El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 202 · enero-marzo 2023 · página 4
Filosofía del Quijote

España como Imperio (5): el Imperio español frente a Francia

José Antonio López Calle

La filosofía política del Quijote (X). Las interpretaciones filosóficas del Quijote (73)

Quijote

En el Quijote Francia está presente como escenario literario y como escenario real o histórico. Por lo que respecta a lo primero, Francia es, ante todo, en la gran novela el país de la literatura caballeresca del ciclo carolingio, en la que la ficción se mezcla con elementos históricos:en la primera parte es el país de los Doce Pares de Francia (I, 10, 58; I, 49, 507-8), los escogidos y más valerosos caballeros del ejército del emperador Carlomagno. En la segunda parte, Francia aparece sobre todo como el escenario literario de algunas de las leyendas del ciclo carolingio, según su reelaboración en el romancero castellano: es adonde se dirige Montesinos con el corazón de su amigo Durandarte, muerto en Roncesvalles (II, 23, 724)); la patria deseada por la que, cuando mira el camino de Francia, suspira Melisendra, hija putativa de Carlomagno, como cautiva del rey moro Marsilio de Zaragoza y adonde, después de liberarla, la lleva a caballo su esposo don Gaiferos por la vía de París (II, 26, 753-4); o también aparece como escenario de historias de los libros españoles de caballerías, como la de la linda Magalona, que llega a ser reina de Francia por su matrimonio con Pierres, caballero andante francés, sobrino del rey de Francia, en la Historia de la linda Magalona, hija del rey de Nápoles, y de Pierres, hijo del conde de Provenza (1526)(I, 49; II, 41, 859).

Pero también encontramos algunas referencias a la Francia coetánea del tiempo del Quijote. Dos de ellas conciernen al tráfico o tránsito de personas entre Francia y España por muy diferentes motivos en ambas direcciones. Una de ellas es un reflejo de algo típico entre países vecinos, a saber, el que uno de ellos, en este caso Francia, se nos presenta como refugio de los prófugos de España para rehuir la acción de la justicia, así en la historia de Claudia Jerónima, que inicialmente planea fugarse a Francia con la ayuda de Roque Guinard tras haber matado por celos infundados a su prometido (II, 60, 1009-1010), pero luego cambia de intención y decide recluirse en un monasterio. En la otra sucede al revés: son franceses los que se pasan a España, en este caso para formar parte de la banda de bandidos o forajidos de Roque Guinard, de los que el narrador nos dice, entrando en el detalle de su procedencia, que “los más eran gascones, gente rústica y desbaratada” (II, 60, 1012). Se trata de un valioso dato que encaja cabalmente con la realidad histórica, pues muchos bandoleros procedían efectivamente de Gascuña y, por cierto, a menudo eran hugonotes o afines a ellos, lo que no es de extrañar, pues el calvinismo se había propagado por el suroeste de Francia, donde se encuentra Gascuña.

Más valiosas, sin duda, son las tres que vamos a comentar por la muy relevante información que nos transmiten sobre la Francia del tiempo de Cervantes. La primera de ellas concierne a su situación interior en el terreno religioso y a la vez a su conflictiva relación con España. Se trata del pasaje en que el morisco Ricote habla de Francia como lugar de acogida hospitalaria de los moriscos, de lo que él mismo puede dar testimonio, pues vivió allí temporalmente y si finalmente la abandonó, para finalmente instalarse en Alemania, no fue porque no le dieran buen recibimiento, pues, según sus propias palabras, le dieron “buen acogimiento”, sino porque quería conocer más mundo (II, 54, 964). El buen acogimiento que tuvo Ricote en Francia no se entiende sino a la luz de la política religiosa allí reinante entonces de tolerancia entre católicos y calvinistas o hugonotes, proclamada por Enrique IV, que había sido el jefe de los calvinistas antes de convertirse al catolicismo para poder ser rey de Francia, mediante el Edicto de Nantes (1598), que puso fin a las numerosas guerras de religión que ensangrentaron el suelo francés durante toda la segunda mitad del siglo XVI con el reconocimiento de la libertad de conciencia y de culto a los hugonotes en más de un centenar de localidades, constituidas como plazas fuertes o de seguridad, donde el calvinismo era dominante, especialmente en ciudades del sur y el suroeste del país vecino, aunque hubo focos hugonotes en toda Francia. Esto podía hacer acariciar la esperanza a los moriscos españoles que eligieron el camino de Francia la posibilidad de disfrutar de esa misma libertad de conciencia, bien es cierto que los que decían ser sinceros cristianos católicos no la necesitaban, sino sólo unas condiciones favorables para acomodarse. Pero los que no lo eran bien podían pensar que, al igual que los calvinistas, también ellos podrían vivir allí con esa libertad de conciencia que el propio Ricote había visto disfrutar a los luteranos en Alemania.

