El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 206 · enero-marzo 2024 · página 4
Filosofía del Quijote

España como Imperio (9): El Imperio español en América

José Antonio López Calle

La filosofía política del Quijote (XIV). Las interpretaciones filosóficas del Quijote (77)


Quijote

Aunque Cervantes concentra su atención, por razones obvias ya mentadas, en la dimensión europea y mediterránea del Imperio español, también atendió a su proyección americana. En la obra cervantina hallamos múltiples alusiones a los principales aspectos de lo que el nuevo continente representaba para España, un nuevo continente al que la mayoría de las veces se le da el nombre, como era costumbre, de las Indias y tan sólo una vez el de Nuevo Mundo{1}, que empezó a usarse una vez que quedó claro que lo que se venía llamando las Indias era un nuevo continente, y el de América (I, 48, 495), que acabaría imponiéndose y que, como el anterior, Cervantes utiliza raramente, tan sólo una vez, dejando aparte la mención del Quijote, en el resto de sus obras, en El licenciado Vidriera{2}.

Prácticamente todos los asuntos esenciales concernientes a lo que fue la empresa de la construcción del Imperio español en América se hallan reflejados, en mayor o menor medida según sus necesidades literarias, en el conjunto de la producción literaria cervantina, que sintetizamos en los ocho puntos siguientes:

1. El descubrimiento de América.

2. La conquista, con especial referencia a uno de sus principales hitos, si no el principal: la conquista de México.

3. La organización y funcionamiento político-administrativo del Imperio hispano-americano.

4. La evangelización o cristianización y, con ella, la obra civilizadora de los indios.

5. El Nuevo Mundo como fuente de riqueza para España.

6. América como nueva tierra de promisión, que ofrece toda suerte de oportunidades económicas a los españoles que busquen mejorar allí su fortuna.

7. América como refugio, ya no sólo de pobres y desfavorecidos, sino de toda suerte de desgraciados.

8. El papel de Sevilla, como metrópoli del comercio con las Indias y del envío de pobladores a los nuevos territorios de ultramar.

De estos ocho puntos en el Quijote el interés de Cervantes por América como parte del Imperio español se focaliza en seis de ellos, de los que ya nos ocupamos concisamente en otro lugar,{3} peroentre ellos no están ni el descubrimiento de América ni la empresa de su cristianización. La diferencia con respecto al tratamiento de entonces, es, pues, doble: introducimos más temas, como los dos citados, que amplían el cuadro para dar una imagen más completa de la presencia de América en la obra cervantina y además enriquecemos el tratamiento de Cervantes de la proyección americana del Imperio español con su exposición teniendo en cuenta las múltiples y dispersas referencias a la España americana en el conjunto de su obra.

El primer punto es apenas considerado en los escritos cervantinos. El hecho cierto es que sólo en El licenciado Vidriera encontró la motivación literaria para hacerlo, pero lo hace de pasada y de una manera indirecta en una reflexión del narrador sobre la pérdida de Venecia de su singularidad única como ciudad a causa del descubrimiento de América por Colón, pues si éste no se hubiera producido no habría, nos dice, otra equiparable, aunque mejor sería decir que no habríamos sabido que la hay:

“Fue [Tomás Rodaja, el protagonista de la novela] a Venecia, ciudad que a no haber nacido Colón en el mundo no tuviera en él semejante”.{4}

Así que ha sido la aparición en el escenario histórico de América, por obra de Colón, lo que nos ha deparado la oportunidad de conocer otra ciudad comparable a Venecia, la de México, de forma que ahora, en vez de ser una ciudad única en el mundo, la urbe europea es sólo “admiración del mundo antiguo”, mientras la urbe de América es “espanto del mundo nuevo”{5}.

En cambio, tuvo mayor motivación para referirse al segundo punto del esquema precedente. Pues contamos, en toda la producción literaria de Cervantes, con varias alusiones, sin duda de gran interés, al momento fundacional del Imperio español en América. Dos de ellas conciernen a uno de los grandes hitos de la conquista de América, la gesta de Hernán Cortés y su hueste de la conquista de México. Una de ellas en el Quijote, donde la referencia a la fase de conquista es harto manifiesta en la encendida loa de don Quijote del valor de Hernán Cortes y sus hombres en el momento en que el extremeño, resuelto a emprender la conquista de un nuevo territorio, ordena con determinación, y sin vuelta atrás para los posibles desertores, que se barrenen las naves, nada más desembarcar en las costas de México, para lanzarse, sin rémoras, a su conquista:

“¿Quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el Nuevo Mundo?”. II, 8, 605

En El licenciado Vidriera la conquista de México ya no es mero proyecto de Cortés, sino una realidad, a la que se alude en el elogio de la grandeza del extremeño como conquistador de la gran ciudad de México: “Merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran Méjico”{6}, ciudad que Cervantes, atendiendo, por cierto, a la descripción que de ella hizo el propioHernán Cortés, estima muy semejante a Venecia por sus calles de agua.

