El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 198 · enero-marzo 2022 · página 4
Filosofía del Quijote

España como Imperio (1): el Imperio español en Italia

José Antonio López Calle

La filosofía política del Quijote (VI). Las interpretaciones filosóficas del Quijote (69)

Quijote

España como Imperio y sus desafíos

España es también en el tiempo del Quijote, además de la patria de los españoles y una nación, tanto en sentido étnico-cultural como en sentido político-monárquico, un Imperio. En la novela, no obstante, a diferencia de lo que sucede con las palabras “patria” y “nación”, habitualmente usadas como definiciones políticas de la identidad de España, no se usa nunca la palabra “imperio” en referencia a ella para definir o describir su realidad histórica y política, aunque sí forma parte del vocabulario del Quijote.

En la magna novela el término “imperio” se emplea en dos acepciones harto diferentes. En primer lugar, se usa en la acepción subjetiva de poder ejercido por alguien sobre otros, ya sea un gobernante o gobierno soberanos o no lo sea, sino sea un tercero que actúa por delegación o mandato de éstos. Éste último es el caso descrito por el cautivo Ruy Pérez de Viedma en su comentario sobre el imperio ejercido en Argel por los turcos, especialmente los soldados, sobre los moros:

“Es común y casi natural el miedo que los moros a los turcos tienen, especialmente a los soldados, los cuales son tan insolentes y tienen tanto imperio sobre los moros que a ellos están sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos suyos”. I, 41, 423

En segundo lugar, imperio se usa en una acepción objetiva, que es la habitual cuando se habla de imperio o de los imperios como categoría política. De acuerdo con esta acepción imperio es ahora el territorio o dominio exterior, con sus respectivas poblaciones, respecto a una metrópoli o Estado metropolitano sobre los cuales se ejerce el poder político desde éste. En tres ocasiones se habla de imperio en este sentido, aunque en dos de ellas de una forma abstracta, sin indicar la metrópoli, y sólo en una de ellas se nombra concretamente, si bien se trata de un imperio fabuloso. De las menciones abstractas el principal usuario es Sancho. En una de ellas el escudero, infectado por las historias de caballeros andantes conquistadores o gobernantes de reinos e imperios que ha oído contar a su señor, alude a éstos últimos en un pasaje en que confiesa su desconfianza en la capacidad de su señor de secundar las pretensiones imperiales de sus modelos literarios:

“Vive Dios, señor Caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengo a imaginar que todo cuanto me dice de caballerías y de alcanzar reinos e imperios, de dar ínsulas y de hacer otras mercedes y grandezas, como es uso de caballeros andantes, que todo debe de ser cosa de viento y mentira”. I, 25, 237

En la otra Sancho, olvidado de las dudas que acabamos de verle mostrar, vuelve a confiar en las aspiraciones imperiales de su amo:

“Yo me he arrimado a buen señor […], y he de ser otro como él, Dios queriendo; y viva él y viva yo, que ni a él le faltarán imperios que mandar, ni a mí ínsulas que gobernar”. II, 32, 794

A los imperios en general también se refiere Aurelio en el segundo acto de El trato de Argel en su reflexión sobre la fuerza destructiva de la guerra: “Ésta consume, abrasa, echa por tierra, /los reinos, los imperios populosos […]”.{1}

Es don Quijote quien alude a un imperio concreto, pero cuando lo hace, no nombra imperios históricos, sino el imperio legendario de Trapisonda (Trapisonda o Trebisonda no pasó de ser una región o provincia del Imperio bizantino), del que, apenas decidido a convertirse en caballero andante y salir a la busca de aventuras, se imagina ya coronado por el valor de su brazo (I, 1, 31). Fuera del Quijote sí hay referencias a un imperio histórico concreto, como en la mención de Zelinda (en realidad Lamberto, disfrazado de mujer) en La gran sultana al Imperio turco cuando, enterada del propósito del Gran Turco de casarse con Catalina, alaba a ésta y le desea que “por tu parecer se rija/ el imperio que posees”.{2} Y, por supuesto, como veremos luego, también las hay a España como realidad imperial.

