quiere aventar la Bestia en tus cenizas,
pero no ve, cuando feroz te agravia,
¡que tú, esculpido de la muerte sabia
en mármol juvenil, te inmortalizas!{18}
Y el segundo: En su sacra del Escorial:
Al corazón del templo filipino
crisol de huesos y urna de futuro,
donde se cuadra el inmortal seguro,
asciende en hombros desde el mar latino.
Navega aire español sobre el camino
que ayer pisaste, prisionero oscuro,
y entrar en Castilla a ser, trigo maduro,
perenne siembra de imperial destino.
Recojan tu lección las juventudes,
contágiese de ti las multitudes,
te dé el Caudillo paz bajo su espada,
y aprenda España, de tu sangre ungida,
cómo asume la Patria a quien, en vida,
¡fue de ella entero, sin pedirle nada!{19}
En Madrid estrena La Santa Hermandad y El estudiante endiablado. Su otra obra María la viuda fue escribiéndola poco a poco y se encuentra dentro de lo que pudiéramos llamar teatro religioso. Se estrena esta obra con enorme éxito en el teatro Lara y consigue, además de aplausos, la Cruz de Alfonso X el Sabio. En Barcelona el Ayuntamiento le concedería la Medalla de Oro de la ciudad. Y así, entre éxito y éxito, un buen día el ministro de Asuntos Exteriores le encomienda que en nombre de España presida la misión que se trasladará a Colombia a la toma de posesión del nuevo presidente de este país. En este viaje la acompañaría también su hijo Luis. Su estancia en Colombia es un éxito. Recita versos de amor, de España y América. Un día llega a decir que «en sólo un mes he recitado aquí más que en toda mi vida». Una noche se siente mal, su hijo está a su lado. Mejora al día siguiente y comienza a pensar en el regreso a España. Pero antes ha de cumplir otros compromisos. Va a Cartagena de Indias y a Medellín. En estas dos ciudades habla y ofrece recitales. Se traslada después a Costa Rica y Puerto Rico. Su misión como representante oficial del Estado español ha terminado; pero está próximo a celebrarse un Congreso Internacional de Autores y Compositores en Washington y Marquina ha de ir representado al Teatro español.
Siempre acompañado de su hijo, se traslada a Estados Unidos. Se dirige a Washington y su hijo, como hombre de cine, a Hollywood. Quedaron en verse en Nueva York para embarcar en el Marqués de Comillasrumbo a España. El encuentro de padre e hijo se produce, tal y como habían planeado, en la ciudad de los rascacielos y aquí el poeta sufre un ataque al corazón que llega a superar después de recibir los primeros auxilios. Todavía pasan unos días en aquella ciudad esperando la llegada del trasatlántico que se ha retrasado en La Habana. Cuando ya lo tenían todo listo, pues el día para embarcar ya estaba cerca, vuelve a sufrir otro ataque al corazón, y que esta vez no consigue superar. Era el día 21 de noviembre de 1946 cuando le sorprendía la muerte. El poeta había hablado aquel día con el periodista Francisco Lucientes. Le contó cosas de su familia, de sus obras, de sus proyectos literarios: «Ya sabe usted que, aunque tengo sesenta y pico de años –del pico no hablemos–, he de trabajar todos los días, porque vivo casi al día»{20}. Entretanto, el Marqués de Comillas atracaba en el puerto de Nueva York. Inútil llegada porque al poeta le habían faltado días. Sin embargo, sus restos regresarían en el mismo barco que él había esperado con impaciencia. El cadáver sería amortajado con un hábito de franciscano y envuelto en la bandera española como hacía tiempo había pedido a su hijo.
El 4 de diciembre el Marqués de Comillas toca puerto. Era el de La Coruña y las sirenas del barco anuncian su llegada. El cadáver es trasladado al Ayuntamiento donde queda instalada la capilla ardiente. Se celebra una misa corpore insepulto y una vez finalizada se procede el traslado los restos hasta el furgón del tren expreso de Madrid.Ante un gran silencio llega el féretro a la capital de España y es recibido por autoridades y amigos. Después, por la ronda de Segovia marchó la comitiva hasta la estación de Mediodía donde quedó instalada la capilla ardiente.
Actores y autores, representantes de las entidades culturales y artísticas, velaron el cuerpo del poeta. Se celebraron misas por su alma asistiendo a una de ella el Jefe del Estado que quiso testimoniar su profundo pesar por el fallecimiento del ilustre poeta y dar personalmente el pésame a sus familiares. Los funerales tuvieron lugar en el templo de San Francisco el Grande y sus restos descansan en el Panteón de hombres ilustres que posee en el cementerio San Justo la Sociedad de Escritores y Artistas.
Con la muertede Eduardo Marquina, desaparecía el poeta que a lo largo de su vida, y con enorme entusiasmo, cantó la gloria de España en toda su obra literaria.
José María García de Tuñón Aza
Notas
{1} González-Ruano, César, Memorias. Mi medios siglo se confiesa a medias. Tebas. Madrid, 1979, pág. 215.
{2} Montero Alonso, José, Vida de Eduardo Marquina. Editora Nacional. Madrid, 1965, pág. 12.
{3} Marquina, Eduardo, Yo y los días, en Caras y Caretas nº 2063. Buenos Aires, 16 de abril de 1939, pág. 26.
{4} Ibíd., pág. 27.
{5} Montero Alonso, José op. cit., pág. 47.
{6} Martínez Cachero, José Mª, En la muerte de don Eduardo Marquina. Cuadernos de Literatura. T.I. Nº 1. Madrid, Enero-Febrero 1947, pág.93.
{7} Montero Alonso, José op. cit., pág. 113.
{8} Marquina, Eduardo, Las hijas del Cid. Renacimiento. Madrid, 1912.
{9} Marquina, Eduardo, Églogas. Imprenta de A. Marzo. Madrid, 1902.
{10} Marquina, Eduardo, En Flandes se ha puesto el sol. Renacimiento. 3ª edición, Madrid, 1912.
{11} Montero Alonso, José en el diario Abc, 10 de septiembre de 1960.
{12} Marquina, Eduardo, Obras completas. Aguilar, Madrid, 1944, tomo I, pág. 1.238.,
{13} Montero Alonso, José op. cit., pág. 205.
{14} Marquina, Eduardo, Avisos y Máximas de Sta. Teresa de Jesús. Editorial E. Subirana. Barcelona, 1942, pág. 121.
{15} De Rivas Cherif, Cipriano: Retrato de un desconocido, vida de Manuel Azaña. Ediciones Grijalbo. Barcelona-Buenos Aires-México, D.F., 1981, 2ª edición, pág. 665-666.
{16} Montero Alonso, José op. cit., págs. 235-236.
{17} Amorós, Andrés Correspondencia a Eduardo Marquina. Editorial Castalia. Madrid, 2004, págs. 430 y 431.
{18} Marquina, Eduardo, Los tres libros de España. Escelicer. Madrid-Buenos Aires, 1941, pág. 146.
{19} Ibíd., págs. 146-147.
{20} Diario La Nueva España, 22 de noviembre de 1946, pág. 3