También hay una alusión a la conquista de Chile. Tácita en el Quijote, si es que, como escribimos en otro lugar, el estatuto asignado, por boca del cura, a La Araucana de poema épico en cuanto escrito “en verso heroico” se entiende que se le concede precisamente porque constituye un canto a la gesta de la conquista de Arauco o Chile (I, 6, 68). Y por si esto no estuviera claro, viene en ayuda de esta exégesis de la posición de Cervantes una referencia, esta vez más que explícita, a la conquista de Chile como hazaña de España en el inicio de su elogio a Ercilla como poeta en el “Canto de Calíope”, un catálogo de los más importantes poetas de su tiempo en tono de alabanza:

“Otro del mesmo nombre [el poeta anterior loado se llama también Alonso como Ercilla], que de Arauco cantó las guerras y el valor de España”{7}.

Asimismo, en el poema fúnebre dedicado a la muerte de Felipe II celebra la victoria sobre los araucanos: “Arauco vio tus banderas/ vencedoras” (vv. 25-7).

De mayor interés es, si cabe, el pasaje de El trato de Argel en que se exalta la potencia imperial de España en América y no sólo se reconoce la legitimidad de la conquista y del ejercicio del poder o gobierno de España sobre los indios, sino que se da por supuesta. El pasaje constituye el preludio del discurso en que Saavedra, imaginando que tiene ante sí  a Felipe II y que puede dirigirle la palabra, le hace un llamamiento para que envíe una armada contra Argel y libere a los cautivos y, en ese contexto, es sólo una pieza retórica para advertirle al rey que aquel cuya potencia se ejerce sobre las naciones bárbaras de los indios no puede tolerar el ultraje que supone para España la existencia del reino corsario de Argel, donde miles de cristianos sufren “tormentos inhumanos” He aquí las palabras que Saavedra sueña con decirle al rey:

“Alto señor, cuya potencia
sujetas trae las bárbaras naciones
al desabrido yugo de obediencia:
a quien los negros [en el sentido de oscuros] indios con sus dones
reconocen honesto vasallaje,
trayendo el oro acá de sus rincones;
despierte en tu real pecho coraje
la desvergüenza con que una bicoca
aspira de contino a hacerte ultraje”{8}

Amén de exaltar la potencia imperial de España en las Indias en tiempos de Felipe II, el pasaje es del máximo valor porque encierra tácitamente un argumento que legitima la conquista y el ejercicio del poder imperial español sobre los indios. El argumento que se atisba o se deja entrever en las palabras de Saavedra es el mismo que empleaba Sepúlveda en la célebre controversia de Valladolid con Las Casas, donde el primero legitimaba la conquista y el dominio de los españoles sobre los pueblos nativos fundándose en la inferioridad o retraso cultural de éstos respecto a los españoles; un argumento ya utilizado antes por Vitoria, quien alegaba que los bárbaros indios son como niños que requieren ser tutelados y dirigidos hasta que alcancen la madurez para gobernarse por sí mismos. Saavedra argumenta de modo similar al poner el énfasis, de un lado, en el carácter “bárbaro” de las naciones indias, y, de otro, en su sujeción “al desabrido yugo de la obediencia”, legitimado como un “honesto vasallaje” que se supone le deben a Felipe II, cuya “potencia” parece, pues, ejercerse legítimamente sobre ellos en tanto el rey de España es cabeza de una nación civilizada o, como ya vimos que se decía en la época, “política”, con derecho, pues, a ejercer un poder legítimo sobre las naciones bárbaras hasta el punto de quedar sometidas a tan férrea obediencia y vasallaje{9}.

Hay mucha dureza en las palabras de Saavedra. Pero lo más duro de éstas no está en el hecho en sí de hablar del “vasallaje” de los indios, pues en la literatura de la época era usual referirse igualmente a los españoles como vasallos del rey, de manera que enesto no hay diferencia de consideración entre los españoles y los indios. Lo más duro reside en la descripción de la manera como han llegado a ser vasallos, que no es de otra manera que habiendo sido traídos por la potencia de España al vasallaje en la forma de una subyugación, lo que remite a un acto de fuerza o imposición por el poder o potencia de España y, con ello, tácitamente  parece aludirse a la conquista, pues no ha habido  otro acto de fuerza que el  de la conquista por el que el poder español o del rey ha puesto bajo su dominio o ha subyugado a las bárbaras naciones indias,un hecho que con crudeza Saavedra describe como haberlas traído a la sujeción “al desabrido yugo de la obediencia”, que, no obstante, se legitima calificándolo moral y políticamente como un “honesto vasallaje”. La pregunta que cabe hacerse es si a Saavedra o a Cervantes se le habría ocurrido decir de los españoles, como lo dice de los bárbaros indios, que han sido traídos por la potencia del rey a la sujeción “al desabrido yugo de la obediencia”. Parece evidente, si el análisis precedente es correcto, que la respuesta no puede ser sino negativa.

El tercer punto se espeja en la obra de Cervantes de dos maneras: con la referencia, de un lado, a la organización política de los territorios americanos y, de otra, a los puestos o cargos que la organización política y administrativa de esos territorios demandaba desempeñar. En lo que atañe a lo primero, a la ordenación territorial del Imperio español en América, desde mediados del siglo XVI se dividía en dos grandes dominios, conocidos con el nombre de virreinatos y también de reinos: el de Nueva España o Indias del Norte, y el de Perú o Indias del Sur. Pues bien, a ellos se refiere Cervantes tanto en su consideración política de reinos o virreinatos como por su nombre propio, los de Nueva España y Perú.

