El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 205 · octubre-diciembre 2023 · página 4
Filosofía del Quijote

España como Imperio (8): El Imperio español contra Inglaterra (3): la guerra del corso inglés contra España y la opresión de los católicos en Inglaterra

José Antonio López Calle

La filosofía política del Quijote (XIII). Las interpretaciones filosóficas del Quijote (76)

Quijote

La española inglesa no sólo ofrece un vívido cuadro sobre el saqueo de Cádiz y sobre sus desastrosas consecuencias sobre las vidas de los gaditanos, de lo que son un ejemplo los padres de Isabela. También nos proporciona una descripción bastante fidedigna de lo que fue la guerra del corso practicada por los ingleses contra el comercio español con las Indias, tanto Occidentales como Orientales, incluyendo los dominios portugueses en ambos lugares. Esa descripción la podemos descubrir en el relato de las aventuras de Ricaredo, el novio inglés de Isabela y con el que terminará casándose. Este relato es de singular interés porque es una de las pocas veces en que Cervantes nos presenta una historia de actividad corsaria patrocinada por países cristianos o europeos y no por países musulmanes, aunque realizada por ingleses y no por españoles; recuérdese que más atrás (en el estudio sobre la rivalidad y enfrentamiento entre España y Francia)ya vimos un caso de actividad corsaria practicada por los franceses.

 El narrador nos da detalles valiosos sobre el corso practicado por los ingleses. Ya vimos en otro lugar cómo en las canciones sobre la Armada contra Inglaterra Cervantes se refería a la piratería de los ingleses contra España, su comercio con América y sus posesiones ultramarinas presentándola como una de las razones para emprender una guerra justa contra una potencia que amparaba la piratería, bajo el disfraz del corso. Ahora nos retrata a la mismísima reina de Inglaterra, Isabel I, como patrona de la guerra del corso contra España y los intereses españoles. En efecto, nos la muestra de esa guisa en una interesante escena en que la vemos autorizando la partida en corso de dos navíos de la corona inglesa, “de la señora reina de Inglaterra”{1}, cuyo mando, inicialmente encomendado al barón de Lansac en calidad de general, a la muerte de éste pasa a desempeñarlo Ricaredo, hasta entonces capitán de uno de los navíos, que será, como se verá, el que dirija las operaciones exitosas contra los corsarios turcos{2}. En la esfera personal, la misión de partir en corso es especialmente importante para Ricaredo porque en ella él está a prueba: sólo si da muestras de valor e ingenio realizando grandes hechos, merecerá tomar por esposa a Isabela, con quien la reina, en tal caso, se compromete a darle licencia para casarse.

La primera misión de los corsarios ingleses, entonces todavía bajo el mando del mentado general, iba a consistir en una expedición de pillaje contra naves portuguesas de las Indias Orientales o contra alguna procedente de las Indias Occidentales y a tal efecto los dos navíos navegaron durante seis días siguiendo la derrota de las islas Terceras (las Azores), donde, al parecer, esperaban poder atacar a alguna de ellas. El punto elegido, las Azores, estaba muy bien calculado, pues era un lugar de paso habitual de las naves españolas y sobre todo portuguesas procedentes tanto de las Indias Occidentales como de las Orientales y eso Cervantes lo sabía muy bien, quien precisamente se refiere a las islas Terceras como un “paraje donde nunca faltan o naves portuguesas de las Indias orientales o algunas derrotadas de las occidentales”{3}. Y naturalmente también los ingleses lo sabían muy bien y de ahí que la expedición de los dos navíos corsarios se dirigiese a las Azores en su primer intento de apoderarse de alguna nave española o portuguesa cargada de ricas mercadurías. De hecho, los corsarios ingleses ya habían probado esta táctica años atrás. Uno de los casos más conocidos y exitosos fue el acometido por Drake en 1587, quien, después de su expedición contra Cádiz y el ataque infructuoso a la flota española amarrada en Lisboa y comandada por Álvaro de Bazán, puso rumbo hacia las Azores y capturó la carraca{4}portuguesa san Felipe, un navío que, procedente de las Indias Orientales, se dirigía a la península cargada de riquezas. 

