El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 199 · abril-junio 2022 · página 4
Filosofía del Quijote

España como Imperio (2): el Imperio español en Flandes y Alemania

José Antonio López Calle

La filosofía política del Quijote (VII). Las interpretaciones filosóficas del Quijote (70)

Quijote

El Imperio español en Flandes

De Italia saltamos a Flandes, denominación usada siempre por Cervantes, o los Países Bajos, la otra pieza importante del Imperio español en Europa, y, entre sí, muy relacionadas militarmente en la política imperial de España en Europa, porque, ante el peligro que suponía enviar tropas a Flandes por el Atlántico y el Canal de la Mancha por la oposición de Inglaterra y Francia, ésta eran enviadas allí, como ya vimos, desde el norte de Italia, desde el ducado de Milán, donde empezaba el camino español a Flandes; la carrera militar de un soldado de los tercios con destino a Flandes comenzaba en el ducado de Milán, desde donde lo enviaban caminando a pie por el camino español. Todo ello se halla perfectamente reflejado tanto en el Quijote, en la historia del cautivo, como en otros escritos de Cervantes. El cautivo Pérez de Viedma se alista en el ducado de Milán para irse a Flandes con el Duque de Alba como general de los tercios, aunque luego regresa a Italia para participar en la guerra contra los turcos en la batalla de Lepanto; y Tomás Rodaja, como ya vimos, va igualmente a Flandes vía Italia.

Aunque Cervantes nunca estuvo en Flandes, pero sí su hermano Rodrigo, que murió como alférez en 1600 en la batalla de las Dunas, y por tanto carecía de experiencia biográfica sobre esta provincia noreuropea del Imperio español, las referencias a ésta son frecuentes en la obra cervantina, aunque no tanto como a Italia y al norte de África, más vinculados biográficamente a Cervantes, y, sin duda, expresión de su interés por todo lo que concernía al devenir de la proyección imperial de la España de su tiempo. En el reinado de Felipe II Flandes se convirtió en un foco de conflictos y en un quebradero de cabeza durante muchos años para la corona española, de cuyos vaivenes habitualmente se hablaba en las tertulias de la época, como así se registra en la novela ejemplar Las dos doncellas, en la que en un mesón de Castilblanco, cerca de Sevilla, sentados en una mesa a cenar el caballero don Rafael, hermano de Teodosia, y un alguacil del pueblo conversan, entre otras cosas, sobre las guerras de Flandes.{1}

En el Quijote, en la historia del cautivo se rememora el momento original de la guerra de Flandes: la rebelión allí en 1566, cuya represión se encomendó al Duque de Alba, quien para tal fin subió a Flandes, al año siguiente, desde Italia con sus tropas, en las que ya militaba Pérez de Viedma. Estuvo presente en la ejecución en 1568 de los condes de Egmont y Horne, acusados de rebeldía a España, y permaneció allí durante tres años, por lo que debió de participar, aunque nada se dice de ello, en las primeras batallas de la que vendría a llamarse en España guerra de Flandes.

Nada se nos dice sobre la naturaleza de la rebelión, sobre sus causas o motivos en la gran novela. Pero sí en El trato de Argel, donde se presenta el conflicto de Flandes como un conflicto ante todo religioso, causado por la difusión en la región del luteranismo: la rebelión de Flandes es, para Cervantes, una rebelión luterana, aunque sería más preciso decir calvinista, pero Cervantes no entra en estos distingos.Como era muy común en su tiempo, tiende a llamar a los grupos o sectas religiosos protestantes luteranos, quizás porque, no obstante sus diferencias internas, su origen se remonta a Lutero; como veremos más adelante (cuando analicemos la visión del enfrentamiento entre España e Inglaterra en la obra cervantina), a los protestantes ingleses, luego autollamados anglicanos, también los denomina luteranos.

Es uno de los esclavos cautivos españoles en Argel el que identifica la ofensa “sin vergüenza” del “luterano Flandes” a la corona real de Felipe II como el verdadero origen y razón de ser de la guerra de Flandes, de la cual echa la culpa de que el rey no haya todavía enviado sus tropas contra el reino moro de Argel y liberado a los cautivos, lo que aún espera que haga{2}. La verdad es que, salvo en los años que van desde el inicio de su reinado hasta mediados de los setenta en que se ocupó más de la grave amenaza de turcos y berberiscos para el comercio mediterráneo y los países cristianos, Felipe II, en mayor grado aún que su padre el emperador Carlos V, centró la política imperial española más en Europa, particularmente en el esfuerzo militar y político en los Países Bajos, que en el norte de África, con lo que las esperanzas de los cautivos españoles en Argel, si es cierto que, según refleja Cervantes, estaban depositadas en una intervención militar del que el esclavo español citado llama “ínclito Filipo”, iban a quedar defraudadas, pues Felipe II, más preocupado por mantener la supremacía española en Europa y en defender el catolicismo contra la herejía protestante, no iba a enviar nunca tropas a esa zona.