En lo que concierne a lo primero Cervantes muestra su preferencia por referirse, en las escasas menciones disponibles, a los dos grandes territorios en que se dividía la España americana antes como reinos que como virreinatos. Así, en efecto, en la comedia de santos El rufián dichoso, gran parte de cuya acción se desarrolla en México, se utiliza la palabra “reino” como denominación política de este país, comúnmente llamado en la terminología oficial reino de la Nueva España. Es el personaje del prior de un convento dominico en su plática con Tello de Sandoval, quien trajo a América al que fuera un rufián y ahora se ha transformado en el ejemplar y virtuoso fraile dominico Cristóbal de la Cruz, el que lo usa al hablar de éste como una valiosa corona que les deja en el “reino” de México o Nueva España: “Vuesa merced nos deja una corona/ que ha de honrar este reino mientras ciña/ el cerco azul el hijo de Latona [Apolo]”{10}. Y en el “Canto de Calíope”, en el elogio al poeta Enrique Garcés, que durante un tiempo estuvo en el Perú y luego regresó a España, califica al país americano como reino al ensalzar al poeta diciendo de él que “al piruano reino enriquece”{11}.

No desdeña referirse a ellos como virreinatos, pero lo hace indirectamente, como bien se ve también en esa misma comedia de El rufián dichoso, donde se alude oblicuamente al reino o virreinato de la Nueva España al citar al virrey, sin nombrarlo, de México o Nueva España, que aparece en la comedia como personaje que hace una visita a fray Cristóbal en la celda de su convento: “Y el virrey está también/ en su celda”{12}. Ese virrey era en aquel entonces (el tiempo de la estancia de fray Cristóbal de la Cruz) Luis de Velasco, uno de los mejores gobernantes que tuvo el virreinato, que inauguró la Universidad de México en 1553 y e hizo mucho por la mejora del reino.

En lo atinente a los nombres propios de los dos dilatadísimos reinos o virreinatos, mientras que abundan en su obra las menciones al Perú (en la forma habitual entonces de “Pirú”), pocas veces se refiere a las Indias del Norte como Nueva España. El lugar más indicado para encontrarse con este nombre es El rufián dichoso, habida cuenta de que, desde el segundo acto hasta el final, la acción se desarrolla en la capital de la Nueva España, pero utiliza este nombre una sola vez: “¡Bien iré a la Nueva España/ cargado de ti, malino!”{13}, le dice el licenciado e inquisidor Tello de Sandoval, amo de Cristóbal de Lugo, entonces un rufián, al que piensa llevar a la capital de la Nueva España para que cambie su vida; para sus fines literarios es más conveniente usar el de la capital, México, que es donde discurre la acción; pero en alguna ocasión, como era costumbre en el uso, el nombre de México vale por el de Nueva España o lo suplanta, como en un pasaje de la La entretenida, en que un personaje yuxtapone Perú, México y Charcas, una audiencia del virreinato del Perú, en una pregunta: “¿De qué Pirú ha de venir [el oro],/ de qué Méjico o qué Charcas?”{14}. Asimismo, la denominación Nueva España la utiliza en el “Canto a Calíope”, en el que, para, elogiar a dos poetas, Francisco de Terrazas, mejicano, hijo de padre de la España europea, y Diego Martínez de Ribera, que vivió en la ciudad peruana de Arequipa, Cervantes recurre a los nombres propios de los virreinatos para entonar la alabanza: “Uno, de Nueva España y nuevo Apolo;/ del Perú el otro: un sol único y solo”.{15}

Los extensísimos territorios abarcados por los dos reinos o virreinatos españoles en América se dividían, a su vez, para su mejor gobierno, en audiencias, a cabeza de las cuales había un órgano político del mismo nombre, que a la vez fungían de altos tribunales de justicia. Pues bien, a ellas Cervantes alude expresamente al darnos la noticia de que Juan Pérez de Viedma, hermano mediano del capitán cautivo, va destinado como oidor a la Audiencia de México (I, 42, 441-2), la principal del virreinato de la Nueva España, que, además, para el mejor gobierno de un territorio tan vasto, comprendía otras tres audiencias: la Española (Veracruz, Cuba y Puerto Rico), Nueva Galicia y Guatemala.

En lo atinente a lo segundo, es en el Quijote donde se nos aporta un buen documento sobre los cargos de la maquinaria imperial en América. La mejor exposición de esto se revelaen los episodios en que aparecen personajes destinados a América para desempeñar un cargo en la organización política y administrativa del Imperio español. Bien sabido es que el propio Cervantes soñó con un puesto de esta clase en América y que lo solicitó a la Corte, aunque la solicitud fue denegada. Al marido de la señora vizcaína, cuyo escudero se batirá con don Quijote, lo han designado para “un muy honroso cargo”, del que no sabemos más, en el Nuevo Mundo y se halla en Sevilla esperando que llegue su esposa para embarcarse hacia este destino (I, 8, 79); el hermano mediano del cautivo, Juan Pérez de Viedma, también ha sido designado para “un muy honroso cargo”, en este caso el de oidor o magistrado en la Audiencia de México (I, 42, 441-2). Nada más se nos dice sobre este aspecto del Imperio español en América en los otros escritos de Cervantes.