En el caso que nos relata Cervantes, por culpa de los elementos los ingleses no se van a adueñar de ninguna nave venida de las Indias en las cercanías de las Azores, aunque curiosamente, como se verá, terminarán, de un modo inesperado y en otro lugar, dueños de una nave portuguesa portadora de un rico botín. El viento les obliga a cambiar de derrota. En efecto, antes de llegar a las mentadas islas un muy recio y duradero viento que les soplaba de costado les forzó a navegar velozmente hacia España y llegaron a la boca del Estrecho de Gibraltar, donde, como vimos en otro lugar, avistan dos navíos turcos, que resultan ser unas galeras y que llevan consigo un navío portugués, recién capturado, procedente de la India portuguesa y cargado de una riqueza en especias, perlas y diamantes por valor de más de un millón de oro, e inevitablemente tendrá lugar una contienda entre los corsarios turcos y los ingleses

Son los corsarios turcos los que toman la iniciativa. Luego de otear unos navíos que toman por naves derrotadas de las Indias e imaginándose que son fáciles de rendir, los turcos, dueños ya del rico botín portugués, pero codiciosas de uno mayor a la vista de la posibilidad de una fácil victoria se lanzan al ataque. Pero esta vez la codicia rompe el saco, pues los navíos que se imaginaban ser presas fáciles no son, en realidad, naves de transporte de mercancías derrotadas de las Indias, sino naves inglesas bien armadas dedicadas también a la guerra del corso, aunque llevan, como engaño, insignias de España para que nadie los tome por navíos de corsarios, que es lo que realmente son.

Los corsarios turcos inician el ataque aproximándose a los navíos ingleses, en ese momento bajo el mando ya de Ricaredo, tras la muerte por enfermedad de su general, el barón de Lansac; pero la superioridad de la artillería de los ingleses les da la victoria a ellos y los turcos no sólo pierden la batalla, sino que mueren casi todos, y los ingleses, capitaneados por Ricaredo, el amado de Isabela, alzados con la victoria, liberan a los cautivos cristianos, casi trescientos, todos ellos españoles, y se apropian del rico botín portugués, que se lo llevan a Inglaterra{5}. La victoriosa expedición de Ricaredo, coronada con el éxito gracias al botín obtenido a la postre a expensas de España, le va a deparar como recompensa la licencia de la reina para casarse con Isabela.

Hay un tercer asunto importante, amén de su referencia al saqueo de Cádiz y a la guerra menor en forma de guerra corsaria, del que La española inglesa se hace eco: se trata esta vez no de algo concerniente a la rivalidad entre España e Inglaterra, sino a un asunto interno de Inglaterra, aunque afectaba a las relaciones entre ambas naciones, a saber: la prohibición y persecución del catolicismo en Inglaterra y, como consecuencia de ello, el ocultamiento por parte de los católicos ingleses de su fe religiosa y el miedo con que vivían ante la posibilidad de ser descubiertos. Son esas últimas cosas, el secretismo que envolvía sus prácticas religiosas y el miedo a ser descubiertos, en lo que la novela fija su atención.

Esta terrible realidad de catolicismo perseguido y practicado por ello en secreto en la Inglaterra isabelina afectaba a una porción de la población considerable, pues, como dijimos en otro lugar, se calcula que, a pesar del intento de Isabel I de erradicar el catolicismo de Inglaterra, aproximadamente la mitad de la población seguía siendo católica en el momento del envío de la armada española contra Inglaterra. Cervantes sitúa la acción al final del reinado de Isabel I, con lo cual incurre en una manifiesta incoherencia cronológica: la acción novelada comienza, como ya se ha visto, en medio del saqueo de Cádiz en 1596, pero luego gran parte de ella, a juzgar por la declaración del padre de Isabela a su futuro yerno Ricaredo, tras ser salvado por él de los turcos, de que la perdición de Cádiz sucedió hará quince años, discurre, pues, quince años después,  cuando ya hacía años que la reina había muerto, y, sin embargo, la acción se sigue situando en el tiempo de Isabel I, en los años finales de su reinado, pero, incoherencia cronológica aparte, lo que nos importa destacar es que en esa fase final del reinado de Isabel I en que acontece la acción novelística la implacable represión contra los católicos no se había aflojado y aborda su dura realidad a través de los padres de Ricaredo, Clotaldo y Catalina, que, como se dijo, acogen en su hogar a Isabela como si fuese una hija.