Pero en el Quijote no hay referencia alguna a España como Imperio; es cierto que se menciona a Carlos V como emperador en el pasaje en que don Quijote cuenta lo que le sucedió en Roma con un caballero romano que quiso matarse arrojándose abrazado a él desde la claraboya del Panteón con el fin de que su nombre pasase a la historia; en el relato de esta anécdota hasta cinco veces se cita a Carlos V como emperador (II, 8, 604-5). Pero esto no se puede interpretar como una alusión a España como Imperio, porque Carlos V era emperador de Alemania

Si queremos encontrar referencias más directas a España como Imperio, hemos de salir fuera del Quijote y buscar en otras obras cervantinas. En la comedia La gran sultana hay una valiosa alusión a la realidad imperial de España por parte del embajador de Persia ante el Gran Turco. Dedica un encendido panegírico a Felipe III, en el que celebra la universalidad del Imperio español señalando que en sus reinos o dominios nunca se pone el sol: el rey de España, nos dice, es “aquel, en fin, que el sol, en su camino,/ mirando va sus reinos de contino”.{3} Pero quizás la referencia más directa a la realidad imperial de España en los tiempos del Quijote se halla en la profecía del Duero, en la sección final del primer acto de Numancia, pues aquí se mienta a la vez la universalidad y grandeza de los dominios del rey Felipe II, al que no duda en adjudicarle el título de señor o dueño del mundo (“siendo suyo el mundo”) y se subraya el carácter imperial de la corona (“Debajo de este imperio tan dichoso”), a la que de nuevo vuelve a unirse Portugal, una unión que además vino a reforzar la potencia imperial de España, pues, además de sellar la unidad hispánica, trajo consigo un incremento del poderío y tamaño del Imperio hispánico con la incorporación a éste de las posesiones portuguesas en África, Asia y América.

No obstante, aunque en el Quijote no se constate un planteamiento tan explícito de España como Imperio, como el que acabamos de ver, la realidad imperial de España se halla ampliamente documentada allí. Todas las partes del Imperio español aparecen, en mayor o menor grado, en la magna novela: las posesiones en Europa, en África, en América e incluso, aunque veladamente, en Asia. Sin duda, la porción del Imperio más ampliamente registrada en la novela es su vertiente europea, especialmente en Italia, así como la norteafricana, amén de su proyección mediterránea; y desde luego cuenta con un amplio y bastante detallado registro del enfrentamiento con el Imperio turco y sus vasallos, los moros berberiscos norteafricanos. Y lo mismo sucede en el resto de la obra cervantina, lo que sin duda hay que relacionar con la propia biografía de Cervantes, cuya vida como soldado estuvo particularmente vinculada a Italia, al norte de África y al Mediterráneo como escenario del enfrentamiento entre el Imperio español y el turco, con sus asociados los moros berberiscos.

No faltan tampoco en el Quijote alusiones jugosas, si bien escasas, al secular enfrentamiento con Francia. En realidad, todos los grandes desafíos del Imperio español en el tiempo de la novela hallan su reflejo en ella, salvo la contienda con Inglaterra, que, sin embargo, la encontramos tratada en otros escritos suyos, de los que nos serviremos para hacernos una idea de la visión de Cervantes al respecto.

Cervantes, por ciento, era harto consciente de los principales retos a los que se enfrentaba el Imperio español en su tiempo y de ello nos ha dejado testimonio escrito. En la Canción segunda sobre la Armada contra Inglaterra, nos presenta una lista de los enemigos de España aparte de Inglaterra, a la que no cita entre ellos por la razón obvia de que es innecesario dado que precisamente el tema de la canción es la guerra contra Inglaterra. Entre ellos cita a los que eran enemigos tradicionales de España, tal como Francia (“el galo”) y Turquía (“el moro”, una categoría amplia en la que caben los turcos, a los que a veces Cervantes llama también moros, y los moros berberiscos) y a los que España tenía en Italia, a los que denomina “el tusco”, que bien puede ser Venecia, ocasionalmente aliada, como en Lepanto, pero frecuentemente enemiga, o quizás a Florencia, con la que se mantenía una relación inestable que variaba según sus intereses. Cervantes los menciona en un pasaje en que trata de justificar la necesidad de emprender la guerra con Inglaterra y ponerla en su sitio porque sus enemigos antes citados están pendientes de lo que haga España con este país, al acecho para ver si se muestra débil y sacar provecho de ello. He aquí las palabras de Cervantes:

“Y más, que el galo, el tusco, el moro mira,
con vista aguda y ánimos perplejos,
cuáles son los comienzos y los dejos [descuidos, flojedades],
y dónde pone ese león [el león aquí es España] la mira,
porque entonces su suerte está lozana
en cuanto tiene todo este león cuartana [fiebre cada cuatro días]”.{4}

En otro poema, el dedicado a la muerte del rey Felipe II, nos da una nueva lista de los enemigos de la Corona hispánica durante su reinado, que enumera siguiendo el criterio u orden de los puntos cardinales: en el este los turcos (“el cita”, esto es, el escita], al sur los moros berberiscos (“el bárbaro”), al oeste los ingleses (“el luterano”) y en el norte los rebeldes holandeses (“la indómita gente”), una lista más ajustada a la realidad que la anterior, de la que salen los Estados italianos, ocasionalmente enemigos de España, y entran los Países Bajos, enemigos más poderosos que los italianos, pero, menos comprensiblemente, también sale Francia, siempre enemiga de España, aunque quizá ello se explique por el hecho de que los franceses habían estado demasiado ocupados durante varias décadas en su guerras civiles como para suponer una amenaza y además en el momento de escribir el poema fúnebre España y Francia estaban circunstancialmente en paz en virtud del tratado de Bervins, firmado poco antes de la muerte de Felipe II. He aquí los versos a los que nos referimos:

“Tembló el cita en el oriente,
el bárbaro al mediodía,
el luterano al poniente,
y en la tierra siempre fría
temió la indómita gente”.{5}

La lista de estos cuatro enemigos encierra una explícita y consciente referencia a cuatro de los principales frentes de batalla del Imperio español en el tiempo de Cervantes: la guerra contra el Imperio otomano, la contienda con los berberiscos en el norte de África, la guerra con Inglaterra y la guerra de Flandes. El diagnóstico de Cervantes sobre las potencias enemigas que podían amenazar la seguridad de España coincide básicamente con el del ministro de Felipe II, Juan de Zúñiga, en cuyo análisis, encargado por el rey en el otoño de 1585, sobre este asunto identificaba cuatro principales enemigos de España, al menos de entrada: los turcos, los franceses, los holandeses y los ingleses, pero terminaba descartando a los franceses, pues, aunque antaño constituyeron una grave amenaza, no lo eran ahora, según él, a causa de estar enzarzados en su propias guerras civiles.{6}

Nuestro hilo conductor en el modo de tratar del Imperio español, tal como éste se nos manifiesta en el Quijote y en el resto de la obra cervantina, se atiene a la presencia en la novela de las partes europeas extrapeninsulares o transpirenaicas del Imperio español y de sus conflictos con sus más significativos enemigos. Emprendemos así un recorrido por la proyección europea del Imperio español y por sus más enconadas contiendas con las potencias enemigas siguiendo este orden: partimos de la presencia del Imperio español en Italia y en el Mediterráneo y, tras un paseo por los Países Bajos y Alemania, regresamos al Mediterráneo como escenario  del secular enfrentamiento entre el Imperio español y el otomano y sus aliados norteafricanos; volvemos seguidamente a Europa para abordar las hostiles relaciones con sus más firmes enemigos europeos, Francia e Inglaterra. Cerraremos el tema ocupándonos del Imperio español en América.

