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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 31
Artículos

Gustavo Bueno, Cervantes y la literatura

Jesús G. Maestro

En memoria de Gustavo Bueno, nuestro maestro, se ofrece una reflexión sobre la importancia y trascendencia de su obra para la interpretación de la literatura y el desarrollo futuro de los estudios literarios.

Gustavo Bueno, Pedro Santana, Jesús G. Maestro, Marcelino Suárez[Gustavo Bueno, en la sesión sobre Materialismo Filosófico y Literatura, celebrada en Oviedo, el 27 de mayo de 2009, con Pedro Santana, Jesús G. Maestro y Marcelino Suárez Ardura.]

El Quijote es una materia que puede y debe sin duda
ser analizada «mediante conceptos»{1}.
Gustavo Bueno

Cuando Gustavo Bueno escribió esta afirmación sobre el Quijote, estaba planteando una cuestión esencial, que afectaba nada menos que al cierre categorial de la Teoría de la Literatura como sistema de conceptos -como saber conceptual o científico- capaz de organizar la construcción, comunicación e interpretación de los materiales literarios. De este modo, Bueno disponía que la Teoría de la Literatura pudiera concebirse como una ciencia de la literatura, a partir de la interpretación de los conceptos objetivados formalmente en los materiales literarios, y, además, que la Crítica de la Literatura pudiera plantearse como una filosofía de la literatura, destinada a la interpretación -naturalmente crítica- de las ideas objetivadas formalmente en los mismos materiales literarios.

El Quijote -escribió Bueno (2005: 2), tomando acertadamente como referencia la obra de Cervantes como prototipo de la literatura- es una materia que puede y debe analizarse mediante conceptos, es decir, categorialmente, científicamente.

Procedía entonces demostrar el estatuto gnoseológico de la Teoría de la Literatura como ciencia categorial, algo que el propio Bueno había previsto y dispuesto con precisión extraordinaria en su obra de 1992, Teoría del Cierre Categorial, no sólo para el estudio de la literatura, sino para el ejercicio de todas las ciencias. A lo largo de los últimos años ha sido posible ir delimitando este estatuto gnoseológico para la Teoría de la Literatura, hasta asignarle un lugar específico como una ciencia -diremos- constructiva o reconstructiva, es decir, en términos de Bueno, una ciencia de regresión media-genérica (Metodologías β-1-I).

Pero el camino que condujo a esta desembocadura llevó su tiempo, requirió la presencia e intervención de Bueno en diferentes momentos y sesiones, y fue posible, sin duda y sin reservas, gracias al conjunto de toda su obra y a la interacción constante con el maestro, el artífice del Materialismo Filosófico. Quede esto muy claro: Bueno me dedicó en los últimos 10 años más tiempo y atención de los que me mostraron otros colegas y profesores de Universidad juntos -presuntos profesionales de la literatura- desde 1985 hasta hoy.

No faltará quien me diga que Gustavo Bueno construyó una Teoría del Estado y una Teoría de la Ciencia, entre otras muchas cosas, pero que, sin embargo, no construyó, al menos de forma manifiesta, una Teoría de la Literatura. Quien eso afirme demostrará no haber leído a Bueno con la debida atención.

En primer lugar, porque la obra de Bueno dispone una Teoría de la Ciencia que permite justificar, implícitamente, y a veces también de forma harto explícita, una Teoría de la Literatura gnoseológicamente muy bien fundamentada. Hasta tal punto que pone en evidencia la falta de fundamento teórico, racional y científico de casi todas las archicacareadas teorías literarias actualmente existentes (o que se hacen pasar por tales) y, en particular, todas las «teorías» de corte y confección posmodernos. Téngase en cuenta que muchas de estas «teorías literarias» lo son de forma espuria o adulterada, porque ni se justifican a sí mismas como tales teorías ni se refieren a la literatura salvo de forma tangencial o patológica.

En segundo lugar, porque la obra de Bueno está llena de referencias a la literatura, desde sus comienzos hasta su final, esto es, desde uno de sus primeros trabajos sobre la esencia del teatro (Bueno, 1954) hasta sus estudios sobre la poesía de Lope de Vega (Bueno, 2009, 2009a) y de Gutierre de Cetina (Bueno, 2013), de sus referencias al teatro clásico español, la narrativa de Camilo José Cela (Bueno, 1952, 1990) y, de forma muy específica, sus interpretaciones sobre el Quijote de Cervantes (Bueno, 2005). Asimismo, son fundamentales en este punto las intervenciones orales de Gustavo Bueno durante las tres sesiones dedicadas al Materialismo Filosófico en su relación con la Literatura, disponibles en vídeo bajo el título de Materialismo Filosófico y Literatura, de más de seis horas de duración, que tuvieron lugar en Oviedo, en la Fundación Gustavo Bueno, el 27 de mayo de 2009, con la intervención del propio Bueno, Pedro Santana, quien suscribe, y Marcelino Suárez Ardura como moderador.

Y porque, en tercer lugar, la obra de Bueno está repleta de referencias y nociones que resultan decisivas en el desarrollo de cualquier teoría literaria, al desplegar una ontología y una gnoseología materialistas en las que queda justificada la interpretación de la literatura como Idea, es decir, desde la Filosofía, y como Concepto, esto es, desde la Ciencia.

Voy a exponer aquí, muy sintéticamente, en recuerdo de nuestro maestro, y a fin de mantener abierto y en desarrollo este camino por él postulado, los pasos y capítulos nucleares que hicieron posible construir, a partir de la obra de Gustavo Bueno, y de su concepción de lo que la literatura es, una nueva Teoría de la Literatura, fundamentada en el Materialismo Filosófico, y sobre la base, absolutamente esencial, del Hispanismo y de la lengua española, dado el enfrentamiento dialéctico explícito e indisimulado de esta teoría literaria con otras corrientes de interpretación de la literatura de base anglosajona, posmoderna e incluso pseudoteórica, a las que hemos impugnado de forma constante, por irracionales, sofistas o simplemente absurdas.

Y una cuestión más, muy importante: no deja de ser singularmente revelador que, tras años de estudio y de búsqueda, en España y fuera de España, por universidades europeas y norteamericanas, recorriendo y examinando la obra de tantos presuntos y autodeclarados teóricos de la literatura, críticos literarios, profesores, filósofos, hermeneutas, filólogos y especialistas en estas y otras materias, sólo haya sido posible encontrar en el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno -en España, y en español- las razones, los medios, los recursos, las ideas, los conceptos, la tecnología, que hacen posible una nueva Teoría de la Literatura capaz de reinterpretar a todas las demás, y con potencia metódica para triturar a las más de ellas, a fin de ofrecer de los materiales literarios una codificación nunca antes alcanzada ni planteada.

Todo homenaje a nuestro maestro Gustavo Bueno pasa por reconocer inteligentemente la grandeza de su obra, promoviendo su difusión y comprensión, y su aplicación racional, crítica y dialéctica a la realidad en que vivimos. En este sentido, vamos a comentar y a justificar, muy sucintamente, la importancia y utilidad que la obra de Gustavo Bueno tiene para la literatura.

1
Postulados fundamentales de la obra de Gustavo Bueno
para una Teoría de la Literatura

De la obra de Bueno se desprenden cinco postulados fundamentales decisivos para la construcción de una Teoría de la Literatura basada en el Materialismo Filosófico. Estos postulados apelan a las ideas de Razón, Ciencia, Crítica, Dialéctica y Symploké, tal como Gustavo Bueno las ha expuesto en múltiples monografías y artículos de referencia, entre ellos El papel de la filosofía en el conjunto del saber (1970), Ensayos materialistas (1972), La metafísica presocrática (1974), Teoría del Cierre Categorial (1992), ¿Qué es la filosofía? (1995), ¿Qué es la ciencia? (1995a), «Sobre la Idea de Dialéctica y sus figuras» (1995b), El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral (1996), El mito de la cultura. Ensayo de una filosofía materialista de la cultura (1997), «Confrontación de doce tesis características del sistema del Idealismo trascendental con las correspondientes tesis del Materialismo filosófico» (2004), por citar sólo algunos de ellos.

En primer lugar, la literatura es una trampa para el que no sabe razonar. No podemos enfrentarnos a ella sin un criterio claro sobre cómo racionalizar las ideas y conceptos objetivados formalmente en los materiales literarios. El gran problema de la literatura, desde hace décadas, es que no dispone apenas de intérpretes con criterios definidos para ocuparse de ella. Cada cual entiende por literatura lo que le da la gana, es decir, lo que dispone su caletre a partir de su ignorancia, sus emociones, su parecer, su ociosidad o sus intereses inmediatos. Con tal pobreza de recursos filosóficos, científicos o intelectuales, es prácticamente imposible saber a qué nos estamos enfrentando cuando pretendemos interpretar el Quijote, la poesía de Homero, los esperpentos de Valle-Inclán, el antipositivismo de Rainer-Maria Rilke, el dios azul de Juan Ramón Jiménez, el creacionismo de Vicente Huidobro, el ultraísmo de Borges, o las ficciones de Kafka, Dante o Camilo José Cela.

Bueno nos enseñó que en la interpretación de la literatura, como en el análisis de cualquier otra realidad, no se puede aceptar la existencia de ideas que desborden los límites de la razón humana. No se puede admitir la posibilidad de trabajar con ideas irracionales. La literatura no puede ser la trinchera ni el refugio de individuos anómicos. La razón se nos presenta, así pues, como una facultad constituyente de criterios capaces de construir, comunicar e interpretar, una realidad compartida, por supuesto socialmente, y siempre de forma sistemática, causal y lógica. La razón no es un autologismo. La razón es normativa. El egoísmo colectivo que pretende negar —gremial o individualmente, autológica o dialógicamente, con frecuencia contra las normas, como los perversos nacionalismos que quieren destruir la unidad de España— esta realidad compartida, emulsionarla y descoyuntarla, a la que de forma real y efectiva nadie puede sustraerse ni negarse, si no es por la puerta de la locura, el irracionalismo y la utopía, encuentra en la posmodernidad contemporánea una de sus más intensas manifestaciones.