Se trata de una familia católica perteneciente a la nobleza inglesa y asentada en Londres; Clotaldo es un caballero y militar, jefe de una de las escuadras en que se dividía la flota inglesa enviada contra Cádiz, y está muy bien relacionado con la reina y su corte. Habida cuenta de su alto estatus social y sus estrechos vínculos con la corte, no es de extrañar que los miembros de la familia hayan de obrar con mucha cautela en su práctica del catolicismo y, de hecho, a lo largo de la novela, podemos observar cómo los tres miembros de la familia extreman el cuidado con que ocultan su fe religiosa. Como cualquier católico de la época en la Inglaterra isabelina, los miembros de la casa de Clotaldo reducían la expresión de su catolicismo al ámbito privado del hogar y en público se veían forzados a simular que eran anglicanos. Esta norma de comportamiento cauteloso de los católicos ingleses la describe el narrador, al principio de la novela, al referirse al hecho afortunado de que, siendo Isabela una niña católica, fuese a caer en manos de una familia inglesa que también lo es, pero secretamente:

“Quiso la buena suerte que todos los de la casa de Clotaldo eran católicos secretos, aunque en lo público mostraban seguir la opinión de su reina”.{6}

Siete años después, tiene lugar un acontecimiento que alerta a la familia de Clotaldo ante el riesgo de descubrirse su condición de católicos de sus miembros: Clotaldo recibe un recado de la reina en el que se le manda que la prisionera española de Cádiz sea llevada al día siguiente a su presencia. Para entonces Isabela tiene ya, según el narrador, catorce años{7}. El suceso de la presentación de Isabela ante la reina brinda a Cervantes la oportunidad de describir la angustia y hasta el terror de los católicos ingleses ante el riesgo de descubrirse su verdadera fidelidad religiosa. El narrador habla expresamente de que, nada más recibir Clotaldo el recado transmitido por un ministro de la reina y enterarse el resto de la familia de ello, sus pechos se llenaron “de turbación, de sobresalto y miedo”.{8}

La primera en reaccionar a la noticia es la esposa de Clotaldo, Catalina, que, alarmada, advierte el grave peligro que se cierne sobre ellos si la reina averigua a través de Isabela que son fieles católicos en secreto:

“¡Ay -decía la señora Catalina-, si sabe la reina que yo he criado a esta niña a la católica, y de aquí viene a inferir que todos los de esta casa somos cristianos!; pues si la reina se pregunta qué es lo que ha aprendido en ocho años que ha que es prisionera, ¿qué ha de responder la cuitada que no nos condene, por más discreción que tenga?”.{9}

Inmediatamente Isabela, viendo el pesar de todos ellos ante el temor de ser descubiertos, condenados y castigados, trata de tranquilizarlos encomendándose a la divina misericordia, en la que confía que le inspire las palabras adecuadas no sólo para que no sufran condena alguna, sino incluso para que redunden en su beneficio.

Pero tan tranquilizadoras palabras no les quita el espanto. Del hijo nos dice el narrador que “temblaba Ricaredo, casi como adivino de algún mal suceso”{10}. Y Clotaldo no puede evitar sentir mucho temor, aunque procura infundirse ánimo confiando en Dios y en la prudencia de Isabela, a la que ruega encarecidamente que “por todas las vías que pudiese excusase el condenallos por católicos”{11}. Seguidamente, vienen unas palabras de Clotaldo que son reveladoras de la grave condena que les podía caer encima en caso de que la reina llegara a enterarse de su adhesión al catolicismo. Se trata de las palabras en las que habla de su disposición al martirio, aunque su deseo es no tener que llegar a ello: “Que puesto que estaban promptos con el espíritu a recebir martirio, todavía la carne enferma rehusaba su amarga carrera”{12} . Si habla de martirio, es porque Clotaldo sabía muy bien que en la Inglaterra isabelina no pocas veces la persecución a los católicos terminaba con su muerte por traición a la soberana, que al mismo tiempo era jefa de la Iglesia de Inglaterra.