Además, la hostilidad de la Francia de aquel entonces, especialmente en el reinado de Enrique IV (1589-1610), reforzada por la de los calvinistas, favorecía la acogida de los moriscos. De hecho, años antes del comienzo de la diáspora morisca en 1609, moriscos aragoneses habían buscado una entente, aunque sin éxito, con el rey francés para iniciar una sublevación con su respaldo; y cuando llegaron el decreto y las medidas de expulsión de los moriscos en esa fecha, Enrique IV se convirtió en su valedor al criticarlos duramente y al mostrarse en un principio (en febrero de 1610) dispuesto a permitir la residencia a los que hicieran profesión de fe católica. Pero pocos meses después, el 25 de abril, modificó su postura, endureciéndola, ante las proporciones de un éxodo masivo de muchos miles de moriscos y la recelosa disposición de las poblaciones hacia gentes extrañas, de distinta religión y la mayoría en un estado lamentable (pobres y enfermos), ya que ordenó a las ciudades del sur de Francia que los dirigieran hacia los puertos de mar más próximos para embarcarlos con destino a Berbería.

A la vista de este cambio de actitud, la muerte por asesinato de Enrique IV, apenas unas semanas más tarde (el 14 de mayo de 1610), no pudo ser ya un gran contratiempo. Es cierto que fueron al principio bien recibidos y se les autorizó a quedarse, pero ya la exigencia de hacer una declaración de fe católica indujo a la mayoría a preferir marcharse al norte de África, pues les repugnaba tener que hacer esa declaración, lo que invita a pensar que gran parte de los moriscos, como se pensaba en España, no eran verdaderos cristianos, sino criptomusulmanes, e incluso algunos optaron por regresar a España; y tras la segunda medida, mucho más dura y expeditiva, ya no les fue posible permanecer en Francia. De hecho, de los muchos miles de moriscos que salieron de España para entrar en Francia, unos 62.000, la mayoría, unos 44.000, procedentes de las regiones de Extremadura y ambas Castillas, y los demás, unos 22.000, de Aragón, sólo unos centenares, a lo sumo un millar, se quedaron en Francia. 

Los calvinistas franceses, por su lado, tanto como eran hostiles a España, contra la que apoyaban a sus homólogos calvinistas de los Países  Bajos, veían con buenos ojos a los moriscos, con quienes compartían su odio al catolicismo y a los católicos, particularmente al rey español por su defensa de la fe católica, y recíprocamente muchos moriscos habían celebrado o, cuando menos, se habían alegrado de las derrotas del rey católico infligidas por los protestantes (y no digamos de los musulmanes, turcos o berberiscos). En vista de esto, no sorprende que cuando llegaron las primeras oleadas de moriscos, los calvinistas, numerosos, como ya dijimos, en el sur de Francia, intentaran ejercer apostolado, igualmente ejercido por los católicos, para atraerlos a su redil.{1}

En estas circunstancias históricas y religiosas de la sociedad francesa de entonces encaja perfectamente la historia de la salida de España y estancia en Francia del morisco Ricote en busca de un lugar de acogida para él y su familia. El relato de Cervantes es históricamente realista y veraz. Siendo manchego, Ricote bien pudo ser uno de los miles de moriscos que salieron de ambas Castillas hacia Francia cruzando los Pirineos; y tal como cuenta Ricote, viendo venir la que se les echaba encima con el primer anuncio del bando de expulsión antes de su ejecución, esto es, la publicación de la disposición de expatriación voluntaria del 20 de diciembre de 1609 de los moriscos de Castilla la Vieja, la Nueva, Extremadura y la Mancha, que precedió a la orden formal de expulsión del 10 de julio de 1610, él debió de estar entre los muchos que desde 1609 se expatriaron voluntariamente y, por tanto, entre los primeros moriscos en salir de Castilla hacia Francia antes de la diáspora en masa, un movimiento de emigración espontánea que el propio gobierno alentó, al parecer para evitar la repetición de las violencias y horrores producidos a los moriscos valencianos, los primeros en ser expulsados, lo que había suscitado muchas críticas.

