El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 28
España y la desunida Europa
Darío Martínez Rodríguez
El coronavirus y la biocenosis europea
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La Europa de la sinrazón
Se equivocaba Jorge Martínez, el líder del tan afamado grupo de los años 80 Ilegales cuando cantaba “¡Europa ha muerto!”. Para dejar de ser previamente hay que ser, para morir previamente hay que vivir. Pero más allá del ser o no ser, de existir o no existir, podemos valorar qué significa estar en la Unión Europea. Europa es un estar y su esencia no es otra que una disolución ficticia de fronteras, una farsa, que colma de mentiras una realidad voraz, tozuda, inapelable, y que no es otra que la existencia de un club para el que estar es competir, frente a potenciales competidores externos, ajenos al club, o entre los mismos miembros de la Unión. En Europa no domina la amistad, domina la lucha, la pugna sin límites por cada uno de los intereses particulares. La historia de Europa es una historia de discordia, de guerras, de desunión sistemática. Hoy amortiguada por el abrazo de oso estadounidense.
El estar en Europa en este presente en marcha pasa por entender que somos inmiscibles. El modo de afrontar la realidad viene diseñado por nebulosas ideológicas muy dispares. Pese a todo la dominante es amasada a fuego lento por falsos demiurgos que no son visibles pero que son capaces de cambiar la verdad por la propaganda, de difundir hasta la saciedad la mentira en múltiples dosis de cultura popular fácil de digerir, que perforan inexorablemente las estructuras de aquellos estados que sin ser de su corriente aceptan con deportividad, con resignación si se quiere, e incluso con buenas muestras de felicidad individual, y por qué no infantil, su dominio sobre nosotros. Ellos mandan, ellos dirigen, nosotros obedecemos, amando estar en una especie de nueva esclavitud posmoderna, y lo amamos siendo profundamente felices, egoístamente felices. Un Estado como el nuestro que está mermado, esclerotizado en su capa basal y cortical, es decir en su estructura productiva desligada de nuestro control, privatizada hasta impedir que nadie desde los diferentes ejecutivos pueda exigir nada, desvirtuado en su sistema defensivo al menguarlo hasta dirigirlo hacia una paz universal de ciencia ficción, con un poder diplomático cambiante y que desconoce quiénes son nuestros amigos y nuestros enemigos, y con una política exterior que le da la espalda y acepta sin discrepancias internas nuestro papel de meras comparsas en la geopolítica internacional. Una España vista externamente como herencia y garantía de lo peor del hacer humano en la historia en forma de levadura negra, de mito oscuro, negro legendario, que no es otra cosa que un poetizar mimetizado de imágenes de imágenes (propaganda), de doble mentira, de opinión de la opinión y que en nuestro sistema educativo no sólo lo intentamos triturar sino que lo aceptamos, lo difundimos y lo pretendemos mostrar como verdadero. Un Estado así, insistimos, mancillado en su globalidad, no puede estar a la altura. Al no dirigir su capacidad y su prudencia ante lo que se venía encima, por no contar con nadie, por embarcarse en campañas de universalidad que borraban las fronteras, que desatendía el día a día, que ponía al mando a unas élites preparadas para acometer empresas estériles, o para activar conductas disfrazadas de democracia que no eran otra cosa que procesos de desestabilización interna alentados desde dentro y arreados con entusiasmo desde fuera. Un Estado digo, que acreditaba su mejor ser ante los otros en forma de la ridícula «marca España», una forma bastante hortera de convertir lo que políticamente hemos de ser en mera mercancía. Unas élites protestantilizadas en todo menos en el ascetismo, imbuidas de un gusto ilimitado por la novedad, de un deseo de poder fraguado más allá del esfuerzo asociado con el compromiso y el mérito, de un ansia de cambio por el cambio en el afán de garantizar un progreso ficción que por desconocido se nos muestra como soteriológico, y una cuantificación, en ocasiones disimulada, de todo lo que puede hacer de la política un servicio operativo y no fútil, sustituto de un hacer que debería ser, y desgraciadamente no es, dinámico, polémico, tenso, pero en el fondo estabilizador de nuestra sociedad en marcha.