Finalmente llega el momento de la presentación de Isabela ante la reina. La acompañan a palacio Clotaldo, su mujer y Ricaredo, en una carroza, y a caballo, muchos ilustres parientes suyos. El encuentro con la reina no sólo discurre sin incidentes, sino que además Isabela cae tan en gracia a ésta que la toma como doncella a su servicio en la corte. La familia queda a salvo de cualquier peligro a cuenta de su condición católica.

 Más adelante, es Ricaredo, en el curso de su expedición en corso, el que se halla en el brete de tener sumo cuidado en encubrir su fidelidad católica ante sus hombres. Tras la captura de las galeras turcas y el barco portugués, se plantea el problema de qué hacer con los cristianos católicos españoles cautivos de los turcos. Los más extremistas de sus hombres son del parecer de matarlos a todos. Ricaredo quiere salvarlos, pero sin que parezca que le importa el bien de los cristianos católicos, no sea que aliente o dé pábulo a la sospecha de ser un secreto católico, una sospecha que trata de disipar alegando que no es deseable que su reputación y la de los hombres a su servicio de valientes se vea empañada con la mala fama de crueles:

“Y así, soy de parecer que ningún cristiano católico muera; no porque los quiera bien, sino porque me quiero a mí muy bien, y querría que esta hazaña de hoy ni a mí ni a vosotros, que en ella me habéis sido compañeros, nos diese, mezclado con el nombre de valientes, el renombre de crueles, porque nunca dijo bien la crueldad con la valentía”.{13}

Aunque nadie osó contradecir la propuesta de Ricaredo de salvar a los cristianos católicos españoles, casi trescientos, dejándolos embarcar en uno de los bajeles, con provisiones para más de un mes, e ir a las cercanas costas españolas, sus hombres se dividen entre los que acogen bien la propuesta, que estiman propia de una persona valiente, magnánima y de buen entendimiento, y los que “le juzgaron en sus corazones por más católico que debía”{14} . Pero los que piensan de este último modo no van más allá de las meras sospechas. Además, éstos debían de quedar desarmados y desorientados sin saber qué pensar de la fidelidad religiosa de Ricaredo, pues en otra ocasión que se le ofrece encubre con mucha astucia su condición de católico. Tal es el caso cuando, al dejar machar libres a los cautivos  españoles, se plantea el problema de qué hacer con los veinte turcos supervivientes, que van entre los excautivos. La propuesta de Ricaredo es, como en el caso de los españoles, la de liberarlos; así que ruega a éstos que den libertad a los turcos en la primera ocasión que se les ofrezca, pero ante la posible sospecha de que ello se interprete  como nada más, en realidad, que un ardid para disfrazar su oculto interés de favorecer a los católicos españoles, se esmera en cubrirlo todo bajo el manto de una generosidad que emana de su condición humana y que se aplica por igual a católicos y turcos, sin que importe su fidelidad religiosa. Como dice el narrador, dio libertad a los turcos “por mostrar que más que por su buena condición y generoso ánimo se mostraba liberal que por forzarle amor que a los católicos tuviese”{15} . Es posible que esto no fuese suficiente para disipar las sospechas de aquellos de sus hombres que lo veían como un católico encubierto, pero, al menos, surtía el efecto de esconderlo hábilmente como si fuese fiel a la ortodoxia exigida por la reina.

En cuanto a Isabela, a la postre la reina acaba enterándose por una vía inesperada de que la española inglesa es católica, pero ello no suscita ningún problema ni para ella ni para la familia inglesa con la que vive. Se entera de ello por la camarera mayor, a cuyo cargo está Isabela.Contrariada y despechada porque la reina no autoriza el matrimonio de su hijo el conde Armesto con Isabela, de la que se ha enamorado perdidamente, pues ya le ha concedido antes a Ricaredo el permiso para desposarla, y deseosa, ya que no puede ser para su hijo, de impedir a toda costa que se case con Ricaredo, aconseja a la reina que la envíe a España y así cesaría el conflicto entre su parentela y la de Ricaredo, pero por si esto no fuera suficiente para convencer a la reina se agarra como último recurso a la denuncia de la condición católica de Isabela, creyendo que eso se alzaría como un obstáculo insalvable para el matrimonio entre una católica y un súbdito de la reina que se supone ser fiel de la Iglesia de Inglaterra. He aquí la denuncia y la reacción de la reina que deja sin palabras a la camarera:

“Isabela era católica, y tan cristiana que ninguna de sus persuasiones, que habían sido muchas, la había podido torcer en nada de su católico intento. A lo cual respondió la reina que por eso la estimaba en más, pues tan bien sabía guardar la ley que sus padres la habían enseñado, y que en lo de enviarla a España no tratase, porque su hermosa presencia y sus muchas gracias y virtudes le daban mucho gusto, y que, sin duda, si no aquel día, otro se la había de dar por esposa a Ricaredo, como se lo tenía prometido”.{16}

Hay quien, como Américo Castro{17}, ha pretendido ver en la buena disposición de la reina hacia Isabela y su deseo de favorecerla, manifiestos en el pasaje citado, una actitud de tolerancia. Pero esto es desenfocar el asunto, pues la actitud de la reina, lejos de tener que ver con la tolerancia, se explica mejor por el hecho de que Isabela no es súbdita suya, sino una extranjera y a los extranjeros, según el código de la época, aceptado tanto en los países católicos como en los protestantes, se les respeta su religión, aunque no sea la misma que la prevalente en el país de turno. La reina de Inglaterra no tiene autoridad alguna sobre Isabela para inmiscuirse en sus creencias religiosa o molestarla por ellas siendo como es una extranjera, que además oficialmente se halla en Inglaterra como prisionera. Varias veces alude el narrador a esta condición de prisionera de Isabela en la casa de Clotaldo{18} y en una ocasión, en la presentación de Isabela ante la reina, es ésta misma la que le dice a Clotaldo que de derecho Isabela es suya, cuando le reprocha haberla tenido tantos años encubierta en su casa sin traerla a su presencia.

El mismo comportamiento, en asuntos de religión, que tiene la reina inglesa con una prisionera española lo tenía Felipe II con los prisioneros ingleses protestantes en España. Si se habla de tolerancia, hay que decir que se trata de un tipo de tolerancia admitida en toda Europa, sin que en ello haya que hacer distinción entre las naciones católicas y las protestantes. Lo que sí es extraño es que la reina respalde el matrimonio de un anglicano con una católica; aquí sí que no cabe otra cosa que admitir que Cervantes se permite la licencia de alterar la realidad histórica con fines literarios, como se permite la licencia, contra toda verosimilitud histórica, de colocar una extranjera raptada como prisionera, al margen de su condición de católica, en una casa inglesa como si fuese la cosa más natural del mundo y sin que las autoridades intervengan.

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{1} Novelas ejemplares, I, pág. 255.

{2} Cf. op. cit., pág. 251.

{3} Op. cit., pág. 252.

{4} Una carraca era un navío especializado en el transporte de grandes cargas en travesías largas y eran muy apreciadas por portugueses, venecianos y genoveses.

{5} Cf. op. cit., págs. 252-4.

{6} Op. cit., pág. 244.

{7} Op. cit., pág. 246. Puesto que cuando fue raptada tenía siete años, han pasado otros siete desde entonces. Aunque según la esposa de Clotaldo, no son siete, sino ocho los que han transcurrido (op. cit., pág.247). En el primer caso, la presentación de Isabela ante la reina habría sucedido en el último año de su reinado; en el segundo caso, si han pasado ocho años, sólo en el fingido tiempo literario de la novela en que los reinados se extienden según lo dicte el narrador la entrevista podría haber tenido lugar en el reinado de Isabel I.

{8} Op. cit., pág. 247.

{9} Ibid.

{10} Ibid.

{11} Ibid.

{12} Ibid.

{13} Op. cit., pág. 256.

{14} Ibid.

{15} Op. cit., pág. 258.

{16} Op. cit,. pág. 268.

{17} Cf. su El pensamiento de Cervantes, págs. 274-5.

{18} Cf. op. cit., pág. 247, en la que por dos veces se señala ese hecho.


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