El Imperio español en Italia

Son, sin duda, las posesiones españolas en Italia las que se llevan la palma en cuanto a su presencia en el Quijote y en toda la obra cervantina: primeramente, por número de referencias, el reino de Nápoles y Sicilia, y, en segundo término, el Milanesado; no hay ninguna a Cerdeña, que también formaba parte del Imperio español. El reino de Nápoles y Sicilia, el antiguamente denominado reino de las Dos Sicilias (una denominación que la corona española seguía manteniendo pues los reyes de la casa de Austria se presentaban como titulares del reino de las Dos Sicilias), así como la ciudad de Nápoles aparecen varias veces en el Quijote, desde la fase inicial de su incorporación a España, cuando todavía era escenario de la rivalidad entre España y Francia por su dominio, recreada en la novelita de El curioso impertinente (I, 35), hasta el momento presente de la escritura de la segunda parte de la novela, en que se alude a la necesidad de proteger las costas del reino de Nápoles y Sicilia, y de Malta frente a la amenaza turca (II, 1) o al envío a Nápoles de capitanes de los tercios comprometidos en la defensa del reino italiano como parte de España (II, 60, 1015-6).{7}

En el tránsito de El curioso impertinente a los dos pasajes citados de la segunda parte situados en el presente de 1614 se revela la transformación operada en lo que el reino de Nápoles y Sicilia significaba para España: inicialmente era una pieza de disputa entre España y Francia en su secular enfrentamiento por la hegemonía en Italia, particularmente en el sur del país, una herencia de la rivalidad medieval entre la corona de Aragón y la casa de Anjou. De hecho, se menciona una de las grandes victorias españolas sobre los franceses, la alcanzada por el Gran Capitán en Ceriñola en 1503; y luego, una vez incorporado al Imperio español, heredero en este asunto del Imperio aragonés medieval en Italia, y consolidada su pertenencia a la corona española sin la amenaza ya de Francia, el reino de Nápoles pasó a ser una pieza fundamental en la estrategia defensiva del Imperio español en el Mediterráneo, para frenar tanto el poder del Imperio turco, como se refleja en la orden de Felipe III de provisión de las costas de Nápoles, Sicilia y Malta para atajar la bajada del turco, como de sus subordinados moros berberiscos.

Por lo demás, el reino de Nápoles y Sicilia era importante para España no sólo por su importancia geoestratégica para el control del Mediterráneo oriental, sino por su valor económico. Cervantes, por boca del soldado Vicente de la Roca, que ha estado en Italia como soldado de los tercios, alaba a Nápoles como ciudad rica y lujosa: “La más rica y más viciosa ciudad que había en todo el universo mundo, que era Nápoles” (I, 51, 519), aunque al decir “viciosa” juega quizá con el doble sentido de esta palabra que aquí parece significar “lujosa”, pero también puede tener el significado moral negativo que hoy le damos habitualmente; y en El licenciado Vidriera, el narrador describe a Sicilia como una región rica y granero de Italia.{8}

Más exigua, pero no por ello menos importante, es la presencia del Milanesado o ducado de Milán en la gran novela. Por cierto, en la única ocasión en que Cervantes habla del territorio del que Milán era la capital, en el Persiles, no se refiere a él como el Milanesado o el ducado de Milán, sino como “el Estado de Milán”{9}, quizá como recuerdo de que en el pasado había sido un Estado soberano, aunque ahora ya no lo era. Esta región del norte de Italia tenía una gran relevancia geoestratégica en el mantenimiento del Imperio español en Europa, pues era un importante centro de producción de armas de buena calidad y pieza clave en la estrategia defensiva de las posesiones españolas noreuropeas, pues desde allí se organizaban los envíos de tropas a Flandes por el llamado camino español.

Sólo contamos con una cita en el Quijote a tan valiosa región italiana, en la que se mencionan la capital de la región o ducado, Milán, y la ciudad de Alejandria de la Palla (Alessandria della Paglia), un enclave piamontés dentro del ducado milanés desde 1348, pero muy  importante porque en ella precisamente se documentan en muy pocas líneas todos los aspectos esenciales de lo que significaba el ducado de Milán en el funcionamiento de la maquinaria imperial española en Europa: se nos presenta a Milán como foco fabril de producción y venta de armas, cuando el cautivo, Ruy Pérez de Viedma, al contarnos su historia, nos informa de que hizo acopio de armas en Milán; y a Alejandria de la Palla como centro de alistamiento de reclutas y es que allí a la sazón estaba el cuartel general de los tercios, entonces bajo el mando del duque de Alba (el tercer duque de Alba), y se alude al movimiento de las tropas desde Alejandria hasta Flandes, por una ruta que precisamente el duque de Alba fue el primero en abrir, en 1567, y que terminaría siendo conocida como el camino español. Ruy Pérez de Viedma, una vez equipado, se encaminó hacia Alejandria para alistarse en los tercios y de allí saldría con el ejército del Duque de Alba precisamente en 1567 con destino a Flandes para reprimir la rebelión calvinista, que se había producido el año anterior.