Así que Ricote, como los demás que se acogieron a esa disposición, dispuso de seis meses para buscar un lugar de acogida en el exterior para su familia. Y estando en la primera oleada de moriscos idos a Francia antes de las drásticas o draconianas medidas adoptadas por Enrique IV, anterior incluso a la exigencia de la declaración de fidelidad católica, bien pudo ser aceptado en Francia sin necesidad de hacerla, bien es cierto que Ricote, que confiesa tener más de cristiano que de moro, incluso estar bien dispuesto de ánimo para la conversión (“y ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo que servir”, II, 54, 965), no tenía por qué sentir repugnancia, como la habían sentido muchos de los suyos, por tener que hacer esa declaración; fueron estos moriscos salidos voluntariamente en 1609 los que, como reconoce Ricote, fueron bien acogidos, seguramente en algún lugar, que no menciona, del sur de Francia, pues allí es adonde iban a parar la inmensa mayoría de los desterrados.

Lo sorprendente, como admite el propio Ricote, es que su mujer y su hija, verdaderas católicas cristianas, se marchasen a Berbería en vez de a Francia, donde podrían vivir mejor como cristianas, pero su sorpresa cesa en cuanto se entera, por Sancho, de que el hermano de su mujer, un “fino moro”, esto es, puro, sin tachas de cristiano, se las había llevado allí. Este retrato de la familia de Ricote como cristianos y de él mismo como alguien muy cristianizado también es realista, siendo como eran moriscos manchegos, pues los de esta región, como en general los de Castilla, tanto la Nueva como la Vieja, estaban, a diferencia de los valencianos o de los aragoneses, medio asimilados y por tanto la situación de moriscos cristianizados o bastante cristianizados, como la de Ricote, no era una rareza.

La segunda referencia en el Quijote sobre la Francia contemporánea atañe a una cuestión distinta, pero que tiene un elemento común con la anterior: ser un reflejo de la   hostilidad de Francia hacia España, que esta vez se muestra a través de esa guerra menuda que es la práctica del corso en las aguas de Mediterráneo. En la historia del cautivo se nos relata, en efecto, un episodio de corsarios franceses que atacan a una barca de cautivos españoles, huidos de Argel, entre los que iban Ruy Pérez de Viedma y la morisca Zoraida. Cuando se hallaban aún lejos de las riberas españolas de Málaga, un bajel de corsarios franceses descubre la barca, la bombardean con balas de artillería y apresan y despojan a los españoles de todo cuanto tenían; luego les dejan un esquife de su navío para que puedan llegar a la costa (I, 41, 433-5). Dos detalles que nos aporta son del mayor interés. Uno es el de que los corsarios, que inicialmente se nos han presentado como franceses, se hacían pasar por bretones cuando entraban en los puertos españoles y esto tiene su importancia, tanto desde el punto de vista narrativo como histórico. Nos cuenta el narrador que estos corsarios, amén de su dedicación al pillaje y al acopio de botín, comerciaban con algunos puertos españoles, quizás también con el fruto de sus robos, pero cuando llegaban a éstos, decían que eran bretones, y no franceses.