Pasamos al cuarto punto del esquema inicial, el de la evangelización de los indios. Los españoles, además de organizar las nuevas tierras descubiertas y conquistadas, se preocuparon por cristianizarlas y decir cristianizarlas es decir civilizarlas, pues ambas cosas iban de la mano: la labor religiosa iba acompañada de la instrucción y educación de los nativos. De hecho, uno de los móviles fundamentales de la acción de España en América fue la de cristianizar y civilizar a los indios de forma que éstos, a quienes se tenía por iguales moralmente, también llegaran a igualarse con los españoles en cuanto a civilización. Cervantes se refiere a este aspecto de la labor desplegada por España en América, a través sobre todo de los misioneros y órdenes religiosas, en un relevante pasaje de la ya mentada comedia El rufián dichoso, en la que esa labor de cristianización se ilustra mediante la obra de los dominicos y, en particular, de la realizada entre los indígenas por el protagonista de la obra, fray Cristóbal de la Cruz, inspirado en el personaje histórico real de Cristóbal de Lugo, que, arrepentido de su mala vida, se hizo clérigo en Toledo y se fue a México, donde ingresó en la orden de los dominicos.

Conviene recordar que la acción se desarrolla en el México de mediados del siglo XVI y, por tanto, en la fase inicial de la cristianización de los nativos amerindios en la que había mucho trabajo por delante que realizar y hacían falta muchos misioneros, pues sólo en este marco se podrá entender cabalmente el pasaje mentado en que el prior elogia la labor misionera de fray Cristóbal, al que se ensalza como “ejemplo de estos jornaleros” que trabajan en la evangelización de los indios, al tiempo que es consciente de que esta tarea está sólo en su infancia y que faltan “obreros” o “jornaleros” para culminar lo que fray Cristóbal ha realizado de forma ejemplar entre los pueblos indios. He aquí sus palabras:

“Está entre aquestos bárbaros aún niña
la fe cristiana, y faltan los obreros
que cultiven aquí de Dios la viña […]
Es ejemplo destos jornaleros,
que es menester que tenga sano el pecho
el médico que cura a lo divino,
para dejar al Cielo satisfecho.
Aquesta compostura de continuo
trae nuestro padre Cruz, tan mansa y grave,
que alegre y triste sigue su camino:
que en él lo triste con lo alegre cabe”.{16}

Tan ejemplar que el prior termina deseando que las naciones indias, especialmente aquellas entre las que evangelizó fray Cristóbal, con viva fe den gracias a Dios por su meritoria obra cristianizadora.

El quinto asunto, el relativo a América como fuente de riqueza para España, aparece unas cuantas veces en la obra cervantina. Allí la principal fuente de riqueza, según la percepción de Cervantes, es la minería, especialmente las minas de plata y oro; no hay, en toda ella, ninguna referencia a las plantas alimenticias (como maíz, patata, cacao, tomate), medicinales (como coca y quina) o de aprovechamiento industrial (como algodón y tabaco), desconocidas (salvo el algodón) en Europa. Las más fructíferas minas fueron las de plata, sobre todo las de Potosí, en el virreinato del Perú, en la actual Bolivia, cuya explotación empezó en 1547, aunque también se extrajo en Guanajuato y Zacatecas en México, hasta el punto de convertirse en el mayor símbolo de la riqueza llegada a España desde América. Las referencias a Potosí en los escritos cervantinos como emblema crematístico son numerosas, empezando por el Quijote, donde don Quijote se refiere expresamente en calidad de tales a las ricas minas de Potosí, si bien con la intención literaria de valorar la calidad inestimable de los azotes de Sancho para desencantar a Dulcinea (II, 71, 1084); a ellas también alude tácitamente la condesa Trifaldi al comentar la prodigiosa ligereza de vuelo de Clavileño gracias a lo cual el gigante Malambruno “hoy está aquí y mañana en Francia y otro día en Potosí” (II, 40, 850).

En otros lugares, se alude a las ricas minas de Potosí en la forma sustantiva abreviada de “un Potosí”, compendio de la riqueza suma, como metáfora para ponderar el elevado valor de algo, bien sea una cosa o un acto humano{17} o bien en forma adjetiva (potosisco) para estimar la pérdida de algo de muy grande valor:“He perdido una mina potosisca”.{18}

Había una íntima conexión entre las ricas minas de plata de Potosí y la España imperial y es muy improbable que Cervantes, que parece estar bien enterado de los asuntos españoles en América, ignorase esta realidad y que desconociese, él que igualmente estaba bien enterado de los asuntos españoles en Europa, que la plata americana servía, entre otras cosas, para financiar las empresas militares españolas en Europa. Tal llegó a ser la importancia de Potosí para el mantenimiento del Imperio español que el emperador Carlos V concedió a Potosí el título de Villa imperial, a lo que se dio expresión gráfica en su escudo en la figura de un monte cubierto con la corona imperial entre las dos columnas de Hércules. La divisa del escudo era una glosa ensalzadora de la fabulosa riqueza de Potosí, la mayor del mundo, y de su trascendencia política. He aquí las palabras de la divisa:

Soi el rico Potosí
del mundo soi el thesoro
soi el Rey de los montes
y envidia soi de los reyes.