En segundo lugar, la Ciencia. Las Ciencias, en plural. Bueno, como sabemos, ha construido la teoría de la ciencia más potente jamás conocida: la Teoría del Cierre Categorial, en la obra de este título, publicada en 1992, y fraguada durante años. Ciencia e ideología son realidades que con frecuencia mantienen relaciones dialécticas. Las ciencias hacen posible saberes críticos; la ideología, por su parte, suele ser un conjunto de creencias que responde a intereses pragmáticos más inmediatos. La ciencia se configura como una construcción operatoria, racional y categorial, constituyente de una interpretación causal, objetiva y sistemática de la materia. Lo operatorio es previo a lo inteligible. Por su parte, la mitología resultará, esencialmente, una explicación ideal e imaginaria de hechos. Finalmente, la ideología —como se ha apuntado— es un discurso basado en creencias, apariencias o fenomenologías, constitutivo de un mundo social, histórico y político, cuyos contenidos materiales están determinados básicamente por estos tres tipos de intereses prácticos inmediatos, identificables con un gremio o grupo social, enfrentado gregariamente a otros gremios, y cuyas formas objetivas son siempre resultado de una sofística. La interpretación de la literatura está hoy día prostituida por todo tipo de ideologías, renuentes a la menor posibilidad crítica y negadoras de cualquier exigencia científica. Las universidades, lejos de ejercer la crítica y la ciencia, han pactado con lo políticamente correcto, se han entregado a la corrupción del conocimiento en nombre de las más vergonzantes ideologías y han sustituido la ciencia por la nesciencia. Y se han quedado tan contentas. No cabe mayor aberración. La obra de Bueno encaja mal en muchos de estos circuitos universitarios, en explícita decadencia y necrosis. No por casualidad la Universidad de Oviedo expulsó a Gustavo Bueno en las condiciones que todos conocemos. Es uno de los episodios más vergonzosos de su historia como institución académica. Yo no conozco sistema de pensamiento que se haya enfrentado, con mejor vigor y con mayores razones, a todas estas aberraciones relativistas y posmodernas de nuestros días como el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, triturando tanto las pseudociencias como el fundamentalismo científico.

En tercer lugar está la Crítica, consecuencia fundamental del ejercicio de la Teoría de la Literatura, que funciona aquí como un saber conceptual o de primer grado, sobre el cual se ha de desplegar la Crítica de la Literatura, como saber sobre ideas o de segundo grado. Son palabras de Bueno: no se puede ejercer la crítica, esto es, la criba, a partir de un conjunto nulo de premisas. Y sin embargo vivimos hoy día en la superlativa aberración de relativismos y posmodernidades, en el ejercicio de una suerte de crítica literaria basada en un catálogo de ideologías, moralidades gremiales, idealismos, irracionalismos, nesciencias, etc., todas ellas destinadas no a la interpretación de las ideas objetivadas en los materiales literarios, sino a la explotación de prejuicios, dogmatismos y relativismos que encenagan la mente de los intérpretes posmodernos, la mayor parte de ellos -sorprendentemente- profesores universitarios. La posmodernidad prostituye la literatura para justificar sus psicologismos gremiales, culturales, nacionalistas, ideológicos, pero no para ejercer la crítica. Su fundamento no es la ciencia, sino el mito de la cultura, diremos con Bueno (1997). De hecho, las universidades han reemplazado los estudios científicos por los estudios culturales (cultural studies), de hechura y nomenclatura anglosajona. E insipiente. El resultado es un espectáculo vergonzante y cobarde.

En cuarto lugar, Bueno nos enseñó la importancia decisiva de la dialéctica. Lo que no se discute no se sabe. Pensar e interpretar es siempre -bien nos lo demostró nuestro maestro- pensar e interpretar contra alguien. Toda teoría ha de contener la expresión negativa de una teoría anterior, de sus proposiciones preexistentes. La idea de dialéctica en Bueno es mucho más amplia y potente que cualquier otra. Lo integra todo. La dialéctica no es figura retórica ni tropológica, como tantas veces se entiende en filología y en hermenéutica literaria (una suerte de pseudociencia o filosofía degenerada). La dialéctica es aquí una figura gnoseológica de primer orden, y se considerará como un proceso de codeterminación del significado de una Idea (A) en su confrontación con otra Idea antitética (B), pero dado siempre a través de una Idea correlativa (C) a ambas, la cual codetermina, esto es, organiza y permite interpretar, por supuesto en symploké, el significado de tales ideas relacionadas entre sí de forma racional y lógica, y, de hecho, crítica y dialéctica.

En quinto lugar, la noción de symploké, reinterpretada por Bueno a partir del Sofista platónico, se convierte en el Materialismo Filosófico en el concepto clave de su ontología y de su gnoseología, y por supuesto, también para la Teoría de la Literatura, en referencia fundamental: si todo estuviera relacionado con todo (monismo armónico) o nada estuviera relacionado con nada (atomismo megárico), el conocimiento sería imposible (Platón, Sofista, 251e, 255a, 259c-e, 260b). Este concepto, esta combinación ternaria de ideas, en el ejercicio de la Teoría de la Literatura y de la Crítica de la Literatura y, sobre todo, de la Literatura Comparada, es imprescindible para evitar el idealismo, el relativismo, el monismo, el irracionalismo, el megarismo y, en una palabra, la nesciencia. Al margen de la noción de symploké, sobreviene la impotencia intelectual. No es posible pensar racionalmente. Está claro que los obstáculos para desarrollar una Teoría de la Literatura basada en el Materialismo Filosófico de Bueno han sido y siguen siendo muy grandes, porque hemos de enfrentarnos a las memeces institucionalizadas por la posmodernidad. Lo sabemos. Pero no es menos cierto que cada día que pasa también son más los posmodernos que saben que nos enfrentamos a ellos, y que lo hacemos dejando en evidencia su ignorancia y su infantilismo.

2
Idea y Concepto de Literatura
según la obra de Gustavo Bueno

Gustavo Bueno tenía una Idea y un Concepto de Literatura absolutamente claros. La literatura como concepto exige conocimientos científicos, saberes categoriales, saberes de primer grado, diríamos. La literatura como idea supone el desarrollo de una interpretación filosófica a partir de los saberes conceptuales en tanto que saberes de primer grado. Así es como a partir del Materialismo Filosófico de Bueno se puede reconocer y reinterpretar, en su máximo rendimiento metodológico, la Teoría de la Literatura como conocimiento científico, conceptual o categorial de los materiales literarios, y la Crítica de la Literatura como filosofía de las ideas objetivadas formalmente en tales materiales.

No es cierto que Bueno tuviera de la literatura la misma idea que Platón. Y no puede serlo porque Platón solo conoció la obra homérica como prototipo de la esencia de lo literario, muy a diferencia de Bueno, que tiene ante sí toda una Historia de la Literatura de más de dos milenios y medio. Téngase en cuenta, además, que para Platón hay dos tipos de literatura solamente, las que denominamos Literatura Programática o Imperativa (de naturaleza racional y acrítica, destinada a confirmar los programas políticos del Estado y los imperativos de la eutaxia) y Literatura Sofisticada o Reconstructivista, es decir, el resto de construcciones literarias (resultado, según Platón, de la enajenación mental de sus autores, auténticos místicos, locos, figuras irracionales, embusteros y falsificadores de la realidad, imitadores del mundo aparente y de los fenómenos de la caverna). Este dualismo platónico -literatura Programática / Sofisticada- no está en Bueno, cuya concepción de la literatura es tetradimensional, al reconocer, tal como se demostró en su momento, en sucesivas sesiones en la Escuela de Filosofía de Oviedo{2}, cuatro genealogías literarias fundamentales:

1. Literatura Primitiva o Dogmática: idealista y acrítica (Biblia, Poema de Gilgamesh, Corán.)
2. Literatura Crítica o Indicativa: crítica y racionalista (Don Quijote de la Mancha.)
3. Literatura Programática o Imperativa: racionalista y acrítica (el teatro de Bertolt Brecht.)
4. Literatura Sofisticada o Reconstructivista: pseudoirracionalista y crítica (la poesía de Juan Ramón Jiménez.)

Recuérdese, además, que, según el propio Platón, «es necesario que un buen poeta, si va a componer debidamente lo que compone, componga con conocimiento» (República, X, 598e). Bueno y Platón comparten esta exigencia, pero la interpretan de forma diferente porque, no en vano, un intervalo de casi dos mil quinientos años separa a ambos filósofos. No por casualidad Bueno afirma en varios momentos que la lírica es una filosofía sin sistema, cuando el poeta carece de ideas. El propio Bueno (2009, 2009a) dedicó páginas fundamentales a explicar, por ejemplo, el racionalismo de la poesía de Lope de Vega, al compararlo rigurosamente con la lógica de los principios de la geometría euclidiana. No cabe mayor audacia: ningún filólogo se atrevería jamás a construir tan exigente interpretación. Comúnmente un filólogo de hoy no dispone de formación filosófica suficiente para afrontar esta interpretación. Pero allí estuvo Bueno para hacerlo. De su trabajo se desprende y se demuestra que la lírica con Ideas constituía para él, sin duda, una filosofía con sistema. Es la diferencia objetiva entre un buen poeta y un mal poeta. No basta la eufonía, la dicción, la retórica... La literatura no es ni puede ser mera tropología. La literatura, la poesía, la lírica, exigen ideas, ideas organizadas sistemáticamente. El arte no es una forma gratuita o una belleza sin sentido, como promulgaba el idealismo acrítico kantiano, paradójicamente en su Crítica del juicio estético (1790), sino un desafío a la inteligencia. De hecho, lo bello, para serlo, tiene que tener sentido. El arte no puede serlo, si carece de ideas. La lírica sin ideas es una tontería eufónica puesta en verso.