¿Por qué los corsarios franceses se pasaban por bretones en los puertos españoles? Nuevamente tenemos que acudir a la historia para resolver este asunto. En las circunstancias de la época era más conveniente para ellos decir que eran bretones que franceses a causa de la hostilidad entre las coronas de Francia y España; en cambio, los bretones estaban mejor vistos porque a fines del siglo XVI eran aliados de España. Piénsese que, aunque unida definitivamente a Francia desde 1532, Bretaña se gobernaba como si fuese un país separado de ésta, si bien bajo la misma corona, y que los nobles bretones descendientes de los soberanos de Bretaña tenían en la corte real francesa del Antiguo régimen el rango de “príncipes extranjeros” (princes étranjèrs). Y nunca actuó tanto como país independiente que a fines del siglo XVI, cuando el duque de Mercoeur, que había sido nombrado gobernador por Enrique III en 1982 y luego destituido por su adhesión a la Liga católica encabezada por los Guisa, se proclamó, no obstante, invocando los derechos hereditarios de su mujer, titular legítimo del ducado de Bretaña tras la muerte de Enrique III y estableció un gobierno independiente con capital en Nantes sobre la parte del territorio bretón bajo su control hasta abril de 1598. Y con el ascenso al trono de Enrique IV, se involucró en la guerra de religión como jefe de la Liga católica en Bretaña pensando en restablecer la soberanía del antiguo ducado de Bretaña y para conseguir sus objetivos se alió con Felipe II, que intervino en la guerra en defensa del bando católico.

La alianza entre el duque bretón y el rey de España llegó a tal punto que el duque de Mercoeur autorizó a Felipe II a enviar tropas a Bretaña, donde permanecerían hasta el fin de la guerra en 1598, y se comprometió a reconocer los derechos hereditarios de la infanta Isabel Clara Eugenia a la corona de Francia e incluso sobre el ducado de Bretaña, a pesar de sus propias pretensiones, a lo que se vio obligado por su débil posición en Bretaña, pues sólo gobernaba sobre una parte del territorio. Pero la conversión al catolicismo de Enrique IV, que le abrió el camino al trono de Francia, dio al traste con todos estos planes: el duque de Mercoeur se sometió al nuevo rey francés en 1598 y tuvo que renunciar al gobierno de Bretaña; y con la paz de Bervins de ese mismo año entre España y Francia las tropas españolas en Francia, entre ellas las de Bretaña, tuvieron que salir de allí. Estos son los antecedentes que explican la confianza de los corsarios franceses de ser bien recibidos en los puertos españoles haciéndose pasar como bretones.   

El otro dato de interés nos proporciona una información muy valiosa sobre Francia como potencia que ampara el corso, esa forma, como ya se dijo, menor de guerra. Se trata de que estos franceses que en los puertos de España se daban el nombre de bretones habían salido de la Rochela (La Rochelle) y allí iban. Esto nos devuelve de nuevo a la Bretaña, pues la Rochela, una de sus principales ciudades portuarias, durante el siglo XVI se convirtió en un hogar de corsarios, además de una de las más importantes plazas fuertes de los hugonotes.

Estas dos menciones en el Quijote, a los corsarios franceses/bretones y a la Rochela como puerto corsario, son, sin duda, de una gran relevancia, pues están entre las pocas que en el conjunto de la obra de Cervantes se pueden espigar que nos testimonian la existencia de una piratería cristiana o europea en el Mediterráneo, bien es cierto que nunca alude a la piratería española, y que, por tanto, su práctica no era cosa sólo de turcos y berberiscos.

La tercera referencia que hemos de analizar es, sin duda, la de mayor trascendencia como manifestación de la rivalidad entre España y Francia, tanto en la forma como en el contenido. En la forma de hacerlo, porque ahora ya no se trata de una alusión oblicua, que haya que someter a exégesis para percibir la carga de velada referencia a la hostilidad entre ambas naciones, sino de una alusión directa; y en cuanto al contenido, porque ahora se alude sin tapujos a la secular hostilidad entre ellas no en la forma de la guerra pequeña de la piratería, sino en la forma de la gran guerra, e incluso de uno de los más trascendentales episodios en las guerras mantenidas entre España y Francia a lo largo del siglo XVI por el dominio en Italia y, en el fondo, por la hegemonía en Europa. Nos referimos con esto al pasaje del final de El curioso impertinente en que se nos informa de la muerte de Lotario combatiendo en una batalla en el reino de Nápoles en que se enfrentaban las tropas francesas y españolas. He aquí las palabras de Cervantes: “Lotario había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles” (I, 36, 374).