El conflicto en Flandes se enquistó convirtiéndose en el problema político más grave para el Imperio español en Europa. En el tiempo de Cervantes los españoles eran conscientes de ello y lo expresa muy gráficamente, a la luz de la realidad histórica de entonces, en La gran sultana (cuya acción, conviene recordar, tiene lugar en 1606 o 1607)por boca de un bajá del sultán turco, quien, comparando los daños que le causaba Flandes a España con los que le causaba Persia a Turquía, llega a afirmar que Flandes era para España lo mismo que Persia para Turquía: “Que a nosotros la Persia así nos daña, que es lo mismo que Flandes para España”.{3}Ciertamente desde los primeros años del siglo XVII Persia, en ese momento regida por el rey o shah Abbás I el Grande, le estaba causando un gran daño en Oriente Próximo a Turquía, aunque el daño inferido era bastante diferente y mayor del que le causaba Flandes a España, pues se trataba de una guerra entre dos poderosos Imperios, lanzada por los persas, en la que el Imperio persa estaba avanzando victoriosamente a costa del Imperio turco en Oriente Próximo, donde le estaba arrebatando extensos territorios, mientras que, en el otro caso, se trataba de la rebelión de una provincia del Imperio. Pero la intención de Cervantes a través del bajá turco es sólo resaltar el perjuicio que tanto para los turcos como los españoles representaban Persia y Flandes respectivamente, independientemente de las diferencias del origen político del perjuicio.

En la actualidad suele parangonarse lo que significó la guerra de Flandes para España con lo que fue la guerra de Vietnam para los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX; esta analogía puede ser muy atractiva para un lector actual y no carece de cierto fundamento, pero tiene un tanto de desacierto, no sólo porque la guerra de Flandes fue mucho más duradera que la de Vietnam, que a Estados Unidos le costó quince años, mientras a España le duró algo más de ochenta años, sino porque además Vietnam no era un provincia de los Estados Unidos como lo era Flandes de España.

Tan duradera contienda tuvo sus vaivenes, alternando a lo largo de su desarrollo periodos de guerra y de tregua, lo que también se halla cabalmente registrado en la obra de Cervantes. Cuando el protagonista de El licenciado Vidriera, Tomás Rodaja, va por vez primera, en una fecha indeterminada, a Flandes como viajero curioso, acompañando a un tercio que marchaba a allí, el país no se había alzado en armas todavía, pero no faltaba mucho tiempo para tomarlas: “Vio que todo el país se disponía a tomar las armas para salir en campaña el verano siguiente”{4}, lo que es quizás una tácita referencia a los meses de relativa paz lograda en 1567 por Margarita de Parma, gobernadora de los Países Bajos, previa al inicio de la represión de la rebelión calvinista en el verano de ese año con la llegada del duque de Alba a Bruselas a finales de agosto. Si esto es así, Tomás Rodaja habría llegado a Flandes en la misma época que el capitán Ruy Pérez de Viedma.

Un hecho mentado por el narrador ayuda a fijar esa fecha: se nos cuenta que, al regresar Tomás Rodaja por Francia, no pudo ver París, como al parecer era su intención, “por estar puesta en armas”.{5} Esto quiere decir que, cuando el protagonista de El licenciado Vidriera estuvo en Flandes o al final de su estancia, París estaba en guerra, pero el problema es que esto sucedió varias veces a lo largo de las guerras civiles de religión entre calvinistas o hugonotes y católicos que asolaron Francia en la segunda mitad del siglo XVI, lo que dificulta la datación. Tenemos sólo dos pistas para proceder a ella: la estancia de Tomás Rodaja coincide con un momento en que París se convierte en escenario de las guerras de religión y tiene que ocurrir que el verano siguiente a esa estancia los rebeldes calvinistas vayan a la guerra. Y decir “verano” equivale aquí a decir primavera, pues en el tiempo de Cervantes la primera palabra significaba lo mismo que primavera, como bien se puede comprobar consultando esas voces en el Tesoro de la lengua castellana o española, de Covarrubias. Por tanto, el personaje cervantino estuvo en Flandes en un momento en que París estaba en guerra y al que siguió una primavera en que los rebeldes holandeses tomaron las armas contra las tropas españolas.