Otra de las cuestiones capitales en la concepción de la literatura que se desprende de la obra de Bueno es la que constituyen los célebres cuatro espacios del Materialismo Filosófico, cuyo interés es muy creciente entre los filólogos y estudiosos de la literatura que se han aproximado a ellos: 1) espacio antropológico, 2) espacio ontológico, 3) espacio gnoseológico y 4) espacio estético. Los tres primeros están plenamente delimitados en la obra de Bueno: el espacio antropológico en el célebre artículo de 1978, así como en el libro de cabecera titulado El sentido de la vida (1996); el espacio ontológico está perfectamente diseñado en los Ensayos materialistas (1972); y el espacio gnoseológico, en la Teoría del Cierre Categorial (1992). Del espacio estético no se ocupó en términos monográficos, por así decirlo, ni llegó a formularlo explícitamente, pero de forma implícita está presente en muchos de sus trabajos, y a partir de ellos, siguiendo al maestro en su nomenclatura y configuraciones, lo planteamos en su momento en diferentes intervenciones en la Escuela de Filosofía de Oviedo, donde Gustavo Bueno tuvo ocasión de contrastarlo y examinarlo con la debida atención y aprobación. En 2014, Ediciones Pentalfa publicó una monografía donde se recogían todas estas aportaciones, entre otras varias, bajo el título de Contra las Musas de Ira. El Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura. Sin la obra de Bueno, nada de esto habría sido ni posible ni concebible.

3
El origen de la Literatura
a partir del espacio antropológico

Uno de los capítulos más originales del Materialismo Filosófico en relación con la literatura es el que permite explicar el origen de esta última. No conozco a nadie que se haya enfrentado con anterioridad a esta pregunta: ¿cuál es el origen de la literatura?

La respuesta a cuestiones sobre cómo y por qué nace la literatura solo puede darse de forma satisfactoria desde el Materialismo Filosófico construido por Gustavo Bueno. El punto de partida para esta explicación ha de tomar como premisa el concepto de espacio antropológico y sus tres ejes (circular, radial y angular).

A partir de Bueno, puede afirmarse que la literatura, desde el punto de vista del eje circular, sólo existe como tal en las sociedades políticas organizadas como Estado, donde las relaciones políticas entre sus miembros han hecho posible una relación entre autores, obras, lectores e intérpretes o transductores (editores, críticos, profesores, agentes mercantiles, etc.) De acuerdo con el eje radial, la literatura ha experimentado evoluciones decisivas, poniendo al servicio de su difusión todo tipo de soportes que la evolución tecnológica y científica ha hecho posible, desde la oralidad hasta el disco compacto, pasando por la litografía, las tablillas de cera, el papiro, el pergamino, el papel y la imprenta, y actualmente los diversos soportes informáticos, desde el pdf hasta el libro electrónico. Por último, desde el punto de vista del eje angular, la fuerza de la razón, a través de disciplinas como la Filología (Valla, 1440) y la Filosofía (Spinoza, 1670), ha permitido discutir, y negar completamente, el estatuto de sacralidad que determinadas escrituras o textos, particularmente los más primitivos escritos de temática religiosa, como los libros veterotestamentarios, por ejemplo, se arrogaban de forma exclusiva y excluyente. La literatura no es un grimorio. Talismanes, pentáculos, filacterias y alfabetos mágicos no son materiales literarios.

Este planteamiento, basado en el Materialismo Filosófico Bueno, sostiene la triple tesis de que 1) la Literatura nace en el eje angular, es decir, en el contexto de un conjunto de conocimientos propios de culturas no desarrolladas todavía racionalmente, y que basan sus saberes en el mito, la magia, la religión y la técnica; 2) que la Literatura se desarrolla según la expansión radial de los materiales literarios, es decir, de acuerdo con la aplicación racional y científica que hace posible construir soportes de difusión y comunicación literaria cada vez más sofisticados, desde la piedra o el papiro hasta la imprenta o la edición electrónica; y 3) que la Literatura alcanza su máxima dimensión en el eje circular, es decir, en aquel espacio en el que los seres humanos actúan, esto es, operan, como autores, lectores e intérpretes o transductores (editores, críticos, promotores, difusores, filólogos, etc.) de los materiales literarios.

De este modo es posible distinguir, a partir del Materialismo Filosófico de Bueno, tres estados fundamentales en los que se objetiva una Genealogía de la Literatura, relativos 1) al origen de la Literatura, cuyo núcleo estaría como génesis en el eje angular (conocimientos irracionales de las culturas bárbaras); 2) a la expansión tecnológica y científica de los materiales literarios, dada sobre todo en el eje radial, y cuyo cuerpo estaría constituido histórica y estructuralmente por lo que es una Ontología de la Literatura; y 3) al cierre categorial de los materiales literarios, es decir, a la constitución de una Gnoseología de la Literatura, que daría cuenta de las diferentes posibilidades de interpretar formalmente los materiales literarios (autor, obra, lector e intérprete o transductor), y cuyo curso sólo puede apreciarse con plenitud en el contexto del eje circular del espacio antropológico, donde el poder de determinadas instituciones políticas, esto es, dadas en una sociedad política o Estado, es determinante (Academia, Universidad, editoriales, prensa, teatros, Ministerios de Cultura, Institutos de investigación, etc...)

A partir de estas premisas se puede exponer una teoría sobre el origen de la literatura, es decir, una genealogía de los materiales literarios. En este punto resultó igualmente decisiva la reinterpretación de Bueno en su libro Symploké (1987), en colaboración con Alberto Hidalgo y Carlos Iglesias, referida a los conocimientos en las culturas bárbaras (mitología, magia, religión y técnica) y en las culturas civilizadas (entre saberes críticos: Ciencia y Filosofía; y saberes acríticos: ideología, pseudociencia, teología y tecnología), lo que permitió disponer una genealogía evolucionista del conocimiento literario según tipos, modos y géneros. Surgen de este modo las cuatro genealogías o linajes de la literatura, anteriormente citados, que permiten distinguir entre literatura 1) primitiva o dogmática (irracional y acrítica), 2) crítica o indicativa (racional y crítica), 3) programática o imperativa (racional y acrítica), y 4) sofisticada o reconstructivista (pseudoirracional y crítica). Al margen del Materialismo Filosófico diseñado por Gustavo Bueno, este tipo de planteamientos en Teoría de la Literatura resultarían inconcebibles e inabordables.

4
Los materiales literarios
(autor, obra, lector e intérprete o transductor)
según la ontología materialista de Gustavo Bueno

El Materialismo Filosófico de Bueno exige siempre definiciones precisas. Hay que definirse. Es imprescindible imponer una definición de literatura, algo que prácticamente ni una sola de las teorías literarias de las últimas décadas, acaso siglos, ha hecho de forma precisa. Incluso, entre algunos críticos y teóricos de la literatura, se recibe como algo imposible, acaso ridículo, cualquier intento de definición. Es imposible estudiar algo que todos se empeñan en situar en una indefinición permanente.

Por nuestra parte, y a partir de la filosofía de Bueno, concretamente a partir de la ontología materialista, hemos definido la Literatura como una construcción humana y racional, que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico, que utiliza signos del sistema lingüístico, a los que confiere un valor estético y otorga un estatuto de ficción, y que se desarrolla a través de un proceso comunicativo de dimensiones históricas, geográficas y políticas, cuyas figuras fundamentales son el autor, la obra, el lector y el intérprete o transductor.

Como construcción humana, la Literatura se sitúa en el ámbito de la Antropología; como realidad material efectivamente existente, pertenece al dominio de la Ontología; como obra de arte, constituye una construcción en la que se objetivan valores estéticos, que exigen enjuiciarla, desde una Estética o filosofía del arte, en un espacio estético; y como discurso lógico, en cuya materialidad se objetivan formalmente Ideas y Conceptos, es susceptible de una Gnoseología, es decir, de una interpretación basada en el análisis crítico de las relaciones de conjugación -que no ruptura- entre la Materia y la Forma que la constituyen como tal Literatura.

Los criterios de Bueno permitían identificar con claridad meridiana discriminaciones absolutamente necesarias, a fin de distinguir y delimitar, desde la perspectiva del Materialismo Filosófico, tres realidades diferentes y conjugadas -y articuladas en symploké, como combinación racional y ternaria de ideas-: la Literatura, la Teoría de la Literatura y la Crítica de la Literatura.

1) La Literatura, que es una Ontología, en la cual se objetivan física (M1), psicológica (M2) y lógicamente (M3) Materiales y Formas literarios, construidos por un autor e interpretables por un lector y un transductor.
2) La Teoría de la Literatura, que es una Ciencia categorial, la cual construye conceptos científicos destinados a la interpretación de los materiales y las formas literarias.
3) La Crítica de la Literatura, que es una Filosofía, la cual dispone una organización crítica, racional y lógica (symploké) de las Ideas formalizadas en los materiales literarios.