Por si no estuviera claro el significado imperial de Potosí, en la divisa otorgada por Felipe II el texto es más manifiestamente indicativo de la voluntad imperial de España: “Para el poderoso Emperador, para el sabio Rey, este excelso monte de plata conquistará el mundo entero”.{19}

Amén de plata, los españoles encontraron también en los vastos territorios americanos oro, sobre todo en México, Colombia y Perú, aunque la realidad resultó muy inferior a las expectativas iniciales, alentadas por los relatos fantásticos propagados por Europa al respecto. A ese oro americano, tan codiciado, se refiere Cervantes en dos ocasiones. Una en el pasaje ya citado sobre la legitimidad de la conquista de América y del gobierno español sobre los indios, y no parece casual que, al hablar de los dones entregados por los indios al rey de España en reconocimiento de vasallaje, sólo se mencione, de entre ellos, el oro, que queda así resaltado. El oro era asimismo buscado por los españoles que, como se decía entonces, se pasaban a las Indias con intención de enriquecerse. Y a ello alude Cervantes en la comedia La entretenida, enel pasaje del final del primer acto sobre el falso naufragio del navío en que Cardenio, un impostor que se hace pasar por don Silvestre de Almendárez, enriquecido en el Perú, finge traer toda una fortuna a España: allí se dice que en el barco traía “catorce mil tejuelos de oro puro”.{20} Todo es un engaño urdido por Cardenio, con la complicidad de su criado Torrente y de Muñoz, un criado de la mujer, Marcela, a quien pretende ganarse para casarse con ella. Pero, aunque toda la fortuna que dice haber perdido en el naufragio es un embuste, lo que no lo es es el género de riquezas que se presentan como provenientes de América, en este caso del virreinato del Perú, tal como el oro.

Todo el episodio de la impostura de Cardenio y el cuento de la pérdida de su fabulosa fortuna americana, clave en el desarrollo de la trama teatral, que al final se desbaratarán con la aparición del verdadero don Silvestre de Almendárez, es también un útil testimonio sobre otros géneros de riquezas procedentes de América, tal como las piedras preciosas. Entre las cuales estaban principalmente las esmeraldas de Colombia y las pesquerías de perlas también de Colombia y Venezuela, o las piedras valoradas por las propiedades medicinales que entonces se les atribuían, como las  denominadas bezares (o bezoares), muy estimadas como supuestos antídotos contra los venenos, y de  todas ellas se habla por boca de Torrente precisamente como parte de la carga del navío en que volvían a España cuando, hablando con el hermano de Marcela, don Antonio, le cuenta todo lo que perdieron arrojándolo al mar para aligerar la carga del barco y así evitar hundirse:

“De perlas, ¡qué de cajas arrojamos;
tamañas como nueces, de buen tomo,
blancas como la nieve aún no pisada!;
de esmeraldas, las peñas como cubas.
Digo, como toneles, y aún más grandes;
piedras bezares, pues dos grandes”.{21}

De América también se traían otras clases de bienes naturales, como plantas usadas para el tinte o en tintorería; Cervantes no alude a las maderas tintóreas (como el palo brasil o el palo Campeche), pero sí, a renglón seguido de la cita anterior, a la cochinilla, una fruta parecida a las uvas silvestres, empleada para dar color rojo a sedas y paños. Y animales exóticos, como los papagayos, también incluidos en el fingido cargamento del fingido navío ido a pique; sin duda eran muy apreciados por su singular habilidad para imitar el habla humana, a lo que se alude expresamente al enumerarlos entre la serie de cosas de valor que habrían de traer del Perú: “Las catalnicas [papagayos pequeños hembras] o los papagayos grandes”, y entre las perdidas por el hundimiento del navío : “… habiéndose engullido el mar primero/ hasta una catalnica que traíamos,/ de habilidad tan rara, y tan discreta,/ que, si no era el hablar, no le faltaba otra cosa ninguna”{22} y de ahí la moda extendida en las clases altas de querer tenerlos como animales de compañía. Cervantes compartía ese aprecio por estas singulares aves habladoras y no es por ello de extrañar que en su obra haya varias referencias a ellas, en las que casi siempre se consigna su rara habilidad imitativa del habla humana.

En sexto lugar, tanto en el Quijote como en las demás obras cervantinas, está también presente la visión de América como una tierra de promisión, en la que los pobres o desfavorecidos podían encontrar toda suerte de oportunidades económicas e incluso enriquecerse. Esta imagen del Nuevo Mundo era muy popular y Cervantes la refleja y seguramente la compartía. La típica figura del español pobre que se pasa a las Indias y allí se enriquece, lo que entonces se conocía con el nombre de “perulero” y ya empezaba a conocerse con el de “indiano”{23}, aparece varias veces en los escritos cervantinos. En el Quijote tenemos dos ejemplos de esta figura: el pariente del cura, que se ha labrado una fortuna en las Indias, en una lugar sin especificar, y le envía dinero, que tiene que ir a recoger a Sevilla  (I, 29, 299); y el hermano menor del cautivo Ruy Pérez de Viedma, que, no viendo oportunidades en España, se pasó a las Indias siendo muy joven, y logró hacer una fortuna en el Perú (“Pirú”) (I, 42, 443-4), tanta como para enviar remesas de dinero para ayudar a su padre y para costear a su hermano Juan la carrera de Leyes en Salamanca.

Incluso en una de sus obras, la comedia ya citada La entretenida, la presencia de la figura del español enriquecido en América deja de ser una anécdota secundaria para pasar a ser un elemento central de la trama teatral. Y además en la forma emblemática del enriquecido en el virreinato del Perú, el llamado perulero, encarnado por el personaje de don Silvestre de Almendárez, cuya suplantación de personalidad por parte de Cardenio, ya mentada, será uno de los componentes esenciales de la comedia.