La fecha antes sugerida, la de 1567, parece cumplir uno de los dos requisitos: en la primavera siguiente, esto es, la de 1568, los rebeldes se alzaron en armas y libraron dos batallas contra las fuerzas españolas en esa estación, la de Dalen (25 de abril de 1567) y la de Heiligerlee (23 de mayo de 1568), la primera saldada con victoria para los españoles y la segunda para los holandeses. Pero no está claro que se ajuste al otro: ciertamente se libró en 1567, durante la segunda guerra de religión (1567-8), una batalla cerca de París, la de Saint-Denis (10 de noviembre), en la que contendieron entre sí las fuerzas católicas y las de los hugonotes, pero el problema es que Saint-Denis está a casi diez kilómetros de la capital francesa, por lo que no se puede decir propiamente que ésta se viese afectaba por la guerra, como sugiere la frase cervantina; y es el narrador el que lo dice de una forma que no ofrece dudas, no el viajero Tomás Rodaja, en cuyo caso podríamos ser más indulgentes, pues se podría alegar que el viajero, al cruzar Francia, habría oído vagas noticias que podrían inducir a creer a las gentes atemorizadas que la guerra en las cercanías de París era una guerra en la que la mismísima capital se hallaba involucrada.

Quizás podría haber sido 1572 el año del viaje a y por Flandes de Tomás Rodaja, pero esta fecha tampoco se ajusta perfectamente a las dos pistas que nos ofrece Cervantes: al revés que en el caso anterior, ahora París sí está en guerra, pues en esa fecha París no sólo es escenario bélico, sino que allí comienza la cuarta guerra de religión (1572-3) con la matanza de san Bartolomé, pero en el verano o primavera siguiente Flandes, aunque está en guerra, la campaña, nos referimos al sitio de Middelburg (1572-49, la habían iniciado las fuerzas rebeldes holandesas en la primavera de 1572. También podría haber sido algún año del periodo 1589-1594, durante el que el ejército real y calvinista, en el contexto de la octava y última guerra de religión francesa, sitió París, bastión de la Liga católica, y en la primavera de algunos de los años que van de 1590 a 1594 el Flandes calvinista se había lanzado en campaña de guerra contra las tropas españolas: así en los asedios de las ciudades de Zutphen, Deventer (1591), Steenvijk (1592), Geertruidenberg (1593) y Groningen (1594).

Cuando, años después, en una fecha totalmente indeterminada, pues no nos da ahora ninguna pista de ella, Tomás Rodaja vuelve por segunda vez a los Países Bajos, esta vez no como viajero sino como soldado, el país está en guerra y allí combate, en compañía de su buen amigo el capitán Valdivia, y muere heroicamente “dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado”{6}.

Los caballeros vizcaínos don Antonio de Isunza y don Juan de Gamboa, personajes principales de La señora Cornelia, también se van a los Países Bajos, luego de abandonar sus estudios en Salamanca, pero “llegaron a Flandes a tiempo que estaban las cosas en paz o en conciertos y tratos de tenerla presto”{7}; así que visto que no había mucho que hacer en Flandes y ellos, al parecer, lo que más deseaban era entrar en combate, y también, por contentar a sus padres que anhelaban su vuelta, resolvieron dejar el país y visitar Italia antes de volverse a España. Pero si con dos pistas, poco precisas, acabamos de comprobar lo difícil que es establecer una fecha, con una sola pista que nos da el narrador lo es aún más; así que esta vez renunciamos a especular, pues es inútil elucubrar a qué periodo, siempre breve, de paz en la larga guerra de Flandes o de tratos para conseguirla se refiere el narrador cuando hay varias fechas posibles, que nos limitamos a enumerar omitiendo toda discusión sobre cuál o cuáles son más probables o verosímiles: la de 1574, en que tuvieron lugar las conversaciones de Breda con los rebeldes, siendo gobernador Luis de Requesens; la del otoño de 1576, en que se firmó la Pacificación de Gante, siendo gobernador don Juan de Austria; 1577, en que se produjeron las negociaciones de paz, entabladas también por don Juan de Austria con los rebeldes, en el invierno de ese año, que culminaron en la firma del Edicto Perpetuo; e incluso 1579, en que tuvieron lugar las negociaciones de Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos, que desembocaron en la Unión de Arras, una unión de varios de los Países Bajos del sur, pero en la que no quisieron entrar los Países Bajos del norte para acabar formando la Unión de Utrecht, lo que vino a ser la secesión de facto de la corona española.