El pasaje además es relevante porque describe la forma típica como un joven español que deseaba enrolarse en los tercios se incorporaba a ellos en el Milanesado vía Génova, después de embarcarse rumbo a esta ciudad en algún puerto de la costa mediterránea española (en Alicante, en el caso del cautivo). Vale la pena citar el relato de Pérez de Viedma:

“Embarqueme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a sentar mi plaza al Piamonte; y estando ya de camino para Alesandria de la Palla, tuve nuevas que el gran Duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servile en las jornadas que hizo […]”. I, 39, 401

En El licenciado Vidriera Cervantes nos pinta un cuadro más amplio del ducado de Milán, en el que se juntan observaciones sobre lo que Milán representaba desde el punto de vista militar, urbanístico-arquitectónico y económico.  En lo tocante a lo militar, insiste en cifrar primeramente la importancia de Milán en sus fábricas de armas al calificarla como “oficina de Vulcano” y nos recuerda de pasada haber sido teatro del enfrentamiento entre Francia y España al valorarla en el momento presente como “ojeriza del reino de Francia”; además nos aporta un dato interesante sobre el camino español: mientras en el Quijote los soldados de los tercios españoles parten desde Alejandria, el protagonista de la novela, Tomás Rodaja, que todavía no se ha convertido en el enloquecido licenciado Vidriera, parte, después de haber recorrido Italia antes de alistarse como soldado, desde Aste (Asti en italiano), ciudad y provincia piamontesas entonces pertenecientes al ducado de Milán y algo más al norte de Alejandria, donde estaba asentado el tercio del que formaba parte su compañía bajo el mando del capitán Diego de Valdivia. El cuadro se completa, en el aspecto urbanístico y arquitectónico, con la exaltación de la grandeza de Milán como ciudad y de su catedral, y, en el terreno de la economía, con una pincelada sobre la trascendencia económica de la gran ciudad lombarda, que sobresale por su riqueza, por “su maravillosa abundancia de todas las cosas a la vida humana necesarias”.{10}

En el Quijote también se aborda la cuestión de los motivos o razones que impulsaban a los jóvenes españoles a enrolarse como soldados de los tercios en las posesiones españolas en Italia.  Una de las razones que llevaba a muchos jóvenes españoles a alistarse como soldados era que la profesión de las armas era un medio de vida que daba prestigio, tanto a nobles como a plebeyos, y además podía suponer una mejora social. Si eras noble, el ejercicio de las armas servía para incrementar el buen nombre de tu linaje; y si eras plebeyo, podías dar lustre a tu oscuro linaje y ascender en la escala social. Algunos, como Ruy Pérez de Viedma, escogieron servir en la guerra o en las armas, en lo que llegará a alcanzar el grado de capitán, porque, aunque no dé muchas riquezas, “suele dar mucho valor y mucha fama” (I, 39, 400). En otros escritos de Cervantes se desarrolla y completa esta línea de argumentación en pro del alistamiento como soldado de los tercios que hace hincapié en el servicio de las armas como medio de vida que ante todo da renombre y puede ser una vía de promoción social.

En La fuerza de la sangre su protagonista, Rodolfo, quizá por ser noble, hijo de un caballero toledano, ve ante todo en la vida militar el mejor medio para dar lustre a su linaje. De hecho, su padre, que también fue soldado en su juventud y había estado en Italia, le ha inculcado la idea de que “no eran caballeros los que solamente lo eran en su patria […], era menester serlo también en las ajenas”.{11} Y esta convicción le inducirá a seguir el camino de su padre marchándose también a Italia como militar; más adelante, no enteraremos de que estuvo destinado en Nápoles.{12} En Las dos doncellas es donde con más nitidez se alega el lustre del linaje o hacerse con una buena reputación quien tiene oscuro linaje como razón del alistamiento como soldado con destino a Italia. Francisco (en realidad Leocadia disfrazada de varón en busca de su amado Marco Antonio) declara y finge que va a Italia para seguir allí el camino de la guerra porque por este camino “vienen a hacerse ilustres aun los de oscuro linaje”.{13} 