En realidad, fue el padre de don Silvestre, de igual nombre, tío de Marcela, el que amasó la fortuna y el hijo la ha heredado y tiene intención de casarse con su prima Marcela y es aquí donde interviene Cardenio, un joven estudiantepobre que enterado de todo esto, se presenta en la casa de Marcela, rica hacendada, fingiendo ser su rico primo don Silvestre para desposarse con ella y darse a la buena vida a costa de su fortuna. No se saldrá con la suya, su engaño se descubrirá con la aparición del verdadero don Silvestre, aunque tampoco éste se casará con ella.

La ubicua presencia en la comedia del importante personaje del perulero (palabra que, además del enriquecido en este país regresado a España podía significar “peruano”), más a través del fingido perulero que del verdadero, propicia el empleo de esta palabra varias veces,{24}que no hay que confundir con la muy parecida palabra “perulés”,{25} usada simplemente para designar al originario del Perú, como bien se advierte en el uso que de ella hace Torrente, el criado de Cardenio, que falsamente le dice ser “criollo perulés” a Cristina, criada de Marcela: “Yo señora, como ves/ soy criollo perulés, aunque tiro a borgoñón”{26}, como respuesta a la previa atribución de ella a él de ser un “indianazo gascón”.

En otros lugares, la figura del perulero no aparece incrustada en la trama argumental, sino momentáneamente, como en El rufián dichoso{27} y en Rinconete y Cortadillo, donde se mienta a un pícaro que, para aprovecharse mejor de dos peruleros desplumándolos o sacarles una buena cantidad de dinero en el juego, se aloja, disfrazado de clérigo, en la misma posada que ellos{28}.    

En séptimo lugar, América era también refugio, remedio y amparo de desgraciados de toda laya. Ya vimos más atrás (en la anterior entrega) que los padres de Isabela al sobrevenirles la doble desgracia de perder a su hija siendo una niña, raptada por los ingleses en el saqueo de Cádiz, y quedar arruinados, se vieron empujados por la necesidad a irse a las Indias, “común refugio de los pobres generosos”,{29} aunque luego su agudo apuro se resuelve sin necesidad de pasarse a las Indias. Pero además era refugio y amparo de desesperados, de fracasados en sus negocios, de criminales y ladrones, mujeres de mala vida, etc. El propio Cervantes, con ocasión delrelato de la urgencia de Carrizales, el protagonista de El celoso extremeño, de remediar su pobreza, luego de haber dilapidado la herencia familiar, yéndose a las Indias, la aprovecha para darnos una lista de los géneros de gentes que veían éstas ante todo como un refugio y amparo donde, sin ser conocidos de nadie, poder iniciar una nueva vida, pero remata la lista con una nota negativa de advertencia del engaño en que muchos caen al pensar así:

“Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad [Sevilla] se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados [hombres de negocios, banqueros y mercaderes, en bancarrota], salvoconducto de los homicidas, pala [ladrón que ayuda a otro a robar colocándose delante de la víctima para distraer su atención] y cubierta de los jugadores a quien llaman ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”.{30}

Pero a pesar de esta nota negativa de Cervantes, lo cierto es que los españoles de entonces se aferraban a la creencia en América como tierra de oportunidades, hacia la que muchos anhelaban partir, bien fuera para ocupar un cargo en el gobierno y administración imperiales, bien para forjarse una fortuna en algún género de industria o negocio o bien simplemente porque era el mejor lugar, lejos de las ataduras y servilismos del Viejo Mundo, donde poder emprender una nueva vida.

El cuadro de la representación del Imperio español en América estaría incompleto sin una referencia al primordial papel desempeñado por Sevilla como centro activo de la comunicación, del comercio y del tráfico de personas de la España peninsular con la España americana. Sevilla, la más importante ciudad española, la más populosa y dinámica en el tiempo del Quijote, bien conocida de Cervantes, no sólo aparece frecuentemente en su obra, sino que además constituye el escenario en que se ambientan algunas de sus piezas, como las novelas El celoso extremeño y Rinconete y Cortadillo, o, si no enteramente, al menos algunos de sus episodios, como algunos de El coloquio de los perros. Sevilla es en el Quijote, como ya hemos visto, centro de embarque de los españoles con destino a América, como el matrimonio vizcaíno y el oidor Juan Pérez de Viedma; y a Sevilla se encamina el desgraciado Andrés, el adolescente azotado inmisericordemente, quién sabe si para convertirse en uno de esos desesperados que se pasaban a las Indias como tabla de salvación donde poder iniciar una vida mejor. Hasta el propio don Quijote estuvo en un tris de ir a parar a Sevilla, invitado por Vivaldo y su compañero, y en sus palabras da a entender que en algún momento posterior podría ir allí y que si ahora no lo hace es porque antes tenía que despejar “todas aquellas sierras [las de Sierra Morena] de ladrones malandrines” (I, 14, 129). Podemos dejar volar la imaginación con las aventuras de don Quijote en Sevilla o quién sabe si en América.