Cervantes también indaga en los motivos que inducían a los jóvenes españoles a enrolarse como soldados en Flandes. Y se ocupa de ello al referirse a los motivos de los dos caballeros vascos antes citados. Son prácticamente los mismos que movían a los que se iban a Italia. Nos dice el narrador que los mentados caballeros decidieron dejar sus estudios por irse a Flandes “llevados de su hervor de la sangre moza y del deseo, como decirse suele, de ver mundo, y por parecerles que el ejercicio de las armas, aunque arma y dice bien a todos, principalmente asienta y dice mejor en los bien nacidos y de ilustre sangre”{8} . En los dos jóvenes caballeros vascos se unen los dos motivos, el deseo de ver mundo y el de dar lustre a su linaje dedicándose a una profesión que encaja mejor con los de noble estirpe. Quizá tales fueran los motivos de otros personajes cervantinos que fueron soldados en Flandes, como el alférez Campuzano, protagonista de la novela El casamiento engañoso y fingido autor de El coloquio de los perros, el capitán Pedro de Herrera, compañero de armas y amigo de Campuzano, y otro capitán innombrado, al que el capitán Herrera le lleva una carta a Flandes a petición de su enamorada dama, aunque ignoramos la verdadera naturaleza de sus motivos{9}.

No obstante, había mozos que se marchaban a Flandes por otras razones, a veces bastante innobles; tal es el caso, en el Quijote, del mozo que burló a la hija de doña Rodríguez, para quien Flandes es un refugio a donde huir, no tanto por no casarse con la chica burlada como por no tener por suegra a su madre (II, 54). Y otros utilizaban Flandes como un engaño para ocultar a sus padres sus verdaderos propósitos. Cervantes, bien estuviera reflejando una situación real de la época, bien creando una puramente novelesca, nos presenta dos casos de este tipo. El primero de ellos en La gitanilla, donde el personaje principal, el caballero don Juan de Cárcamo, hace creer a su padre que se ha pasado a Flandes para justificar su ausencia prolongada de casa yéndose a vivir durante un tiempo con unos gitanos para poder estar con su amada Preciosa, la Gitanilla{10}; el segundo en La ilustre fregona, donde los mozos caballeros don Diego de Carriazo y don Juan Avendaño, burgaleses, engañan a sus padres haciéndoles creer que se van a Flandes como soldados alegando que las armas son más propias de caballeros que las letras para encubrir su verdadera intención que es la de andar por algunas partes de España, como Sevilla, aunque, prendado Avendaño de la belleza de la ilustre fregona, Costanza, se quedan en una posada de Toledo, donde ella vive{11}.

El Imperio español en Alemania

Las referencias a Alemania o a asuntos concernientes a este país son mucho menos frecuentes en la obra de Cervantes que a Italia y a Flandes, aunque ambos países habían estado estrechamente vinculados y habían compartido sus destinos desde el ascenso al trono imperial de Carlos V, durante todo su reinado hasta su renuncia a la corona imperial en 1556. Precisamente varias de las escasas alusiones en el Quijote a Alemania tienen lugar de forma indirecta a través de la mención de la figura del emperador, que era a la vez rey de España. Es curioso que Cervantes siempre se refiera al nieto de los Reyes Católicos o bien como Carlos V a secas, esto es, como emperador, o sea como emperador de Alemania o del Sacro Romano Imperio Germánico, o bien más explícitamente como el emperador Carlos V, y nunca como rey de España, es decir, siempre lo designa por su título supuestamente más elevado o de mayor dignidad, al menos sobre el papel.

En cuanto a lo primero, el capitán cautivo, Pérez de Viedma, al ensalzarlo por la toma en 1535 de la Goleta, en el puerto de Túnez, donde, por cierto, participaron también tropas alemanas, se dirige a él meramente como Carlos V (I, 39, 405), por tanto, como emperador de Alemania y precisamente esa victoria fue un ejemplo de la colaboración militar entre alemanes y españoles durante el mandato imperial de Carlos V.