Pero para muchos otros el camino de la milicia no era tanto una fuente de renombre o reputación como un medio de vida. Esto se halla perfectamente ilustrado en el Quijote en el episodio del mozo que va a la guerra, para quien el servicio de las armas es simplemente un medio de ganarse la vida, un lugar donde probar fortuna o ventura y tal vez mejorarla; en efecto, el mozo que va a la guerra busca en el servicio de las armas ante todo un medio de vida que le permita salir de la pobreza y estrechez en las que se halla sumido como paje desventurado y para ello ha decidido alistarse en una compañía de infantería y caminar con ella a Cartagena, para embarcarse, seguramente, aunque no se dice, con destino a Italia (II, 24, 738); en su encuentro con don Quijote, éste le animará diciéndole que el ejercicio de las armas produce más honra que cualquier otra profesión secular y, en términos muy parecidos a los de Pérez de Viedma, le añade que, si bien no es la que más riquezas da, al menos se alcanza más honra que con las letras. En Las dos doncellas se nos informa por boca de Francisco-Leocadia de que muchos españoles, al igual que el mozo que va a la guerra, se pasaban a Italia a probar ventura como soldados.{14}

Pero había otras razones de carácter general por las que los jóvenes de entonces optaban por ir a Italia como soldados en defensa del Imperio. Entre ellas estaba el deseo de viajar y conocer mundo, quizás alentado por el ardor propio de la edad juvenil. Este es el móvil principal del joven Tomás Rodaja, antes de convertirse en el licenciado Vidriera, para quien además no se trata de viajar y conocer otros países por el prurito de mera curiosidad, sino como un periodo de aprendizaje, formación y maduración personal. Según su propia confesión, su decisión de irse a Italia alistado como soldado acompañando a su amigo el capitán Diego de Valdivia se justifica porque “sería bueno ver a Italia y Flandes y otras diversas tierras y países, pues las luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos”.{15} Una vez en Italia, dedicará un tiempo a recorrer y conocer las principales regiones y ciudades italianas, antes de marchar con su tercio, como el cautivo del Quijote, desde el ducado de Milán a Flandes, donde también viaja como una forma de conocimiento, visitando Amberes, Gante y Bruselas. Y luego de haber “cumplido con el deseo que le movió a ver lo que había visto”, opta por volverse a España y acabar sus estudios en Salamanca.{16}     

Hasta aquí hemos atendido a los motivos de orden general que inducían a los jóvenes españoles a alistarse como soldados de los tercios en Italia. Pero en el corpus literario cervantino se esgrime otro género de motivos, de carácter particular, determinante de sus decisiones, vinculados a las características y condiciones de Italia. La mejor documentación de esto se halla en El licenciado Vidriera. Aquí el capitán Diego de Valdivia intenta convencer a Tomás Rodaja para que se aliste en su compañía y se vaya con él a Italia y para ello alaba la buena vida de los soldados españoles allí y le enumera los principales atractivos del país transalpino que él sabía que podían cautivar a un español: la belleza de Nápoles, la comida buena y abundante, su riqueza y abundancia y la vida libre en la libre Italia. La exposición del capitán es toda una loa a las maravillas de esta nación, que sin duda recoge el punto de vista de Cervantes, quien tenía un conocimiento de primera mano de Italia, pues había pasado algunos de sus años mozos allí y una parte de ellos también como soldado, y sentía una verdadera veneración y fascinación por la que, en El gallardo español, llega a llamar “la bella Italia”. Vale la pena citar las palabras del propio Diego de Valdivia:

“Pintóle muy bien al vivo la belleza de la ciudad de Nápoles, las holguras de Palermo, la abundancia de Milán, los festines de Lombardía, las espléndidas comidas de las hosterías; dibujóle dulce y puntualmente […] la macarela, li polastri, e li macarroni. Puso las alabanzas en el cielo de la vida libre del soldado y de la libertad de Italia”.{17}         