No se nos dice cuál fue esa batalla, aunque lo que se dice es suficiente para asegurar que se trata de una de las que libraron España y Francia en el marco de las guerras de Nápoles o de Italia a comienzos del siglo XVI, cuando España empezó a cimentar su reputación como gran potencia europea. No obstante, la información con que contamos basta para identificarla, incluso a pesar de que uno de los datos que nos aporta el narrador es erróneo. El dato erróneo es el relativo a monsiur de Lautrec, en realidad Odet de Foix, señor de Lautrec, quien no pudo combatir con el Gran Capitán, porque su primer año de servicio en el ejército francés en Italia fue 1507 y el Gran Capitán había dejado Italia en 1504. No puede ser la batalla de Seminara, la primera de la serie de grandes victorias españolas de 1503, porque en ella el jefe militar de las tropas españolas no fue el Gran Capitán, sino el gallego Fernando de Andrade.

Sólo pueden ser o la batalla de Ceriñola (o Cerignola) o la de Garellano, porque en ambas fue el Gran Capitán, general del ejército español en Italia, el que dirigió personalmente las operaciones. Se puede descartar la de Garellano, porque en ella el comandante supremo de las tropas francesas no era francés, sino el italiano al servicio de Francia Luis II, marqués de Saluzzo; pero del dato que nos da Cervantes sobre el antagonista del Gran Capitán en la batalla innombrada parece desprenderse que ha de ser francés, si admitimos el supuesto razonable de que Cervantes se ha equivocado, al nombrar al militar francés que realmente se enfrentó con el Gran Capitán, confundiéndolo con un militar francés posterior. Por tanto, la batalla aludida no puede ser otra que la de Ceriñola, en la que efectivamente el Gran Capitán tuvo como antagonista a un jefe militar francés, Luis de Armagnac, duque de Nemours y virrey de Nápoles en nombre de Luis XII, quien en el periodo 1501-1504 tuvo el mando del ejército francés en Nápoles, siendo derrotado en la batalla de Ceriñola por el Gran Capitán, donde, por cierto, murió.

Fuera del Quijote, en una de sus comedias nos encontramos con una referencia que amplía y completa la imagen de Francia como potencia enemiga de España: ahora no como país que batalla contra España en la contienda por la hegemonía en Italia o que ampara el corso, que ocasionalmente puede perjudicar a los españoles, sino como país aliado de los enemigos de España, en este caso los turcos. Se trata de un pasaje de El trato de Argel, en el que Zahara le cuenta a la cautiva española Silvia cómo los corsarios argelinos se ensañan en las islas de Cerdeña con los bajeles “de Génova o de España,/ o de otra nación, con que no fuese/ francesa”.{2} Este miramiento con las naves francesas por parte de los corsarios berberiscos no se entiende si no se tiene en cuenta la alianza, ya mencionada en otro lugar, de Francia, desde los tiempos de Francisco I, con los turcos y con sus satélites berberiscos, una alianza sellada formalmente en 1535 con un tratado, en el que se estipulaba la recíproca libertad de comercio de los súbditos de ambos países y se garantizaba el respeto a las personas y sus bienes, todo lo cual, como bien sabía Cervantes, también se aplicaba al tráfico de los franceses con los aliados norteafricanos del Imperio otomano.{3}

También fuera del Quijote encontramos un pasaje del mayor interés sobre la paz en Francia, que puede ser una alusión a una paz que cierra una guerra previa contra España. Se trata del pasaje del Persiles en que la escuadra de peregrinos, encabezada por Periandro y Auristela, decide, por sugerencia de ésta que estaba escarmentada de las borrascas de mar, ir a Roma por Francia, en vez de en barco, entrándose por Perpiñán, porque “estaba pacífica”.{4} Ahora bien, habida cuenta, como ya hemos dicho en otro lugar, de que la acción argumental tiene lugar entre 1557 y 1559, lo más probable es que Cervantes se esté refiriendo al tratado de paz de Cateau-Cambresis de 1559, firmado entre el rey de Francia, Enrique II, a petición suya tras las severas derrotas francesas en las batallas de San Quintín (1557) y de Gravelinas (1558), y el rey español Felipe II, que dio fin a la guerra iniciada por Francia, que contaba con la alianza del papa Paulo IV, enemigo de la hegemonía de España en Italia, contra España, un tratado muy favorable para ésta, pues Francia renunciaba a Italia y a los Países Bajos y reconocía la hegemonía de España en Europa occidental.