En cuanto a lo segundo, don Quijote alude a él elogiosamente como “grande emperador Carlos V” (II, 8, 604) en su discurso sobre la fama, en el curso del cual cuenta una anécdota sobre él, aunque irrelevante desde el punto de vista político, en la que utiliza tres veces más el título de emperador en referencia a Carlos V. Sin embargo, en el Persiles hay un interesante pasaje en que menciona a Carlos V a la vez como titular de la corona real española y la corona imperial alemana: “Carlos V, rey de España y emperador romano”{12}.

La mera mención de Carlos V en su calidad de emperador, quien al mismo tiempo era rey de España y de todos sus dominios, nos remite tácitamente a la relación política entre España y Alemania, en la medida en que en su figura se producía la unión personal del reino de España y del Imperio alemán, es decir, la persona del emperador era el único lazo de unión entre España y Alemania, cada una de ellas por sí misma una entidad política soberana. Se trata, pues, de una relación muy distinta de la que España mantenía con Flandes, que formaba parte de la Monarquía Española, o con Italia, donde una parte sustancial de ella, como ya vimos, era también parte integrante de la corona española. Sin embargo, esa unión meramente personal de España y Alemania encarnada en la figura del emperador Carlos V no fue óbice para el surgimiento de vínculos reales políticos entre ambos países. Esa unión personal tuvo como efecto el compartir su política exterior, especialmente la dirigida contra Francia y los turcos y los satélites de éstos, y la colaboración militar entre españoles y alemanes. En virtud de esa política común compartida y de la consiguiente colaboración militar, los soldados alemanes y españoles lucharían juntos como partes del ejército imperial en las guerras del emperador contra los franceses y los turcos o los berberiscos. Ya nos hemos referido a la invasión de Túnez que tuvo como resultado la toma de la Goleta en 1535, en la que participaron españoles y alemanes; en otro lugar, en La Numancia, Cervantes alude al saco de Roma de 1527, un episodio que se integra en la guerra del emperador contra Francia y el Papado, en ese momento aliado de Francia, en el que también intervinieron lansquenetes alemanes y soldados españoles, y al que se refiere en tono aprobatorio.

Pero la colaboración militar entre alemanes y españoles, en virtud de la unión de Alemania y España en la persona del emperador y rey, también condujo a la intervención de las tropas españolas en los asuntos de Alemania cuando la reforma luterana y el consiguiente conflicto entre luteranos y católicos dio lugar a una serie de guerras, en las que de nuevo españoles y alemanes lucharon juntos, en el bando imperial católico, contra los protestantes alemanes; y a esas guerras puso fin la paz de Augsburgo (1555), firmada entre los imperiales y los protestantes, en virtud de la cual se reconocía la libertad de conciencia a los príncipes alemanes, que podían elegir la confesión católica o la luterana, pero no a sus súbditos, que estaban obligados a seguir la religión de su príncipe (Cuius regio, eius religio), aunque a los que profesaban una religión distinta de la de su príncipe se les daba la alternativa de emigrar. Precisamente en el Quijote disponemos de un valioso pasaje, incomprensible sin el trasfondo político precedente, en el que Cervantes, por boca de un personaje, describe el estado interior de la Alemania de los albores del siglo XVII en el terreno religioso, dividida en principados o dominios protestantes y católicos, producto todo ello del tratado de paz de Augsburgo y de la consiguiente libertad de conciencia reconocida a los príncipes alemanes. He aquí la parte principal del pasaje:

“Salí, como digo, de nuestro pueblo, entré en Francia, y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania, y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia. Dejé tomada casa en un pueblo junto a Augusta [Augsburgo], juntéme con estos peregrinos, que tienen por costumbre de venir a España muchos de ellos cada año a visitar los santuarios de ella”. II, 54, 964

Quien así habla es el morisco Ricote, que nos cuenta su salida obligada de España a raíz del decreto de expulsión de los moriscos y su final instalación en una Alemania escindida en territorios protestantes y católicos, como consecuencia de la paz de Augsburgo. La historia que cuenta, salvo algunos detalles, es completamente inverosímil. Dejemos de lado la alusión a Francia, de la que lo único cierto es que muchos miles de moriscos salieron de España efectivamente por el país vecino, pero no es verdad que fueran bien acogidos allí, pues la inmensa mayoría de los moriscos llegados a Francia se vieron obligados a embarcarse en los puertos del sur del país rumbo al norte de África, inducidos a ello por las autoridades francesas y por la exigencia de una declaración de fidelidad al catolicismo; sólo unos centenares de moriscos, que se sometieron a tal declaración, se quedaron en Francia. Más inverosímil es aún la historia relativa a la instalación de moriscos en Alemania, tal como el caso de Ricote, pues, como acabamos de indicar, la inmensa mayoría se embarcó en dirección a Berbería.