Mal equipados en este naufragio vírico no hay manos tendidas que nos ayuden. Todo lo contrario. Nuestros amigos del norte, especialmente los holandeses, siguen fieles a su modo de estar. Nos dice Weber: “como aquel capitán holandés que por ganar dinero estaba dispuesto a navegar por los infiernos, aunque se le quemasen las velas” (Weber, 2006: 66). Su fe en el trabajo no es otra cosa que fe en un Dios inexpugnable, infinito, con voluntad absolutamente libre, incognoscible y al que se le concede el derecho a decidir sin coartadas, y menos humanas, quién ha de vivir y quién ha de morir. Hoy los infiernos los conocemos y si las velas que se han de quemar son las de otros mejor. Que cada palo aguante su vela.
Esperemos reconstruir nuestra nave. Nos veremos. Podremos superar con el buen hacer las vicisitudes, podremos vencer. Se hizo una vez, en el campo de fútbol, se venció con ese arte bello y armonioso capaz de convertir en espectáculo un juego de equipo dirigido por los pies, y se derrotó a un rival que sólo veía en la victoria o en la derrota la voluntad de Dios, más allá del buen hacer deportivo o del cumplimiento de las reglas de juego. ¡Menudo asidero de la razón! No lo olvidemos: lo justo no resulta de la voluntad arbitraria de Dios, imposible desde la razón, tal y como creen los protestantes, sino que lo que Dios quiere lo quiere porque es racional, tal y como creen los católicos. Luego lo racional y justo se impone a la voluntad libre de Dios. Cuestión de matices sí, pero es lo que hace que en Holanda se considere que el vivir o morir dependa exclusivamente de Dios como causa última y voluntad libre, y se considere además que el trabajo es el salvoconducto para la eternidad. Vivir para trabajar, sin trabajo no hay salvación. Luego si los ancianos no trabajan entonces, ¿para qué tanta asistencia, tantos recursos, tantos médicos, tantas UCIs, tanto gasto en definitiva? Qué Dios decida, nos dicen nuestros vecinos. Que cada enfermo asuma consciente e individualmente su destino.
Lo peor es que nos dan lecciones, se tienen por agraciados iluminados y nosotros lo asumimos. La nieve frita es posible, siempre y cuando ellos nos lo digan. Y no olvidemos que desde su óptica lo que realmente es no necesita existir. La voluntad humana puede ser sin cuerpo. Espinosa contagiado, enfermo, no por el polvo de su pulir meticuloso, sino por un virus parido por la ciencia, preparado para ser en el laboratorio, y que ahora sin barreras está en condiciones de poder acabar con el soporte de la vida: el cuerpo.
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Una segunda navegación
Momento muy difícil. Para los que deben trabajar exponiendo su salud, para los que no pueden trabajar y han de asumir la posibilidad de un paro forzoso sin retribución alguna que crearía situaciones de penuria para él y su familia.
Todo sabido pero de obligado reconocimiento. El momento es diferente. Es un fenómeno imprevisto. Rompe las reglas de juego del sistema de producción de nuestro país. La economía se expone a una crisis de larga duración. El sistema se debilita en su conjunto. Se está deteriorando en el ámbito de la producción, de la cadena de distribución y por supuesto de la venta. Es un mal momentáneamente sistemático, se anquilosa en el conjunto y falla en cada una de sus partes. El sistema se desequilibra, al no estar armonizado, con sus tensiones, con sus problemas, con sus reglas de mercado reguladas por principios por todos compartidos y que hemos de entender como los propios del libre mercado de mercancías.
Se está iniciando una inercia peligrosa de quietud. Estamos en una situación de calma, de demasiada calma, no hay consumo pletórico, hay un consumo restringido impuesto por la limitación necesaria de la libertad de movimiento para evitar contagios. Sectores como los servicios se ven directamente afectados. Toca una segunda navegación para intentar salir del colapso de la nave del Estado. Hemos de navegar sin vientos, cada uno en su parcela, según sus capacidades, asumiendo que en algunos casos estará por encima de sus necesidades. Esta segunda navegación es dura, no hay fuerza ajena que nos impulse. Es una navegación en solitario, no hay vecinos que nos ayuden, y menos nuestros socios ricos de Europa. Solos hemos de intentarlo. No es momento de motines a bordo en forma de sabotajes o fraudes que puedan poner en peligro el sistema gestor y redistributivo de los pocos bienes con los que contamos para afrontar este reto. Hemos de garantizar el funcionamiento mínimo de nuestro sistema productivo y la atención debida y merecida de los ciudadanos más desfavorecidos de este país. Tampoco es tiempo para disputas ineficaces e inoperantes que rayen el desacato o la desobediencia. Quienes los intenten, se muestran, quienes se muestran serán recordados por todos.
