El Catoblepas · número 203 · abril-junio 2023 · página 14

José Antonio visto por un emigrante
José María García de Tuñón Aza
A propósito del libro Tribulaciones de un emigrante pasiego, de Remigio Fernández Gómez (Pentalfa, Oviedo 2009)
Un buen amigo cubano, Remigio Fernández Martín, que lleva años en España, me ha regalado un libro que recoge lo que su progenitor, emigrante pasiego, llamado Remigio Fernández Gómez, dejó escrito, y que, ahora, después de algún tiempo de su fallecimiento, su hijo ha creído oportuno ordenar los papeles de su padre y editarlos. En sus recuerdos no falta la preocupación que le producía la Guerra Civil de España que, desde Cuba, a través de la prensa u otros medios, él seguía con enorme inquietud. Hay un momento que escribe de José Antonio Primo de Rivera y lo que en aquellas tierras lejanas oía y leía: «Posteriormente, el gobierno de la República, cometió otro crimen en la persona de José Antonio Primo de Rivera. En un tiempo como de dos semanas (sic) antes del alzamiento, Primo de Rivera fue detenido y preso. Vino el alzamiento, Primo de Rivera sigue preso. Pasan otros dos o tres meses. Un día dan la noticia: José Antonio Primo de Rivera ha sido fusilado. Nunca dijeron ni se supo de qué fue acusado y por qué delito fue muerto. Primo de Rivera no podía estar complicado en el alzamiento ya que José Antonio no tenía buenas relaciones ni con la República y menos con el Ejército. Cuando su detención se rumoreaba que serían cosas del Ejército con José Antonio y parece que no fue así por lo que vimos después de verlo fusilado».
Estas palabras que llegan de un hombre español que emigró y que le cogió nuestra guerra a muchos kilómetros de su Patria, nos demuestran que el fundador de Falange era una persona querida y admirada por muchos hombres y mujeres que un día embarcaron en un viejo barco buscando una vida mejor. Una vida mejor que José Antonio quería para todos los españoles, pero que con su muerte quitaban de en medio al único líder con carisma que había sido temido tanto por las derechas como por las izquierdas. Prueba de ello es que ninguna de las dos partes hizo nada serio por salvarle la vida. Con su desaparición se produjo en una gra parte parte de España ese silencio atroz que también temió Ortega a la muerte de Unamuno, porque apagaron una voz que había tronado en nuestra Patria apenas tres años. ¿Quién iba a protestar entonces en adelante contra tantas injusticias que traía lo que algunos llaman idílica, República?
No es mi intención escribir de política, pero sí de nuestra historia, y, principalmente, de la historia de José Antonio Primo de Rivera, para que no sigan vertiendo sobre él falsedades, esas falsedades a las que ahora son tan aficionados muchos historiadores que no se atreven a citar lo que otros han dicho por el mero hecho de ser verdad, lo cual parece espantarles. Decía Julián Marías que «el primer paso, el decisivo, es no engañarse ni engañar a los demás. El error es posible, hay derecho a él, con la condición de que se reconozca y rectifique. Lo que es intolerable es la mentira». Sin embargo, hay partidos políticos, medios hablados y escritos, personas individuales, etc., que mienten sistemáticamente. Es, en resumidas cuentas, vivir en contra de la verdad sencillamente porque se tiene miedo a ella. Por eso hoy, es muy frecuente, oír y leer cómo se miente cuando se están refiriendo a José Antonio. Todo lo contrario de aquella época en que mencionar el nombre de José Antonio abría muchas puertas. El propio Dionisio Ridruejo también lo reconocía cuando escribió que los textos del fundador de la Falange se habían convertido en sentencias sacras e indiscutibles.
Es cierto que José Antonio estuvo durante muchos años prisionero de una ideología que él fue el primero en combatir. O lo que también nos ha dejado escrito quien llegó a ser ministro durante la República, Miguel Maura, cuando refiriéndose a la Falange dijo que el fundador de Falange concibió y organizó, tenía muy poco de común con la que luego hubo durante régimen de Franco. Así, pues, nos lo habían puesto tan alto que ahora otros quieren y siguen queriendo tirarlo desde esa misma atalaya cuando se ignora casi todo sobre él. Por eso hoy, el nombre de José Antonio, no es tolerado por esos políticos que nos dominan y mucho menos por esos medios que ellos controlan, cuando a través de los mismos acuden al desprecio y a la mentira sobre su persona y su obra. Con frecuencia lo palpamos.
También ahora es muy frecuente oír a los políticos emplear la palabra joseantoniano para descalificar al contrario empleando de forma peyorativa esta expresión. Viene a mi memoria aquel ministro catalán y portavoz del PP, Josep Piqué, cuando calificó a Felipe González de joseantoniano porque había manifestado que el único nacionalismo no legitimado era el español. El ex ministro, como ocurre con frecuencia a los que nunca han leído a José Antonio, desconocía que el fundador de Falange jamás se declaró nacionalista porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos. Es decir, son políticos que no se atreven a iluminar el escenario para que no se vea con claridad la verdad, prefieren apagar la luz para borrar las sombras.