Pero hagamos abstracción del carácter inverosímil, desde el punto de vista histórico, de la historia de Ricote, tras su salida de España y centrémonos en la imagen que nos ofrece Cervantes de la libertad de conciencia en Alemania. Su actitud ante ella, fiel reflejo de la de su época en España, es completamente negativa, como bien sugieren las expresiones “sus habitadores no miran en muchas delicadezas” y “cada uno vive como quiere”, contra la creencia ortodoxa de que se ha de vivir no como cada uno quiere, sino como cada uno debe, lo cual a su vez se consideraba definido por la norma de la religión católica, depósito de la fe verdadera. Citaremos dos textos representativos del pensamiento de la época al respecto, uno de mediados del siglo XVI, extraído del libro del dominico Felipe de Meneses Luz del alma (1554), que ya citamos en otro lugar, pero que vale la pena volver a rescatar, y otro de fines del siglo XVI de un coetáneo de Cervantes, el jesuita Ribadeneira, perteneciente a su libro Tratado de la religión y virtudes (1595), que nos iluminan acerca de lo que realmente Cervantes quería decir al referirse a la libertad de conciencia alemana. La generalidad de los autores de los países católicos pensaba que la libertad de conciencia era dañina para la religión y para la paz del Estado y tal es el pensamiento de Meneses y de Ribadeneira. El primero de ellos, un año antes de la firma del tratado de paz de Augsburgo, considera que la libertad de conciencia es un estado de libertinaje moral y religioso y una de las principales causas, si no la más importante, de la propagación de la herejía luterana y de su triunfo, lo que le hace temer que España seguiría los mismos pasos que Alemania si en ella prendiese la libertad de conciencia:

“El mismo cebo con que este nuevo Mahoma que es Lutero, pescó en Alemania hallo en España. El primero con que les ganó y que el echó fue la libertad y exención de muchas leyes de Dios, y de todas las de la Iglesia, porque éste es su apellido: Libertad, libertad. Esta por la bondad de Dios no la hay en España; pero inclinación a la libertad hallo en ella más que en Alemania, y que en nación ninguna, un apetito de no subjectos, de vivir libres. Que como la nación española sea de valor más que otras, y los bienes de este mundo ordinariamente no sean puros sino mezclados de mucha escoria, este valor trae consigo soberbia y levantamiento, y la soberbia, amor y apetito de libertad y esención. Pues si habiendo este aparejo en España sonase el atambor de la libertad luterana, temo que haría tanta gente como en Alemania hizo”{13}.

Ribadeneira, por su lado, arremete igualmente contra la libertad de conciencia, a la que tiene por algo tóxico para la unidad de la religión y para la paz pública de los Estados. En el título mismo del capítulo 26 de la primera parte nos avisa de su propósito de tratar de mostrar “cuán perjudicial sea la libertad de conciencia” y, al final de este capítulo, concluye declarando:

“La libertad de conciencia es la destruición de toda la Religión y piedad, y contraria […] a la paz de la República, y conservación de los Estados, y a la certidumbre de la Fe y de la Iglesia: y que no puede haber cosa más pestilencial que dejar el Príncipe que cada uno crea lo que quisiere; y no cuidar de la Religión y creencia de sus súbditos […]: lo cual es tan gran verdad, que hasta Teodoro Beza, con haber sido una furia infernal, y digno discípulo de su maestro Calvino, convencido de ella, escribió en una Epístola: ‘Que permitir la libertad de conciencia, y dejar que cada uno se pierde a su voluntad, es una doctrina endiablada’”{14}.

Del mismo modo hay que entender la idea de Cervantes de la libertad de conciencia y, en consecuencia, nos parece un despropósito cualquier intento de atribuirle una visión positiva de esta{15}. Es absurdo atribuir semejante doctrina a quien siempre y de forma contundente se nos presenta como firme partidario del mantenimiento de la unidad religiosa de España erigida sobre la base del cristianismo católico. Aprobó como justa la expulsión de los moriscos, entre otras razones por la amenaza que suponía para la unidad religiosa de España y, por tanto, nunca se le habría ocurrido aplicar a España la solución pactada para Alemania por los imperiales y los protestantes de la libertad de conciencia, que habría supuesto en la práctica permitir a los moriscos el libre ejercicio del islam. Muy lejos de esto, precisamente contra la amenaza islamista de los moriscos por boca del jadraque Jarife en un pasaje del Persiles, cuya acción se desenvuelve medio siglo antes del decreto de expulsión de los moriscos, se anuncia el tiempo en que España, a la que se pinta como el único bastión de la verdadera fe cristiana, esto es, la representada por el cristianismo católico: “Ella sola es el rincón del mundo donde está recogida y venerada la verdadera verdad de Cristo”{16}, se afirme en la unidad de la religión en todas las partes de su territorio: “Se verá España de todas partes entera y maciza en la religión cristiana”{17}.