Pero el cuadro pintado por Diego de Valdivia es sólo un preludio de la más extensa y detallada exposición que más adelante nos ofrece el propio narrador con ocasión del recorrido por toda Italia de Tomás Rodaja antes de pasar a Flandes desde el Milanesado. Esa exposición es todo un canto de alabanza de las excelencias de Italia, en la que, después de elogiar vivamente la bondad de los vinos italianos nada más entrar en una hostería de Génova, se ensalzan la belleza ya no sólo de Nápoles sino de las principales ciudades que Tomás Rodaja visita (Génova, Luca, Florencia, Roma, Nápoles, Palermo y Mesina en la ida y, en la vuelta, Ancona, Venecia, donde permanece un mes, Ferrara, Parma, Plasencia y Milán) y la riqueza o abundancia de Italia, destacando especialmente las de Sicilia, a la que califica, como ya vimos, granero de Italia, Venecia y Milán.{18} En las páginas que Cervantes consagra al cántico de las excelencias italianas se trasluce todo su amor a Italia, que está presente en gran parte de sus obras, y, por lo que respecta a sus ciudades, su devoción y predilección por Nápoles, que elogia como “la mejor de Europa, y aun de todo el mundo”.{19} 

Por todo lo dicho, también está meridianamente claro que, para Cervantes, la joya del Imperio español, eran sus dominios en Italia, al menos en el Viejo Mundo. A su interés, incluso pasión por Italia, seguramente no es ajeno el que en la mayor parte de sus obras está presente el país transalpino, el que en la mayoría de ellas hay algún personaje español que se pasa a Italia o ha estado allí en algún periodo de su vida y, lo que es más, varias de las piezas literarias cervantinas se ambientan en Italia y la trama argumental y sus personajes son italianos. Ya hemos visto la presencia de Italia en el Quijote, pero también lo está en sus otras novelas largas; lo está en La Galatea y en el Persiles, cuya sección final discurre por tierras italianas (desde el capítulo 19 del tercer libro y  a lo largo de todo el libro cuarto hasta el final de la novela), pues los protagonistas van en peregrinación a Roma, y además contiene historias secundarias con personajes que van a Italia como soldados, como el hermano de la aragonesa Ambrosia Agustina y su marido, o personajes italianos, como Alejandro Castrucho, un gentilhombre de Capua y uno de los más ricos del reino de Nápoles, tío de Isabela Castrucho.{20} 

El que algunos o algún personaje se pase a Italia o haya estado en alguna etapa de su vida en Italia como soldado es una situación típica de historias secundarias de muchas de las novelas cervantinas, ya sea en la largas (el capitán cautivo Pérez de Viedma, Vicente de la Roca y los ya mentados dos capitanes con destino en Nápoles en el Quijote; el hermano y el marido de Ambrosia Agustina en El Persiles), como en las cortas o ejemplares (así en La gitanilla, El licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El celoso extremeño, Las dos doncellas) aunque en alguna ocasión no lo hacen como soldados sino como peregrinos, como  Ricaredo, el inglés católico enamorado de Isabela en La española inglesa, quien peregrina a Roma, o como estudiantes, como los dos caballeros vascos que se establecen en Bolonia como tales en La señora Cornelia. En algunas de las comedias cervantinas hay otros motivos, ajenos a la milicia o a la peregrinación o a los estudios, por los que un personaje se marcha a Italia, como don Fernando, el protagonista de El gallardo español, que huye a Italia tras haber herido al hermano de su amada por no concederle su mano, o Aurelio, el personaje principal de El trato de Argel, que por un motivo similar, el desaire provocado porque el padre de su amada no le concede su hija en matrimonio, se embarca con su amada Silvia para Milán, aunque no logran llegar a su destino porque su barco es capturado por unos corsarios argelinos y llevados a Argel como cautivos.