Para acabar, hemos de glosar, siquiera brevemente, una referencia del mayor interés a las guerras de religión en Francia en El licenciado Vidriera, porque en este caso, a diferencia de los anteriores, no es indirecta, sino directa. Ya hablamos de ella en otro contexto, en el artículo sobre el Imperio español en Flandes, para datar la fecha de estancia allí de Tomás Rodaja, el protagonista de la citada novela. En el contexto presente nos interesa por sí misma. Se trata del pasaje en que el narrador nos dice que Tomás Rodaja regresó a España por Francia, pero “sin haber visto a París, por estar puesta en armas”.{5} Se trata de una manifiesta referencia a las guerras de religión entre calvinistas y católicos que devastaron Francia en la segunda mitad del siglo XVI y, como ya dijimos allí, dado que sólo en dos fases de tales guerras la capital francesa fue escenario de la contienda, en 1572 con la matanza de san Bartolomé, que desencadenó la cuarta guerra de religión, y en los años 1589-1594, en que París, bastión de los católicos encabezados por los Guisa, estuvo sitiado por las tropas reales y calvinistas, un lance crucial de la última y más devastadora guerra religiosa en Francia, sólo en alguno de esos años pudieron suceder los hechos bélicos en París mentados por Cervantes, que impidieron a Tomás Rodaja visitar la capital de Francia.

Es más, en el supuesto de que esos hechos bélicos sean los de los años del sitio de París, exceptuado 1589, Tomás Rodaja no habría podido entrar en la capital en una fase del sitio en que había tropas españolas en Francia, enviadas para auxiliarla. Estaríamos entonces ante otro caso de alusión indirecta a la hostilidad entre Francia y España, esta vez en la forma de intervención española en los asuntos internos de Francia. En efecto, un ejército español, comandado por Alejandro Farnesio, penetra desde Flandes en Francia y el 30 de agosto de 1590 se junta al del duque de Mayenne y este ejército franco-español, luego de tomar algunas ciudades, consigue, a pesar del sitio, aprovisionar a París; y en 1591, al tiempo que Enrique IV fracasa en tomar París, un ejército español burla el sitio y entra en París para socorrer a los de la Liga y allí permanece hasta el fin del asedio en 1594, en que, tras la conversión al catolicismo de Enrique IV en 1593, su coronación en 1594 y aceptación del nuevo rey por el pueblo de París, se levanta el sitio, las tropas reales entran y toman el control de la capital de Francia, lo que obliga a las tropas españolas a dejar la ciudad y lo hacen en presencia del rey.

En resumidas cuentas, dispersas en la obra cervantina se hallan referencias a la rivalidad, que frecuentemente derivó en hostilidad, entre Francia y España, lo que fue el rasgo más característico de las relaciones entre ambos países durante todo el siglo XVI.Numerosas veces se enfrentaron en los campos de batalla por la supremacía en Italia y en general en Europa, en los que casi siempre se alzó España con la victoria. Pero la mayoría de las alusiones son indirectas; si no se hurga en los datos que nos da Cervantes interpretándolos a la luz del marco histórico correspondiente, es imposible desvelar la carga de hostilidad entre ambas potencias que late tras ellas, como hemos podido comprobar. Sólo en una alusión del Quijote somos, como hemos visto, espectadores directos de la secular hostilidad entre Francia y España a través de una batalla, la de Ceriñola, que fue una parte de una guerra ganada por España a resultas de la cual pudo mantener su dominio en el reino de Nápoles como parte del Imperio español.

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{1} Una excelente fuente de información sobre el éxodo de moriscos españoles a Francia y su recepción allí, de la que es deudora la sinopsis que antecede, se halla en Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vicent, Historia de los moriscos, págs. 190-1, 194-5 y 226-8).

{2} Teatro completo, vv. 1219-1220, pág. 878.

{3} Otro testimonio de las buenas relaciones de los franceses con los turcos y argelinos es el de Haedo, Topografía, 37v; véase también Fernando Martínez Laínez, La guerra del turco, págs. 39-40.

{4} Persiles,III ,12, pág. 564.

{5} Novelas ejemplares, I, pág. 51.

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