Para terminar este punto, añadamos, como una razón más de la desaprobación de Cervantes de la libertad de conciencia, el que se refiere a los protestantes (en referencia a los calvinistas de Flandes), también en el Persiles, por boca de un estudiante de Salamanca, como “enemigos de la santa fe católica”{18} y que se ensalza al emperador Carlos V como “terror de los enemigos de la Iglesia”{19}, en clara referencia a los protestantes alemanes, con quienes había pactado la libertad de conciencia en la paz de Augsburgo, no porque aprobase como algo positivo la libertad de conciencia, sino porque se había visto forzado a ello al no poder derrotarlos, tras la alianza de Francia con aquéllos y la traición de Mauricio de Sajonia.

En cuanto a la participación española en las guerras del emperador en Alemania, en el Quijote no hay alusión alguna. Pero sí de nuevo en el Persiles, donde se alude al enrolamiento de un personaje en las filas del ejército imperial y a su participación con éste en las guerras del emperador en Alemania:

“Llevado, pues, de mi inclinación natural [a las armas], dejé mi patria y fuime a la guerra que entonces la majestad del César Carlos Quinto hacía en Alemania contra algunos potentados de ella. Fueme Marte favorable, alcancé nombre de buen soldado, honróme el emperador, tuve buenos amigos y, sobre todo, aprendí a ser liberal y bien criado, que estas virtudes se aprenden en la escuela del Marte cristiano”{20}.

Quien así habla es Antonio, hijo de padres hidalgos (apodado “el bárbaro” o “el bárbaro español” por el narrador, no porque lo sea, sino por haber vivido en una isla de bárbaros y vestido como ellos). Antonio volverá a su lugar natal y, tras una refriega con un caballero al que deja malherido, se reincorporará de nuevo a las filas imperiales para combatir en Alemania al servicio del emperador, aunque no por mucho tiempo porque hasta allí le persigue el caballero que había dejado malherido, acompañado de muchos otros, con afán de vengarse matándolo del modo que pudiese{21}.

Pero ¿qué guerra es ésa en la que combatió? A primera vista parecería que se trata de la guerra de religión contra los protestantes, la guerra de Esmalcalda o contra la liga de Esmalcalda (1546-1552), llamada en cierta historiografía alemana “la guerra española”{22}, lo cual, dicho sea de paso, es una auténtica falsificación histórica{23}, pues Carlos V combatía como emperador alemán y no como rey de España y el ejército imperial combatía como ejército de Alemania, sin perjuicio de que en sus filas hubiera soldados de otras nacionalidades, como los españoles, pero éstos eran mucho menos numerosos en el ejército imperial que los alemanes (por ejemplo, en la batalla de Mühlberg había 16.000 alemanes por algo menos de 8.000 españoles). Tal es la interpretación prevaleciente entre la mayoría de los estudiosos del Persiles que se han ocupado de este asunto, según la cual el personaje de Cervantes habría luchado en la primera fase de la guerra sostenida por el emperador contra la liga de Esmalcalda, que se saldó con la victoria de los imperiales en la batalla de Mühlberg en 1547, en gran parte debida a las tropas españolas, de las que el personaje cervantino debió de forma parte, y en la cual se decidió la primera fase de la guerra. Sin embargo, esta tesis ha sido cuestionada y hay quienes piensan (como Carlos Romero Muñoz, encargado de la edición de Cátedra del Persiles) que 1547 es una fecha demasiado tardía, incongruente con los hechos narrados por Antonio, por lo que hay que suponer que, en realidad, la contienda a la que alude Antonio es la que mantuvo el emperador en el verano de 1543 contra el duque de Kleve (Cleves o de Cléveris), cuyos dominios, situados en la llamada Germania Inferior o Baja Alemania{24} (en los actuales Estado alemán de Renania-Westfalia y los Países Bajos) constituían un Estado en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico.