Conviene subrayar que cuando la Crítica de la Literatura se ejerce sin criterios no cabe hablar en rigor de crítica, pues, ¿cuáles son sus fundamentos científicos, conceptuales, materiales? No hay crítica sin criterios, hemos oído decir a Bueno muchas veces. La crítica nace en la objetivación del acuerdo y del desacuerdo -es decir, nace de la dialéctica-, planteadas estas diferencias en términos que han de ser verificados por la Ciencia, y no por la psicología personal, ni por la ideología gregaria y gremial, ni por la retórica del sofista, cuyas palabras carecen de referentes materiales y de contenidos verdaderos. Lo que decimos ha de estar verificado por la realidad efectivamente existente, es decir, por la realidad material en que vivimos. Un triángulo tiene tres lados, en el siglo XXI y en la Babilonia anterior a Cristo, y un azteca, un posmoderno o un musicólogo, tendrán que convenir en que la suma de sus ángulos equivale a dos ángulos rectos. La ciencia no da lugar a libertades, ni es políticamente correcta. Y si es cierto que la Literatura no está hecha de triángulos, no es menos cierto, a su vez, que esa misma Literatura no está exenta de Geometría, es decir, de Razón.

Al hablar en tales términos, el Materialismo Filosófico de Bueno estaba ya disponiendo, desde ontología literaria, el cierre categorial de la Teoría de la Literatura como ciencia destinada a la construcción, comunicación e interpretación y transducción de los materiales literarios. Se identificaban así los cuatro términos o elementos fundamentales, cuyas relaciones cerraban, operatoriamente, todos y cada uno de los procesos literarios efectivamente existentes a lo largo de la Genealogía y de la Historia de la Literatura: autor ? obra ? lector ? intérprete o transductor. Se superaba de este modo el modelo ternario, y estático, de Jakobson (emisor, mensaje, receptor), que no supo ver, anclado como estaba en modelos estructuralistas, formalistas y teoreticistas, de orden popperiano, la tetradimensionalidad y el circularismo del hecho literario patente en la filosofía de Bueno. Se superaba así, desde el Materialismo Filosófico español, el idealismo formalista en que rusos, alemanes, praguenses, franceses y anglosajones, entre tantos otros, habían vivido y viven, y en muchos casos aún siguen sepultados y cegados, como en una caverna platónica, desde hace ya más de un siglo.

5
Gnoseología de la Literatura:
hacia el Cierre Categorial de la Teoría de la Literatura

Plantear el cierre categorial de la Teoría de la Literatura fue posible después de muchos encuentros, exposiciones y contrastes de ideas con Bueno, y tras lecturas e interpretaciones constantes de su obra, muy en particular de la Teoría del Cierre Categorial (1992).

Bueno nos enseñó que las Ciencias son formas específicas y categoriales de conocimiento crítico y operatorio -sobre todo operatorio- de la realidad, es decir, de la materia. En el caso particular de la Literatura, este conocimiento crítico y operatorio de la realidad literaria, de la materia literaria, es decir, de la Ontología de la Literatura -autor, obra, lector e intérprete o transductor-, sólo es factible en las condiciones y posibilidades de una cultura moderna y civilizada, y solo puede desarrollarse desde la Ciencia y desde la Filosofía. No cabe hablar de Teoría de la Literatura, ni de Literatura Comparada, en el paleolítico inferior. La literatura exige un conocimiento retrospectivo, operaciones que remontan su curso genealógico.

Al exigir, con Bueno, una interpretación científica y conceptual, sistemática, de los materiales literarios, hubimos de enfrentarnos al peligroso mito de la cultura, en el que degeneran todos los acercamientos a lo que actualmente se entiende por literatura. Bueno nos proporcionó los recursos para triturar esa mitología: «No es posible hablar de una teoría de la ciencia, con sentido gnoseológico, sin exponer la doctrina que esa teoría ha de mantener sobre la verdad científica (precisamente las teorías psicológicas, sociológicas, etc., de la ciencia se caracterizan por dejar al margen la cuestión de la verdad)» (Bueno, 1995a: 26).

En su Teoría del Cierre Categorial (1992), Gustavo Bueno delimitó el espacio gnoseológico como el escenario en el que tiene lugar la interpretación conceptual de los materiales científicos -en este caso, los materiales literarios-, constituyentes del campo categorial de una determinada ciencia. Como es bien sabido, el espacio gnoseológico se dispone en tres ejes (sintáctico, semántico y pragmático), cada uno de ellos articulado a su vez en tres sectores, de los que resulta un conjunto de nueve figuras gnoseológicas: sintácticas (Términos, Relaciones y Operaciones), semánticas (Referentes o referenciales, Fenómenos y Esencias o estructuras) y pragmáticas (Autologismos, Dialogismos y Normas). La utilidad de estos criterios en los estudios literarios es desbordante, y su camino está por desarrollar en múltiples materiales, autores, obras e intérpretes.

Pero las aportaciones de Bueno a una teoría del conocimiento literario no terminan en el espacio gnoseológico, sino que comienzan en él. Dos grandes pasos decisivos son los que apelan a los Principios y a los Modos de las Ciencias. Al aplicar estas exigencias a la Literatura y a la Teoría de la Literatura los resultados son del máximo interés y del mayor provecho. Permítaseme muy brevemente decir por qué.

Según la gnoseología o teoría del conocimiento científico del Materialismo Filosófico, desarrollada por Gustavo Bueno (1992) bajo la denominación de Teoría del Cierre Categorial, los modos de conocimiento científico pueden ser de dos tipos: trascendentes o inmanentes.

Los modos de conocimiento científico trascendente son cuatro —Descriptivismo, Teoreticismo, Adecuacionismo y Circularismo—, y permiten identificar los procedimientos o el modus operandi de las ciencias desde el punto de vista de su relación entre materia y forma (gnoseología), frente a los criterios idealistas de la epistemología kantiana, basados en la oposición objeto / sujeto, en la que sigue enquistada toda la crítica y teoría literaria actual, de fundamento anglosajón y luterano. Los modos de conocimiento científico trascendente se examinan desde criterios gnoseológicos, porque se basan en la conjugación de los conceptos de materia y forma, frente a los criterios epistemológicos, que conducen al idealismo, al remitir constantemente a la oposición, por lo demás irreal y formalista, entre objeto / sujeto. Al ubicar y reinterpretar desde estos criterios las teorías literarias existentes en la actualidad, e incluso también las históricamente existentes, quedan en evidencia sus extraordinarias limitaciones y deficiencias. La mayor parte de estas teorías literarias, en todo o en parte, quedan trituradas y desvanecidas, lo que ha dado lugar, una y otra vez, a múltiples enfrentamientos dialécticos con algunos colegas.

Los modos de conocimiento científico inmanente son también cuatro —Definiciones, Clasificaciones, Demostraciones y Modelos—, y se disponen tomando como referencia el eje sintáctico del espacio gnoseológico, constituido por términos, relaciones y operaciones: los términos constituyen los elementos que forman parte del campo categorial o científico y lo delimitan como tal (autores, obras, lectores e intérpretes, en el caso de la Literatura; los elementos de la tabla periódica de Mendeléiev, en la Química; la escala cromática, como sistema dodecafónico, en teoría de la Música, etc.) Los modos de conocimiento científico inmanente permiten explicar las relaciones operatorias entre los términos de una ciencia, siempre desde los presupuestos de una gnoseología (conjugación materia / forma). Al aplicar estos criterios de Bueno al estudio de la literatura es posible fundamentar muy bien los cuatro pilares en que organizan varios modos de interpretación literaria:

1. Las Definiciones son procedimientos determinantes, es decir, establecen Términos a partir de Términos preexistentes (T < T). Es la forma normativa de operar de las ciencias y construcciones científicas, y es, de hecho, como actúa la Teoría de la Literatura.
2. Las Clasificaciones son procedimientos estructurantes o constituyentes, es decir, dan lugar a Términos a partir de Relaciones (T < R). Es la forma habitual de desplegar teorías constructivistas o estructuralistas, como es el caso de una Teoría de los Géneros Literarios.
3. Las Demostraciones son procedimientos predicativos, explicativos o descriptivos, es decir, dan lugar a Relaciones a partir de Relaciones (R < R). En el ámbito de la investigación literaria, es el modus operandi de la Crítica de la Literatura, al proceder mediante el desarrollo de hipótesis, deducciones, o incluso inducciones o abducciones, desde las que se trata de ilustrar, ejemplificar o hacer legible, a una escala distinta de la previamente dada o preexistente, el sentido y significado de un material literario determinado.
4. Los Modelos son figuras gnoseológicas que se basan en procedimientos solidarizantes o contextualizantes, es decir, que constituyen Relaciones a partir de Términos (R < T). Es el modo operatorio en el que se basa la Literatura Comparada como metodología (por eso es un método y no una disciplina): porque a partir de los términos del campo categorial de la literatura (autor, obra, lector, transductor) establece entre ellos relaciones o, si se prefiere, comparaciones, ejecutadas o interpretadas por el comparatista en tanto que sujeto operatorio o investigador.

No hay, ni ha habido nunca, en la historia de la teoría literaria, una metodología interpretativa tan potente como ésta para fundamentar un conocimiento científico y una crítica racionalista de la literatura.

Por otro lado, la impugnación de las clasificaciones dicotómicas o binarias de las Ciencias, y su reorganización en una gnoseología que distingue 6 tipos de ciencias o metodologías, basada en la discriminación entre Metodologías α-operatorias y Metodologías β-operatorias, en los Procesos de Progresión (progressus) y Regresión (regressus) de las Ciencias, y en el decisivo Principio de Neutralización de Operaciones, permiten desembocar en la más perfecta organización gnoseológica de las Ciencias que ninguna filosofía anterior haya concebido jamás. La ciencia nunca puede ser signo de algo irreal. En esta lucha contra las ordalías del psicologismo estamos, hoy más que nunca, en el terreno de la investigación literaria. Y hoy más y mejor que nunca disponemos del Materialismo Filosófico de Bueno para fundamentar y ejercer esta lucha contra la nesciencia de la posmodernidad.