Y también Sevilla es el lugar del que parte Carrizales a las Indias y al que afluyen con el mismo propósito, según El celoso extremeño, los desgraciados o desesperados, arruinados, homicidas, ladrones y mujeres libres. Uno de estos desgraciados, cuya desgracia se ha labrado él mismo, es Loaysa, quien, despechado y casi avergonzado tras su fracaso con Leonara, la esposa de Carrizales, que, en vez de casarse con él, una vez enviudada, y compartir la rica hacienda heredada de Carrizales, se determina a entrar de monja en un monasterio de Sevilla, se pasa a las Indias.

Asimismo, al menos en parte, se refleja en la gran novela el aspecto financiero o bancario de la ciudad en el viaje a Sevilla del cura a recoger el dinero que le envía su pariente desde las Indias; y puesto que el dinero enviado se depositaba en la Casa de Contratación  -allí es donde debió de dirigirse el cura para sacarlo-, esto es una referencia tácita a la Casa de Contratación. Pero si queremos encontrar una referencia, ya no tácita, sino expresa a la principal institución político-económica ubicada en Sevilla desde la cual la Corona dirigía el tráfico con América, la citada Casa de Contratación, una especie de ministerio de comercio, tribunal mercantil y aduana de control del comercio con América, hemos de dirigir nuestra atención a Rinconete y Cortadillo. En esta novela La Casa de la Contratación y asimismo la de la Moneda no se pintan en sus funciones propias, salvo indirectamente, sino como lugares preferidos de los ladrones del hampa sevillana para vigilar a los que sacaban dinero y mejor poder hurtarles, una labor de vigilancia encomendada a los que, en la jerga del hampa, llamaban avispones, cuya función, entre otras, era, según Monipodio, la de “seguir los que sacaban dinero de la Contratación, o Casa de la Moneda, para ver dónde lo llevaban, y aun dónde lo ponían, y en sabiéndolo, tanteaban la grosera del muro de la tal casa y diseñaban el lugar más conveniente para hacer los guzpátaros –que son agujeros- para facilitar la entrada”.{31}

Sin duda Sevilla se lleva la palma en cuanto a alusiones tanto en el Quijote como en el resto de los escritos cervantinos, lo que no podía ser menos si atendemos a su relevancia en el comercio con América y en el tráfico de pasajeros. No faltan, sin embargo, alusiones al relevante papel desempeñado por Cádiz en esos mismos menesteres, aunque no sea equiparable al de Sevilla; de hecho, el puerto de Cádiz estuvo presente en la relación con América desde los tiempos del descubrimiento, pues Colón emprendió desde allí su segundo y cuarto viaje, en 1493 y 1502 respectivamente. En el Quijote Cádiz es lugar de embarque de los españoles con destino a las Indias Orientales (II, 29, 774); y en la novela ejemplar La española inglesa los padres de Isabel/Isabela, gaditanos, luego de su rapto por los ingleses y la pérdida de su hacienda, partieron de Cádiz con derrota a las Indias Occidentales, bien es cierto que poco después de zarpar en un navío de aviso, a la salida de Cádiz, dos bajeles de corsarios turcos los cautivaron.{32}

Aunque pocas, escuetas y escasamente informativas, no faltan menciones al Imperio español en Asia, en las llamadas Indias Orientales, que, en ese momento en que Portugal y sus posesiones en Asia estaban integrados en España, comprendían, pues, además de las Filipinas, los dominios portugueses en las Indias Orientales. En el Quijote nos topamos con una referencia específica a una provincia de las islas Filipinas y otra genérica a las Indias Orientales. La primera de ellas es obra de don Quijote, quien, en la aventura de los rebaños, sitúa en la provincia filipina de Nueva Vizcaya, que comprendía la isla de Luzón, el reino imaginario del no menos imaginario Timonel de Carcajona. La segunda, en la aventura del barco encantado, es también cosa de don Quijote, quien las menciona al hablar de Cádiz como lugar de embarque de los españoles y de los que van a las Indias Orientales (II, 29, 774). En el primer caso, la mención de una provincia de las Filipinas tiene un alcance meramente geográfico; sólo en el segundo caso, en la mención del puerto de Cádiz, tan vinculado a los viajes oceánicos de la España imperial, late una tácita vinculación de España con los territorios de las Indias Orientales.

A los dominios portugueses de las Indias Orientales, entonces como decíamos parte del Imperio español en virtud de la unión de la Corona portuguesa y la española en el seno de la Monarquía hispánica, se alude en La española inglesa,si es que “la India de Portugal” de que se habla allí,{33} sin especificar si se trata de la India Oriental o de la Occidental (es decir, Brasil) ha de interpretarse como una referencia a la primera. Y, en efecto, así ha de entenderse, pues en la época al conjunto de enclaves portugueses en la India se llamaba India portuguesa y oficialmente recibía el nombre de Estado portugués de la India. No hay duda, pues, de que la nave portuguesa, capturada por los corsarios argelinos de ArnauteMamí, de la que se nos dice que venía “de la India de Portugal”, proviene de los asentamientos portugueses, ahora parte del Imperio español, en la India, y no de Brasil. Cervantes nos informa de que la nave venía “cargada de especería, y con tantas perlas y diamantes, que valía más de un millón de oro”,{34}que eran las mercaderías típicas que solían traer los portugueses del país asiático, particularmente las especias, de las que ellos tuvieron el monopolio de su comercio durante todo el siglo XVI, roto por los holandeses primero y los ingleses después, ya en el siglo XVII, y los diamantes. Respecto a lo primero, adviértase que la principal fuente de las especias traídas por las naves portuguesas a Europa estaba en las Indias Orientales, sobre todo en la India y en las islas indonesias de las Molucas, no en vano bautizadas como islas de las Especias; y, en cambio Brasil, era irrelevante en lo que concierne a las especias, pues las principales de éstas originarias de América (la vainilla, el cacao y el chile) tenían su origen y centro de cultivo en México y Mesoamérica, de las que fue España la que tuvo el monopolio de su comercio. De la especería transportada por la nave más adelante nos informa de que gran parte de ella era pimienta,{35} muy apreciada por su virtud de potenciar el sabor.