Pero esta alegación no es muy convincente. En cuanto a la cronología, hay que decir que la fecha de 1547 encaja perfectamente con el principal dato cronológico citado por Antonio en el relato de la historia de su vida{25}, a saber, que, en el presente narrativo, mucho después de haber participado en la guerra del emperador en Alemania, tiene un hijo, del que dice que es un niño{26}, lo cual encaja con la fecha de 1547. Dado que el presente narrativo en el primer libro del Persiles se sitúa en 1557 o 1558, en este momento su hijo tiene diez u once años. Por otro lado, hay que recordar que Cervantes es poco escrupuloso con la cronología y que se permite muchas licencias con la cronología de los hechos, incluso de los hechos históricamente establecidos, lo que le lleva a cometer auténticos anacronismos. Así, por ejemplo, dos estudiantes de Salamanca, en el presente narrativo de finales de los 50, fingen haber sido dos valientes soldados que han ido a Flandes a combatir contra los enemigos de la santa fe católica{27}, la cual comenzaría a finales de la década siguiente (aunque la rebelión calvinista contra la política religiosa de Felipe II tuvo lugar en 1566, la guerra propiamente dicha no estalló sino en la primavera de 1568).

Pero nuestra principal objeción va dirigida contra la alternativa ofrecida, que, a nuestro juicio, no encaja bien con un dato importante que nos suministra Antonio en su concisa descripción de la guerra en Alemania en que combatió. Según esta nueva interpretación, la guerra en Alemania iba dirigida contra el duque de Kleve, pero Antonio nos dice que la guerra se hizo contra algunos o varios potentados de Alemania, no contra uno solo y este dato cuadra mejor con la guerra de Esmalcalda, que fue promovida por varios príncipes alemanes aliados entre sí formando la liga de Esmalcalda. Por todo ello, nos inclinamos a sostener la interpretación tradicional que relaciona al personaje de Cervantes con la guerra de religión entablada por el emperador Carlos V contra los príncipes protestantes de la liga de Esmalcalda, aunque admitimos que también pesa sobre ella cierto grado de incerteza.

Sea de ello lo que sea, lo que sí está claro, haya participado o no Antonio en la guerra de religión contra los protestantes alemanes, es que al emperador se le enaltece, como ya hemos visto más arriba, por haber combatido contra el protestantismo en Alemania, al retratarlo, tras su muerte, como “terror de los enemigos de la Iglesia”. Y cuando dice esto no se está incluyendo entre ellos a los turcos, a quienes en el mismo pasaje alude luego separadamente al pintar al emperador como “asombro de los secuaces de Mahoma”.

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{1} Novelas ejemplares II, pág. 203.

{2} Véanse vv. 1527-1531, en Cervantes, Teatro completo, pág. 887.

{3} La gran sultana, en Cervantes, Teatro completo, vv. 1080-1, pág. 404.

{4} Novelas ejemplares II, pág. 51.

{5} Ibid.

{6} Op. cit., pág. 74.

{7} Op. cit., pág. 241.

{8} Ibid.

{9} Cf. Novelas ejemplares, II págs. 281-3.

{10} Novelas ejemplares I, pág. 87.

{11} Op. cit., págs. 146 y 148.

{12} Persiles, II, 21, págs. 422-3.

{13} Luz del alma cristiana, I, c. 6, pág. 363. Las palabras en cursiva son nuestras.

{14} Tratado de la religión y virtudes, I, 26, pág.178.

{15} Véase nuestra refutación de la tentativa de Castro y Márquez Villanueva de presentar a Cervantes como un defensor de la libertad de conciencia tomando como base el pasaje arriba citado de la segunda parte del Quijote sobre la situación de aquélla en Alemania en “El Quijote y el islam (I)”, El Catoblepas, nº 117, 2011.

{16} Persiles, III, 11, págs. 547-548.

{17} Op. cit., pág. 547.

{18} Persiles, III, 10, pág. 534.

{19} Persiles, II, 21, pág. 423.

{20} Persiles, I, 5, pág. 161-2.

{21} Op. cit., pág. 166.

{22} Véase Arnoldsson, Los orígenes de la Leyenda negra española, pág. 159.

{23} Sobre esta falsificación, véase María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda negra, Ediciones Siruela, 2016, págs. 186-188.

{24} Persiles, I, 5, pág. 162, n. 12.

{25} Persiles, I, págs. 161-182.

{26} Op. cit., I, 6, pág. 176.

{27} Persiles, III, 10, pág. 534, pasaje ya citado más atrás por otro motivo.

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