6
La ficción literaria
a partir del Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno

Del Materialismo Filosófico de Bueno brota una teoría de la ficción literaria completamente inédita para la Teoría de la Literatura.

Insisto en esto porque la Teoría de la Literatura ha entrado en el siglo XXI basándose en una Idea de Ficción que, durante 25 siglos -prácticamente desde la quinta centuria antes de nuestra Era-, ha sido siempre la misma, pues se ha mantenido de forma invariable e inalterable en la tesis -incuestionada- de que los conceptos de Realidad y Ficción son separables, contrarios o incluso insolubles. El criterio que desde el Materialismo Filosófico construido por Gustavo Bueno puede sostenerse para la literatura es que la Idea de Ficción no se opone a la de Realidad, sino todo lo contrario: Ficción y Realidad son conceptos conjugados o entrelazados, es decir, indisociables o insolubles{3}. La Ficción existe implicada e inserta en la Realidad, es inexplicable de espaldas a la Realidad, y es factible -no solo posible- precisamente porque la Realidad existe, y constituye la referencia fundamental de toda ficción. La Ficción es una parte esencial de la Realidad. De hecho, la Realidad necesita a la Ficción -a la apariencia- para sobrevivir.

Sin embargo, la Teoría de la Literatura, desde Aristóteles hasta el siglo XXI, en concreto hasta la irrupción del Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, ha interpretado la Ficción como una entidad disociada y opuesta a la Realidad, y completamente insoluble en ella, desterrándola al mundo del arte, de la literatura, de la imaginación, o incluso de la fantasía, el irracionalismo o el inconsciente. La Idea de Ficción que ha sostenido históricamente la Teoría de la Literatura ha sido una sola y única Idea, fundamentada en la convicción de que la Realidad repele la Ficción, de que la Ficción no forma parte esencial de la Realidad, y de que la Realidad, para afirmarse, reconocerse e instituirse como tal, exige expulsar de sí misma todo lo que tenga que ver con la Ficción. En una palabra, la Teoría de la Literatura ha interpretado desde siempre la Ficción como algo que no forma parte de la Ontología.

En suma, esta Idea de Ficción, que ha permanecido inalterable durante 25 siglos, puede explicarse y reinterpretarse, desde la Ontología del Materialismo Filosófico construida por Bueno, según tres concepciones o teorías, las cuales se han manifestado sucesivamente a lo largo de la Historia de la Teoría de la Literatura, desde Aristóteles hasta la posmodernidad contemporánea. La teoría literaria de todos los tiempos sólo ha hecho históricamente posible tres variantes de una misma Idea de Ficción, basadas las tres en una única epistemología -de signo aristotélico primero (al dar prioridad al Objeto sobre el Sujeto) y de signo kantiano después (al situar el punto de gravedad en el Sujeto frente al Objeto)-, y al estar fundamentada cada una de ellas en una reducción a cada uno de los tres géneros de materia (primogenérica o física [M1], segundogenérica o psicológica [M2], y terciogenérica o conceptual [M3]).

De este modo, es posible identificar en la historia de la teoría literaria tres concepciones de la Idea de Ficción, que solo el Materialismo Filosófico de Bueno permite superar y criticar: 1) Aristotélica o mimética, que reduce la ficción al primer género de materia [M1]; 2) Kantiana o idealista, que reduce la ficción al segundo género de materia [M2]; y Platónica, formalista o metafísica, que reduce la ficción al tercer género de materia [M3]. Nótese que las interpretaciones que desde la teoría literaria se han hecho de estas tres ideas de ficción pecan de descriptivismo -en el caso de Aristóteles-, de teoreticismo -en el caso de Platón-, y de adecuacionismo -en el caso de Kant-; en este contexto, la interpretación que emerge del Materialismo Filosófico de Bueno es, indudablemente, circularista, al concebir la relación entre ficción y realidad en términos conjugados y entrelazados.

En consecuencia, a partir de Bueno, el Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura podrá impugnar estas tres concepciones de la Idea de Ficción, al considerarlas irreales, inoperantes y en sí mismas falaces. ¿Por qué? Porque las dos primeras se basan -como se ha dicho- en una epistemología, que adultera toda teoría del conocimiento de la realidad en las falacias, respectivamente, descriptivista, en el caso de Aristóteles (al reducir el Sujeto a la supuesta realidad acrítica y apriorística de un Objeto ajeno al propio Sujeto), y teoreticista, en el caso de Kant (al reducir el Objeto a una construcción completamente idealista, irreal y subjetiva propia de la mente de un Sujeto que acaba por perder de vista la esencia misma de la realidad). Y porque la tercera se basa, pura y simplemente, en una teoría metafísica que reduce el Arte a Conocimiento, es decir, la Literatura a Gnoseología, en virtud de la cual se exige a la Poética la revelación de verdades trascendentes, suprasensibles o, explícitamente, metafísicas. Esta última concepción de la Idea de Ficción emplazaría las obras de arte en el mundo metafísico de las formas puras postulado por Platón.

La ficción forma parte necesariamente de la realidad, porque Realidad y Ficción no son conceptos antitéticos o insolubles, sino conceptos conjugados. El concepto de ficción ha sido sobreestimado epistemológicamente a la hora de interpretar la literatura. Desde una perspectiva epistemológica es equívoco y confuso, y desde una perspectiva gnoseológica resulta estéril a la interpretación de la literatura, pues exigiría al discurso literario pretensiones de verdad científica. La única opción que permite examinar, desde criterios racionales y contenidos lógicos, y por tanto materialistas, el concepto de ficción literaria, es la perspectiva ontológica y materialista que nos ha proporcionado Gustavo Bueno.

Y es que Bueno nos ofrece un concepto clave para fundamentar esta idea materialista de la ficción literaria: la operatoriedad. Por eso puede afirmarse que la ficción es aquella materialidad cuya existencia no es operatoria. La materia de la ficción es exclusivamente formal y no operatoria, porque su realidad es una construcción en la que materia y forma están en sincretismo y resultan -aunque disociables- inseparables. Un referente es ficticio cuando su materia y su forma, al hallarse precisamente en el límite de su conjugación, están en sincretismo. Así, por ejemplo, materia y forma constituyen en el caso de Dios (no como concepto teológico, sino como icono o referente estético, poético o literario), el unicornio y don Quijote, una identidad sincrética. Estos tres referentes remiten siempre a formas que se agotan en su propia materialización, sea en una cruz de madera o de plata, sea en la figura o iconografía de un caballo que ostenta un cuerno recto en mitad de la frente, sea en el personaje cervantino verbalmente construido en la célebre novela que lleva su nombre.

Ficción y Realidad son conceptos conjugados e indisociables. La ficción no existe sin alguna forma de implicación en la realidad. La literatura, de hecho, no existe al margen de la realidad. No salimos de la realidad cuando accedemos a la ficción. La literatura nace de la realidad y nadie ajeno a la realidad puede escribir obras literarias ni interpretarlas. La literatura no es posible en un mundo meramente posible. Muy al contrario, la literatura sólo es factible en un mundo real, como construcción y como interpretación. Los materiales de la literatura son reales o no son. Para que algo pueda llegar a ser ficticio es imprescindible que tenga alguna forma de anclaje o referencia en el mundo real. Dicho de otra forma: un término es ficticio solo cuando alguno de sus componentes es real. De otro modo, la ficción resultaría ilegible e incomprensible, cuando no insensible o imperceptible, a las posibilidades de captación y observación humanas.

La ficción literaria no se explica desde una epistemología, porque esta última no explica la realidad, sino la idea que de la realidad tiene el sujeto, un sujeto no menos ideal, que se acerca a la realidad como si él no hubiera intervenido en su construcción. Desde el Materialismo Filosófico de Bueno, ante la Teoría de la Literatura se plantea una demolición de la idea aristotélica y epistemológica de ficción literaria, por puramente descriptivista. Desde la Poética de Aristóteles, el concepto de ficción ha estado en la base de toda interpretación literaria. Sin embargo, la idea de ficción que elabora Aristóteles se sitúa en una posición epistemológica (Sujeto / Objeto), no gnoseológica (Materia / Forma), lo que significa que Aristóteles organiza las posibilidades del conocimiento humano para que la Idea de Ficción se interprete por relación a una determinada Idea de Realidad -a la que el arte describe, reproduce o imita-, desde el punto de vista de la relación epistemológica entre el Sujeto y el Objeto, y no desde el punto de vista de la relación gnoseológica entre la Materia y la Forma. La realidad será, pues, la naturaleza imitada en la obra de arte mediante palabras utilizadas por el poeta, y, en consecuencia, la obra de arte será siempre una reproducción o imitación, más o menos verosímil, de la naturaleza o realidad. La teoría de la literatura, desde Aristóteles hasta hoy, sigue ubicada en la perspectiva epistemológica del autor de la Poética a la hora de concebir y explicar la ficción de la literatura frente a la concepción de la realidad. El Materialismo Filosófico de Bueno, como Teoría de la Literatura, impugna el enfoque epistemológico de la Idea de Ficción en la Literatura, y advierte que Aristóteles no es nuestro colega.