Sin embargo, hay que reconocer que no todos los políticos de antes y de ahora, se acuerdan de José Antonio para descalificarlo. Merece la pena recordar las palabras de quien fue fiscal general de Estado con los socialistas y diputado canario con el PSOE, Eligio Hernández, quien en un artículo que publicó en un diario de Tenerife con motivo de un homenaje a la memoria del fiscal Eugenio de Herrera Martín, no tuvo ningún reparo en reconocer de que éste era un falangista joseantoniano, idealista y romántico, nada sectario, y dispuesto siempre a hacer favores, incluso a aquellos que eran más opuestos a sus ideas. Añadía Eligio Hernández que siempre había tenido un gran respeto por la figura de José Antonio. Al mismo tiempo, en su largo artículo, recordaba las frases de elogio que dedicaron a José Antonio, hombres como el socialista Indalecio Prieto, el filocomunista Juan Negrín y el anarquista Abad de Santillán.
Y no habrá justicia social –decía José Antonio– mientras cada uno de nosotros se considere portador de un interés distinto. Pide mayor atención para esos pequeños industriales, comerciantes, labradores, pescadores, artesanos y obreros, agotados en un trabajo sin ilusión. Se queja, en definitiva, de que el nivel de vida de todas las clases productoras españolas, de la clase media y de las clases populares, es muy bajo y pide aligerar la vida económica de la ventosa capitalista. Por eso fue acusado también por las derechas, no por sus ideas, sino por la relación de ellas con los hechos que ese momento se estaban desarrollando y que algunas aún siguen pendientes.
«A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas». Frente a la poesía que destruye, levanta José Antonio la poesía que promete porque sabía muy bien que la poesía era mucho más que un recurso de ocio decadente. La expresión poética, la poesía auténtica puede ser un modo insuperable de conocimiento, por eso José Antonio quiso ir más alto, quiso ir más arriba, quiso, en definitiva, que la poesía fuese en su Falange, además de una manera de conocimiento, una norma constante de conducta. Sus palabras eran también de justicia social, de esa justicia social de la que tantas veces habló cuando se refería a la reforma agraria, a la nacionalización de la banca, etc. Ello hizo que el historiador francés, Christian Rudel llegara a escribir que el programa presentado por Falange en las elecciones de febrero de 1936 era, con mucho, el más revolucionario de los que fueron propuestos en aquella época.
Así hablaba José Antonio; sin embargo la cruel propaganda que hoy nos invade desde los distintos medios de comunicación, solamente lo cita para recordarnos de él estas dos frases: «el mejor destino de las urnas es romperlas» y la de ««la dialéctica del puño y las pistolas». Ignoran que en Falange hay otras ideas, ideas esenciales. Para José Antonio no eran solamente las urnas, entiéndase bien, sino aquellas urnas prostituidas las que debieran ser rotas. Y no era la dialéctica de los puños y de las pistolas la que conviniera emplear frente a una democracia estable, sino contra la otra dialéctica de los puños y de las pistolas que desde los mismos comienzos de la II República era moneda corriente en España y que el socialista Julián Besteiro reconoce las propias culpas del PSOE por haberse dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido jamás los siglos. Debemos de añadir también que mucho antes de nacer Falange fueron las Juventudes Socialistas las que iniciaron la dialéctica del puño y las pistolas como así lo ha recogido el propio Indalecio Prieto en un discurso En el Circulo Pablo Iglesias de Méjico pronunciado el día uno de mayo de 1942. Estas fueron sus palabras: «…se habían dejado adrede manos libres a las Juventudes Socialistas a fin de que, con absoluta irresponsabilidad, cometieron toda clase de desmanes […]. Nadie ponía coto a la acción desaforada de las Juventudes Socialistas, quienes sin contar con nadie, provocaron huelgas generales en Madrid […]. Además, ciertos hechos que la prudencia me obliga a silenciar, cometidos por miembros de las Juventudes Socialistas, no tuvieron reproche ni se les puso freno ni originaron llamadas a la responsabilidad». El mismo órgano de expresión comunista El Mundo Obrero, el día 13 de enero de 1933 llama a los socialistas hienas y cuervos y les acusa de revolcarse en la sangre obrera derramada por ellos mismos.
Se ha dicho muchas veces que Primo de Rivera era enemigo de la República, pero esto no es cierto. Basta recordar la cantidad de veces que cita a Azaña, político de quien pensó que podía ser el hombre de la República y que por eso puso en él muchas esperanzas, o como dijo el recientemente fallecido, Velarde Fuertes: «Falange una y mil veces llamó en vano a la puerta de Azaña». José Antonio también llegó a criticarle por no haber hecho nada después de haber tenido en sus manos la oportunidad de hacer la revolución española. La revolución que España necesitaba ya que sus bases sociales estaban saturadas de tantas injusticias porque una gran parte de ellas vivía a un nivel económico muy bajo.. Por eso, reitera que Azaña desperdició esa ocasión y le echa en cara de haber traído una política de división que lanzó a unos españoles contra los otros. «Porque hicisteis eso y desperdiciasteis eso –le dice José Antonio– nos metisteis en esta especie de balsa sin salida, donde nos vamos pudriendo poco a poco hasta que se abra otra revolución por otro lado».
Y termino con las palabras de una hermosa mujer, María Teresa León, esposa que fue, hasta que la abandonó, del poeta Alberti. Recordando ella a José Antonio preguntaba: «¿Quién cerraría los ojos de aquel soldado que yo no volví a ver? ¿Y por qué cayó si tal vez…? Sí, tal vez fue una equivocación política».
Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