Por último, en varias de sus obras, tanto comedias como novelas, Cervantes sitúa la acción misma de la trama en Italia, con personajes italianos. Así sucede en la novelita El curioso impertinente, interpolada en el Quijote, donde se relata una historia ambientada en la Florencia de inicios del siglo XVI, inspirada, por cierto, en relatos de Ariosto, también interpolados en su Orlando enamorado{21}; en la pieza de teatro El laberinto de amor, una comedia de enredo amoroso situada en Novara, una ciudad del ducado de Milán; y en dos novelas ejemplares, El amante liberal, cuya acción arranca en la ciudad siciliana de Trepana y también termina allí, aunque luego gran parte de la historia transcurre en la ciudad chipriota de Nicosia, recién conquistada por los turcos, donde se encuentran, cautivos de éstos, los personajes principales de la obra, que son sicilianos así como algunos de los secundarios; y La señora Cornelia, cuya trama argumental se desenvuelve en Bolonia con personajes italianos, si bien en ella participan personajes españoles, dos jóvenes caballeros vizcaínos, que, deseosos de conocer mundo y, habiendo estado en Flandes y visitado las más famosas ciudades de Italia, se instalan en Bolonia como estudiantes, donde las circunstancias o el azar les involucrará en una historia italiana.

Todo lo que hemos escrito en los últimos párrafos sobre las diferentes formas de la casi ubicuidad de Italia en la obra cervantina, especialmente como destino de los soldados españoles de los tercios, pero también como materia literaria, difícilmente se puede explicar si no es en relación con la proyección imperial de España en la Italia de los siglos XVI y XVII y de la experiencia biográfica de Cervantes, quien, en estrecha vinculación precisamente con esa proyección imperial de España sobre Italia, pasó allí, y al parecer muy dichosamente y de una forma que le marcaría para siempre, varios años de su juventud, que dejaron en él un poso de amor y fascinación por Italia que nunca le abandonarían, como bien se advierte en algunas de sus obras del final de su vida, como el Persiles, obra póstuma, cuya sección final, a la que ya nos referimos, es todo un homenaje a Italia, sobre todo a Milán y a Roma, o el Viaje del Parnaso, donde, apenas dos años antes de su muerte, Cervantes rememora sus andanzas de juventud por los reinos de Nápoles y Sicilia al describir su alegórico viaje al monte Parnaso, visible desde las costas griegas que también había recorrido en su juventud camino de Lepanto en 1571 o en su intervención, al año siguiente, contra los turcos en Corfú o en el bloqueo de Navarino (ciudad del Peloponeso).

——

{1} Teatro completo, vv.1340-1, pág. 881.

{2} Op. cit., vv. 1366-7, pág. 411.

{3} Op. cit., vv. 1048-9, pág. 403.

{4} Vv. 46-51.

{5} Vv. 21-15.

{6} Cf. Geofrey Parker, El rey imprudente. La biografía esencial de Felipe II, Editorial Planeta, 2015, pág. 404.

{7} Para más detalles sobre la presencia del reino de Nápoles y Sicilia en el Quijote, véase nuestro trabajo “Examen crítico de la idea de Gustavo Bueno del Quijote como sátira revulsiva de España”, El Catoblepas, n° 84, 2009.

{8} Novelas ejemplares II, pág. 50.

{9} Persiles, III, 19, pág. 607.

{10} Novelas ejemplares II, pág. 51; en parecidos términos se describe Milán en el Persiles, III, 19, págs. 608-9.

{11} Novelas ejemplares II, pág. 84.

{12} Op. cit., pág. 89.

{13} Op. cit., pág. 215.

{14} Op. cit., pág. 214.

{15} El licenciado Vidriera, en Novelas ejemplares II, pág. 46.

{16} Op. cit., pág. 51.

{17} Op. cit., pág. 45

{18} Cf. op. cit., págs. 47-51.

{19} Op. cit., pág. 50.

{20} Persiles, III, 19, pág. 606.

{21} Véase Orlando furioso, XLIII, 6-49, para el primer relato, y 64-144 del mismo canto para el segundo relato, en los que el tema central es el del marido impertinente e imprudente que decide poner a prueba la fidelidad y honestidad de su mujer y sale trasquilado. El protagonista de la segunda historia de Ariosto, como el de la novelita de Cervantes, también se llama Anselmo.

El Catoblepas
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