La propuesta gnoseológica es, por su parte, completamente inútil para indagar o reflexionar sobre la cuestión de la verdad y el error, es decir, de la mentira o la ficción, fuera del ámbito de las ciencias categoriales{4}. La gnoseología no es competente para estudiar la cuestión de la ficción literaria, del mismo modo que la epistemología tampoco lo es, a pesar de Aristóteles y de toda su herencia interpretativa. Y no lo es por algo tan simple como el hecho evidente de que la literatura no es una ciencia categorial. La gnoseología materialista dará cuenta de los aciertos de la Teoría de la Literatura como ciencia de la Literatura, cuyo objeto de conocimiento son los materiales literarios, pero no nos sirve para explicar la idea de ficción literaria. Porque la literatura no es objeto de verdad, sino de realidad: no se trata de saber si lo que la literatura dice es verdadero o falso —o posible, como pretendía Aristóteles—, sino de si es y está o no, es decir, de si tiene o no presencia —y realidad— óntica. Dicho de otro modo: la literatura no es objeto de una gnoseología, sino de una ontología. La literatura no verifica nada gnoseológicamente, sino que lo construye ontológicamente. La literatura no confirma ni contiene ninguna «verdad trascendente». Ninguna obra literaria es un libro sagrado. Solo las ciencias categoriales construyen verdades o errores, y solo ellas resultan ser en consecuencia objeto de una gnoseología materialista, pero la literatura no, porque no es una ciencia, y porque se concibe y autoconcibe como una figura poética (mythos o fábula), no como una figura gnoseológica (verdad o falsedad). La literatura es una construcción ontológica, no un discurso gnoseológico. Son las ciencias categoriales, entre ellas la Teoría de la Literatura, las que han de responder a la exigencia gnoseológica. La Literatura es un desafío a la inteligencia humana, a la que exige incesantemente explicaciones racionales y lógicas. La Literatura es en este sentido una provocación gnoseológica, y de ninguna manera es —ni pretende ser— respuesta a una Gnoseología.

La obra de Bueno dispone que la ficción literaria sólo puede explicarse desde la Ontología de la Literatura, porque la ficción es una materia que carece de existencia operatoria, y sólo dispone de existencia estructural. La ficción no se explica ni desde la Epistemología (Aristóteles) ni desde la Gnoseología (Realismo), sino desde la Ontología (Materialismo Filosófico). Ficción literaria es la formalización literaria en términos lógicos (M3) de unos contenidos psicológicos (M2) que carecen de operatoriedad física (M1), pero no de existencia física o material (M1) -puesto que los libros y el lenguaje existen realmente-, ni de existencia conceptual o estructural (M3) -puesto que las Ideas y los Conceptos también existen realmente-. La ficción poética es una construcción psicológica (M2) que carece de existencia operatoria (M1) y que posee una existencia estructural (M3). Es ficción la materialidad que carece de existencia operatoria, tratándose de una materialidad a la que se le atribuyen contenidos psicológicos y fenomenológicos, y a la que, sin embargo, se convierte en sujeto de referentes lógicos. Ficticia es aquella materia cuya forma se agota en su propia materialidad. Es el caso de don Quijote, quien no existe formalmente fuera de su propia materialidad, las formas de la novela cervantina titulada Don Quijote de la Mancha. Es ficción todo aquello que no tiene existencia operatoria en M1, todo lo que no tiene existencia positiva genética, sino únicamente estructural, en M1 y M3, es decir, todo lo que no existe ni coexiste operatoriamente en el mundo de los objetos físicos (M1), porque su materialidad es exclusivamente formal (gráfica, pictórica, escultórica...), y porque solo formalmente se postula, sin capacidad de existencia operatoria, en el mundo de los objetos psicológicos (M2) y en el mundo de los objetos lógicos (M3), donde la materialidad terciogenérica de las ideas dota nuevamente a sus formas de contenidos reales. La psicología de don Quijote no existe, ni es operatoria, fuera del libro que lleva su nombre, pero don Quijote sí existe positivamente, no solo como material literario (incluso pictórico, escultórico, musical, hasta psiquiátrico...) (M1), sino como expresión de ideas objetivas y lógicas que pueden analizarse y estudiarse materialmente mediante conceptos (libertad, amor, poder, política, cautiverio, honor, lucha, etc...) (M3), por usar literalmente las palabras del propio Bueno. Pese a todas sus impotencias operatorias, don Quijote es una de las realidades lógicas más importantes y poderosas que la literatura ha colocado en M3, esto es, en el mundo de las Ideas.

Quede claro, pues, que no es posible salir de la realidad para interpretar la literatura, del mismo modo que es absolutamente necesario salir de la literatura para interpretar la realidad.

7
Teoría de los Géneros Literarios
desde la teoría holótica de Gustavo Bueno

Otra cuestión clave para la Teoría de la Literatura es la teoría holótica de Gustavo Bueno. Desde ella es posible diseñar una nueva Genología de la Literatura, esto es, una Teoría de los Géneros Literarios. A diferencia de otras teorías literarias, desde Aristóteles y Hegel hasta fines del siglo XX, que basan su clasificación genológica de los materiales literarios en criterios porfirianos o distributivos, el Materialismo Filosófico de Bueno permite construir para la Teoría de la Literatura una Genología basada en criterios plotinianos o atributivos, lo que da como resultado una visión completamente diferente de la planteada hasta hoy en la interpretación de los géneros, especies y obras literarias individuales.

Género es el conjunto de características comunes que pueden identificarse gnoseológicamente, es decir, según criterios formales y materiales, entre las partes que constituyen una totalidad. En consecuencia, los géneros literarios serán los diferentes conjuntos de características comunes que podrán identificarse según criterios gnoseológicos, esto es, material y formalmente, entre las partes o especies que constituyen la totalidad de las obras literarias reconocidas como tales.

La interpretación de los géneros literarios en el espacio gnoseológico que construye Bueno permite ante todo distinguir entre partes y totalidades. En Teoría de la Literatura, las partes serán determinantes o intensionales, si permiten identificar intensionalmente los rasgos esenciales o canónicos de un Género literario, los rasgos paradigmáticos de una Especie literaria, o los rasgos prototípicos de una Obra literaria particular. Las partes serán integrantes o extensionales, si permiten incorporar aditivamente a un Género literario determinado atributos o metros, esto es, cualidades específicas dadas en otros géneros o en otras especies (si los incorporan a una Especie se denominarán facultades, y si los incorporan a una Obra literaria particular se llamarán prototipos). Finalmente, las partes serán constituyentes o distintivas, si permiten codificar las posibilidades (potencias) de que dispone un Género para que una Especie se las pueda apropiar y potenciar (propiedades), o para que una Obra literaria concreta las pueda articular o desarrollar accidentalmente de forma más o menos singular y original (accidentes).

Todas estas cuestiones, emergentes de la obra de Bueno, resultan decisivas para la Teoría de la Literatura. En este contexto, la teoría de los géneros literarios debe explicarse en relación con la teoría de las categorías y con la teoría de las esencias (plotinianas y porfirianas), tal como las concibe y reinterpreta Gustavo Bueno.

Como sabemos por Bueno, la idea de categoría implica la idea de todo o de totalidad. Las categorías son totalidades, y en tanto que tienen significado gnoseológico son totalidades sistemáticas. Como totalidades efectivas -Bueno lo explica perfectamente en su Teoría del Cierre Categorial (1992)- las categorías remiten a contextos ontológicos (no meramente lingüísticos, formales o psicológicos): contextos del ser y contextos del hacer. El concepto de Género Literario en la Teoría de las Categorías exige definir y justificar una serie de criterios básicos, al margen de los cuales no cabe hablar con propiedad ni de género ni de género literario. Estos criterios están objetivados en el desarrollo mismo de la doctrina holótica de los todos y las partes, y son los siguientes. Desde el punto de vista de las Totalidades, Bueno distingue entre: 1) atributivas y distributivas, 2) holotéticas y merotéticas, 3) centradas y no centradas, y 4) diatéticas y a diatéticas. Desde el punto de vista de las Partes, se distinguirá entre: 1) Partes formales y materiales de una Totalidad, y 2) Partes determinantes, integrantes y constituyentes de una Totalidad. Estas últimas son las que intervienen de forma decisiva en la Teoría de los Géneros Literarios construida por el Materialismo Filosófico en su aplicación a la Teoría de la Literatura.

La genología construida por la gnoseología materialista se basa en la reinterpretación que Bueno ha hecho de las esencias porfirianas y plotinianas, como procedimientos de clasificación de las partes constituyentes de una totalidad, con el fin de agotar todos los contenidos dados, todos los materiales efectivamente existentes, de modo que ningún género literario histórico, contemporáneo, o incluso posible, pueda sustraerse a un examen holótico y completo. De este modo, las especies de un género pueden concebirse de forma distributiva o porfiriana, mediante ramificaciones, arborescencias o incluso escisiones y disecciones, tomando como referencia la especie, pero también pueden interpretarse de forma atributiva o plotiniana, es decir, identificando un orden genético entre ellas, lo que equivale a tomar como referencia el género, en tanto que en él y a su través se engendran y generan las especies subsiguientes.

Las esencias porfirianas identifican el género y distinguen la especie. Proceden, pues, mediante la figura gnoseológica de la clasificación, y operan desde el género supremo hacia la especie distintiva, es decir, se codifican de acuerdo con la diferencia específica. Todas las teorías de los géneros literarios, sin excepción hasta el Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, han seguido el modelo clasificatorio de las esencias porfirianas. En las interpretaciones porfirianas o distributivas, los géneros literarios se definen clasificatoriamente mediante tipologías y taxonomías, que fijan, con frecuencia de forma abstracta, los rasgos esenciales de la novela, el teatro o la lírica. El resultado es que tales rasgos esenciales se postulan como definitivos, inmutables o eviternos, de modo que su codificación acaba por convertirse en una preceptiva y en imponerse como tal, como sucedió con la poética aristotélica o mimética hasta la disolución de la Naturnachahmung alemana, bien entrado el siglo XVIII. No ha de sorprender, pues, que desde este punto de vista porfiriano, géneros, especies y obras literarias, se configuren de modo que permanezcan petrificados en la Historia, es decir, incomunicados en el Sistema. La interpretación porfiriana dispone los géneros literarios como estructuras inmutables y, en consecuencia, ideales, o incluso metafísicas.