De especial interés es la referencia a los diamantes, un dato que por sí solo constituye una declaración inequívoca acerca del lugar de procedencia de la nave portuguesa y de su rico cargamento, ya que hasta el siglo XVIII, en que en 1725 se hallaron los primeros diamantes en Minas Gerais de Brasil, la India era la única fuente conocida de estas gemas.

En suma, aunque selectivo, el panorama que nos ofrece Cervantes de lo que significó el Imperio español en América es bastante representativo de su realidad histórica.

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{1} Una denominación que aparece sólo otra vez en sus otras obras, en El licenciado Vidriera, en Novelas ejemplares, II, págs. 50-51, pero con los términos invertidos: el “mundo nuevo” frente al “mundo antiguo” de Eurasia y África.

{2} Novelas ejemplares,II, pág. 51

{3} Véase “Examen crítico de la idea de Gustavo Bueno del Quijote como sátira revulsiva de España”, nº 84, 2009.

{4} Op. cit., pág. 50.

{5} Op. cit., pág. 51.

{6} Op. cit., pág. 50.

{7} La Galatea, VI, estrofa 4, pág. 564.

{8} Cervantes, Teatro completo, vv. 420-428, págs. 856-7.

{9} Este pasaje sobre la potencia imperial de España en las Indias en tiempos de Felipe II, en el que se presupone la legitimidad de la conquista y del gobierno español sobre los indios, se halla repetido a la letra en la Epístola a Mateo Vázquez, vv. 202-210).

{10} Teatro completo, vv. 1472-4, pág. 332.

{11} Galatea, VI, estrofa 75, pág. 580.

{12} Op. cit., vv. 2796-7, pág. 369.

{13} Teatro completo, vv. 854-5, pág. 314.

{14} Op. cit., vv. 1655-6, pág. 590.

{15} La Galatea, VI, estrofa 66, pág. 578.

{16} Op. cit., vv. 1475-1487, págs. 332-3.

{17} Cf. La entretenida, en Teatro completo, págs. 565, 572 y 583; El rufián dichoso, Op. cit., pág. 292;y Pedro de Urdemalas, Op. cit., pág. 710.

{18} El rufián viudo, Op. cit., 739.

{19} Cf. César Vidal, Enciclopedia del Quijote, s.v. “Potosí”, Editorial Planeta, 1999.

{20} Teatro completo, v. 835, pág. 568

{21} Op. cit., vv.861-5, pág. 569.

{22} Op. cit., vv. 473-4, pág. 557 y vv. 852-856, pág. 568, respectivamente.

{23} Así lo acredita el Tesoro de la lengua castellana o española, de Covarrubias, s. v. “India”, donde “indiano” es ya “el que ha ido a las Indias, que de ordinario ellos vuelven ricos”, aunque en tiempos de Cervantes “indiano” se usaba también para designar al que había estado en las Indias durante un tiempo y luego había vuelto a España.Cervantes emplea este vocablo en su comedia La entretenida, en la que Marcela llama a Cardenio “gran embustero indiano” (Teatro completo,v. 3023, pág. 629), tras haber descubierto que es un impostor, que jamás ha estado en América y que, en realidad, es un estudiante pobre. Pero su uso es ambiguo, pues se puede entender, aunque burlonamente, según cualquiera de ambas acepciones o ambas a la vez; en cambio, no hay duda de que lo usa según la segunda acepción cuando Cristina, criada de Marcela, llama a Torrente, criado de Cardenio, antes de que se descubra la impostura de que son cómplices ambos, despectivamente “indianazo gascón”, (Op. cit., v. 1156, pág. 577), pues ella cree que él ha estado con su amo en las Indias, pero él es pobre y el supuestamente enriquecido en las Indias es su amo Cardenio.

{24} Op. cit., vv. 1327, pág. 581, 1338, pág. 582, 1682, pág.591, 2506, pág. 614 y 2521, pág. 615.

{25} Op. cit., v. 1158, pág. 577.

{26} Op. cit., vv. 1157-9, pág. 577. Ni el Tesoro de Covarrubias ni tampoco el Diccionario de Autoridadesrecogen la voz “perulés”.

{27} Op. cit., v. 155.

{28} Novelas ejemplares, I,págs. 238-9.

{29} La española inglesa, en Novelas ejemplares, I,pág. 257.

{30} Novelas ejemplares, II, pág. 99

{31} Novelas ejemplares, I, pág. 227.

{32} Novelas ejemplares, I, pág. 257. 

{33} Op. cit., pág. 254 y 260.

{34} Op. cit., pág. 254.

{35} Op. cit., pág. 261.


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