Cuando por fin comiencen a soplar vientos favorables que nos orienten hacia lo mejor, hacia la consecución de un país que nos ofrezca más posibilidades, donde ya no sea necesario remar para vivir encadenados a las fauces de la enfermedad o de la muerte derivadas de la eficacia de un virus por el momento inexpugnable, será, repito, en ese momento más próximo al bien cuando podamos reconocer con una luz nítida, fraguada por la verdad y la pedagogía de mitos iluminadores, las mentiras, las cadenas de la falsedad que nos ataban a una falsa satisfacción perturbada por sentimientos embriagadores con capacidad para el desorden, la desestabilización y la disputa egoísta y mezquina entre comunidades autónomas.
Sobran los malos presagios. Debemos intentarlo, luchando, cuidándonos. Subamos a la nave de Platón, podrá ser nuestra guía, la estrella fija que nos muestre el norte.
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Dos artes: medicina y política
Es su momento, el de la ciencia médica en todos sus frentes y el de la política como arte que ha de velar por el buen orden del Estado. Una y otra han de cooperar. De ser así las decisiones que se tomen podrán entenderse como prudentes. Ignoramos el futuro pero estamos obligados como ciudadanos a doblegar nuestro hacer particular e irresponsable sustituyéndolo por el buen hacer derivado de la escucha y del cumplimiento de lo que se nos aconseja y se nos manda obligándonos a poner entre paréntesis derechos fundamentales como el de la libertad de movimiento y obstaculizando otros como el de la educación. Cautela, y que nuestros médicos puedan realizar su labor con sabiduría, que abracen el problema hasta dominarlo. Cautela, y que los políticos sepan ver con sus decisiones la trayectoria de vida del conjunto de los ciudadanos de este país.
Valga para estos días la perspicaz guía reflexiva del genial Espinosa. De acuerdo con su ética materialista la medicina se deberá entender como una labor que de acuerdo con la razón promociona la vida del individuo, es decir, se ajusta a la firmeza. Labor ética por excelencia dado que su saber hacer no es otra cosa que el mantenimiento de la vida. “El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida” (Espinosa, 1984: 309). Y también la política, que sería ese arte que ha de velar, siguiendo a la razón, por el bien común entendido como la pervivencia del grupo. De acuerdo con esto podemos decir que la política se ajusta a la generosidad. Labor rigurosamente moral. “El fin del Estado no es otro que el de la paz y la seguridad de la vida. Por consiguiente, el mejor gobierno es aquel con el que los hombres pasan la vida en armonía y las leyes son cumplidas sin violaciones” (Spinoza, 1990: 55).
Entre todos, y sobre todo con ellos, luchemos, seamos libres, para poder acometer con garantías de éxito el problema.
Hasta ahora el único héroe es el conjunto del pueblo español, otra vez mal dirigido desde el ejecutivo, sacando las castañas del fuego, con su buen hacer particular.
Martes, 31 de marzo de 2020
Bibliografía
Bueno Martínez, Gustavo. Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas, Biblioteca riojana, Logroño 1991.
Espinosa, Baruch de. Ética demostrada según el orden geométrico. Orbis, Madrid 1984.
Fernández Leost, José Andrés. “La teoría política de Gustavo Bueno”, El Catoblepas, febrero 2006, EC 48:18.
García Maestro, Jesús. “Democracia, religión y nacionalismo”, El Catoblepas, primavera 2020, EC 191:2.
Platón. Fedro. Gredos, Madrid 2000.
Platón. República. Tomo IV. Libro VII. Gredos, Madrid 2000.
Spinoza, Baruch. Tratado breve. Alianza Editorial, Madrid 1990.
Weber, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Alianza Editorial, Madrid 2006.