Por su parte, el modelo plotiniano o atributivo responde a un planteamiento basado igualmente en la figura gnoseológica de la clasificación, pero -frente al modelo porfiriano o distributivo- concebida ahora atributivamente. En términos plotinianos, el género avanza porque la especie se transforma potenciando los rasgos del género. La narración jamás prescindirá del narrador, de modo que aunque deje de ser épica, seguirá siendo narrativa en formas nuevas y diversas, como el cuento maravilloso o la novela antiheroica, la novela lírica o la picaresca, el relato autobiográfico o la novela bizantina. A su vez, en términos porfirianos, el género avanza porque la especie se transforma alejándose o segregándose de los rasgos del género. Frente a las esencias porfirianas, que apuestan por la codificación de la invariabilidad de los materiales literarios, las plotinianas postulan ante todo la interpretación de los rasgos más dinámicos, versátiles y evolutivos de los géneros literarios. Las esencias porfirianas objetivan lo inmutable del género próximo y lo permanente de la diferencia específica; a su vez, la esencias plotinianas potencian la interpretación de las propiedades generadoras del género, cuyas especies, procedentes de un tronco común, avanzan, se transforman y retransmiten —esto es, se transducen— preservando los rasgos del género: preservándolos, sí, pero nunca de forma inalterada{5}. Nunca sin cambios. Así es como una teoría de los géneros literarios basada en una codificación porfiriana clasificará las obras literarias (Lazarillo de Tormes, La metamorfosis, La colmena.) como accidentes específicos (novela picaresca, novela fantástica, novela conductista.) de un género superior y envolvente (la novela). Por su parte, una teoría de los géneros literarios fundamentada en las esencias plotinianas interpretará las obras literarias desde el punto de vista de su pertenencia o implicación evolutivas en un tronco o familia común —la novela—, determinado por la presencia ontológica de un núcleo —un narrador que cuenta una fábula—, un cuerpo —las diferentes especies narrativas que brotan o proceden estructuralmente de ese mismo tronco común, o genoma generador—, y un curso —las múltiples objetivaciones históricas y geográficas en las que se han formalizado pragmática, e incluso también políticamente, los materiales literarios—. He aquí la solución que establece el Materialismo Filosófico de Bueno, aplicado a la Teoría de la Literatura, y que se articula en los tres estadios identificados como núcleo, cuerpo y curso de los géneros literarios.

A lo largo de la Historia de la Teoría de la Literatura se han propuesto numerosas formas de conceptualización de los materiales literarios según los «géneros». Todas estas codificaciones -sin excepción- responden al modelo de las clasificaciones, como una de las figuras de los modi sciendi que da lugar, en su aplicación a las obras y materiales literarios, a alguna de estas cuatro configuraciones: taxonomías, tipologías, desmembramientos y agrupamientos. Según el criterio utilizado por cada teórico de los géneros literarios, las clasificaciones irán de la parte al todo (ascendentemente: tipologías y agrupamientos) o del todo a la parte (descendentemente: desmembramientos y taxonomías), y reflejarán la tendencia a organizar los materiales literarios desde el punto de vista de una totalidad atributiva (por agrupamiento de las partes o desmembramiento del todo) o de una totalidad distributiva (por taxonomías descendentes o tipologías ascendentes). El resultado más habitual es el de elaborar sucesivos conjuntos de inventarios o el de incurrir en múltiples bases de datos, acríticas e inasimilables, cuya sistematicidad se desvanece en su enfrentamiento mismo con la realidad de los hechos literarios, ya que con frecuencia se trata de esquemas fuertemente teoreticistas que se derraman hasta su disolución en la falacia formalista. Por su parte, el Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura platea la Poética Histórica de los Géneros Literarios desde el criterio de las esencias plotinianas, es decir, de acuerdo con la figura gnoseológica de las clasificaciones ascendentes y atributivas, tal como Gustavo Bueno las construyó, en busca del género evolutivo o tronco común -el gen genealógico- capaz de explicar toda transformación ulterior. Sin embargo, un planteamiento histórico de esta naturaleza exige estructurarse en una Poética Gnoseológica de los Géneros Literarios.

De este modo, finalmente, una Gnoseología de la Genología de la Literatura exige superar el modelo genológico de Plotino, e introducirlo en una dialéctica en la que están implicados no solo el Género y la Especie, sino también la Individualidad, es decir, la Obra literaria concreta. En primer lugar, hay que considerar los Géneros Literarios desde del Materialismo Filosófico, como Teoría de la Literatura, esto es, como ciencia categorial de los materiales literarios. Será necesario examinar la realidad de los géneros literarios según criterios semiológicos dados en los ejes sintáctico, semántico y pragmático del espacio gnoseológico. En segundo lugar, hay que considerar los Géneros Literarios desde el Materialismo Filosófico, como Crítica de la Literatura, es decir, desde un enfoque filosófico y dialéctico de los materiales literarios, clasificados de acuerdo con la perspectiva lógico-formal y lógico-material que ofrece la teoría holótica de Gustavo Bueno.

En consecuencia, la Poética Gnoseológica de los Géneros Literarios exige moverse en dos planos: a) el de la Teoría de la Literatura, y b) el de la Crítica de la Literatura.

En el plano de la Teoría de la Literatura (A), se distinguen, en primer lugar, en el eje sintáctico del espacio gnoseológico, tres términos de referencia que hay que relacionar críticamente mediante operaciones interpretativas: Género, Especie y Obra literaria. De modo semejante, en segundo lugar, en el eje semántico habrán de identificarse tres dimensiones dadas en la naturaleza lógico-formal (partes formales) y lógico-material (partes materiales) de las partes que constituyen la totalidad de los géneros literarios como categorías literarias, que se interpretarán desde una teoría holótica en virtud de la cual el Género se objetiva esencialmente mediante determinaciones intensionales, la Especie se objetiva accidentalmente mediante integraciones extensionales, y la Individualidad, en este caso la Obra literaria, se singulariza y concreta mediante constituyentes distintivos. Por último, en tercer lugar, en el eje pragmático del espacio gnoseológico el intérprete habrá de establecer un sistema de relaciones cogenéricas -dadas en todas las Especies del mismo Género (Eg)-, de relaciones subgenéricas -distintivas o específicas de una Especie (E1)-, y de relaciones transgenéricas -presentes en dos o más Géneros (Gx, Gy, Gz.)-.

En el plano de la Crítica de la Literatura (B), se constituye el sistema de los nueve Predicados Gnoseológicos de los Géneros Literarios: esencia o canon, atributo o metro, potencia, paradigma, facultad, propiedad, prototipo, característica y accidente. Estos nueve predicados se explican desde 1) el Género, 2) la Especie y 3) la Obra individual: 1) Los rasgos genéricos de una obra de arte pueden predicarse genéricamente [esencia o canon], específicamente [atributo o metro] o singularmente [potencia], es decir, según sus notas esenciales, intensivas o determinantes (del género), que en efecto se predicarán, bien como tales (del género desde el género: esencia o canon), bien como partes extensionales o integrantes (de la especie desde el género: atributo o metro), bien como partes constituyentes o distintivas (del individuo desde el género: potencia); 2) Los rasgos específicos de una obra de arte pueden predicarse genéricamente [paradigma], específicamente [facultad] o singularmente [propiedad], es decir, según sus notas extensionales o integrantes (de la especie), que en efecto se predicarán, bien como partes esenciales, determinantes o intensionales (del género desde la especie: paradigma), bien como partes extensionales o integrantes (de la especie desde la especie: facultad), bien como partes constituyentes o distintivas (del individuo desde la especie: propiedad); y 3) Los rasgos individuales de una obra de arte pueden predicarse genéricamente [prototipo], específicamente [característica] o singularmente [accidente], es decir, según sus notas constituyentes o distintivas (del individuo), que en efecto se predicarán, bien como partes esenciales, intensivas o determinantes (del género desde el individuo: prototipo), bien como partes extensionales o integrantes (de la especie desde el individuo: característica), bien como partes constituyentes o distintivas (del individuo desde el individuo: accidente).

Sin la obra de Gustavo Bueno, nada de esto habría sido posible para la Teoría de la Literatura, que seguiría anclada y limitada en modelos de disposición porfiriana, fosilizados primero por Aristóteles en su Poética y ratificados siglos después por el idealismo de Hegel en Estética (1835-1838). Con el Materialismo Filosófico de Bueno es posible la eversión de estos planteamientos, vigentes durante milenios, lo que supone, al día de hoy, disponer de una libertad inédita para la interpretación de la literatura y para el ejercicio de la Teoría de la Literatura. Con mucha razón Nicole Holzenthal (2016) ha podido afirmar que «el materialismo filosófico supera al idealismo alemán».

8
La Literatura Comparada
explicada a partir de los Modelos de Gustavo Bueno

En la Teoría de los Modelos que propone Gustavo Bueno es posible encontrar el mejor método de ejercer la Literatura Comparada. Diré por qué.

La esencia de la Literatura Comparada, atendiendo a su núcleo primigenio, a su cuerpo en constante transformación y a su curso desarrollado históricamente, se ha fundamentado siempre en la Idea de Comparación. Esto es obvio. Pero ocurre que esta idea, que resulta plenamente operativa en la relación como figura gnoseológica y en el relator como instrumento científico y como sujeto operatorio, remite al concepto de symploké dado entre los materiales literarios. Es en la symploké, como relación comparativa, racional y lógica, donde se objetiva operativamente la esencia de la Literatura Comparada como disciplina académica, como metodología literaria y como crítica gnoseológica de la literatura. Y aquí es donde encontramos, de nuevo, la importancia de los fundamentos del Materialismo Filosófico de Bueno.

La Literatura Comparada es un método de interpretación destinado a la relación crítica de los materiales literarios, es decir, a la formalización, conceptualizada desde criterios sistemáticos, racionales y lógicos, de los materiales literarios dados como términos (autor, obra, lector, transductor) en el campo categorial de la literatura.

La Literatura Comparada es una invención europea, una construcción nacionalista -imperialista, en realidad- y una interpretación etic de la Literatura. Su Ontología comprende 1) un Núcleo, constituido en los orígenes del proyecto comparatista, y determinado por las poéticas de la Ilustración y el Romanticismo, la disolución de la poética mimética, la polémica entre Clásicos y Románticos, el liberalismo y el pensamiento idealista, la nueva concepción romántica de la Historia, y el desarrollo del método comparatista en las ciencias naturales; 2) un Cuerpo, configurado positivamente por el dominio francés desde la Historia Literaria, el Hispanismo alemán como Modelo Comparatista que no llega a universalizarse, y el dominio norteamericano orientado hacia la Teoría Literaria; y 3) y un Curso historiográfico de la Literatura Comparada, que llega hasta nuestras días, en que parece naufragar en el postulado posmoderno de isovalencia de las culturas, ya que si todas las literaturas son iguales, entonces no hay nada que comparar.

Han de subrayarse estas premisas, que encontramos confirmadas en varias obras de Bueno, concretamente en Nosotros y ellos (1990b) y en España frente a Europa (1999). La Literatura Comparada es una invención europea, una construcción nacionalista en tanto que imperialista y una interpretación etic de la literatura ajena a partir de la interpretación emic de la literatura propia.

Paralelamente, de los cuatro modos de las ciencias que expone Bueno en su Teoría del Cierre Categorial -definiciones, clasificaciones, demostraciones y modelos-, son estos últimos, los modelos, los que permiten dar cuenta del modus operandi de la Literatura Comparada, desde el momento en que ésta opera mediante la comparación de materiales literarios entre sí, es decir, mediante la relación de términos, de modo que dados los términos literarios (autor, obra, lector, transductor) se procede a su relación crítica [T > R]. El contexto determinante está constituido por los materiales externos o trascendentes, esto es, los términos que se someten a relación: autor, obra, lector e intérprete o transductor. El contexto determinado resultante está constituido por una serie de componentes lógico-formales y lógico materiales, que constituyen las identidades sintéticas en las que cristaliza la interpretación comparada de los materiales-literarios, y que son las siguientes figuras gnoseológicas: metros, prototipos, paradigmas y cánones.

Bueno definió los metros como modelos isológicos atributivos (la familia romana de la época de la República como metro de la familia cristiana, etc.); en el contexto de la Literatura Comparada, son metros todos los estudios que destinados a comparar un autor con otro (Cervantes y Shakespeare), una obra con otra (Odisea y Divina commedia), un lector con otro (Unamuno y Borges ante el Quijote), un transductor con otro (la recepción y puesta en escena de Calderón en el Romanticismo polaco y en las vanguardias alemanas de comienzos del siglo XX).

Los prototipos son modelos heterológicos atributivos (Bueno pone el ejemplo de la vértebra tipo de Oken como prototipo del cráneo de los vertebrados). En el contexto de la Literatura Comparada, son prototipos todas las interpretaciones que den cuenta del impacto de un autor en una obra (la influencia de Apuleyo en el Crótalon), de una obra en un autor (la Odisea en James Joyce), de un lector en un autor (el público ovetense como receptor de La Regenta, capaz de influir en un Leopoldo Alas que escribe Su único hijo con cierto ánimo reconciliador frente a sus lectores más inmediatos), de un lector en una obra (Borges como lector de la Divina commedia en Nueve ensayos dantescos), de un transductor en un autor (la puesta en escena que hace Grotowski del teatro de Calderón), y de un transductor en una obra (la traducción de Ludwig Tieck del Quijote al alemán en 1799).

Los paradigmas son modelos isológicos distributivos (la tangente a la curva es paradigma de la velocidad de un cuerpo móvil, escribe Bueno); en el caso de la Literatura Comparada, son paradigmas las interpretaciones que objetivan, bien la influencia que un lector célebre de una obra literaria puede ejercer sobre otros lectores (Borges como lector de la Divina commedia o el Quijote), bien el impacto que un transductor o intérprete de una obra literaria puede ejercer sobre otros transductores o intérpretes (los traductores del Quijote al alemán en los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, cuyo texto de la obra cervantina influyó sin duda en los lectores de lengua alemana durante la Ilustración y el Romanticismo; la traducción española, indudablemente paradigmática, que Dámaso Alonso hizo al español de la novela de Joyce Retrato del artista adolescente).

Los cánones son modelos heterológicos distributivos (el gas perfecto como modelo canónico de gases empíricos es el ejemplo que señala Bueno); en el caso de la Literatura Comparada, son cánones aquellas interpretaciones que codifican normativamente el impacto histórico que determinados lectores y transductores han ejercido sobre otros lectores e intérpretes, los cuales han asumido las propuestas interpretativas de los primeros como criterios de referencia para organizar sus propias lecturas e interpretaciones. Suele tratarse con frecuencia de trabajos que dan cuenta de contribuciones críticas, y no tanto creativas. Los estudios de Curtius, Auerbach o Rico sobre la Edad Media latina, la literatura como mímesis de la realidad, o la presencia de la lírica renacentista italiana en la literatura española, constituyen, respectivamente, ejemplos de investigaciones que codifican determinados cánones literarios en el campo gnoseológico de la Literatura Comparada.

Es evidente, pues, cómo la obra de Gustavo Bueno, el Materialismo Filosófico, contiene, implícita y explícitamente, no sólo una teoría de la ciencia que permite justificar y desarrollar la interpretación de la literatura que hemos apuntado de modo tan sintético, sino que construye todo un sistema filosófico, en español, desde el que se renueva, de forma inédita e irreversible, el panorama universal de los estudios literarios.

Gustavo Bueno, nuestro maestro

Somos muchos los que hemos tenido la fortuna -inmensa fortuna- de conocer personalmente a Gustavo Bueno, sin duda el filósofo más importante y más potente de la lengua española.

Bueno ha sido un hombre de los que se dan en el mundo cada tres o cuatro siglos. Con él sólo pueden medirse figuras como Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino, Espinosa, Hegel, acaso Marx... El siguiente en esta lista es Gustavo Bueno.

Su obra abierta, crítica, poderosísima, vivamente original, integradora y dialéctica, trituradora de mitos, falacias y sofísticas, es por completo imprescindible.

Lo será cada día más...

Hay que subrayarlo: Bueno ha construido la mejor filosofía actualmente disponible en lengua española. La mejor porque es la más completa, sistemática y potente. Ya quisieran otras lenguas -y otros Estados- disponer genuinamente de esta filosofía: el Materialismo Filosófico.

Gustavo Bueno es el Cervantes de nuestra filosofía. Al tiempo.

Pero hay algo más, algo más allá del Hispanismo: su filosofía, el Materialismo Filosófico, es actualmente el sistema de pensamiento más sistemático y mejor organizado de cuantos al día de hoy están disponibles. En cualquier lengua o país.

No hay pensador, crítico o filósofo que, en estos momentos, alcance en su obra la coherencia, sistematismo y perfección que alcanza la obra de Gustavo Bueno.

Hay en la filosofía de Bueno dos dimensiones esenciales y decisivas: la Política y la Ciencia. La Teoría del Cierre Categorial es la más fértil de las teorías de la ciencia que se hayan construido jamás. A su lado, las precedentes son en muchos casos auténticas caricaturas. Su Teoría del Estado forma parte de los conocimientos clave para interpretar el presente y el futuro de la Política, la Economía y la Libertad humanas.

Es cuestión de tiempo que la obra de Gustavo Bueno, a través de la labor de sus múltiples discípulos, y de las diferentes instituciones, entidades, organismos, centros académicos y publicaciones, que se coordinan en el desarrollo de sus actividades con la Fundación Gustavo Bueno en Oviedo, es cuestión de tiempo, digo, que su obra alcance, en la Ciencia y en la Política, en muchos otros órdenes -entre ellos la Teoría de la Literatura- la presencia que el mundo actual necesita y demanda.

La obra de Gustavo Bueno es la mejor y más competente respuesta a los desafíos que nuestro tiempo exige a la inteligencia humana.

En ello estamos y estaremos.

Tal fue el magisterio y la filosofía, el vigor y la personalidad, que nos ha ofrecido y nos ofrece nuestro maestro, Gustavo Bueno.

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Notas

{1} Vid. «Sobre el análisis filosófico del Quijote«, El Catoblepas, nº 46, diciembre 2005 (p. 2). Como se sabe, este artículo constituye el capítulo final del libro España no es un mito (Madrid, Temas de Hoy, 2005).

{2} Véanse a este respecto las intervenciones de Gustavo Bueno a propósito de la exposición de la Genealogía de la Literatura en la Escuela de Filosofía de Oviedo, el 16 de abril de 2012, el 17 de abril de 2012 y el 15 de abril de 2013,

{3} Sobre la noción de conceptos conjugados, vid. Bueno (1978a).

{4} Vid. en este sentido la crítica que Ramón Rubinat (2014, 2015), a partir de la filosofía de Bueno, hace Javier Cercas y de sus novelas y escritos, cuya vacuidad de ideas es alarmante. Igualmente recomendable es el vídeo de su intervención el 15 de diciembre de 2014 en la Escuela de Filosofía de Oviedo, con las intervenciones finales de Gustavo Bueno, en este enlace: http://www.fgbueno.es/act/efo076.htm

{5} Como es bien sabido, Bueno se sirve de la teoría de las esencias plotinianas en obras clave, como El animal divino (1985) y Primer ensayo sobre las categorías de las Ciencias Políticas (1991), entre otras.

 

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